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BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

77

P. PIERRE PELLEPRAT, S. J.

Relato de las Misiones


de los Padres de la Compañía de Jesús en las Islas
y en Tierra Firme de America Meridional

ESTUDIO PRELIMINAR
por
JOSÉ DEL REY, S. J.

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FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA


C A R A C A S - 1965
BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA
NACIONAL DE LA HISTORIA
ÍNDICE

Estudio preliminar IX
Notas bibliográficas xxni
Apuntes biográficos XLVIII
Fuentes bibliográficas citadas LIX

A Monseñor Nicolás Fouquet, caballero, Vizconde de Melum, Ministro de


Estado, Sobreintendente de las Finanzas, Procurador General del Rey 3
Extracto del Privilegio del Rey 5
Permiso del Reverendo Padre Provincial 6
índice de los capítulos contenidos en este libro 7

PRIMERA PARTE

De las Islas de América.

Capítulo Primero — Del País en general 9


Capítulo Segundo — Del viaje de nuestros Padres a las Islas y sus empleos 13
Capítulo Tercero - De la conversión de los herejes 18
Capítulo Cuarto — De las Misiones que nuestros Padres han hecho en las
Islas vecinas para la asistencia de los franceses 21
Capítulo Quinto — De la misión irlandesa 24
Capítulo Sexto — De la instrucción de los negros y de los salvajes esclavos 29
Capítulo Séptimo - Misiones de los salvajes de Martinica y de San Vicente 36
Capítulo Octavo — El asesinato de los Padres Aubergeón, Gueimu y de dos
jóvenes franceses que les acompañaban 41

SEGUNDA P A R T E

Retato de las Misiones de los Padres de la Compañía de Jesús en Tierra Firme


de América Meridional.

Capítulo Primero — Primer viaje del Padre Mesland a Tierra Firme.


Descripción del País 47
Capítulo Segundo - Segundo viaje del Padre Mesland a Tierra Firme y
lo que nos ocurrió en el camino 53
112 ÍNDICE

Capítulo Tercero — Nuestra llegada a Guarapiche y partida del P . Mesland


para Santo Tomás 57
Capítulo Cuarto — De las ventajas y de las maravillas de este país 61
Capítulo Quinto — Continuación de la misma materia 66
Capítulo Sexto — Del gran número de Salvajes de estas regiones y de su
policía 68
Capítulo Séptimo — De sus costumbres 72
Capítulo Octavo — D e sus costumbres y de sus disposiciones para recibir
la fe 76
Capítulo Noveno - MÍ ocupación en Tierra Firme 82
Capítulo Décimo — De los Bautismos que hemos hecho en Guarapiche . . 87
Capítulo Once — Los Salvajes piden que vayan franceses a sus tierras . . 89
Capítulo Doce - M i partida de Guarapiche para las Islas y mi regreso a
Francia 93
Extracto de u n a carta 97
índices 99
Relato de las Misiones
de los Padres de la Compañía de Jesús en las Islas
y en Tierra Firme de América Meridional.
Director de la Academia Nacional de la Historia:

Cristóbal L, Mendoza

Comisión Editora:
Héctor García Chuecos
Carlos Felice Cardot
Guillermo Morón
Joaquín Gabaldón Márquez
Mario Briceño Perozo

Director de Publicaciones:

Guillermo Morón
BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
7 7 —

P. PIERRE PELLEPRAT, S. J.

Relato de las Misiones


de los Padres de la Compañía de Jesús en las Islas
y en Tierra Firme de America Meridional

ESTUDIO PRELIMINAR
por
JOSÉ DEL REY, S. J.

FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA


CARACAS - 1965
Copyright by
ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
Caracas, 1965

Impreso en V e n e z u e l a por I t a l g r á f l c a , C. A., T e l é f o n o 4 1 . 2 6 . 8 6 , Caracas


:

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I
ESTUDIO PRELIMINAR
La Academia de la Historia en su colección de « Fuentes para
la Historia Colonial de Venezuela » ha ido otorgando una amplia
acogida a una serie de cronistas y escritores hasta hoy inéditos o
desconocidos en Venezuela; uno de estos es el jesuíta francés Pedro
Pelleprat {1606-1667).
La obra del P. Pelleprat estrena la contribución de la Compañía
de Jesús al estudio y redescubrimiento de Venezuela; históricamente
analiza tos intentos, hasta hoy desconocidos, de los jesuítas franceses
por instalarse en la fachada atlántica de Venezuela y arroja luz de-
cisiva sobre la incierta personalidad del sabio cartesiano Denis Mes-
land enduendada por los escritores posteriores; aporta finalmente
interesantes datos para la Geografía, la Etnología y el folklore del
oriente venezolano.
Dentro del cuadro de escritores jesuíticos representa Pelleprat un
curioso pórtico o introducción a la hístoriología de la Compañía de
Jesús en Venezuela; por lo tanto no estará demás el trazar las grandes
líneas que ubican a este equipo de hombres que desarrollaron su
actividad literaria de 1655 a 1784. Mas para llegar al concepto de
Historiografía jesuítica venezolana se requiere el conocimiento de
una serie de obras todavía inéditas que tanto histórica como ideoló-
gicamente contribuirán a un mejor enjuiciamiento de la literatura
escrita.
Entre los factores previos, introductorios al estudio historiológico,
consideraremos las coordenadas Geografía e Historia, espacio y tiempo,
en su sentido más universal.
Factores históricos. — Los marcos cronológicos de la Historia
jesuítica en Venezuela son básicos para interpretar una obra de
cualidades y alcances tan desiguales.
XII ESTUDIO PRELIMINAR

El proceso de penetración y enraízamiento de los jesuítas en


Venezuela obedece a diversos tipos de mentalidades {predominio de
los colegios o más bien preferencia de las misiones) con su proble-
mática consecuente; así se explican los cuatro intentos de penetración:
los tres primeros dependientes del Nuevo Reino de Granada y el
cuarto, aislado y aventurero, proveniente de las islas francesas del
Caribe.
— Línea urbana, — La fundación del Colegio de Marida en 16281
abrió las posibilidades de expansión cultural hacia Maracaibo por
una parte, e insinuó por otra la atracción de Caracas pasando por
Trufitlo2 y Coro. Desgraciadamente el siglo XVII jesuítico olvidó
pronto este germinar cultural de las zonas urbanas para abrir paso
al impulso misionero.
—Línea llanera. — Proceso de expansión neogranadina hacia los
Llanos con una orientación vertical al Orinoco comprendida en dos
grandes etapas: la de 1625-1628 y la definitiva de 1661-1767.
—Foco guayanés. — Se caracteriza por una continuada inconsis-
tencia a pesar de la insistente tenacidad de algunos miembros de la
Compañía de Jesás por reestructurar las misiones venezolanas con
base en la desmantelada Guayana. La inician en 1646z los PP. An-
drés Ignacio y Alonso Fernández y fenece definitivamente en 1681.a
—Intento del Guarapiche. — Se lleva a cabo por los jesuítas fran-
ceses en 1651.5 En 1654 se fusiona con la misión de Guay ana.
Históricamente podríamos establecer los siguientes estratos:
—Misión de los Llanos: 1661-1767. — 106 años hábiles de His-
toria, con un proceso normal de desarrollo. Mercado, Rivero y Cassaní
se han ocupado largamente de esta extensión histórica, concretamente
hasta 1740.

1 P E D R O DE MERCADO, S. J., Historia de La Provincia del Nuevo Reino y


Quito de la Compañía de Jesás. Bogotá, 1957, I I , 7.
2 J O S É DEL R E Y , TrujUlo encrucijada jesuítica. « S I C » (1958), 319-322.
3 Archivo de la Compañía de Jesús en Quito. Legajo 3.
4 JUAN M . PACHECO, S. J., Los jesuítas en Colombia. Bogotá (1959), I I , 387.
5 P I E R R E P E L L E P R A T , Relaüon des Missions des Peres de la Compagnie
de Jesús dans ¿es lies et dans la ierre Ferme de l'Améríque méridionale. Cfr. 2 a
parte, capítulo I o .
ESTUDIO PRELIMINAR XIII

— Misión del Orinoco. — Podemos diferenciar tres etapas:


1- Los Intentos del XVII: 1669, 1679, 1681, 1691, 1694}
2a El letargo de 1694-1731.
3& Conquista definitiva: 1731-1767: 36 años hábiles.
Es la etapa por hacer bibliográfica e históricamente. Su estudio
tiene más Importancia científica que misional. Hay que Incluir ade-
más la obra de los jesuítas venezolanos en Italia.
— Misión Oriental: La más azarosa e irregular de las misiones.
En la biografía de la cronología cabe distinguir:
El siglo XVII: medio siglo de extensión; una historia agitada,
heroica, de grandes proyectos: una hlstorlotogía documental, cronl-
clsta y autónoma.
Hacia 1650 la Compañía de Jesás concentra una gran ofensiva
misional desde dos focos estratégicos: Guayana y los Llanos. Pero
la tentativa piloto de Guarapíche-Guayana fracasaría en 1681; la
penetración de los jesuítas franceses en el Oriente alarmó a tas auto-
ridades españolas que torpedearon no sólo los proyectos sino la obra
de su audaz pionero Denls Mesland.
Esta actitud recelosa de la corona española ante la proyección
misional de los jesuítas franceses sobre nuestro Oriente, se explica
por el riesgo de expansión gálica — contrabando y conquista —
en el costado más desabrigado de la Nueva Andalucía.
La restauración de las misiones llaneras sigue, en una trayectoria
más prolongada, el mismo derrotero que la acción guayanesa. El
gran frenazo caribe neutraliza por medio siglo las sucesivas Inten-
ciones de mlslonallzaclón del Orinoco al no poder realizar el plan
Monteverde2 que consistía en dotar a Santo Tomé de Guayana de un
centro cerebro que desdoblará con mayor energía el arranque jesuítico
independiente de la Nueva Granada y a la vez se Inauguraba la aper-
tura de una vía comercial de gran porvenir para la Metrópoli.

1 J U A N R I V E R O , S. ]., Historia de las misiones de tos Llanos de Casanare


y de Los ríos Orinoco y Meta. Bogotá (1956). Cfr. el libro IV, donde se describen
largamente todos los intentos.
2 J. R. FAJARDO, El ensueño de un jesuíta aventurero. « S I C » (Caracas,
1956) 378-382.
XIV ESTUDIO PRELIMINAR

En reumen: esta obsesión habría de sentenciar durante todo el


siglo XVII el estancamiento en los Andes de la gran fuerza cultural:
los Colegios, que con tan optimistas perspectivas se habían augurado
en Mérida, al polarizar el esfuerzo humano en el área de población
más olvidada de Venezuela.
El siglo XVIII se abre dentro de la historia interna de la Com-
pañía de Jesús con perspectivas de fervoroso vitalismo.
En esta época se observa una nueva orientación respecto a las
directrices jesuítico-venezolanas, llegando a constituirse en una pre-
ocupación el arraigarse en todas tas principales ciudades; Caracas
se convierte en la obsesión dieciochesca.
En la situación misional la década que va del 1705 al 1715 supone
un período estacionario y de repliegue a los Llanos de Casanare.
Las causas de este estancamiento: la falta de sujetos, el frenazo caribe;
el fracaso del plan Monteverde; la dependencia de Santa Fe; la inade-
cuación al medio y una especie de derrota psicológica ante las difi-
cultades y reveses misionales. Otra etapa estará presidida por la
gigantesca actividad de Gumilla y se encauzará de forma definitiva
con la fundación de Cabruta en 1740 por el P. Rotelta en las bocas
del Apure. La empresa restauradora la lleva a cabo la gran generación:
Gumilla, Lubián, Gdi, Rivero, Román, Rotella . . . , hombres fra-
guados en toda clase de polémicas, de genio y temperamento literarios
que hermanaron una ideología- audaz con una metodología misionera
vanguardista.
El profundizar en los fundamentos de la gran generación podría
iluminar el sentido trascendente de la obra generacional.
El grupo íntegro, a excepción de Cassani, procede del ambiente
universitario y precisamente de uno de los centros de estudio más
prestigiosos de aquel entonces: la Universidad Javeriana de Bogotá.
Esa formación intelectual de rango científico, la vivencia de inquie-
tudes trascendentales y esa audacia propia de las aulas universitarias
explican no sólo la revitalización de las misiones sino también la nueva
orientación historiográfica.
Intentando un balance histórico, podríamos hablar de «grupos
generacionales », de proyectos irrealizados y de grandes personali-
dades, más que de obras y realizaciones históricas propiamente dichas.
¿Tenían capacidad los Llanos y el Orinoco para la creación de un
nuevo Paraguay? Creemos que no; incluso la correspondencia Gumilla-
ESTUDIO PRELIMINAR XV

Román nos hace pensar en un tipo nuevo de civilización bastante


diferente al de las reducciones guaraníes.
Por otra parte, tos espacios temporales son tan escasos que no
hubo tiempo para crear una tradición y consiguientemente para
alcanzar una perspectiva histórica. De aquí que parezcan los misio-
neros, aun en el siglo XVIII, reacios a « hacer historia »; para estos
equipos misionales había algo más vital que el ponerse a escribir
sobre lo que era su vida ordinaria: era el futuro, la cristianización y
la culturización de la Orinoquia, e incluso el ansia de revelar ese
mundo deslumbrador.
El problema de hacer historia se complica al aceptar como nervios
históricos de la obra jesuítica, no las estructuras estables, sino las
grandes personalidades de las generaciones del XVII (Monteverde,
Neira, Dadey, Mesland. . . ) y las del XVIII {Cavarte, Gumilla,
Rivero, Rotella, Román . .).

Factores geográficos. — La perspectiva geográfica en la estruc-


tura-de los escritos jesuíticos tiene un alcance insospechado. Su ámbito
de influjo penetra no sólo gran parte de la temática literaria, sino
que incluso llega a constituirse en un factor imprescindible de la
ideología.
El punto de partida es la Orinoquia con su hombre repartido en
un mosaico de naciones, idiomas, costumbres y que no ha logrado
superar el reto de la naturaleza.
Historia y Geografía son conceptos ínter dependientes. Y esta
« perspectiva geográfica » no hay que perderla de vista en la biografía
de la Orinoquia, tanto en su aspecto estático: cuando la constante
geográfica se traduce en una infraestructura hostil y disgregativa;
como en el dinámico: cuando las planificaciones jesuíticas enfrentan
con optimismo el reto de la naturaleza y la lucha del hombre contra
los influjos climático-raciales.
La meta geográfica es un « continente venezolano » dominado por
el hombre, con una economía saneada, una colonización inteligente
y un mestizaje cristiano.
Esta Geografía del futuro fue un quehacer elaborado por diversas
generaciones. Los pensadores misionales reflexionaron sobre los más
variados intentos capaces de superar el desequilibrio impuesto por el
medio y que aniquilaba toda organización política estable y todo

2
XVI ESTUDIO PRELIMINAR

pensamiento espiritual elevado. Sobre los proyectos de Monteverde,


Gumllla, Rotella, existe literatura aunque escasa.1
Una visión general de la producción escrita ayudara sin duda a
comprender los rasgos esenciales de la Historia jesuítica en Venezuela,
sus dimensiones y lagunas a lo largo del tiempo. Sintetizamos todo el
material en dos grandes apartados: obras editas y obras Inéditas.

a) Obras editas.
— 1655. Pelleprat: Relatlon des Mlsslons des Peres de la Com-
pagnle de Jésus dans les lies et dans la Terre Ferme de l'Amérlque
Merldlonale. {París).
— 1683. Mercado: Historia de la Provincia del Nuevo Reino
y Quito de la Compañía de Jesús.
{Editada por primera vez en Bogotá, 1957).
— 1693. Martínez Rublo J.: Retallo de statu praesentl mlsslo-
num quas Planorum et Orlnocl vocant, occaslone capta ab eo quod
P. Vlncentlus Lo verso Infldellum man ¿bus slt Intereptus.
{Publicado en Annall Lateranensl IV [1940] 145-158).
— 1715. Tapia, Matías: Mudo lamento de la vastísima y nume-
rosa Gentilidad que habita tas dilatadas márgenes del caudaloso
Orinoco, su origen y sus vertientes, a los piadosos oídos de la Majestad
Católica de las Españas, nuestro Señor Don Felipe Quinto {que Dios
guarde).
{Gumllla: El Orinoco Ilustrado, p. 229. Edlc. P. Baile. Strelt:
Blbllotheca Mlsslonum, III, 28 y 31).
— 1729. Rlvero: Historia de las Misiones de los Llanos de
Casanare y los ríos Orinoco y Meta.
{Publicado por vez primera en Bogotá, 1883).
— 1739. Gumllla: Breve noticia de la apostólica y ejemplar vida
del angelical y V. P. Juan de Rlvero, de la Compañía de Jesús,
Apostólico Misionero del Nuevo Reino de Granada. {Madrid, 1739).
— Informe que hace a su Magestad en su Real y Supremo Consejo
de las Indias el Padre Joseph Gumllla, de la Compañía de Jesús. . .

1 Para ROTELLA, cfr. D E M E T R I O RAMOS, Las misiones del Orinoco a la luz


de pugnas territoriales (s. X V I I y X V I I I ) . « Anuario de Estudios Americanos »
X I I (1953) 9 y ss.
P a r a GUMILLA, cfr. nuestro artículo: El P. José Gunidla: un sociólogo audaz
y un americanista olvidado. « Revista Javeriana » (Bogotá, 1958) 5-22.
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ESTUDIO PRELIMINAR XVII

sobre impedir a los indios caribes y a los holandeses las hostilidades


que experimentan las Colonias del gran río Orinoco, y los medios
más oportunos para este jin. {Madrid).
•— 1741. Cassani: Historia de la Provincia de la Compañía de
Jesús del Nuevo Reino de Granada en la América. Descripción y
relación exacta de sus gloriosas misiones en el Reyno, Llanos, Meta
y Río Orinoco. Almas y terreno que han conquistado sus misioneros
para Dios, aumento de la cristiandad y extensión de los dominios de
su Majestad Católica. {Madrid).
— 1741. Gumilla: El Orinoco ilustrado. Historia natural y civil
y geográfica de este gran río y de sus caudalosas vertientes: Govierno,
usos y costumbres de los indios sus habitadores, con nuevas y útiles
noticias de Animales, árboles, frutos, aceytes, resinas, yerbas, y raices
medicinales: y sobre todo hallarán conversiones muy singulares a
nuestra Santa Fe y casos de mucha edificación. {Madrid).
— 1780-1784. Gili: Saggio di Storia Americana, o sia Storia
Naturale, Civile e Sacra dei regni o delle provincie spagnuole di
Terra Ferma nell} America meridionale. {Roma).

b) Obras inéditas.

Prescindimos en esta enumeración:


— De las Cartas Anuas: documentos de primera mano y de
valor incalculable.
— De las cartas de los Padres Generales de la Compañía de
Jesús en las que se hace eco de la correspondencia de los Superiores
locales y sus principales problemas.
— De tas Relaciones y Memoriales de los misioneros, destinadlos
en general o a las autoridades eclesiásticas o a las civiles.
— De tas carta*? de los misioneros.
— De ta abundante literatura filológica que germina a lo largo
del siglo de historia misional.
—• Y finalmente, de los aportes cartográficos.
•— 1690. Altamirano: Commentarii eorum quae gesta sunt a Pa-
tribus Societatis lesu Provinciae Novi Regni Granatensis ab anno
millesimo sexcentésimo octogésimo quarto ad annum millesium sexcen-
tessimum nonagesimum.
{Archivum romanum Societatis Jesu. Roma).
XVIII ESTUDIO PRELIMINAR

— 1724. Gamillo,: Breve noticia del P. Cavarte.


{Cjr. Rlvero: Historia de las Misiones, 409).
•— 1744. Román: Descubrimiento de la comunicación del Ori-
noco con el Marañón y relación que hace el P. Román de su viaje
de Carlchana al río Negro desde el 4 de febrero hasta el 15 de octubre
de 1744.
{Cjr. Archivo de Indias. También Archivo de Simancas. Sec.
Estado. Leg. 7.597, jois. 8 y 9).
— 1749. Gumllta: Anotaciones al Orinoco Ilustrado.
{Cjr. GUI: Sagglo di Storla Americana, I, 28).
— 1766? Lublán: Historia del Orinoco.
-— 1767? Apéndice a la real expedición de Límites entre los
dominios de España y Portugal.
{Cjr. Hervás y Panduro. Biblioteca Jesuítica, I. Hervás dice que
estos manuscritos quedaron dispuestos para la Impresión en América
cuando la expulsión: 1766?; 1767?).
•— GUI: Anécdotas americanas.
Antigua religión de los americanos.
{Cjr, José Abel Salazar. El P. GUI y su ensayo de historia ame-
ricana. « Mlsslonalla Hispánica », 255).
Así pues, aunque aparentemente la hlstorlología abarcaría 150
años de extensión, sin embargo la Obra de Pelleprat conviene consi-
derarla aislada e Independientemente de la evolución general; por lo
tanto podríamos establecer como límites reales los años 1685-1784 es
decir un siglo.
A simple vista es jácll detectar dos grandes lagunas: la de 1695-
1715 y la que se extiende de 1741 a 1780. Históricamente estas épocas
están por hacer.
¿En esta producción literaria secular, se puede hablar de una
evolución hlstorlográjlca?
En 1598 proponía el P. Aquavlva el siguiente plan para las
Historias de la Compañía de Jesús:
1) Fundaciones de los colegios y casas.
Nombres de los jundadores; progresos y crecimiento de ellas.
2) Aprobación y javor de sus ciudades y pueblos.
5) Bienhechores Insignes y javorecedores.
4) Sucesos adversos y prósperos de la Compañía.
ESTUDIO P R E L I M I N A R XIX

5) Virtudes y hechos de varones Ilustres que han muerto en la


Compañía.
6) Vocaciones Ilustres y extraordinarias.
7) Mudanzas y conversiones notables logradas con nuestros mi-
nisterios.
8) Sucesos desastrosos de personas que han salido de la Com-
pañía.1
No sabemos por el momento de otro documento jesuítico que regule
la producción literaria de los siglos XVII y XVIII. Con todo, el
dieciocho esta Invadido por una verdadera floración de obras, temas,
ensayos y personalidades. Nos parece que Influyen en este proceso:
el florecimiento de tas Universidades jesuíticas del continente; la
rivalidad Intelectual entre jesuítas y dominicos; el Influjo directo
cultural centroeuropeo por medio de sus misioneros; ademas algunos
jesuítas al ser miembros de la Inquisición recibían bastantes consultas
que tenían que contestar y solucionar: de ahí el deseo de poner por
escrito todas sus respuestas.
Señalar las etapas evolutivas no deja de ofrecer sus dificultades
método lógicas.
Ideológicamente podemos establecer cuatro etapas perfectamente
diferenciadas. El grupo del XVII: Pelleprat y Mercado. El binomio
clásico: Rlvero y Cassanl. La nueva historia: Gumllla y Glll. Los
Inéditos: Lublán, Román y las obras desconocidas de Gumllla y Glll.
Y como un apéndice la relevante personalidad del polígrafo zullano
Alejandro Mas y Rubí, la presencia venezolana en la primera enci-
clopedia sudamericana del P. Cotetl.2
Cronológicamente el siglo XVII es autónomo y simple. La difi-
cultad surge al encuadrar la gran generación que tiene su punto de
confluencia hacia el año 1741, fecha de la aparición del Orinoco
Ilustrado; de la Historia del Nuevo Reino de Cassanl; de la conquista
de Glll por Gumllla para tierras venezolanas; del descubrimiento del
Caslqulare por Román; de la fundación de Cabruta por Roiella como
resolución de esa constante geo-hlstórlca que por casi una centuria

1 FRANCISCO M A T E O S , Introducción a la historia general de la Compañía


de Jesás en ¿a Provincia del Pera. I, 83.
2 JUAN DOMINGO C O L E T I , Dizionario Storico-Geografico dell* America me-
ridionale. Venezia, 1771. (Cfr. nuestro artículo: La primera Enciclopedia sud-
americana? « Latinoamérica » (Méjico, 1958) 31-33.
XX ESTUDIO PRELIMINAR

había provocado una problemática al parecer insalvable... y se


extiende más allá de los días de la extinción. Hacer coincidir obras
cualitativamente tan diversas y clasificadas según una ley de con-
jetura para incluir la extensa zona inédita nos llevaría a una rea-
lidad, inauténtica e intranscendente.
Existe a todas luces una interesante evolución historiológica. Mer-
cado sigue casi al píe de la letra la instrucción del P. Aquaviva. En
Rivero se impone una sana estructura cronológica, en donde los estudios
que hace del paisaje y sus hombres prenuncia la nueva orientación
a-histórica y más antropo-geográjica de sus sucesores. Del Orinoco
Ilustrado al Saggio di Storia Americana se progresa hacia el cien-
tijismo, explicable por las circunstancias del exilio religioso en Italia.
Hay que anotar que la Historia-Crónica {Rivero y Cassani)
coexiste juntamente con la etapa « reflexiva », en la que abandonando
la crónica religiosa se dialoga con la nación y con los grandes pro-
blemas nacionales (Gamillo). Esto supone que la tradición misionera
había madurado en su ideología y sentía necesidad de « rejlexionar »;
y que por otra parte la jaita de perspectiva histórica escrita acelera
la redacción de las obras de Rivero y Cassani. La publicación seguirá
un orden inverso: Cassani (1741); Rivero (1885); Mercado (1957).
Si consideramos el jin con que se redactaron estas obras y las
juentes que utilizaron para su elaboración, serájácil comprender las
variantes de su temática.
El denominador común de todos los historiógrafos se mueve dentro
de un sentido « apologético »; apología de los hechos y de los hombres
de la Compañía de Jesús en el proceso de cristianización de los in-
dígenas; apología de una nación irredenta que necesita obreros mi-
sionales que culturicen y cristianicen; o incluso apología de la obra
realizada en América para poder sobrevivir en el destierro europeo.
Dos son los puntos iniciales de la estructuración literaria; la
crónica de una orden religiosa y el ensayo de interpretación de la
Orinoquia. Naturalmente concluyen en visiones y perspectivas d¿-
jerentes.
En los cronistas, especialmente en Rivero, se da una proporción
entre Historia, paisaje y hombre. En Gumilla y Gili las inquietudes
intelectuales establecen una relación más projunda entre la Orinoquia
y sus posibilidades, el hombre de la Orinoquia y su juturo.
Con todo para hablar de la ideología jesuítica es necesario recurrir
a otras juentes. Las jrecuentes cartas de los misioneros; los memo-
riales dirigidos a las autoridades eclesiásticas y civiles; las relaciones
ESTUDIO PRELIMINAR XXI

destinadas a Europa y a tos Superiores de la Orden y finalmente el


testimonio oral de misioneros y misionados. Es las más de tas veces,
un estilo familiar hermanado con una seriedad literaria e histórica
curiosas, en donde a base de una relación que pretende ser objetiva,
se da a conocer ta reglón y sus hombres, tas necesidades misionales,
las realizaciones y proyectos; pero siempre subyace la personalidad
científica, cultural y humanística del autor.
La formulación de una problemática coman es bastante explícita
en algunas obras Impresas y en la correspondencia epistolar. Es
Indudable que las reducciones guaraníes y la Ingente producción
Uterarlo-jesuitlca continental prendió en las misiones venezolanas el
deseo de una superación Integral. Así pues no es de extrañar que el
tema central de la historiografía sea la Orlnoqula, pero no la arteria
fluvial históricamente esquematizada sino la realidad de su devenir
que clama justicia ante tanta posibilidad Irredenta. A la precisión
de la temática contribuye no poco la tradición hlsíórlco-jesuítlca que
en su fase sedimentarla, plantea la búsqueda de una Inspiración más
universalista, más auténticamente hermanada a los problemas de
su medio, en contraposición a los moldes tradicionales de crónica y
metodología religiosa.
Como balance real podríamos decir que el principal mérito de la
historiografía jesuítica parece haber sido el de revelar científicamente
el Orinoco. Así lo demostrarían esquemáticamente los siguientes hechos:
— Las diversas ediciones del Orinoco Ilustrado.
— La vinculación de GUI a Humboldt y a los filólogos alemanes.^
— La contribución, especialmente en el aspecto filológico, de los
expulsos en Italia.
— La obra de Román en la expedición de Límites, juntamente
con el significado del problema « Caslqulare » en el mundo científico
europeo,
— La cartografía jesuítica.
— El afán tesonero por crear una Venezuela «continental».
2
— La creación de una máquina económica.
•—• La presencia de Venezuela en el Diccionario de Colettl.

1 GABRIEL GIRALDO JARAMILLO, Notas Bio-Bibliográfica,? sobre el P. F. S.


GUij y su « Saggio de Storla Americana ». « Boletín de Historia y Antigüedades »
(Bogotá) (1950 XXXVIII 696-708.
2 José DEL REY, Apuntes para una historia socio-económica de los llanos
venezolanos. « SIC » (1964) 122-127.
XXII ESTUDIO PRELIMINAR

Presentamos a continuación una especie de Sinopsis biográfica


para que ayude a la mejor comprensión del trabajo ulterior.
1606, Nace Pierre Pellepral en Burdeos,
1623, Ingresa en la Compañía de Jesús {23 de septiembre).
1633. Profesor de Humanidades en el colegio de Agen.
1636. Profesor de Retórica en el colegio de Tulle.
1645, Colegio de Agen, Dedicado a la predicación y ministerios
sacerdotales.
1651. Parte para América.
1653. Primer viaje a Venezuela..
Acompaña al P. Mesland en su entrada al Guarapiche
{20 de junio).
1654. Regresa a Martinica {22 de eneró).
1655. Regresa a Europa {16 de febrero).
1655. Publica en París:
— Relation des Missions des Peres de la Compagnie de
Jesús dans les lies ei dans la Terre ferme de £'Amerique méridionale.
— Introduciion a ¿a langue des Galibis.
1656. Segundo viaje a Venezuela y fracaso de la expedición.
1657-1658. Llega al puerto de Veracruz.
Misionero entre los indios Taraumaras.
1662. Residencia de San Luis de la Paz. Trabaja con los espa-
ñoles.
Publica los Soliloquios del amante cristiano.
1667. Muere en Puebla.
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

La Literatura escrita sobre La persona y la obra de P Ierre Pelle-


prat es aceptablemente escasa en su coordenada « cuantitativa »,
mientras que la « cualitativa » penetra ampliamente lo mediocre.
Este balance tiene su explicación en el hecho de que el estudio
científico y biográfico de esta obra trlsecular ha prosperado exclusi-
vamente en el ámbito bibliográfico. En el campo de la Investigación
histórica se puede afirmar que tanto la obra como la figura del mi-
sionero del Guaraplche han permanecido Inexplicablemente olvidadas.
Aquí nos limitaremos a la problemática fundamental: La exé-
gesis de toda la producción conocida pellepratlana, la Identificación
de la verdadera personalidad de Plerre Pelleprat, bien deslindada de
la de los otros dos homónimos; la evolución blo-bibliográfica, señalando
las arterias vitales de la bibliografía a la vez que buscaremos un en-
cuadre dentro de las familias bibliográficas a que pertenece: la antl-
llense,. la « guayanesa »; la venezolana.
El contraste entre la figura literaria y la histórica es algo descon-
certante; no nos referimos al fenómeno tan corriente de la doble per-
sonalidad de grandes artistas; dentro de las fronteras de un hombre
de estudio normal, descubrimos en Pelleprat una biografía triste,
— tiene también sus zonas de optimismo •— un espíritu torturado
y a la vez dulce que necesita de ambientes y circunstancias especiales
para poder realizarse.
La personalidad literaria por el contrario es rica, sana, opti-
mista y afortunada: es el contraste entre el blanco y negro. El autor
de la Relatlon des Mlsslons des Peres de la Compagnle de Jésus
dans les lies et dans la Terre ferme de l' Amerlque merldlonale era
técnica y literariamente un hombre de valer.
XXIV ESTUDIO PRELIMINAR

La estructura de su personalidad literaria se sostiene sobre cuatro


grandes « valores », que quizás no llegaron a conjugarse nunca, pero
que dejaron destellos claros de su potencial: la vocación Innata de
escritor; el equilibrio humanista; la tensión oratoria; y como sustrato
un yo-íntlmo Incomp rendido, austeramente controlado pero capaz de
revelarse aun en circunstancias mediocres. No hay que olvidar que
la producción escrita de Pelleprat es toda, al menos la que conocemos
por el momento, de « circunstancias », sin que la vida le deparase
la ocasión de realizas su « obra ».
Sus cualidades innatas ¿Iterarlas ajloran de jorma llamativa
desde sus primeros años de jesuíta y mantienen la tensión a lo largo
de las variadas etapas de formación.1 SI además yuxtaponemos la
estructura de su psicología Interna: una corriente rica en fluctua-
ciones y movimientos Internos no manifestados al exterior, dentro de
un clima de Intensa vida Interior, descubrimos un Pelleprat nuevo,
aparentemente contradictorio a la figura histórica que consideraremos
más tarde.
No hemos podido descubrir las causas de la pugna entre la bio-
grafía literaria y la biografía histórica, ni tampoco podemos precisar
si la segunda anuló a la primera; sí constatamos que en las fases de
concordia — tenemos un ejemplo típico en la etapa 1651-1656 —
desembocamos en un Pelleprat que podríamos considerarlo como la
síntesis que debió realizarse pero que las circunstancias de la vida
Impidieron su cristalización.
Su espíritu cultivado está respaldado por dos amplios lustros de
profesor de Gramática, Humanidades y Retórica dentro del ambiente
cultural que esto suponía en la Francia del siglo XVII y las exigencias
de las normas pedagógicas de la « Ratlo Studlorum » jesuítica. Pero
el misionero venezolano más que historiador es humanista; no es un
pensador que reflexiona y filosofa, sino un humanista que contempla
simplemente, Intuitivamente, el mundo desprovisto de su problemática
Interna y torturante.
Las fronteras que delimitan la « obra escrita » de Pelleprat no
se fijan de una manera definitiva sino a partir de Sommervogel;
mas a pesar de todo no ha existido una uniformidad entre los estudiosos
del jesuíta francés respecto al alcance de la producción literaria.

1 Archivo Romano de la Compañía de Jesús. Provincia de Aquitania.


Cathalogus personarum secundas, años: 1633, 1636.
ESTUDIO PRELIMINAR XXV

No se ha suscitado ninguna controversia respecto a las dos obras


fundamentales: la Relaüon des Missions y la Introduction a la langue
des Galibis, publicados en 1655. Hasta la aparición de la BibUo-
theque de la Compagnie de Jésus de Sommervogel se ignoraba la exis-
tencia del manuscrito « De insulis Americae » y del pequeño folleto
editado en Méjico «Soliloquios del amante cristiano».
El problema surge al discutir la propiedad literaria de las Pro-
lusiones Oratoriae aparecidas en París en 1644, y que segán la ma-
yoría de los bibliógrafos significaría el comienzo de la « actividad
editorial» de nuestro biografiado.
Hasta Sommervogel exclusive, las Prolusiones han sido atribuidas
al misionero del Guarapiche y vendrían a constituir el recuento de
los discursos pronunciados por Pelleprai en circunstancias solemnes.
Lelong, en su BibUotheque historique de la France, cita « diva
tutelaris Luietiae Genovefa, auctore Petro Pellepatro » y añade « esta
pieza se encuentra en sus Prolusiones Oratoriae. Parisiis 1644 ».1
Más adelante atribuye también al jesuíta Pelleprai el libro « Rela-
üon des missions des jésuítes dans les lies et dans la Terre ferme
de t' Amerique méridionale, depuis l'an 1639 jusquen 1655. París,
1655 ».2
Backer recoge las afirmaciones de Lelong y aporta algunos datos
nuevos sacados textualmente de las Biographíe Didot y Michaud,
como que vino a París donde sus talentos para la predicación no
tardaron en darle una gran reputación?
Sommervogel por el contrario atribuye las Prolusiones Oratoriae
al hermano del misionero, es decir al P. Pedro Ignacio Pelleprai
« que fué preceptor del marqués de Bremond d!Ars ».4 La afirmación

1 L E L O N G , BibUotheque historique de la France, contenant le Catalogue des


Ouvrages, imprimes et manuscrita, qui traitent de 1'HistoÍre de ce Royaume, ou qui
y ont rapport; afee de notes critiques et historiques, p a r Jacques Lelong. París
1768-1778, N ° 4460.
2 LELONG, ob. cit, N ° 39755.
3 AGUSTÍN DE BACKER, S. J., BibUotheque des écrhains de la Compagnie
de Jésus ou notices bibtiographiques Io de tous les ouvrages publiées par tes mem~
bres de la Compagnie de Jésus de la Jondation de l'ordre jusqU*á nos jours, 2o des
apologies, des controverses religieuses, des critiques tittéraires et scienüjiques su-
scitées á leur sujet. Líege-Paris, 1869, II, 1843.
4 CARLOS SOMMERVOGEL, S. ]., BibUotheque de la Compagnie de Jésus.
Bruxelles-París, 1890-1909. VI, 450.
XXVI ESTUDIO PRELIMINAR

de este excepcional bibliógrafo se ha consagrado como definitiva y así


lo verificamos en las Enciclopedias y Bibliografías posteriores, como
la de Urlarte1 o la Enciclopedia Espasa.2
Lo curioso es que a partir de Sommervogel todos citan a Pelllsson
y su artículo « Les deux Pelleprat »3 que en definitiva viene a sostener
una teoría totalmente distinta.
Pe ¿Uso n enfoca todo su artículo a demostrar la existencia de un
Pedro Pelleprat diverso del Pedro Pelleprat misionero jesuíta y que
vendría a ser el verdadero autor de la Prolusiones Oratorlae.
Tres razones aduce el Investigador francés en defensa de su tesis.
P Ierre Pelleprat fué preceptor de Josías de Bremond, a juzgar por la
tradición sostenida en la familia y por la carta dedicatoria de las
Prolusiones « adolescentl noblllsslmo J. de Bremond, marchionl ac
D* Ars, de Mlgré, D'Orlac, de DompIerre ».4
En un segundo argumento Pelllsson trabaja con las cronologías.
En la Biblioteca de Cognac reposa un acta de 2 de noviembre
de 1661 que contiene el Inventarlo de ornamentos y muebles perte-
necientes a la Iglesia de Ars y que se ejecutó « después de la muerte
del venerable y discreto Pedro de Pelleprat, en vida doctor en Teología,
sacerdote y párroco de la presente parroquia de Ars. . . ».fi Además
en los registros parroquiales se constata la firma de Pelleprat desde
el 30 de noviembre de 1649 hasta el 18 de septiembre de 1661*
Desde el punto de vista bibliográfico, anota Inteligentemente este
historiador, hay que tener presente que Sotwetl ha omitido las Pro-
lusiones Oratorlae en su Biblioteca Scrlptorum Socletatls Jesu y
que el bibliógrafo jesuíta escribe en 1676, diez años después de la muerte
del misionero? Lo mismo sucede con el Manuel du Jjlbralre de Brunet
y con el Dlctlonnalre historlque de la France de M. Lalanne.H

1 U R I A R T E - L E C I N A , Biblioteca de escritores de la Compañía de Jesús perte-


necientes a la antigua asistencia de España; desde sus orígenes hasta el año 1773.
Madrid, 1925-1930. ( P a r a Pelleprat hemos consultado el manuscrito).
2 Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana. Hijos de J. Espasa.
Editores. T. X L I I I . P a l a b r a : Pelleprat.
3 J U L E S PELLISSON, Les deux Pelleprat. « Bullet. de la soc. des Archiv.
histor. de Saintonge ». T. IV (1883), págs. 21-26.
4 PELLISSON, Ib id., 23.
5 PELLISSON, Ibid., 23.
6 PELLISSON, Ibid., 25.
7 PELLISSON, Ibid., 22.
8 PELLISSON, Ibid., 22.
ESTUDIO PRELIMINAR XXVII

Un punto podría parecer débil en la posición de PelUsson: Si


las Prolusiones Oratoriae se editaron en 1644 y Pedro Pelleprat
era párroco de Ars a partir de 1649, ¿cómo se explica la Dedicatoria?
El escritor francés afirma que vivió en el castillo de Ars como pre-
ceptor de Josías de Bremond {1632-1652) antes de ser nombrado
cura, de Saint-Fort.1 ¿La Dedicatoria es la prueba directa o la con-
firmación de la prueba? Las dos posibilidades se pueden desprender
del contexto.
En todo caso nos parece mucho más científica y aceptable la
posición de PelUsson que no aceptamos incondícíonalmente al tener
en contra el testimonio de Oudin, bibliógrafo jesuíta del siglo XVIII2
y por desconocer la ficha bibliográfica de Pelleprat redactada por
Rybeyrete en 1670, es decir, con 5 años de anterioridad a la de Sot-
wetl.z

1 PELLISSON, Ibid., 25.


2 Citado por E R N E S T R I V I E R E , S. J., Correcüons et addlüons á la Biblio-
ihéque de la Compagnie de Jésus. Toulouse 1911-1930, N° 1183.
3 Citado por SOMMERVOGEL, oh. cit, VI, 450.
Después de haber entregado el Manuscrito hemos logrado revisar una copia
del manuscrito de Rybeyrete que reposa en Chantilly, en el Archivo jesuítico
de la Provincia de París. Según esto podemos afirmar que la posición de Pellisson
es totalmente cierta. Otro problema lo plantearía el silencio acerca de la « Re-
lation des Missions », pero indudablemente la sinopsis biográfica está sacada
del libro de Pelleprat. Copiamos a continuación la cita de Rybeyrete, Scriptores
SocietatU Jesu Prov. Franciae 1640-1670, pp. 299-301:
« Pedro Pelleprat, francés de nación y oriundo de Burdeos, ingresó a la
Compañía el año 1623 a los 17 años de edad; y puesto que ardía en el celo de
las almas no toleró permanecer largo tiempo en el ocio. Las islas de América
le ofrecieron una amplia mies de trabajos, y después de haberse ejercitado en
ellas como en su noviciado, fué destinado juntamente con el P . Mesland a las
misiones del continente. P a r t e n ambos, con viento próspero, de las islas el 20 de
junio de 1653 y tras soportar diversos azares del mar, arribaron finalmente a
puerto en agosto del mismo año. El P . Pelleprat se ve obligado a permanecer
aquí, mientras que el P . Mesland se lanza a un viaje más largo llamado por el
Virrey (fie) de Santo Tomás. Abandonado el Padre en medio de aquella bar-
barie no cesó de procurar la salvación de sus habitantes hasta que postrado
por grave enfermedad tuvo que guardar cama. De tal manera se familiarizó
entonces con aquella lengua extraña que la pudo reducir a ciertas leyes y pre-
ceptos; habiéndose agravado la enfermedad se dirige primero a las islas y des-
pués a Francia para recuperar la salud; repuestas sus fuerzas regresa inmediata-
mente a América, donde procura con diligencia la cristianización del lugar.
Del doble diccionario de esta lengua extraña que compuso mientras estuvo
XXVIII ESTUDIO PRELIMINAR

La investigación j"atura deberá comportarse cautelosamente en su


labor de Archivo que trabaja el espacio temporal desarrollado entre
1630-1650, y deberá diferenciar más nítidamente las 3 figuras Pel-
leprat
Pierre Pelleprat, párroco de Ars y desconocido por los bibliógrafos
de las grandes Enciclopedias, oriundo de Burdeos, doctor en Teología
y preceptor del conde de Bremond, y muy probablemente autor de las
Prolusiones Oratoriae, atribuidas falsamente a su homónimo el mi-
sionero jesuíta}
Muy poco sabemos de Pedro Ignacio Pelleprat; en los diversos
catálogos que hemos revisado aparece siempre dedicado a una vida
de entrega sacerdotal a la sociedad de las ciudades del Sur de Francia.
El año 1636 lo encontramos en Fontenay-le-Comte como capellán
de la flota real2 y en 1640 en la « casa de los Exorcistas ». Fué esta
una misión impuesta a los jesuítas y que el General P. Vitelleschi
tuvo que aceptar de mala gana debido a las presiones de Luis XIII
y del cardenal Richelieu. La existencia de esta residencia se extiende
del año 1634 al 641. El oficio de exorcistas era ejercitado por los
iesuítas en Loudun y aquí se entronca parte de la historia de los po-
sesos y del convento de las Ursulinas.9 Según Sommervogel, y con él
todos los escritores posteriores, las Prolusiones Oratoriae se deberían
al P. Pedro Ignacio Pelleprat, preceptor del marqués de Bremond.*
Es evidente que no se puede retrotraer al año 1644 la génesis de
la producción escrita pellepratiana y más si tenemos en cuenta que
su dedicación a la oratoria data precisamente de 1645, un año después
de publicadas las Prolusiones Oratoriae.
La valencia del Pelleprat escritor actúa plenamente dentro de la
vertiente biográfica americana; y será el mundo del Caribe quien

enfermo, editó u n ejemplar con este título: Introductío ad Unguam Galibtorum


barbarorum coniinenlis Americae Meridionalis Parisiis apud Cramoisy (escribe
Cramosios) 1655, in-8. Muerto en Puebla de los Angeles en el reino de Méjico,
año 1667. »
1 PELLISSON, Les deux Pelleprat. Todo el artículo está dedicado a la persona
de Pierre Pelleprat, párroco de Ars.
2 P I E R R E D E L A T T R E , S. J., Les établcssements des Jésuites en France depuis
quatre siécles. Reperíoire Topo-BibUograpkique publcé á l'occasion du Quatrleme
Centenaire de la Jondation de la Compagnie de Jesús 1540-1940 sous la directíon
de Pierre Delattre. Enghien-Wetteren (1953) II, 999.
3 DELATTRE, ob. cit. II, 1457-1458.
4 SoxMMERVOGEL, Biblíothéque de la Compagnie de Jésus. VI, 450.
ESTUDIO PRELIMINAR XXIX

proporcione los horizontes de inspiración al jesuíta burdígalense.


