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¡Oh, Soledad! es uno de esos libros que retan a las clasificaciones. Es difícil decidir en el estante de qué géne-
ro se podría incluir. No es un libro de relatos, tampoco una novela y mucho menos una autobiografía, aunque
una pizca de cada una de estas categorías espolvorean sus líneas. La psicoanalista y escritora francesa Cat-
herine Millot nos propone un viaje en el tiempo y el espacio. Sus referencias constantes a Roland Barthes o
Jacques Lacan, con quien la autora se analizó durante ocho años, trasladan al lector a la hoy añorada Fran-
cia de los 70. Pero el viaje de la también profesora del Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de
París VIII no se detiene en la ciudad de la luz y pasea también por Budapest o Finlandia donde Millot residió
de muy joven con su familia. Entre otros destinos el libro recorre la Patagonia argentina retratada por el na-
turalista y escritor William Henry Hudson, los horizontes pictóricos de Caspar David Friedrich o las historias
extraordinarias de Edgard Allan Poe.
En una época de ruido ensordecedor y conexiones hipertrofiadas este volumen de la colección La Palabra Ex-
trema de Ned Ediciones es casi un regalo. Una oda al silencio y al vacío de la página en blanco para convertir-
la después en pura contemplación. Desde La Casa de la Paraula conversamos con Catherine Millot, invitada
por el Institut Français de Barcelona, sobre la soledad y su diversidad de matices.
Usted cuenta que cuando tenía alrededor de 17 años se decía a sí misma que quería devenir psicoa-
nalista y escritora. ¿Le gustan los destinos solitarios?
¿Así, ser psicoanalista es solitario? Creo que no es solitario de la misma forma que lo sería el escritor,
quien en efecto, está solo cuando escribe. El psicoanalista de todas formas recibe visitas. Entonces
quizás más bien diría que un psicoanalista es solitario en el sentido de que no se trata de una relación
simétrica, de intercambio recíproco. En la relación analítica hay una no reciprocidad. De modo que es
una posición solitaria hasta cierto punto.
Yo también me he dedicado a la enseñanza durante mucho tiempo y esa es también una situación en
la que se tiene relación con otros, pero es una posición en la que de algún modo se está completamen-
te solo. Solo ante los demás. Así que, en efecto, debe ser que la soledad está inscrita en mi en todas
sus formas.
¿En qué se relacionarían la soledad del analista: solo frente a su analizante; y la soledad del escri-
tor: solo frente a la hoja en blanco?
No sé si se puede, en el caso del psicoanalista, hablar exactamente de soledad porque la soledad fren-
te al paciente no es lo más importante. Con el paciente lo que es preciso es acoger su palabra. Lo que
caracteriza la posición del analista es que él no dice nada y si no dice nada es para poder acoger mejor
la palabra del otro. Es todo lo contrario de lo que ocurre en la relación humana ordinaria donde al-
guien habla y luego el otro dice: “¡ah, pues yo también!” o bien “yo tampoco”. En esos casos se corta en
cierto modo la palabra del otro. En psicoanálisis también se corta la palabra del otro pero no de la
misma forma. Por otra parte, para mí, la página en blanco o la escritura tienen una relación con el aná-
lisis. Cuando escribo estoy más bien en una posición de analizante y dejo que surja lo que se me ocu-
rre. De alguna manera cuando escribo practico la asociación libre. Esto se nota bastante en mi último
libro [¡Oh, soledad!] en el que doy libre curso a las asociaciones.
Catherine Millot, psicoanalista y escritora. Entrevista realizada en el Institut Français de Barcelona. Fotos: Manuel J. Mora.
¿Freud habla en estos términos?. No sé si Freud decía esto. En cualquier caso quizá está relacionado
con el término freudiano Hilflosigkeit. Un término, en efecto, vinculado con la experiencia originaria
de lo que Lacan llamaba “sin recurso”. Lacan traducía el término alemán Hilflosigkeit con la expresión
francesa estar sin recursos, es decir, no poder apelar al otro. Esto se traduce en francés también con
el término détresse. Seria como una sensación de desamparo en el niño en el momento en el que la
madre no responde a su llamada. El niño cuando es muy pequeño atraviesa esta experiencia y aquí te-
nemos, en efecto, una experiencia originaria de la soledad en el sentido de ser abandonado.
