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A MANERA DE INTRODUCCIÓN
Es preocupante ver como en los últimos años, el tema ético, de valores, la educación moral ha
retomado un auge considerable, ello por la descomposición moral y valorativa que se vive en
nuestro país. La crisis y descomposición social, se expresa como crisis y descomposición moral y
valorativa, no al revés. Eso sin embargo no nos debe llamar la atención, dado que cuando el
{sistema social y sus formas de vida entran en crisis, se nos imponen una serie de distractores
con el objeto de evitar que veamos el problema de fondo, el problema real, esto es lo económico
y lo político; por ello es que hoy el sistema que controla el mundo (neoliberalismo) nos vende la
idea que la grave crisis por la que pasamos, es una crisis de valores morales, una crisis valorativa,
que cuando se supere, se superará la crisis estructural en la que vivimos. Se nos vende la idea
(la cual consideramos errada) que la causa de la grave crisis por la que pasamos en todos los
ámbitos, únicamente se superará cuando se supere la crisis de valores morales en la que vivimos.
Se oculta que el problema es de carácter económico y político, es estructural y que los valores
y las valoraciones morales reflejan las características de la sociedad en la que vivimos; se toman
como algo abstracto, ahistórico, atemporal, como si aparecieran de la nada, por arte de magia,
menos quieren entender que la crisis de valores morales y valoraciones es reflejo de la crisis
estructural por la cual pasa el sistema social en todos sus ámbitos. Y es claro que el problema de
la grave crisis moral por la que pasamos, la cual es producto, reflejo de la grave crisis estructural
que vivimos, crisis del sistema neoliberal.
Esta crisis de valoraciones morales, ¿por qué decimos de valoraciones morales? Porque lo que
se transmite, lo que se discute son opiniones, las formas, maneras peculiares que tiene cada
clase social, cada individuo de valorar las cosas, hechos, fenómenos, etc. Ahí tenemos que si se
habla de la justicia escucharemos diferentes opiniones, puntos de vista que van de la mano,
reflejan los intereses, la concepción de quien los manifiesta.
Si tengo una tarántula, cada persona tendrá una opinión acerca de ella, por ejemplo
culturalmente nos dicen que es fea, repugnante, venenosa, pero, digamos lo que se nos ocurra,
la tarántula sigue siendo un arácnido que tiene características que hacen que sea tarántula y no
un sapo o perro, de ahí que no porque se le diga fea cambia a algo diferente; además si la viera
un biólogo especialista en arácnidos, diaria, ¡que hermoso ejemplar, que hermoso color, que
tamaño!, etc. Digamos lo que queramos y seguirá siendo araña, con las características que la
hacen única, es lo que es, no lo que nosotros queremos o creemos.
La ética como filosofía moral es una herramienta que colabora en cada individuo en la
construcción de lo que denominamos persona moral, aquella que entiende racionalmente el
problema de la moral, lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, etc., ayuda a poder reflexionar las
cuestiones morales, que sabemos están determinadas por factores económicos, sociales,
políticos, psicológicos, etc., la ética no ignora tales factores, porque son su fundamento, su
punto de partida. Se puede decir que la ética, la filosofía moral, habrá conseguido dar razón del
fenómeno moral, y así dará sentido a su vida.
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La ética es una disciplina filosófica normativa, busca orientar las acciones del ser humano, su
moralidad, de cómo debe comportarse dentro de su entorno social, también la moral es la que
se encarga de la conducta del ser humano a la hora de actuar y desenvolverse dentro de la
sociedad, la ética y la moral están unidas, ayudan al ser humano a ser más humano.
EL ASUNTO.
Aclaremos de manera sencilla algunos conceptos para poder entender lo que queremos
sustentar.
Es claro que lo primero en aclarar es que no es lo mismo valores que valoraciones, ambas están
íntimamente relacionados, pero son cosas diferentes, mientras que los valores son absolutos y
universales, las valoraciones son relativas, individuales, varían según las épocas, las sociedades,
las circunstancias y varían de persona a persona. Nosotros valoramos los valores, opinamos
acerca de ellos, manifestamos nuestra aceptación o rechazo, nuestro agrado o desagrado, etc.