Aunque su temática es variada: Historia, Fitología y algo de Ascética,
sin embargo la producción es más bien restringida y con aportes
interesantes. El fin que se propone Pelleprat es el de relatar la inter-
relación existente entre la Historia de la Compañía de Jesás y el
hombre que coloniza, comercia o vive en las islas antillenses, especi-
ficado en sus grupos étnicos: franceses, irlandeses, ingleses, indios y
negros; y en el continente apunta algunos datos sobre las relaciones
entre los españoles y ciertas tribus indígenas que buscaban la tutela
de Francia.
Respecto a la actitud ideológica nos sorprende la pasividad de
Pelleprat, al enfrentar problemas tales como el de la esclavitud, en
parangón por ejemplo con la obra del P. Alonso de Sandoval « De
instauranda Aethiopum salute » aparecida en Sevilla en 1627.}
Ambos jesuítas se ubican geográficamente en el diámetro de los dos
puntos cardinales del Nuevo Reino de Granada y temporalmente sus
biografías casi se superponen; a pesar de todo, la posición del P. San-
doval va bastante más tejos al conjugar la audacia con los principios
filosóficos jesuíticos.2
El trienio 1652-1655 fué de gran actividad literaria, como conse-
cuencia de la movilidad misional que buscaba prolongar en el Con-
tinente la acción evangélica iniciada en las islas. Tres obras nos han
llegado de esta época:

« De Insulis Americae ».
« La Relation des Missions ».
« Iniroduction a la langue des Galibis ».

De su estancia en Méjico sólo conocemos una pequeña obra per~


teneciente a la Literatura ascética, que, por el título, parece atacada

1 ALONSO DE SANDOVAL, Naturaleza, policía sagrada y profana, costumbres


y ritos, disciplina y catecismo evangélico de todos etiopes, por el P . Alonso de San-
doval, natural de Toledo de la Compañía de Jesús, Rector del Colegio de Car-
tagena de Indias.
Sevilla, 1627. (Se le denomina también De Instauranda Aethiopum salute.
porque así lo titula el autor en su dedicatoria al P . Vitelleschi).
2 ALONSO D E SANDOVAL, ob. clt, Lib. I, cap. 17. Sigue a Molina: Be ju~
síitia et jure, tract. II, disputa 34 y 35.

$
XXX ESTUDIO PRELIMINAR

del barroquismo propio de la época: « Soliloquios del amante cristiano


con su amado Señor Jesucristo ».*
Hasta el momento no hemos podido dar con el manuscrito inédito
« De insulis Americae ». Ausente de Los archivos jesuíticos de la Pro-
vincia de París, debe reposar en alguna de las Bibliotecas de la Com-
pañía de Jesús.2 ¿Se trata en realidad de una obra diferente a la
« Relation des Missions »? ¿Es una pre redacción en latín para pre-
sentar a los Superiores de la Orden? Son preguntas que los futuros
investigadores responderán.
Un aporte interesante para la Historia de la Filología venezolana
lo constituí/e la « Tntroduction a la langue des Galibis »,3 pequeño
folleto editado en París en 1655, que a veces se encuentra separado
de la « Relation des Missions ».
La partida del P. Mesland a Santo Tomé y una inflación ma-
ligna de las piernas le obligó a Pelleprat a enfrentar sin remisión
el estudio de la lengua^ Los apuntes del sabio cartesiano, las indi-
caciones de su joven compañero francés, la observación fonética di-
recta y las largas reflexiones nocturnas, dieron por resultado este
Diccionario Galibi.ñ

1 Soliloquios del amante cristiano con su amado Señor Jesu-Christo. Por el


P . Pedro Pelleprat, de la Compañía de Jesús.
E n Méjico: por los herederos de la Vda. de Bernardo Calderón s.a. 16°,
ff. 40, s. 8 ff. nch. de pref.
2 De Insulis Americae. Sommervogel señala este manuscrito como de la
Biblioteca de Santa Genoveva. Debería, pues, encontrarse en los Archivos de
la Provincia de París: Guayana. b . — E n la nomenclatura posterior, actual-
mente en uso, debería corresponder al volumen manuscrito N ° 194 de la colec-
ción denominada fondo Brotier, nombre del último bibliotecario del Colegio
Luis el Grande antes de la supresión de la Compañía de Jesús; éste tenía la
mayor parte de los manuscritos en su cuarto. E l fondo Brotier contiene 200
números, más actualmente faltan 40 y ésto antea de que la colección hubiera
sido trasladada de Jersey, donde se encontraba. Antes de hacer el cambio al fin
de la guerra se redactó la lista de estos manuscritos. E l N ° 193 ( = Guayana
1) no se refiere a Pelleprat, pero en esta lista faltan los números 194 y 195.
E s m u y probable que se haya prestado a alguno de los historiadores jesuítas
y que por lo t a n t o repose en alguna Biblioteca de Francia.
3 Introduction a. la langue des Galibis, sauvages de la Terre jerme de i* Ame-
rique méridionate. Par le P. Pierre Pelleprat, de la Compagnie de Jésus. A París,
chez Sebastian Cramoisy. P p . 30 y una hoja para el Privilegio.
4 P E L L E P R A T , Relation des Missions. Lib. I I , cap. I X (p. 162). (NB. Cita-
remos siempre de esta manera, siguiendo la paginación de la obra del P . Montézon).
5 PELLEPRAT, Ibid. Lib. I I , cap. I X (p. 163).
ESTUDIO PRELIMINAR XXXI

Aunque restringido^ este escrito ejerció pronto su Influjo. En


1763 se editaba en París el « Dlctlonnalre Gallbl, presenté sur deux
formes: Io Commensant par le mot franeáis; 2o par le mot Gaílbl.
Precede d'un essal de grammalre, par M. D. L. S. {de la Sauvage).».
Es e¿ tratado más completo de la lengua Gdllbl, dice Backer.1 El con-
cepto nebuloso de geografía sudamericana ha llevado a los estudiosos
de la Filología a hablar Indistintamente de los Gállbls del Guaraplche
y de los de la Guayana francesa.
Pero es sin duda alguna la «Relatlon des Mlsslons des Pires de
la Compagnle de Jésus dans les lies et dans la Terre ferme de l' Ame-
rique Mérldlonate »,2 la que ha consagrado, como escritor e histo-
riador, al Iniciador de las publicaciones históricas fesuítlco-venezo lanas.
El año 1655 — tiene entonces 48 años — es un punto clave en la
biografía literaria e histórica del jesuíta de Burdeos. Su regreso a
Francia se conjuga con la redacción de su obra más Importante y
psicológicamente supone uno de los momentos cumbres de lo que fué
el proyecto-humano de la vertiente que nunca llegó a realizarse de
Pelleprat Esta euforia vendrá a frustrarse con el fracaso subsiguiente
al intento de establecimiento en Guanátlgo ensayado por la « Com-
pañía de Tierra Firme » en 1656-57. Esta línea de tiempo es la fron-
tera que señala las dos estancias pelleprat lanas en tierras de América
con su sentido y orientación totalmente diversas.
Para el estudio del Libro que hoy presentamos en castellano nos
ceñiremos al siguiente esquema: Blo-bibliografía; breve descripción
de las familias historiografías a que pertenece; y por áltlmo su
entronque y sus aportes a la literatura histórica venezolana.
Los tres siglos de blo-b Ib llografia pellepratlana han fomentado
diversas actitudes en diversos medios culturales. Dentro del ámbito
de habla hispana la « Relatlon des Mlsslons »ha padecido una enfer-
medad sintomática y algo frecuente entre los escritores coloniales;
es lo que podríamos denominar o definir con el cuallflcailvo de « os-
tracismo histórico »; este ostracismo se ha convertido en crónico dentro

1 BACKER-SOMMERVOGEL, Bibllotheque des écrivaíns de la Compagnie de


Jísus. I I , 1843.
2 P E L L E P R A T P Í E R R E , Retaüon des Mlsslons des Peres de La Compagnie
de Jésus dans les lies et dans la Terre Jerme de l'Amerique méridionale. Divisée
en deux partles avec une introductlon a la langue des Gallbls, sauvages de la Terre
Ferme de l'Amerique, par le Pére Fierre Pelleprat de la Compagnie de Jésus, á
París chez Sebastian Cramolsy et Gabriel Cramoisy. M D C L V .
XXXII ESTUDIO PRELIMINAR

de la investigación venezolana sin que podamos diagnosticar a ciencia


cierta las causas de este jenómeno. Un proceso semejante observamos
en Mercado y Martínez Rubio, los otros dos componentes de la gene-
ración literaria jesuítica del siglo XVII.
En el ámbito jrancés por el contrario ¿a incorporación a los
estratos de la Historia de la Bibliograjía se realiza desde el primer
momento. De aquí que la línea de evolución bio-b'ibliográfÍca sea la
que arranca de la obra desconocida de Ry bey rete {1670) y que culmina
en la colosal enciclopedia de Sommervogel.
A los tres lustros de haberse editado en la capital de Francia la
« Relation des Missions », la Enciclopedia de Rybeyrete: « Scriptores
Provinciae Franciae Societatis Jesu », vincula el nombre de Pelleprat
a la Historia de la bibliograjía de jorma definitiva.1 El trabajo de
este investigador estaba destinado a continuar la obra de Alegambre
que había sido incoada por Ribadeneyra en 1602 con su « Biblio-
theca Scriptorum Societatis Jesu ». De los dos ejemplares manus-
critos de los « Scriptores » de Rybeyrete uno jué enviado a Roma y
sirvió en gran manera a la obra de Sotwell2 publicada siete años más
tarde, 1676, en la ciudad eterna con ocasión de la conmemoración
del año jubilar de la Compañía de Jesús.
Dentro pues de la línea bibliográfica tanto Rybeyrete como Sotwell
son básicos para el estudio de toda la evolución e influjos posteriores,
y suponen un magnífico testimonio al reivindicar la obra del jesuíta
de Burdeos aparecida 21 años antes.
Aunque cualitativamente hay una gran diferencia entre tos dos
escritores, sin embargo ha sido Sotwell quien en definitiva se ha
consagrado corno primera fuente de información y de referencia para
los investigadores, ya que el estudio de Rybeyrete ha permanecido
inédito y sólo a partir de Sommervogel ha comenzado a ser utilizado.
Metodológicamente hay que lomar a Sotwell con ciertas precau-
ciones: según confesión propia hace omisiones voluntarias y es de una
inexactitud desconcertante en la transcripción de fechas, hecho sobre
el cual sus sucesores no han insistido lo suficiente^

1 R Y B E Y R E T E , Scriptores Provinciae Franciae Societatis Jesu. Ab anno


1640 ad annum 1670 (manuscrito), jussu R. P. Stephani Dechamps, Provincialis
ejusdem Provinciae collecti ad Henrico Rybeyrete, ejusdem Societatis, 1670.
2 SOMMERVOGEL, ob. cit. VII, 340.
3 E R N E S T R I V I E R E , Corrections et additions a la BibUotheque de la Com-
pagine de Jesús. Toulouse 1911-1930, VII.
ESTUDIO PRELIMINAR -X.-X..A.1Í 1

El bibliógrafo jesuíta inglés escribe en latín y con una visión en


la que predomina lo religioso-familiar. Transcribimos a continuación
su estudio ya que es el primer punto de referencia en la bio- bibliografía
pellepratiana: « Pedro Pelleprat, francés de nación, nacido en Bur-
deos, entró en la Compañía {de Jesús) en el año 1623, a los 17 años
de edad y en ella emitió los Votos de Coadjutor espiritual. Hombre
de gran celo y deseosísimo de ganar tas almas para Dios, obtuvo la
misión de las islas americanas {tas Antillas) de las que pasó más
tarde al Continente para diseminar allí la fe de Cristo. Después de
haber incorporado muchos a la Iglesia de Dios y de sufrir muchas
dificultades pasó de esta vida a recibir el premio de sus trabajos en
Puebla en el reino de Méjico, el 21 de abril de 1667. Escribió en
francés: « Relationem Missionum PP. Societatis Jesu in Insulis ej
Continente Americae Meridionalis. Parisiis apud Sebastianum Cra-
moisy 1655. in 8. Introductionem ad linguam populorum Galibis in
Continente Americae Meridionalis. Ibidem 1655. in 8 ».x
El panorama del siglo XVIII es pobre pues a excepción de Oudin
y Lelong no conocemos ningún avance significativo dentro del proceso
bibliográfico.
En 1751 el P. Franco¿s Oudin recibe el encargo de continuar la
« Bibliotheca Scriptorum Societatis Jesu ». Este trabajo todavía
inédito, supone un gran paso metodológico: pone los autores por orden
alfabético; trascribe el título de las obras en su idioma original, acom-
pañándolas de una traducción latina?
No hemos podido dar con la obra enciclopédica de Oudin que
según Riviére3 debería encontrarse en tos Archivos de Loyola. Indi-

1 SOTWELL, Bibliotheca scriptorum societatis Jesu, opas inchoatum a R. P.


Petro Ribadeneira, ejusdem Societatis Theologo, anno saltáis 1602', continuatum
a R. P. PhiUppo Alegambe, ex eadem Societate, usque ad annutn 1642, Recognitum
<3 productum ad annutn Iubilaei MDCLXXV a Nathanaete Sotvello ejusdem
societatis Presbítero, Romae ex Typographia Jacobi Antonil de Lazzaris Varesii
MDCLXXV I, página 691.
(NB. El auténtico nombre de Sotwell es: Nathanael Southwell. Cfr. SOM-
MERVOGEL, V I I , 1408).
2 O U D I N , Bibliotheca Scriptorum Societatis Jesu. Auctore P. Francisco
Oudin, ejusdem Societatis. Cfr. U R I A R T E , Catálogo razonado de obras anónimas
y pseudónimas de autores de la Compañía de Jesús pertenecientes a la antigua
asistencia de España. T. I, XXVii-xxvm.
E R N E S T R I V I É R E , ob. cit, p. vin.

3 RIVIÉRE, ob. cit, p . VIII.


XXXIV ESTUDIO PRELIMINAR

rectamente sabemos que adjudica a Pelleprat las « Prolusiones Ora-


toriae ».*
La extinción de la Compañía de Jesús explica en parte la inte-
rrupción de estos trabajos exclusivos de la bibliografía jesuítica. Sin
embargo otras enciclopedias comienzan a hacerse eco de Pelleprat.
Lelong en su « Bibliotheque historique de la France »2 recoge la
« Relation des Missions » pero con un título un poco diferente: « Re-
lation des missions des jésuites dans les lies et dans la Terre ferme
de ly Amerique méridionale, depuis l'an 1639 jusquen 1655. Paris,
1655 ». La primera parte del título está claramente inspirada en el
original latino de Sotwelt, mientras que la añadidura de tipo crono-
lógico nos recuerda la obra del P. Bouton y que Lelong cita en el
lugar inmediatamente anterior a la obra de Pelleprat* Que se trata
indiscutiblemente de nuestro biografiado se desprende del título y del
pequeño comentario que añade Lelong: « Estas islas son las de la Mar-
tinica, San Cristóbal, etc. El autor murió en 1667 ».
Es posible que también entre los jesuítas expulsos haya habido
algún recuerdo para la obra de Pelleprat sobre todo en su aspecto
filológico, pero por el momento lo ignoramos por completo.
En el siglo XIX afloran los trabajos enciclopédicos que en ge-
neral recogen la tradición anterior procurando enriquecer el conte-
nido. Se comienza a trabajar con una metodología científica junto
con un esfuerzo por introducir todo un aparato crítico.
Tres obras son fundamentales para nuestro estudio por su cri-
terio y por su significado: la « Biographie » de Michaud; la « Bi-
btioteque des écrivains de la Compagnie de Jésus » de Backer; y la
« Biblioteque de la Compagnie de Jésus » de Sommervogel. Vendría
a completar, en cierto sentido solamente, esta bibliografía del misio-
nero venezolano la segunda edición de la « Relation des Missions »
preparada por el P. Montézon y que desgraciadamente se esforzó
muy poco en preparar un buen estudio biográfico y crítico de su
« editado ».
En torno a este núcleo fundamental pululan innumerables estu-
dios de tipo bibliográfico que más o menos trabajan o se inspiran en
estas fuentes.

1 RIVIÉRE, ob. cit, N° 1183.


2 LELONG, Bibliotheque historique de la France. N° 39755.
3 LELONG, Ibid. N° 39754.
ESTUDIO PRELIMINAR XXXV

De Sotwell (1676) a Michaud (1831) se observa una gran evo-


lución; prácticamente a partir de este momento se Jija el esquema
fundamental bibliográfico de Petleprat, con sus aciertos y sus errores.
Como ei artículo Michaud lo utilizaremos más adelante en la
biografía, nos servimos ahora del de la « Biographie Didot », que
aunque un poco más imperfecto viene a ser lo mismo: « Petleprat
(Pedro), misionero francés, nacido en 1606 en Burdeos, muerto el
21 de abril de 1667 en Puebla de los Angeles (México). Admitido
en la Compañía de Jesús, profesó la filosofía y la teología en. varios
colegios de la Orden; vino a París donde sus talentos para la predi-
cación no tardaron en darle reputación. En 1639 se embarcó para las
misiones y después de haber visitado varias casas de la Compañía,
pasó a Méjico donde permaneció 11 años. Hay de él: u Prolusiones
oratoriae". París 1644, in-8°, colección de discursos. "Relation des
Missions des jesuítas dans ¿es lies et dans la Terre ferme de l'Ame-
rique méridionale". París 1655, in-8°. "Introduction a la langue des
Galibis Sauvages de ¿' Amerique méridíonale''. París 1655, opúsculo
raro de encontrar ».í
En contraposición a los autores que escriben el artículo Petleprat
en las Grandes Enciclopedias, Backer y Sommervogel optan por un
resumen biográfico sucinto y un estudio crítico y bibliográfico extenso.
El estudio de Agustín Backer (1856) introduce bastantes me-
joras críticas respecto a Michaud. La cita de las obras lo hace con
toda rigurosidad, añadiendo un pequeño comentario y señalando a
continuación tas fuentes de inspiración: Sotwell, Michaud y Brúñete
En su « Nouvelle édition refondue et consíderabtement augmentée, »
Líége-Lyon (1872), escrita con la colaboración del P. Sommervogel,
añade algunos datos interesantes: La edición del P. Montézon, y
enriquece ¿a « Introduction a ¿a langue des Galibis » con una buena
bibliografía y comentario?
La síntesis más completa hasta el momento es la ofrecida por
el P. Sommervogel (1895).* Inexplicablemente ha trastocado algunas

1 DIDOT, Biographie Didot, citado por PELLISSON en Les deux Petleprat,


p. 22.
2 BACKER, ob. cit III, 578-579.
No añade nada nuevo Brunet en su Manuel du Libraíre et de ['amateur des
iivres. Bruxelles (1838), III, p. 453.
3 BACKER-SOMMERVOGEL, ob. dt. II, 1843.
4 SOMMERVOGEL, ob. cit VI, 449-450.
XXXVI ESTUDIO PRELIMINAR

fechas de la biografía: « nacido en Burdeos en 1609, entró en el No-


viciado el 27 de septiembre de 1628 »/ por lo demás recoge todos los
datos de la tradición anterior y aporta a la sección bibliográfica dos
nuevas adquisiciones: « Los soliloquios del amante cristiano » no
indica la fuente; y el manuscrito: « De Insulls Americae ». No
insiste en la dimensión tradicional de las « Prolusiones oratoriae »,
porque las adjudica al P. Pedro Ignacio Petleprai. En su aparato
crítico aparece por vez primera la obra inédita de Rybeyrete, ade-
más de Sotwell, Míchaud y Backer. También incluye a Pellisson.
Algunos datos nuevos, muy pocos, ofrece el P. Montézon en su
introducción a la « Mission de Cayenne et de la Guyane Francaise »,
París, 1857. A pesar de que acepta todos los errores biográficos an-
teriores, sin embargo da un poco de luz para el quinquenio 1651-1656.
Ha prescindido por completo del trabajo crítico-bibliográfico, pero
ha insertado algunas notas en el texto: son importantes las del P,
Bouton y sobre todo ¿as de du Tertre: « Histoire general des Antiltes ».
El siglo XX sintetiza y recoge la actividad del XIX pero sin
que en realidad traiga aportaciones nuevas a lo ya estatuido. Dos
obras merecen destacarse en lo que llevamos de siglo: La de los Padres
Uriarte y Lec'ina y la de Streit
Paralelamente a la obra de los PP. Backer y Sommervoget se
desarrolla en España la obra del P. Uriarte, continuada y comple-
tada por el P. Mariano Ledna.1 Hemos podido consultar los apuntes
todavía inéditos de Lecina sobre Petleprai; son un buen resumen de
Sommervogel.2
La « Bibliotheca Missionum » del alemán Streit ha aumentado
bastante la bibliografía de suerte que a los tradicionales añade: Ter-
naux, Carayon, Lee tere y Uriarte.^

1 U R I A R T E , Catálogo razonado de obras anónimas y pseudónimas de autores


de la Compañía de Jesás pertenecientes a la antigua asistencia de España. Con un
apéndice de otras de los mismos dignas de especial estudio bibliográfico (1540-
1773). 5 vols. Madrid, 1904-1916.
M A R I A N O L E C I N A , Biblioteca de escritores de la Compañía de Jesás perte-
necientes a la antigua asistencia de España desde sus orígenes hasta el año de 1773.
Madrid 1925-1930.
2 Cfr. además URIARTE, ob. cit. N ° 5327 y 5631.
3 S T R E I T , Bibliotheca Missionum. Aachen, 1924, p. 540, N° 1920.
P a r a no acumular las notas en el texto, reunimos aquí toda la bibliografía
citada por Streit.
GARRAUX, Bibliotheque BrésUíenne. París, 1898, p . 226.
ESTUDIO PRELIMINAR XXXVII

Quizá lo más llamativo de este siglo haya sido el oh Ido que los
especialistas han dedicado a Pelleprat. Ninguno de los « clásicos »
modernos ha conocido con exactitud ni los protagonistas ni la obra
del Intento misional del Guaraplche: Borda, Astráln, Agulrre, Res-
trepo. La reivindicación comienza con el libro de los dos Investiga-
dores de la Universidad Andrés Bello, Pablo Ojer y Hermann Gonzá-
lez, «La Fundación de Maturín y la Cartografía del Guaraplche».1
Finalmente el P. Juan Manuel Pacheco tanto en su libro « Los
Jesuítas en Colombia », como en diversos artículos ha utilizado am-
pliamente las aportaciones del Pelleprat siguiendo la edición del
P. Montézon que se encuentra en la Biblioteca del Colegio San Bar-
tolomé de Bogotá,
La dimensión horizontal de la obra de Pelleprat penetra en el
problema de las familias hlstorlográjlcas. Es la apreciación de su
aporte en la perspectiva total de una corriente misional, que en úl-
timo término desemboca en la estructura histórica subyacente.
En este mundo hlstorlográflco no sólo su obra sino también la
persona y su biografía, en su conjunto armonizado, definen el valor
y el sentido de esta nueva coordenada.
Lógicamente no es de extrañar que el autor de la « Retatlon des
Mlsslons » sea miembro a la vez de la Historia misional francesa
y de la española, y que participando de estos dos grupos no se pueda
vincular a ninguno de una manera Integral y orgánica.
El carácter pasajero de su acción misionera no responde plena-
mente al alcance real de su obra escrita que no deja de ofrecer rasgos
y aportes Imprescindibles para la Investigación misional, a pesar
de que su radio de acción histórico alcance un máxlmun de 3 años
-— 1652-1655 — y que la conclusión definitiva se traduzca en un
rotundo fracaso.
Juntamente con el signo de la nacionalidad se confrontan acti-
tudes Ideológicas Interesantes pero que como desbordan los límites
de nuestro trabajo, ni las Insinuamos siquiera.

LECLERC, Bibtiotkeque Americaine. París, 1867, N ° 1141.


ID., Bibtiothéqae Americaine. París, 1878, N ° 1328; 1556; 2239.
T E R N A U X , Bibtiotkeque Americaine. París, 1837, N ° 747.

1 P A B L O O J E R y H E R M A N N GONZÁLEZ, La fundación de Maturín y la Car-


tografía del Guarapiche. Caracas, 1957, p . 23. Se han servido de la obra de D o m
Gualbert Van der Pías, OSB, The Massacre qf lwo M'tssionaries in the Istand
qf St. Vincent Port of Spain, 1954.
XXXVIII ESTUDIO PRELIMINAR

Esta coordenada ubica consecuentemente las relaciones de Pel-


leprat con la historiografía jesuítica antlllense, guayanesa y ve-
nezolana.
La vinculación pellepratlana a la Historia religiosa de las An-
tillas obedece no sólo a una realidad de presencia histórica sino también
al hecho de que toda la primera parte de la « Relatlon des Mlsslons »
está consagrada al mundo Insular caribe.
Las fuentes para el estudio del establecimiento de los jesuítas en
las Antillas, en su primera época, pueden reducirse a tres perso-
nalidades: Bouton, Pelleprat y Jean Manguln.
El núcleo misional jesuítico del Caribe francés se distinguió por
sus hombres y por su Inteligente proyección hacia el continente. El
fundador, P. Bouton, fué al decir de Rybeyrete «grande en todas
las cosas ».1 En un pequeño libro de 141 páginas, escrito a los tres
meses de estancia y que ha pasado a la categoría de curiosidad biblio-
gráfica, ha reflejado unas grandes dotes de observación y de historiador.
Se trata de la « Relatlon de l'établlssement des Francols en l'Isle de
la Martlnlque », París, 1640.2
Otro gran aporte lo constituyen las tres cartas del P. Jean Manguln
escritas a Lo largo del trienio 1679-1682. Como sus colegas Bouton
y Pelleprat la estancia en las Islas es un episodio dentro de su vida,
aunque en realidad sus 8 años de permanencia (1676-1684) aventajan
el haber de los otros dos escritores.3 Así tenemos:
1° « De la Martlnlque. Le dlx Mal 1679. Une lettre au R.P.
Antolne Pagez, provincial de la Compagnle de Jésus en la provlnce
de Toutouse », 34 pdgs.

1 Abbé R E N N A R D , Essai bibliographique sur l'histoire religieuse des An-


tilles jrangaises. París (sin fecha). Cap. III, p. 15.
2 BOUTON, Relation de ¿'' éstablissement des Frangois depuis l'an 1635 en
Cisle de la Martinique, une des Antilles de l' Amerique. Des moeurs des sauvages,
de la situation et des autres singularités de l'isle. París, 1640. P a r le P . Jacques
Bouton.
(Nacido en Nantes el 15 de julio de 1591, ingresa en la Compañía de Jesús
el 2 de septiembre de 1610. Profesor de Filosofía y Teología. P a r t e en 1640 a
Martinica pero regresa al poco tiempo a Europa; muere el 7 de noviembre de 1658.
Cfr. SOMMERVOGEL, II, 53; R E N N A R D , Essai bibliographique, 12 y ss.).
3 Jean Manguin, nacido en Carcasona el 14 de febrero de 1637; después
de varios años dedicado a la enseñanza, parte para Martinica en 1676 y tras su
regreso en 1684 se dedica en Francia a la predicación. Cfr. R E N N A R D , ob. cit.,
17-18.
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ESTUDIO PRELIMINAR XXXIX

2° « De Saint Chrlstophe, au mois de mai 1682. Une lettre


a une persone de condition du Languedoc », 98 págs.
3o « Des lettres contenant des rélations sur la Mission de la
Martinique (1678-1681) », 117 págs}
No estará de más el señalar a modo de apéndice otros tres escritos
de tos que hace mención Rennard al fin de su capítulo dedicado a las
fuentes jesuíticas del siglo XVII. Se trata de ¿as Memorias concer-
nientes a la Misión de los Padres de la Compañía de Jesús en las
islas francesas de América (42 págs.); una carta del P. Rene de la
Vigne escrita desde San Cristóbal al Provincial el 1° de mayo de
1662 recogida por Ry bey rete; y por último otra del P. Juan Ha Hay
sobre Martinica en 1657.2
Dentro de ¿a imprecisión y confusionismo que envuelve el quin-
quenio de acción francesa en Venezuela, la persona de Juan Hallay
es un poco misteriosa ya que nadie se hace eco de ella a excepción
del historiador neogranadino Fernández de Piedrahita que escribe
pocos años después.
« . . . por los años de 1656 y 1657 los Padres de la Compañía
que a petición del rey cristianísimo envió la santidad de Inocencio X
a las islas sujetas al rey de Francia, y derrotados entraron casi por
los mismos años en la Guayana. De estos religiosos era superior el
P. Juan Hallay y compañeros Dionisio de Mesland y Antonio de
Monsliberth, Insignes en letras y espíritu, con cuyo ejemplo, infla-
mados los religiosos de los colegios del Nuevo Reino han adelantado
la cosecha de almas desde el pueblo de Casanare ».3
El P. Montézon que ha utilizado ampliamente los archivos jesuí-
ticos de Roma al hablar de los sucesores de Pelleprat y Mesland
señala a los PP, Antoine Bois-le-Vert; Guillaume Hébert; Didier
Valiier; Etienne Lapierre, pero no menciona a Juan Hallay}
En una carta del P. Mesland sin fecha, hablando de las Antillas
francesas, emite un juicio bastante duro sobre el gobierno del P.

1 Abbé RENNARD, ob. cit, 18.


2 Abbé R E N N A R D , Ibid.
3 LUCAS FERNÁNDEZ DE PIEDRAHITA, Historia general de las conquistas
del Nuevo Reino de Granada. (Edición hecha sobre la de Amberes de 1688. Im-
prenta de Medardo Rivas, Bogotá, 1881) I, 19-20.
4 MONTÉZON, Mission de Cayenne ei de la Guyane Francaise avec une carie
géographique. París, 1857, pp. i x y 532. (Cfr. la primera parte del Apéndice
No 6).
XL ESTUDIO PRELIMINAR

Hablay (sic). La misión, concluye, jamás estará bien hasta que no


sea una provincia o viceprovincia aparte, con superiores regulares
independientes de Francia que la visiten y vean todo.1
Pronto el movimiento jesuítico misional jranees consideró el pro-
blema del « vitalismo cerrado » al que se condenaba mediante una
acción exclusivamente insular.
El intento de Mesland del Guarapiche en 1651 es una respuesta
inteligente y sobre todo una reflexión genial para una abertura capaz
de superar las dificultades del vitalismo cerrado.
La tenacidad con que el sabio cartesiano defendió esta idea aun
ante tus autoridades españolas del Nuevo Reino de Granada, sugi-
riendo incluso diversas posibilidades, nos lleva a concluir la clarivi-
dencia con que Mesland comprendió todo el alcance que suponía la
recta solución de esta complicada problemática.2
Dentro de estas perspectivas continentales la misión de Cayena
y Guayana adquirió una significación extraordinaria y consecuen-
temente toda la literatura escrita nos aboca a su interpretación.
En la concepción del P. Montezon, desarrollada en su volumen
dedicado a la « Mission de Cayenne et de la Guyane Francaise »,z
es Pelleprat quien abre esta dimensión historiográfica nueva, que
históricamente viene a ser la prolongación de la acción misionera
insular en el Continente.
Ya en 1821 se reconocía que « el P. Creuilty, jefe de los misio-
neros jesuítas y et P. Lombard hicieron el intento de establecer en
la Guayana, grandes misiones inspiradas en las del Paraguay. De
esta suerte los misioneros, solos en medio de grandes tribus de indios,
ejercieron durante años las fundones de legisladores con un ánimo
y una paciencia a toda prueba ( . . . ) parecía que tos Jesuítas infa-
tigables quisieran unir por medio de una cadena evangélica las ex-

1 Archivo Romano de la Compañía de Jesús. N . R . et Q, 14.


Citado por PACHECO, Los jesuítas en Colombia. I I , 281, nota (96).
2 J U A N M . PACHECO, Los jesuítas en Colombia. Bogotá (1961) II, 280.
(El P . Pacheco dedica bastantes páginas a toda la problemática de Mesland,
que dan bastante luz a este respecto).
3 MONTEZON, Mission de Cayenne et de la Guyane Frangaíse. París 1857.
La Retation des Missions del P . Pierre Pelleprat ocupa en este volumen de la
página 1 a la 193.
Cfr. P A U L M U R Y , Les jésuites a Cayenne. Sírasbourg-París, 1895. (En la
introducción viene a desarrollar el autor la misma concepción que Montézoo),
ESTUDIO P R E L I M I N A R XLI

tremidades de Guayana, proyecto gigantesco que no espantó el ánimo


de estos Intrépidos evangelizado res ».1
El editor de la 2* edición de Pelleprat ha recogido una serle de
cartas y documentos Indispensables para el estudio geográfico y mi-
sional de la Guayana, en este volumen que encabeza la « Relaílon
des Misslons » del jesuíta burdlgalense.
La edición francesa del P. Montézon sigue con bastante exactitud
a la de 1655, Pero sin embargo hemos encontrado como unas 20
variantes; respecto a la puntuación se ha permitido el editor hacer
bastantes cambios.
El concepto geográfico y misional de « Guayana » utilizado por
Montézon y en general por los bibliógrafos franceses es tan amplio
como Impreciso.
Dentro de este grupo de escritores conviene resaltar a los Padres
Grlllet, Bechameí y Lombard.
El viaje de penetración en territorio Indígena realizado por los
PP. Grlllet y Bechameí del 25 de enero al 27 de junio de 1674 nos
ha quedado todo íntegro registrado en un Interesante diarlo: « Voyage
que les PP. Jean Grlllet et Francols Bechameí, de la Compagnle de
Jesús, ontfalt dans la Guyane en 1674 » (en Montézon: pp. 227-276).
Los comienzos de la misión dentro de su marco histórico los co-
nocemos por una carta del P. Grlllet escrita en 1668 desde Cayena,
con ocasión del regreso a la misión después de su cautiverio en Bar-
bados2 tras la ocupación Inglesa: * Lettre du P. Jean Grlllet premier
supérleur de la mission de la Compagnle de Jésus, h Cayenne du
14 juln 1668, adressée a París, a un rellgleux de la méme Com-
pagnle » (en Montézon: 195-226).
También es Interesante la « Lettre du P. Almé Lombard, misslo-
nalre de la Compagnle de Jésus, a son frere, en France, a la date
du 15 decembre 1723 » (en Montézon: 276-366). Este escrito no se
encuentra en la Colección de Cartas edificantes, sin embargo apareció
en el tomo IV, c. I, de « Nouveau Voyage en Guiñee et a Cayenne »
de Marcháis.3

1 Note historíque sur tes premiers ctablissements de ta colonie de Cayenne,


puht'tée dans l'Atmanach de ta Guyane frangaise {1821), página 64. Citado por
M O N T É Z O N en su Mission de Cayenne et de la Guyane Jrangaise, pp. xiv-xv.

2 MONTÉZON, ob. cit, p. XII.

3 MONTÉZON, ob. cit, p. xvm.


XLII ESTUDEO PRELIMINAR

La visión hisioriogrdjica del siglo XVII jesuítico en Venezuela


ofrece un panorama que comienza a abrirse poco a poco a la inves-
tigación moderna tras tres siglos de olvido.
Tres escritores han conocido por el momento la luz pública: Pel-
leprat, el criollo Pedro de Mercado y el español Martínez Rubio,
con la particularidad de que a lo largo de una etapa trisecular han
permanecido ignorados incluso por la crítica especializada: Borda,
Asirain, Restrepo, Aguirre; y sus escritos los acreditan como la
fuente de inspiración histórica obligada aun para ¿os reconocidos como
clasicos: Rivero y Cassani.
Mercado vio su primera edición en 1957 en la Biblioteca de la
Presidencia de la Repáblica de Colombia. El P. Martínez Rublo en
1940 en la revista « Annall Lateranensi » de Roma.
Pelleprat ha resuelto o planteado al menos la solución a varios
problemas históricos, concretamente, lo que podríamos denominar las
« misiones orientales », jesuíticas; o la autenticación de personalidades
como ¿as de Mesland y Monteverde. Junto a esto es necesario anotar
el « exilio científico » al que ha sido sometido nuestro biografiado
dentro de la historia de la Compañía de Jesús en Venezuela. Quizá
sea explicable este silencio en la generación coetánea, Mercado y
Martínez Rubio, que escriben en América cuando el mercado del
libro era totalmente desconocido. Más sintomático es el mutismo de
los escritores del siglo XVIII sobre todo de Gumillla, que derrocha
erudición bibliográfica, y de Cassani, que en su puesto de académico
y de hombre de investigación podría haber sospechado al menos su
existencia.
El problema se enrarece al constatar que esta enfermedad histórica
afecta no sólo a tos protagonistas sino también a la obra realizada.
Cuando mediaba el siglo XVII inició la Compañía de Jesús en
el Oriente venezolano dos intentos misionales totalmente indepen-
dientes: El de Guayana (1646) con sede en Santo Tomé;1 y el del
Guarapiche (1651) llevado a cabo por los jesuítas franceses.2 La
rápida actuación del Gobernador de Guayana, el fracaso de la Com-
pañía de Tierra Firme, y sobre todo la rectitud con que procedió el
misionero francés Denis Mesland, hicieron que a partir del año 1654

1 G A B R I E L M E L G A R , Caria Anua: Archivo Romano de la Compañía de


Jesús, N R et Q. 12, I, fol. 196 ss.
2 PELLEPRAT, Relaüon des MísHons. L. I I ; c. I o (83).
ESTUDIO PRELIMINAR XLIIÍ

se unificaran en cierto sentido ambos Intentos bajo la corona espa-


ñola para desembocar en el fracaso total en 1681.1
La tentativa guayanesa llevada a cabo por los jesuítas neogra-
nadlnos, aunque esperanzadora fue efímera. Cuando abandonaron
a Bogotá el 4 de junio de 1646, los PP. Andrés Ignacio y Alonso
Fernández, llevaban una serle de órdenes extremadamente concretas
e Interesantes: Debían redactar un diarlo de viaje que recogiese no
sólo todos los sucesos Importantes sino también la descripción exacta
de la geografía, del clima y de las costumbres de aquellos Indígenas,2
« Procuren, decía la Instrucción, saber si en ese río Orinoco entra
algún brazo del caudaloso río Para, o si los Indios que viven desta
banda de la cordillera se comunican con los otros de la ribera de dicho
río Para, que sería de gran Importancia saber si se puede haber co-
municación de una banda a la otra sin salir al mar ».3
La muerte del P. Andrés (1648) y la difícil situación política
hicieron que desde Trinidad regresase a Bogotá el P. Fernández al
año siguiente.*
El 16 de septiembre de 1653 se reinlcla la misión de Guayana
al acudir el P. Mesland al llamamiento dirigido por el Gobernador
D. Martín de Mendoza para encargarse de la evangelización de este
territorio orlnoquense;5 según la opinión de Pelleprat este puesto
misional aseguraría la misión del Guaraplche.6
A pesar de la sinceridad con que se expresó el P. Mesland ante
las autoridades españolas y de sus Memoriales para impedir las
hostilidades de franceses e ingleses,1 abrigaba sin embargo todavía
en Bogotá la esperanza de establecer una misión de jesuítas franceses
en la Guayana, para lo cual las autoridades neogranadinas le habían

1 J U A N M . PACHECO, LOS jesuítas en Colombia. I I , 387.


2 Archivo de la Provincia de Quito: Instrucción y órdenes por el P . P r .
Rodrigo Barnuevo a los P P . Andrés Ignacio y Alonso Fernández para la misión
de Guayana, donde son enviados por la santa obediencia, en 4 de junio de 1646.
Legajo, 3.
3 Archivo de la Provincia de Quito. Ib'id.
4 JUAN M . PACHECO, Los jesuítas en Colombia. I, 359.
5 PELLEPRAT, Re/ation des Missioas. Libro II, c. I I I (p. 110).
6 PELLEPRAT, Relation des Aíissions. Libro II, c. I I I (p. 109).
7 Archivo General de Indias, Santo Domingo 178A; Indif. General 777.
Archivo de la Compañía de Jesús en Quito, Leg. 3.
P A B L O O J E R y H E R M A N N GONZÁLEZ, La jundación de Mataría y la cario-
grajía del Guarapiche. 22 ss.

4
XLIV ESTUDIO P R E L I M I N A R

prometido ayuda, con tal de que los misioneros fueran borgoñones o


vasallos de la monarquía española.1 Pero ya desde su regreso a Gua-
yana {1655) trabaja para la corona española.
La presencia jesuítica en Guayana se prolonga hasta el año 1681.
En el catálogo de 1678 se nombra al P. Vergara como Superior de
la Guayana, y en una carta de 1685 afirma que vivió 14 años en este
difícil territorio.2 El 17 de junio de 1681 el P. Cavero hacía renuncia
formal de la misión*
En cuanto a los protagonistas La imprecisión se torna en con-
fusión: una serie de circunstancias han entremezclado y desquiciado
hechos históricos trastocando las personalidades de tos protagonistas,
Mesland-Monteverde, a pesar de que en las fuentes originales y
coetáneas tanto las personas como la Historia aparece con toda nitidez.*
¿Cómo han llegado a superponerse tas personalidades de Mesland-
Monteverde? El error es menos explicable si se tiene en cuenta que en
la Historia de Mercado (1685) •— fuente de inspiración obligada
para el siglo XVII — se les dedica dos extensas biografías. El origen
de todo este confusionismo se inicia con Rivero y Cassani quienes
además de la obra de Mercado debieron utilizar otros documentos.
Más exacto que los historiadores jesuítas es Fernández de Pie-
drahita5 quien señala la existencia de 5 miembros de la Compañía
de Jesús de Francia pero sin investigar la pre y ulterior problemática.
Lógicamente es necesario suponer diversas fuentes oficiales y privadas
de información para explicar la divergencia Piedrahita-Rivero
Cassani. Un ejemplo típico lo observamos en la divergencia de ape-
llidos. Mientras Rivero nos habla de Mesland o Meléndez* y a veces

1 Archivo Romano de la Compañía de Jesús. N R et Q. 14: Carta del P a d r e


Mesland.
2 Arcbivo Nacional de Bogotá. Asuntos eclesiásticos. T. II, folio 14.
3 JUAN M. PACHECO, LOS jesuítas- en Colombia. II, 387.
4 P a r a la bibliografía nos remitimos al P . PACHECO, Los jesuítas en Colombia,
II, 273-283. Además: MERCADO, Historia. II, 343-355. K A R L S I X , P. Denis Mes-
land, ein junger Freund Descartes aus den Jesultenorden, en « Zeitschrift für
katolische Theologie » (1915) 1-33.
5 PIEDRAHITA, Historia general de las conquistas del Nuevo Reino de Gra-
nada. I, 19-20.
6 R I V E R O , Historia de las Misiones de los Llanos de Casanare y los ríos
Orinoco y Meta. Bogotá, 1956, 154.
ESTUDIO PRELIMINAR XLV

también de Molano,1 sobre Monteverde tenemos más variedad. Mer-


cado le llama Antoine du Mont Verd;2 Píedrahita: Antonio de Mons-
íiberth;z Rivero: Antonio de Monteverde.4 Los documentos oficiales
que reposan en el Archivo Nacional de Bogotá; Antonio Monteverde.
Y su apellido autentico es Vois-le-Bert.5 La españoUzación de los
apellidos extranjeros era una treta para evitar la intransigencia de
los controles reales. Precisamente en 1650 estaba en su punto más
candente el recelo de la corona española contra los jesuítas extranjeros
en América.*
Este confusionismo se prolonga hasta los historiadores actuales:
Restrepo, Aguirre y Jerez, pasando por Borda, Groot y Astrain.
El estudio del itinerario venezolano de Mesland y Monteverde es
sin duda la clave para puntualizar las imprecisiones de los escritores
a partir del siglo XVIII*
Rivero al narrar la incorporación de Monteverde el año 1661 a
las misiones, dice escuetamente « después de muchas calamidades y
"naufragios", salió a los Llanos el P. Antonio »;7 y al hacer la pre-
sentación de Mesland en 1664 indica que « siguiendo los pasos del
P. Monteverde vino desde su pueblo y curato de Guayana a estos
sitios ».8 Como los historiadores modernos desconocían a Mercado,
tuvieron que aceptar como dogma las inexactitudes e incluso contra-
dicciones del misionero del Meta. Así la « odisea novelesca » de que
nos habla Aguirre; el bello capítulo « El desafío a la selva » que el
P. Jerez dramatiza en su obra los Jesuítas en Casanare, etc., pueden
seguirse aplicando fundamentalmente a Monteverde, aunque nunca a
un Monteverde que caminara de Santo Tomé a Bogotá.

1 R I V E R O , ob. c'tt, 93.

2 P E D R O D E MERCADO, Historia de la Provincia del Nuevo Reino y Quito


de la Compañía de Jesús. Bogotá, 1957, II, 355.
3 PÍEDRAHITA, Historia General de las conquistas del Nuevo Reino de Granada.
I, 19-20.
4 RIVERO, Historia de las Misiones, 154.
5 MONTEZON, Mission de Cayenne et de la Guyane francaise, 532.
6 ASPURZ, La aportación extranjera a las Misiones españolas del Patronato
Regio, 207 ss.
7 RIVERO, Historia de las Misiones, 103.
8 R I V E R O , ob. cit, 154.
XLVI ESTUDIO PRELIMINAR

El viaje directo Guayana-Bogotá no creemos que lo realizase nunca


Monieverde y mucho menos antes del año 1662. Para la reconstrucción
de esta época no estará de más el clarificar la cronología que encuadra
los años inciertos:

a) Mesland:
— 1645: Martinica.
— 1651: Primera entrada a Guarapiche.
— 1655: Segunda entrada a Guarapiche {20 de junio).
— 1655: Viaje a Sto. Tomé de Guayana (16 de septiembre).
— 1654: Bogotá (mayo).
— 1655: De nuevo en Guayana.
— 1664: Regreso a Bogotá y misionero en los Llanos.1

b) Monteverde:
— 1656: Llega con Pelleprat al Guarapiche.
— 1656: (21 diciembre) Escribe al P. General desde La Habana.
—- 1657: Pasa por Jamaica.
— 1657: (25 de diciembre) En La Habana. (Nos inclinamos a
creer que el año de su carta anterior 21-XII-1656 está equivocado y
se trata del 57).
— 1658: En las misiones (2 años; muy impreciso).
— 1660: (21 de septiembre) hace la profesión en el colegio de
Mérida.
— 1668: Superior de la Misión de los Llanos (8? años).
— 1669: (10 diciembre) Muere en las Misiones del Meta.2
Así queda claro el problema de los itinerarios que en cierta ma-
nera conviene verificarlos con las biografías de Mercado ya que los
datos del Archivo Romano sobre Monteverde no son siempre del todo
precisos.

