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Capítulo I
Introducción
Supongamos que nos preguntáramos: el más grande de nuestros bienes, el bien que
debería ser el objetivo de cualquier sistema de leyes, ¿en qué consiste con exactitud?
Deberíamos admitir que ello se reduce a dos elementos principales, libertad e igual-
2 N. del T. El Autor se refiere a la Edad Media utilizando la tradicional denominación de Dark Ages con la que se
conocía a la Edad Media, antes de ser objeto de una investigación histórica adecuada.
3 N. del T. El autor utiliza conscientemente el lenguaje coloquial en la expresión to bear ibe brunt, que se traduce por
la expresión castellana "pagar el pato", Hemos optado en la traducción por una expresión no coloquial.
4 Discours sur les sciences et les artes, en Onvres completes, ed. Raymond Gagnebin (París, 1959-69), 3, p.6.
5 Esprits des lois, cita de R. R. Palmer en su obra The Age of Democratic Revolution (Princeton, 1959-64), I. p. 57.
dad: libertad, porque cualquier dependencia personal representa exactamente aquel
conjunto de recursos de los que el cuerpo del estado es despojado; igualdad, porque
la libertad no puede existir sin ella6 .
por los compositores alemanes J. C. Bach (el hijo más joven de J . S. Bach) y Carl
Friedrich Abel. Además de estos y otros ciclos de conciertos (para cuya admisión era
frecuente la suscripción previa), se celebraban innumerables individuales organizados
para el beneficio monetario de sus principales intérpretes. De esta manera, durante la
mayor parte de la segunda mitad del siglo XVIII, en Londres, era posible en temporada de
conciertos (que discurría desde enero a mayo) asistir a un concierto distinto casi todas las
noches de la semana.
Los conciertos franceses se fueron convirtiendo poco a poco en un sustituto de la
ópera. Los Conciertos Espirituales (Concerts Spirituels), los más prestigiosos entre todos
los organizados en París, fueron fundados por el distinguido músico (y jugador de ajedrez)
A. D. Philidor en 1725. Aunque originariamente estaban destinados a adornar con música
devocional aquellas festividades importantes como la Cuaresma y otras, durante las
cuales la actividad operística estaba prohibida, los Conciertos Espirituales pronto
ofrecerían un espectro variado de música vocal e instrumental, tanto francesa como
extranjera, y continuarían siendo un ejemplo de variedad y riqueza interpretativa hasta los
días de la Revolución. Había, sin embargo, otros muchos conciertos en París. Los
fabulosamente ricos Le Riche de la Poupliniére patrocinaron unos ciclos de carácter semi-
público y de larga duración a partir de la década de 1730; entre sus directores musicales
estaban compositores como J. P. Rameau. Joahnn Stamitz y F. J. Gossec. Además tam-
bién estaban los conciertos de la Société des Enfants d'Apollon (que comenzaron en 1784),
los de la Logia Olímpica (ésta fue la organización que encargó las Sinfonías "Paris" de
Haydn en 1786) y muchos otros.
A finales del siglo XVIII tomaba forma un "público", en el moderno sentido del término.