Confundir los valores con la valoración es igual a confundir el objeto con la percepción que
tenemos de él. La percepción no crea al objeto, sino que lo capta; lo mismo sucede con la
valoración. Lo subjetivo es el proceso de captación del valor. No podemos reducir lo valioso, lo
que la cosa es a aquello que nos agrada, desagrada o interesa.
Por encima del agrado o desagrado, que es la valoración, está lo objetivo, un valor moral que no
depende de lo cambiante de nuestros gustos e intereses; el valor moral es y está, no depende
de nosotros.
Por lo señalado afirmamos que la gran mayoría de personas comete errores al hablar de valores
y valoraciones, así tenemos:
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Es necesario aclarar que los valores sociales surgen de las relaciones entre los hombres (las
condiciones concretas en las que se vive, condiciones socio-económicas) al igual que la manera
de valorarlos, depende de la época, la sociedad, las necesidades, las circunstancias y de los
individuos; lo cual es diferente a los valores naturales, ya que ellos están ahí, no dependen del
hombre para existir en cuanto son lo que la cosa, hecho o fenómeno es, el hombre lo que hace
es valorarlos.
En el caso de los valores sociales se desarrollan como producto de las relaciones entre los
hombres en sociedad, no existen al margen de la sociedad, y se aprecian en las personas al
relacionarse en sociedad. No son puramente abstractos, son abstractos y concretos.
Vemos que en la vida cotidiana, en lo cotidiano, se cree que el hombre es quien le da valor a las
cosas, se cree que las cosas carecen de valor; pero vemos que la práctica nos indica que no es
así, en cuanto las cosas poseen valores, lo que el hombre hace es sólo aceptar o rechazar las
características (el valor) que ellas poseen, el hombre no crea valor sólo valora. De ahí podemos
señalar que los valores son absolutos, universales (también cambian, se modifican, pero su
proceso es largo); pero no así la valoración, las cuales son relativas. Que quede claro, los valores
son absolutos, son, están; pero no así las opiniones, las valoraciones… la práctica lo demuestra.
De lo expuesto también podemos afirmar que todo hombre, toda persona moral, transmite
valores y valoraciones morales, pero lo que lo define es su valoración, su manera peculiar de
valorar. Quien determina su forma, manera de vivir, de ser, es la valoración.
Podemos afirmar que los valores valen y por eso nos atraen, no son pura creación subjetiva.
Consideramos buenas o malas, agradables o desagradables aquellas cosas que son portadoras
de algún tipo de valor, como es el caso de una flor, una mariposa, una melodía hermosa, etc. Y
las consideramos buenas porque descubrimos en ellas un valor y no porque a nosotros se nos
ocurra dárselo. Ahora bien para que esos valores se den a conocer tendrá que intervenir un
sujeto que los capte, de ahí que la creatividad humana sea también conformadora de la realidad
ética ya que ayuda a captar los valores morales. Dependerá de esa intervención del ser humano
la captación de unos valores y no de otros, los cuales serán valorados.
Toda persona presenta un marco valorativo, esquema de valores y valoración que determinan y
condicionan su accionar. Debemos recordar que toda sociedad presenta sus propios valores y
valoraciones, que comúnmente son los valores y valoración de la clase social que controla el
estado, pero que los individuos discriminan eligiendo aquellos que corresponden a sus intereses,
sus necesidades y características (esa valoración puede ser positiva o negativa).
Las valoraciones, en la medida en que son un constructo humano, tanto colectivo (moral social)
como individual, se relacionan con otras estructuras también vinculadas con la acción social,
actitudes y la ideología. De ahí que se afirme que los valores sólo pueden ser conceptualizados
a partir de una teoría general de la acción humana. Por ello consideramos que las valoraciones
se funden dialécticamente entre lo objetivo y lo subjetivo, se estructuran jerárquicamente en
cada individuo y en muchos casos se manifiestan inconscientemente. Es por ello que en la
formación de valoraciones se debe tener presente no sólo lo intelectual, sino movilizar
internamente en cada persona sus procesos afectivos.