1 P a r a establecer esta cronología nos hemos servido de la Relaüon des


Missions de Pelleprat y de Mercado. II, 343-355.
2 P a r a la cronología Monteverde: MERCADO, II, 355 y ss. Y algunas cartas
que reposan en el Archivo Romano de la Compañía de Jesús, aunque bien es
verdad que a veces no se expresa claramente en lo relativo a fechas y años.
ESTUDIO PRELIMINAR XLVII

Nos parece probable que Rivero desdobla al auténtico Mesland


en dos personajes diversos: el P. Dionisio Mo laño1 llevado a Guayana
por don Martín de Mendoza y Berrío; y el P. Dionisio Meiand o
Meléndez2 quien después de seguir los pasos de su paisano el P. Mon~
teverde vino de Guayana « donde había sido cura de los españoles
"algunos meses" ».3 La fuente de inspiración de Rivero al presentar
a Monteverde es una carta* de la que se desprenden algunos datos
ciertos y una serie de episodios que no aparecen ni en Mercado ni
en los escritores franceses. Además las otras fuentes contemporáneas
están del lado de Mercado: Tanto tas « Cartas necrológicas » como
los Memoriales y especialmente las fuentes francesas: Pelleprat y
du Tetre. ¿Habrá algún documento tan importante que no haya llegado
a manos de Mercado y sí a las de Rivero y Cassani? Las impreci-
siones e incluso contradicciones con que se expresa Rivero no facilitan
esta posibilidad.
En resumen: la obra de Pelleprat toca una serie de puntos inte-
resantes para la etnografía, sociología, folklore, filología e historia.

1 R I V E R O , Historia de las Misiones, 93.


2 RIVERO, ob. clt, 153.
3 RIVERO, ob. cit, 155.
4 RIVERO, ob. cit, 103.
A P U N T E S BIOGRÁFICOS

La biografía de Pelleprat se extiende sobre dos vertientes total-


mente dispares: una europea {1606-165í) dedicada de lleno a la En-
señanza de las Humanidades en los colegios provincianos del Sur de
Francia; y otra americana {1651-1667) rica en acontecimientos,
grande en empresas y enorme en desengaños.
El marco francés de nuestro biografiado es amplio: nueve lustros;
mas un poco difíciles de historiar ya que la labor de los investiga"
dores hasta el presente ha sido nula y los únicos documentos de que
disponemos son tos burocráticos catálogos jesuíticos y las inexacti-
tudes especialmente cronológicas que hasta el momento nos han pro-
curado los bibliógrafos. Una buena compensación podría haber sido
la obra del P. Fouqueray: « Histoire de la Compagnie de Jésus en
France », pero sus 5 tomos abarcan solamente hasta el año 1645.
Cuando el 23 de septiembre de 1623 Pedro Pelleprat ingresa en
la Compañía de Jesús, había finalizado sus estudios de Humani~
dades y caminaba hacia los 18 años.1 Nacido en Burdeos en 1606
realiza en su ciudad natal todos los estudios y muy probablemente
en el colegio de los jesuítas. Para comienzos del siglo XVII habían
instalado éstos en la ciudad del Garona un complejo de obras inte-
resantes, gracias al apoyo de la ciudad y de todos los ciudadanos;
una Facultad de Teología; un colegio que al abrir sus puertas contaba
con más de mil alumnos;* una casa Profesa y un Noviciado.z

1 Archivo Romano de la Compañía de Jesús. Provincia de Aquitanía,


Catálogo de 1625.
2 FOUQUERAY, Histoire de la Compagnie de Jésus en France. París 1910-
1925 (5 vols.) III, 42, 43.
3 FOUQUERAY, ob. cil, III, 107; IV, 198-202.
ESTUDIO PRELIMINAR XLIX

Ya desde los primeros años de vida religiosa despunta una per-


sonalidad relevante y diferenciada, en la que se conjugan toda una
gama de valores humanos bastante apreciable, con una tendencia mar-
cada a acentuar cierto predominio del valor intelectual.
Su carácter amable y equilibrado encuentra un amplio comple-
mento en la formación humanística que la describen como « máxima
pro aetate ». Los informes constatan reiteradamente una inteligencia
intuitiva y penetrante junto a un juicio maduro y a una experiencia
de la vida deficiente. Asi pues no es de extrañar que estas cualidades
de Pelleprai llamen la atención de tos informadores y que lo cata-
loguen como un hombre capaz de puestos de gobierno y con distin-
guidas dotes oratorias}
Mucha luz puede arrojar para la comprensión de la vida y la obra
de Pelleprai el sintetizar brevemente el orden y el programa de estudios
de un colegio jesuítico del siglo XVI. El plan pedagógico había que-
dado formulado por la « Ratio Studiorum » de 1599, inspirada sobre
todo en el sistema de estudios de la Universidad de París y cuya
orientación general se armonizaba con el movimiento intelectual del
siglo XVI. Con todo nos vamos afijar en el Colegio de Mesina que
es el primer plantel pedagógico que aceptó el fundador de los jesuítas,
según una caria del P. du Coudret al P. Polanco, 14 de julio de 1551.2
En Mesina había tres clases de gramática, las humanidades, la
retórica y la Filosofía; además de un profesor de griego y otro de
hebreo. La duración de los ejercidos escolares cada mañana y cada
tarde variaba de dos a tres horas según el grado de las clases; en todas
ellas se hablaba latín. Las vacaciones se reducían a quince días
para los alumnos de humanidades, a ocho para la tercera clase de
gramática y a menos todavía para las clases inferiores.
En la primera clase de gramática dividida en varias secciones,
los alumnos recitaban tas 8 partes del discurso de Donatas o los rudi-
mentos de Despautere. En la segunda clase, dividida en dos secciones,
los más débiles aprendían la Gramática de Pharaon, y los más avan-
zados la de Despautere, hasta la sintaxis. El profesor explicaba las
cartas de Cicerón, algunos pasajes de Terencio o las Églogas de

1 Archivo Romano de la Compañía de Jesús. Provincia de Aquitania,


Catalogas personarum secundas, 1633,
2 FOUQUERAY, Historie de la Compagnie de Jésus en France. \, 186-187.
Nos servimos del resumen que trae Fouqueray y lo transcribimos casi al pie
de la letra.
L ESTUDIO PRELIMINAR

Virgilio. Una media hora cada mañana así como toda la tarde del
sábado estaban consagradas a las concertaciones. El sábado por la
mañana se repetían todas las lecciones de la semana.
En la tercera clase se veía, desde octubre hasta Pascua la sintaxis
de Despautere, y después de Pascua el arte métrico y el libro de Figuris
del mismo autor. El profesor explicaba, entre los prosistas, o a Cicerón
(« de Amicitia », o « de Senectute ») o a Salustio; entre los poetas o a
Terencio o a Ovidio. Los alumnos debían hacer cada día una com-
posición latina sea en prosa sea en verso.
En el curso de humanidades había más variedad de elección de
autores.
En Retórica se aprendían los preceptos o en el Fabio o en la
retórica « ad Herennium »; el profesor explicaba Juntamente con los
Discursos de Cicerón y de Demóstenes, Hesíodo o algunos libros his-
tóricos. Cada semana los alumnos redactaban un discurso que el
maestro corregía en la tarde del sábado; cada 15 días tenían lugar
los debates páblicos.
La Provincia Jesuítica de Aquitania desplegó una acción de-
masiado ambiciosa en los comienzos del siglo XVII aceptando la
fundación de gran numero de colegios que iban absorbiendo casi todos
los sujetos aptos. El año 1629 Pelteprat aparece como profesor de
Gramática en el Colegio de Saintes1 fundado en 1611.2
No hemos podido localizar dónde realizó sus estudios superiores
de Filosofía y Teología. En 1633 dirige la clase de Humanidades en
z
el colegio de Agen, uno de los primeros planteles de la Provincia
de Aquitania; sus orígenes se remontan a 1591 y además de la Gra-
mática y de las Humanidades disponía de la facultad de conferir
grados en Artes después del curso de Lógica y Filosofía.^ ¿Pudo
asistir aquí a las clases de Teología que regentaban los jesuítas en
el Seminario?
Tres años más tarde se vincula al recién fundado colegio de Tulle,
que a los dos años de existencia, 1622, albergaba a 500 alumnos.1*

1 Archivo Romano de la Compañía de Jesús. Provincia de Aquitania.


Catálogo de 1629.
2 FOUQJJERAY, HUtotre de la Compagnie de Jésus en France. I I I , 370.
3 Archivo Romano de la Compañía de Jesús. Provincia de Aquitania.
Catálogo de 1633.
4 FOUQUERAY, HUtoire de la Compagnie de Jésus en France, II, 307,
5 FOUQUERAY, Ob. cit III, 501.
ESTUDIO PRELIMINAR LI

Un poco azarosa debió ser la vida del colegio de Tulle en el trienio


1636-39 ya que en 1640 se interrumpieron las clases porque el edi-
ficio amenazaba ruina y además porque no se habían cumplido las
clausulas del contrato.1 La vida dedicada a la enseñanza resultaba
a veces heroica ya que empeñados los jesuítas en mantener la gra-
tuidad de la. docencia, se veían obligados a llevar una vida pobre y
con privaciones inenarrables.
La próxima noticia biográfica se remonta ya al ano 1645 y está
fechada en el colegio de Agen;2 parece que para estas fechas abandona
la docencia, al menos de forma oficial, y se dedica de lleno a la ora-
toria. Los informes son escuetos: 40 años; salud: débil. Tiempo de
estudios: 3 años de Filosofía y dos de teología,3
Pero paralelamente, en su biografía íntima, se opera una curiosa
evolución psicológica. Los informes secretos nos ponen sobre una
pista. El año 1636, a sus 30 años, comienza a f laquear su salud, y
como una constante matemática se mantendrá hasta su muerte. SÍ
lo contraponemos a los informes de 1625, 1629, 1633 salta a la vista
su complexión sana y sus « vires firmae ». ¿De qué clase de enfer-
medad se trata? Hay una carta en el Archivo Romano que nos revela
un espíritu torturado y sumido en los más profundos escrúpulos. Esto
nos lleva a pensar en la existencia de una crisis interna fuerte, amasa-
da lentamente en la soledad y que repercute en toda su vida de estudios.
Ponemos a continuación a modo de diagrama, tres momentos de
sus informes secretos: el del año 1633 cuando está de profesor en el
Colegio de Agen; 1636 profesor en el colegio de Tulle; y 1658 recién
llegado a la misión de los taraumaras.
(1633) (1636) (1658)
Ingenio agudo bueno mediano
Juicio maduro seguro mediano
Prudencia no poca de gran esperanza mediocre
Experiencia de las
cosas pequeña (sin nada) grande
Aprovechamiento
en ¿os estudios . . máximo para la edad (ilegible) mediocre
Complexión temperada (ilegible) ?

1 FOUQUERAY, Ob. cit V, 222.


2 Archivo Romano de la Compañía de Jesús, Provincia de Aquitania.
Catálogo de 1645.
3 Archivo Romano. Ibid.
LII ESTUDIO PRELIMINAR

¿Fueron cargas emocionales las que crearon este paulatino de-


rrumbamiento? ¿Fué desadaptación a cierta clase de ambientes hosti-
les? ¿Quiso justificar espiriíualmente algún fracaso inmerecido en su
vida? Todo son hipótesis que requieren un estudio largo y reposado.
La fecha que inaugura la vertiente americana no es el año 1639,
como se ha venido afirmando reiteradamente, sino el año 1651, es
decir, 12 años más tarde.
La hipótesis sostenida por la mayoría de los bibliógrafos nos
ofrecería un Pelleprat que abandona Europa a los 33 años y que
dedica 28 a la etapa americana. Lo que más sorprende es que el P.
Montézon, editor de la segunda edición de la « Relation des Mis-
sions », haya incurrido en el mismo error, a pesar de su conoci-
miento de los Archivos jesuíticos y sobre todo de la afirmación del
mismo misionero que claramente expresa en su libro la fecha de
embarque para el continente descubierto por Colón,
El esquema fundamental que han presentado los biógrafos del
jesuíta burdigalense adolece de los siguientes defectos: Inexactitud
en las cronologías; olvido de su presencia en Venezuela; vinculación
de Pelleprat a los palpitos parisinos, cuando en realidad sólo estuvo
de fijo en 1655.
Quizá a partir del siglo XIX el relato base lo constituye el artículo
de la «Biographie Michaud» que transcribimos a continuación:
« Pelleprat Pedro. Jesuíta nacido en 1606 en Burdeos, fué admitido
en la Compañía a la edad de 17 años y después de haber enseñado
en diferentes colegios vino a París donde se ganó una reputación por
su talento para la predicación. Solicitó de sus Superiores el consa-
grarse a las misiones y se embarcó a fines de 1639 en una nave que
le llevó a Martinica. Visitó las diferentes misiones que los jesuítas
poseían en las islas francesas y seguidamente pasó a Méjico donde
esperaba encontrar más ocasiones de ejercitar su celo para la propa-
gación de la fe. Permaneció allí 11 años, ocupado en instruir los
habitantes del país, de los que se hizo querer por su dulzura; murió
en medio de sus trabajos apostólicos, en Puebla de los Angeles en
Méjico el 21 de abril de 1667 ».1

1 Biographie universelle. Ancienne et moderne Biographie unwerselle, ou-


vrage entierement neuj, par une Societé de gens de lettres et de savanís. París, 1823,
vol. 33, pp. 286-287.
ESTUDIO PRELIMINAR Lili

El primero en establecer el comienzo de la vertiente americana en


el año 1651 ha sido el Abbé Rennard.1 Como constatación de esta
segunda hipótesis están ¿os catálogos jesuíticos de la Provincia de
Aqaltan la. Una duda podría surgir a la vista del catálogo del año
1650, en el que al enumerar los sujetos residentes en América meri-
dional se incluye el nombre de Pelleprat, pero tachado con una raya.
¿Se podría señalar entonces el año 1649 como fecha de partida? El
mismo Pelleprat nos dice en su « Relatlon des Missions » « el año
1651 nos embarcamos en la Rochelle para pasar a las Islas, los PP.
Aubergeon, Guelmu y yo >.2
Así pues su biografía hay que desdoblarla en 45 años europeos
y 16 americanos, lo cual no deja de ofrecer perspectivas bien dije'
rentes.
Cuáles fueron los motivos de esta partida para las misiones de
las Antlltast lo Ignoramos por completo.
Dos grandes etapas podemos establecer en estos tres amplios
lustros que se desarrollan en el nuevo mundo: la de 1651-1656 que
se inicia en las Islas del Caribe, para buscar una expansión en el con-
tinente y que culmina en 1656 con su regreso a Francia y con la pu-
blicación de sus obras. La segunda etapa se extiende de 1658 al 1667;
su vinculación a la Nueva España significa el fin de un movimiento
misional esperanzador y un comenzar de nuevo en un país extraño
y políticamente enemigo. Y dividiendo estas dos etapas una zona
imprecisa y oscura, histórica y cronológicamente.
La biografía del jesuíta de Burdeos en las misiones insulares es
agitada y dinámica. Los jesuítas habían establecido en su concepción
misional 3 puntos de apoyo permanentes: las Islas de Martinica,
San Cristóbal y Guadalupe* desde donde se Irradiaba temporalmente
el Influjo misionero a las Islas de Santa Cruz, San Martín, San
Bartolomé y María Galante.41
La actividad sacerdotal se proyectó principalmente sobre los
francesest colonos o comerciantes, y en segundo plano los esclavos
negros y los indios. Pronto el contacto con los Gálibis inspiró a Mes-

1 AVbé RENNARD, Essal bibliographique sur l'hutoire retigieuse des An-


tilíes jrangaises. París (sin fecha), c. III, 15.
2 PELLEPRAT, Relaüon. des Missions. Libro I, c. III (p. 26).
3 PELLEPRAT, ob. c'd. L. I, c. II (p.15).
4 PELLEPRAT, ob. cit. L. I, c. IV (p. 30).
LIV ESTUDIO PRELIMINAR

land la planificación de una misión arraigada en el continente y


eminentemente indígena: su primer viaje a Venezuela en 1651 es una
consecuencia. El interés francés por el Guarapiche, puerta de tos
llanos orientales y asombroso por su riqueza pecuaria, atrajo las
miradas de este gran misionero. La acción misional del jesuíta car-
tesiano en tierras venezolanas se vio apoyada por la buena amistad
comercial de los Gálibis y de sus aliados tos Cores, los Aróte y los
Paria.1
El 20 de junio de 1653 se dirigía por segunda vez Mesland al
Guarapiche, acompañado de Pelleprat y de cuatro jóvenes franceses,
con el pensamiento de radicarse definitivamente en el país.2
La historia de este intento misional, hasta hace poco inédito,
arranca el 1651 con Mesland y concluye en 1657 con el fracaso de la
* Compañía de Tierra Firme ». En esta acción convergen tres nom-
bres, que se han vinculado de las más variadas formas a la historia
de nuestra cultura: Denis Mesland fundador de la misión del Gua-
rapiche y portavoz auténtico de las doctrinas cartesianas en el suelo
americano;* Pedro Pelleprat, nuestro biografiado; Antoine Bois-le-
Vert, primer gran organizador de. las misiones llaneras.
Con la partida de Mesland el 16 de septiembre de 1653 para
Santo Tomé de Guayana y su enrolamiento en las misiones espa-
ñolas, y la enfermedad de Pelleprat que le obligó a abandonar la
misión el 22 de enero de 1654,* se inicia el proceso de desintegración
del intento francés del Guarapiche.
El 16 de febrero de 1655 abandonaba nuestro misionero de nuevo
las Lslas con rumbo a Europa.5
Quizá el climax de su vida lo constituya el año 1655, con su re-
greso a Francia y la publicación de la « Rciation des Missions ».
A partir de esta fecha límite — frisando los 50 — se precipita en
una etapa gradualmente ahistórica.
Los años 55 y 56 los absorbe la edición de su obra y la prepa-
ración del intento misional ensayado en costas venezolanas. Los

1 PELLEPRAT, ob. cit. L. II, c. XI (p. 182).

2 PELLEPRAT, ob. cit L. II, c. II (p. 98).

3 José DEL REY, Venís Mestand, introductor del cartesianismo en América?


en « Latinoamérica » (Méjico, 1958) 102-105.
4 PELLEPRAT, ob. cit. L. II, c. XII (p. 190).

5 PELLEPRAT, ob. cit L. I, c. VIII (p. 80).


ESTUDIO PRELIMINAR LV

organizadores de la « Compañía de Tierra Firme » se dedicaron a


una propaganda activa y se puede decir que su planificación fue a
grandes líneas interesante.
El historiador du Tertre nos ha dejado en un largo capítulo una
reseña completa de todos los acontecimientos.1 Para sacudir el interés
del publico se lanzaron unas hojas volantes en París y otras ciudades
de importancia de Francia, informando acerca del país donde pretendía
establecerse la Compañía de Tierra Firme, y de sus enormes posi-
bilidades.
Para enero de 1656 se firmaba un documento acreditando la
legalidad de la Compañía como Sociedad, cuyos socios debieron
adelantar la suma de mil escudos. El 15 de junio de 1656 sin esperar
siquiera la confirmación de las Letras Testimoniales de su Majestad
católica y contra el parecer de las personas prudentes que aconse-
jaban cautela, se hicieron a la vela los expedicionarios en el puerto
de Nantes.2
Zarparon de Martinica el 23 de octubre y bordeando S. Vicente,
Tobago, la costa de Trinidad y la boca de Dragón se establecieron
en Guanátigo.3 La ubicación era estratégica; con pleamar los navios
podían deslizarse hasta el pie del Fuerte gracias a tres brazos de
agua; en bajamar, emergía la costa y se secaban los caños, de suerte
que quedaba todo despejado hasta el límite de un disparo de cañón.
Con todo el 6 de febrero de 1657 el capitán Bourloite llevó la noticia
a la isla de Granada de que los españoles habían destruido la colonia
de Guanátigo.* En el momento de la dispersión se encontraban dos
jesuítas: los PP. Pelteprat y Monteverde.
Si en general la cronología en la biografía de Pelleprat ha sido
inexacta, el bienio 1656-1658 se puede aseverar que es contradictorio.
Así no es de extrañar que hayan germinado toda clase de confusiones
postbles entre los escritores americanos ya que en definitiva se han
visto obligados a trabajar con una serie de piezas que no encontraban
lugar en ningún montaje histórico.
Si como asegura Du Tertre abandonaron la colonia en febrero
del año 16575 y aparece el jesuíta burdigalense en el catálogo de

1 Du TERTRE, HUtoíre des áníilles. T. I, c. XVIII, pp. 481-491.


2 Du TERTRE, ob. cit 481-482.
3 Du TERTRE, ob. cit 484.
4 Du TERTRE, ob. cit 488-489.
5 Du TERTRE, ob. cit 491.
LVI ESTUDIO PRELIMINAR

sujetos de la provincia de Méjico de 1658, en la misión de los Taran-


maras, se supone que debió arribar a tierras mejicanas hacia fines
de 1657, o comienzos del 1658. ¿Cuál jué su recorrido? No lo hemos
podido descubrir a ciencia cierta. Los documentos de que disponemos
no alcanzan a cubrir toda la problemática.
Mercado, primer biógrafo de Mesland y Monteverde, recoge el
itinerario de Bois-le- Veri con gran abundancia de detalles edificantes
pero prescinde por completo de la cronología. Segán el historiador
jesuíta en La Habana se encontró Monteverde con el P. Andrés de
Rada que quiso llevarle a Méjico, pero la orden expresa de buscar
al P. Mesland le obligó a rehusar la invitación.1
¿Podemos asociar a Pelleprat a este viaje? El cronista de Rio-
bamba habla de Monteverde y silencia a Pelleprat a quien por otra
parte dedica algunas alusiones en la biografía de Mesland.2 Hay que
tener además en cuenta que Mercado desvía el difícil trasfondo polí-
tico que supuso la nacionalidad francesa de sus biografiados.
Segán una real cédula de 8 de agosto de 1665 dirigida al Pre-
sidente del Nuevo Reino los PP. Mesland y Boislevert viajaban en 1656
al Canadá: una tormenta les obligó a arribar a la Florida, donde fue
apresado el navio francés y los dos jesuítas enviados a diferentes
provincias de la Nueva España como prisioneros de guerra*
El 30 de noviembre de 1659 escribía el General de los Jesuítas
a su Representante en Méjico: « En ¿o que toca al P. Pedro Pelleprat,
de la Provincia de Aquitania, que es de la misión de la Nueva Francia,
padeciendo naufragio vino al puerto de la Veracruz, esfuerza que se
atienda a lo que ordenará el Señor Virrey; supuesto que V. R. dio
noticia a su Excelencia de la causa que había obligado a dicho Padre
a entrar en aquel Puerto; remito me a lo escrito en la primera carta ».4
El documento más directo y cercano, el de 1659, habla de nau-
fragio y de asilo en Veracruz. De haber ¿do Monteverde se hubiera
hecho eco la correspondencia jesuítica; además poca luz arrojaría
este hecho para la solución ya que nos ubica entre los años 1657y 1658

1 M E R C A D O , Historia de la Provincia del Nuevo Reino y Quito de la Com-


pañía de Jesús. I I , 356-357.
2 MERCADO, ob. cit II, 346.
3 Archivo General de Indias. Santa F e ; Legajo 530, t. 8, fol. 247.
4 Archivo Romano de la Compañía de Jesús. Cartas de P P . Generales.
Nickel - Provincial de Méjico 30 de noviembre de 1659; primera carta,
Archiv. priv.
ESTUDIO PRELIMINAR LVII

y toda la oscuridad se cierne sobre el bienio anterior. Las afirma-


clones de la real cédula no son del todo exactas ya que Mesland a partir
de 1653 no abandona el Nuevo Reino. ¿No se referirá más bien a Peí"
leprat? ¿Cómo concillar esto con lo que acabamos de decir más arriba?
Tras el fracaso de Guanátlgo el no poder alcanzar ninguna de las
Islas antilienses francesas, nos evidencia la realidad de un naufragio.
Dos puntos quedan todavía con un gran Interrogante: ¿Cómo se rellena
el espacio de tiempo que separa este evento de las postrimerías del año
1657, fecha en que reaparecen algunas noticias sobre ambos personajes?
Y en el caso de haber abandonado Venezuela juntos Pelleprat y Mon-
teverde, nos desorienta el silencio de Mercado sobre el jesuíta bur-
dlgalense, ya que en una ocasión tan trágica como la que describe
en las costas de Jamaica no creemos que Pelleprat fuese a abandonar
a su compañero.
La conclusión es pues clara: el desconocimiento de algunas piezas
claves nos Impide el realizar este montaje histórico.
La etapa netamente mejicana se sumerge en el silencio casi ab-
soluto. El 50 de noviembre de 1659 escribía el P. Gosvlno Nickel al
Provincial de Nueva España, P. Alonso de Bonifacio: «Harta
suerte ha sido que el P. Pedro Pelleprat, natural de Burdeos y de la
Provincia de Aqultanla, haya salido tan bien de su trabajo, habién-
dose temido y aun dicho que era espía, según Informa Vuestra Re-
verencia. Ya que el Sr. Virrey [D. Francisco Fernández de la Cueva,
Duque de Alburquerque: 1656-1660] dio su beneplácito para que
pudiese Ir a las misiones de los Tarahumares, y no se puede tratar
de que vuelva a Europa, ni a las misiones de la Nueva Francia, no
hay sino conservarle ahí, advlrtléndole que proceda de manera que
no dé ocasión a los ministros del Rey de pensar que su Intento ha
sido el que al principio sospecharon, porque podría ocasionar algún
grave daño a nuestra Compañía, y más en tiempos tan peligrosos ».1
Es fácil que los Informes que poseemos de esta época revelen tan
sólo la primera Impresión de los superiores mejicanos; el enfrentar
a los 52 años un Idioma, una cultura y unas costumbres diferentes
lleva consigo en un temperamento como el de Pelleprat una gran
depresión.
La estructura psicológica del misionero venezolano era bastante
más delicada que la de sus dos compañeros Mesland y Monteverde,
para poder superar de forma airosa esta nueva crisis. Sospechamos

1 Archivo Romano de la Compañía de Jesús. Ib id. Primera carta.


LVIII ESTUDIO PRELIMINAR

con todo que la Publicación de sus « Soliloquios » en la capital de


Nueva España testifica una rehabilitación ante quienes en el primer
recibimiento lo catalogaron solamente apto para « el ministerio con
Indios ».
En el catálogo de 1662 aparece en la residencia jesuítica de San
Luis de la Paz dedicado a los ministerios espirituales con tos espa-
ñoles; esto nos hace sospechar que los últimos cinco años de su vida
transcurrieron alejados de las misiones.
Como las fuentes para esta etapa biográfica son raras, antes que
aventurar conjeturas preferimos guardar silencio. Y concluímos con
las palabras de Sotwell, su coetáneo y primer biógrafo oficial: « Des-
pués . . . de sufrir muchas dificultades pasó de esta vida a recibir
el premio de sus trabajos en Puebla en el reino de Méjico el 21 de abril
de 1667 ».
La versión castellana que hoy presentamos de la « Re latión des
Misslons» ha sido redactada sobre la primera edición de 1655.
No se trata de una edición crítica en el sentido austero de la palabra
pues para ello hubiéramos necesitado bastante más tiempo; pero sí
podemos afirmar que ofrecemos una edición serla que estudia y
afronta los principales problemas pelleprallanos.
Antes de finalizar esta Introducción quiero testificar mi sincero
agradecimiento a la Profesora Ana María Pota de Muzas a cuya
pluma se debe la traducción castellana de Pelleprat; al R. P. Her-
mann González S.J., que gentilmente me proporcionó los microfilms
de las dos primeras ediciones de nuestro misionero, y al Dr. Euseblo
García Manrique S.J., Director del Colegio Mayor Universitario
Plgnatelll y Secretarlo de la Facultad de Letras de la Universidad
de Zaragoza, quien con su consejo y hospitalidad ha facilitado en gran
manera la preparación de la J a edición del jesuíta de Burdeos.

J O S É D E L R E Y , S. J.

Frankfurt am Main {Alemania Occidental).


FUENTES BIBLIOGRÁFICAS CITADAS

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5
LX F U E N T E S BIBLIOGRÁFICAS CITADAS

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M A R T Í N E Z R U B I O , J., Relatio de statu
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— Breve noticia del P. Cavarte:. et Orinocl vocant, occasione capia ab
— El Orinoco Ilustrado. eo quod P. Vicentius Loverso inji-
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España desde sus orígenes hasta et
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L E C L E R C , BibUothéque Americaine. suítas en Colombia.
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F U E N T E S BIBLIOGRÁFICAS CITADAS LXI

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— Prolusiones Oratorlae. SANDOVAL, P . Alonso, De insíauranda
— Relaüon des Missions des Peres de aethiopum satute.
la Compagnie de Jesús dans les lies — Naturaleza, policía sagrada y pro-
et dans la Terre Ferme de l'Amerique jana, costumbres y ritos, disciplina y
meridionale, catecismo evangélico de todos etíopes.
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su amado Señor Jesu-Christo, iheque de la Compagnie de Jesús.
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RENNARD, Abbé, Essat bibliographique daloso Orinoco, su origen y sus ver-
sur t'histoire religieuse des Antilles tientes, a los piadosos oídos de su
jrancaises. Majestad Católica de las Españas,
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RIBADENEYRA, S. ]., Pedro, Bibtio-
de la Compañía de Jesús pertene-
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vinciae Franclae Societatis Jesu. francesas de América.
v:;;-£v''SV::^;,^^W? ::

iitaAVVAGE5Í>JE£A
...de' rAmeriqíie Mendioaalé
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RELATO D E LAS MISIONES
de los Padres de la Compañía de Jesús en las Islas
y en Tierra Firme de América Meridional.
A Monseñor Nicolás Fouquet, caballero, Vizconde
de Melum, Ministro de Estado, Sobreintendente
de las Finanzas, Procurador General del Rey.

Monseñor:
Se me acusaría, con razón, de injusto y de ingrato para con
vuestro Señor Padre, que ha contribuido tanto al establecimiento
de la Religión Cristiana en América, si yo, no os presentara este
pequeño resumen que relata su progreso. No sólo fué él quien tuvo
la idea de enviar Padres de nuestra Compañía a las Islas, sino
que además protegió siempre a las Misiones y gracias a él éstas
pudieron instalarse y conservarse. Por muy grandes que sean las
ilustres obras de su vida, e incluso, aunque haya alcanzado los
primeros puestos en la justicia y en los asuntos públicos, tengo
que decir, que no hay ninguna mas gloriosa que ésta. Pues si el
juicio de Dios, que prefiere la conversión de un alma a la con-
quista de todo el Universo, es la regla con la cual debemos estimar
cada cosa, ¿quién puede temerlo o quién puede vanagloriarse de
una empresa que le haya producido tantos méritos? ¿cuántos
franceses hubieran terminado miserablemente su vida en el liber-
tinaje, cuántos herejes hubiesen continuado en el error, cuántos
esclavos hubieran pasado de su cautiverio a un cautiverio eterno,
por fin, cuántos pobres Salvajes hubiesen muerto como infieles
si su Señor Padre hubiese tenido menos caridad para con ellos y
menos preocupación por su salvación? Así pues, Monseñor, es
fácil suponer cuántas personas, cuántas naciones diferentes están
interesadas en rogar a Dios por vuestra conservación y por la
prosperidad de vuestra ilustre familia. Vos no os habéis considerado
solamente como heredero de los bienes de Vuestro Señor Padre,
4 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

sino que, como si la virtud fuera hereditaria, en vuestra casa


habéis querido conservar todos sus deberes de caridad. No se ha
realizado ninguna instalación de la Compañía, ni empresa para
la conversión de los Salvajes, de la cual no os hayáis preocupado.
Tan puntualmente os encontrabais en todas las asambleas que
realizaban en su favor, que hubiere podido decirse que vuestra
única ocupación era socorrer a estos pobres miserables. Es vuestro
espíritu magnánimo el que os ha hecho capaz de todo esto y de
ingresar a los diecisiete años en una Corte Soberana. Por esta
misma caridad y rectitud de juicio, habéis sido admitido a los 21
años en el Consejo del Rey; en el que habéis demostrado una
honradez tan grande, una capacidad de trabajo tan extraordinaria,
un desvelo tan perfecto por los intereses de su Majestad, que se
os ha juzgado digno de otros dos cargos, capaces de acaparar
las mentes más preclaras; sin embargo toda Francia ve con cuánta
facilidad y con cuánto éxito habéis salido airoso de ellos.
Recibís a todos, escucháis a los pobres sin jamás rechazarlos,
os interesáis por los asuntos que se proponen con tanta paciencia
como si fuesen asuntos particulares vuestros. Esta bondad, Mon-
señor, le permite a un pobre americano, tomarse la libertad de
ofreceros esta pequeña Obra, cuyo tema no os será desagradable;
pues, además de hablar del cambio de las costumbres de los fran-
ceses y de la conversión de gran número de herejes, de la instruc-
ción de doce o veinte mil esclavos, veréis también la infidelidad
atacada hasta en sus bastiones, quiero decir, el Evangelio predi-
cado en la Isla de San Vicente, guarida de todos los Salvajes de
las Caribes, en la que hasta la fecha ningún sacerdote había
podido desembarcar. E n esta misma Isla perdieron la vida el año
pasado dos de nuestros Padres, cuya sangre, derramada junta-
mente con la de Jesucristo cuando celebraban el Sacrificio del
Altar, será una simiente fecunda de cristianismo, no solamente
en las Islas sino también en el continente, poblado por una infi-
nidad de naciones malvadas, carentes de todo socorro, que son
tan dóciles y están tan bien dispuestas para la fe que esperan
solamente la predicación pues están deseosas de abrazar la Religión
Cristiana.
Hemos comenzado a desbrozar esta tierra, hemos hecho en ella
algunos cristianos, hemos preparado los caminos para los Mi-
sioneros que quieran ser enviados; para el uso de éstos he adjun-
tado al final de este relato un pequeño tratado de la lengua de
PELLEPRAT - RELATO D E LAS MISIONES 5

los Salvajes. Espero que este trabajo encuentre u n hueco en vuestra


bella biblioteca, que por muy numerosa que sea, no rechazará a
este recién llegado, cuyo lenguaje es desconocido para los doctos.
Reciba pues, Monseñor, este pequeño testimonio de recono-
cimiento de parte de todos nuestros Misioneros de América, que
considerando a Vuestro Señor Padre como el autor de la Misión
de las Islas, os ruega muy humildemente acoja bajo su protección
la misión de Tierra firme. Es una gracia que yo me atrevo a esperar
de vuestra bondad, de la que esta Compañía ha recibido ya tantas
pruebas y recibe todavía todos los días. Para Vos, nuestros buenos
deseos y nuestras plegarias, sobre todo las de éste vuestro muy
humilde, muy obediente y muy reconocido servidor en Nuestro
Señor.
Pierre Pelleprat de la Compañía de Jesús.

Extracto del Privilegio del Rey

Por gracia y privilegio del Rey se permite a Sebastián Cramoisy,


mercader, librero jurado, impresor del Rey y de su Majestad la
Reina Madre, Director de la Imprenta Real del Castillo del Louvre,
antiguo Magistrado, Cónsul y Burgués de París, imprimir o hacer
imprimir un libro titulado: Relato de tas Misiones de los Padres
de la Compañía de Jesús en las Islas y en Tierra Firme de América
Meridional, Con Introducción a la lengua de los Gálibis, compuesto
por el Padre Pedro Pelleprat de la misma Compañía, y esto du-
rante tiempo y espacio de nueve años consecutivos, con prohi-
bición a todos los libreros impresores, de imprimirlo bajo pretexto
de arreglo o cambio que ellos hubieran introducido y bajo pena de
confiscación dada por el mismo privilegio.
Dado en París en el mes de julio de 1655.
Firmado por el Rey y su Consejo, Cramoisy.
6 F U E N T E S PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

Permiso del Reverendo Padre Provincial

Nos, Louis Cellot, Provincial de la Compañía de Jesús en la


Provincia de Francia, permitimos a Sebastián Cramoisy, mer-
cader, librero Jurado, impresor del Rey y de su Majestad la Reina
Madre, Director de la Imprenta Real del Castillo del Louvre,
antiguo Magistrado, Cónsul y Burgués de París, imprimir o hacer
imprimir un libro titulado: Relato de las Misiones de los Padres de
la Compañía de Jesús en las Islas y en Tierra Firme de América
MeridionaL Con Introducción a la lengua de los Gálibis* Compuesto
por el Padre Pedro Pelleprat, de la misma Compañía, en prueba
de lo cual hemos firmado la presente en París, a dieciocho de
mayo de 1655. Firmado Louis Cellot.
índice de los capítulos contenidos en este libro.

RELATO DE LAS MISIONES DE LOS PADRES DE LA COMPAÑÍA DE


JESÚS EN LAS ISLAS Y EN TIERRA FIRME DE AMÉRICA MERIDIONAL

PRIMERA PARTE. •— De las Islas de América,

Capítulo I o •— Del país en general.


Capítulo 2 o — Del viaje de nuestros Padres a las Islas, sus
empleos.
Capítulo 3 o — De la conversión de los herejes.
Capítulo 4 o — De las Misiones que nuestros Padres han hecho en
las selvas vecinas para la asistencia de los franceses.
Capítulo 5 o — De la Misión Irlandesa.
Capítulo 6 o — De la instrucción de los negros y de los Salvajes
esclavos.
Capítulo 7 o •— Misiones entre los Salvajes de Martinica y de
San Vicente.
Capítulo 8 o — El asesinato de los Padres Aubergeon y Gueimu y
de dos muchachos franceses que los acompañaban.

SEGUNDA P A R T E . — La Tierra Firme de América.

Capítulo I o — Primer viaje del Padre Mesland a tierra firme


y descripción de este país.
Capítulo 2o — Segundo viaje del Padre Mesland a tierra firme y
de lo que nos ocurrió en camino.
Capítulo 3 o •— Nuestra llegada a Guarapiche y la salida del Padre
Mesland para Santo Tomás.
8 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

Capítulo 4 o — De las ventajas y de las maravillas de este país.


Capítulo 5 o •— Continuación de la misma materia.
Capítulo 6 o — Del gran número de Salvajes de estas regiones
y de su policía.
Capítulo 7o — De sus costumbres y de sus maneras de vivir.
Capítulo 8 o •—• De sus costumbres y de sus disposiciones para reci-
bir la fe.
Capítulo 9 o — Mi ocupación en tierra firme.
Capítulo 10° — De los bautismos que hemos hecho en Guarapi-
che.
Capítulo 11° — Los Salvajes piden franceses para sus tierras.
Capítulo 12° — Mi salida de Guarapiche para las Islas y mi
regreso a Francia.

Extracto de una Carta Escrita en San Cristóbal


a 14 de junio de 1655,
que contiene algunas nuevas del país. Introducción a la lengua
de los Gálibis, Salvajes de la Tierra firme de América Meridional.
PRIMERA PARTE

De las Islas de América

CAPÍTULO PRIMERO

Det País en general.

Hablaré en este relato de las Islas de América habitadas por


los franceses en la zona tórrida, más allá del trópico de Cáncer,
entre los 10 y 20 grados del polo septentrional; y de una gran
extensión del país de Tierra firme, que tiene el mar por límite
al Nordeste; al Sur tierras casi infinitas, llenas de pueblos y de
naciones salvajes, completamente desconocidos. Daré como límite
al Sur el río Amazonas, al Noroeste la fortaleza de Cumaná levan-
tada por los españoles en la costa del mar, en la nueva Andalucía,
cuatrocientas leguas más arriba del mismo río Amazonas, frente
a la Isla Margarita. Para no confundir el continente con las Islas,
dividiré este relato en dos partes. En la primera hablaré de las
Islas; en la segunda, de la Tierra firme.
Como el aire que respiramos es la mitad de nuestra vida, donde
es excesivamente frío o caliente resulta terriblemente perjudicial.
De aquí el error de los antiguos, que no podían creer que las tierras,
que están entre los trópicos, o bajo los dos polos, fueran habi-
tables. E n efecto, en cuanto a la zona tórrida, en la que se en-
cuentran todos los países de los cuales voy a hablar, ¿no tenían
fundamento para creer que los hombres no podían vivir en países
en los que los menores calores son tan grandes como los más exce-
10 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

si vos de Europa; donde no hay invierno, ni primavera,, ni otoño,


sino un verano eterno, en donde el sol tiene tanta actividad que las
hachas y demás objetos de acero, expuestos a los rayos solares,
pierden su temple como si los hubieran hecho pasar por el fuego?
¿Qué efectos no causaría este astro en los cuerpos de los hombres,
que no son ni de hierro ni de acero, si la Divina Providencia, que
extiende sus cuidados sobre los habitantes de estas regiones, así
como sobre los países más florecientes, no modificara este ardor
extremo por medio de frecuentes lluvias y por vientos casi con-
tinuos? Estas condiciones climáticas no suprimen todo lo que hay
de rudo y de desagradable en América. ¿Pero dónde se encontrará
un país sobre la tierra que no tenga incomodidades? Ya no hay
paraíso terrestre, ni lugares donde no tenga uno nada que sufrir.
Si las Islas tienen muchas cosas repulsivas, tienen que tener sin
duda algunos poderosos encantos para atraer a las primeras na-
ciones de Europa. Se ven hoy en ellas franceses, españoles, ingleses,
holandeses y daneses que han abandonado países tan ricos, tan
cómodos, para venir a habitar estas regiones a donde no les invi-
taban ni las ventajas del lugar ni la esperanza de fortuna mejor.
Aunque los españoles hayan llegado a las Islas antes que todos
los demás países de Europa e incluso les hayan dado los nombres
que todavía llevan, sin embargo no poseen más que cinco o seis.
El año 1625 los franceses, conducidos por el Señor de Nambuc,
Gentilhombre de corazón, se establecieron en la Isla de San Cris-
tóbal. Los ingleses se encontraban allí al mismo tiempo y con
el mismo deseo; toda la Isla fue dividida y repartida entre las dos
naciones, y desde entonces la han poseído y viven en ella en buena
concordia. El Señor de Nambuc viendo que la empresa de San
Cristóbal había tenido tanto éxito; decidió enviar una colonia fran-
cesa a la Isla de Guadalupe. Pero los Sres. de L'Olive y du Plessis
le previnieron que ellos habían llevado habitantes de Francia el
año 1635. Por esto, temiendo también que alguien ocupara la
Isla de Martinica, pasó este mismo año a esa Isla y obligó a los
Salvajes a cederle una parte de ella y a retirarse a la otra. Dejó
allí como Comandante al Sr. du Pont. Este fue apresado poco
tiempo después por los españoles. Entonces el Sr. de Nambuc
entregó el Gobierno al Sr. D u Parquet, su sobrino, verdadero
heredero de su valor y de su buena conducta.
Desde esta época, los franceses no contentos con conservar
estas tres islas, han hecho aumentar la población hasta el número
PELLEPRAT - RELATO D E LAS MISIONES 11

de quince o dieciseis mil, y se han establecido después en las de


Santa Cruz, San Martín, La Tortuga, San Bartolomé, Granada,
Santa Lucía y Marigalante. De ellas hablaré más tarde, no que-
riendo tratar en este capítulo de cada una en particular, sino sola-
mente de las cosas que son comunes a todo el país.
Comencemos por los víveres. El pan corriente de las Islas, que
se llama « Casabe », se hace de la raíz de una planta llamada
Mandioca. Se extrae primeramente el jugo en una prensa y des-
pués se hace cocer sobre una placa de hierro, sobre la que se ex-
tiende en forma de pastel. El jugo extraído es un veneno fuerte
para toda clase de animales e incluso para los hombres. Los Sal-
vajes lo emplean, sin embargo, para hacer una especie de papilla
que ellos llaman Cassiri, Hace falta que el fuego le suprima toda
esta malignidad para poderla comer sin que sea nociva. La bebida
corriente se llama Oiiicou o Maby\ se elabora poniendo a remojar
Casabe en agua, con alguna otra raíz que se pueda mezclar; cuando
se le añaden frutos de otros árboles los Salvajes la llaman Oüicou
üeueberembo, es decir, Oüicou de frutos de árbol. Todos estos bre-
bajes no son solamente agradables y nutritivos sino que pueden
llegar a embriagar cuando se toman con exceso.
El trigo que se siembra en estas regiones crece unos ocho o
diez pies, pero no grana como en Europa. La viña que se planta
es extraordinariamente fecunda; está cargada de uvas en toda
época, y si se quisiera tomar el trabajo de cultivarla, se podría
vendimiar tres veces en un año y obtener buen vino; pero los
habitantes de América obtienen más provecho haciendo tabaco
y trabajando el azúcar que ocupándose de la viña. Es verdad que
el comercio que mantienen estas Islas con Europa suple este de-
fecto; incluso sin vendimiar ni cosechar trigo, se encuentran abun-
dantemente vinos y harinas.
Respecto a la tierra de las Islas, es tan fértil y produce tanto,
que un pequeño grano de mijo de Francia produce cuatro o cinco
cañas de nueve o diez pies de alto, y están todas cargadas de
espigas llenas de grano. El arroz se multiplica tanto que se hace
la recolección cuatro o cinco veces antes que haya necesidad de
volverlo a sembrar. Los árboles frutales producen al mismo tiempo
flores, capullos, frutos. Las simientes de nuestras plantas hortí-
colas y de la mayor parte de las otras plantas de Europa, echadas
en tierra, germinan y crecen en cualquier época. Hay guisantes
que los insulares llaman guisantes de siete o diez años, porque

6
12 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

una misma planta produce incesantemente todo este tiempo. Se


encuentran también hermosas frutas entre las cuales la más exce-
lente es la pina; por esto lleva una corona, considerándose como
el Rey de todas las demás. El ambiente y la tierra son tan propicios
para los melones y para los higos que se comen en todas las esta-
ciones y todos los días del año.
No hablo de la pesca que es un recurso continuo para los habi-
tantes del país. La caza y a no es tan buena como al principio. La
multitud de habitantes al cazar mucho, han disminuido nota-
blemente los animales. Pero si y a no encuentran ahora tantas pa-
lomas torcaces, ni tantas perdices, sin embargo crían animales
domésticos que no tenían antiguamente. Pues se ven ahora en las
Islas: bueyes, ovejas, cabras, cerdos; se cría también toda clase de
animales de corral, que allí son más fecundos que en Europa.
La moneda corriente del país es el tabaco y el azúcar. Los
extranjeros traen vinos, cerveza, aguardiente, aceites, mante-
quillas, carnes saladas, galletas, telas, tejidos y todas las otras
cosas necesarias para el mantenimiento de los habitantes. E n
cambio reciben de los indígenas tabaco, índigo, concha de tortuga,
gengibre, casia, azúcar, que constituyen las riquezas de estas
regiones. He dicho que los mercaderes se llevan azúcar, pues
desde hace algún tiempo se hace aquí muy bueno, particularmente
en la Isla de San Cristóbal, donde hay varias azucareras.
He encontrado y a tantas personas que desean saber cómo se
hace el azúcar que me creo obligado a decir unas palabras sobre
ello, para satisfacer a todos los que pudieran tener esta misma
curiosidad. Estas regiones producen las cañas con las que se hace
el azúcar y éstas, una vez cortadas en trozos, se ponen en tierra
y al poco tiempo producen unos brotes que engordan y que maduran
en ocho o diez meses. Se los corta, los aplastan o los trituran en
molinos hechos a propósito para ello, para retirar el jugo que se
hace pasar, sucesivamente, por tres calderas, en las que según el
calor, recibe siempre diferente cocción. Cuando está suficiente-
mente purificado, se hace espesar en una cuarta caldera que se
llama batería y de ahí, se saca para hacerlo granular y dejarlo
enfriar en la quinta, o sea la última caldera, que no es de la misma
forma y tan profunda como las otras. Antes que esté completa-
mente enfriado se le pone en pequeñas cajas de madera, anchas
arriba y que se terminan en punta por la parte baja, en las que
hay un pequeño agujero por el que se escurre el jarabe. Este jarabe
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 13

es todavía el cogucho que hay que refinar de nuevo y hacerlo


blanquear con una especie de lejía, para seguidamente hacer los
panes de azúcar. Por todo lo que he dicho se puede juzgar que
pasa por varias manos y necesita bastante trabajo antes de ser
convertido en azúcar. El añil y el tabaco requieren tanto trabajo
y tanto cuidado como el azúcar.
No puedo terminar este capítulo sin decir unas palabras sobre
las azufreras que se ven en las Islas, Están en precipicios tre-
mendos o en montañas escarpadas de muy difícil acceso. La tierra
está ardiente y se la ve en algunos trozos bastante amarilla, en
otros completamente transformada en azufre. Si se encuentran
en ella agujeros llenos de agua, y estos espacios son pequeños,
se oye un ruido semejante al que hacen los herradores o herreros
batiendo el hierro sobre sus yunques. Si las aberturas son anchas
y profundas se creería estar en medio de varias cataratas de agua,
o de un mar extraordinariamente agitado. Nuestros franceses que
no sabían la causa de este efecto t a n sorprendente, me aseguraban,
que se oían en ellos de vez en cuando gritos, gemidos de personas
que se quejaban. Me decían también otras muchas cosas invero-
símiles a este respecto, pero habiendo ido a ver la azufrera de
San Cristóbal, me di cuenta de que el agua calentada por el azufre,
e hirviendo, como si hubiese estado sobre un gran fuego, era la
única causa de todo este ruido. Por todo lo que acabo de decir
se puede sacar un conocimiento bastante extenso de la riqueza
material de las Islas. Pasemos ahora a lo principal. Hablemos de
la riqueza espiritual.