Este público no solamente manejaba el poder económico y político ex-
preso, sino que tenía asimismo ciertas necesidades, deseos e ideas colectivas; la expresión
"opinión pública" entró a formar parte del vocabulario de muchas lenguas
aproximadamente en estos años. El desarrollo de un público operístico y un público de
conciertos fue quizás el síntoma más claro de la respuesta de los músicos e instituciones
musicales ante el cambio fundamental que se estaba operando en la sociedad europea. Pero
también hubo otros síntomas. Conforme se iba incrementando el número de personas que
disfrutaban del placer que suponía el permitirse un interés en el arte, a imitación de la
actitud propia de la nobleza hasta entonces, se produjo, asimismo, un incremento
dramático de la interpretación (y composición) musical en el hogar. Ello provocó un gran
aumento en la actividad de industrias musicales subsidiarias como las de construcción de
instrumentos, por ejemplo. La mayoría de ellas ofrecían instrumentos versátiles que pudie-
sen ejercer tanto las labores de acompañante como de solista, para la interpretación de
música hogareña. Un instrumento de tales peculiaridades, como la guitarra, disfrutó de un
enorme éxito en toda Europa poco después de mediados del siglo. Pero los instrumentos
que excedieron a todos los demás en popularidad fueron, sin lugar a dudas, los
instrumentos de teclado; su registro amplio y adaptabilidad para cualquier tipo de textura
musical, contrapuntísticas u homofónicas, les había convertido en instrumentos de gran
utilidad. En la segunda mitad del siglo XVIII, mientras el piano-forte suplantaba
gradualmente al viejo clavicordio, la ampliación de las posibilidades expresivas del nuevo
instrumento le hicieron irresistible ante los intérpretes aficionados.
En el siglo XVIII existían esencialmente dos tipos de pianos, llamados (con cierta
imprecisión) "Vieneses" e "Ingleses". Los pianos vieneses eran de golpe rá-
11
L
El virtual colapso del sistema de patronazgo en el mundo de las artes ejerció una clara
influencia sobre la vida de los músicos que se extendió, asimismo, al campo de la
educación en el oficio. Las instituciones musicales en el seno de la corte y de la Iglesia
habían intentado perpetuarse a sí mismas proporcionando formación y experiencia a los
futuros compositores. Hijos y sobrinos heredaban las habilidades y a veces la posición de
los padres, una vez alcanzado un cierto grado de seguridad garantizada por tales
instituciones. De esta forma, en el siglo XVIII y comienzos del XVIII a menudo
encontramos a dos o más autores que ostentan el mismo apellido: los Gabrieli de Venecia,
los Scarlatti de Nápoles, los Couperin y Philidors en Francia, y el enorme clan de los Bach
en Turingia y Sajonia. Muchos otros compositores interesantes nacidos en el siglo XVIII,
como Mozart y Beetho-ven, aprendieron su oficio desde niños en el seno de una familia de
músicos. La mayor parte de los compositores del siglo XIX accedieron a la música mucho
más tarde y por vías distintas. Los padres de Schubert y Chopin eran maestros de es-
cuela. Schumann era hijo de un librero y su familia le empujaba constantemente a los
estudios de Derecho; el padre de Berlioz, médico, estaba empeñado en que su hijo siguiese
sus pasos. Los padres de Dvorák eran posaderos, y esperaban que él lo fuese también. La
identidad del padre de Wagner no está totalmente clara, pero en cualquier caso ninguno
de sus padres era músico.
Sólo un compositor del siglo XIX debe ser considerado como una excepción respecto a
lo que solía ser frecuente: Félix Mendelssohn, aunque descendiente de distinguidos
banqueros y letrados y no de músicos, recibió una formación musical sistemática y desde
temprana edad, comenzando con las lecciones de su madre, quien tenía un gran talento. Y
en fecha tan tardía como 1838 Schumann escribía esta cándida comparación entre el
pasado de Mendelssohn y el suyo propio:
Sé perfectamente cómo compararme a él como músico: podría estudiar durante años hasta
llegar a donde él llegó en sus estudios. Pero él también podría aprender algunas cosas de mí. Si
yo hubiese crecido bajo circunstancias similares a las suyas, destinado a la música desde niño,
les habría aventajado a todos8.
8 Jugendbriefe von Robert Schumann, ed. Clara Schumann (Leipzig, 1886), p- 283.
tinta a aquellas a las que se dedicaba la gente corriente, era aún reciente. A lo largo del
siglo XVIII la idea de un sistema de Bellas Artes se fue articulando cada vez más a través
de los escritos de Charles Batteux (Lex Beaux Arts Redúits a un meme principe, 1746),
Alexander Baumgarten (Aesthetica, 1750), e Inmanuel Kant (Critica de la Razón pura.
