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CAPÍTULO 6

¿QUÉ ES LA INTELIGENCIA SOCIAL?

EJEMPLO DE LA DEFINICION

Tres adolescentes de doce años se encaminan hacia un campo de fútbol para asistir a clase de
gimnasia. Delante va un muchacho regordete seguido de otros dos de aspecto atlético que se
mofan de él. ¿Así que vas a tratar de jugar al fútbol? pregunta, en tono sarcástico y
despectivo, uno de ellos. El chico rechoncho cierra entonces los ojos unos instantes y respira
profundamente, como si estuviera preparándose para un enfrentamiento. Pero, luego se dirige
a los demás con voz tranquila y serena diciendo: Sí, ya sé que no juego muy bien al fútbol,
pero aun así voy a intentarlo y luego, tras una breve pausa, agrega: Pero lo cierto es que sé
dibujar muy bien. Mostradme algo y veréis lo bien que lo dibujo. Después, dirigiéndose a su
antagonista, añade: ¡Me parece fantástico que sepas jugar bien al fútbol! A mí también me
gustaría jugar tan bien como tú. Quizás, si sigo entrenándome, acabe consiguiéndolo. La
verdad es que no juegas tan mal responde entonces el primero, completamente desarmado,
en un tono muy afectuoso: Si te interesa quizás pueda enseñarte algunas cosas.

Conservando la serenidad, nuestro héroe se resistió a reaccionar al sarcasmo y acabó llevando


a sus ofensores hacia un terreno emocionalmente más amable. Se trata de un ejemplo
evidente de una especie de jiujitsu neuronal aplicado al mundo de la relación que transforma
la química emocional compartida desde un rango hostil hasta otro positivo.

Si queremos tener una comprensión más plena de la inteligencia social, deberemos revisar el
concepto, asegurándonos de que también incluye aptitudes no cognitivas como, por ejemplo,
la sensibilidad de la madre que sabe calmar el llanto de su hijo con el contacto adecuado, sin
detenerse siquiera a pensar un instante lo que tiene que hacer. Los psicólogos todavía no
tienen claro cuáles son las habilidades sociales y cuáles las emocionales. Esto no resulta nada
extraño porque, como también sucede con el cerebro social y el cerebro emocional, ambos
dominios se hallan muy entremezclados.5 Como dice Richard Davidson, director del
Laboratory for Affective Neuroscience de la University of Wisconsin: «Todas las emociones son
sociales. Resulta imposible separar la causa de una emoción del mundo de las relaciones,
porque son las relaciones sociales las que movilizan nuestras emociones»

la inteligencia social dentro del ámbito de lo emocional nos impide pensar con claridad en las
aptitudes que favorecen la relación, ignorando lo que sucede en nuestro interior cuando nos
relacionamos, una miopía que soslaya la dimensión social de la inteligencia. Los ingredientes
fundamentales de la inteligencia social pueden agruparse, en mi opinión, en dos grandes
categorías, la conciencia social y la aptitud social

La inteligencia social

Se refiere al espectro de la conciencia interpersonal que abarca desde la capacidad


instantánea de experimentar el estado interior de otra persona hasta llegar a comprender sus
sentimientos y pensamientos e incluso situaciones socialmente más complejas, está
compuesta por los siguientes ítems:
Empatía primordial: Sentir lo que sienten los demás; interpretar adecuadamente las señales
emocionales no verbales.

Sintonía: Escuchar de manera totalmente receptiva; conectar con los demás.

Exactitud empática: Comprender los pensamientos, sentimientos e intenciones de los demás.


Cognición social: Entender el funcionamiento del mundo social.

La conciencia social

Aptitud social

La aptitud social, se basa en la conciencia social que posibilita interacciones sencillas y eficaces.
El espectro de aptitudes sociales incluye:

Sincronía: Relacionarse fácilmente a un nivel no verbal.

Presentación de uno mismo: Saber presentarnos a los demás.

Influencia: Dar forma adecuada a las interacciones sociales.

Interés por los demás: Interesarse por las necesidades de los demás y actuar en
consecuencia.

La empatía primordial

Es la capacidad de detectar las expresiones fugaces que nos permiten vislumbrar las
emociones ajenas, una modalidad intuitiva y visceral que discurre a través de la vía inferior y
cuya presencia (o ausencia) se expresa, por tanto, de manera muy veloz y automática ya que,
en opinión de los neurocientíficos, se ve activada por las neuronas espejo.

Por más callados que estemos, ello no implica que dejemos de emitir mensajes (a través de
nuestro tono de voz y de nuestras expresiones, por más breves que éstas sean) que, de un
modo u otro, transmitan a los demás lo que estamos sintiendo. Y es que no podemos, por más
que lo intentemos, reprimir todos los signos que revelan nuestras emociones, porque los
sentimientos siempre encuentran un camino para expresarse. Los tests utilizados para
determinar esta empatía primordial valoran la lectura rápida y espontánea que la vía inferior
hace de todos esos signos no verbales. Pero los tests que para ello se emplean no son pruebas
de papel y lápiz en los que debamos responder a una serie de preguntas, sino que se basan en
nuestras reacciones a las imágenes de los demás.