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Nuestra posición es que el ser humano acepta o rechaza las características que ellas, las cosas
y los fenómenos poseen (valores). El hombre no crea, no inventa el valor (de las cosas,
fenómenos), sólo valora el valor que posee el sujeto, objeto o fenómeno; valor que le es
inmanente a este objeto aún si no hubiese individuo que le otorgara dichas características. Y
esto nos lleva a una pregunta ¿y al final qué es lo que el hombre valora en rigor? Consideramos
que ese algo es el valor expresado como características de tal valor (lo que existe en la cosa)
Todo docente, de la especialidad que sea, de la profesión que sea, transmite determinadas
valoraciones, las cuales son su manera particular de ver las cosas, su manera de interpretar la
realidad, su concepción del mundo, su propia valoración.
Hoy nuestro país pasa por una terrible crisis de valores y valoraciones morales, pero que como
dijimos líneas arriba es reflejo de la crisis estructural por la que pasa el país, crisis en lo
económico, en lo social, en lo político.
Nuestro país está en crisis, de ahí que la educación en nuestro país está en crisis. De ahí que la
formación está en crisis.
Está crisis debería reflejarse en los contenidos en los planes curriculares, que se orienten a
plantear alternativas, propuestas que permitan buscar salidas a esta crisis en el ámbito que le
compete.
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primer momento el individuo no se identifica con ningún código moral determinado,
determinada concepción moral, asume la que predomina socialmente, sin reflexionarla ni
criticarla; esto no significa que permanezca “neutral” ante los diversos códigos morales que
hayan existido o puedan existir, pero, en la práctica en lo cotidiano tomará posición por uno de
los códigos valorativos que existen, practicará cierto tipo de valoración moral.
Todos adoptamos una determinada concepción moral, y con ella “funcionamos”: con ella
juzgamos (valoramos) lo que hacen los demás y lo que hacemos nosotros mismos, por ella nos
sentimos a veces felices y alegres de nuestro comportamiento y otras tristes, preocupados y
culpables. A lo largo de la vida, las personas pueden adoptar una sola o bien una suma de
diversas valoraciones que se adecuen a lo que queremos; si no nos satisface la que tenemos,
podemos utilizar otro esquema de valoraciones morales, en todo o en parte; y esto lo haremos
tantas veces como sea necesario o conveniente. Somos seres sociales, sujetos sociales, nos
formamos moralmente en nuestro contexto, nuestra realidad, nuestra familia, y a partir de ahí
podemos comparar.
Sin embargo cada tradición, cada concepción moral. Pretende que su modo de entender la vida
humana sea el modo más adecuado de hacerlo. Su particular manera de orientar a las personas
se presenta como el mejor camino para hacerse plenamente humano (Cortina, Martínez, 2001),
claro está que ello depende de la época, la sociedad, condiciones de vida, necesidades, nivel
cultural, etc.
Por tanto cuando se habla de crisis de valores ¿qué se quiere decir? ¿No será acaso que se está
cambiando en cuanto a la manera de valorar? Es como si tuviéramos que cambiar nuestros usos
y costumbres al visitar otra realidad, otro país diferente al nuestro, en cuanto las que tenemos
no se adecuan. Cuando nos decidimos a cambiar es cuando notamos la importancia que tienen
las valoraciones para nuestra vida. Pues así sería nuestra vida sin valores ni valoraciones o
pensemos sino, en un mundo sin generosidad, sin armonía, sin lealtad, sin justicia, sin
solidaridad, sin respeto, etc. La crisis de valoraciones es un indicador de que debemos de
cambiar nuestra forma de valorar, de apreciar. Ello se manifiesta en una vida en crisis que se
manifiesta en una crisis de valoraciones y no al revés.
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interrelacionarse con su grupo social y familiar ya que el niño, adolescente y el joven viven cada
experiencia y con ello las va adquiriendo, las cuales luego repercutirán en su personalidad. En
el aula se forma éticamente, no con el discurso sino con el ejemplo con la práctica cotidiana.