1790). A comienzos del siglo XIX era universalmente aceptada la necesidad de hablar de
"Arte" o de "Bellas Artes" como si sus integrantes (literatura, escultura, arquitectura,
pintura, música y quizás incluso la jardinería paisajística) tuviesen algo en común. Y los
filósofos del momento, como Kant, Schelling, Hegel y Schopenhauer, se afanaron en la
tarea de definir los principios, fines y significado de las Artes como un conjunto coherente.
Para los escritores de aquella época la estética era una disciplina muy seria, porque el
Arte, repentinamente, parecía tener mayor importancia que nunca hasta entonces. Tras el
deterioro sistemático de los viejos fundamentos de la creencia religiosa por parte de las
principales figuras del siglo XVIII, la "racionalidad" de las doctrinas ilustradas ofrecían en
su lugar sólo un refugio de carácter temporal. La devastación causada por la revolución y
la guerra desde 1780 hasta 1815 dejaron a la comunidad intelectual europea inmersa en
un desarraigo y desilusión considera bles. Algunos de ellos, como Friedrich Schlegel y
Francois Chateaubriand, recurrieron de nuevo a la religión; en Inglaterra en aquellos
momentos el movimiento metodista estaba haciendo grandes progresos. Para otros,
especialmente en Alemania, el Arte alcanzó una importancia tal que se convirtió en una
especie de religión de carácter profano; se consideraba que era capaz de proporcionar el
acceso a un nivel de realidad que trascendía los límites de la existencia de una persona
corriente. Hegel, en sus Ensayos sobre Estética (publicado con carácter póstumo en 1835-
38), consideraba a las Artes como la personificación del Geist, que para él era como una
especie de entidad primordial que encerraba en sí misma a la mente de los hombres y al
mismo universo. Shelley, en una romántica e intrépida visión del poeta —él mismo— como
reencarnación del Dios Apolo, escribió:
En el marco de estas concepciones tan exaltadas sobre el papel del Arte y de los
Artistas (y que resultaban a veces un tanto sombrías), la música pasó a ocupar un lugar
central. En 1813 E. T. A. Hoffmann declaraba que la música instrumental
Es la más romántica de todas las Artes —uno casi incluso puede afirmar que es la única
genuinamente romántica—, ya que su única materia es el infinito. La lira de Orfeo abrió las
puertas de Orcus —la música revela al hombre el dominio de lo desconocido, un mundo que no
tiene nada en común con el mundo exterior y sensual que le rodea, un mundo en el cual
abandona tras de sí todos los sentimientos determinados para rendirse al anhelo de lo
inexpresable10.
9Himno de Apolo, en The Complete Poetical Works of Percy Bysshe Shelley, ed. Thomas
Hutchingson (London, 1960), p. 613.
10 Oliver Strunk, ed., Source Readings in Music History (New York, 1950), pp. 775-76
Unos seis años mas tarde, en su Die Welt als Wille und Vorstellung, el filósofo
Schopenhauer expresaba, sin necesidad de un lenguaje tan metafórico, algo que
aparentemente estaba en la mente de Hoffmann. Al igual que todos los filósofos de
tradición platónica, Schopenhauer creía que el mundo poseía varios niveles de "realidad".
