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El híbrido neobarroco: Acercamiento a la obra ensayística

de Severo Sarduy (fragmento)

Roberto Fournier

Quirón, en fin, es un híbrido, pero no un monstruo. (…)


Es todo lo contrario: el maestro de los héroes, el
preceptor de Aquiles.
Luisa Campuzano
Centauro de los géneros, así bautiza Alfonso Reyes al ensayo, síntesis
metafórica que le sirve a Luisa Campuzano como imagen artística cuando en
ponencia presentada al Forum de Literatura Cubana organizado por la UNEAC
en octubre de 1983, intenta un «balance el vivo» de la trayectoria del género en
las primeras décadas de la Revolución, y en el que decide apelar a un criterio
de selección en que, entre otros autores, puede repararse en la ausencia de
Severo Sarduy, olvidando tal vez que el dato biográfico[1], percibido
arbitrariamente, no media la inclusión en el contexto y la tradición literarios en
que se inscribe la obra; menos si la causalidad extraliteraria interviene en
detrimento de esta, y tratándose de un escritor que aún estando “afuera”, es
decir, geográficamente alejado de la tierra que ejerce como centro de su
natalicio (y alimento del sentido), pues la obra exhibe —propicios a la voluntad
autoral—, valores identitarios que expresan en grado sumo la filiación
conciencia artística-contexto.
Esta correspondencia, en los ensayos del camagüeyano, queda
especialmente autenticada. Las propiedades del género le permiten trasponer a
la escritura el (los) objeto (s) de su búsqueda creativa, toda vez que argumenta,
describe, analiza, cuenta, sugiere. Su elección reflexiva es canalizada por
medio de una empatía inconsciente, a través de un sentimiento que le estimula
para la realización artística concientizada. Despliega todas sus vivencias en el
texto ensayístico: el saber científico-literario (bosquejado, aprehendido,
mentado, percibido), que establece el marco de los intereses y, por
consecuencia, expresa los rasgos de su personalidad creadora, en tanto la
teoría se retroalimenta en la práctica poético-narrativa, crítica o propiamente
ensayística, y viceversa. Saber contenido en un marco mayor autobiográfico,
que demanda en la obra su intención, esencia y sentido:
[…] una voluntad de exilio que fue su más auténtica estrategia
para el retorno y, sin duda alguna, el vehículo de su mejor
ofrenda: volver a la raíz del español como quien regresa a su
tierra, como quien trae a casa un idioma más rico que ése que un
día se llevó consigo. El hombre pudo vivir así en Francia y
conocer las culturas más exóticas, pero el escritor no tuvo sino
una patria[2].
No obstante sus publicaciones en las revistas Ciclón y Carteles, fueron
sus contribuciones a Lunes de Revolución las que “…lo situaron en un lugar
destacado entre los intelectuales del momento, en particular por sus artículos
críticos sobre pintura cubana”[3]. En las páginas de este semanario se localiza
el origen de la mirada reflexiva de Severo Sarduy, mediada por el ambiente
artístico de los últimos años de la década del ‛50, en el que confluían jóvenes
escritores junto a otros (Virgilio Piñera entre ellos) que no sólo colaboraban en
Ciclón (Manuel Díaz Martínez, Luis Marré, César López, etc.), sino también
asistían a la tertulia de San Francisco # 265, la casa en La Habana de los
Sarduy Aguilar.
Sería provechoso detenerse en el paradojismo que trajo, además, la
aportación de Orígenes, y en especial el cosmos poético de José Lezama
Lima, líder del grupo y la revista homónima. A grandes rasgos, la combinación
entre dos estéticas tan diferentes como las del autor de Muerte de Narciso y las
trabajadas por Ciclón, se convierten en un sustrato peculiar que impulsan la
escritura de Severo Sarduy más allá de los límites de la transgresión
vanguardista lezamiana y su represión latente; no obstante el grado de las
apropiaciones e influencias hace que incurra en cierto hermetismo como
reacción contra un lector acostumbrado al lenguaje recto, depositario, para
forzarlo a su perspectiva neobarroca, a que desentrañe lo oculto en el haz
metafórico, en el cuerpo-lenguaje erotizado; y así profundizar en el tratamiento
del homoerotismo, el cual, sin ser el mismo centro de su obra, puede ser
vinculado al sentido que adquiere para la revista que le inicia:
[…] el límite del cuerpo que tentó Ciclón, esa pasión por el reverso
de la que Calvert Casey fue uno de sus más firmes practicantes,
implica una ampliación del territorio de pertenencia del sujeto
nacional a su cultura, porque aunque parezca absurdo hacerlo,
bien vale repetir que en el quehacer del cuerpo también se juega
(y con idéntica ferocidad que toda otra guerra) la posibilidad del
encuentro del hombre con su libertad[4].

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