La sintonía

La sintonía es un tipo de atención que va más allá de la empatía espontánea y tiene que ver
con una presencia total y sostenida que favorece el rapport. Las personas diestras en esta
habilidad saben dejar a un lado sus preocupaciones y escuchar de manera atenta y completa.

La capacidad de escuchar parece un talento natural. Pero, como sucede con el resto de los
ingredientes que componen la inteligencia social, todo el mundo puede ejercitar y mejorar su
capacidad de sintonizar con los demás prestando simplemente más atención.11 El modo de
hablar de una persona nos proporciona pistas muy claras de su capacidad de escucha. Así, por
ejemplo, lo que decimos en situaciones de auténtica conexión tiene en cuenta lo que el otro
siente, dice y hace mientras que, en el caso contrario, los mensajes verbales son como balas
que ignoran al otro y se basan exclusivamente en el estado emocional del emisor. En este
sentido, la capacidad de escuchar es una variable muy importante, porque hablar a una
persona sin escucharla acaba convirtiendo cualquier conversación en un mero monólogo.

La exactitud empática

es la habilidad por excelencia de la inteligencia social. Como dice William Ickes, psicólogo de la
University of Texas que ha abierto nuevos rumbos en esta línea de investigación, esta habilidad
constituye uno de los rasgos distintivos de «los asesores más diestros, los policías más
diplomáticos, los negociadores más eficaces, los políticos más votados, los vendedores más
productivos, los maestros más exitosos y los terapeutas más perspicaces». La exactitud
empática se construye a partir de la empatía primordial, pero le añade la comprensión
explícita de lo que otra persona piensa o siente, para lo cual, obviamente, es necesaria una
activación cognitiva que añade, a la empatía primordial característica de la vía inferior, la
actividad neocortical propia de la vía superior, en particular, de la región pre frontal

La cognición social

es la cognición social, consiste en el conocimiento del modo en que realmente funciona el


mundo social Las personas diestras en esta competencia cognitiva saben comportarse en la
mayoría de las situaciones sociales (como los buenos conocedores de las normas de etiqueta
de un restaurante de cinco estrellas) y también son diestros en la semiótica, es decir, en la
decodificación de las señales sociales que nos permiten saber, por ejemplo, quién es la
persona más poderosa de un grupo. Este tipo de sabiduría se manifiesta tanto en los adultos
que saben interpretar exactamente las corrientes políticas subyacentes de una organización,
como el niño de cinco años que enumera a los mejores amigos de cada uno de sus compañeros
de clase. Ésta es una habilidad que se manifiesta en una amplia diversidad de situaciones
sociales, desde el mejor modo de acomodar a los invitados a un banquete hasta cómo hacer
amigos después de mudarse a una ciudad desconocida.

La sincronía

La sincronía, primera de las aptitudes sociales y fundamento de todas las demás, nos permite
emprender una grácil danza no verbal con las personas con las que nos relacionamos. Es por
ello que la falta de sincronía obstaculiza nuestra competencia social dificultando, en
consecuencia, nuestras interacciones. La capacidad neuronal de la sincronía descansa en los
sistemas de la vía inferior, como los anteriormente mencionados sistemas neuronales
osciladores y las neuronas espejo. Para entrar en sincronía es necesario ser capaz de leer
instantáneamente los indicios no verbales de la sincronía (que incluyen un amplio rango de
interacciones armoniosamente orquestadas, desde sonreír o asentir en el momento adecuado
hasta orientar adecuadamente nuestro cuerpo hacia los demás) y actuar en consecuencia, sin
pensar siquiera en ello. Quienes no consiguen entrar en sincronía pueden, por el contrario,
moverse nerviosamente, quedarse paralizados o, sencillamente, ignorar su fracaso en
mantener el ritmo de esta danza no verbal.
En el caso de los adultos, la disemia se pone de manifiesto en una conducta igualmente
desconectada.30 La misma ceguera social que muestra el niño disémico origina las dificultades
de relación del mundo adulto, desde la incapacidad de advertir los signos no verbales hasta la
dificultad en establecer nuevas relaciones. Además, la disemia puede impedir la adecuada
gestión de las expectativas sociales propias del mundo laboral. Es por ello que los adultos
disémicos suelen terminar socialmente aislados

La presentación de uno mismo

Los actores profesionales son especialmente diestros en la habilidad de la presentación de uno


mismo que les permite transmitir la impresión deseada. Durante la campaña de 1980 a la
candidatura republicana a la presidencia de los Estados Unidos, Ronald Reagan participó en un
debate televisado. En el momento en que el moderador desconectó el micrófono antes de que
acabase su intervención, Reagan reaccionó poniéndose inmediatamente en pie, cogiendo otro
micrófono y afirmando en tono airado ¡Yo he pagado este show! ¡He pagado por este
micrófono! . La multitud aplaudió este despliegue espontáneo de asertividad especialmente en
un hombre conocido por su genio que ha acabado considerándose como un momento
especialmente clave de su campaña. Pero, como posteriormente confirmó su asesor de
campaña, ese arranque aparentemente tan natural había sido cuidadosamente planificado
para explotar en el momento más adecuado.34 El carisma es un aspecto de la presentación de
uno mismo. En este sentido, el carisma de un locutor, de un maestro o de un líder, se asienta
en la capacidad de despertar en los demás las emociones que ellos mismos experimentan y de
arrastrarles hacia esa franja del espectro emocional