CAPÍTULO SEGUNDO

Del viaje de nuestros Padres a Las Islas y sus empleos.

Hacía ya algunos años que los franceses habitaban las Islas


cuando el Sr. Fouquet, Consejero de Estado, bastante conocido
por su piedad y por su gran capacidad para los negocios, indujo
a los señores de la Compañía de América a pedir Padres Jesuítas
para asistir a los franceses y trabajar en la evangelización de los
Salvajes. Se dirigieron a nuestros Superiores; éstos aceptaron con
sumo agrado este empleo, acorde con las normas de nuestro Insti-
tuto y además ofrecido por una persona de tanto mérito.
14 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

Dos Padres y un Hermano fueron destinados para el comienzo


de esta misión. Se embarcaron en Nantes a finales del año 1638,
y llegaron después de una larga y penosa travesía, el día de Viernes
Santo del año siguiente a la Isla de Martinica. Se había elegido
esta Isla como la más ventajosa para la conversión de los Salvajes
y a que en ella habían quedado bastantes y además estaba cercana
a otras tierras en las que había gran numero de ellos. Tampoco
estaba alejada de la Tierra firme y se podía pasar allí cómoda-
mente y establecerse entre los pueblos de cuya conversión se pre-
ocupaban ya en aquellos tiempos.
Esta nueva colonia, aumentó tanto en poco tiempo, que nos
vimos obligados a pedir refuerzos de misioneros y a que el pequeño
numero que estaba allí no podía dar la asistencia necesaria a los
franceses, ni ocuparse en la conversión de los Salvajes. Algunos
años más tarde fuimos llamados y nos establecimos en la Isla de
San Cristóbal y desde hace tres o cuatro en la de Guadalupe.
Además del trabajo que tenemos en estas tres Islas, trabajamos
de vez en cuando en las otras que están carentes de eclesiásticos,
para socorrer a los franceses y ganar para Dios los infieles.
Trataré primeramente de los servicios que nuestros Padres
han prestado en los lugares donde residen; después, de sus viajes
a las Islas vecinas y reservaré para el final de esta primera parte
lo que ellos han hecho para instrucción de los esclavos y de los
Salvajes Caribes. Como estas Islas no han tenido todavía sacer-
dotes, nosotros no sólo realizamos los trabajos propios de nuestra
Compañía sino que además ejercemos las funciones parroquiales.
Por esto, los trabajos de la misión resultan bastante difíciles, ya
que los insulares no viven en un recinto amurallado como en las
ciudades, y como sus pequeñas casas, que ellos llaman cases, no
están reunidas como nuestros pueblos sino separadas unas de otras,
hay que emprender continuamente viajes muy desagradables y
penosos para asistir a los enfermos y llevarles los Sacramentos.
Apenas ha regresado uno de confesar de un lugar, enseguida se
le llama para llevar la Extremaunción a otro, o algunas veces nos
vienen a buscar para ir a bautizar a un esclavo que se va a morir.
Todo esto no se puede hacer sin grandes incomodidades, particular-
mente en Martinica, donde generalmente hay que escalar montañas
escarpadas, andar por caminos muy rudos y difíciles; muy a me-
nudo de noche, u otras veces durante los mayores calores del día.
PELLEPRAT - RELATO D E LAS MISIONES 15

Aunque lleve dicho en el capítulo precedente que el número


de franceses establecidos en estas Islas ascendía a quince o die-
ciseis mil, no he incluido en él a los forasteros ni a los que vienen
para el tráfico, pues no tienen residencia fija y son como aves de
paso. Hay que añadir también gran numero de mercaderes, de
marinos, que llegan todos los años para comerciar, desde distintos
puertos de Francia, y no residen más que cinco o seis meses. Estos
aumentan considerablemente los trabajos de nuestros Padres, pues
casi todos, durante su estancia, aprovechan la ocasión para recibir
los Sacramentos; algunos en cuanto han llegado se confiesan y
otros incluso lo hacen cada quince días; la costumbre ordinaria es
confesarse al partir, no queriendo exponerse a los peligros del mar
en estado de pecado.
Podría añadir a todos éstos, los europeos de diversas naciones
que trafican con las Islas, particularmente muchos holandeses,
ingleses e irlandeses, que encontrando a misioneros, conocedores de
su lengua nativa, hacen lo mismo que los franceses. N o pasa un
año, sin que lleguen ochenta o cien bajeles de distintas naciones;
esto da mucha ocupación a nuestros Padres, principalmente du-
rante las enfermedades. Desde hace cinco o seis años se ven cam-
bios notables en las costumbres en la mayor parte de los habitantes
de las Islas, particularmente en la de San Cristóbal; muchos de los
que antiguamente se confesaban una vez al año, lo hacen ahora
casi cada ocho días, con gran devoción y no solamente no son
viciosos, como se imagina en Francia, sino que practican virtudes
difíciles de creer.
Aportaré una prueba que no puede ser sospechosa, puesto que
tiene tantos testigos como habitantes hay en San Cristóbal. E n
los años 1652 y 1653, la Isla fue asolada por muchas enfermedades
de gran peligro; como esto ocurrió al mismo tiempo que existía
una gran necesidad de víveres, muchas personas morían por falta
de alimentos y socorros; se veía a pobres servidores enfermos, aban-
donados de sus dueños, arrastrarse de barrio en barrio, de choza
en choza para mendigar algún alimento; y la mayor parte haciendo
esfuerzos sobrehumanos morían en camino o a la puerta de las
casas donde no querían o no podían remediarles.
Este espectáculo impresionó profundamente a nuestros Padres
que procuraron eficazmente encontrar algún remedio a estos males
tan acuciantes. Cada uno hace lo que quiere y se sirve de lo que
la caridad le sugiere. A los particulares que pueden contribuir,
16 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

con su crédito o sus medios, se les hace ver la obligación que tienen
de socorrer a estos pobres miserables. Se habla de ello en los ser-
mones con todo el celo que requiere una necesidad tan grande.
Uno de nuestros misioneros toma como tema de sus instrucciones
corrientes y de sus exhortaciones, la caridad del prójimo y hace
tanta mella en los espíritus, en tan poco tiempo, que la gente
no piensa más que en asistir a los enfermos; van al campo y a todos
los lugares donde esperan encontrar a uno de estos pobres aban-
donados, y no hay dueño de casa que no hospede por lo menos
a uno y que no se preocupe de él como si fuera su propio hijo. E n
cuanto el enfermo sanaba o moría, buscaban rápidamente a otro
y si no había bastantes para contentar la caridad de todos, entraban
en una santa discusión para saber quién tenía que llevar al que
acababan de encontrar.
Su caridad en vez de disminuir aumenta todos los días. Varios
muchachos desde esta época se han consagrado enteramente al
servicio de Dios particularmente en la asistencia al prójimo. Así
como ellos se preocupan de aliviar sus necesidades materiales, así
también hacen todo lo posible para socorrer las necesidades de todas
las almas, disponiendo a los enfermos por medio de sus buenas
palabras para bien morir, y procurarles, con una preocupación
increíble, los Sacramentos de la Iglesia. Para ocuparse con mayor
libertad de toda esta serie de buenas obras, se contentan con lo
necesario para la vida y no piensan ya en aumentar su fortuna,
i Qué cambio en personas que habían venido a estas Islas con otra
idea totalmente diferente!
Puesto que estoy hablando de la caridad que los habitantes de
San Cristóbal dispensaron a los enfermos, voy a relatar aquí lo
que ocurrió por entonces en esta misma Isla, en igual ocasión.
Dos jóvenes franceses habían recogido a un irlandés enfermo en
su casa y después de haberle prestado asistencia durante varios
días, creyeron que este hombre estaba fuera de peligro; pensando
que podían abandonarlo por poco tiempo, uno fué al Cuerpo de
Guardia, donde tenía obligación de estar, el otro fué a la Capilla
a oir Misa; aunque estaban a tres cuartos de legua de su casa, los
dos oyeron la voz de su enfermo. El que estaba en el Cuerpo de
Guardia, corre rápidamente a la Capilla y pregunta a su compañero
en qué estado lo ha dejado; y donde está; asegurándole que acaba
de oirle recitar claramente el Pedrenuestro con el mismo tono con
que solía hacerlo delante de ellos. El que estaba en la Capilla
PELLEPRAT - RELATO D E LAS MISIONES .17

responde que él había oído lo mismo; abandona rápidamente la


Misa y va con toda urgencia a la casa donde encuentra al enfermo
agonizando. Este muchacho sin pérdida de tiempo llama a uno
de nuestros Padres para que le dé la Extremaunción, pues había
recibido ya el Viático poco antes. E n cuanto se le administró este
Sacramento el pobre hombre expiró.
Así como he creído un deber rendir testimonio a la virtud de
los habitantes de las Islas, creo también verme obligado a censurar
el procedimiento de otros, para con los servidores que se llaman
contratados, para que se ponga el remedio conveniente. Los con-
tratados son europeos que vienen a las Islas para servir a sus
habitantes. Se les llama contratados, porque tienen la obligación
de servir durante tres años a los que han pagado los gastos de su
viaje y éstos pueden ceder o vender a otros el derecho que tienen
sobre sus personas y sobre su libertad, durante estos tres años.
Al final de este plazo, reciben como salario de sus servicios tres-
cientas libras de tabaco y quedan en libertad para poder regresar
a Europa o trabajar y establecer su pequeña fortuna. La mayor
parte de los que hacen este tráfico, abusan de la credulidad de mucha
gente, a la que hacen creer que todo sonríe en las Islas, que el
país abunda en todo, que se trabaja poco y se gana mucho. No
engañan solamente a los pobres sino a veces también a gente de
buena posición, haciéndoles creer que en América no se vive más
que de hortelanos y de perdices, que las casas están cubiertas de
azúcar — porque ordinariamente se cubren con caña de azúcar —
y con semejantes falsedades echan a perder a muchachos que se
llevan sin saberlo sus padres. Hay incluso algunos bastante malos,
bastante falsos, para hacerlos entrar en sus navios bajo diversos
pretextos; cuando han entrado, los retienen por la fuerza y los
llevan contra su voluntad a las Islas, donde los venden muy a
menudo a dueños que los alimentan muy mal y les hacen trabajar
excesivamente, por encima de sus fuerzas, y les dan un trato tan
inhumano que muchos mueren allí en poco tiempo. Sería de desear
que hubiese una Policía que se ocupara de este asunto y pusiera
remedio. E n cuanto al tema de los servidores contratados, me he
visto sorprendido al encontrar a varios sumidos en una completa
ignorancia de los misterios de nuestra Fe. N o podía concebir
cómo, personas que habían sido educadas entre Cristianos, no se
habían preocupado de aprender lo necesario para su salvación.
N o solamente no sabían rezar a Dios sino que ni siquiera sabían
18 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

hacer la señal de la Cruz. Todo esto produce un aumento de tra-


bajo a nuestros Padres, que además de las instrucciones que les
hacen únicamente todos los domingos y los días de fiesta, van
algunas veces a las casas de sus dueños los días de labor a expli-
carles el catecismo. Anotaré a este respecto un agradable encuentro
que tuve en la Isla de Martinica. A fines del mes de octubre último,
encontré en el camino a un joven servidor contratado que trabajaba
en un campo con un esclavo negro; me enteré por él, si el esclavo
estaba bautizado, si sabía rezar a Dios, a lo que me contestó que
no; entonces le exhorté a enseñarle las oraciones que nosotros les
hacemos recitar por la noche y por la mañana, y le aseguré que
haría una acción agradable a Dios, Este pobre niño,, impresionado
por mi palabra, me contestó con gran ingenuidad y candor: « des-
graciadamente Padre, yo, no sé rezar a Dios porque soy hugo-
note »• Le pregunté de que país era y rae dijo que procedía de la
Isla de Jersey, sometida a Inglaterra. Le prometí enseñarle y le
obligué a venir a buscarme todos los días de fiesta y los domingos.
Lo hizo desde el día siguiente; le enseñé los Misterios de la Re-
ligión Católica que él abrazó con gran deseo, ya que estaba muy
preparado; pero puesto que he comenzado a hablar de la conversión
de los herejes trataré de esto, a lo largo del capítulo siguiente.

CAPÍTULO TERCERO

De la conversión de los herejes.

No sin motivo incluyo entre las ocupaciones de nuestros Padres


la conversión de los herejes, porque aunque Dios ha dado a muchos
la gracia de convertirse, los que vienen a las Islas anualmente
procedentes de diversos puertos de Francia y particularmente de
Diepe y de La Rochelle, ciudades muy infectadas de herejía, nos
suministran siempre nuevas ocupaciones.
No son nuestros Padres los únicos que trabajan en reducirles
al buen camino; hay otros muchos habitantes católicos que son
quienes producen las primeras impresiones en su espíritu y quienes
nos los traen para instruirles. Gran parte tienen también en su
conversión los que tienen el gobierno de las Islas, al hacer guardar
exactamente los edictos reales que prohiben a los herejes el ejercer
PELLEPRAT - RELATO D E LAS MISIONES 19

su religión en América. Ocurre además que al no tener ni templos


ni ministros que les mantengan en su religión y que les confirmen
en sus errores, se encuentra menos resistencia a hacerles abrazar
la fe católica.
Frecuentemente el número de conversiones oscila entre 30 ó
40 por mes. Si se quisiera hacer la recensión de todos ellos, se encon-
traría que se han convertido más de 1.200 ó 1.300 desde nuestro
establecimiento en las Islas. E n lugar de una relación escribiría
todo un volumen si contase aquí todas las conversiones particu-
lares que Dios ha hecho por nuestros misioneros en un solo año.
Me contentaré con recordar tres de ellas.
La primera conversión es la de un artillero, que pasando an
día, hacia mediodía, cerca de la Iglesia del Fuerte de San Pedro,
en la Isla de Martinica, oyó una voz que le llamó pronunciando dos
veces su nombre muy distintamente. El se paró y miró a todos
los lados para descubrir al que le llamaba, pero no viendo a nadie
continuó su camino. Apenas había dado algunos pasos cuando
escuchó la misma voz. Creyó que venía de la Iglesia; entró allí
y buscó cuidadosamente al que le había llamado por todas partes,
hasta debajo del altar, y no encontrando a nadie volvió a emprender
su camino. Pero no bien había salido de la Iglesia cuando se le
llamó por tercera vez tan distintamente como la primera y la
segunda; pero como no había ni dentro, ni fuera, ni en los alre-
dedores de la Iglesia un sitio que él no hubiese ya examinado,
creyó que sería inútil buscar más. Esta voz no se paró en sus oídos
sino que pasó hasta el corazón de este hombre y de tal manera se
hizo escuchar que inmediatamente él fué a buscar a uno de nues-
tros Padres y le pidió su parecer sobre lo que le había ocurrido.
E l padre le respondió que la voz que él había escuchado era pro-
bablemente la del Buen Pastor que le llamaba como a una pobre
oveja descarriada para conducirla al redil; que este Buen Pastor
estaba verdaderamente en el Santo Sacramento, colocado dentro
de la Iglesia, desde donde se le había llamado, que debía creer
en E l y adorarle en adelante. Aunque nuestro artillero quedó
desde entonces vivamente impresionado no se rindió sin embargo
sino cinco años después.
El segundo ejemplo de herejes convertidos es el de u n joven
de Poitiers que por haber vivido algún tiempo entre los holandeses
había abrazado sus errores; pero volvió al buen camino después
de haber sido testigo del hecho que voy a narrar.
20 F U E N T E S PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

Los Padres Aubergeon, Gueimu y yo, nos embarcamos en La


Rochelle para pasar a las Islas el año 1651, en un barco cuya
tripulación y hasta varios de los pasajeros eran hugonotes. El
cirujano, que lo era también, nos llevó al puente del navío un joven
católico que estaba en los últimos momentos, y volviéndose hacia
nosotros nos dijo que habíamos hecho muy mal en dejar morir
sin asistencia a un hombre que era de nuestra religión. Se le res-
pondió que él era más culpable que nadie de haberle dejado perecer
así sin avisar a quienes le hubiesen infaliblemente socorrido; que
no se podía remediar un mal desconocido y que no se nos podía
ocurrir que un hombre que subía todos los días al puente a tomar
su comida con nosotros estuviese tan próximo a su fin. Mientras
que uno de nuestros Padres hablaba de esta suerte, otro estaba
al lado del moribundo y trataba de obtener de él algún signo de
dolor de los pecados para darle la absolución; pero no pudo obtener
de él más que signos inciertos y por este motivo únicamente le
dio la absolución bajo la condición « de si era capaz de ella ». El
Padre tomando inmediatamente su sobrepelliz le administró la
Extrema Unción y dijo a los hugonotes que le miraban actuar:
« Vuestros ministros os engañan, señores, haciéndoos creer que
la Extrema Unción ha dejado de ser un sacramento en la Iglesia,
porque no tiene ya la virtud de curar las enfermedades: Si dudáis
de lo que yo os digo podéis ilustraros sobre esto en algunas de
vuestras biblias impresas en Genova, en las que podéis leer en las
notas marginales sobre el capítulo cinco de la Epístola de Santiago,
estas palabras sobre la Extrema Unción: En otro tiempo Jué un sa-
cramento ¿fue ha cesado en el poder de curar. Esto no es verdad por-
que acontece todavía algunas veces que este sacramento devuelve
la salud a los enfermos ». Dios quiso que el sacramento se la de-
volvió a este pobre moribundo, porque no bien hubo acabado las
preces que se recitan ordinariamente después de la administración
del sacramento cuando el enfermo habló tan libremente como jamás
lo había hecho y se encontró en perfecta salud.
Esta maravilla, operada a la vista de todos por la virtud de
la Extrema Unción, obligó a los hugonotes a confesar que esta
Unción devolvía todavía en nuestros días la salud a los enfermos;
pero sin embargo ninguno quiso por entonces abandonar la herejía
y sacar provecho de lo que habían visto. H a y todavía hoy en las
Islas varios testigos capaces de deponer en favor de la verdad
de esta historia la cual impresionó tan vivamente a este joven de
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 21

Poitiers, del que he hablado, que hizo abjuración de su herejía


en Martinica en las manos del P . Gueimu.
Terminemos narrando la conversión de un alemán llegado el
ano pasado a la misma Isla. Era un hombre de gran espíritu que
había sido educado con mucho cuidado en su religión, y que hacía
el oficio de lector en uno de los sitios de culto que los protestantes
tenían en el Brasil. Este se había refugiado en Martinica después
que los holandeses fueron expulsados del Brasil por los portu-
gueses y había traído de este país una mujer negra que la tenía
consigo desde hacía mucho tiempo y de la cual había tenido dos
hijos. El Padre Schmel, alemán, como él, hizo tanta impresión
en su espíritu que no solamente le obligó a abandonar la herejía
sino también a desposar esta mujer.

CAPÍTULO CUARTO

De las Misiones que nuestros Padres han hecho en las Islas vecinas
para la asistencia de los franceses.

Aunque nuestra Compañía no tiene residencias más que en


las Islas de San Cristóbal, Guadalupe y Martinica, nuestros Pa-
dres no dejan de emprender, de vez en cuando, viajes misioneros
a las Islas vecinas, habitadas por los franceses, y particularmente
a las de Santa Cruz, San Martín, San Bartolomé y Marigalante.
Esta última es la más pequeña de todas, pero también la más
alegre y la más agradable. Por esto los españoles la han denominado
la Galante. Yo pasé por allí el mes de noviembre último, para
administrar los Sacramentos a la Colonia Francesa, que desde
hacía tiempo no había visto a un Sacerdote. Expuse el Santísimo
Sacramento para el oficio de las Cuarenta Horas y les hice ganar
la indulgencia, que la Santa Sede nos ha concedido en favor de
las Misiones. Estas pobres gentes que se habían visto privadas
desde hacía catorce o quince meses de sermones, Misas y Sacra-
mentos, no me dejaron u n momento sin ocupación. Ellos hubieran
deseado que me quedara más tiempo, pero me veía obligado a
regresar a Guadalupe. [Es una desgracia que la mayor parte de
los hombres no se den cuenta de los bienes espirituales cuando
22 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

los poseen, y que no reconozcan las ventajas que se sacan de ellos


sino cuando se ven privados de los mismos!
Antes de hablar de los empleos que nuestros Padres tienen en
estas Islas, narraré un episodio interesante acerca de la fidelidad
de un perro que vi en Marigalante, cuando pasé. Los Salvajes
de la Isla de Dominica, que está próxima a ésta, para impedir
que los europeos se estableciesen en ella, ya que extraían de allí
muchas riquezas, sorprendieron y asesinaron el año 1653 a la
colonia Francesa que ocupaba todo un sector. El perro de uno de
los asesinados, se quedó en la Isla, como para guardar el cuerpo
de su pobre dueño, y desde entonces ha conservado tanta rabia
contra los Salvajes que cometieron esta matanza, que cuando van
a la Isla a visitar a los franceses que se han establecido de nuevo,
desde que la paz ha sido firmada, no cesa de ladrar tras ellos.
Cuando se han marchado muerde la tierra que han pisado, como si
tuviera miedo de que estos infieles sorprendan a esta nueva Co-
lonia como lo hicieron y a antes. No se retira jamás al fuerte con
los franceses durante la noche, sino que desde el anochecer se
lanza a los bosques, donde está en vigilancia continua, dando a
los hombres, por su instinto natural, un bello ejemplo de reco-
nocimiento y de fidelidad.
Como los habitantes de estas Islas no ven más que muy rara-
mente a los Sacerdotes, les dan bastante ocupación cuando los
tienen. Una sola persona tiene que escuchar a todos los habitantes,
y oir confesiones de quince a dieciseis meses, y muy a menudo
de mas tiempo; algunos incluso, hacen confesión general para
prepararse a bien morir, por si acaso Dios quisiera disponer de
ellos durante la ausencia del confesor, que no esperan volver a
ver en mucho tiempo. H a y que predicar a menudo, aclarar todas
las dudas, bautizar a los niños y a los Catecúmenos, trabajar
en la conversión de los hugonotes, instruir a los esclavos, recon-
ciliar a los enemigos, poner la paz en las familias, visitar y asistir
a los enfermos, en fin un solo Sacerdote tiene tanto trabajo como
seis o siete en Francia. Así, los trabajos de Misiones son tan rudos,
que los Padres que han venido y han estado empleados en ellos
hasta ahora, han regresado enfermos e incluso algunos de ellos han
muerto.
E n medio de estos trabajos caritativos acabaron gloriosamente
sus días los Padres Luis Conart y Jaime de la Valliére. El primero
en las Islas de San Cristóbal, antes de establecernos nosotros allí;
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 23

el segundo, varios años después, en la Isla de Santa Cruz. Uno


y otro sirvieron muy utilmente al prójimo, pues habiéndose encon-
trado en un momento en que muchas personas morían de enfer-
medad contagiosa, se dedicaron al servicio tanto de los cuerpos
como de las almas, estando día y noche, a la cabecera de los en-
fermos, desempeñando los oficios mas humildes. Se cuenta par-
ticularmente del Padre de la Valliére que no contento de haber
asistido a esta pobre gente en vida, se preocupaba de sus cuerpos,
después de muertos: los cargaba sobre sus hombros, los llevaba
al Cementerio común con un fervor increible, y ahí, los enterraba
con sus propias manos, haciéndoles este último deber con una
gran caridad. El hedor de estos cadáveres y la malignidad de la
enfermedad de la que veían morir todos los días a tantas personas,
era mas bien un atractivo, que no una causa de repulsa para su
celo. Estos excesos de caridad completaron su corona y murieron
por fin, ejercitando esta bella virtud, acompañando hasta el final
a los que habían amado tan profundamente y cuidado con tanta
atención en la tierra. La muerte de los dos fue muy sentida por
el Sr. General de Poincy, así como por los habitantes de las Islas,
que hablan siempre con gran elogio y consideran a los dos religiosos
como hombres de gran virtud.
Varias personas se han extrañado de que en pocos años hayamos
perdido en las Islas un gran número de Padres. Y han achacado
la causa, a la intemperie del clima. Pero aunque las incomodidades
del país pueden contribuir en algo, sin embargo la verdadera causa
hay que buscarla en los trabajos continuos y excesivos en los que
se ve uno sumido. Todo esto se comprenderá fácilmente a través
de lo que hemos dicho hasta ahora sobre la multiplicidad de empleos
y mucho mejor, por lo que relataremos en los capítulos siguientes.
Es muy difícil que no ocurra la misma cosa en el futuro, sino se
alivia a los obreros que se envían, multiplicando las personas y
dándoles el medio de subsistir. Si en un número tan alto de ecle-
siásticos que no saben qué hacer en Francia, se encontraran algunos,
con suficiente celo para la salvación del prójimo que quisieran
contribuir al bien de estas colonias carentes de sacerdotes, harían
una acción muy agradable a Dios y también un servicio al pró-
jimo, pues casi todos los años mueren personas sin asistencia
espiritual y sin Sacramentos. Hace pocos años una señora distin-
guida, estando a punto de morir en la Isla de San Martín, donde
no había ningún confesor con quien ella pudiera descargar su
24 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

conciencia hizo un acto más humilde que necesario para obtener


la absolución de sus pecados. Llamó a una persona muy conocida
y le dijo todos sus pecados, obligándole a confesarlos al primer
Sacerdote que encontrara. Era un acto de buena voluntad que,
después de todo, no podía pretender la remisión de sus ofensas si
ello no iba acompañado de una perfecta y amorosa contricción.

CAPÍTULO Q U I N T O

De la misión irlandesa.

Siendo considerable el número de irlandeses en América y au-


mentando notablemente todos los años, pedimos y obtuvimos que
viniera un Padre de su nacionalidad para socorrerlos. Muchos de
ellos estaban contratados por siete años con los ingleses, quienes
no consentían que practicasen su religión, y por el contrario les
trataban con gran dureza y excesivo rigor. Por eso la mayor parte
de estas pobres gentes, para evitar los malos tratos que se les
infligía, iban al culto protestante y perdían insensiblemente los
sentimientos de su fe.
El Padre Juan Destriche, enviado para socorrerlos, llegó el
año 1650 a San Cristóbal. E n primer lugar hizo edificar una capilla
en la punta de las Arenas en el barrio de los franceses, bastante
próximo al territorio inglés, donde vivía la mayor parte de los
irlandeses. Se enteraron inmediatamente de que un Padre de su
nacionalidad había venido. La alegría de esta noticia les hizo olvidar
el peligro al cual se exponían, pues iban en tropel, sin esconderse,
a saludar al Padre y lo miraban como un hombre enviado por
Dios para socorrerles. Unos le cogían las manos para besárselas,
otros se echaban a sus pies para recibir la bendición, y todos, así
como el mismo Padre, estaban transportados de una alegría que
sería difícil de expresar. El Padre les dio a conocer el único objetivo
de su viaje indicándoles que no había venido a las Islas más que
para asistirlos. Convino seguidamente con ellos sobre el tiempo
y los medios más propicios para ayudarles, a fin de evitar, por
parte de los patronos, todo pretexto de malos tratos, ya que la
mayor parte de estos buenos irlandeses, eran tan fervientes, que
no temían exponer su cuerpo para salvar el alma.
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 25

El Padre iba todos los días a la Capilla para administrar los


Sacramentos. Durante sus tres meses de estancia, estuvo conti-
nuamente ocupado desde el alba hasta la una de la tarde: con-
fesando y repartiendo comuniones, bautizando a sus hijos e instru-
yéndolos. Dios bendijo tanto estos trabajos que varias personas
que estaban ya convertidas a la herejía, volvieron al buen camino
y el Padre, habiendo recogido en poco tiempo a todas las ovejas,
se encontró con que su Iglesia reunía cerca de tres mil personas.
Después de haber socorrido las mayores y más urgentes nece-
sidades de los irlandeses de San Cristóbal, pasó a la Isla de Mon-
serrat, que antiguamente había pertenecido a los irlandeses; pero
los ingleses se la arrebataron y los hicieron sus subditos. El Padre,
que sabía que no soportarían a un Sacerdote en su Isla, se dis-
frazó de mercader y se fué allá con el pretexto de querer comprar
madera; en cuanto llegó, se dio a conocer a algunos irlandeses, y
por éstos, a todos los demás. Se eligió un lugar en el bosque a
donde el Padre iba todos los días a decirles Misa y administrar
los Sacramentos. Toda la mañana estaba consagrada al cuidado de
las almas, después iban, efectivamente, a cortar madera y el Padre
la hacía llevar por estos rudos católicos, confirmando así a los
ingleses en su creencia de que solamente había venido como mer-
cader. Un día que el Padre estaba en el bosque donde administraba
los Sacramentos a los católicos, dos mil Salvajes caribes, que
están desde hace mucho tiempo en continua guerra con los in-
gleses, irrumpieron en la Isla, donde quemaron cantidad de casas,
mataron a varias personas, saquearon las tiendas y se llevaron
ganado y víveres, y crearon un gran desorden.
Ocurrió entonces un hecho tan divertido como ridículo. Ha-
biendo entrado algunos de estos caribes en el templo, se llevaron
todo lo que les vino en gana; uno de sus capitanes, habiendo en-
contrado la sotana del Ministro, dejó salir a todos los Salvajes
que estaban en el templo con él y habiéndosela revestido salió
del templo lanzando gritos espantosos y corriendo hacia sus gentes
para asustarlas. Esta estratagema le salió mejor de lo que él había
pensado; los otros Salvajes se vieron tan sorprendidos que comen-
zaron a huir sin que le fuera posible detenerlos, pues cuantas más
señales hacía o intentaba alcanzarlos, más corrían ellos, pensando
que era el Maboga, es decir, el diablo que les perseguía. Por fin
habiendo descubierto que este vestido no era ni un diablo, ni un
Alinistro, volvieron sobre sus pasos y se llevaron todo el botín
26 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

cogido a los ingleses. Habiendo socorrido como convenía a los irlan-


deses de esta Isla, el Padre volvió a la de San Cristóbal en donde
pensó edificar una Capilla. Pero el diablo no pudiendo soportar
que la Religión Católica hiciera en ella tantos progresos, mul-
tiplicó sus esfuerzos para echar a perder esta Iglesia naciente.
El diablo sembró la desconfianza en el espíritu de los ingleses y
éstos prohibieron a todos los irlandeses, ir en adelante al barrio
francés. El pretexto invocado era que los franceses querían tener
a los irlandeses de su parte contra ellos en los conflictos que pu-
dieran surgir. No se contentaron solamente con prohibirles todo
ejercicio de su religión, sino que después de haberles tratado con
toda crueldad, su animosidad se convirtió en furor y raptaron
durante la noche los ciento veinticinco irlandeses católicos, que
ellos consideraban como los mas fervientes y de mayor influencia.
Los pusieron en un barco que los abandonó en la Isla de Grabes,
que dista doscientas leguas de la de San Cristóbal, lugar inha-
bitable y carente de todo recurso. Los exilados se vieron sumidos
en una gran miseria; y los que se quedaron con los ingleses en la
Isla de San Cristóbal, fueron tratados con gran rigor, pues des-
pués de haberlos desarmado, se les prohibió, bajo penas muy graves,
ir al templo.
A una muchacha que se negó a obedecer, la arrastraron por los
cabellos y la trataron con tanta crueldad, que varias personas,
intimidadas por el exceso de las torturas inferidas a esta generosa
cristiana, obedecieron, al menos exteriormente, y asistían a las
asambleas de los herejes. Algunos de ellos venían de vez en cuando
a Misa pero a escondidas.
Había algunos con creencias tan firmes y tan generosos, que
viendo que los ingleses los detenían en el cuerpo de guardia situado
en el gran camino, que conducía a la Capilla, se escapaban de sus
casas la víspera de las fiestas y domingos. Caminaban toda la noche
para venir a oir Misa, a través de bosques abundantes en maleza
y por caminos llenos de precipicios. Como yo atendía entonces este
barrio, entre los irlandeses que venían ordinariamente, me fije
en dos ancianos que no faltaban nunca y que realizaban este viaje
con incomodidades increíbles; siempre llegaban los primeros a la
Capilla; allí asistían al servicio y hacían sus devociones desde el
comienzo del día hasta las diez de la mañana con un cuidado y
un fervor que me emocionaban. [Cómo debe avergonzar este celo
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 27

a infinidad de cristianos de Europa que abandonan tantas ocasiones


de servir a Dios!
Pero volvamos a nuestros exilados. Si el infierno conspira
contras estas pobres víctimas, el cielo piensa sin embargo en pro-
tegerlas. Habían pasado ya varios días en una extrema necesidad,
en la Isla de Crabes, no viviendo más que de un poco de hierbas
y de algunos mariscos que iban a recoger al borde del mar. Creían
su pérdida inevitable, cuando divisaron un barco que navegaba
bastante cerca de su Isla; les hicieron señas para que se acercaran
y una vez llegados trataron con la tripulación sobre el modo de
trasladarse a Santo Domingo. No quisieron recibir sino a los que
podían transportar sin peligro, debido a que el barco era dema-
siado pequeño para todos. Así un grupo permaneció en esta Isla
sin ninguna esperanza de socorro y en el estado máximo de miseria.
Los que se habían embarcado llegaron a Santo Domingo, pero los
españoles, que son los dueños de la Isla, habiéndose enterado
de que venían de San Cristóbal, no los quisieron recibir temiendo
alguna sorpresa. Como si todo conspirase contra ellos, no llevaban
mucho tiempo en el mar, cuando se levantó una tempestad que los
arrojó a cuatrocientas leguas de tierra. Habían transcurrido ya
cuatro días sin beber ni comer y estaban tan abatidos y tan dé-
biles que más bien parecían cadáveres que hombres vivos. Vién-
dose carentes no sólo de socorro, sino también fuera de toda posible
esperanza, algunos propusieron sacar por suerte el que había de
morir el primero para servir de alimento a los demás; pues les
parecía preferible que uno adelantara un poco su muerte en vez
de que todos perecieran miserablemente. Una de las personas más
importantes de toda la tripulación, no pudiendo soportar esta
proposición, que creía indigna de un cristiano e injuriosa a la
Providencia de Dios, reprochó vivamente a los que habían lan-
zado esta idea y exhortó a todos sus compañeros a tener más con-
fianza en Dios, que permitía a menudo semejantes accidentes para
probar la fe y dar ocasiones de mérito a sus servidores. Apenas
había acabado su discurso, divisaron un pez de gran tamaño cerca
del barco; mas como no disponían ni de caña, ni de redes, ni de
otro instrumento apropiado para la pesca, decidieron cogerlo con
las manos; esto lo hicieron con una facilidad increíble, ya que el
pez se mantenía a flor de agua. Aquel que multiplicó los peces
para alimento del pueblo que le seguía, envió sin duda éste, a esas
pobres gentes que sufrían por amor a EL No podían haber hecho

7
28 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

una pesca más feliz, pues el pez era tan grande que todos los que
estaban en el barco se alimentaron durante varios días, hasta que
encontraron un navio de guerra que los llevó a la Isla de Tortuga,
donde fueron tan bien recibidos por los franceses, como maltratados
habían sido en otras partes.
E n cuanto a los que se habían quedado en la Isla de Crabes
por no haber podido encontrar sitio en el barco, es de común
creencia que se perdieron en el mar de esta manera. Viéndose
reducidos a morir de hambre en esta Isla, fabricaron una especie
de barcaza a base de maderos atados y se embarcaron con la
esperanza de que los vientos y las olas los podrían arrastrar a
algunas costas donde encontrarían algo para subsistir; pero sea
que la tempestad los hizo perecer, o que su barcaza se hundiera,
lo cierto es que perecieron todos miserablemente en el mar.
Este hecho impresionó de tal manera al Padre Destriche,
pastor de este miserable rebaño, que para no dejar los que que-
daban expuestos a las mismas desgracias, pasó con todos los irlan-
deses católicos, que pudo recoger, a la Isla de Guadalupe el año
1653. El señor Arouagues, que es Señor y Gobernador de aquella
Isla, los recibió con mucha caridad y les permitió establecer allí
su nueva residencia. Desde ese momento el Padre vive con ellos
y les asiste de la forma que se puede esperar de un buen pastor.
Pasa de vez en cuando a las otras Islas donde hay irlandeses, pero
va disfrazado, a visitar a ios que están entre los ingleses; los con-
suela, los fortifica en la fe y les administra los Sacramentos en
secreto; trabajando con ios católicos gana siempre algunos herejes,
o ingleses, o irlandeses. E n un solo recorrido que hizo no hace
mucho tiempo, setenta abjuraron de su herejía; y aunque no hace
más que cinco años que llegó a las Islas, ha conquistado para la
Iglesia, más de cuatrocientos herejes.
No puedo dejar de narrar la victoria que una joven muchacha
irlandesa obtuvo sobre la debilidad de su sexo. Esta muchacha
había venido muy joven a América y su padre, para conservarla,
la había criado disfrazada de hombre, creyendo que así correría
menos peligro. Habiendo muerto el padre, la hija busca trabajo
y se pone al servicio de un patrono, del que mereció una estima
particular a causa de su destreza, de su asiduidad en el trabajo
y de su fidelidad. Pero como este pretendido muchacho era querido
por todo el mundo y particularmente por su dueña, a causa de su
honradez y de su amable carácter, el patrono se volvió celoso;
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 29

sospechó que su mujer tenía con él relaciones de excesiva familia-


ridad; habiendo reprendido a su mujer en distintas ocasiones, la
obligó a invitar a este muchacho al pecado, escondiéndose sin
embargo en un lugar desde donde él podía verlos sin ser visto,
y es probable que fuera con el deseo de matarlos. Solicitado el
servidor insistentemente por su dueña, le hace ver el horror del
crimen que ella quería cometer; mas viendo que, a pesar de todos
los reparos, ella no desistía en su intento pecaminoso, se vio obli-
gado a darse a conocer. Todo esto llenó al patrono de confusión
por sus sospechas y sobre todo de veneración hacia esta virtuosa
muchacha, a la que todos los habitantes de Guadalupe tuvieron
desde este momento una estima muy particular. Lo que yo en-
cuentro loable en esta muchacha, no es que ella se haya disfrazado,
ni que no haya consentido a las invitaciones de su dueña, puesto
que era incapaz de cometer el mal que deseaba, sino de haberse
conservado en una inocencia tan grande a pesar de haber vivido
durante mucho tiempo con muchachos viciosos y libertinos, con
los que hubiera podido pecar sin que nadie sospechara de ella.

CAPITULO SEXTO

De la instrucción de los negros y de los salvajes esclavos.

