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ECLESIOLOGÍA

LUMEN GENTIUM - CAPITULO V:

UNIVERSAL VOCACIÓN
A LA SANTIDAD EN LA IGLESIA
Todo cristiano debe comprender que está llamado a ser santo. El “sed siempre
y enteramente santos, como santo es el que os llamó” sitúa al cristiano en el
horizonte de una vida conforme al designio divino que pide la perfección en el
amor.
Es precisamente el Señor Jesús quien invita a seguir su camino hacia la plenitud,
enseñando: Por lo tanto sean perfectos como es perfecto vuestro Padre que está
en los cielos. La palabra del Señor invita a todos cuantos la oyen a la vida santa.
El Maestro y Modelo de toda perfección, Jesucristo, predicó a todos y a cada
uno de sus discípulos, cualquiera que fuese su condición, la santidad de vida,
de la que Él es iniciador y consumador. El Concilio Vaticano II ha sido muy
claro al respecto dedicándole todo un capítulo de la Constitución Dogmática
Lumen Gentium: todos los fieles, de cualquier estado o condición están
llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta
santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena.

La vocación a la vida cristiana y el llamado a la santidad son, pues, equivalentes,


ya que todo fiel está llamado a la santidad. La santidad está en la misma línea
que la conformación con Aquel que precisamente es Maestro y Modelo de
santidad. Nadie pues que realmente quiera ser cristiano puede considerarse
exento de este llamado de aspirar a la santidad. Ninguna excusa, como la
dificultad de ese camino o las atracciones del mundo o lo complejo de la vida
moderna, puede aducirse para rechazar el destino de felicidad al que Dios llama
al hombre. No hay, pues, excusas válidas para desoír el llamado a caminar hacia
la plenitud, hacia la felicidad plena.

Existe sí la libertad de decir "no". Siempre existe esa posibilidad; pero al decir
"no" la persona se está cerrando al designio que Dios le tiene preparado, es
decir, está renunciando a su felicidad. Es posible decir "no", pero esa es una
actitud no libre de gravísimas consecuencias para la persona y para la misión
que está llamada a realizar en el mundo. En el fondo, decir "no" es optar por la
muerte. Es sin duda rechazar la Vida que trae el Señor Jesús, es no conformarse
a la vida cristiana que de Él proviene, es cerrarse al camino de profunda
transformación y quedarse sumergido en las propias inconsistencias, en el anti-
amor, en la anti-vida.

Cada uno, en su estado de vida y en su ocupación, desde sus circunstancias


concretas, "debe avanzar por el camino de fe viva, que suscita esperanza y se
traduce en obra de amor”. Así, el obispo se ha de santificar como obispo
concreto, el sacerdote como sacerdote concreto, el diácono como tal, las
diversas categorías de personas que han sido llamadas a la vida de plena
disponibilidad en su llamado y circunstancias concretas, los laicos casados
como casados, y los laicos no casados aspirando a la perfección de la caridad
como laicos. Así pues, cada uno ha de buscar santificarse en su propio estado,
condición de vida y en sus circunstancias concretas. Esta es una enseñanza de
siempre, si bien el Vaticano II ha sido ocasión para que recupere toda su fuerza
doctrinal.

En el proceso de valorar la santidad y de entusiasmarse por ella, hay una persona


que ilumina toda santificación en la Iglesia. Es María, Virgen y Madre, que
brilla ante todos como paradigma ejemplar de todas las virtudes. Ella que es el
fruto adelantado de la reconciliación, en cierta manera reúne en sí y refleja las
más altas verdades de la fe. Al honrarla en la predicación y en el culto, atrae a
los creyentes hacia su Hijo, hacia su sacrificio y hacia el amor del Padre. María,
por su adherencia y unión con el Señor Jesús, es modelo extraordinario de
santidad, que se expresa en su fe, esperanza y amor, y desde esa santidad,
ejerciendo tiernamente la tarea de ser Madre de todos sus "hijos en su Hijo",
que le fue explicitada al pie de la Cruz, coopera a la santidad de cada uno
ayudando a su nacimiento, guiándolo, educándolo en la adhesión y comunión
con el Señor Jesús.

Oscar Andrés Páez D.


Leonardo Castaño O.

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