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La crítica: realidades, ficciones y amenazas.

Una conjuración de la mirada sobre lo femenino en Josefina Ludmer

Lucía López
FFyL- UBA

que se queden quietos los maestros, que acá


se va a disparar para cualquier lado…
(2000: 16)

Conjuración. Ludmer le está hablando a sus grandes maestros: Marx, Freud, Lacan, Viñas.
En un oscilante vaivén entre juego y seriedad este es el gesto primigenio. Conjurar las voces y
convertirse en una especie de amenaza. Después los rizomas, no la hermenéutica. No hay
mediación, la literatura dice más: “yo no uso la categoría de mediación porque uso la de red o
rizoma: ahí no hay mediación, todo se conecta con todo—, pero si uno quiere mediar cultura, o
literatura, y Estado, ahí están los sujetos” (2000: 17). Entonces, de lo que se trata es de ubicarse en
un entre y leer allí, entrar y salir de la literatura. Ella misma es una crítica rizomática, cuesta
pensarla meramente como tal. Ludmer es una obrera punk, se ríe y todo lo parodia, hasta a ella
misma, y construye grandes máquinas para leer. Claramente, “que se queden quietos los maestros”
es capital.
Para Ludmer hay continuidades fundamentales. Y cuando lee no lee solo literatura, lee el
gran texto: lee política, lee violencia y lee sexualidades, todo en el límite del género de la
gauchesca. Es un comienzo, la máquina no se detiene, ya lo dijo, es rizomática. En el Tratado se
ocupa de la violencia sabrosa y fundante que recorrerá toda la ficción-realidad argentinas.
En el Manual, por otra parte, introduce la categoría de delito como instrumento de lectura.
Me interesa focalizar en los delitos de las mujeres que matan hombres, no otras mujeres, no niños.
El límite ayuda a pensar. Una lectura ingenua (“semiboba” dirá Ludmer) no registra los devenires
de esas mujeres desafiantes. Pero, quizás a pesar de Ludmer, integran una serie donde ella misma
se inserta como parricida. Ludmer, que al hablar de cuentos (clave de su lectura en términos de
hipervínculos dentro del corpus) comienza refiriéndose a Cecilia Grierson, primer mujer en
recibirse de médica en la Universidad de Buenos Aires para inscribirla en una continuidad
rizomática: la de las mujeres matahombres:

“Mujeres que matan”: no sólo indica una acción femenina en delito, sino que es sobre
todo una expresión que se refiere a un tipo de mujer que produce en los hombres una
muerte figurada porque tiene "algo", armas. La metáfora está inscripta en la lengua: una
matahombres, una "killer woman". Ciertas formaciones lingüísticas con marcas de delito
constituyen relatos e historias, y también constituyen "la realidad" misma: el derecho, la
medicina, la vida cotidiana, el erotismo. Un tipo de "delito" femenino inscripto en la
lengua, puesto en relato, en cadena, y en una red de correlaciones. (1996: 782)

La serie de cuentos-mujeres es puesta en circulación a partir del delito, no como categoría