Los objetos tal y como los vemos, oímos y sentimos alrededor de nosotros son meros
fenómenos —datos de percepción sensitiva— y por tanto incapaces de informarnos sobre
la verdadera naturaleza de las cosas. En el otro extremo, y como la entidad más "real" en
el universo. Schopenhauer apunta a una especie de fuerza elemental, ciega y poderosa
que el llama Voluntad, la cual está representada en diferentes grados de imperfección en
las personas, objetos, ideas y acontecimientos que nos ocurren en este mundo. La
representación más adecuada de la Voluntad es la tradicional Idea platónica, el
pensamiento originario que es la razón fundamental de todos los fenómenos que
experimentamos. Pero incluso esta nos resulta inaccesible —excepto a través del Arte, ya
que el Arte nos proporciona la posibilidad de contemplar el nivel de la realidad
fundamental por encima de los objetos particulares—. Y un Arte en especial, la Música,
sobrepasa incluso esta realidad; va que es, de acuerdo con Schopenhauer, la "represen-
tación inmediata de la Voluntad". De este modo, esta definición del Arte se somete tanto al
concepto metafísico como al religioso. La verdad y la belleza, tal y como ocurre en la oda a
un Jarrón Griego de Keat, se convierten en una sola cosa. Y la música nos ofrece un reflejo
de la naturaleza esencial del universo, desconocido de cualquier otro modo.
Es improbable que la mayor parte de los compositores de comienzos del XIX
estuviesen de acuerdo con estos análisis filosóficos y literarios sobre su profesión (la obra
de Schopenhauer, publicada por vez primera en 1819, es raramente mencionada por otros
filósofos antes de mediados de siglo). Sin embargo. Schumann, por ejemplo, era un ávido
lector y admirador de Hoffmann; e ideas acerca de la música similares a aquellas de
Hoffmann y Schopenhauer se escuchaban en todas partes, especialmente en Alemania, al
menos desde 1810. La cita de Hoffmann que hemos seleccionado aparece por primera vez
en el Allgemeine musikalische Zeitung en 1810, en un ensayo sobre la Quinta Sinfonía de
Beethoven; del testi-monio de una carta que Beethoven envió a Hoffmann en 1820 se
infiere que el compositor estaba más o menos informado de lo que Hoffmann opinaba
sobre su obra. Pero mucho antes de eso, parece claro que Beethoven albergaba la idea de
una sublime —casi romántica— misión del compositor como artista que era. En 1801, en
un estado de mala salud y bajo la amenaza de perder el oído, Beethoven se traslada al
pueblecito de Heilingenstadt, a las afueras de Viena, para des-cansar y meditar. En un
momento de desesperación que casi le lleva al suicidio, el se abstuvo de quitarse la vida,
tal y como nos cuenta en el "Testamento de Heilingenstadt", porque la continuación de su
trabajo como artista era de importancia trascendental:
Oh, hombres que pensáis o decís que soy malévolo, testarudo y misántropo, cuán equivocados
estáis conmigo. No sabéis cuál es la causa secreta que me hace parecer de ese modo ante
vosotros... Debo vivir casi en soledad, como aquel que ha sido confinado, y puedo relacionarme
con la sociedad sólo en tanto en cuanto la necesidad de verdad lo demande... Qué humillación
para mi cuando aquel que estaba sentado al lado mío escuchó una flauta a lo lejos y yo no oí
nada , o cuando alguien es-
14
Portada de Europa, una profecía
realizada por el artista y poeta
romántico William Blake.
cuchó el canto de un pastor y, de nuevo, no oí nada. Ese tipo de incidentes me condujeron casi a
la desesperación, a poco más y hubiese acabado con mi vida —y fue solo mi arte lo que me lo
impidió—. Ah, me parecía imposible dejar este mundo sin haber antes parido todo aquello que
estaba dentro de mí11.
Esta consideración del artista como una especie de figura prometeica en la sociedad,
como si fuese el portador de un mensaje enviado al hombre por los dioses —y aun así
rechazado por aquella sociedad a la cual está destinado a servir— se fue afianzando cada
vez más entre los músicos y críticos musicales de comienzos del siglo XIX. Al mismo
tiempo le adjudicaba una posición especial que de mostraba la compensación a su
llamada. Tales puntos de vista conducían a la oposición entre "arte" y "entretenimiento", y
contribuyeron a la separación cada vez mas radical entre la música "seria" y la "popular"
que tuvo lugar durante este tiempo. También hizo que el compositor se empezase a
plantear ciertas preguntas: ¿a quién estaban destinadas sus obras: a sí mismo y a un
grupo selecto de соnocedores, o quizás a una posteridad más ilustrada? ¿O bien a aquel
público anónimo cuya aprobación podría proporcionarle popularidad e incluso un modo