Los franceses no emplean bueyes ni caballos en el cultivo de


sus tierras, sino únicamente los esclavos que les vienen de África
o de las costas de América más alejadas de las Islas. Los que traen
de África son como los moros, por esta razón les llaman negros.
Los otros son de color aceitunado, como todos los Salvajes de la
zona tórrida. Las continuas guerras entre reyes y jefes negros son
la causa principal de la esclavitud de tantas personas, ya que el
vencedor vende como esclavos a los prisioneros de guerra hechos
al enemigo y rapta con el mismo fin a las mujeres y niños que
encuentra en los lugares o en los pueblos que devasta. Además
los señores tienen derecho, por las leyes del país, a hacer esclavos
a sus subditos cuando les parece, por ejemplo cuando les han
faltado. Los padres y madres tienen el mismo poder sobre sus
hijos y hacen uso de él a menudo, para descargar la familia o para
castigar su desobediencia. Incluso ocurre algunas veces que los
30 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

reyes venden a sus propias mujeres como esclavas, quienes en su


cautiverio conservan siempre algún indicio de su primitiva dig-
nidad; éstas siguen ejerciendo tanta influencia sobre los esclavos
de su nación, que cuando van cargadas con algún fardo, y encuentran
a uno de éstos en su camino, se desembarazan de la carga y les
obl igan a llevársela. Todos los esclavos que han sido vasallos de
sus antiguos maridos, las respetan mucho y les obedecen tan
puntualmente como si fueran todavía sus reinas. T a n t a es la ve-
neración de estos pueblos para con la realeza. Si por azar estas
antiguas reinas se encuentran bajo un mismo patrono con esclavos
que habían sido sus vasallos, les obligan a menudo a hacer todo el
trabajo que les corresponde o a terminar el que ellas habían co-
menzado; mientras tanto ellas los miran y descansan. Estos pre-
tendidos vasallos tienen tanto cuidado de sus reinas que contri-
buyen en todo lo que pueden a su comida, a su mantenimiento y
van a pescar los domingos y fiestas, e incluso, a robar lo que en-
cuentran mejor y más delicado, para entregárselo.
Los negros que traen a las Islas proceden de diversas naciones
de África; de Angola, Cabo Verde, de la Guinea, del Senegal y
de algunas otras tierras limítrofes con el mar. Se pueden contar
en las Islas hasta trece naciones de éstos infieles que hablan lenguas
diferentes, sin tener en cuenta los Salvajes esclavos que proceden
también de diferentes países. Sería un trabajo infinito intentar
instruirles en su lengua nativa; sería necesario tener el don de
lenguas para poder conseguirlo. Por eso esperamos que hayan
aprendido el francés para evangelizarlos. Esto lo hacen lo más
pronto que pueden, para poderse entender con sus amos, de los
que dependen totalmente para todas sus necesidades. Nosotros
nos adaptamos a su manera de hablar; generalmente lo hacen por
medio del infinitivo del verbo, como por ejemplo « Yo rezar
Dios »; « Yo ir a la Iglesia »; «yo no comer ». Para decir «yo
he rezado a Dios, yo he ido a la Iglesia, yo no he comido », añaden
una palabra que indica el tiempo venidero y el pasado, y dicen:
« mañana, yo comer; ayer yo rezar a Dios »; y esto significa,
« Yo comeré mañana; ayer yo he rezado a Dios », etc., etc. Con
esta manera de hablar se les hace comprender todo lo que se les
enseña; este es el método que empleamos al comienzo de la ense-
ñanza. Alguien me podrá decir que este sistema es muy fácil para
nosotros pero poco ventajoso para estos pobres infieles, ya que
la muerte no se ha comprometido a esperarlos hasta que hayan
PELLEFRAT - RELATO DE LAS MISIONES 31

aprendido el francés, y si los sorprendiera antes de ser bautizados


no tendrían esperanza de salvación. A esto respondo, que en caso
de necesidad, empleamos los negros que comprenden el francés
para enseñar a sus compatriotas los puntos esenciales de nuestra
fe. Todo esto es supremamente dificultoso, ya que la mayor parte
de los que instruyen no comprenden sino a medias las cosas que
hablan y los intérpretes no encuentran a menudo palabras en su
lengua para expresar lo que se les dice. A veces hay que emplear
gestos, decir cien palabras para hacerles comprender una; pero
hacemos lo que podemos y Dios hará el resto.
El número de esclavos que hay en las Islas es grande: actual-
mente llega a doce o trece mil. Es una mercancía que no cuesta
mucho en su país de origen, pues a veces un padre llega a vender
a uno de sus hijos por seis o siete hachas, o por otras herramientas,
o por objetos parecidos de poco valor. Los mercaderes traen todos
los años varios navios de esclavos; el año pasado arribaron a la
Isla de Martinica tres y trajeron seiscientos o setecientos. Cuando
estos infelices salen de los barcos, casi completamente desnudos,
causan horror y compasión. Se diría que son diablos salidos de los
infiernos; sin embargo son almas rescatadas por la sangre del
Hijo de Dios. En este país se considera a un hombre acomodado
cuando tiene veinticinco o treinta esclavos. El señor General
de Poincy tiene, él solo, unos seiscientos o setecientos.
El precio que se paga por un buen esclavo es de dos mil libras
de tabaco o de cien escudos de plata. El de las mujeres y niños
es muy inferior. Los negros de Angola son más estimados que los
de los otros países. Confieso que la condición de los esclavos es
extremadamente ruda y que les es muy penoso a estas pobres
gentes, el verse vendidas a menudo por sus padres y por sus señores,
a extranjeros que los llevan donde les parece y que ]os dejan en
países en donde se sirven de ellos como de bestias de carga. Pero
todas estas desgracias les ocasionan una felicidad inestimable, -
puesto que en su esclavitud gozan de la libertad de los hijos de
Dios. Un joven negro, en la isla de Martinica, nos decía a este
respecto, que él prefería su cautiverio, a la libertad de que gozaría
en su país; porque si hubiera continuado libre, habría sido esclavo
de Satán, mientras que siendo ahora esclavo de los franceses, se
había hecho hijo de Dios. No todos son tan espirituales ni tan
clarividentes.
32 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

Los negros generalmente no son muy inteligentes; por eso se


necesita mucha paciencia y mucho trabajo para enseñarles alguna
cosa. Además de todas estas desventajas, exhalan un olor infecto
y son tan desagradables y feos que causan horror. Pero no hay
nada que la caridad de Jesucristo no haga amable. {Quién no
sufriría con gusto por las personas por quienes Nuestro Señor ha
derramado su sangrel Yo no sé si, mis ojos estaban encantados,
pero a mí, después de su bautismo, me parecían de buen aspecto
y agradables.
Administramos este Sacramento cuatro veces por año: los
sábados de las cuatro témporas, con todas las solemnidades orde-
nadas por la Iglesia. Los franceses tienen costumbre de asistir
para hacer la ceremonia más solemne; bautizamos unos seiscientos
todos los años, comprendiendo en este número a los adultos y a
los niños. Los esfuerzos que nos cuesta su instrucción se recompensan
con este consuelo, y a que si los padres o las madres, por una estu-
pidez extraordinaria, no se aprovechan de ello, sus hijos general-
mente están educados en la verdadera fe y son buenos y fervientes
cristianos.
A propósito de los hijos de los negros contaré aquí una ma-
ravilla de la naturaleza. Cuando nacen son blancos como los demás
niños, pero al cabo de ocho o diez días, se tornan tan negros como
sus padres y madres.
Los franceses emplean no solamente los negros como esclavos,
sino también otros Salvajes provenientes de diferentes naciones
de América, como los Aruacas, Chaimagotos y otros enemigos de
nuestros aliados. Estos esclavos no son tan numerosos como los
negros, pero están mejor proporcionados de cuerpo, tienen una
inteligencia mejor, son más dóciles y tratables y no tienen menos
inteligencia que nuestros campesinos de Francia.
Empleamos toda clase de medios para ganar para Dios a unos
y a otros. Los domingos se les da Catecismo aparte; como los días
laborables, están ocupados en su trabajo, se han preparado unas
hojas que contienen los principios de la fe, y que solemos leerles.
Incluso se les ha traducido a su lengua el Pater Noster, el Ave-
maria, el Credo, y los Mandamientos de Dios, etc. Hemos pro-
curado también que en la mayoría de las barracas haya algún
francés que les haga rezar a Dios por la mañana y por la tarde.
Les reunimos en nuestras Iglesias de las diferentes regiones
de las islas una hora antes del amanecer, sobre todo en las fiestas
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 33

principales y domingos de Cuaresma. Se les reparte en tantos


grupos, cuantas nacionalidades haya, a fin de instruir — por medio
de la traducción — a los que no entienden todavía el francés.
Concluido el Catecismo recitan todos juntos las oraciones comunes,
y para terminar se les dice la Misa.
Empleamos todos los medios que están a nuestro alcance, para
llevarlos a Dios. Vamos con ellos a las granjas donde trabajan
una buena parte de la noche; les seguimos a veces a los campos
durante el día, o sin distraerles de su trabajo, les enseñamos los
puntos principales de nuestra fe. Cuando los encontramos en los
caminos públicos, los paramos para charlar un momento con ellos
o para hacerles rezar; por esto han cogido algunos la buena cos-
tumbre de hacer la señal de la Cruz, cuando encuentran a nuestros
Padres. Para penetrar más en sus almas nos servimos de done-
cilios: Un Agnus Del, una estampa, una medalla sirve algunas
veces más que un largo discurso. Pero los negros groseros y dema-
siado materialistas, aprecian más un gorro, un calzón o una camisa;
éstos son los presentes más agradables que se les puede hacer.
Así procedemos para la conversión de los esclavos. Ahora vamos
a ver los efectos del amor de Dios para con ellos.
El diablo trata con tanta tiranía y crueldad a estos pobres
infieles, que los reduce en ocasiones a la feliz necesidad de hacerse
bautizar para evitar la persecución de un enemigo tan cruel. Los
que vienen con ellos oyen a menudo el ruido de los golpes que les
da. No se trata de una mera ilusión, pues no solamente llevan las
marcas sino que a veces llegan a caer hasta enfermos. Por mi
parte, yo no puedo comprender cómo el diablo, que hace tantos
esfuerzos para arrancarle las almas a Dios, puede continuar un
modo de proceder que le hace perder tantos adeptos, a no ser
que se vea obligado a ello. Pero sea porque la Providencia de
Dios así lo ordena, o sea porque lo permite, el caso es que a estas
pobres gentes les redunda en una gran ventaja.
Contaré a este respecto lo que el Sr. Giraud, hombre de inteli-
gencia y de honradez notorias, me ha referido. Una noche el diablo
maltrató tan cruelmente a una de sus esclavas salvajes que no creía
que pudiera salir con vida. Yo oía claramente, me decía, los golpes
que el diablo le daba; y viendo que esta pobre mujer pedía con
insistencia el Bautismo, como único remedio a los males que so-
portaba, movido a compasión, me levanté y creyéndola lo sufi-
34 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

cientemente instruida, la bauticé. A partir de este momento el


diablo no le ha hecho la menor violencia.
Es una creencia común en las Islas, confirmada por experiencia,
que el Bautismo y los exorcismos de la Iglesia son los únicos medios
capaces de liberar a estos miserables infieles de los males que les
hace sufrir este implacable enemigo. He contado ya un ejemplo
respecto al Bautismo; añadiré otro respecto al Exorcismo. Un
negro de la Isla de San Cristóbal, de veintiocho a treinta años
de edad, vino un día a pedirme insistentemente el Bautismo, ale-
gando como razón los malos tratos que recibía del diablo, ya que
éste lo golpeaba continuamente y no le permitía un momento de
tregua. No quise bautizarlo porque su patrono aseguraba que
había recibido ya el Bautismo. El negro, por el contrario, seguía
sosteniendo que no había sido bautizado y como prueba aducía
que no se le había echado agua sobre la cabeza ni puesto sal en
la boca. Con esta duda me informé y me enteré por medio de su
vendedor que el negro tenía razón. Después de haber reprochado
a su patrono el poco interés que había demostrado en asunto tan
importante, examiné el esclavo y no encontrándole suficientemente
instruido para recibir este Sacramento, le dije que volviera a los
dos meses, pero con la obligación de asistir al Catecismo. Como
me seguía urgiendo, alegando la persecución que sufría por parte
del diablo, le tracé la señal de la Cruz en la frente recitando algunos
de los exorcismos que la Iglesia emplea en la ceremonia del Bau-
tismo; a partir de ese momento no volvió a ser maltratado por el
diablo y más tarde se bautizó cuando se lo indiqué.
Los esclavos que son realmente cristianos, tienen una gran
confianza en Dios y obran con una sencillez que le es tan agradable,
que a veces hace cosas extraordinarias en su favor. Un joven
negro de San Cristóbal, de unos catorce años de edad, viendo que
un hermanito suyo, estaba en peligro de muerte, reunió a todos
los niños negros que pudo encontrar y llevó a todo este grupo de
pequeños inocentes ante el Altar de una Capilla donde estaba el
Santísimo Sacramento; tomó la palabra en nombre de todos y dijo
en alta voz, empezando a sollozar: « Señor tú bien sabes que mi
hermano no mentir jamás, no jurar jamás, no robar jamás, no ir
con la mujer de otro, él no ser malo. ¿Por qué tú querer hacerle
morir? ». Seguidamente se volvió a su hermano y le dijo: « Her-
mano tú confesarte» tú decir como y o : Señor si yo mentir, yo
pedir a Tí perdón; si yo robar, si yo jurar, si yo hacer mal a Tí,
PELLEPRAT - RELATO D E LAS MISIONES 35

yo bien disgustado, yo pedir perdón ». Habiendo terminado esta


pequeña arenga, tomó el Crucifijo que estaba sobre el Altar, lo
hizo besar a su hermano y a todos sus compañeros; esta sencillez
fue tan agradable a Dios que devolvió la salud al enfermo.
Los esclavos ayunan solamente por necesidad, sin embargo,
los que son muy cristianos lo hacen algunas veces por devoción.
La víspera de la festividad de la Epifanía les dieron, como cosa
extraordinaria, una botella de aguardiente a cuarenta o cincuenta
esclavos (y decir aguardiente, es decir lo que más apasiona a los
negros); sin embargo ellos se pusieron de acuerdo para no tomarlo
aquella noche, en consideración a la solemnidad del día siguiente.
Uno de nuestros Padres, sorprendido de esta resolución por no co-
nocer el motivo, les preguntó por qué no bebían el aguardiente.
Uno de ellos respondió en nombre de los demás con esta pregunta:
« ¿Por qué tu ayunar la víspera de San Ignacio? ». « Porque,
dijo el Padre, San Ignacio es nuestro Patrón ». El negro contestó:
« Nosotros ayunar también hoy porque mañana fiesta de Reyes.
Y Rey negro Patrón nuestro ». Resulta difícil explicar el cambio
que se observa en las costumbres de los esclavos después de su
Bautismo. Pues a pesar de haberse criado en el salvajismo, muchos
de ellos, una vez hechos cristianos, son tan castos y tan honrados
que preferirían la muerte antes que cometer cualquier deshones-
tidad.
Entre muchos ejemplos me contentaré con relatar dos. Una
esclava salvaje, viéndose solicitada al mal por un francés en la
Isla de San Cristóbal, le declaró que prefería morir antes que
cometer acción tan malvada. No pudiendo defenderse de otra
manera de este libertino, le pegó tan rudamente con un tizón
encendido, que no tuvo más remedio que retirarse y abandonar
su deseo malvado. La virtud de otra esclava de la isla de Martinica
no fué menos digna de loa. Esta era negra y fué invitada ai mal
por su propio amo. Violenta ante tanta insistencia le dio un bo-
fetón y así se vio libre de su persecución deshonesta. El valor
de estas dos mujeres, nacidas en el paganismo, es extraordinario,
ya que aun sabiendo que su felicidad y su vida dependían entera-
mente de los que las incitaban al mal, no solamente lo resistieron,
sino que se defendieron de la manera que acabo de narrar. Esto
debe avergonzar a los cristianos que son tan cobardes en seme-
jantes ocasiones; no pretendo, sin embargo, hacer creer con estos
ejemplos, que todos los esclavos cristianos tengan unas virtudes
36 F U E N T E S PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

tan heroicas. Hay entre ellos, lo mismo que entre nuestros eu-
ropeos, gente viciosa y sujeta a muchas debilidades. Un negro
en la isla de San Cristóbal, habiendo sorprendido a su mujer en
adulterio, fue a decírselo a su « Capitou », (que así llaman ellos
a sus amos), y le pidió otra mujer. El amo le contestó, que siendo
cristiano, no le estaba permitido desposarse con otra. « Yo cris-
tiano, dijo este pobre hombre, yo pues soportar esto ». Se instruyó
y se le satisfizo plenamente sobre esto. Como los infieles repudian
a sus mujeres y las cambian cuando ellos quieren, no es de extrañar
que este pobre negro pidiera otra.

CAPÍTULO SÉPTIMO

Mi siones de los salvajes de Martinica y de San Vicente.

Los Salvajes Caribes son los habitantes naturales de las Islas


que llevan este nombre. Antiguamente eran los dueños, pero los
europeos se han ido instalando en ellas tan firmemente, que aquellos
se han visto obligados a dejárselas y a retirarse a las Islas de San
Vicente y Dominica. Tienen miedo de que los extranjeros se acos-
tumbren a vivir allí y esto les obliga a estar alerta y a impedirles
la entrada en cuanto es posible; la experiencia del pasado les hace
temer el porvenir. No incluyo las Islas del Tabaco y de Granada
en el número de las que poseyeron antiguamente los caribes, ya
que la primera la habitaron los Gálibis, nación de Tierra firme
y la segunda los Gálibis y los Caribes conjuntamente.
Aunque existen diversas opiniones acerca del origen de los
Caribes y de su alianza con los Gálibis, parece la más verosímil
la que presentamos aquí. Los Gálibis, pueblo del continente, muy
numeroso y considerable, hicieron la guerra hace muchos años a
los Igneri, antiguos habitantes de las Islas. Obtuvieron sobre éstos
tantas victorias, que mataron todos los hombres y niños y con-
servaron las mujeres y niñas, según la costumbre de los salvajes
de estas regiones. A las prisioneras les dieron, como maridos, los
muchachos de su nación; así pues, como los maridos hablaban la
lengua de los Gálibis y las mujeres la de los Igneri, los Caribes,
que son sus descendientes, se sirven de las dos lenguas; una que
es propia de los hombres, otra particular de las mujeres. En algunas
PELLEPRAT - RELATO D E LAS MISIONES 37

islas se ven todavía osamentas de estos primeros habitantes; los


Caribes saben distinguirlas muy bien de las de su pueblo.
El celo que nuestros Padres han sentido siempre por la salvación
de estos bárbaros, les ha hecho buscar todas las oportunidades
posibles para su conversión, ya que éste era el principal motivo
que les había llevado a América. Estimaron oportuno comenzar
por los habitantes de Martinica, que eran como los criados de los
franceses, de manera que una vez convertidos, se abriera por su
medio, un camino hacia Tierra firme, donde sabían, habitaba un
gran número de pueblos. Pero los franceses, al ser tan numerosos,
han ocupado de tal manera los pocos Padres que podíamos mantener
allí, que no hemos podido quitar el pan a los hijos para dárselo
a los extranjeros. Sin embargo no hemos dejado de enviar de vez
en cuando misioneros a los Salvajes de las Islas para aprender
sus lenguas e instruirlos. Los Padres Tomás L'Arcanier, Dionisio
Mesland, Juan Schmel y Andrés Dejan han evangelizado en
varias ocasiones a los Salvajes de la Isla de Martinica. Pero como
el trabajo con los franceses no les permitía ausentarse largo tiempo,
no han podido obtener frutos considerables en un lugar donde
permanecían tan poco tiempo. Sin embargo han formado algunos
cristianos, han bautizados a muchos niños moribundos y han
comenzado la instrucción de muchos Salvajes.
Algunos Padres nuestros han ido también a la Isla de San
Vicente, habitada exclusivamente por Caribes, que suman nueve
o diez mil. Están divididos en varios pueblos y regidos por capi-
tanes particulares. El Padre Andrés Dejan, fué allí el año 1652,
pero lo llamaron al poco tiempo para sustituir al Padre Antonio
Barré, quien llevando los Sacramentos a un enfermo, un poco antes
del alba, fue mordido por una serpiente y como consecuencia estuvo
bastante tiempo inútil. Por eso no se ha podido trabajar sólida-
mente en la instrucción de estos pobres insulares, hasta la llegada
del Padre Guillermo Aubergeón, que fue destinado a comienzos
del año 1653. Trabajó tan útilmente, que casi me costaría creer
lo que voy a decir, si no lo hubiera visto cuando pasé por allí con
el Padre Mesland, rumbo a los Salvajes de Tierra firme. La Pro-
videncia de Dios se sirvió de aquellos mismos que no querían re-
cibir ningún europeo en su Isla, para introducir al misionero;
pues un marinero francés, se llevó dos Caribes de la Isla de San
Vicente, y los vendió a los habitantes de la Isla de la Tortuga.
E n cuanto se enteró el señor General de Poincy, de quien depende
38 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

esta Isla, los hizo poner en libertad, con la esperanza de que esta
liberación sería una ocasión favorable para la conversión de toda
su nación. Esta esperanza estaba tanto más fundada, cuanto que
uno de los prisioneros era hijo de uno de los Caribes más impor-
tantes de la Isla de San Vicente y podía servir mucho para este fin.
Estos dos Salvajes no dejaron de venir a la isla de San Cris-
tóbal para dar las gracias a su libertador. Y habiéndose dado cuenta
del gran deseo que abrigaba de verlos cristianos, le instaron a que
enviase al Padre Aubergeón, que conocía ya algo su lengua. No
contentos con haber hablado al Señor de Poincy, fueron ellos
mismos a rogarle al Misionero y a decirle: « Padre, es necesario
que te vengas con nosotros para enseñar a rezar a Dios a los habi-
tantes de nuestra nación ». El Padre contestó que haría todo lo
que se le ordenara, pero que no podía estar más tiempo con ellos
ya que debía asistir a un enfermo muy grave. Los Caribes, le
retuvieron más tiempo, no satisfechos con esta respuesta; y no fue
posible contentarlos, hasta que se les afirmó, que el General de
Poincy, había hablado en su favor y obtenido de nuestro Padre
Superior, que el misionero partiría con ellos a su país.
Abandonaron todos juntos San Cristóbal a finales de 1652,
y no llegaron a la Isla de San Vicente, hasta el mes de marzo del
año siguiente. E n la isla de Martinica se vieron obligados a demo-
rarse algún tiempo para aprovechar la oportunidad de un barco
que se equipaba para la pesca y que debía dejarlos al pasar por la
Isla de San Vicente.
El padre de uno de los dos Caribes que el misionero devolvía
a su país, demostró tanta alegría por su llegada como por el rescate
de su hijo.
Este buen hombre, conociendo el deseo del Padre de ocuparse
en la instrucción de los Salvajes de la Isla, lo favoreció en todo
lo que pudo. Y como era persona de autoridad entre los de su
nación, muchos otros, siguiendo su ejemplo, se hicieron instruir.
El rumor de su llegada y de sus trabajos se extendió rápidamente
por toda la Isla. Le venían a ver desde los rincones más lejanos
y cada uno le invitaba a ir a su casa; los que no podían visitarle
por estar indispuestos le enviaban sus canoas. Todos repetían la
misma súplica, que les enseñara el camino del cielo; porque ellos
también querían ir allí lo mismo que los del pueblo donde el Padre
vivía. Así se juzgará cómo agradaba esta buena disposición al
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 39

misionero cuya ánica pasión era la de conquistar las almas para


Jesucristo.
El Padre habiendo encontrado a estas pobres gentes tan bien
dispuestas para abrazar nuestra religión, se entregó a su evange-
l i z a r o n sin descanso. Por la mañana, después de haber hecho
una hora de oración, iba a visitar a los Salvajes a sus cabanas.
Hacía que rezasen a Dios todos los presentes y les preguntaba
algunos puntos del Catecismo. Iba de cabana en cabana y cuando
veía que el tiempo no le permitiría visitar todas las del pueblo
donde se encontraba, enviaba un muchacho francés, que se había
vinculado a nuestra Compañía para servirla en la conversión de
los Salvajes, y para acompañar a nuestros Padres entre estos
inneles. Después de este ejercicio, se disponía a celebrar Misa y
tras ésta, daba clase al aire libre; enseñaba a los niños la señal
de la Cruz, las oraciones de la mañana y de la noche, los princi-
pales puntos del Catecismo, e incluso a leer y escribir, y a cantar
los salmos e himnos de la Iglesia.
Estos indios tienen, en cada pueblo, una sala común en la que
trabajan durante el día; algunos se divierten también en ella, y
otros charlan con sus amigos. A los extranjeros se les recibe en
este lugar y todos los presentes hacen libremente lo que les apetece.
Después de la instrucción a la juventud, tenía costumbre el Padre
de ir a esta sala común, donde explicaba con más detención los
principales puntos de nuestra fe. Les interrogaba sobre la creación
del Mundo, la recompensa de los buenos, los castigos de los malos
y las demás verdades de la Religión cristiana. Antes de retirarse
daba siempre la bendición a estos pobres bárbaros. Llegó a ad-
quirir un ascendiente tal sobre sus espíritus, que cuando los en-
contraba en su camino, les preguntaba el Catecismo, les hacía
incluso rezar a Dios; los paraba para esto, aunque tuvieran mucha
prisa, o se tratase de personas influyentes de la nación.
Cuando pasé por la Isla de San Vicente, quedé admirado de
los grandes frutos que había conseguido en poco tiempo. Me sor-
prendió de manera especial el ver un gran número de personas,
de todas las edades y sexos, pedirle insistentemente el Bautismo.
Le decían en mi presencia: « ¿Cuándo llegará el momento en que
nos bautices?. Padre bautízanos, haznos cristianos ». Pero temía
el Padre, que la necesidad de misioneros que tenían los franceses
de las Islas, obligara a sus superiores a reclamarlo, corno habían
hecho con otros Padres que le habían precedido en este trabajo;
40 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

y no se atrevía a conferirles este Sacramento sino con todas las


precauciones necesarias, no fuera a hacerlo en mal momento.
Un Salvaje de la Isla Dominica, que se encontraba entonces
en la de San Vicente, le llevó un niño recién nacido, rogándole
que lo bautizara, y demandando para sí mismo igual gracia. Y
conjuraba al Padre que tuviese compasión de sus compatriotas y
le invitaba a trasladarse lo más rápidamente posible a la Isla
Dominica, con la seguridad de que, en poco tiempo, toda la Isla
se haría cristiana. El Padre me rogó que bautizara a este pequeño
inocente; me dirigí a la Capilla donde me quedé sorprendido al
verme rodeado por un tropel de niños, que me pedían el Bautismo
gritando: « Bautízame Padre, bautízame a mí también ». El
Espíritu Santo tenía que haber influido en estas almas para poder
producir un cambio tal en tres meses. Yo atribuyo este éxito,
al gran celo y al fervor extraordinario con que el Padre pedía a
Dios continuamente, la conversión de estos pobres infieles.
Algunas veces lo he visto prosternado al pie del Altar, con las
manos juntas elevadas hacia el cielo, los ojos arrasados en lágrimas,
todo abrasado por las llamas de la caridad, pidiendo con insis-
tencia a Dios Nuestro Señor, por la salvación de estos pueblos.
Por eso pensaba yo que al mismo tiempo que ofrecía a Dios la
preciosa Sangre de su Hijo Jesucristo, ofrecía también la suya,
que derramaría algunos meses más tarde. Estaba tan unido a Dios,
que durante su estancia en San Cristóbal, se le encontraba siempre
arrodillado en su habitación, generalmente con lágrimas en los
ojos, pasando en oración todo el tiempo que no estaba ocupa do
con el prójimo. Cuando tuvo que detenerse en la Isla de Santa
Lucía, en espera propicia para continuar su viaje hasta la isla de
San Vicente, había que ir a buscarlo a los bosques y cuando se le
quería hablar, se le encontraba siempre en oración. Era tan devoto
de este santo ejercicio que muchas veces era imposible hacerle
abandonar la oración para que tomase sus comidas. Frecuentemente
pasaba días enteros, hasta dos días seguidos, sin beber ni comer.
También debía hacer uso de rudas disciplinas cuando pensaba
que Dios era su único testigo. E l cielo lo disponía, por todos estos
pequeños sacrificios, a uno mayor; y lo preparaba mediante el
ejercicio continuo de la mortificación a la muerte gloriosa de la
que hablaré en el capítulo siguiente.
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 41

CAPÍTULO OCTAVO

El asesinato de tos Padres Aubergeón, Gueimu


y de dos jóvenes franceses que les acompañaban.

Los juicios de Dios son insondables. Este hombre incomparable,


que debía vivir por siglos para el bien de estos pueblos infieles,
fue cruelmente asesinado por los Salvajes, seis meses después de
nuestra entrevista. Con él estaba también su compañero el Padre
Francisco Gueimu, llegado poco tiempo antes a esta misión. Tanto
uno como otro Kan dejado, por dondequiera que pasaron — Fran-
cia y las Islas — señales de una virtud tan excelsa que su me-
moria será siempre bendita.
Con ellos abandoné Francia rumbo a América y estuve en
trance de correr la misma suerte; pero este favor no se concede
sino a las personas que tienen virtudes heroicas. No estaba todavía
maduro para el cielo y mis pecados necesitaban una penitencia
más larga.
He aquí como ocurrió este accidente tan funesto, si se puede
llamar accidente funesto, a una muerte tan deseable y preciosa.
Los Caribes de Dominica no podían soportar el establecimiento
de los franceses en la Isla de Marigalante y no contentos, con
haberlos asesinado — como he narrado más arriba •— trataron
además de que tomaran parte en su querella los demás Salvajes,
y los inclinaron a una conjuración general contra todos los extran-
jeros. Rogaron a los Salvajes de San Vicente que entraran en esta
liga, pero el Baba, padre del joven Caribe que el P . Aubergeón
había traído libertado a esta isla, se opuso durante algún tiempo.
El P. Aubergeón me escribía dos meses antes de su muerte: « Los
Salvajes de Dominica han solicitado a los de San Vicente para
hacer la guerra conjuntamente contra los franceses, pero el Baba,
siempre favorable y fiel a los franceses, les ha hecho desistir de
su deseo y ha desechado las proposiciones de los enviados con este
fin ». Pero cuanto más el Baba se inclinaba a la paz, tanto mas
sus compatriotas se declaraban por la guerra. Una de las razones
de su descontento era, sobre todo, que los franceses acababan
de ocupar otra isla de su vecindad.
Dos incidentes acabaron por decidir la guerra. El primero fue
éste: un francés, capitán de navio había ido al Golfo de Paria
42 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

a coger tortugas y le servía en este trabajo un Caribe de San Vi-


cente; se persuadió que este Salvaje había tomado parte en la
muerte de uno de sus tripulantes, que había sido asesinado por los
indios de la nación de los Paria. Por esta sospecha lo hizo atar
al mástil del barco y no contento con maltratarlo personalmente,
lo hizo azotar cruelmente por varios de sus hombres. El Caribe,
de regreso a la Isla de San Vicente, hizo saber enseguida a los
otros Salvajes el ultraje que había recibido, sin olvidar detalle
que pudiera incitarlos a vengar una afrenta que recaía sobre toda
la nación.
Otro francés no fue menos imprudente que el primero. Tra-
ficaba desde hacía algunos años en la Isla de San Vicente, y habién-
dose embriagado entabló pelea con uno de los principales Caribes
de esta Isla y lo hubiera matado si no le hubiera fallado la pistola.
El Salvaje dio prueba de gran moderación en este encuentro, reti-
rándose a otro lugar de la Isla sin ningún deseo de venganza. Pero
en cuanto uno de sus amigos supo lo que había pasado se fue a
matar a aquel miserable en su cama a donde se había arrojado
lleno de vino y furor.
El asesino, tras esta ejecución, creyó que era necesario des-
hacerse también de los demás franceses que había en la Isla. Con
este fin fue a todas las cabanas a hacer saber que él había dado
comienzo a la venganza contra los franceses y que ya era hora
de acabar con ellos. Lo siguieron varios Salvajes que él condujo
a la casa de nuestros Padres; los encontraron en la Capilla. Uno,
que se cree era el Padre Aubergeon, estaba celebrando Misa alre-
dedor de la siete de la mañana, una hora después de la salida del
sol; el otro, al pie del mismo Altar, se disponía a celebrarla. A las
dos víctimas las mataron en el lugar del sacrificio y juntamente
con ellos a uno de los dos muchachos que nuestros Padres habían
llevado consigo y que estaba ayudando a Misa. El otro, viendo
esta carnicería, se lanzó al bosque para salvarse, pero los Salvajes
lo persiguieron y habiéndolo alcanzado, lo mataron de la misma
manera que a los otros, y echaron sus cuerpos al mar. Pero éste
rechazó inmediatamente los cuerpos de estas cuatro víctimas,
como dando a entender que detestaba esta barbarie y que rehu-
saba cubrir con sus aguas el exceso de su ingratitud. Esta tragedia
ocurrió el 23 de enero del año 1654.
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 43

Estos dos Padres habían prestado muchos servicios a Dios y


a la religión en Francia; de esto no diré más que dos palabras.
El Padre Aubergeon cuando lo destinaron a las Indias, era profesor
en las clases inferiores del Colegio de La Rochelle; su celo y su
humildad le habían hecho muy agradable esta ocupación. El
Padre Gueimu se había consagrado a la vida de misionero en la
Campiña de Francia, desde que fue ordenado Sacerdote y obtenía
tanto éxito que parecía evidente que unas cualidades tan rele-
vantes para la vida apostólica, no podían reducirse a los límites
d é l a s provincias de Francia. Dios le había dado un don particular
para la conversión de los herejes, y él los llevó en gran número
a la Iglesia. Pero para no extenderme más en esta materia me con-
tentaré con decir que los dos desempeñaban dignamente todos los
trabajos de nuestra Compañía. Esta pérdida, además de ser grande,
ha sido para nosotros muy penosa. Pero esperamos que la sangre
de estos grandes servidores de Dios será simiente fecunda de cris-
tianismo, y que el cielo reparará la pérdida de estos dos hombres
extraordinarios con un nuevo refuerzo de misioneros que pronto
ocuparán su puesto.
El Padre Aubergeon era natural de Chinón en Touraine; el
Padre Gueimu de Castellialoux, pequeña ciudad de Gasconia.
Hacía veinte años que aquel era jesuita; éste, quince. Los dos
han muerto en la flor de la vida, cuando más necesarios parecían
al mundo para la conversión de estos pueblos; pero tampoco podían
morir en un momento más favorable, puesto que han sido sacri-
ficados, cuando ofrecían a Jesucristo en sacrificio por la salvación
de estos pobres bárbaros. Los Salvajes hicieron silbatos con sus
huesos como suelen hacerlo cuando han matado a golpes a sus
enemigos.
Nos han contado que los Jefes de esta isla se irritaron al ente-
rarse de la muerte de los misioneros, y que conservan todavía
sus ornamentos y vestidos para devolverlos cuando se haga la paz.
Esta matanza ha retrasado mucho su conversión y ha sido la
causa de la pérdida de muchas almas, cosa que nos ha apenado
profundamente.
Comenzaron, a partir de ese mismo día 23 de enero, a orga-
nizar toda clase de actos de hostilidad contra los franceses. Con
este fin fueron a la isla de Sta. Lucía, bajo pretexto de visitar
al Comandante que el Sr. General du Parquet había nombrado,
pero en realidad iban a asesinarlo. Ejecutaron su cruel designio

8
44 F U E N T E S PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

y seguidamente raptaron a su mujer, a dos de sus niños y a una


mujer negra de entre sus esclavos. De todos ellos no se ha vuelto
a tener noticia desde entonces.
Mientras que aquéllos se vengaban de los franceses de Santa
Lucía, a quienes acusaban de haber usurpado sus tierras, otros
ciento cincuenta se dieron a la mar en tres piraguas para venir
a sorprenderme, y a matarme en la Provincia de Guarapiche,
donde yo estaba entre los Gálibis de Tierra firme. Pero la Divina
Providencia me libró de sus manos, habiéndome obligado a regresar
a las Islas, la víspera de la matanza de nuestros Padres, para ha-
cerme tratar una dolencia que me aquejaba. Pero aunque me hu-
biese quedado más tiempo, es de creer que Dios se hubiese servido,
para conservarme, del mismo medio que había usado el año ante-
rior, en favor del Padre Mesland. Sucedió de esta manera.
Un Caribe, hermano de uno de los que habían sido arrebatados
y vendidos por un marino francés en la Isla de la Tortuga y que
después fue devuelto a su país por los buenos oficios y autoridad
del Sr. de Poincy, había ido a Guarapiche para vengarse, en la
persona del Padre Mesland, del daño que su hermano había re-
cibido de este marinero; pero no se atrevió a ejecutar su designio
en pueblo de Gálibis sin comunicarle antes su proyecto, y fue
traicionado por aquel a quien había descubierto su secreto. Este,
llamando enseguida al Padre Mesland, le dijo en presencia del
Caribe y de varios Gálibis: « Compadre, he aquí un hombre que
ha venido para matarte; ahora mátalo tú, audazmente, pues otra
cosa no se hará ». El Padre, habiéndose informado del motivo de
su descontento, le hizo comprender que no tenía razón para ven-
garse en él de una ofensa que había recibido de un hombre malvado,
de cuya acción él no había tenido la menor noticia; pero en lugar
de vengarse, el Padre le dio bellos regalos, para ganarle el corazón
e inclinarlo a nuestra santa religión.
He aquí otra ocasión en la que la protección de Dios me ha
beneficiado de manera especial. Al regreso de Tierra firme está-
bamos anclados en una de las islas granadinas, esperando viento
favorable para continuar nuestro camino, cuando el capitán de
nuestro barco llamó a todos los que habían bajado a tierra e hizo
aparejar con tanta precipitación que se hubiera dicho que había
divisado ya a los enemigos. No tenía conocimiento de su proxi-
midad ni del peligro en que estábamos, pero sentía un fuerte im-
pulso interior que le incitaba a partir. Después nos dimos cuenta
PELLEPRAT - RELATO D E LAS MISIONES 45

que era una orden secreta de la Providencia de Dios, pues, en cuanto


estuvimos en alta mar, vimos seis piraguas de caribes que venían
en persecución nuestra. No teníamos en nuestro navio sino ocho
o diez hombres de defensa y ellos traían en estas piraguas tres-
cientos guerreros. Al no haber podido sorprendernos, nos persi-
guieron; y no hubiéramos podido escapar si la valentía que la
desesperación inspiró a nuestros hombres no les hubiera causado
terror. Estaban y a a tiro de fusil, habían amainado todas las velas,
sus arcos estaban preparados para el combate, los veíamos pre-
parados para lanzarnos flechas envenenadas, cuando simulamos
defendernos, no tanto con esperanza de vencer, cuanto resueltos
a hacerles comprar caras nuestras vidas. Teníamos en nuestro barco
dos cañoncitos pedreros que fueron los que nos salvaron. E n cuanto
los colocamos uno en proa y otro en popa, apuntando a sus piraguas,
los Salvajes, temiendo sus descargas, se apresuraron a volver y se
dirigieron a la Isla de Granada donde atacaron un barrio bastante
alejado, que no podía ser socorrido fácilmente, y allí mataron a
algunos franceses con sus esclavos e incendiaron muchas casas.
Hemos sabido después que, el peligro corrido, fue mayor de
lo que habíamos pensado, pues tenían además otras piraguas
armadas próximas a nosotros y que no podíamos descubrir. Pero
¿quién puede dañarnos cuando Dios nos quiere proteger? Esta
pequeña armada naval infiel no sólo no nos causó ningún daño,
sino que huyó al encontrarse con ocho o nueve personas que está-
bamos en el barco.
Los Caribes hicieron el año pasado varias incursiones a di-
ferentes zonas de las Islas de Granada y de Martinica saqueando
y quemando las cabanas, matando a los hombres y raptando a
las mujeres. Aunque no hacen la guerra más que por sorpresa,
han molestado bastante a los franceses y matado a sesenta u ochenta
en diferentes ocasiones; por su parte han perdido tres o cuatro-
cientos hombres. El Sr. General du Parquet, que es Gobernador
de las Islas de Martinica, Granada y Santa Lucía, se ha visto
obligado a declarar la guerra, no sólo a los salvajes de San Vicente,
sino también a los de Martinica y Granada, porque, traicionando
la palabra dada, se unían a nuestros enemigos en las incursiones
que éstos hacían contra nosotros, matando a los franceses que sor-
prendían.
Cuando salí de las Islas para regresar a Francia, esto acaeció
el 16 de febrero del año 1655, había una gran disposición para la
46 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

paz en ambas partes, y ya no se cometían actos de hostilidad.


Ruego al gran Maestro de los corazones, que los pacifique de
manera que podamos regresar a la Isla de San Vicente para reunir
de nuevo el rebaño disperso por la matanza de sus pastores. Y en
caso de que esta paz tan ansiada se haga, el Sr. du Parquet, que
se ha preocupado siempre de la conversión de estos pobres bár-
baros, tiene el proyecto de enviarles como rehenes a dos de nuestros
Padres y obligarles a darnos recíprocamente otros de los más im-
portantes de su nación.
La estancia entre estos bárbaros no deja de ser bastante azarosa.
El peligro no arredra a nuestros Padres, ni les lleva a declinar
este empleo, sino que al contrario aumenta su celo, pues cada
uno desea ser enviado, para poder continuar lo que nuestros va-
lientes obreros comenzaron tan felizmente. Dos cosas pueden
impedir una empresa tan bella: el pequeño número de misioneros
y los pocos medios para mantenerlos. Y estamos convencidos de
que Dios no dejará imperfecta esta obra suya.
Aparte del asesinato de los Padres Aubergeon y Gueimu, han
muerto otros dos en el mismo año; el Padre Gaspar Jaquinot el
10 de abril y el Padre Antonio Barré el 13 de diciembre. Esta
misión tiene que sentirse debilitada con la pérdida de cuatro mi-
sioneros de mérito en un solo año. En todas las Islas no nos quedan
ya más que diez Sacerdotes y dos Hermanos para todos los tra-
bajos de los que hemos hablado aquí. Si nos envían refuerzos,
será posible desempeñarlos todos. Ruego a todos los lectores de
esta relación unan sus votos a los nuestros y rueguen al Señor
de la mies, que envíe todos los operarios necesarios para recoger
una cosecha tan buena.
Pero vamos a ver también otras necesidades de Tierra firme
que merecen igualmente nuestra atención e interés, a fin de que
la Divina Providencia provea, del modo más ventajoso, lo condu-
cente a la salvación de estos pueblos innumerables, que viven sin
conocimiento de Dios, y mueren sin esperanza de salvación.
SEGUNDA PARTE
Relato de las Misiones de los Padres de la Compañía
de Jesús en Tierra Firme de America Meridional.

CAPÍTULO PRIMERO

Primer viaje del Padre Mesland a Tierra Firme.


Descripción del País.

Hemos hablado hasta ahora solamente de algunas Islas de Amé-


rica Meridional; ya es tiempo de que pongamos el pie en Tierra
firme, y siguiendo el orden que hemos seguido en la primera parte,
trataremos en primer lugar del país en general, de las ventajas
que se encuentran en él, de las maravillas naturales que encierra;
después hablaremos de los Salvajes que lo habitan, de sus cos-
tumbres, hábitos, trajes, disposiciones para recibir la fe; de nuestros
trabajos en este Continente, de las grandes esperanzas que tenemos
de ver pronto establecido el imperio de Jesucristo. Pero ante todo
es necesario que revelemos los medios de los que se ha servido
la Divina Providencia para abrirnos la puerta de este país, tras
el que estábamos suspirando desde hace muchos años.
El Padre Dionisio Mesland, antiguo misionero de América,
habiéndose dedicado en diversas ocasiones a la evangelización de
los Caribes, que son, como dije antes, los Salvajes de las Islas,
entabló largos contactos con la esperanza de pasar pronto, por
mediación de estos Caribes, a las naciones infieles de Tierra firme,
Pero viendo que no se mostraban tan propicios para esta empresa
48 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

como los Gálibis, venidos del Continente y establecidos juntamente


con los Caribes en una región de la Isla de Granada, se dirigió
allá el año 1651 y de tal manera supo insinuarse en sus espíritus,
que antes de finalizar el año, lo introdujeron a Tierra firme, por
la Boca del Dragón, remontando el río Guarapiche, en la Provincia
del mismo nombre.
El Padre fue recibido en un pueblo de Gálibis con grandes
demostraciones de afecto, redobladas a la vista de algunas hachas,
hoces, cuchillos y pequeños regalos que les distribuyó y que les
fueron tanto más agradables, cuanto que los habitantes de este
pueblo vivían alejados cuarenta leguas del mar y no tenían co-
mercio alguno con los europeos, al igual que los demás Salvajes
de la Provincia. Había que tratarlos de esta manera para ganar
su afecto y para suministrarles después más utilmente las mer-
cancías del cielo, quiero decir, el conocimiento de los misterios de
nuestra fe, que era el único fin que el P. Mesland se había pro-
puesto al ir a su país.
Para esto se aplicó con gran esmero a aprender su lengua; así
lo hizo también un muchacho francés, que había llevado consigo.
El estudio de esta lengua fue su principal ocupación durante varios
meses. El Padre trataba de reducirla a preceptos a base de con-
tinuas reflexiones; el muchacho se contentaba con anotar la manera
ordinaria de hablar de los Salvajes, para servirse de ello cuando
hiciera falta; después discutían juntos lo que habían aprendido
en sus conversaciones con los indígenas.
El Padre acompañaba algunas veces a los Gálibis en sus co-
rrerías y en las visitas que hacían a sus parientes y amigos alejados
del pueblo; y como él no estaba lo bastante instruido en la lengua
como para enseñar a los adultos, se ocupaba del bautismo de los
niños, que estaban en peligro de muerte, en los pueblos que visi-
taba. La tensión de nervios que llevaba el estudio de esta lengua
(en la que empleaba diez horas diarias), los malos alimentos que
tomaba con los Salvajes y las grandes fatigas de sus viajes, le
causaron por fin una peligrosa enfermedad. Esta nos hizo temer
por su vida y fue para nosotros tanto más penosa, cuanto que nos
era imposible socorrerle, ya que todos los misioneros estábamos
ocupados por encima de nuestras fuerzas. Pero plugo a Dios de-
volvérnoslo y hacer que regresara a las Islas en buena salud, un
año después de su partida.
PELLEPRAT - RELATO D E LAS MISIONES 49