Lacan cita en uno de sus seminarios esta frase: “El inconsciente, es que en suma uno habla solo. Uno
habla solo porque uno no dice jamás sino una sola y misma cosa – salvo si uno se abre a dialogar con
un psicoanalista”. ¿Qué relación mantienen la soledad y el inconsciente?
Pues no sé muy bien porque pero no me acuerdo en absoluto de esta frase de Lacan. No me dice nada.
Es cierto que uno dice siempre lo mismo. Es lo que se puede decir de lo que uno hace en el diván, ha-
blar siempre alrededor de las mismas cosas. El trabajo del análisis es dar vueltas y rodearlas cada vez
de más cerca con respecto a un punto. ¿Lo que diría Lacan entonces es que se está solo salvo que uno
vaya a un analista? Lo encuentro un poco curioso. El análisis sería el único lugar donde uno no está
solo, donde uno es escuchado. En todo caso sí es cierto que en un análisis uno es escuchado y en ese
sentido no está solo.
Catherine Millot, psicoanalista y escritora. Entrevista realizada en el Institut Français de Barcelona. Fotos:
Manuel J. Mora.
Leyendo ¡Oh, soledad! pensé en el libro de Pierre Rey Una temporada con Lacan. Para mí ese relato es
una suerte de paradoja. Cómo alguien que llega a la consulta de un analista, porque no puede conti-
nuar escribiendo, concluye publicando un libro sobre su análisis. ¿La soledad de la escritura tiene
algo de liberador?
Una temporada con Lacan quizá sea el mejor libro de Pierre Rey. Para mí en todo caso, a diferencia de
él, más que acabar mi análisis y escribir puedo decir que proseguí mi análisis a través de libros que he
escrito. Interrumpí mi análisis en la realidad pero proseguí mi análisis a través de la escritura de modo
que si eso es una liberación del psicoanálisis, ¡tardó mucho!. Quizá para mí esa liberación coincidiría
más bien con el hecho de dejar de escribir, también.
En los comienzos de mi análisis con él lo que advertí es que las intervenciones de Lacan eran un poco
como en el judo. Es como si él utilizara lo que uno decía para darle la vuelta y al mismo tiempo hacer
que uno se separara de alguna posición en la que estaba anclado. Estuve en análisis con Lacan duran-
te ocho años. Después de su muerte retomé un análisis con otro analista con quien también estuve
mucho tiempo. Mucho tiempo después lo que me quedó es que el análisis con Lacan había sido el más
importante. Para empezar fue un análisis terapéutico. Hubo un gran cambio terapéutico. Otra carac-
terística del análisis con Lacan es que es algo que te pone al desnudo y por otra parte eso se producía
de una forma bastante dura. Era un poco como ser despellejado. Creo que hice un segundo análisis
para recuperarme del primero, para darme cuenta luego que la verdadera función del análisis, su lado
más decisivo, el filo de mi análisis había tenido lugar con Lacan.
Marcel Proust, Clarice Lispector, Salvador Espriu, Natsume Soseki… Todos ellos tienen en común
que en su pasión por la lectura y la escritura la cama fue un lugar importante. En su libro usted es-
cribe: “La cama puede ser el lugar a partir del cual se despliega la relación con el mundo”. ¿Por qué?
Digo esto quizás a partir de una mujer de la alta burguesía napolitana a quien conocí y tuve ocasión
de visitar. Era la madre de una amiga, una escritora de libros de cocina, motivo por el cual era muy co-
nocida y estaba vinculada con el mundo entero. La mujer no salía de su casa, no salía de su habitación.
Tenía a su alrededor una especie de parapeto de mesas, estaba rodeada, con todas sus carpetas. A pe-
sar de que en aquella época no había internet su relación con el mundo y con sus lectores partía de la
correspondencia o del teléfono. Su relación con el mundo partía de ese lugar donde se encontraba.
También cuando yo trabajo en la cama tengo el teléfono y ahora internet, es decir, estoy conectada
con el mundo, en efecto, desde la cama. Esto es durante una parte del día, la otra parte estoy con mis
pacientes, de modo que a pesar de todo salgo de mi cama para recibir a mis pacientes.