de
11. Alexander Thayer, Thayer´s Life of Beethoven, rev. Elliot Forbes (Princeton 1964), pp.304-5.
vida? Las carreras de muchos de los compositores más importantes del siglo XIX, Weber,
Berlioz, Schumann, Liszt y Wagner, entre ellos, muestran las consecuencias de este
problema. Una prueba de ello es el extraordinario volumen de prosa de carácter
apologético, didáctico y propagandístico escrita por los compositores de la época
(precisamente los cinco anteriores fueron autores prolíficos); si el triunfo y la
supervivencia dependían del público, quizás aquel público debía ser seducido a través de
las pertinentes explicaciones e incentivos oportunos.
Otro elemento importante en la vida intelectual del momento, que ejerció una
poderosa influencia sobre los compositores y su música a comienzos de siglo, es el
fenómeno conocido con el nombre de "historicismo". Durante este período muchas
tentativas humanistas reflejaban en sí mismas una perspectiva histórica alterada y una
enérgica reafirmación de los logros de épocas pasadas. La civilización de la Edad Media,
hasta entonces desprestigiada, fue objeto de todo tipo de reinterpretaciones positivas. Ello
dio fruto a una auténtica admiración hacia escritores como Dante, Shakespeare y
Cervantes, quienes se mantuvieron al margen de la influencia de la tradición clásica
canonizada por las reglas de la academia francesa. Este movimiento también tuvo unas
consecuencias profundas y permanentes en la música.
Las obras de arte cuya existencia, en el más estricto sentido del término, dependiese
de una continua recreación a través de la interpretación continuada tenían una
expectativa de vida más bien efímera. La música en virtud de su naturaleza es más frágil
que los objetos perdurables como las esculturas y pinturas, por ejemplo. A finales de la
Edad Media los estilos musicales permanecían vigentes por tan poco tiempo que la
notación de una generación resultaba muy difícil de descifrar a los músicos de la siguiente
generación; los manuscritos musicales de tan solo unas décadas de antigüedad eran a
menudo desmembrados para realizar anteportadas y pastas para volúmenes nuevos. En
1447 el influyente compositor y teórico musical Johannes Tinctoris, capellán del rey
Fernando I de Nápoles, escribió:
Aunque parezca increíble, no existe una sola pieza de música que no haya sido compuesta en los
últimos cuarenta años, que sea estimada por los instruidos como de digna de ser escuchada12.
Durante las tres décadas que sucedieron a la muerte de Tinctoris, las obras musicales
seguirían considerándose como algo efímero, tal y como queda patente en su testimonio.
Había, desde luego, algunas excepciones. En la iglesia Católica el canto llano de la Edad
Media continuó utilizándose, de una u otra forma, para uso diario. Y las composiciones
polifónicas de autores del siglo XVI como Palestrina, aprobadas por el Concilio de Trento
(1545-1563) fueron conscientemente preservadas e imitadas en el seno de la Iglesia
(coexistiendo al mismo tiempo con otros estilos) hasta bien entrado el siglo XIX.
Pero aparte de esto, los europeos rara vez escuchaban música de épocas precedentes.
Las óperas, en particular, eran compuestas, representadas algunas veces
hoven, no les faltaba razón; las sinfonías de Beethoven aun se escuchaban en las salas de
concierto de toda Europa, estableciendo un listón muy alto a partir del cual se juzgaba la
obra del resto de los compositores. Lo mismo les ocurría, aunque en menor medida a los
compositores de música para órgano en relación a Bach y a los compositores de oratorios
c o n respecto a Haendel. Lo s géneros tradicionales de música instrumental no fueron
cultivados sistemáticamente por los compositores jóvenes en las primeras décadas del
siglo XIX. Las sintonías, las sonatas y los conciertos fueron desplazados en gran medida
por una intensa proliferación de obras de pequeñas dimensiones y de variada procedencia:
música relacionada con la danza, fantasías, baladas, intermezzos y similares. La mayor
parte de los primeros románticos tardaron mucho tiempo en familiarizarse con las grandes
formas tradicionales; y las formas que se habían convertido en símbolo de la tradición
parecían ser patrimonio de aquellos compositores que las habían convertido en lo que
eran.