El motivo de su regreso fue el deseo que tenía de representar


ante sus Superiores la necesidad de tantos pobres bárbaros que
había visto en Tierra firme, su afecto por los franceses, la doci-
lidad de carácter y la facilidad de su conversión. Pedía para esto
varios obreros, pero estábamos en tal escasez que se tuvo que
contentar con un compañero, al que tuvo que esperar sin embargo
algunos meses, ya que no podía abandonar inmediatamente la
región de la Isla de San Cristóbal donde trabajaba. Hablaremos
de ello en el Capítulo siguiente; concluiremos el presente dando
una idea general de esta región de América a la que consagraremos
esta segunda parte.
Este país está diseñado en los mapas de América: a partir
del río Amazonas por el Sudeste, sube hasta Cumaná por el Este;
está limitado por el mar al Oeste y Noroeste, y por el Sur se ex-
tiende en espacios casi infinitos, no descubiertos todavía. La
Guayana constituye la parte más extensa de este país y antaño
fue t a n famosa debido a las esperanzas que los españoles habían
cifrado de encontrar minas de oro y de minerales. Por todo lo cual
denominaron a una de sus regiones « El Dorado ». Está limitada
por dos ríos, el Amazonas y el Orinoco que son de gran caudal.
Se dice que los descubridores del río Amazonas le dieron este
nombre, porque habiendo puesto pie en tierra, a las orillas de
este gran río, no encontraron más que mujeres; y habiéndose vuelto
a embarcar, para remontar el río, vieron gran número de Salvajes
armados y entre ellos muchas mujeres, enormes, que animaban
a los hombres al combate. El Amazonas es prodigiosamente grande
y profundo; el reflujo del mar penetra en tierra varias leguas; a
la desembocadura, que tiene sesenta o setenta leguas de anchura,
el río arrastra olas de agua dulce a gran distancia mar adentro.
Un autor inglés, que ha hecho la descripción de la Guayana, ha-
blando como testigo ocular, dice que él mismo ha cogido agua
dulce en sus propia corriente a treinta millas, es decir, a diez
leguas de tierra. La desembocadura está casi debajo del Ecuador,
alejándose por una parte medio grado y dos por el otro lado; pero
esta costa, subiendo hacia Cumaná al Noroeste, se va apartando
poco a poco de él; sin embargo la Boca del Dragón, que es el lugar
más avanzado hacia el Norte, no dista más que diez grados. Este
río tiene sus fuentes en el Perú y desde allí, hasta el mar, donde se
pierde, se cuentan más de mil ochocientas leguas, según el relato
50 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

del Padre Cristóbal Acuña de nuestra Compañía, que ha hecho


el viaje y publicado la descripción.
En la desembocadura de este gran río se da un fenómeno cu-
rioso; se trata de una especie de arcilla verde, admirable por dos
propiedades que le son particulares; la primera, que es blanda
cuando esta en el agua y entonces pueden imprimirse, a placer,
todas las figuras y formas posibles; pero cuando se expone al
aire, se endurece de tal forma que las piedras así obtenidas de
esta arcilla son tan duras como el diamante. La segunda, que
éstas tienen además una virtud digna de admiración; si una per-
sona enferma gravemente y lleva consigo una de dichas piedras
no está ya sujeta a los incidentes de esta enfermedad. He visto
hachas formadas de esta arcilla, que los Salvajes utilizaban para
cortar madera cuando todavía no tenían las que les hemos traído
nosotros; su corte era parecido al de nuestras hachas de hierro
pero terminaba en un asidero que servía para sostenerlas mientras
trabajaban.
No hay que pensar que sólo el río Amazonas acapara las ven-
tajas de este gran país; los otros ríos tienen también sus bellezas
y sus comodidades, particularmente el de Cayena, que ha atraído
continuamente de Francia cantidad de personas para habitar la
Isla que forma muy cerca del Continente. No es sin embargo el
más grande: Cupenan, Surinam, Barima y Amacuro son mucho
mayores, pero ninguno alcanza ni la magnitud, ni la prodigiosa
extensión del Orinoco. Tiene éste cien leguas de ancho en su des-
embocadura, incluyendo las pequeñas islas que hay en ella y que
dificultan mucho la entrada. No es extraño que sea tan grande
ni tan extenso, puesto que, además de tener una gran cantidad
de pequeños ríos, doce o quince hermosos afluentes engrosan el
cauce en su recorrido que realiza en parte del otro lado del Ecuador.
Delimita por un lado a la Guayana y por el otro a la provincia de
Guarapiche: a ésta por el Oeste y Noroeste y a aquélla por el Este
y el Sudeste; desemboca finalmente en el mar, en el grado 8 del
Polo Ártico o Septentrional.
Santo Tomás está situado en las extremidades de la Guayana,
a la orilla de este gran río y bastante tierra adentro. Los habi-
tantes españoles que viven allá son muy poco numerosos; no
tienen comercio con los europeos sino solamente con los Salvajes
del país que se llaman Caribes; además con los Aruacas y Chai-
mago tos sus vecinos y confederados. Todos estos pueblos son ene-
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 51

migos de los Cores, Arotes, Paria, Caribes, Gálibis y de otras


naciones que han hecho una liga ofensivo-defensiva contra ellos
y contra los españoles, sus aliados. Una parte de los Chaimagotos
de la provincia de Guarapiche ha hecho desde hace algún tiempo
la paz con nuestros Gálibis, y esperamos que pronto harán lo
mismo las demás tribus de esta nación. Esta reconciliación contri-
buirá mucho a la propagación del Evangelio en este País.
Eso bastará para ofrecer un conocimiento somero de esta costa
de América, que forma la parte principal, aunque no la mayor,
de este espacio del Continente del que vamos a hablar. Como
los mapas y los libros que tratan de esta región, no hacen mención
del río Guarapiche ni de las bellas tierras que riega, me siento
obligado a decir algo aquí, para facilitar el camino a los que tengan
deseo de venir. Cuando se entra en el estrecho, que generalmente
se llama « Boca del Drago », es decir, Boca del Dragón, se en-
cuentran, entre la Isla Trinidad que está a la izquierda y la punta
de esta Tierra firme que los Salvajes llaman oiie cuítale, es decir,
la nariz de Tierra firme, tres pequeñas Islas, equidistantes y co-
locadas en fila a lo largo de las dos leguas de extensión que separan
estas dos tierras. El país es montañoso a lo largo del mar, e incluso
la Isla de Trinidad está entrecortada por montañas, en la fachada
próxima a estas pequeñas Islas; aunque por la otra parte de la
escuadra que ésta forma, descendiendo hacia la desembocadura
del Orinoco, la tierra es llana y sin accidentes. Los españoles se
han colocado allá en las montañas y han construido un pueblo que
llaman San José, compuesto por doscientos habitantes; dista de
la Boca del Dragón unas cuatro o cinco leguas. El resto de esta
isla, bella y grande, esík habitada por Salvajes llamados Maboüyes,
convertidos a la fe por los españoles y con quienes viven en buena
inteligencia. Estas pobres gentes no se atreven a salir de la isla
porque todos los demás Salvajes de las cercanías son enemigos
suyos y de los españoles. [Esperamos que la fe reunirá sus corazo-
nes y les servirá de lazo de amor y de concordial
Prosigamos nuestro camino. Navegando de Norte a Sur, se
entra en el Golfo de Paria que da su nombre a una nación de Sal-
vajes y amiga de los franceses; siguiendo hacia el Oeste-Suroeste,
se llega por fin a un callejón sin salida que se forma en el fondo
de este Golfo. E n medio de esta profundidad se encuentra el río
Guarapiche, que tiene en su desembocadura dos leguas de an-
chura y dos brazos principales; uno que desciende del Oeste y el
52 F U E N T E S PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

otro del Suroeste. Parece navegable hasta la unión de estos dos


brazos, hecha en forma de horca a veinticinco leguas del mar,
y cuyo reflujo asciende por ambos cinco o seis leguas tierra adentro.
El brazo que está a mano derecha se llama río de los Chaimagotos
porque conduce a los pueblos de esta nación; el de la izquierda
lleva el nombre de la provincia de Guarapiche. No pueden na-
vegar por él, a causa de sus meandros, ni barcos ni bajeles de
vela; es necesario servirse de piraguas y de otra clase de embarca-
ciones de remos.
Este río está adornado en sus dos bordes por unas paredes de
lianas siempre verdes, y que al mismo tiempo que alegran la vista,
limitan el horizonte; se trata de los mangles, árboles que pro-
ducen raíces en los bordes de sus ramas y éstas, al doblarse hacia
tierra, vuelven a formar otros árboles sin separarse de su tronco
primitivo; ninguno sobresale por encima de los demás y todo esto
se extiende en un espacio de unas cinco leguas. Se diría, al ver esta
bella obra de la naturaleza, que algún jardinero cuidadoso poda
y corta todas estas ramas cada día y con la misma medida.
La pesca es abundante en este río. Se encuentran incluso coco-
drilos comestibles llamados caimanes, que aunque tienen la misma
forma que los que devoran a los hombres, son sin embargo mucho
más pequeños y de otro tipo diferente. Se ven allí también grandes
bandadas de pájaros con el pico aplastado, llamados espátulas,
mayores que las palomas, de u n encarnado muy vivo; las crías
tienen un plumaje blanco que con el tiempo se vuelve rojo; son
tan desconfiados que es muy difícil atraparlos. Yo no los he visto
más que en este río, aunque no dudo de que los haya también en
los demás ríos de esta provincia, por los que nunca he navegado.
Terminaré este capítulo narrando una maravilla de la natu-
raleza que se ve en Guarapiche: además de las fuentes de agua
dulce que se encuentran allí, hay una de agua salada, situada
en una pequeña colina a cuarenta o cincuenta leguas del mar.
Cuando la marea está alta, tiene gran cantidad de agua y cuando
hay marea baja, se seca completamente y no deja más que el lodo.
Es necesario que Dios, el gran Maestro de las aguas así como de
todas las otras criaturas, conduzca el agua hasta allí por canales
subterráneos.
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 53

CAPÍTULO SEGUNDO

Segundo viaje del Padre Mesland a Tierra Firme


y lo que nos ocurrió en el camino,

A pesar de la gran insistencia que hizo el Padre Mesland para


obtener u n mayor número de misioneros para Tierra firme, la
necesidad que había en las Islas era tan grande, que solamente
se le pudo conceder uno. La suerte recayó felizmente sobre mí
y se me comunicó que debía prepararme para este viaje y servir
de compañero al P. Mesland.
Varios muchachos, de los que ya hemos hablado en la primera
parte, que habían tomado la resolución de dedicarse a la salvación
de su alma y la del prójimo, aprovechando esta ocasión, nos ex-
presaron con gran insistencia su deseo de acompañarnos a Tierra
firme, y de trabajar juntamente con nosotros en la instrucción
de los Salvajes. Sin embargo no aceptamos más que a tres en San
Cristóbal y a u n cuarto en la Isla de Martinica; mientras me
preparaba para este viaje, el P. Mesland se puso en camino y se
marchó a Martinica, donde yo le debía encontrar poco tiempo
después. Le expresé el deseo de nuestros Padres de San Cristóbal:
que nos buscáramos un lugar en la Guayana para podernos esta-
blecer allá, a fin de que, si nos llegara a faltar el de Guarapiche,
pudiéramos retirarnos allí y trabajar en la conversión de los Sal-
vajes. Se nos presentó una ocasión bastante favorable. Un francés
había raptado en el mes de abril del año 1653 a unos esclavos
en el río Cupenam y los llevó a Martinica para venderlos; nosotros
juzgamos que, si los devolvíamos a su país, seríamos favorable-
mente acogidos. Entre los cautivos se encontraban tres mujeres
de la nación de los Gálibis; las compramos: eran abuela, hija y
nieta, esta última de dos a tres años.
Dios, que quería salvar a esta pequeña criatura, permitió que
cayera gravemente enferma, llegando a una debilidad tal, que pa-
recía que no le quedaba más que un día de vida. Yo no quería
bautizarla sin el consentimiento de estas dos mujeres, para evitar
que ellas dijeran en su país que el bautismo había hecho morir
a su niña. Me era, pues, imposible conferirle este Sacramento
sin que se dieran cuenta, y a que la niña estaba siempre en sus
brazos. Como estaba muy perplejo, Dios me dio la ocasión de
54 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

bautizarla ante su vista, sin que se apercibieran de ello. La madre


había traído una jarra llena de agua del río para lavar a la niña
enferma y yo aproveché la ocasión. Tomando agua con la mano,
como para lavarla al mismo tiempo que la madre, la vertí sobre
la cabeza pronunciando en voz queda las palabras del Sacramento.
Le puse por nombre María para agradecer el gran favor que ha-
bíamos obtenido con este encuentro por intercesión de la Virgen.
Pocas horas después este pequeño ángel volaba al Cielo. Pero
volvamos a nuestro viaje.
Embarcamos en Martinica el Padre Mesland y yo acompañados
de los cuatro muchachos franceses de quienes he hablado ya, y
estas dos mujeres esclavas, el 20 de junio de 1653. Nos vimos
obligados a parar cerca de un mes para esperar viento favorable
y por fín también hubimos de abandonar nuestro primer proyecto
de ir a Coupenam; y en contra de nuestras intenciones hicimos
escala en la Isla de San Vicente. Aquí dejamos a las dos mujeres
para ser enviadas a su país en la primera piragua de su Nación.
Las encomendamos al Padre Aubergeon, misionero de esta Isla, que
se encargó de ellas y de hacerles embarcar poco tiempo después.
Apenas nos habíamos hecho a la vela para continuar nuestro
camino hacia la región de Guarapiche, cuando nos vimos sorpren-
didos por una gran calma, que nos paró largo tiempo, en las otras
radas de esta Isla. A la calma siguió un furioso huracán, que nos
hubiese hecho perecer irremisiblemente, si hubiésemos estado
todavía anclados; pero, por una Providencia particular de Dios,
obligué a nuestros marineros a aparejar a pesar de que ellos obje-
taban que no hacía viento y que correrían peligro de estrellarse
en alguna costa. Un cuarto de hora después vimos que habíamos
acertado en salir, pues acabábamos de alejarnos, cuando el huracán
comenzó y las primeras bocanadas de viento, que fueron sus pre-
ludios y precursores, nos ayudaron a llegar hasta alta mar y así
evitar el peligro.
E n esta misma rada se encontraba otro barco francés que no
tuvo tanta suerte como nosotros, pues se estrelló en las Granadinas
y allí pereció. Estábamos sin embargo protegidos por Dios, pues
permitió que este huracán nos sirviera de viento en popa para
llevarnos a donde queríamos ir.
Se llama huracán en las Islas a una tempestad de violencia
extraordinaria, que agita el mar con tanta furia que éste parece
subir hasta el Cielo, al mismo tiempo que se abren unos abismos
PELLEPRAT - RELATO ÜE LAS MISIONES 55

inmensos. Los navios anclados entonces en las radas o en los


puertos se estrellan contra la costa; esta tempestad sopla con
tanta fuerza en todas las direcciones que si estáis a cubierto de
un huracán, el otro os dañará. E n tierra el huracán derrumba
las casas y llena de árboles las campiñas, arranca de raíz todas
las maniocas con las que se hace el pan; deshace el tabaco y la
caña de azúcar, anega todos los víveres y arruina todas las espe-
ranzas de la cosecha de un año. Hay un proverbio que dice « pe-
queña lluvia destruye gran viento »; aquí se ve todo lo contrario:
la lluvia es continua durante el huracán y el viento no se para;
el cielo se oscurece tan prodigiosamente, que el día se transforma
en noche; no se encuentra ningún lugar tranquilo ni en la tierra
ni en el mar; se abandonan las casas por miedo de ser maltratados
por las ruinas; no se atreve uno a permanecer en los bosques te-
miendo verse aplastado por los árboles; el lugar más tranquilo o
más seguro es la campiña, pero la lluvia, que cae a chuzos, cala
en un momento las ropas y lo que es más desagradable, hay que
soportar esta inclemencia durante veinticuatro horas sin poderla
remediar.
La Tierra firme no está sujeta a los huracanes; las Islas mismas
están expuestas a sus estragos solamente durante cuatro meses
del año: julio, agosto, septiembre y octubre. Se dice que los tem-
blores de tierra, que son bastante frecuentes en las Islas, son los
precursores de esas espantosas tempestades; pero hay que confesar,
si se quiere hablar honestamente, que la verdadera causa nos es
desconocida. Los Caribes, es cierto, se la achacan a los europeos,
y aseguran que antes de su llegada al país, jamás habían experi-
mentado otras semejantes. Los antiguos habitantes franceses pa-
recen favorecer esta opinión, pues dicen que al comienzo de su
estancia en las Islas, apenas si habían sido testigos de un huracán
en un espacio de diez años, y que desde entonces los han visto
llegar regularmente cada siete años. Si es así, los pecados de los
hombres han debido de multiplicarse mucho, ya que hemos tenido
cuatro en tres años consecutivos: el primero en 1651, el segundo
en 1652, y otros dos en el año de 1653. El que acabo de mencionar
sucedió el 13 de julio, y fué seguido a corto intervalo por otro,
que estalló el primero de octubre del mismo año.
Es verdad que este temporal que pone en fuego el mar, y todos
los elementos en confusión, no trata con igual crueldad a todas
las Islas, aunque todas sufran más o menos sus efectos; sino que
56 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

se desencadena de ordinario con más violencia sobre una o dos


islas solamente. El huracán del 13 de julio fué tan violento en
San Vicente que derribó las casas y arrojó varias al mar, causó
la muerte de varios Salvajes, arrancó todas las plantas, y dejó
por todas partes huellas que no serán borradas en muchos años.
El P. Aubergeon estaba entonces en dicha isla, y fué testigo de
todos estos desastres. Pocos días después, me escribía que el buen
viejo Caribe que con tanta benevolencia lo había recibido en su
cabana, viendo los desastres ocasionados por la tormenta, le había
dicho: « No te asombre, compadre, el Maboía (es decir el diablo)
no puede soportar que nos enseñes el camino del cielo; es él quien
ha excitado esta borrasca que pronto pasará, no te asombres ».
El huracán del año 1652 no se hizo sentir menos en San Cris-
tóbal; pues destrozó en la aldea de P u n t a de Arenas, donde yo
estaba entonces, cuatro navios cargados de mercancías que espe-
raban tan sólo la hora de levar anclas.
Entre estos bajeles había un holandés, que resistió más tiempo
que los otros, y me dio ocasión de socorrer a dos hombres que
esperaban la muerte en la popa de este barco. Desgraciadamente
no sabían nadar y tampoco se atrevían a tirarse al mar como lo
habían hecho sus compañeros. Uno era católico, habitante de Gua-
dalupe, y el otro hugonote y cirujano del barco. Al verlos en este
peligro, les hice señales desde la orilla donde yo estaba, para que
pidieran perdón a Dios de sus pecados, y que se dispusieran a
recibir la absolución. Ellos me comprendieron y habiéndose puesto
los dos de rodillas, elevaron sus ojos y manos hacia el cielo; poco
tiempo después se volvieron hacia mí bajando la cabeza y pidiendo
la absolución. Después de haberla recibido ambos, el hugonote
se echó al mar para tratar de salvarse pero éste estaba tan furioso,
que se lo tragó al poco tiempo. El católico resistió cuatro o cinco
horas sobre una tabla del barco deshecho; nos esforzamos en
sacarle del peligro, pero todo fue inútil. Incité a varios franceses,
ingleses, holandeses, salvajes y negros que se lanzaran al mar para
socorrerlo pero el viento y el mar los rechazaban constantemente.
No pudieron acercársele, ni siquiera echarle una cuerda a la cual
se había atado una piedra. Pero al fin, Dios, que deseaba salvarle
la vida, hizo que seis o siete jóvenes llegaran hasta él. Llevaba
cada uno un palo en la mano, en el que se apoyaban cuando las
olas los arrastraban, y por otra parte se ataron a uno de sus com-
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 57

pañeros. La maniobra resultó tan bien que lograron traerlo a tierra,


aunque todo magullado. Pero volvamos a nuestro camino del que
este huracán nos ha hecho desviar.

CAPÍTULO TERCERO

Nuestra Llegada a Guarapiche


y partida del P. Mesland para Santo Tomás.

Después de haber esperado inútilmente vientos favorables


para ir a Coupenam, y de haber soportado algunas calmas sobre el
mar, arribamos felizmente a nuestro poblado de Guarapiche el
9 de agosto de 1653. Allí fuimos recibidos por los Gálibis con
grandes testimonios de simpatía y amistad; estas pobres gentes
nos hacían todos los servicios que podíamos necesitar, nos miraban
atentamente y no se cansaban nunca de hacerlo. N o salían de
nuestra cabana más que por la noche y nos decían que todos los
pueblos del país se habían alegrado de nuestra llegada.
Nos entregaron dos cartas que unos Salvajes, venidos de Santo
Tomás, habían traído a Guarapiche durante la ausencia del Padre
Mesland. Una estaba en latín y había sido escrita por Don Martín
de Mendoza, comandante del fuerte de Sto. Tomás, que llevaba
el título duque de la Guayana y gobernador perpetuo de la Isla
de Trinidad; la otra en francés, estaba escrita por uno de los prin-
cipales oficiales llamado Don Frantique; ésta, servía de dirección
a la latina, que carecía de ella.
El Gobernador hacía saber al Padre Mesland que se declaraba
muy obligado ante Dios por haber hecho conocer su llegada a la
provincia de Guarapiche; le suplicaba que fuera a Santo Tomás
donde encontraría ayudas capaces de hacerle olvidar las fatigas
de un largo viaje, pueblos muy numerosos deseosos de recibir
instrucción y Catecismo, que deseaban ardientemente el bautismo
y el conocimiento de nuestra religión. El no podía satisfacerles
por no tener ningún eclesiástico que les pudiese asistir en su ne-
cesidad. La carta adjunta del oficial decía lo mismo; los dos ase-
guraban que había bastante trabajo y que en este lugar, más que
en otros, se podía hacer un gran bien.
58 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

H e aquí la copia de estas dos cartas, en los mismos términos


en que fueron escritas. Comencemos por la francesa, en cuyo enca-
bezamiento se leían estas palabras:
« L a presente sea dada al Rvdo. Padre en Guarapiche».
« M i Rvdo. Padre: Por la presente le informamos que los Sal-
vajes nos han comunicado que había en Guarapiche un religioso
venido allí para enseñar la fe católica; el Sr. Gobernador os pide
vengáis con toda confianza para enseñar a gran cantidad de Sal-
vajes que no piden más que hacerse católicos. Aquí no tenemos
otros religiosos. SÍ venís el Sr. Gobernador así como todos los
españoles, os quedarán muy obligados.
Dada en el Orinoco a 29 de septiembre de 1652.
Vuestro servidor,
Don Frantique ».
He aquí la copia de la carta latina, a la que la francesa le sirvió
de dirección, como lo indicamos antes.
RP.P.
Non sine dwíni numinis singular't beneficio jactum puto ut ad
noíitiatn meam vesírae paiernitatis ibi assistenüa perveniret, quia
cum ad exemplum Christi Dornini, et Apostoíorum, palatn eí non in
occulto, máxime apud infideles sermocinari debeant Evangeücae doc-
írinae predicatores, quod ibi repugnare video. Vestram paternitatem
huc voco, desiderans ut Pagani, favore pestrae praesentiae, Luce jidei
¿lluminati, januam Baptismi opíatius et jaciüus ingrediantur; hic
totum habebit vestra paterniias quod ad iter impeííat, kic quod itineris
longi labores subleveí, ubi tot gentes et naílones, absque strepitu ar-
morum sed spiritas persuasione EvangeUcam doctrinam accipient,
propier cum Christianis comunicationem, quae Utos adjidem susci-
piendam suaviter dispósitos semper habet.
Valeat uesíra Paterniias.
Ex civitate S. Thomae del $. S. Sacramenío de Guayana 12
mensis Octobris anni 1652.
Humitis Servas vestrae Paiernitatis
D. Marünus de Mendoza y de la Itos.
[D. Martín de Mendoza y de la Hoz].
Estas cartas parecían favorecer nuestros proyectos, y a que
nos llamaban a un nuevo sitio y también porque el establecimiento
de esta misión aseguraba la de Guarapiche, a la que los españoles
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 59

eran los únicos que podían poner algún impedimento. Tomamos


tiempo para deliberar acerca de este asunto, juzgando que, si esta
petición parecía en principio ser ventajosa para la conversión de
los Salvajes, debía parecemos también sospechosa viniendo de
parte de un español, enemigo de los franceses. Por fin, después
de haber ponderado todas las razones, en pro y en contra, deci-
dimos que el Padre tomaría precauciones, y que no pasaría a
Santo Tomás antes de estar mejor informado sobre la intención
de los españoles; mientras tanto, permanecería con los Galibis
más próximos al río Orinoco.
Partió pues de Guarapiche el 16 de septiembre de 1653 con
una gran oposición por parte de los Galibis; para hacernos desistir
de este proyecto, nos contaban las crueldades que los españoles
habían cometido otras veces con los habitantes del país; nos decían
que, como aliados de los Galibis y enemigos de los españoles,
teníamos que temer no fuera que nos llamasen a sus dominios
solamente con la intención de deshacerse de nosotros.
Habiéndose enterado el P . Mesland de que un gran grupo
de Galibis se disponía a partir para ir a retirar los cadáveres de
algunos de los suyos que habían sido matados cerca del río Orinoco,
se dirigió al jefe de esta tropa para obtener el permiso de viajar
juntamente con ellos. Al principio éste se lo prometió, pero des-
pués cambió de parecer y retiró su palabra alegando como excusa
que los Boulrouít, es decir, los camaradas, se habían opuesto e
incluso le habían indicado, que podía ser cogido y maltratado por
toda su nación, caso que los españoles hiciesen morir al Padre,
Este, que despreciaba todos esos peligros, no dejó de partir para
el Orinoco a donde llegó felizmente, acompañado de tres muchachos
franceses, a pesar de las dificultades del viaje, y del desborda-
miento de los ríos.
Poco tiempo después de su partida, corrió el rumor de que
había muerto. Yo no oía otra cosa de los Salvajes sino que el
Padre había sido llevado a la picota por los españoles, y que lo
habían hecho coger por sus esclavos negros; algunos añadían que
lo habían visto atado a un árbol, donde había permanecido col-
gado durante tres días, al cabo de los cuales, los españoles habían
desatado su cuerpo. Todas estas noticias, unidas a la convicción
de los Galibis de que los españoles, enemigos de los franceses, lo
habían llamado a Santo Tomás para maltratarlo, les hacían dar
fe a esta noticia falsa. Se difundió de tal manera por el país, que

9
60 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

los Salvajes más próximos al Orinoco, después de haber avisado


a los de la provincia de Guarapiche, me enviaron un hombre para
obligarme a avisar a los franceses de las Islas, a fin de que todos
juntos pudieran vengar un acto tan cruel. Uno de los principales
capitanes Gálibis era el que más interés demostraba en esta ven-
ganza. Proponía dividir las tropas francesas en dos cuerpos: uno
pasaría por la desembocadura del Orinoco y el otro por la Pro-
vincia de Guarapiche.
Habiendo sido confirmada esta muerte por tantos conductos,
me creí en la obligación de notificarlo a nuestros Padres para que
celebrasen por el Padre Mesland todos los sufragios y oraciones
acostumbrados en nuestra Compañía. Pero tres meses después de
comunicada esta noticia, recibí una carta del Padre Mesland con
fecha 24 de enero de 1654; decía que «a pesar de todas las fatigas,
las incomodidades del camino y los accesos de una fiebre molesta,
había llegado a Santo Tomás, donde los españoles lo habían re-
cibido al principio un poco desconfiados por ir acompañado de
tres jóvenes franceses; la ausencia del Gobernador volvía su situa-
ción todavía más delicada. Para desterrar toda sospecha, se vio
obligado a permanecer aislado en su habitación por espacio de
seis semanas. Después de todo este tiempo se tomó la libertad
de salir afuera y de visitar los Salvajes de la vecindad, a los que
antes de ir a Santo Tomás, les había encomendado algunos pequeños
presentes, que los quería distribuir ». El Padre había olvidado
en esta ocasión que no se debe enseñar nada a los Salvajes que
después no se les haya de dar; así cuando volvió, no encontró
nada y le dijeron que puesto que no le habían visto durante un
tiempo tan largo, ellos creían que lo habían matado. Así pues
se habían servido de todo lo que les había dejado. Este fue el
fundamento de la falsa noticia que corrió entonces sobre su muerte,
y a que los Salvajes vecinos de los españoles, habían dado a los
Gálibis sus sospechas como noticias ciertas. Estos lo comunicaron
a todas las naciones confederadas de la provincia y dieron la
muerte como indudable.
El Padre añadía en su carta que los españoles, habiendo visto
la sinceridad de sus intenciones, le habían permitido ejercer los
trabajos de nuestra Compañía en toda la región y trabajar en
la instrucción y conversión de los Salvajes.
Desde esta carta no hemos vuelto a tener noticias suyas. Las
esperamos todos los días.
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 61

CAPÍTULO CUARTO

De las ventajas y de las maravillas de este país.

Aunque esta parte del continente esté sujeta a algunas de las


incomodidades propias de las Islas, tiene sin embargo tan grandes
ventajas que son capaces de hacer olvidar aquellas. La tierra
produce tabaco, caña de azúcar, añil, algodón, casia, gengibre,
y en general todo lo que hace agradable o provechosa la estancia
en las Islas.
Esta tierra está regada por varios grandes ríos, que la em-
bellecen y la hacen fecunda; está adornada por extensas campiñas,
que los españoles llamaban Sabanas, llenas de hierba para el
ganado pero inútiles a los Salvajes que no alimentan ningún
animal doméstico. He visto una tan extensa que no podía divisar
el fin. Están todas bordeadas de bosques en los que se encuen-
tran árboles de muchas especies desconocidas en Europa y de una
altura y de un grosor prodigiosos; están verdes en todas las esta-
ciones del año y llevan gomas aromáticas aptas para diferentes
usos. Se encuentran estos bosques a lo largo de los riachuelos y
de los ríos, y comunmente a las orillas del mar. Sin embargo es
cosa rara encontrar árboles en las sabanas de las que acabo de
hablar.
E n este país se emplean, como combustibles, maderas de di-
ferentes colores: roja, blanca, verde, colombina, amarmolada,
incluso madera que se llama madera de letra, tan estimada en
Europa. Todas servirían para hacer excelentes y bellas obras.
El helécho, que en Francia es una pequeña planta, crece aquí,
en forma de árbol del grosor de un muslo y de una altura de 18
a 20 pies; su madera combina un rojo negro con un color blan-
quecino. Las cañas se hacen también grandes árboles; los limoneros
y los naranjos se encuentran como en su clima. Hay también
varias especies de palmas. Nuestros Salvajes se sirven del fruto
que éstas llevan, para sacar el aceite de caraba con el cual ungen
sus cuerpos y sus cabe líos. Se dice que este aceite tiene diferentes
propiedades; yo lo he empleado para quemar y lo encontraba
incomparable para este uso, ya que no tenía ningún mal olor y
la llama era tan hermosa como la de la cera blanca. Hay otra clase
de aceite, soberano para las heridas, que es muy conocido y que
62 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

se extrae de un árbol, cuando se ha hecho una incisión en su cor-


teza; es un bálsamo que los franceses llaman caupau y los Salvajes
colocaí: he visto efectos maravillosos de dicho bálsamo.
El sen crece en la campiña de este país sin ser sembrado ni
cultivado; las abejas son muy abundantes en los bosques; una
oquedad en los árboles les sirve de colmena; son mucho más pe-
queñas que las de Europa y de color negro, así como su miel y su
cera. Es digno de admiración que estas abejas no tengan aguijón.
Hay minas de toda clase de metales, incluso de oro, de plata,
según la opinión común. Se recogen también perlas en algunas de
estas costas. La abundancia de pájaros que existe en este conti-
nente es admirable; hay pocos de los que conocemos en Europa,
sin embargo he visto tordos, codornices, hortelanos, palomas tor-
caces, perdices, faisanes, tórtolas. El número de las especies típicas
de este clima es casi infinito. No mencionaré más que algunos: he
visto águilas de un plumaje gris-blanco, un poco diferentes de las
nuestras; existe también una especie de pájaro, mayor que los
que se ven en Europa; tiene las plumas grises, las patas y el cuello
muy largos, parecido a un avestruz. Uno de nuestros franceses,
que lo había herido de un tiro y que le había roto el ala, se vio
obligado a coger la espada para defenderse de este pájaro, que
venía hacia él con intención de arrancarle los ojos; le pegó tan
hábilmente que le cortó el cuello. Cuando quiso llevárselo, encontró
que pesaba tanto como una oveja.
Los patos tienen doble tamaño que los de Francia. Puedo
añadir al gran número de cosas agradables a la vista, esta bella
variedad de plumajes de tantas especies de pájaros, que están
posados sobre los árboles y que forman un hermoso cuadro de di-
ferentes colores. El fondo es de un hermoso verde, que no consiste
solamente en las hojas de los árboles, que como he dicho están
siempre verdes en este clima, sino que también está formado por
las plumas de los papagayos, que tienen el plumaje verde y que
son tan abundantes en este país como los gorriones en Francia.
Sobre este fondo, la naturaleza forma una especie de arco iris
terrestre que resulta de una mezcla de vivos colores producidos
por el plumaje de los pájaros: rojo, nacarado, encarnado, azul
celeste, anaranjado, amarillo, violeta, blanco, negro y otros colores
muy agradables a la vista. Pues es verdad que la naturaleza se
recrea en estas bellas obras y que Dios se complace en hacerse
admirar a través de sus criaturas.
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 63

Los espátulas de los que he hablado ya, no penetran apenas


en Tierra firme, ya que no se mueven de la desembocadura de los
ríos; pero los flamencos penetran más en los bosques y en las
campiñas. Estos pájaros son tan grandes como los gallos de India,
con un bello plumaje rojo generalmente, y algunas veces negro y
blanco; las crías son siempre blancas así como los espátulas, pero
sus plumas se ponen rojas a medida que crecen; estos tienen el
cuello largo de unos tres pies, y las patas largas también como
de un pie y medio; su pico es grande y está hecho en forma de
cuchara, la mitad negro y la mitad rojo.
Los arras tienen tanta carne como los pichones de Francia;
su plumaje es azul nacarado y tienen el pico ganchudo; los Ganívets
son casi de tamaño como los anteriores, pero de color diferente;
sus plumas son mucho más vistosas, variadas entre el naranja,
el rojo y el azul; hay una especie de urracas mucho mayores que
las nuestras, que tienen un largo pico ganchudo de color rojo-
amarillo o marrón; tienen el plumaje negro, la cola larga, y las
extremidades de las alas, rojas; en la parte delantera tienen una
especie de babero blanco; este pájaro no anda más que dando
saltos como las urracas y es llamado por los Salvaje Coaké,
No hablo de las gallinas que ellos crían como nosotros y cuyos
huevos se comen, incluso cuando están pollados; ni de un millón
de otras especies de pájaros que he visto o de los que he oído
hablar. Añadiré solamente que todos los pájaros de este país son
buenos para comer, incluso los de presa.
Doy paso a los reptiles y a los peces para hablar seguidamente
de los animales de la tierra. Se encuentran en estas regiones can-
tidades de reptiles excelentes para comer; además de las tortugas
de mar, de las que hablaré más adelante, las hay también en los
ríos y en las sabanas, así como en los bosques. Todas son de dife-
rentes especies, mayores que las de Francia y de un sabor muy
agradable. En este país hay cuatro o cinco clases de lagartos que
producen muy buen sabor y que no tienen nada de horrible ni de
desagradable, a no ser el nombre y el aspecto.
Hay también ranas de un tamaño tan grande, que una sola
es capaz de llenar una fuente grande; a veces, se ve uno sorprendido
agradablemente, al tomar esta carne como si fuera de pollo. Se ven
cuatro o cinco clases de tatous: es un reptil que anda a cuatro
patas, como la tortuga, con la que tiene gran parecido; es del mismo
tamaño y las dos llevan la casa a cuestas; parece que esté armado
64 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

de hierro, puesto que su concha se compone de bandas imbricadas


las unas en las otras y que son muy parecidas a las de un escudo de
guerra.
Confieso que no todos los reptiles de este país son tan agra-
dables ni tan útiles a sus habitantes como los que acabo de citar.
H a y algunos que son grandes enemigos del hombre, como las
serpientes de distintas especies. La llamada serpiente cascabel se
lanza sobre los hombres cuando menos lo esperan. Pero la natu-
raleza, siempre sabia, les ha dotado de una bolsa con una pequeña
piedra dentro, y cuando se mueven resuena como una campanilla
de plomo. Al lanzarse a atacar a los hombres, el ruido que hace
este animal basta para advertirles del peligro; por eso se le llama
serpiente cascabel. Se ve también en las orillas de los ríos otras,
que son tan grandes y tan largas como las grandes vigas de nuestras
casas, pero más pesadas y por lo tanto menos de temer, ya que
se pueden esquivar fácilmente.
Los escorpiones de este clima no son venenosos, sin embargo
pueden picar y producir una hinchazón semejante a una avellana,
pero veinticuatro horas después uno se encuentra curado sin
aplicar ningún remedio. Todo esto es lo que he visto acerca de los
reptiles de este país, que pueden ser dañinos para el hombre.
Se ve también una importante cantidad de hormigas así como
de Maringduins, es decir, pequeños mosquitos que producen mucho
picor; también se da una especie de arador llamado Chiques, que
salen del polvo y se incrustan entre el cuero y la piel, y forman
una úlcera si no se tiene cuidado de sacarlos rápidamente. E n
compensación de todas estas incomodidades, no hay en este clima
ni pulgas, ni chinches ni otros animales desagradables que aquejan
tanto a los habitantes de Europa.
La abundancia de pescado es muy grande no solamente en
estos mares, sino también en los ríos e incluso en los más pequeños.
Cuando nuestros Salvajes vuelven de la caza con las manos vacías,
van a pescar y en menos de media hora se los ve volver cargados
de peces; cogen los pequeños cocodrilos con el arco y la flecha
ya que este animal, que tiene costumbre de sacar la cabeza fuera
del agua como para disfrutar de la belleza de la luz, ofrece blanco
fácil a nuestros arqueros para matarlos a flechazos, los cuales los
acaban ordinariamente al primer flechazo. Además de los peces
de agua dulce, que son muy abundantes y variados, el mar provee
también una gran cantidad que se pescan a lo largo de estas costas
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 65

y en la desembocadura de los ríos. Aquí no hablaré más que de dos


especies, que son las más importantes y típicas de este país. Las
tortugas son de la misma forma que las que se ven en Europa,
pero mucho mayores; tienen generalmente tres pies de largo y dos
y medio de an.cho; se la caza a menudo cuando va a poner los huevos
a tierra, pues como es un animal pesado, basta con ponerla boca
arriba para impedirle volver al mar. Las hembras son tan fecundas,
que cuando sienten ya el momento de la puesta de los huevos,
descargan una gran cantidad de éstos en una fosa que h a n hecho
antes al borde del mar; después de haberlos cubierto de arena,
vuelven al elemento líquido, dejándolos salir bajo la influencia
del calor del sol. Se ve al cabo de algún tiempo emerger de la
arena una muchedumbre de pequeñas crías que van a echarse al
mar.
Los huevos de tortuga son muy buenos para comer; son re-
dondos y gordos como los de las gallinas, no tienen sin embargo
cascara, sino solamente una pequeña membrana blanda que con-
serva la clara y el núcleo. Una tortuga llega a producir hasta mil
doscientos o mil quinientos huevos. Puede nutrir a cincuenta o
sesenta personas por todo u n día. Es un maná t a n abundante
como delicioso, particularmente cuando se come fresco; es verdad
que cuando se ha conservado algún tiempo en sal, se vuelve muy
insípido y de bastante mal sabor, pero puede todavía servir de
comida para los esclavos.
El Carey es una especie de tortuga, cuya carne es menos apre-
ciada como alimento que la anterior, pero mucho más estimada
por las conchas que se sacan de ella y que son muy apreciadas en
Francia ya que con ellas se hacen hermosos objetos. Se prefiere
esta mercancía a muchas otras, sobre todo porque no puede estro-
pearse y es de transporte fácil. El Lamentín es un pescado muy
grande, de quince a veinte pies de largo, y que tiene la boca como
la de un buey; se le pesca como a la ballena; la carne es t a n agra-
dable como la ternera, cuando se come fresca; pero si se deja salar,
pierde mucho sabor. Este animal tiene algunos huesos en la ca-
beza que, según parece, son excelentes para disolver los cálculos
y hacer expulsar las arenillas. Nuestros mercaderes vienen todos
los años a pescar este pez en la costa del continente, particularmente
cerca del río Amazonas.
66 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

CAPÍTULO QUINTO

Continuación de la misma materia.

Sería necesario levantar un anfiteatro mucho mayor que los


de los antiguos romanos para exponer esta innumerable multitud
de especies de animales, desconocidas en Europa. Allí veríamos
grandes cantidades de Maipouti, que algunos llaman vacas sal-
vajes porque son muy semejantes a las que hay en la zona templada;
tienen la piel parecida, el cuerpo tan grande, la pezuña semejante
pero más pequeña, la cola y las orejas iguales; este animal no tiene
cuernos y la cabeza parece la de un asno; la carne es bastante
colorada pero tiene tan buen gusto como la de vaca.
Hay tres o cuatro clases de jabalíes, un poco más pequeños
que los nuestros, pero de un sabor muy delicado; van siempre en
grupo y son muy abundantes en este país. Se encuentran también
varias clases de conejos y de liebres; el Oulana es incomparable y
su carne es la mejor, más agradable que ninguna otra de Europa;
es una especie de liebre, mucho mayor que las nuestras, aunque
tenga las patas más pequeñas y con un cuerpo tan grande como
el de un cordero de un año.
Este país presenta cuatro clases de tigres: tres, tienen la piel
de diferentes tonos, pero el cuarto lleva el pelo rojizo y es seme-
jante a un ternero de seis meses. Sobre los árboles se ven ardillas,
monos, y gorilas de todas clases, que los Salvajes comen, ya que
los encuentran muy a su gusto. No hablo de cantidad de otros
animales, propios de este clima. Los españoles han transportado
a este país caballos, ovejas, cabras, asnos, bueyes y cerdos. Los
caballos y las vacas se han multiplicado de una manera tan extra-
ordinaria que en algunos lugares de América se les mata solamente
para obtener el cuero.
Los Salvajes crían también algunos perros domésticos parecidos
a los nuestros, pero generalmente son más pequeños. E n los bosques
hay dos especies de ciervos: unos son grandes como los nuestros
y se les parecen en todo, excepto en sus cuernos que no tienen
ramificaciones; los otros son mucho más pequeños.
Echemos de nuevo un vistazo a la tierra y al cielo para ver
las demás maravillas y así alabar y bendecir a su Autor.
Los pájaros y los animales son mucho más fecundos en este
país que en Europa; la gestación de las crías dura mucho menos
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 67

y es debido al calor extraordinario del clima, que hace adelantar


las producciones de los animales, así como la de todos los frutos
de la tierra.
Con razón dijo Aristóteles que una inteligencia soberana había
sido la autora de la naturaleza. Los pájaros de este país no estarían
seguros en sus nidos y no podrían cuidar a sus pequeños, viéndose
rodeados de los monos y gorilas que pueblan los bosques, si no
hicieran uso de la precaución y del instinto que la naturaleza les
da. Como se ven expulsados de los bosques por estos ladrones,
anidan sobre los ríos; cuelgan sus nidos con un hilo en la extremidad
de las ramas, que se inclinan sobre la corriente del agua, de manera
que estos danzarines, que saltan también de rama en rama, no
puedan tocar sus crías sin dar un salto peligroso. He visto millares
de nidos colgados de esta manera sobre el río Guarapiche; estos
pájaros prefieren que sus crías caigan a manos de los Salvajes,
que transitan en sus piraguas, que entre las garras de estos crueles
enemigos. [Dios es maravilloso en todas sus obras!
Los peces voladores, que se ven en estos mares, tienen la forma
y tamaño de los arenques; viendo el Autor de la naturaleza que no
podrían defenderse de los ataques de los otros peces, los ha provisto
de alas para evitar la persecución; su vuelo es generalmente de ocho
o diez pasos, pero también he visto a menudo algunos volar a tanta
distancia, que los perdía de vista; sus alas no son de plumas como
las de los pájaros sino de la misma materia que la extremidad de
las colas de los peces.
Las maravillas que contiene el cielo son mucho más admi-
rables ya que no son conocidas en los otros climas. No hablaré
aquí de las constelaciones diferentes a las de Europa; la más digna
de mención es la Cruz del Sur, que gira alrededor del Polo Antar-
tico y que parece muy elevada en San Cristóbal pero muchísimo
más en Tierra firme, a causa de la proximidad del Ecuador. Me
contentaré con dos pequeñas observaciones: primera, los días y
las noches en el Ecuador son casi siempre iguales y sin ninguna
diferencia en invierno y verano; segunda, los crepúsculos son mucho
más cortos que en Europa e incluso en los días más largos, no duran
más de media hora. Esto extrañará quizás a nuestros astrónomos,
que afirman que la aurora comienza a lucir y el crepúsculo a extin-
guirse en la noche cuando el sol está a 16, 18 ó 20 grados debajo
del horizonte. Esta regla ciertamente no puede realizarse en este
clima, como lo prueba la medida de los crepúsculos; y así deben
63 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

admitir que aquí el crepúsculo empieza y termina cuando el sol


está a 7 u & grados del horizonte. No hay, pues, ciertamente nin-
guna ley general que pueda determinar la duración de los cre-
púsculos, que son tanto más cortos cuanto la esfera es menos
oblicua, como sucede en nuestro continente americano en donde la
esfera está casi en posición vertical. H a y que considerar también
la pureza del cielo. El aire es más puro porque el sol, con sus vio-
lentos calores, disipa mucho más los vapores, haciéndose por ende
menos propicio para reflejar la luz; consecuentemente, el crepúsculo
que se forma por esta reflexión debe ser más pequeño, ya que el
aire no es tan espeso por los vapores que se elevan continuamente
de la tierra y del agua, y que el sol no ha podido disipar.

CAPÍTULO SEXTO

Del gran nátnero de Salvajes de estas regiones y de su policía.