jurídica sino como instrumento teórico que sirve para delimitar, diferenciar y excluir en función de
volver a leer. El gesto es recursivo pero en esas Idas y Vueltas Ludmer concibe líneas de
demarcación que permiten cambiar ontologías epistemológicas (ya sea que se trate de objetos,
posiciones o figuras). Ella misma como intelectual (yo querría decir, como filósofa) puede
inscribirse en la serie porque con su maquinaria deviene en, como ella lo advierte, una especie de
amenaza.
Recursividad. Volviendo al Tratado allí Ludmer pone en funcionamiento una de sus
maquinarias de lectura: en la consolidación de aquello que se llamó Patria rige una economía de la
violencia del estado y del uso de los cuerpos. La verdad se encuentra en ese horror fundante del uso
del cuerpo ajeno hasta resbalar en su sangre, en los insultos y en las “voces corporales”. Al fin y al
cabo todo parece reducirse a las voces, las que el discurso literario roba a los gauchos y aquellas
otras voces femeninas, monstruosas, asesinas. Silenciadas y reducidas al universo de la madre y de
la virgen porque allí parece neutralizarse la amenaza.
En el Tratado también es donde Ludmer advierte sobre los sentidos del género. El género es
un corset o un escenario de guerra. Y me parece interesante que ponga en el mismo nivel a la
ficción y a la guerra. Una tópica, sí, pero también una didáctica que define a quién educa (y a
quien, agrego), con qué leyes y con qué delitos. Y aunque al preguntársele por los estudios de
género Ludmer se muestra desconfiada yo creo que su maquinaria puede devenir monstruosa una
vez más. Sería necesario leer textos como El romance de la negra rubia, por ejemplo, con la
maquinaria para ver qué otra cosa más tiene la literatura qué decir.
Cadenas y armas, mujeres que devienen pero son siempre las mismas. Lenguas brutales y
asesinas, como las de los gauchos, voces que amenazan. Se trata de ciclos dentro de una gran
continuidad. Creo que si Ludmer viviera no se aburriría. Seguiría riéndose y devorándolo todo para
volver a vomitar la violencia y aquello otro que la literatura dice de más. Haría falta volver atrás,
como una fórmula bien formada que vuelve a generar infinitas otras (ya que Ludmer no teme
hablar de la serie de infinitos que descubrió Cantor).
Lo que Ludmer lee en el mundo de los cuentos de delitos (tal es el nombre que le da a su
corpus) es la conjunción entre género femenino, violencia y muerte. Ellas ejercen la justicia que se
les fue negada, su violencia es en verdad hacia el Estado. Al ejercerla se ponen por encima de él,
como hoy lo estamos haciendo también. Este gesto parece condensar todas las justicias. Ella dice
que al leer su ponencia las feministas casi la insultaron. Yo creo que nunca entendieron lo que
Ludmer vislumbraba: “Las que matan forman parte de una constelación de nuevas representaciones
femeninas, pero se diferencian nítidamente de las demás. Son el revés o la contracara de las
víctimas” (1996: 782). Ella puede leer del otro lado de la frontera un encadenamiento de mujeres
que abren correlaciones y torsiones. Hace falta invertir el signo del género (literario y sexual) con
una única condición, que se pongan en delito las representaciones de lo femenino.
Leer a Ludmer en esa serie de mujeres que matan, que construyen, que conquistan espacios
y hacen callar a los maestros. Ella no se cree una mediadora, no tiene una mirada soberbia y
aristocratizante que cancela sentidos y lee solo lo que la literatura parece decir. No es una
mediadora ni una distribuidora de saber. No habla de objetos evanescentes de la crítica, objetos que
generan incertidumbre. No es mujer y habla del crítico, ese hombre mediador y esquizofrénico al
que refiere Sarlo cuando habla de su pesimismo respecto del trabajo crítico. Es mujer, no teme
escribir desde ese lugar y retirarse si se aburre o ser un engranaje más de su maquinaria llena de
líneas de fuga.
Bibliografía
Dalmaroni, Miguel Ángel (2000), “Encuentro con Josefina Ludmer” en Orbis Tertius, en Centro de
Estudios de Teoría y Crítica Literaria, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
(UNLP), Volumen 4, n°7, pp. 1-22.
Fornaro, Ana, (2009), Ludmer, una máquina de lectura, en Revista Anfibia, UNSAM.
Ludmer, Josefina (1996), “Mujeres que matan” en Revista Iberoamericana, Vol. LXII, Núms. 176-
177, Julio-Diciembre, pp. 781-797.
Ludmer, Josefina (2017), El cuerpo del delito, Buenos Aires, Eterna Cadencia Editora.
Sarlo, Beatriz. “La crítica: entre la literatura y el público”, Giordano, Alberto (Ed.). El discurso
sobre el ensayo en la cultura argentina de los 80, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Santiago
Arcos editor, 2015, pp. 43-58.

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