Si bien los compositores románticos alguna vez se sentían intimidados por los
gigantes del siglo XVIII, lo cierto es que la continua actualité 13 de estilos anterio-
13 N.
del T. De nuevo el autor utiliza un galicismo. En la traducción hemos respetado el matiz que impone la
expresión francesa. Creemos que para cualquier lector español son fácilmente comprensibles.
res ejerció al mismo tiempo de estímulo importante, y el resultado sería positivo. Es difícil
sobreestimar la influencia de la recién recuperada música de Bach en la conciencia
musical de Romanticismo. Beethoven, Schumann y Brahms están en deuda con Bach en
lo que respecta tanto a la formación como a la maduración de su estilo. Los compositores
de comienzos del siglo XIX solían ver a Bach como a un genio asilado, como una fuente
singular e inagotable de técnica musical, pero también como el creador de calidades
poéticas inefables similares a las que observaban en la música de su tiempo. Robert
Schumann, charlando en una oca-sión sobre una colección de música para teclado de los
siglos XVII y XVIII, no pudo resistirse a realizar comparaciones con la música de Bach:
En un gran momento en el que todos los ojos están puestos intensamente sobre uno de los más
grandes creadores de todos los tiempos, Johann Sebastian Bach, debo también llamar la
atención sobre sus contemporáneos. En lo que se refiere a la composición de música para
órgano y piano, afirmo con total seguridad que ningún mú sico de su siglo puede compararse con
él. De hecho, en lo que a mí concierne, todo lo demás me parece infantil, en comparación a las
realizaciones de esta figura gigantesca14.
Y en una carta escrita a un amigo suyo, nos proporciona una afirmación explícita —
quizás una exageración— acerca de la deuda que el compositor romántico había contraído
con Bach:
Schumann y, como él, muchos otros músicos románticos realizaron una inter-
pretación muy especifica y personal de la historia que ellos conocían. Engrandecieron a
algunas figuras históricas como Bach, Beethoven e incluso Palestrina, considerándolas
como espejos donde mirarse y encontrar tan sólo pálidos reflejos de sí misinos. En
algunos casos —por ejemplo, en el conocido Ave María de Gounod, basada en el primer
Preludio de El Clave bien Temperado, o en los arreglos de las sonatas para piano de Mozart
realizados por Grieg— los modelos históricos fueron desfigurados a través de una
recreación romántica. Pero en el desarrollo general de un estilo musical romántico, la
aportación de la música de épocas anteriores —especialmente las prácticas compositivas
del barroco— fue saludable y esencial. Las armonías expresivas que son consideradas
como un lenguaje específico, lingua franca, de la música del siglo XIX, habrían sido
impensables sin el cromatismo y las dominantes secundarias de Bach. La integridad de la
estructura y la escritura por partes16 ambicionadas por los músicos desde Schubert
19
hasta Reger, desde Berlioz a Saint-Saëns, era consecuencia natural de la continua
presencia de las autoridades del pasado entendidas como modelos a imitar. La memoria
musical colectiva de cuarenta años máximo, descrita por Tinctoris, fue doblada, triplicada
y cuadruplicada a medida que avanzaba el siglo XIX. Se estaba desarrollando una elevada
conciencia histórica que informaría y transformaría en muchos sentidos la cultura
musical de toda una Era.
