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UNIVERSAL VOCACIÓN
A LA SANTIDAD EN LA IGLESIA
Todo cristiano debe comprender que está llamado a ser santo. El “sed siempre
y enteramente santos, como santo es el que os llamó” sitúa al cristiano en el
horizonte de una vida conforme al designio divino que pide la perfección en el
amor.
Es precisamente el Señor Jesús quien invita a seguir su camino hacia la plenitud,
enseñando: Por lo tanto sean perfectos como es perfecto vuestro Padre que está
en los cielos. La palabra del Señor invita a todos cuantos la oyen a la vida santa.
El Maestro y Modelo de toda perfección, Jesucristo, predicó a todos y a cada
uno de sus discípulos, cualquiera que fuese su condición, la santidad de vida,
de la que Él es iniciador y consumador. El Concilio Vaticano II ha sido muy
claro al respecto dedicándole todo un capítulo de la Constitución Dogmática
Lumen Gentium: todos los fieles, de cualquier estado o condición están
llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta
santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena.
Existe sí la libertad de decir "no". Siempre existe esa posibilidad; pero al decir
"no" la persona se está cerrando al designio que Dios le tiene preparado, es
decir, está renunciando a su felicidad. Es posible decir "no", pero esa es una
actitud no libre de gravísimas consecuencias para la persona y para la misión
que está llamada a realizar en el mundo. En el fondo, decir "no" es optar por la
muerte. Es sin duda rechazar la Vida que trae el Señor Jesús, es no conformarse
a la vida cristiana que de Él proviene, es cerrarse al camino de profunda
transformación y quedarse sumergido en las propias inconsistencias, en el anti-
amor, en la anti-vida.