Si nosotros queremos entender estos procesos hay que tener en cuenta los diversos factores
que influyen en el aprendizaje de los valores y las valoraciones como son la necesidad de
satisfacer las necesidades personales y el deseo de pertenecer a un grupo social. La observación
juega un papel determinante en la captación e imitación de modelos que proporcionan las
personas próximas, al igual que los medios de comunicación, así también la exigencia educativa
de acatar normas y reglas de vida como la aplicación de sanciones de conducta. Los niños, los
adolescentes, los jóvenes captan y aprenden los valores y valoraciones a través de la imitación
y la observación y participación activa en la sociedad, lo cual formará parte de su desarrollo
básico e integral.
Los docentes manejan una moral sustentada en una teoría ética que la explica y fundamenta,
pero en pocos de ellos se ha hecho conciencia, pero, a partir de las valoraciones morales que
manejan en lo cotidiano construyen su moralidad, en otras palabras la manera como viven la
moral, como la practican; más simple, como viven, como actúan, como hacen o dejan de hacer
algo.
Cada uno de nosotros maneja una escala de valoraciones, claro está que nuestras escalas de
valoraciones tiene un origen social, en cuanto existe la valoración social, la manera peculiar de
como cada sociedad valora. La escala de valoraciones que manejamos se construye en lo
cotidiano; con dicha escala nos manejamos y orientamos nuestras decisiones, seamos
conscientes o no; de ahí la necesidad de:
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La escala de valoraciones es el fundamento que orienta nuestro vivir diario. Si no la tenemos
clara, nuestra forma de vida no será clara. La escala de valoraciones es uno de los instrumentos
básicos para el diseño del proyecto de vida.
Comenzamos a articular nuestra escala de valoraciones con las de otros cuando nos
relacionamos en lo cotidiano. Una familia, por ejemplo, es un proyecto de vida conjunto sobre
una escala común de valoraciones (eso no quita que cada integrante tenga su peculiar escala de
valoraciones). La cultura es un sistema de valoraciones compartidas (valoración social), reflejado
en todas sus manifestaciones, instituciones, leyes, usos, costumbres, hábitos sociales, etc.
En la universidad, en particular, encontramos que los docentes muy pocas veces se sujetan a los
principios, normas y valoraciones morales de la universidad, los cuales se explicitan en el plan
curricular y en claro está los cursos en específico. Los docentes en la práctica comunican su
forma peculiar de valorar y sus propios principios, sus creencias, ello determinado por la
concepción del mundo que manejan; de ahí que no se consiga el perfil propuesto en la formación
profesional de cada institución, queda en mera y simple profesionalización, donde predomina
el conocimiento, lo cognoscitivo, se deja de lado, se obvia la formación.
Vallaeys (2008) nos dice: “La Universidad tiene por supuesto un impacto directo sobre la
formación de los jóvenes y profesionales, su manera de entender e interpretar el mundo,
comportarse en él y valorar ciertas cosas en su vida… Influye asimismo sobre la deontología
profesional, orienta (de modo consciente o no) la definición de la ética profesional de cada
disciplina y su rol social.”
El docente debe entender que no es lo mismo formar para la vida (o colaborar con ello) que
capacitar para el trabajo. Las personas nos capacitamos para aprender a usar o hacer algo en la
práctica, adquirir habilidades. No se propone la formación, la realización de las personas. La
capacitación profesional es una parte de la formación, no es su esencia.
En el afán de intervenir ésta realidad que es preocupante, los docentes que en sus contenidos,
directa o indirectamente, consciente o inconscientemente, transmiten valoraciones morales, ya
sea positivas o negativas (porque no todo lo que se hace las aulas es positivo), hemos incurrido
en sesgos de pensamiento a la hora de abordar nuestra labor, pequeños pero importantes,
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puesto que modifican notablemente los propósitos de la formación moral, intrínseca de nuestra
labor en el aula. Todo ello, como señalamos líneas arriba, es provocado por diferencias en
nuestra concepción de enseñar, la cual es cosa de todos los días – vamos a cumplir o no lo
normado por la institución que nos acoge- y que hace de la tarea de brindar educación moral
algo muy distinto de lo que originalmente pretendía ser, desde pensar por los otros, hasta hacer
lo que a otros les corresponde. Los docentes en la formación que inculcamos en las aulas,
incurrimos en errores o falacias que afectan fuertemente la intervención educativa.
