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Resultados de la investigación

Dado nuestro objeto de estudio, Crítica literaria marxista en el siglo XX, nos limitamos al
análisis de los teóricos marxistas de la primera mitad del siglo XX, centrándonos particularmente en los
llamados “marxistas occidentales”, quienes no constituyen un cuerpo teórico homogéneo sino que
abarcan distintos autores con posiciones políticas y estéticas diversas.
En su obra Consideraciones sobre el marxismo occidental, Perry Anderson distingue a autores
como Lukács, Benjamin, Adorno, Horkheimer, de la tradición del “marxismo clásico” (Marx, Engels,
Lenin, Trotsky) abocado a cuestiones relativas a la política y la estrategia revolucionaria. Señala en los
primeros el desplazamiento de los temas centrales del marxismo (economía, política) al arte y la cultura y
caracteriza la corriente de conjunto como un “producto de la derrota” frente al fascismo y el stalinismo.
Aunque se ha insistido en un supuesto economicismo en el cuerpo teórico de los marxistas
clásicos (y aun cuando los temas relativos al arte y la cultura no fueron los preponderantes) existen varios
escritos en los que éstos desarrollan una crítica no lineal sobre autores conservadores o reaccionarios: es
el caso de Engels, quien reivindica la obra de Balzac por su brillante retrato de la sociedad feudal en
decadencia (desarrollando sus conceptos sobre “tendencia objetiva” y “tendencia subjetiva” en literatura),
o de Lenin y Trotsky, quienes ven en las novelas de Tolstoi la posibilidad de un cuestionamiento a las
condiciones de vida del campesinado bajo el zarismo (pese a la exaltación idealista de la vida campesina
de Tolstoi).
En estos escritos, los marxistas clásicos problematizan acerca del “realismo” en forma dialéctica,
opuesta al mecanicismo vulgar del “realismo socialista” -devenido en estilo oficial bajo el stalinismo en
la URSS-, al que criticaron los marxistas occidentales. En este sentido creemos que se puede establecer
un diálogo entre estos escritos y la polémica sobre el realismo del año `38, en la que participan Lukács,
Bloch y Brecht.

La utopía en el marxismo occidental

En las primeras décadas del siglo XX los exponentes del marxismo occidental se caracterizaron
por la crítica a la racionalidad y el progreso capitalistas. A ellos el húngaro Georg Lukács opone en sus
primeros años un subjetivismo voluntarista. En Teoría de la novela (1916) expone su modelo de
revolucionario, aquel capaz de salirse de los mandatos establecidos por la legalidad burguesa en aras del
bienestar común. Influido por la tragedia griega, sostiene en sus escritos sobre el realismo la necesidad de
liberarse de la “anarquía del claroscuro” impuesta por la representación de la vida cotidiana y de buscar
tipos que expresen (o mejor dicho, reflejen) una “totalidad” donde confluya lo “general” (conceptos) y lo
particular (objetos, individuos), resolviéndose así en la obra de arte la oposición entre fenómeno y
esencia. Desde allí hace una crítica a las formas fragmentarias de representación de las vanguardias.
Bloch y Brecht vieron con mayor simpatía las vanguardias; el último utiliza algunas de sus
formas novedosas en el “teatro épico”, con las que intenta romper con la “catarsis” propia del teatro
clásico -busca la reflexión del espectador más que la identificación-.
Walter Benjamin (fuertemente influido por el simbolismo y el surrealismo) considera que se debe
romper la totalidad u “organicidad” presentada como natural en la representación, la cual en la sociedad
capitalista equivale a la organicidad del mercado y a un falso intento de homogeneización. Ve en las
vanguardias una experiencia concreta capaz de mostrar las contradicciones en el mundo representado.
Por su parte Adorno teoriza sobre la autonomía del arte y la posibilidad de crítica social que permite esta
autonomía.
Aunque desde distintas perspectivas, todos coinciden en que el arte permite mostrar una “utopía”, ya sea
desacralizando la sociedad existente o mostrando un “conocimiento” distinto del mundo, aquello que aún
no existe pero está latente bajo el capitalismo.

La problemática del fascismo

El ascenso del fascismo y con él, de la propaganda de masas que acompañó al régimen,
representa uno de los hechos decisivos en la producción de estos autores, signando también, por
supuesto, sus vidas personales: la mayoría de ellos fue exiliada y Benjamin se suicidó antes de escapar.
Benjamin considera que para dar batalla al fascismo en el terreno cultural será necesario dar fundamentos
políticos al arte, en el sentido de plantearlo como actividad reflexiva y crítica. El fascismo utiliza el arte
tanto en su forma “cultual” (forma de percepción predominante en el arte medieval, ligada a funciones de
tipo político-religioso) como “fruitiva” (forma de percepción ligada al mercado, surgida con el
capitalismo y acrecentada con el uso de los medios técnicos). Lo que conduce a una “estetización de la
política” en el sentido de culto al poder.
Otros autores como Horkheimer buscan explicar el fenómeno del fascismo desde una perspectiva
cultural, como un régimen basado en el terror psicológico y en la racionalidad tecnológica más que en
factores económicos. La derrota de los procesos revolucionarios en Europa, el fascismo y la
burocratización de la URSS contribuyeron a la reclusión de los marxistas occidentales en la problemática
cultural y a un creciente escepticismo en la perspectiva revolucionaria. Aunque en distintos aspectos,
especialmente relacionados con la estética, criticaron al stalinismo, no se pronunciaron categóricamente
contra él en el terreno político.

Industria cultural y cultura de masas

Benjamin, en su escrito La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica, plantea que


el desarrollo de la técnica (por ejemplo, del cine) acerca a las masas a la vida cultural (en este sentido las
obras pierden su “aura”) a la vez que genera un mayor distanciamiento (y posiblemente un rol más
crítico) frente a la obra de arte. Esta nueva forma de percepción se ajustaría más a la vida en las grandes
metrópolis y permitiría un mayor estrechamiento del arte con la vida cotidiana. No deja de ver el
componente de pasividad que genera la mercantilización de la cultura (explotada en su función “fruitiva”)
pero de conjunto lo considera un movimiento progresivo.
Adorno y Horkheimer, en cambio, en su Dialéctica del iluminismo, verán con alarma el
crecimiento de lo que ellos llaman “industria cultural”, y consideran que este acercamiento de las masas a
la vida cultural malogra cualquier perspectiva crítica, porque las vuelve susceptibles a la “manipulación”
de la burguesía. Por un lado, la industria cultural incorpora la vida cotidiana en sus temáticas, reforzando
la idea del progreso individual y la competencia, y además, es capaz de mercantilizar a las vanguardias,
otrora subversivas del orden social. Para ellos, con la industria cultural la “civilización” será capaz de
engullir a la “cultura”.
No obstante, Benjamin no veía posible la plena fusión del arte con la vida cotidiana de las masas
en la sociedad capitalista, sino que consideraba que la cultura de masas y la reproductibilidad técnica
podían brindar la posibilidad de una lucha en el terreno político por su transformación. Para Benjamin se
plantea una lucha entre el arte como instrumento de la clase dominante o de la lucha por la liberación de
las masas.

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