Los autores que han descrito esta región señalan una gran
cantidad de naciones vecinas al mar. Dicen que hay Yaios, Ma-
raons, Sapai, Nuraques, Piragotis, Mayi y Aricuri, y una infi-
nidad de otros pueblos cuya enunciación sería tediosa. El Padre
Mesland nos ha dicho varias veces, que en las correrías realizadas
con los Gálibis, había visto más de sesenta naciones diferentes
sólo en las márgenes del Guarapiche. E n un ámbito de cincuenta
leguas yo he localizado seis, a saber: Los Paria, a la entrada, cerca
de su desembocadura; los Arotes, a 20 ó 25 leguas de este país,
más arriba; los Chaimagotos a la derecha, los Aruacas a la izquierda,
los Gálibis más adentro que éstos y los Cores cerca del nacimiento
del río. De los demás se puede pensar según lo que acabo de decir.
Los Salvajes de estas regiones son muy fecundos a causa de
lo cálido del clima y de la dulzura del país; esto se puede juzgar
por el gran número de personas que habitan sólo en la Provincia
de Guarapiche, donde he vivido cinco o seis meses. Durante este
tiempo no he visto dos veces seguidas el mismo rostro entre los
extranjeros que me venían a visitar, a pesar de que no pasaba
semana que no hubiera dos o tres grupos de Salvajes, de quince
o veinte personas, incluso de treinta o cuarenta, que venían desde
muy lejos al pueblo donde yo estaba y de donde no me podía
PELLEPRAT - RELATO D E LAS M I S I O N E S 69

mover a causa de mi indisposición. Creo no alegarme mucho de


la verdad, si afirmo que este país está seguramente t a n habitado
como los campos de Francia; y que la Guayana, aunque, no la
haya visto, probablemente no lo está menos, ya que la tierra es
la misma y las mismas ventajas tienen los que viven allá.
Puedo hacer uso del testimonio de otra persona. M e refiero
al del limo. Obispo de Chiapa Bartolomé de las Casas, español
de nacimiento, religioso de la Orden de Santo Domingo, que habla
como testigo ocular. Asegura, en el libro que h a escrito acerca de
las tiranías y las crueldades que los españoles han cometido en
América, que en la sola isla de la Española había más de tres
millones de Salvajes; y que las tierras del Continente más pró-
ximas a esta isla « están llenas de personas, como los hormigueros
de hormigas », y que Dios ha puesto « en este país la masa » es
decir, « la mayor parte del género humano y que ha creado allí
gentes infinitas ». N o añado nada a sus palabras, las repito fiel-
mente tal y como están escritas. Me parece que es expresar una
multitud, que no se sabría enumerar, y que sería perder inútil-
mente el tiempo, si me detuviera más, para probar que estas
regiones están muy pobladas.
Pasaré pues a mi idea primitiva y trataré seguidamente en
este capítulo de la policía. Los Salvajes no tienen gobierno po-
lítico; cada uno hace lo que le parece; no tienen leyes ni magis-
trados; no reconocen más que a sus capitanes como autoridad
cierta; los respetan y los obedecen, pero más por inclinación que
por deber. N o tienen ninguna superioridad ni dependencia unos
de otros, no recompensan las buenas acciones ni castigan las malas.
H e aquí el castigo que tienen para la condena de los crimi-
nales. No conociendo otro crimen que el homicidio, éste es el único
que pueden castigar y lo hacen de la siguiente manera; los capi-
tanes se reúnen para procesar al criminal; en esta reunión es con-
denado a recibir un golpe de boutou, es decir, un golpe de maza
sobre la cabeza; pero su costumbre es diferir tres o cuatro meses
la ejecución de la sentencia; durante este tiempo, el culpable puede
escaparse, y a que las prisiones y las cadenas no existen en estos
pueblos; de modo que esta condena es más bien u n destierro que
u n veredicto de muerte. N o deja de ser u n castigo considerable,
y a que los criminales se ven obligados a abandonar su país, a
despedirse de sus padres y a transportar a otro sitio su familia.
70 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

Los niños obedecen a sus padres como les parece ya que éstos
nunca les castigan ni les amenazan, ni siquiera de palabra. Les
hacen obedecer más por la dulzura y el amor que por el temor.
Su obediencia y respeto para con ellos es tan grande, que no creo
haya niños más obedientes ni más respetuosos en el mundo entero.
Cada pueblo tiene su capitán. Les dan este grado actuando
de la siguiente manera: después de haber elegido un hombre, que
se haya señalado en la guerra contra sus enemigos o que haya
matado alguna bestia feroz, lo hacen ayunar a Casabe y agua
durante un mes; le obligan a tragar varias veces jugo de tabaco
recién hecho, lo azotan cruelmente con grandes látigos que ellos
llaman Nacoalt. Si soporta todos estos sufrimientos con valentía,
sin demostrar dolor, se le nombra capitán. Los indios creen supers-
ticiosamente que si no realizaran esta ceremonia, no podrían tener
suerte en la guerra. Hacen pasar por la misma prueba a algunas
otras personas para que tengan éxito en sus trabajos. Me cuesta
creer que todos los capitanes de los pueblos sean sometidos a esta
ceremonia; quizá ésta no está ordenada más que para aquellos que
tienen obligación de conducir a los demás a la guerra. Ya podremos
descubrir esto con el tiempo.
La manera de hacer la guerra es la misma entre todos los Sal-
vajes de América. No presentan jamás batalla sino que preparan
emboscadas a sus enemigos y a menudo hacen incursiones para
sorprenderlos. M a t a n a golpes en la cabeza a los hombres y a los
niños; raptan las mujeres y las hijas para hacerlas esclavas. En
realidad, de esclavas no tienen más que el nombre, ya que las
tratan como si fuesen de su propia nación y frecuentemente se
casan con ellas. Si van al combate, lo hacen con la astucia del
zorro y si tienen que batirse en retirada obran como las liebres,
cuidando de que no les corten el camino. Tienen como máxima no
dejar jamás los cuerpos de sus muertos a manos de los enemigos;
para retirarlos, se exponen a toda clase de peligros y en muchas
ocasiones, pierden más hombres con este motivo que en el combate.
Sus armas para atacar de lejos son el arco y la flecha; el Boutou
les sirve cuando vienen a las manos. No utilizan todavía en Tierra
firme las armas de fuego, pero las aprecian enormemente. Lo
demostraré con una prueba, narrando lo que ocurrió un poco antes
de mi salida de Guarapiche. El muchacho francés que me acom-
pañaba disparó un tiro de mosquetón a la cabeza de un toro;
entonces algunos Salvajes que estaban presentes y que más bien
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 71

lo despreciaban, se extrañaron tanto de ver este hermoso animal,


con las cuatro patas en el aire, que lanzaron u n gran grito dicién-
dose unos a otros, ¿qué podría hacer éste contra nuestros enemigos,
puesto que con un solo tiro ha matado a este animal t a n grande?
Los Salvajes de este país no son crueles ni siquiera con sus
más grandes enemigos; no los atormentan ni hacen como los cana-
dienses, que los dejan morir lentamente; su costumbre es matarlos
con u n golpe de Boutou en la cabeza. Algunos han dicho que se
los comían, como hacen algunos otros pueblos de América, pero
yo no he visto esta práctica entre los Salvajes; a veces cortan
solamente una mano o un pie del cuerpo muerto de su enemigo,
y lo asan a fuego lento hasta que ya no tenga sustancia, para poder
conservarlo sin putrefacción. Esto lo hacen más bien para vana-
gloriarse y para demostrar su valor, que por glotonería o por cruel-
dad. Después presentan estas tristes reliquias en sus asambleas
y dan un pequeño trozo, sobre la punta de u n cuchillo, a las per-
sonas dignas de consideración, pero la mayor parte lo rechazan.
U n Aróte viéndome un día muy agasajado en u n pueblo vecino
al nuestro, a donde había ido para preparar al bautismo a u n
capitán Gálibi mordido por una serpiente, quiso también él hacerme
u n presente y me trajo como regalo, metidos en una cesta, u n pie
y una mano de aruaca, y después me invitó a comerlo. Yo me
horroricé y le dije que Dios estaba enfadado contra los que comían
a sus enemigos; viendo esto cerró su cesta y no me habló más.
Hablemos ahora de sus matrimonios. Cuando se ha encon-
trado u n pretendiente y ha sido aceptado por los padres, hacen u n
festín a su estilo, al que invitan a todos los Salvajes de la región.
Después de haber bebido bien, el marido se pone sobre el lecho
nupcial y la juventud trae hasta aquí a la muchacha; a partir
de este momento se les considera casados. Estos matrimonios sin
embargo no son indisolubles; un marido puede repudiar a su mujer
siguiendo la costumbre de este país, pero esto se hace muy pocas
veces. La separación de bienes tampoco existe, y a que todas las
cosas pertenecen a todos en estos pueblos. Aunque la poligamia
está permitida a los Salvajes, la mayor parte se contentan con
una sola esposa y la causa es, a mi parecer, el temor de verse
obligados a trabajar para alimentarlas y no el amor a la virtud que
desconocen. Deben servir a sus suegros como si ellos fueran sus
esclavos. Esto lo viví yo en Guarapiche: habiendo tratado con
u n Salvaje para que hiciese algunas reparaciones en mi cabana,
72 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

mandó a su hijo y a su yerno, pero fue él quien cobró el dinero


convenido. Después me di cuenta de que esto era costumbre entre
estos pueblos; y si para ellos supone cierta satisfacción el tener
varias mujeres, la compran tan cara, que no creo les cueste mucho
hacer la renuncia a este pretendido derecho. A pesar de esa poli-
gamia, es increíble la paz que reina entre estas familias; no hay
disputas entre las mujeres, se aman como hermanas y se respetan
y procuran vivir en buena inteligencia; lo que una desea, la otra
lo acepta y accede con gran deferencia a sus deseos. No dudo que
la consideración a su marido común sea el comienzo de esta amistad,
que les hace amar a los hijos de las otras mujeres como a los suyos
propios.
Las mujeres tienen un respeto tan grande a sus maridos, que
los respetan y les obedecen como si fueran sus esclavas; ellas les
preparan las comidas y se las llevan más tarde a las plazas públicas,
donde tienen costumbre de comer. Generalmente permanecen de
pie para servirlos y cuando éstos han terminado casi todo, ellas
comen un trozo de lo que queda. Cuando llega la noche llevan
la hamaca, es decir, la cama de su marido, al bosque y por la ma-
ñana la recogen y se la traen de nuevo al pueblo. Como la costumbre
de estos pueblos es de llevar su cama allí adonde van, sus mujeres
se han habituado a hacer este servicio, cuando ellos no se alejan
demasiado del lugar de vivienda. E n las visitas que me hacían
observaba lo siguiente: sus mujeres venían por delante, ataban
sus camas a mi cabana y se retiraban inmediatamente; una vez
que la visita había terminado, la mujer volvía enseguida a recoger
la cama para llevarla de nuevo a su marido. Lo que más admiro
es que las mujeres hacen estas cosas con gran dulzura, sin demostrar
ningún descontento; sus maridos tampoco abusan de su autoridad
para con ellas y respetan a sus mujeres y las aman tiernamente.

CAPÍTULO SÉPTIMO

De sus costumbres.

No pretendo en este capítulo describir todas las costumbres


de los Salvajes que habitan estas regiones, sino que hablaré sola-
mente de algunas que he conocido. Comencemos por los funerales.
Lloran durante dos o tres días ante los difuntos; cumplen los
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 73

últimos deberes para con los muertos con muchas ceremonias.


Cuando una mujer o un niño o una persona corriente ha muerto,
ponen el cuerpo sentado sobre un pequeño asiento, bastante bajo,
en una fosa profunda y estrecha que han cavado en la cabana
donde ha muerto esta persona. Después la cubren con algunas
ramas, hojas de árbol y echan por encima un poco de tierra alre-
dedor de ella. Durante algunos meses hacen fuego para impedir
el mal olor y purificar el aire corrompido. Tienen también otra
clase de ceremoniales para los capitanes y los guerreros: hacen
quemar sus cuerpos y beben las cenizas con su oicou; guardan
los cuerpos de los difuntos dos o tres días, llorando continuamente.
iQuién diría que los bailes, que son en nuestras regiones testi-
monios de alegría, son en estos pueblos, muy a menudo, demos-
traciones de duelo y de tristeza! He visto los funerales de una
mujer de la nación Gálibi que murió en el pueblo donde yo vivía;
mientras unos lloraban en la cabana, cerca del cuerpo muerto,
otros cantaban fuera con una voz muy lúgubre, interrumpiendo
sus palabras con sollozos y con lágrimas, bailaban con gran mo-
destia apoyándose sobre palos.
Así como los bailes no siempre son testimonio de regocijos
populares, las lágrimas no son tampoco señales infalibles de su
tristeza; acostumbran a llorar en medio de grandes alegrías. Una
noche me vi sorprendido por lloros, sollozos y gritos; al oir esto
temí que una mujer, que estaba enferma en nuestro pueblo, se
hubiera muerto. Me levanté para informarme, pero entonces me
dieron la causa de las lágrimas. Se trataba de la llegada de unos
extranjeros, que habían venido la víspera por la noche, y los Gá-
libis estaban tan contentos con esta visita que, a partir de la caída
de la noche anterior, se la pasaron llorando. Los Salvajes hacen
bailes como los europeos, tienen como sala la plaza pública de su
pueblo; los faroles son la luna y las estrellas, y los violines se
truecan aquí por calabazas llenas de pequeñas piedras, que sacuden
con una mano al mismo tiempo que pegan en la tierra con su pie
derecho; sus músicas tienen dos tiempos: en el primero, bailan y
cantan suavemente y de pie; en cambio en el segundo, lo hacen con
mayor violencia y con un tono más elevado, inclinados de medio
cuerpo y con la mano izquierda apoyada en el hombro de su vecino;
al final de cada canto se levantan y gritan juntos, sin cantar, ¿ríe
¿ríe. Los he visto bailar a menudo y me he dado cuenta de dos
cosas: la primera que los Caribes, que generalmente están desnu-
74 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

dos, se cubren con un pequeño delantal, en la parte delantera,


cuando bailan con los Gálibis y lo segundo que no he visto jamás
bailar ni a mujeres ni a chicas, sino solamente a los jóvenes.
El maestro de ceremonias y el que da el tono a los demás,
llevan en la cabeza un sombrero de paja en forma de tiara, con
una triple corona, de la que cuelgan, mediante hilos de algodón,
pequeños ramitos formados por bellas plumas de los pájaros del
país. Este adorno es bonito y se llama en lengua Gálibi Apomalirí,
palabra derivada de Apolliri, que significa pluma, y de JoutnaUri,
que significa boina o gorra. Los otros adornos que llevan nues-
tros Salvajes son pulseras o jarreteras, hechos con cuentas de
vidrio ensartadas y que tienen un brillo semejante a la porcelana.
Las mujeres llevan las pulseras en las muñecas, los hombres por
encima del codo; desde los tres años, aquellas llevan unos zapatos
de algodón rojo, que les comprimen las piernas para que no engor-
den; estos zapatos-botas van desde el tobillo a la pantorrilla y
termina por abajo en un reborde de unos dos dedos de ancho.
Los muchachos llevan como tahalíes, varias vueltas de dientes de
diversos animales; al verlos, parece que son sacamuelas. Hombres
y mujeres tienen costumbre de llevar pendientes, no solamente en
las orejas, sino también en el labio inferior y en la nariz; están
hechos con un metal que se parece al cobre dorado y que no se
empaña nunca. Los hombres llevan también sobre el pecho placas
de este mismo metal, anchas como la palma de la mano; las llaman
Caracoli. A veces cuando los veo venir cargados con estos objetos,
me recuerdan muías de carga a las que se les hubiese puesto placas
de latón.
Como nuestros Salvajes están siempre desnudos salvo el
taparrabos que llevan por delante los hombres, y las mujeres por
delante y por detrás; emplean la pintura como si fuera vestido.
Enrojecen todo su cuerpo con Rocou, que es una simiente de árbol
macerada con aceite de Palmista y que ellos llaman Caraba. A veces,
añaden sobre este fondo rojo, dibujos negros, semejantes a puntilla;
los ponen sobre los muslos para semejar las calzas; dibujan también
el jubón con pasamanería, simulando la parte alta de las mangas
y los bajos. Llevan también a veces, pintados, bigotes al estilo
español. Las mujeres se pintan sobre la frente y bajando hasta
la mitad de rostro, rizos como los nuestros; añaden también lá-
grimas que les caen de los ojos y otros dibujitos. Todo esto lo hacen
inocentemente y sin vanidad.
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 75

Estas pinturas no preservan a los Salvajes de la persecución


de los mosquitos Maringoíns, que nosotros llamamos tábanos;
son muy abundantes y desgradables en esta región. Debido a
esto tienen que tener dos cabanas; una en el pueblo, abierta por
la parte delantera y en la que permanecen durante el día; otra,
en el bosque, cerrada, para que no puedan penetrar los mosquitos
y ellos puedan descansar de noche. Estos anímale;os, durante el
día, están en los bosques y durante la noche en los campos. Esas
cabanas no están herméticamente cerradas y por ende siempre hay
algún mosquito dentro; pero los ahuyentan con el humo del fuego
que suelen poner debajo de las camas para paliar el frío de las
largas noches de este clima.
Los Salvajes hacen fuego con u n palo de madera dura, que
hacen girar violentamente entre sus manos, apoyándolo sobre una
pieza de otra madera bien seca: la velocidad del movimiento hace
salir bien pronto el humo y poco después la llama. H a n inventado
también, el arte de trabajar la tierra con la que fabrican su vajilla,
su batería de cocina, sus pucheros, platos, y fuentes; incluso las
bandejas con las que cuecen el Casabe y los Cañar is, recipientes
donde conservan sus bebidas, a veces tan grandes como toneles
de vino. Aunque no conocen el plomo, barnizan la vajilla casi
tan bien como los europeos. Este barniz es gris-rojo, amarillo y
de otros varios colores.
Su industria parece mayor en la fabricación de barcas; tienen
de dos clases; las piraguas y las canoas. Las Piraguas son de cin-
cuenta o sesenta pies de largas y cinco o seis de anchas. J_^as nacen
de una sola pieza, de un árbol que llaman Caoba, de la familia del
cedro, que tiene tres cualidades excepcionales; es prodigiosamente
grueso y alto; segunda, su madera es muy ligera; y tercera, en ella
no nacen nunca las termitas, quizás debido a su amargor. Estas
barcas largas que pueden llevar cincuenta o sesenta hombres, les
sirven para la guerra o para los viajes largos. Las ahuecan y ensan-
chan muy hábilmente en el fuego.
Sus canoas son mucho más pequeñas, con el fondo redondo.
Se vuelcan con facilidad, pero los Salvajes que nadan como peces,
no se preocupan por ello; cuando esto ocurre, se echan al agua,
vacían sus canoas y vuelven a embarcarse. Como están desnudos,
no tienen que preocuparse de secar sus ropas.
Su manera de navegar es muy diferente a la nuestra; no em-
plean ni mapas ni brújulas, se guían de noche por las estrellas y de

10
76 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

día por el sol; emplean sus remos, largos de cuatro o cinco pies
de una manera contraria a la nuestra, empujando el agua hacia
atrás. Se unen tan bien remando, que un barco no adelanta a otro;
golpean la piragua con el remo y este golpe les sirve de compás
para navegar de acuerdo todos. El capitán no tiene como misión,
dirigir, sino achicar el agua que entra en la piragua con un reci-
piente especial. Si alguien no hace nada mientras los demás tra-
bajan, nadie se lo reprocha.
Nuestros Salvajes ensenan a sus hijos, desde la más tierna
edad, a despreciar los dolores para hacerlos más valientes en los
combates. Recogen gruesas hormigas y las llevan a la sala común
del pueblo, donde las ponen en una cama; varias veces al año,
meten allá a los muchachos comprendidos entre los tres y los diez
y ocho años. Este ejercicio es muy rudo, las hormigas los ator-
mentan cruelmente levantándoles ampollas del tamaño de una
avellana.
Los hombres son muy trabajadores, cazan y pescan, levantan
y arreglan las cabanas, hacen muebles para la casa, así como cestas,
sillas, Matou-tous, pequeñas mesas de unas plantas llamadas aroma
semejante al mimbre. Las mujeres están todavía menos ociosas
que los hombres; hacen los trabajos de la casa, amasan el pan hecho
con la raíz de mandioca, preparan su brebaje de Ouicou, condimen-
tan las carnes, ayudan a sus maridos en los trabajos de huerta,
hacen el aceite de Caraba que emplearán para pintarse y emba-
durnarse el cuerpo; en resumen, proveen a todas las necesidades
de la casa. Si les queda tiempo libre, hacen hamacas de algodón,
casi de la misma manera que nuestros tejedores hacen las telas.
Hombres y mujeres hilan el algodón y lo retuercen sin emplear
el huso y la rueca, enrollándolo con la mano alrededor de un muslo,
después solamente las mujeres trabajan este algodón, convirtiéndolo
en Batí o Acato, es decir, sus camas.

CAPÍTULO OCTAVO

De sus costumbres y de sus disposiciones para recibir la je.

Temiendo que consideren como fábulas e inventos de mi ima-


ginación lo que voy a decir sobre la bondad de estos pueblos,
voy a copiar el testimonio del Obispo Don Bartolomé de las Casas
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 77

en el Hb ro que he mencionado ya. He aquí lo que dice sobre las


costumbres de nuestros Salvajes y sobre su disposición a recibir
la Fe.
« Dios creó estas gentes en número infinito, muy sencillas,
sin doblez, ni cautela, ni malicia; muy obedientes y muy fieles,
muy humildes, muy pacíficas y con mucha paciencia; sin querellas,
sin rencor ni odio, sin ningún deseo de venganza ». E n otro lugar
del mismo libro los llama « Corderos muy mansos ».
Son cualidades muy buenas. El continúa y habla de esta ma-
nera. « Tienen una inteligencia muy despierta y viva, son dóciles
y capaces de recibir la buena doctrina, aptos para escuchar nuestra
Santa Fe Católica, ser enseñados en las buenas y santas costum-
bres y tienen menos inconvenientes para recibir la Fe, que las
otras gentes del mundo. Se quedan tan inflamados en cuanto
oyen hablar de nuestra religión, que se vuelven pesados y vienen
a hablarnos muchas veces y los Padres necesitan tener verdadera
paciencia para escucharlos ». El los califica de importunos en una
materia que los hace muy amables. ¡Dios quiera que continúen
con esta inclinación a informarse de las cosas necesarias para su
salvación y sigan siendo tan simpáticamente importunos!
Creo que después de este testimonio, puedo decir claramente
mi opinión, ya que nadie me tachará de exagerado cuando hable
de estos hombres. Diré que estos pueblos viven en una mara-
villosa inocencia, que al verlos se diría que no tienen pecado ori-
ginal como los demás hombres, puesto que se les ve muy poco
inclinados al vicio. Es verdad que tienen algunas supersticiones
y que al beber demasiado, algunas veces hieren o matan a aquellos
con los que discuten durante su embriaguez. Pero en estos dos
puntos son también excusables, y a que en el primero siguen los
conocimientos que han recibido de sus antepasados y en cuanto
al segundo, ellos no estiman que hacen mal al beber demasiado.
Hablemos ahora de sus supersticiones. Los Salvajes de esta
región no tienen religión concreta; están persuadidos, así como
algunos filósofos antiguos, de que el mundo jamás tuvo principio,
sino que ha existido siempre con las vicisitudes de días y noches,
de generaciones y corrupciones; de calor y frío, de buen tiempo
y lluvia, de salud y enfermedad, de vida y muerte y de todos estos
cambios que vemos hoy.
Tienen la creencia de la inmortalidad del alma. Algunos esti-
man que las gentes buenas van al Cielo después de su muerte
78 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

y los malos debajo de la tierra. Otros sin embargo creen en una


especie de metempsicosis, menos ilógica que la que han establecido
algunos antiguos, que estimaron que el alma de un hombre podría
encarnarse a menudo en el cuerpo de un animal. Los Salvajes
no son tan groseros, y los que me han hablado de ello creen que
cuando mueran, su alma entrará en el cuerpo de un niño que ven-
drá a este mundo.
Saben que hay diablos y espíritus malignos, que son enemigos
de los hombres; pero se equivocan cuando los reconocen como res-
ponsables de sus enfermedades y cuando piensan que los Boiayes
que son sus enfermeros, sus médicos y sus exhorcistas, las tres
cosas a la vez, tienen el poder de expulsarlos. Están persuadidos
finalmente de que sus Boiayes no tendrían el poder de arrojar
a los diablos si no hubieran sido preparados para este oficio mediante
rudas pruebas. También creen que sus primogénitos no podrían
prosperar si los padres no pasaran por los mismos rigores. Así
también sus capitanes, tampoco podrían resistir en la guerra si
no hubieran soportado este rudo trato. Pero no basta a los Boiayes
el haber sufrido todas estas crueldades, es necesario que se abs-
tengan también, durante toda su vida, de ciertas viandas que
les están prohibidas.
No he visto otras supersticiones en estos pueblos, y puedo decir
que, las que acabo de enumerar, serán ventajosas para los obreros
evangélicos que se dediquen a su evangelización. Puesto que ellos
creen ya en los espíritus, será fácil el hacerles comprender, que hay
espíritus buenos y espíritus malos: particularmente, uno que es
infinitamente bueno y Creador de todas las cosas; que este gran
Espíritu ha dado a los cristianos, y no a sus Boiayes, el poder de
expulsar a los diablos. Será fácil también hacer creer en la recom-
pensa de los buenos y en el castigo de los malos, a personas que
tienen ya como seguro que los malos van bajo la tierra después
de su muerte, y los buenos al Cielo. Finalmente, no nos costará
mucho trabajo hacerles renunciar a estos ayunos supersticiosos y
a los tormentos que hacen padecer a tantas personas, e introducir
en su lugar los ayunos de la Iglesia, y la penitencia de la vida
cristiana; tanto más cuanto que estos tratos tan rudos e insopor-
tables hacen que, cuando ellos acaben, salgan delgados como
esqueletos y deshechos como muertos. Yo me servía de este método
y me daba cuenta del éxito obtenido con él, ya que era fácil desen-
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 79

ganarlos y al mismo tiempo explicarles los misterios de nuestra


Fe. Voy a contar aquí un ejemplo que me servirá de prueba.
Instruyendo en cierta ocasión a varios Gálibis les expliqué,
hablándoles del poder de la Cruz de Jesucristo, que el diablo,
que ellos aseguraban ser el espíritu, no podía ser matado ni azotado
por sus Bo'iayes. También, que el alma de un hombre, cuando
sale de su cuerpo, no la ven ni la pueden coger, ya que igualmente
es un espíritu. Ellos se dieron cuenta de su credulidad, se rieron
de su simpleza y afirmaron haberse convencido de esta verdad.
Continué diciendo que los cristianos, que creían también como ellos
en la existencia de los demonios, no los temían, ya que los podían
combatir y arrojar, haciendo el Signo de la Cruz; que si ellos qui-
sieran emplearlo o trazarlo sobre sus niños o sobre sí mismos y
llevaran la imagen colgada al cuello en lugar del Caracoli, ten-
drían el mismo poder y se defenderían de su tiranía. Estas pobres
gentes, al oir estas palabras, demostraron gran alegría, repitiendo
con admiración las palabras que yo había empleado: Patotnebo
Jesu alou bou, touli, iolocan, íeíaóné, emane. La Cruz de Jesús
nuestro Capitán, arroja rápidamente al diablo. Telaóné-emane,
ella lo despacha rápidamente, sin concederle ni un momento de
espera. La consecuencia de esta enseñanza fue, que niños y grandes
me importunaron durante varios días, pidiéndome continuamente
cruces para llevarlas al cuello. Oía a todas horas estas palabras:
Paire amláro patonebo, Padre déme una Cruz. Había algunos que
no se contentaban con una sola, sino que llevaban colgadas tres
o cuatro que habían recogido de diversas personas.
Pero volviendo a sus errores; no es extraño que se equivoquen
en todos estos puntos, puesto que no han tenido conocimiento de
nuestra Fe, que es la luz que nos ilumina, sin la cual, nosotros
estaríamos como ellos, en tinieblas. Lo admirable es que, estando
persuadidos de que el diablo es la causa de todos sus males, no
hayan tenido la idea de hacérselo favorable, mediante sacrificios
y oraciones.
Los Salvajes de esta parte de América, aman tanto la hones-
tidad que nunca he observado nada que quiera ser lascivo. No se
ve entre ellos ni besos ni otros gestos deshonestos; viven y con-
versan juntos, con inocencia de niños; no cometen jamás ninguna
acción deshonesta a pesar de su desnudez y procuran suprimirla.
Los que pueden cubrirse con una camisa se consideran muy felices
y la llevan todos los días de asamblea. Los Gálibis, entre los que
80 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

he vivido en Tierra firme, me rogaron, a mi partida de Guara-


piche, que les llevara semilla de cáñamo y de lino para hacer tela
con la cual pudieran cubrirse.
Nuestros salvajes odian particularmente dos vicios: la mentira
y la cólera. Si ellos sorprenden a alguien en mentira ya no le creen
jamás. Durante todo el tiempo que he estado con ellos, no he visto
a nadie encolerizado. La única excepción fue el Capitán de nuestro
pueblo, en la ocasión que voy a relatar. Prefieren aquellos que tienen
el carácter y la voz dulce y que son también complacientes. Por
esto se encuentran mejor con los franceses que con los españoles,
pues según su opinión, no pueden soportar el humor altanero y
arrogante de estos últimos. Un anciano que había permanecido
algún tiempo entre los españoles, nos contaba un día, lo que le
había desagradado su manera de tratar a los Salvajes. El afirmaba
que los españoles les obligaban a trabajar la tierra sin que tomaran
parte en el trabajo, y burlándose del Comandante español decía:
« El atusaba su bigote por las dos puntas y después poniendo
las manos detrás de la espalda, los miraba con un aspecto altanero
e imperioso y nos decía: Maina bona, es decir: a la huerta. Inme-
diatamente volvía a atusar su bigote y repetía las mismas pa-
labras Maina bona: Id a la huerta, id a trabajar la huerta. Los
franceses, añadía este anciano, obran de otra manera; ellos son los
primeros en tomar parte en el trabajo y nos tratan con más dulzura.
Esta opinión suya servirá a los que viajen a estas regiones.
Tienen todos un gran respeto mutuo y no se contradicen nunca.
Cuando hablan con alguien que merece consideración, bien por su
edad o por sus méritos, tienen costumbre de repetir las palabras
que les dice de la misma manera que nosotros repetimos los argu-
mentos de filosofía o de teología. Esto lo hacen para demostrar
que comprenden lo que se les dice y para testimoniar al que habla,
el respeto hacia su persona. Los capitanes y los ancianos hablaban
de esta manera cuando yo les enseñaba los principios de nuestra
Religión.
Estas pobres gentes siempre me testimoniaban mucho respeto
y amistad, y me daban señales especiales de afecto en ocasiones
que yo nunca hubiera pensado. Cuando se marchaban las personas
que habitaban el mismo pueblo que yo, aunque su ausencia fuera
solamente de un día, venían a mi cabana al salir, para despedirse
de mí; me decían el lugar a donde iban, las noches que iban a pasar
fuera, y a que se sirven de las noches, y miden los meses por las
PELLEPRAT - RELATO D E LAS MISIONES 81

lunas, y no por el curso del sol. También tienen costumbre de


contar las noches y no los días, cuando tienen que designar algún
tiempo.
Digamos ahora unas palabras sobre su hospitalidad. Estos
pueblos tienen en particular aprecio la hospitalidad. Cuando un
extranjero viene a sus casas, le rinden honores durante tres días
y le dan en cada comida Casabe fresco. Son tan caritativos unos
con otros, que no tienen nada propio; cada uno puede ir y coger
lo que le apetece en el huerto de su vecino. Si alguien tiene caza,
los otros pueden ir a comerla con él, sin esperar a que se les invite.
Aunque fuera un desconocido de otra nación, si llega en el momento
de su comida, va a sentarse junto a uno de ellos, come y bebe
como si fuera de la familia sin pedir permiso ni hacer ninguna otra
ceremonia. Yo estoy seguro de que quien reflexione sobre lo que
acabo de contar, acerca de las costumbres de estos salvajes, se dará
cuenta que este Obispo español, cuyo testimonio hemos aducido,
tuvo razón en hablar de esta manera.
Las buenas cualidades naturales que Dios les ha dado, son una
gracia que debemos estimar mucho, pues así como los cimientos
son necesarios para una hermosa casa, la naturaleza, lo es para
la gracia, ya que ésta tiene como misión perfeccionar la natura-
leza. De esta suerte tengo razón en afirmar que esas personas que
viven con tanta sencillez, y que tienen tales cualidades naturales,
son tablas rasas, muy apropiadas para la cristianización ya que no
será difícil imprimirles las máximas del cristianismo. Pero temo
que estos pobres infieles se levantarán el día del Juicio contra
algunos cristianos y los condenarán como los Ninivitas condenaron
a los judíos, según la palabra del Salvador. Porque estos bárbaros
sin saber los misterios de nuestra Fe, sin conocer las luces del
Evangelio, sin la Gracia y sin la fuerza que los cristianos reciben
de los Sacramentos y también sin un millón de otras ayudas que
Dios les da, viven generalmente mucho más inocentemente que la
mayor parte de los cristianos. Debemos admirar la bondad de
Dios que se manifiesta palpablemente en esas naciones, abriendo
el camino a su Evangelio, en esta tierra que no espera más que un
grupo de operarios para recibir esta simiente celeste y rendir el
ciento por uno.
82 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

CAPÍTULO N O V E N O

Mi ocupación en Tierra Firme.

Poco tiempo después de la partida del Padre Mesland, envié


un muchacho francés a las Islas para hacer saber a nuestros Padres
el estado de la Misión de Guarapiche, y los proyectos de la que
el Padre Mesland había ido a fundar. Esto hizo que me quedara
solo con un joven de 16 años, sin poder hablar ni encontrar ningún
intérprete para hacerme comprender de los Salvajes Gálibis, entre
los que yo vivía. Dios me preparó una ocasión favorable para
aprender su lengua, dándome una hinchazón tremenda en las
piernas y en los pies y obligándome a permanecer en el pueblo
donde estaba e impidiéndome ir a las naciones confederadas ve-
cinas. Retenido en casa de esta forma, empleaba en este estudio
todos los días, varias horas; y aunque a veces me distraían los
Salvajes con quienes vivía u otros venidos de lejos para verme,
sin embargo no me eran completamente inútiles estas distrac-
ciones, ya que con sus conversaciones aprendía algunas palabras
de su lengua. Como por la noche me quedaba solo en el pueblo,
con el muchacho francés que me servía de compañero, ya que los
Salvajes se retiraban a los bosques, a sus cabanas de descanso,
pasaba una buena parte de la misma para poner en orden mis
notas, hacer un diccionario para mi uso particular y para los Padres
que serían enviados a convertir a los Salvajes. Las memorias del
Padre Mesland, me sirvieron mucho para esto.
Esta lengua es tan abundante y tan rica en vocabulario, que
he visto algunas veces veinticuatro palabras para significar la
misma cosa; esto me obligó a hacer dos diccionarios: uno en el
que ponía solamente una palabra para expresar una cosa, y que
era suficiente para aprender a hablar; otro que era necesario para
entender, ya que en él se encontraban todos los términos que
tienen la misma significación.
Mi gran deseo de aprender esta lengua se acrecentaba todavía
más porque la consideraba casi tan universal y corriente en Tierra
firme, como la latina en Europa. E n cuanto supe bastantes pa-
labras para hacerme entender, comencé a enseñar la doctrina
cristiana y a disponer a los que venían a verme para recibir la Fe;
así pues, sin salir de la cabana, donde mi indisposición me con-
PELLEPRAT - RELATO D E LAS M I S I O N E S 83

finaba, prediqué y di a conocer a Jesucristo a varios pueblos que


vinieron a verme desde largas distancias. Entre tantas naciones
diferentes fueron los Cumanagotos, los únicos que no me enten-
dieron; todos los demás, los Paria, los Arotes, los Cores, los Chai-
magotos, los Caribes, venidos desde las Islas a visitar a sus amigos,
me comprendían perfectamente todo lo que les quería decir. Cuando
no encontraba términos para hacerles comprender los misterios de
que les hablaba, les enseñaba estampas que los representaban. Si
esto tampoco era suficiente, algún Gálibi de los que yo instruía,
tomaba la palabra y repetía lo que yo había dicho.
Los Salvajes que venían a mi casa, llegaban cargados de toda
clase de víveres, con la esperanza de poderlos canjear por cuchillos,
hachas, y otros productos que les eran necesarios. Yo aprovechaba
esta ocasión para decirles el proyecto que me había traído a su
país, que era el de enseñarles el camino del Cielo, el hacerles felices
después de esta vida; les explicaba seguidamente los principales
misterios de nuestra Fe, trataba ante todo de darles algún cono-
cimiento de la Unidad de Dios, de la Trinidad de sus Personas.
También les hablaba de la felicidad que disfrutan algunos cris-
tianos en el Cielo y de los castigos horrorosos que sufren los malos
en el infierno. Proseguía tratando los puntos más importantes de
la Vida y Muerte de Nuestro Señor y el Misterio de la Encar-
nación. Les agradaba mucho ver en las estampas, lo que les había
enseñado de viva voz. Nuestro capitán, que en esta ocasión hacía
de maestro de ceremonias, siempre me lo recordaba y particular-
mente tenían interés por el Ecce Homo. Estos pobres bárbaros se
veían muy sorprendidos cuando les decía que ese gran espíritu,
que está en todas partes y que ha hecho todas las cosas, había
creado ai comienzo del mundo un hombre y una mujer, que son
el padre y la madre de todas las naciones de la tierra, y así todos
éramos hermanos, hijos de una misma familia; su admiración
aumentaba mucho cuando les decía que este primer hombre se
llamaba Adán y esta primera mujer Eva. No podían comprender
dónde había aprendido yo su nombre.
Un capitán Gálibi de la Isla del Tabaco, acompañado de vein-
ticinco o treinta personas de su nación, se hizo notar sobre todos
los demás Salvajes que me visitaban, pues habiéndome oído decir
que había venido de Francia sólo para enseñarles los medios de ir
al Cielo, me formuló todas estas preguntas. « T ú no has venido
pues para tratar del algodón, ni de los pájaros, ni de las otras
84 F U E N T E S PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

mercancías del país? ». «No» le contesté. «¿Dónde está tu mujer?


La has dejado en las Islas? ». Le respondí que los Padres, que venían
a enseñar el Camino del Cielo, no se casaban para poderse dedicar
sin ningún impedimento al Servicio de Dios e ir más libremente
a llevar este conocimiento a todos los países del mundo. Se vio
tan extrañado de mi respuesta y admirado de lo que le dije que
continuó. Pero « Cuando saliste de Francia ¿consintió tu Padre
que vinieras a estas regiones tan alejadas solamente con este
deseo? ». Y sin esperar mi respuesta, dijo a un anciano que era de
su grupo. « Mira este Padre, ha abandonado Francia, país mucho
mejor que el nuestro, donde estaba muy bien, para enseñarnos el
camino del Cielo » y volviéndose hacia mí añadió: « Cuando
nosotros hayamos creído y nos hayas hecho cristianos como tú,
nos abandonarás y te irás a otro sitio ». Hizo probablemente alusión
a lo que yo había dicho: que los Padres que venían a enseñarles
la Fe no se casaban, para estar más libres y poder ir a predicar
a Jesucristo en todos los lugares del mundo. Le desengañé, le
aseguré también que mis hermanos y yo no les abandonaríamos
jamás, siempre que ellos quisieran creernos y hacerse cristianos.
Quien reflexione sobre las contestaciones de este Capitán, se
dará cuenta de que los Salvajes de este país son inteligentes, que
penetran fácilmente nuestros pensamientos, se dan cuenta ense-
guida de las dificultades y que son muy capaces, precisamente por
todo esto, de ser instruidos en la Religión Católica.
Todos los días, hacia las siete de la mañana, daba Catecismo
en la capilla. Los padres y las madres de familia procuraban en-
viarme allí a sus niños; algunas personas de todas las edades y no
solamente del pueblo donde yo estaba, sino también de los otros
pueblos vecinos, venían para oir lo que yo decía sobre nuestra fe;
comenzaba siempre este ejercicio con la señal de la Cruz, que todos
los Salvajes hacían conmigo, después de lo cual recitábamos todos
juntos en su lengua el Pater, el Ave, el Credo y los Mandamientos
de la Ley de Dios. Les enseñaba seguidamente algún misterio de
nuestra Fe, se los hacía ver en las estampas que tenía; después
interrogaba a los niños, e incluso a los hombres y mujeres acerca
de lo que había explicado. Para terminar distribuía los premios
entre los que habían contestado mejor; los niños se estimaban
bien recompensados cuando les daba uno o dos alfileres que emplea-
ban después para coger pececillos; estaban encantados cuando les
daba un anzuelo. La recompensa de los hombres era una pequeña
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 85

navaja o una de estas trompas o flautas, que las personas plebeyas


tocan en Francia. La recompensa de las mujeres, era una aguja,
algunos pendientes, u otras pequeñas joyas que les agradaban
sobremanera.
E n estas reuniones, los hombres permanecían callados, conten-
tándose con escuchar, pero las mujeres, que por naturaleza no tienen
ninguna aversión para hablar, me hacían diversas preguntas sobre
los puntos que acababa de explicar. He aquí la pregunta que me
hicieron un día, tres o cuatro mujeres venidas del pueblo vecino,
para la clase de catecismo. Habiéndome oído decir que Dios se
había hecho Hombre por Amor a los hombres, ellas se pusieron
a discutir entre sí sobre este artículo. Al principio hablaban muy
bajo y no entendía lo que decían. Les rogué que me expusieran la
causa de su discusión; una de ellas, tomando la palabra, respondió
señalando a una de sus compañeras: « Esta pregunta si Dios, que
tú dices se ha hecho hombre por amor de los hombres, no se ha hecho
mujer también por amor de las mujeres ». Como no conocía todavía
bien su lengua, no distinguí suficientemente las palabras Ouclian,
que significa hombre, y 0alian, que significa mujer, y le contesté
que sí; pero dándome cuenta en seguida de que podía surgir un
equívoco, le pregunté si decía Oucíían o bien 0altan. Ella me con-
testó que siempre me había dicho 0alian; en vista de ésto continué
con estas palabras y dirigiéndome a todo el mundo, les dije, que
el Hijo de Dios se había hecho hombre para los hombres y para
las mujeres; que no se había hecho mujer, porque no era nece-
sario que se hiciera mujer para salvar a las mujeres, puesto que
el hombre y la mujer eran de la misma naturaleza, aunque de
sexo diferente. Tres o cuatro días más tarde, hablando de este
Misterio, otras mujeres que no habían estado presentes cuando me
hicieron por primera vez la pregunta, la volvieron a hacer, y les
contesté de la misma manera. M e preguntaron también al final
del Catecismo, si María, Madre de Dios, de la que veían una
gran imagen en la Capilla, estaba vestida cuando vivía en la tierra,
como representaba el dibujo, o estaba descubierta como ellas; les
contesté que todas las naciones de este mundo tenían vestidos,
que la Virgen había estado siempre vestida decentemente y criada
en la modestia, que ellas también se cubrirían y tendrían confusión
de verse desnudas cuando fueran cristianas.
Si los señores de la pretendida religión reformada hubiesen
visto como yo, cuánto contribuyen a la instrucción de los Salvajes
86 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

las estampas, no las condenarían con tanta temeridad. Estarían


completamente convencidos de las imposturas de sus Ministros
que admiten que los católicos instruidos no adoran las imágenes
y no recurren a ellas como si tuviesen el poder de escucharlas;
pero que afirman tajantemente que el vulgo ignorante atribuye
a las imágenes una especie de divinidad y cae a menudo en ido-
latría. Estos señores digo, podrían desengañarse a la vista de la
pregunta que me hicieron estas pobres mujeres salvajes, que dis-
tinguían tan bien entre María y su imagen, cuando me pregun-
taban a ver si María estaba vestida como aparecía en la imagen
que veían.
El capitán de nuestro pueblo entró un día en la Capilla y no
viendo en ella a nadie, porque me había retirado a la sacristía,
se acercó al Altar, donde estaba la imagen de Nuestra Señora y
tocándola con la mano gritó: Ene ébaton Marte Díossano, es decir,
« He aquí la Imagen de María, Madre de Dios », después, tocando
con el dedo a Nuestro Señor que la imagen llevaba entre los brazos,
añadió: Ene ébaton Síbcou Marle Diosjonourou, es decir: « He
aquí la Imagen del Niño de María, que es Hijo de Dios » y levan-
tando los ojos más arriba y parándolos en un Crucifijo que estaba
sobre el altar, dijo con un tono afectuoso y lleno de ternura: Ene
ébatou Jesu Diosjomourou bouí tomou boco ieimoi patonebo, « He
aquí la Imagen de Jesucristo, Hijo de Dios, que ha sido puesto
en Cruz por amor a los hombres ». ¿No distinguían bien, tanto éste
como las mujeres de que hemos hablado, la diferencia entre la
Imagen y la persona que representaba? Se puede deducir de lo
que acabamos de explicar, que esta pobre gente no solamente
tiene una gran docilidad y un gran deseo de instruirse, sino que
también son capaces de aprovecharse de la enseñanza que se les da.
Me cuesta trabajo creer, teniendo en cuenta la dificultad que
tenía para expresarme, que ellos no hayan tenido una asistencia
particular del Espíritu Santo para comprenderme; pues muy a
menudo, cuando les enseñaba cosas difíciles que apenas les podía
explicar, ellos me entendían perfectamente. Lo que confirma mi
convicción es que cuando les hablaba de cosas que no tenían nin-
guna relación con la Fe, generalmente no me comprendían; en
cambio cuando les instruía acerca de los Misterios, entendían
enseguida lo que les decía; apenas había acabado de hablar cuando
ya me estaban haciendo preguntas muy acordes con lo que les
acababa de explicar. He visto incluso algunas veces y con gran
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 87

admiración algunos niños, que apenas sabían hablar, y repetían


con una gran facilidad y una fidelidad increíble todo lo que les
había dicho, y no es que lo dijeran de memoria porque les pregun-
taba sin guardar el orden que había empleado y siempre me con-
testaban bien.

CAPÍTULO D É C I M O

De ¿os Bautismos que hemos hecho en Guarapíche.

El temor de ver apóstatas en estas nuevas Iglesias, hace que


tomemos algunas precauciones respecto al bautismo que nos piden
los Salvajes. Pero así como sería una gran imprudencia el confe-
rirlo a todo el mundo, también sería una gran crueldad negarlo
cuando tienen verdadera necesidad.
Bauticé a finales de septiembre del año 1653 a una anciana
que estaba ya moribunda. El Padre Mesland, viéndola a menudo
indispuesta, la había instruido de forma especial, pero no se había
atrevido a bautizarla, al no encontrarla suficientemente fervorosa.
Sin embargo, al partir para Santo Tomás, me rogó que la bauti-
zase cuando la viera en peligro de muerte. Poco tiempo después
de su marcha cayó gravemente enferma; en cuando me enteré
de ello la bauticé, poniéndole el nombre de María. Apenas había
recibido este Sacramento cuando empezó a comer, cosa que no
había hecho durante varios días. La dejé en perfecta salud en el
momento de abandonar Guarapiche.
El Padre Mesland, bautizó dos niñas el año 1652. No se creía
que una de ellas sobreviviera mucho después del bautismo; la otra
estaba completamente paralítica y se tenía su muerte como infa-
lible; pero en contra de la creencia de todo el mundo, ambas me-
joraron y recuperaron con el Bautismo la salud del alma y del
cuerpo. Desde esta curación, sus padres han considerado este
Sacramento con gran veneración.
E n el mes de enero del año 1654, unos días antes de mi salida
me di cuenta de que un niño, que todavía mamaba se estaba mu-
riendo en brazos de su madre, y ésta era hermana de la pequeña
paralítica de que acabo de hablar. Le dije a esta buena mujer:
« Ves que tu hijo se va a morir, si quieres que lo bautice, irá al
88 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

Cielo, verá a Dios y será eternamente feliz ». Ella me respondió:


« ¿Tu dices que si yo quiero que le bautices, mi hijo irá al Cielo
y verá a Dios? Estoy muy contenta de ello, bautízalo ». Quería
que tuviera antes el consentimiento de su marido, distante tres
pasos de nosotros, pues temía que después de morir el niño, pudiera
hablar en contra de este Sacramento; corrió hacia su marido y
le dijo: « He aquí el Padre que nos promete, que si bautiza a nues-
tro hijo, irá al Cielo y verá a Dios. Yo quiero decididamente que
este hijo mío vaya al Cielo, puesto que puede ir ». Su marido res-
pondió: « Que lo bautice pues ». Inmediatamente me lo trajo a
la Capilla para qué lo bautizara. Cuando rne disponía a admi-
nistrarle este Sacramento, llegó el padre de esta mujer, y al verme
tomar la Casulla y la Estola me dijo: « Padre, tú quieres bautizar
a mi nieto porque está en peligro de muerte; ¿por qué no bautizas
también a mi hija que está muy enferma? ». Le contesté que fueran
a buscarla y que la bautizaría al mismo tiempo que a su nieto.
Su mujer me la trajo enseguida. Habiendo visto que iba a bau-
tizar a su hija se llevó una alegría tal, que se hubiera dicho,
que había hecho de su hija una reina. La llamé Catalina y al niño
Gabriel.
Narraré finalmente la buena muerte de una joven Salvaje
Gálibi, que había estado enferma durante mucho tiempo y que
parecía más bien un esqueleto que un cuerpo vivo. Iba algunas
veces a su cabana y llevaba conmigo a los niños del Catecismo,
a quien interrogaba en su presencia, para hacerle comprender mejor
los artículos de nuestra Fe. No la presionaba a que se bautizara,
puesto que no la creía tan próxima a su fin; pero me vi sorprendido
cuando me comunicaron que estaba expirando. Fui rápidamente
a verla y la encontré sin conocimiento ni movimiento; en vano
traté de que demostrara algunos signos de arrepentimiento o alguna
indicación de que ella deseaba el bautismo, cuando un habitante
de la Isla de Granada, llamado Gabriel, que había venido a vi-
sitarla al mismo tiempo que yo, me dijo que se estaba muriendo
y que no había que esperar más. Seguí su consejo y la bauticé
bajo condición, de que estuviera en estado de recibir este Sacra-
mento, ya que tenía motivos para suponerlo, puesto que siempre
había demostrado gran docilidad a los Misterios de nuestra Fe.
La pobre mujer permaneció casi 24 horas en este estado y des-
pués volvió en sí, recobró la palabra y el conocimiento y continuó
en perfecta salud. E n cuanto me enteré de esta buena noticia,
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 89

rogué al mercader que hablaba y comprendía la lengua mejor


que yo, que fuera a verla y le preguntara a ver si recordaba que
yo la había hecho cristiana la víspera y si deseaba morir como
tal. Ella contestó que estaba completamente decidida a morir
como los Salvajes. El mercader le replicó que si moría de esta
manera, sería desgraciada y se quemaría eternamente con el diablo;
en cambio, si se hacía cristiana iría al Cielo y gozaría de una feli-
cidad sin fin. Estas palabras la impresionaron tanto que rogó me
llamara con toda urgencia. Fui allí y la encontré toda poseída de
Dios; apenas podía creer el cambio que se había efectuado en esta
persona. Esta mujer, criada en el seno de la barbarie, que com-
prendía a medias lo que le decía de nuestros Misterios, hacía con-
tinuamente actos de Fe, de amor a Dios y de dolor de sus pecados,
y estaba t a n llena del Espíritu Santo que parecía actuar impulsada
por EL Habiéndole preguntado si quería amar a Dios, hizo un
gran esfuerzo, se levantó, tendió los brazos para abrazarlo como
si lo hubiese visto presente y dijo una palabra, que salía más de
su corazón que de su boca. Ichetra, es decir, « Yo lo amo, Yo lo
quiero amar ». Me pidió insistentemente el bautismo, con pa-
labras muy emocionadas; se lo di por segunda vez, a condición
que no hubiese recibido y no hubiese sido valido el primero; la
llamé Catalina. Pero como Dios nos la había dado solamente para
breve tiempo, murió dos horas después, tan embargada de alegría
que era fácil decir al verla que estos grandes consuelos eran las
primicias del paraíso y de la eternidad bienaventurada.