Querer (en su mayoría) que los estudiantes piensen como nosotros, nos molestamos,
etiquetamos a quienes nos cuestionan o piense diferente; vendemos equivocadamente
la idea de que nuestra perspectiva es la única correcta.
Creer que nuestro cargo o nuestros grados son suficiente autoridad para que se acepten
nuestros criterios.
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Así como, muchos docentes, adoptan una posición beligerante (Buxarrais, et. al, 1999)
ante ciertas conductas no deseables en el aula y en la organización social, debemos
adquirir conciencia que es urgente la necesidad de una posición más crítica, más clara,
ante las intenciones de elegir, buscar los caminos más cortos o fáciles para alcanzar
objetivos; se debe acabar con ser vendedor de recetas de lo que se debe y no se debe
hacer (desde nuestra mirada), para mostrarnos congruentes con esa intención de
colaborar en desarrollar en ellos el juicio moral crítico y responsable a partir de
situaciones prácticas y cotidianas llevadas deliberadamente a los alumnos para alcanzar
dicho objetivo.
Necesitamos formar futuros profesionales con sensibilidad social, sensibles a las desigualdades
y a las diferencias. En eso deben comprometerse como ciudadanos, como profesionales. En una
sociedad tan diversa como la nuestra, multicultural y plurilingüe, los proyectos de formación
moral, ética, no pueden ser concebidos desde fuera de la realidad, totalmente
descontextualizados, culturalmente extraños. La formación ética debe ser producto de nuestro
contexto de nuestra realidad y necesidades. Necesitamos que los futuros profesionales que
salgan de las universidades se involucren en la problemática social y cultural de país, que la
conozcan, para ello se requiere que hayan recibido una formación que los haga capaces de
valorar al otro, a los otros, a la hora de tomar decisiones.
Debemos tener respeto por otras escalas de valoraciones. Lo que no significa no discutirlas y
combatirlas si son negativas para el hombre, para la sociedad, manteniendo un absoluto respeto
por las personas que las encarnan, ello es tolerancia, respeto al ser humano, pero no a sus ideas.
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expresadas en la práctica, no mero discurso, pero valoración contextualizada a nuestra realidad
y necesidades; no hablar de valoración moral y moralidad en contextos ajenos totalmente a los
nuestros.
Consideramos que las condiciones básicas, mínimas para una coherente formación en valores
y valoraciones morales debe considerar lo siguiente:
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La tolerancia: aceptar y respetar a los demás, claro está aquello que no perjudica a los
demás. Es en esencia el respeto al ser humano no a sus ideas.
El espíritu colectivo: como medio para permitir el desarrollo individual y de los que
forman nuestro grupo social; que trata de ser destruido por el individualismo del sistema
neoliberal, alimentado por el pragmatismo.
Espíritu crítico y autocrítico: el cual permite poder entender de manera amplia y
coherente nuestra realidad y sus problemas; a la vez entender y enfrentar nuestros
problemas.
La independencia, que nos permitirá libertad en el desarrollo de nuestras cualidades,
capacidades, como el desarrollo de la creatividad.
La participación y la apertura de todos los valores humanos positivos. Buscar que el
hombre se realice integralmente, que le permitan descubrir nuevas dimensiones que le
permitan elevarse a niveles superiores.
A MANERA DE CONCLUSIÓN:
Nos dice Victoria Ojalvo (2014) “Sólo creando espacios de reflexión en el proceso de enseñanza-
aprendizaje en los que el estudiante aprenda a valorar, argumentar sus puntos de vista,
defenderlos ante los que se oponen a ellos, en los que el estudiante tenga libertad para expresar
sus criterios, para discrepar, para plantear iniciativas, para escuchar y comprender a los demás,
para enfrentarse a problemas con seguridad e independencia, para esforzarse por lograr sus
propósitos, espacios en el proceso de enseñanza-aprendizaje en los que sean los docentes
universitarios guías de sus estudiantes, modelos de profesionales, ejemplos a imitar, sólo en
estas condiciones se estará contribuyendo a la educación de valores del estudiante
universitario”.