Catherine Millot, psicoanalista y escritora. Entrevista realizada en el Institut Français de Barcelona. Fotos:
Manuel J. Mora.
En su obra más que de una única soledad usted habla de soledades. La soledad es una estrategia pa-
radójica: sirve para evitar el riesgo que implica el encuentro pero a la vez genera sufrimiento. ¿Esta-
ría de acuerdo?
No tengo la impresión de que hable de eso en mi libro. Es cierto que sí habría una soledad para prote-
gerse de la relación con los demás, eso existe. Pero hay una soledad que más bien está abierta. Esa es
una soledad que está también abierta a la dimensión de la contemplación, a una relación con el mun-
do y por tanto incluye también la posibilidad del encuentro.
Pero la soledad tiene una dimensión también de sufrimiento. ¿No muestra una visión de la soledad
demasiado romántica en su libro?
La soledad como sufrimiento existe pero no he destacado, precisamente, esta dimensión de la sole-
dad que tiene más que ver con la soledad angustiante vinculada con el abandono. Lo que he querido
mostrar en mi libro es que había soledades positivas que eran el suelo, la base, a partir de la cual se
puede uno encontrar con el otro. En cierto modo es preciso haber asumido una soledad fundamental
para poder encontrarse con los otros.
La soledad en nuestro tiempo contemporáneo parece casi un imposible. Vivimos una época en la
que aparentemente estamos hiperconectados. Siempre hay alguien al otro lado. ¿De qué manera
eso nos aleja cada vez más de nuestra subjetividad?
Sí, efectivamente, tratar de estar conectado en todo momento es un efecto de la angustia de la sole-
dad. En mi opinión esto es muy nocivo precisamente porque te separa de una dimensión esencial de la
vida que consiste en una relación contigo mismo en la soledad. Para mí, eso es algo fundamental.
“La elección de la soledad ha tenido siempre dos caras: la celda o el desierto”, escribe. ¿La soledad
es una elección?
En la historia de la religión cristiana hay toda una cultura del aislamiento voluntario. Y este aislamien-
to voluntario ha adquirido dos formas. Por un lado adquirió la forma monástica, cada uno solo en su
celda pero en una comunidad; y por otra parte adquirió la forma del anacoreta, es decir, el que se reti-
ra y que está solo en el desierto frente a un espacio grande. En este caso se trata de la relación de la
soledad con el infinito. En relación a esto, en mi libro tomé dos ejemplos. Por un lado Roland Barthes
que se situaría del lado del monje que aspiraba a un tipo de vida comunitaria de este tipo pero que
nunca llegó a realizar aunque le hubiera gustado. Barthes pasaba una parte del día encerrado en su
despacho, es la idea de la clausura. Luego está William Henry Hudson que por su parte no sería exac-
tamente el anacoreta – porque el anacoreta está fijo en un punto del desierto- sino más bien una es-
pecie de errante. En su caso fue errante durante mucho tiempo, recorrió toda una parte de Argentina
como un vagabundo pero lo que le gustaba era el desierto.
¡Es verdad!
“La soledad más deliciosa y más apacible es aquélla en la que el otro está presente y no nos pide
nada”. ¿Sería esta una soledad más relacionada con la confianza, la comodidad o la familiaridad?
Sí, esto es algo que Winnicott mostró muy bien. En relación con la presencia materna el niño al mismo
tiempo tiene su espacio. Él habla mucho de los espacios transicionales. El niño tiene su propio espa-
cio, su espacio de juego y al mismo tiempo permanece en el espacio materno. Esto tiene que ver con
esa dimensión primitiva, se puede decir que es así como se construye la capacidad para estar solo, a
partir de esta relación con la madre: cuando la madre está ocupada en otras cosas y te deja en paz.
Ahora leo. Estoy en un momento de lectura. Nunca sé cuando voy a escribir. Después de un libro nun-
ca sé si voy a escribir algún otro. Así que no lo sé. Leyendo le doy vueltas a algo. Necesito espacio en-
tre los libros que escribo.
Catherine Millot, psicoanalista y escritora. Entrevista realizada en el Institut Français de Barcelona. Fotos: Manuel J. Mora.
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