CAPÍTULO O N C E

Los Sahajes piden que vayan franceses a sus tierras.

¿No es un designio de Dios para la conversión de estos pue-


blos, el haberlos inclinado a pedir franceses, que vayan a extender
el Reino de Jesucristo al mismo tiempo que conquistan nuevas
tierras para Francia? Es difícil que los Misioneros que se envíen
por muy sabios y por mucho celo que tengan, puedan siempre
tener éxito con los Salvajes, si no están apoyados por una Colonia
Francesa. Además de que el ejemplo de buenos cristianos es un
motivo poderoso para excitarlos a abrazar nuestra fe, existe aquí
90 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

otra razón que parece reclamar la presencia de europeos, compa-


triotas nuestros, en la misión. E n efecto, puede ocurrir que algún
salvaje, por resentimiento o injuria recibida de un francés, se quiera
vengar, tanto en los inocentes como en los culpables, si espera
poder hacerlo impunemente. Acabamos de tener un ejemplo con
la muerte sangrienta de los Padres Aubergeon y Gueimu, en la
Isla de San Vicente. Una buena Colonia nos pondrá a salvo de
este peligro. Los Gálibis, que reclaman a los franceses, los pro-
tegerán contra los otros pueblos; pues esta nación es una de las
más temibles de Tierra firme, y sus vecinos no se atreverán a
dañarnos por miedo de ofenderlos.
Las principales razones que les hacen desear a los franceses,
son, que están persuadidos que por su medio podrán vender las
mercancías de su país, y recibir en cambio hachas, hoces, cuchillos
y otros objetos parecidos que les son muy necesarios. Siendo tam-
bién enemigos irreconciliables de los españoles y de algunas na-
ciones Salvajes, tendrán un gran apoyo en las Colonias Francesas.
Sin embargo, es necesario que los franceses no tomen parte en las
intrigas, ni en sus guerras, de lo contrario se les cerrará la puerta
de las naciones enemigas, que no podrán reconciliar.
Se reunieron en Asamblea, tres o cuatro días antes de mi sa-
lida, para deliberar sobre este asunto, y determinar si llamarían
o no a los franceses a sus tierras. El resultado de esto fue, que
encargaron a Macau, Capitán de nuestro pueblo, hacer que el mer-
cader de la Isla de Granada, que debía volver a las Islas, rogara
con insistencia a los capitanes franceses que les enviaran habitantes
para que pudieran vivir con ellos. Macau desempeñó cuidadosa-
mente este encargo pero tuvo una discusión en esta asamblea,
que demuestra el afecto que tiene hacia los franceses; porque
oponiéndose otro capitán a su establecimiento, Macau se enfadó
tanto, que tomando un cuchillo, corrió hacia él para matarlo y
lo hubiera hecho, de no haber habido otras personas que se lo im-
pidieron. Vino inmediatamente a mí para descargar su corazón
y me dio pruebas de tanto resentimiento y tanto furor contra el
que había hablado mal de los franceses, que tuve miedo de que
lo asesinara. Este hombre, sin embargo, no había dicho más que
esto: « Si nosotros llamamos a los franceses, ellos querrán ser los
dueños ». Creo que este Capitán estaba un poco bebido, pues
cuando dos días después le hablé de este tema, se mostró todo
avergonzado y cambió pronto de conversación.
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 91

Los Gálibis no son los únicos pueblos de la provincia de Gua-


rapiche, que desean a los franceses; los Cores, los Aróte, los Paria
y sus aliados, los esperan también ardientemente; sin embargo,
el año 1653 ocurrió un accidente que casi nos puso a mal con los
Paria. Un libertino francés, que había querido echar a perder una
mujer salvaje, fué matado a la orilla del mar por algunos de esta
nación; este accidente les obligó a mostrarse desconfiados, temiendo
que los franceses les hicieran la guerra para vengar esta muerte.
Cuando se enteraron de que yo estaba en Guarapiche, enviaron
a un capitán para rogarme que les procurara la paz con el Gobierno
de las Islas, diciendo, que habían sentido un gran descontento
por la desgracia ocurrida y ofreciendo dar esclavos si ellos querían
concederles la paz.
Este pobre capitán estuvo algunos días aislado, en un pueblo
alejado del nuestro unas dos o tres leguas, no atreviéndose a apa-
recer delante de mí, temiendo que lo matara para vengar la muerte
que se había perpetrado. Envió algunos Gálibis a preguntarme si
yo estaba enfadado contra él y a decir, que no había tomado parte
en esta matanza y que era más Gálibi que Paria, pues había vivido
más tiempo entre éstos que con los de su propia nación. Añadía,
que después de haber hablado conmigo, iría a vengar la injuria
que se les había hecho a los franceses, que cogería al asesino y lo
colgaría de un árbol, en cuanto lo hubiera encontrado; lo único
que me pedía era, la seguridad de poderme hablar con toda ga-
rantía. Me vi contento de encontrar una ocasión tan propicia,
para poder trabar amistad con esta nación y contesté a los que me
hablaban de su parte, que no tenía por qué temer nada de mí;
que afectivamente yo era tan Gálibi como él; que podía venir sin
ningún temor, asegurándole que ni yo ni los franceses que estaban
conmigo, le haríamos ningún daño. Pese a todas las seguridades
que yo le di, no se atrevió a venir solo a mi cabana sino acom-
pañado de treinta o cuarenta salvajes, que entraron delante, se
pusieron en fila a cada lado, como si fueran sus guardias. Aunque
estaba tan bien escoltado y yo no tenía idea de hacerle daño, se
mantenía retraído y lo más alejado posible; fue necesario hablar
largo tiempo, e incluso darle presentes antes de que se tranqui-
lizara. Pero por fin, viendo que no tenía ninguna mala intención
contra él, siguió a Macau, que le sirvió de intérprete y de intro-
ductor, y se vino a sentar junto a mí. Habiéndome expuesto su
recado y testimoniado su gran descontento por la matanza ocurrida,

11
92 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

yo le hice ver con dulzura, que los franceses estaban resentidos de


esta muerte y le prometí que escribiría al Sr. Gobernador de Gra-
nada que se había sentido muy ofendido en este asunto. Es lo que
hice poco tiempo después. Ahora la paz les ha sido concedida y la
buena concordia se ha renovado entre ellos y los franceses.
Los Gálibis de Barima, que no nos conocen sino por reputación,
piden también franceses desde hace tres años; hacen todo lo po-
sible para conseguirlos. El mismo habitante de Granada, del que
ya he hablado antes, me ha contado que estando en su país, le
habían dado el encargo que rogara de su parte a los Gobernadores
de las Islas que les enviaran una Colonia para habitar sus tierras.
Barima es un río de la Guayana, que tiene su desembocadura
a seis leguas de la del río Orinoco y a dos del Amacuro; por él
pueden nagevar barcos hasta 50 leguas al interior. E n sus riberas
habitan los Gálibis que piden franceses y que los esperaban todavía
en el mes de marzo de 1654. Hablé en esa época a unos Salvajes
de Barima, que me confirmaron lo que el mercader de la isla de
Granada me había dicho, y me aseguraron que tenían orden de
reprocharle el no haber cumplido la promesa. Añadieron que ellos
habían construido un fuerte, en el que podían refugiarse los fran-
ceses en cuanto llegaran. Un salvaje cristiano llamado Bacoulé,
que había sido bautizado anteriormente por los españoles y que
era un hombre de gran crédito entre los Gálibis, había solicitado
también, con gran interés, este asunto y hacía todo cuanto estaba
en su mano para obtener éxito.
He aquí dos grandes puertas abiertas al Evangelio, siempre que
los franceses, que vayan antes que nosotros, no nos las cierren
como ha ocurrido ya en la Guayana, y esto, debido a las crueldades
que han ejercido sobre estos pobres infieles y por su conducta
desaprobada totalmente por todo el mundo y en particular por
quienes los habían enviado.
Muchas veces es necesario un tiempo bastante largo para curar
una herida que se hace en un momento. Así nuestro trabajo y
nuestros esfuerzos no impedirán la pérdida de tantas almas que
perecen por la falta de otros. Por esto conjuro y aconsejo a todos
los que quieran unirse para hacer una Compañía, dedicada a la
conversión de los Salvajes, que elijan cuidadosamente las per-
sonas que van a componer la Colonia que enviarán allí. Toda
precaución es necesaria, sobre todo respecto a los jefes encargados
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 93

de dirigir la empresa; pues si no son virtuosos, si no tienen una


gran afabilidad para ganar a los Salvajes, mucha prudencia y mucho
tacto para hablar con ellos, es muy difícil que puedan obtener
éxitos.

CAPÍTULO D O C E

Mi partida de Guarapiche para las Islas y mi regreso a Francia.

Dios me aquejó con una enfermedad que no mejoraba; y viendo


esto, me decidí a viajar a las Islas para cambiar de aire y para
encontrar allí algún remedio. M i proyecto lo guardaba en secreto,
por miedo a que los salvajes se opusieran; ellos lo descubrieron
sin embargo dos días antes de mi salida y vinieron a reprochármelo
en términos muy corteses. Macau me visitó en mi cabana y me
dijo: «Padre, qué te he hecho para que quieras abandonarme?
¿Tú quieres regresar a las Islas? ¿Te he ofendido en alguna cosa?
¿Alguna de mis gentes te ha disgustado? ¿Temes tú a nuestros ene-
migos? Díme por favor, por qué te marchas y por qué quieres
abandonarnos ». Le contesté que no era por ninguna de estas
razones, sino simplemente para ir a buscar remedio a mi enfer-
medad, que aumentaba día a día, y que con el tiempo sería incu-
rable, y me volvería inútil para trabajar entre ellos; que les amaba
tiernamente y le prometía que en el caso de que no pudiera volver,
enviaría en mi lugar a dos de mis Hermanos que estaban y a en las
Islas.
Esta promesa le devolvió la alegría y la palabra a este buen
indio y me dijo: « Has hablado bien, Padre, haz pues como quieras,
pero advierte a los Hermanos que, cuando vengan, traigan consigo
a otros franceses para vivir en rni pueblo. Yo prepararé comida
para todos; si vienen más franceses irán a vivir a los pueblos ve-
cinos o donde les parezca bien ». Le aseguré que me marchaba
con la pena de que él no fuera cristiano, a lo que me contestó:
« Tú lo sientes y yo tanto como tú y deseo serlo; pero tú no quieres
que lo sea sin haberlo pensado bien antes. Yo esperaba que tú
supieras un poco mejor nuestra lengua para explicarte mis dudas;
tú ves que te envío todos los días a mis hijos para que los instruyas;
de esto puedes deducir que yo quiero ser cristiano ». Podía añadir
también otra prueba de su inclinación hacia la Religión Cristiana
94 F U E N T E S PARA LA HISTORIA COLONIAL DE V E N E Z U E L A

y era que vino a pedirme, antes de mi salida, que fuera a instruir


y a bautizar a un Capitán Gálibi que había sido mordido por una
serpiente.
Algunos días antes de mi partida, el muchacho francés que
me acompañaba en Guarapiche, me rogó que le dejara en Tierra
firme para perfeccionarse en la lengua de los Gálibis y de esta
forma ser más átil a los Padres que serían enviados más tarde.
Yo le concedí fácilmente su ruego, que estaba de acuerdo con mi
deseo y lo confié a Macau, capitán de nuestro pueblo. Entre las
recomendaciones que hice a este joven misionero le recomendé
que visitara a menudo a los nuevos cristianos, que fuera a todos los
pueblos vecinos para instruirlos y para bautizar a los adultos en
peligro de muerte, y sobre todo que prestara atención a los niños
que él juzgara estaban a punto de morir. Le dije también que
avisara a los pueblos que fueran a buscarlo cuando lo necesitaran,
que hiciera rezar a Dios todos los días a los niños y que conti-
nuara con ellos las instrucciones que yo les hacía, a las mismas
horas y de la misma manera que me había visto hacerlo. Le reco-
mendé que pensara mucho en los demás, pero que no se olvidara
de sí mismo, ya que estando solo y joven, en medio de tanta bar-
barie y de tantas naciones infieles, debía estar continuamente a
la defensiva. Como estaría sin sacerdotes y sin Sacramentos, debía
hacer a menudo actos de contrición y estar siempre preparado
para morir.
Después de haberle recordado todas estas cosas, me embarqué
y salí de Guarapiche, el 22 de enero de 1654 con destino a la isla
de Martinica; pero tardé mucho tiempo en llegar, debido a los vientos
contrarios y también porque me vi obligado a detenerme en la
Isla de Granada.
Los cirujanos, que son al mismo tiempo médicos en las Islas,
en cuanto me vieron me obligaron a regresar inmediatamente a
Francia, asegurando que no me repondría más que con el aire de
mi tierra nativa y en un clima más templado. Ensayé durante
un año toda clase de remedios para ver si mejoraba, pero fue
inútil y me vi obligado a seguir su consejo y regresar a Francia,
donde Dios me ha hecho la gracia de devolverme un poco mis
fuerzas. Creo que me lo ha hecho en consideración a estos pobres
bárbaros y por esto, estimaría como un acto de injusticia, si yo
no me sacrificara de nuevo en su servicio. Por esto me he decidido
ya a regresar, para servir de guía a los Misioneros que no conocen
PELLEPRAT - RELATO DE LAS MISIONES 95

ni el camino, ni la lengua del país; espero solamente ahora los


medios para poder ir y un buen número de Padres capaces de
ejecutar este gran proyecto.
Esto es la Obra de Dios; todos los corazones de los hombres
están entre sus manos. El inspirará lo que juzgue más a propósito
para su servicio y para la salvación de tantos millones de almas.
Además, este viaje no es largo ni extraordinariamente difícil; se
puede hacer en 5 ó 6 semanas y quizás en menos tiempo. No hay
mes que no salga algún barco rumbo a estos países. Los corsarios,
a quienes muchos temen, no son peligrosos más que en las costas
de Europa y no se encuentran en este camino. Pero aunque nos
hicieran sufrir mucho y correr grandes peligros, sería tener muy
poco celo y muy poca preocupación, no querer emprender este viaje
para el servicio de Dios y para la conversión de tantos pueblos;
un viaje que muchos mercaderes y otras personas hacen todos los
días por intereses temporales.
Sólo Aquél que nos ha rescatado con su muerte y con su Sangre,
sabe lo que vale un alma. Nosotros podemos decir sin embargo,
y sin temor a equivocarnos, que, entre tantos millones de salvajes
que han sido condenados desde hace 6.000 años y otros que se
continuarán perdiendo si no se les socorre, un solo salvaje vale
mucho más que todas las riquezas y todos los tesoros de las Indias.
Es digno de compasión el que en cuatrocientas leguas de costa
comprendidas entre el río Amazonas y Curnaná, en tierras casi
infinitas que se extienden de Norte a Sur, no haya un solo Sacer-
dote ni Religioso que pueda instruir en la Fe a una multitud in-
numerable de gentes que viven allá. Los otros pueblos de América
pueden verse socorridos por los españoles y portugueses, pero nadie
se precocupa de la salvación de éstos. Considero a estas pobres
gentes como náufragos, que arrastrados por las olas, tienden las
manos a los que pueden socorrerles. Es una crueldad el dejarlos
perecer miserablemente, pudiéndolos ayudar con facilidad. Todo
el mundo puede cooperar a ello con oraciones.
E n cuanto podamos, prepararemos dos Colegios en Tierra
firme: uno de niños, del que nos ocuparemos personalmente; otro
de niñas, cuya dirección dejaremos a virtuosas mujeres; esto es
el mejor medio para convertir pronto a todo el país y para atraer
a los padres y a las madres a través de los niños.
96 F U E N T E S PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

Mi querido lector, ruega a Dios que bendiga esta empresa y


repítele a menudo, con nosotros y con el gran Apóstol de las Indias,
San Francisco Javier:
Eterno Dios, Criador de todas las cosas, acordaos que Vos
creasteis las almas de los infieles haciéndoles a vuestra imagen y
semejanza. Mirad Señor, cómo en oprobio vuestro se llenan de
ellas los infiernos. Acordaos de vuestro Hijo Jesucristo que derra-
mando tan libremente su sangre padeció por ellas. No permitáis,
Señor, que Vuestro Hijo sea menospreciado por más tiempo de
los infieles, y haced que ellos también conozcan al que enviasteis,
Jesucristo, que es salud, vida y resurrección nuestra, por el cual
somos libres y nos salvamos, a quien sea dada la gloria por infinitos
siglos de los siglos.
Extracto de una carta,

escrita desde la isla de San Cristóbal a 14 de junio de 1655, en


la que se dan algunas noticias del País.

Estando ya impreso este relato, hemos recibido carta de San


Cristóbal en la que se dan algunas noticias bastante importantes.
Para no privar de ellas al público, he aquí las principales.
Los franceses se han visto muy alarmados ante la llegada de
la Armada Naval de Inglaterra, compuesta por 70 buques y 10.000
combatientes. Pasó a la vista de San Cristóbal el 16 de abril y
se enrumbó hacia las Islas de Santo Domingo y Cuba, que perte-
necen a los españoles. Los Generales de la Armada enviaron saludos
al Sr. Bally de Poincy y le aseguraron que tenían orden de mantener
la unión y la buena concordia que siempre había existido entre las
dos naciones.
El Sr. Gobernador de los Ingleses que habitan en San Cris-
tóbal, les confirmó la mutua amistad mediante tres habitantes de
la Isla, por los que se hizo representar. Dijo que desde que había
tomado posesión de su Gobierno no había firmado el antiguo tratado
de paz» entre franceses e ingleses y que si lo juzgaban oportuno
podría renovarse. Así se hizo con la anuencia del Sr. du Poincy
permaneciendo en vigor los antiguos artículos.
Decía también que el Padre Mesland, está bien de salud, que
trabaja con mucho éxito en Tierra firme en la instrucción y con-
versión de los Salvajes, vecinos de Santo Tomás y Orinoco y que
ha bautizado va a un buen número de ellos. Mientras el Padre
Mesland, trabaja o predica la Fe a los salvajes aliados y con-
federados de los españoles, nosotros nos disponemos a hacer lo
mismo con sus enemigos. Dedicados así a la conversión de unos
y de otros nos preocuparemos al mismo tiempo de su salvación
eterna y de la mutua reconciliación. Hemos recibido también no-
98 F U E N T E S PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA

ticias de que se va a fírmar la paz entre los franceses y los Salvajes


Caribes de las Islas; que los de Martinica y Dominica comienzan
a visitar a los franceses, hecho que nos hace creer que los Salvajes
de la Isla de San Vicente obrarán de la misma manera dentro
de poco; así esta tierra que fué regada el año pasado por la sangre
de dos de nuestros Padres, no será tierra estéril y yerma.
Esta paz tan deseada se conservará mejor y más segura que en
tiempos pasados ya que los dos partidos tienen mucho interés en
no verse atormentados de nuevo por la guerra, y en el futuro
procurarán evitarla. El camino de Tierra firme estará de esta
svierte más libre para nuestros Misioneros a quienes los Caribes
podrán solamente presentarles algún impedimento.
ÍNDICES

11*
MATERIAS

A Caracoli (adorno): 74.


Caribes: 25, 36, 37, 38, 41, 43, 45,
Abejas: 62.
47, 50, 51, 55, 83.
Aceite de caraba: 61.
Casabe (elaboración): 11.
Adornos: 74.
Casia: 61.
Adulterio: 36.
Castigos: 69.
Alcoholismo: 77.
Caza: 12.
Algodón: 61.
Ceremonias fúnebres: 72-73.
Alimentos: 11-13.
Colocai (Aceite de): 62.
Añil: 61.
Construcción (Embarcaciones): 75.
Arácnidos: 64. Contratados: 17.
Aricuri (indios): 68.
Conversión: 18-21, 32, 33, 37, 53.
Armas: 70.
Cores (indios): 51, 68, 83, 91.
Arotes (indios): 51, 68, 83, 91.
Costumbres: 80.
Aruacas (indios): 32, 50, 68.
Cría: 12.
Arroz: 11.
Cultivos: 11-13,
Aves: 62-63. Cumanagotos (indios): 83.
Azufreras: 13.
Azúcar: 12, 13.
Ayuno: 35. CH

Chaimagotos (indios): 32, 50, 68, 83.


B
D
Bailes: 73.
Danzas: 73.
Bautizos: 32, 34, 39, 40, 53, 54, 87.
Bebidas (oüicou o m a b y ) : 11.
E

c Esclavitud: 29-36,
Españoles: 27, 50, 51, 58, 59, 61, 80,
Caciques (Elección): 70. 92.
Canibalismo: 71. Espátulas (aves): 54, 63.
Caña de azúcar: 61. Estoicismo; 76.
102 ÍNDICES

Evangelización: 13-21. Mayi (indios): 68.


Extrema Unción: 20. Metempsicosis: 78.
Mijo: 11.
F Minas: 62.
Misiones: 21-24.
Fecundidad: 68-69.
Mujeres indias: 72, 85.
Flamencos (aves): 63.
Música: 73.
Franceses: 26, 29, 52, 35, 37, 39, 53,
59, 60, 80, 89, 90, 91, 93.
N
Fuego: 75.
G Navegación: 75-76.
Gálibis: 36, 44, 48, 51, 53, 57, 59, 60, Negros: 29-36.
68, 73, 79, 82, 83, 88, 90, 91, 92, 94. Nuraques (indios): 68.
Gengibre: 61.
Gobierno: 69-70.
Gorilas: 66, 67.
Paria (indios): 51, 68, 83, 91.
Guerra: 70.
Perlas: 62.
Guisantes: 11, 12.
Pesca: 12, 52, 64-65.
Pintura corporal: 74.
H
Piragotís (indios): 68.
Hechos milagrosos: 16-17, 20, 27-28, Poligamia: 71-72.
87.
Holandeses: 56. R
Hormigas: 64.
Hospitalidad: 81. Rehenes: 46.
Hugonotes: 20, 56. Reptiles: 63-64.
Huracanes: 54-57,

Sapai: 68.
Igneris (indios): 36. Serpientes: 64.
Industria: 75. Supersticiones y creencias: 13, 33-34,
Ingleses: 24, 25, 26, 28, 56. 50, 77-79.
Inmortalidad del alma: 77-78,
Instrumentos musicales: 73.
Importación (alimentos y bebidas):
12.
Irlandeses: 24, 28. Tabaco: 12.
Tábanos: 75.
J Tortugas: 65.
Jabalíes: 66. Trabajo masculino: 76.
M Trigo: 11.

Maboga (diablo caribe): 25.


Maboüyes (indios): 5 1 . Uvas: 11.
Maipouli (vacas salvajes): 66.
Mangles: 52.
Maraous (indios): 68.
Matrimonio: 7 1 . Yaios (indios): 68.
NOMBRES GEOGRÁFICOS

A Caribe, M a r : xil, x x v i i i , x x x v n i ,
Agen: x x n , L, LI. Lili.
Alemania Occidental: LVIII. Carichana: XVIII.
Amacuro, río: 50, 92. Cartagena de Indias: x x i x .
Amazonas, río: 9, 49, 50, 65, 95. Casanare:
Amberes: x x x i x . Casanare, llanos de: x i n , xiv, x v i .
Andes, Los: xiv. Casiquiare: x i x , x x i .
Castellialoux: 43.
Angola: 30, 31.
Antillas, Las: x x x i l l , x x x v n i , x x x i x , Cayena: XL, XLI, 50.
Lili. Colombia: x n , XL, XLII,XLIV.
Apure: XIV. Coro: x n .
Aquitania: XXIv, XLVIII, XLIX, L, LI, Coupenam: 50, 54, 57,
L U Í , LVI, LVII.
Crabes, isla de: 26, 27, 28.
Arenas, P u n t a de las: 24, 56. Cuba: 97.
Ars: XXVII, x v n i . Cumaná: 9, 49, 95.
Cupenam, río: 50, 53.
B
CH
Barbados: XLI.
Chaimagotos, río: 52.
Barima, río: 50, 92.
Chantilly: x x v n .
Bogotá: x n , X I I I , xiv, xvi, xxi,
Chiapa: 69.
X X X V I I , X X X I X , X L , X L I I I , X L I V , XLV,
Chinón: 43.
XLVI.
Brasil: 21. D
Bruxelles: x x v , xxxv.
Burdeos: x x n , x x v n , XXVIII, xxxi, D'Ars: x x v i .
XXXII, x x x i n , xxxv, xxxvi, XLVIII,
Diepe: 18.
LII, Lili, LVII, LVIII. Dominica, isla: 22, 36, 40, 41, 97.
Dorado, E l : 49.
C Dragón o Drago, boca del: LV, 48, 49,
51.
Cabo Verde: 30.
Cabruta: xiv, x i x . E
C a n a d á : LVI.
Caracas: xil, X I I I , xiv, x x x v i i . España: X I I I , xvi, x v í n , x x x v i .
Carcasona: x x x v n i . Española, isla: 69.
104 ÍNDICES

F J
Florida: LVI.
Jamaica: XLVI, LVII.
Fontenay~le-Comte: x x v m .
Jersey, isla: XXX, 18.
Francia: x x i v , x x v , x x v n , x x v m ,
XXIX, XXXI, XXXII, XXXVIII, x x x i x ,
L
XL, XLI, XLIV, XLVIII, Lili, LIV, LV,
Liege: x x v .
4, 6, 10, 11, 15, 18, 22, 23, 32, 41,
Loudun: x x v m .
43, 45, 50.
Loyola: XXXIII.
Frankfurt: LVIII.
Ll
G Llanos, Los: xil, xill, xiv, x v n , x x i ,
XLV, X L V I .
Garó na, río: XLVIII.
Gasconia: 43. M
Genova: 20, Madrid: xví, x v n , x x v i , x x x v i .
Granada, isla: x x x i x , 11, 36, 45, 48, 88, Maracaibo: XII.
90, 92, 94. Marañón: xvni.
Granadinas: 54. Margarita, isla: 9.
Guadalupe, isla: L U Í , 10, 14, 21, 28, Marigalante, isla: LUÍ, 11, 21, 22, 41.
29, 56. Martinica, isla: x x n , x x x i v , x x x v n i ,
Guanátigo: x x x i , LV, LVH. XXXIX, XLVI, LII, Lili, LV, 10, 14,
Guarapiclie: xil, x m , x x n , x x m , 18, 19, 21, 31, 35, 36, Z7, 38, 45, 53,
XXV, XXXI, XXXVII, XL, XLII, XLIII, 54, 94.
XLVI, Liv, 44, 48, 50, 51, 52, 53, Maturín: x x x v n , X L I I I .
54, 57, 58, 59, 60, 67, 68, 70, 71, Mérida: x n , Xiv, XLVI.
80, 82, 87, 91, 93, 94. Mesina: X L I X .
G u a y a n a : XII, x m , x x x , x x x i x , XL, Meta, río: x m , xví, x v n , XLIV, XLV,
XLI, XLII, XLIII, XLIV, XLV, XLVI, XLVI.
XLVII, LIV, 49, 50, 53, 57, 58, 69, México: x i x , x x v , XXVIII, XXIX, XXX,
92. X X X I I I , X X X V , LII, LVI, L V I I I .
Guayana francesa: x x x i . Migré: x x v i .
Guinea: 30. Monserrat, isla: 25.

N
H
Nantes, puerto: x x x v i n , LV, 14.
Habana, L a : XLVI, LVI. Nueva Andalucía: x n n , 9.
Nueva España: LUÍ, LVI, LVII, LVIII.
Nueva Francia: LVI, LVII.
I Nueva Granada: xill.
Indias, Las: xvi, xvni, XLIU, 43, 44. Nuevo Reino: x n , xví, x v n , x i x , x x i x ,
X X X I X , X L , XLIV, XLV, LVI, LVII.
Inglaterra: 18, 44.
Islas, Las: LIV, 3, 4, 5, 6, 9, 10, 11,
12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, o
21, 22, 23, 24, 28, 29, 30, 31, 34, Oriente venezolano: xill, XLII.
36, 37, 41, 44, 45, 46, 47, 48, 53, Orinoco, río: x n , x m , xiv, xví, x v n ,
54, 55, 60, 61, 84, 90, 91, 92, 93. XVIII, XIX, XX, XXI, XLIII, XLIV,
Italia: xill, XX, x x i . 49, 50, 51, 58, 59, 60, 92, 97.
ÍNDICES 105

P 24, 25, 26, 27, 34, 35, 36, 38, 40,


49, 53, 56, 57, 97.
Para, río: XLin.
San José: 51.
P a r a g u a y : XIV, XL.
Paria, Golfo de: 41, 51. San Martín, isla: LIII, 11, 21, 23.
París: xvi, x x n , x x v , x x v n , x x x , San Pedro, Fuerte de: 19.
XXXI, X X X I I I , x x x v , x x x v i , x x x v i i , Santo Domingo: XLIII, 27, 97.
Santo T o m á s : 50, 57, 59, 60, 87, 96.
XXXVIII, XXXIX, XL, XLI, XLVIII,
Santo Tomé de G u a y a n a : xili, x x x ,
XLIX, LII, L i l i , LV, 5 , 6.
XLII, X L V , X L V I , L I V .
Paz, San Luis de la: x x n , LVIII.
San Vicente, isla: LV, 4, 36, 37, 38,
Perú: x i x , 49.
39, 40, 41, 42, 45, 46, 54, 56, 90, 98.
Poitiers: 19, 2 1 .
Senegal: 30.
Polo Antartico: 67.
Sevilla: x x i x .
Polo Ártico o Septentrional: 50.
Surinam, río: 50.
Portugal: x v n i .
Strasbourg: XL.
Puebla de los Angeles: x x n , x x v i n ,
XXXIII, XXXV, LII, LVIII.
Puerto España: x x x v n . T
Tabaco, isla de: 36, 83.
Q Tierra Firme: x v n , x x n , x x x i , X L I I ,
Q u i t o : XII, XVI, XLIII, XLV, LVT. LIV, LV, 5, 6, 9, 14, Z6, 37, 44, 46,
47, 48, 49, 51, 53, 55, 63, 67, 80,
R 82, 90, 94, 95, 96, 97.
Tobago: XLV.
Riobamba: LVI.
Toledo: x x i x .
Río Negro: XVIII.
Tortuga, La isla: 11, 28, 37, 44.
Rochelle, L a : X L I I I , 18, 20, 43.
Toulouse: x x v n , x x x i i , XXXVIII.
Roma: XVII, X X X I I , XXXIII, x x x i x ,
Touraine: 43.
XLII.
Trinidad, isla: X L I I I , LV, 51, 57.
Trujillo: X I I .
S
Tulle: x x n , XLI.
Saintes: L .
Saint-Fort: x x v n . V
Saintonge: x x v i .
Venezia: XIX.
Santa Cruz, isla: LUÍ, 11, 21, 23.
Venezuela: xi, x n , xiv, xvi, x x i , x x n ,
Santa F e : xiv, LVI.
XXXIX, XLII, LII, LIV, LVII.
Santa Genoveva: x x x .
Veracruz, puerto: XXII, LVI.
Santa Lucía, isla: 11, 40, 43, 44, 45.
San Bartolomé, isla: LUÍ, 11, 21.
Z
San Cristóbal, isla: x x x i v , xxxix,
LIII, 10, 12, 13, 14, 15, 16, 21, 22, Zaragoza: LVIII.
NOMBRES DE PERSONAS

A Bremond d'Ars, Marqués de: x x v .


Brotier: x x x .
Acuña, S. J. Cristóbal: 50.
Brunet: x x v i , x x x v .
Adán: 83.
Aguirre: x x x v n , X L I I , XLV.
C
Alegambre, S. J. Philippo: xxxn,
XXXIII. Calderón, Bernardo, viuda de: x x x .
Altamirano: x v n . Carayon: x x x v i .
Aquaviva, P . : x v í n , x x . Casas, F r a y Bartolomé de las: 69, 76.
Aristóteles: 67. Cassani: X I I , XIV, x v n , x i x , x x , X L I I ,
Arouegues: 28. XLIV, XLVII.
Aspurz: XLV. Cavarte, P . : x v , x v í n ,
Astráin: XXXVII, X L I I , XLV. Cavero, P . : XLIV.
Aubergeón, P . Guillermo: LUÍ, 20, 37, Cellot, Louis: 6.
38, 41, 42, 43, 46, 54, 56, 90. Cicerón: XLIX, L.
Coletti, P . Juan Domingo: x i x , x x n .
Colón, Cristóbal: LII.
B
Conart, P . Luis: 22.
Backer, S. J. Agustín de: x x v , x x x i , Coudret, P . : XLIX.
xxxiv, xxxv, xxxvi. Cramoisy, Gabriel: x x x i .
Baile, P . : xvi. Cramoisy, Sebastián: XXXI, XXXIH,
Barnuevo, P . Rodrigo: XLin, 5, 6.
Barré, P, Antonio: 37, 46. Cramosios: x x v i n .
Bechamel, P . Francois: XLI. Creuilly, P . : XL.
Bello, Andrés: XXXVII.
BoÍs-le-Vert, P . Antoine: x x x i x , LIV, D
LVI. Dadey: xv.
Bonifacio, P . Alonso de: LVii. Dechamps, S. J. Stephani: x x x n .
Borda: x x x v n , X L I I , XLV. Dejan, P . Andrés: 37.
Bouton, P, Jacques: x x x i v , x x x v i , Delattre, S. J. Pierre: x x v m .
XXX VIII. Demóstenes: L.
Bremond, Josías de: x x v i , xxvn, Despautere: XLIX, L.
XXVIII. Destriche, P . Juan: 24, 28.
108 ÍNDICES

Didier, Valtier: x x x i x . Hervás: x v i n .


Didot: x x x v . Hesíodo: L.
Dompierre: x x v i . Humboldt, Alejandro d e : x x i .
D o n a t u s : XLIX.
Don Frantique: 57, 58. I
D'Orlac: x x v i .
Ignacio, P . Andrés: XII, XLIII.
D u Parquet, General: 10, 43, 45, 46.
Inocencio X : x x x i x .
Du Plessis: 10.
Du P o n t : 10.
Du Tertre: x x x v i , XLVII, LV.
J
Jaquínot, P . Gaspar: 46.
E Jerez: XLV.

Espasa, J.: XXVI.


L
E v a : 83.
Lalanne, AI.: x x v i .
F Lapierre, Etienne: XXXIX.
Fabio: L. I/Arcanier, P . T o m á s : 37.
Lazzaris Varesii, Jacobi Antonii:
Fajardo, J. R.: X I I I .
XXXIII.
Felipe V: XVI.
Lecina, P . Mariano: x x v i , x x x v i .
Fernández, P . Alonso: XII, XLHI.
Leclerc: x x x v i , x x x v n .
Fernández de la Cueva, Francisco:
Lelong, Jacques: XXV, x x x i l l , XXXiv.
LVII.
Liege-Lyon: x x x v .
Fernández de Piedrahita, Lucas:
L'Olive: 10.
XXXIX, XLIV, X L V .
Lombard, P . Aímé: X L , XLI.
Fouqueray, P . : XLVIII, XLIX, L, LI.
Loverso, P . Vicente: x v i .
Fouquet, Mons. Nicolás: 3, 13.
Lubián: xiv, x v í n , x i x .
Luís X I I I : x x v n i .
G
García Manrique, S. J. Eusebio: LVJII. M
Garraux: x x x v i .
Gilí, P . Felipe Salvador: xiv, x v n , Macau (Capitán): 90, 91, 93, 94.
XVIII, x i x , x x , x x i . Manguin, Jean: x x x v i n .
Giraldo Jaramillo, Gabriel: x x i . Marcháis: X L I .
Giraud: 33. Martínez Rubio, J.: xvi, XXXII, x m .
González, P . H e r m a n n : x x x v n , XLln, M a s , Alejandro: x i x .
LVIII.
Mateos, Francisco: x i x .
Grillet, P . Jean: XLI. Meléndez: XLIV.
Groot: XLV. Melgar, Gabriel: X L I I .
Gueimu, P . Francisco: LVI, 20, 21, 41, Mendoza y Berrío, M a r t í n de: XLlií,
XLVIII, 57, 58.
43, 46, 90.
Mercado, S. J, Pedro de: x n , xvi,
Gumiíla, P . José d e : XIv, XV, x v i ,
XIX, XX, XXXII, XLII, XLIV, XLV,
XVII, XVIII, XIX, x x , x u i .
XLVI, XLVII, LVI, LVII.

H Mesland, Denis: xi, x m , XLII,


Mesland, P . Dionisio: x v , x x n , XXVii,
Hallay, P . J u a n : x x x i x , XL. XXX, XXXIX, XL, XLII, XLIII, XLIV,
Hébert, P . Guillaume: x x x i x . XLV, XLVI, XLVII, LIV, LVI, LVII
ÍNDICES 109

37, 44, 47, 48, 53, 54, 57, 59, 60, Poincy, General Bally de: 23, 31, 37,
68, 82, 87, 96. 38, 44, 96.
Michaud: x x x i v , x x x v , x x x v i , LII. Polanco, P . : X L I X .
Molano, P . Dionisio: XLV, XLVII.
Molina: x x i x . R
Monteverde, Antonio de (o Mont
Verd, Antoine du, o Monsüberth Rada, P . Andrés de: LVI.
Antonio de, o Vois-le-Bert): x m , Ramos, Demetrio: x v i .
XIV, XV, XVI, XXXIX, XLII, XLIV, Rennard, Abbé: x x x v n i , x x x i x , LIII.
XLV, XLVI, XLVII, LV, LVI, LVII. Restrepo: x x x v n , X L I I , XLV.
Montezon, P.: xxx, xxxiv, xxxv, Rey, S. J. José del: xil, x x i , LIV, LVIII.
XXXVI, XXXVII, XXXIX, XL, XLI, Ribadeneira, S. J. P e t r o : XXXII, x x x m ,
XLV, LII. Richelieu, Cardenal: x x v i n .
Mury, Paul: XL. Rivas, Medardo: x x x i x .
Rivero, S. J. J u a n : xil, x m , xiv, xv,
XVI, XVIII, XIX, XX, XLII, XLIV,
N XLV, XLVIII.
Riviere, S. J. E r n e s t : XXVII, x x x n ,
N a m b u c : 10. x x x m , xxxiv.
Neira: XV. Román, P . Manuel: XIV, xv, XVin,
Nickel, P* Gosvino: LVH. XIX, XXI.
R o t a de Muzas, Ana M a r í a : LVIII.
Rotella, P . Bernardo: xiv, xv, xvi,
XIX.
O
Rybeyrete, Henrico: x x v i i , xxxn,
xxxvi, xxxvni, xxxix.
Ojer, Pablo: x x x v n , XLIII,
Oudin, P . Frangois: XXVII, x x x m .
Ovidio: L. S
Salazar, José Abel: x v i n .
Salustio: L.
P San Francisco Javier: 96.
San Ignacio: 35.
Pacheco, S. J. Juan Manuel: x n , Santiago: 20.
x x x v i i , XL, XLIII, XLIV. Santo Domingo: 69.
Pelleprat, S. J. Pedro: xi, x n , xvi, Santo Tomás, Virrey de: x x v i i .
XVIII, XIX, XXIII, XXIV, x x v , XXVI, Sandoval, P . Alonso de: x x i x .
XXVII, XXVIII, XXIX, XXX, XXXI, Sauvage: x x x i .
XXXII, XXXIII, XXXIV, XXXV, XXXVI, Schmel, P . Juan: 21, 37.
XXXVII, XXXVIII, XXXIX, XL, XLI, Six, Karl: XLIV.
XLII, XLIII, XLIV, XLVII, XLVIII, Sommervogel, S. J. Carlos: x x i v , x x v ,
XLIX, L, LII, L i l i , LIV, LV, LVI, LVII, x x v i , XXVII, x x v i n , x x x , x x x i i ,
LVIii, 5, 6. xxxm, XXXIV, XXXV, XXXVI,
Pelleprat, P . Pedro Ignacio: x x v , XXXVIII.
XXVIII, xxxvi. Sotwell (o Southwell, o Sot vello),
Pellisson, Jules: x x v i , x x v i i , x x v i n , Nathanael: x x v i , XXVII, X X X Í I ,
xxxv, xxxvi. x x x m , XXXIV, XXXV, XXXVI, LVIII.
Pharaon: XLIX. Streit, P . : x x x v i .
110 ÍNDICES

Tapia, Matías: XVI. Vallíere, P , Jaime de la: 22, 23.


Terencio: x u x , L, Van der Pías, Dom Gualbert: x x x v i l .
Ternaux: x x x v i , x x x v n . Vergara, P . : x u v .
Vigne, P . Rene de la: x x x i x .
Virgilio: L.
Vitelleschi, General P . : x x v i n .
Uriarte, S. J.: x x v i , X X X I I I , x x x v i . Vítelieschi, P . : x x i x .
ÍNDICE

Estudio preliminar IX
Notas bibliográficas xxni
Apuntes biográficos XLVIII
Fuentes bibliográficas citadas LIX

A Monseñor Nicolás Fouquet, caballero, Vizconde de Melum, Ministro de


Estado, Sobreintendente de las Finanzas, Procurador General del Rey 3
Extracto del Privilegio del Rey 5
Permiso del Reverendo Padre Provincial 6
índice de los capítulos contenidos en este libro 7

PRIMERA PARTE

De las Islas de América.

Capítulo Primero — Del País en general 9


Capítulo Segundo — Del viaje de nuestros Padres a las Islas y sus empleos 13
Capítulo Tercero - De la conversión de los herejes 18
Capítulo Cuarto — De las Misiones que nuestros Padres han hecho en las
Islas vecinas para la asistencia de los franceses 21
Capítulo Quinto — De la misión irlandesa 24
Capítulo Sexto — De la instrucción de los negros y de los salvajes esclavos 29
Capítulo Séptimo - Misiones de los salvajes de Martinica y de San Vicente 36
Capítulo Octavo — El asesinato de los Padres Aubergeón, Gueimu y de dos
jóvenes franceses que les acompañaban 41

SEGUNDA P A R T E

Retato de las Misiones de los Padres de la Compañía de Jesús en Tierra Firme


de América Meridional.

Capítulo Primero — Primer viaje del Padre Mesland a Tierra Firme.


Descripción del País 47
Capítulo Segundo - Segundo viaje del Padre Mesland a Tierra Firme y
lo que nos ocurrió en el camino 53
112 ÍNDICE

Capítulo Tercero — Nuestra llegada a Guarapiche y partida del P . Mesland


para Santo Tomás 57
Capítulo Cuarto — De las ventajas y de las maravillas de este país 61
Capítulo Quinto — Continuación de la misma materia 66
Capítulo Sexto — Del gran número de Salvajes de estas regiones y de su
policía 68
Capítulo Séptimo — De sus costumbres 72
Capítulo Octavo — D e sus costumbres y de sus disposiciones para recibir
la fe 76
Capítulo Noveno - MÍ ocupación en Tierra Firme 82
Capítulo Décimo — De los Bautismos que hemos hecho en Guarapiche . . 87
Capítulo Once — Los Salvajes piden que vayan franceses a sus tierras . . 89
Capítulo Doce - M i partida de Guarapiche para las Islas y mi regreso a
Francia 93
Extracto de u n a carta 97
índices 99
SE TERMINO DE IMPRIMIR ESTE LIBRO,
REALIZADO EN LOS TALLERES DE
ITALGRAFICA, C. A., CARACAS,
EN EL MES DE DICIEMBRE DE 1965

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