La educación no debe ser unidireccional, donde el maestro es el único que se cree capaz de crear
y transmitir valores y valoración dejando de lado al educando, el cual también tiene la capacidad
de crear y desarrollar valores y valoraciones morales, a la vez que enriquecer los ya existentes.
Se tiene que dar oportunidad al educando a participar en la elaboración de valores y
planteamiento de valoraciones, el maestro no debe de creer de manera equivocada que es el
único capaz de poder hacerlo. El maestro ha de entender que las valoraciones que él transmite
consciente o inconscientemente (lo más común es que lo haga inconscientemente: el
estudiante la más de las veces mirará nuestras reacciones, qué gesto ponemos frente a
determinadas cosas, qué nos irrita, y en ellos quedará grabado para toda la vida, y no pocas
veces lo asimilará con el agrado o desagrado por el conocimiento impartido conjuntamente en
la situación vivenciada) son aquellos que le inculca el sistema (los cuales considera los más
convenientes y deseables para la formación de los educadores), para lo cual fue formado,
preparado.
Por definición la educación es formación, ello implica transmisión de valores y valoraciones, por
lo tanto es en esencia valorativa. La educación es importante y de gran influencia por el tipo de
valoraciones que van a inculcar a los educandos, lo cual delinea su comportamiento en sociedad.
Consideramos que es un error señalar que en educación se enseñan, transmiten valores, lo que
realmente hacen el educador es transmitir, enseñar su peculiar forma de valorar, de entender,
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apreciar los valores. Todo ello luego es tomado por el alumno que la mayoría de las veces se
apropian de ellos, los hace suyos sin previo discernimiento.
En las aulas universitarias nos encontramos que la mayoría de docentes son buenos y muy
buenos en su especialidad, muchos súper especializados, pero, no tiene formación pedagógica,
no se han formado en los elementos básicos de la pedagogía, con la finalidad de conjugarla con
su especialidad. De ahí que lo formativo no aparece, y si lo hace es muy esporádico, superficial.
¿Qué es lo que el docente debe enseñar: valores o a valorar? Debe enseñar a valorar, él enseña
a valorar, transmite valoraciones: el docente cuando trata de definir la honestidad, lo que
realmente hace es dar su valoración, su opinión sobre la honestidad.
Que los valores y valoraciones forman parte del contenido de la enseñanza; pero sería ingenuo
pensar que una campaña educativa con fines axiológicos (la Axiología es la teoría de los valores
y de los juicios de valor), resolvería los problemas que hoy enfrentan nuestras v sociedades.
Que se debe evitar la transmisión fría y esquemática de valores. Más que enseñar valores fijos,
se debe enseñar a hacer valoraciones propias y autovalorarse.
Que en el trabajo educativo no se pueden establecer recetas; pero sí pueden trazarse puntos de
partida y objetivos, conociendo y respetando las individualidades de cada estudiante. Estos
sujetos, como parte del medio social, responden a determinadas costumbres, hábitos y
actitudes; dada la influencia de la familia, de los medios de difusión, los colectivos sociales, etc.
El docente debe entender que mientras el estudiante aprende y crece en la universidad,
comienza a reflexionar, tomar conciencia de dicho proceso, ello lo lleva a reflexionar, pensar la
moral, lo ético, de ahí que comienza construir su propios criterios éticos. De ahí que el docente
se debe convertir en un orientador, dando pautas, no recetas.
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amplio: formación de seres humanos, mediante todas las acciones que adelanta la universidad
en el ejercicio de sus funciones sustantivas; formación de profesionales capaces de incidir sobre
la realidad social en que se desempeñen; formación de sujetos políticos y, por lo tanto, críticos,
capaces de indignación frente a las inequidades del sistema económico y a las formas de
exclusión que reproduce la cultura dominante, pero también capaces de construir propuestas y
de movilizarse en torno a proyectos de largo plazo a favor de la transformación estructural de la
sociedad; formación, en suma, de una sociedad civil consciente y deliberativa, que interlocute
con el poder y lo cuestione permanentemente, en aras de construir un mejor proyecto de nación
que haga posible, no sólo la democracia real, sino incluso formas cada vez más justas e
incluyentes de organización social”.
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