" "
17 "On the Discrimination of Romanticisms", Papers of the Modern Language Association, 39
(1924): 229 253. Reeditado en Essays in the History of Ideas (Baltimore, 1948).
de la música de finales del siglo XVIII), que nosotros identificamos con lo que se suele
llamar música "romántica".
Lo "Romántico" se relaciona, por lo general, con lo que se supone su oponente: lo
"Clásico" (que procede del latin classicus, "de primera clase"). Este término ha sido
utilizado en crítica literaria desde el siglo XVII para denominar a un conjunto de valores
establecidos —particularmente aquellas normas procedentes de la antigüedad tales como
el equilibrio, limitación, la observación del decoro y el gusto—. Lo "Clásico" se instaló en el
vocabulario de la critica musical algún tiempo después que el concepto de lo "Romántico";
fue, de hecho, en la década de los años veinte y treinta del siglo XIX, y, aparentemente,
como un producto de las discusiones que tenían lugar entonces en los círculos literarios
alemanes acerca del binomio "clasico-romántico", cuando el término comienza a designar
a aquellos estilos musicales dominantes a finales del siglo XVIII. Parece que fue el influ-
yente crítico musical de Leipzig, Amadeus Wendt, el primero en definir en 1836 un
"período clásico" que consistía casi exclusivamente en las obras de Haydn, Mozart y
Beethoven18. Una definición que, para bien o para mal, estaba destinada a sobrevivir
hasta aproximadamente finales de siglo o incluso algo más.
Pero es probablemente un error pensar en un "período clásico", que se desarrolla a
finales del siglo XVIII, seguido de uno "romántico" y opuesto a aquél. Todos los intentos de
realizar procesos de delimitación y clasificación históricas llevan implícito un cierto grado
de simplificación histórica. Aun así, las dificultades en este caso son aún más profundas.
Hoy en día se va tomando conciencia de que los rasgos estilísticos que asociamos
tradicionalmente con la música "clásica" —la regularidad métrica, una sintaxis armónica
circunscrita al diatonismo, una textura generalmente homofónica, y un ritmo armónico
lento— persisten en gran parte en la práctica musical del siglo XIX. Y, asimismo, las
características que consideramos como "románticas" se encuentran fácilmente en la
música del siglo XVIII: en las obras para teclado de C. P. E. Bach, por ejemplo; en las
llamadas Sinfonías del Sturm und Drang de Haydn (compuestas entre 1768 y 1773). y en
algunas obras instrumentales de Mozart y Clementi de la década de 1780-1790. El
historiador de la música Friedrich Blume ha apuntado la existencia de una especie de
"canon estilístico" subterráneo que se refiere a los rasgos elementales de un estilo musical
(ordenación métrica, armonía, melodía y estructuras formales) al cual se ajusta la música
europea de finales del siglo XVIII y siglo XIX, y que hace que tengamos que considerar a
este período como uno sólo:
El clasicismo y el romanticismo forman una unidad en la historia de la música. Son dos aspectos
de un mismo fenómeno musical, del mismo modo que constituyen dos aspectos distintos de un
único período histórico19.
18 Ueber den gegenwärtigen Zustand del Musik besonders in Deutschland und wie er qeworden. Eine
beurtheilende Schilderung (Göttingen, 1836), pp. 3-7.
21
preciso en el que uno termina y el otro comienza —y, por tanto, tampoco hay un punto
concreto a partir del cual se debe iniciar el estudio de la música romántica—. Por todo
ello, nosotros abordaremos este estudio partiendo de las obras de un Beethoven maduro
escritas en Viena después del año 1792, fecha en la que se traslada a la citada ciudad.
Las obras de Beethoven ejercieron una influencia importantísima en los principios y
prácticas musicales del siglo XIX, más que las de ningún otro compositor. Los músicos del
Romanticismo, casi con total unanimidad, le consideraron como un músico romántico. De
hecho, ello condujo a una consecuencia fundamental: a pesar Clasicismo Vienés.