La influencia

El policía municipal estaba multando al Cadillac aparcado en doble fila en una estrecha calle de
tres carriles de uno de los barrios más acaudalados de Manhattan, impidiendo con ello la
puesta en marcha de los que estaban bien estacionados. ¿Pero qué diablos está haciendo? se
escuchó súbitamente gritar al propietario de Cadillac, un hombre bien arreglado y de mediana
edad que salía con una bolsa de ropa de la tintorería.

Simplemente estoy cumpliendo con mi trabajo. Usted ha estacionado en doble fila respondió
tranquilamente el policía. ¡Pero usted no sabe con quién está hablando! gritó entonces en
tono furioso y amenazador ¡Conozco al alcalde y estoy seguro de que, en cuanto se entere de
esto, le despedirá! Será mejor que coja el ticket y se largue antes de que llame a la grúa
respondió serenamente el agente, sin ponerse nervioso. Entonces el conductor cogió su
multa, se metió en su coche y abandonó el lugar, mascullando entre dientes

Los policías más diestros en esta aptitud son los que más fácilmente consiguen que los demás
les obedezcan. Los policías de tráfico de Nueva York, por ejemplo, son los que presentan una
tasa más baja de incidentes que acaban escalando y convirtiéndose en episodios violentos.
Esos policías saben bien el modo en que su cuerpo reacciona ante un desacato el presagio de
un problema y su conducta profesional afirma su autoridad tranquilamente, pero con firmeza.
Son personas que no se dejan arrastrar por respuestas instintivas que desencadenarían una
reacción en cadena
El interés por los demás

Todos los estudiantes implicados en el caso del buen samaritano del que anteriormente
hablábamos se vieron obligados a atravesar la puerta y escuchar las quejas del mendigo. Pero
la empatía, por sí sola, no basta si no va acompañada de algún tipo de acción.42 Sólo los que
se detuvieron a escucharle manifestaron interés en los demás, otro de los ingredientes básicos
de la inteligencia social. Como ya hemos visto en el Capítulo 4, los circuitos cerebrales que se
ponen en marcha cuando sentimos las necesidades de los demás constituyen un acicate para
la acción. Por ejemplo, las mujeres que más intensamente registran la tristeza al observar el
vídeo de un bebé llorando son también las que más fruncen el ceño, un claro indicador de la
empatía. Pero esas mujeres no se limitan a reproducir la respuesta fisiológica del bebé, sino
que también son las que más claramente exhiben el deseo de cogerlo en brazos y
consolarlo.43 Cuanto mayor es nuestra empatía e interés por alguien que se encuentra en
apuros, mayor será el impulso a ayudarle, un vínculo que siempre se halla presente en las
personas más motivadas para aliviar el sufrimiento ajeno. Un estudio realizado en Holanda
sobre las donaciones caritativas, por ejemplo, puso de relieve que el interés por los demás
constituye un excelente predictor de la probabilidad de ayudar a los necesitados

Educando la vía inferior

Ahora que ya tenemos una visión global somera del territorio que abarca la inteligencia social
podemos preguntarnos por la posibilidad de mejorar estas competencias esenciales. Éste
parece, en lo que se refiere a las aptitudes de la vía inferior, un gran reto. Pero Paul Ekman,
una auténtica autoridad en el campo de la lectura de las emociones que se manifiestan en la
expresión facial ha puesto a punto un método que permite, pese a su funcionamiento
instantáneo e inconsciente, el adiestramiento de la empatía primordial. El método de Ekman
se centra en las microexpresiones, es decir, en las señales emocionales que aparecen
fugazmente en nuestro rostro en menos de un tercio de segundo, es decir, el tiempo que
tardamos en chasquear un dedo. Se trata de señales emocionales espontáneas e inconscientes
que nos proporcionan indicios del modo en que realmente se siente otra persona,
independientemente de la impresión que esté tratando de proyectar.

Una revisión de la inteligencia social

Durante los primeros años del siglo XX, un neurólogo llevó a cabo un experimento con una
mujer que sufría de amnesia. Se trataba de un caso tan grave que, cada vez que la veía, el
médico debía presentarse, lo que ocurría casi a diario. Un buen día, el doctor escondió en su
mano una chincheta y, como siempre, se presentó estrechando la mano de la paciente pero,
en este caso, la pinchó. Luego se despidió y, al cabo de poco, volvió a entrar y le preguntó a la
mujer si no se habían visto antes y, cuando ella respondió que no, el médico le tendió la mano
pero, en esta ocasión, ella retrajo la suya. Ésta es una anécdota que suele emplear Joseph
LeDoux para ilustrar la diferencia existente entre la vía superior y la vía inferior

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