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Los Ciento

Cuarenta
y
Cuatro Mil
Pastor Efraim Valverde, Sr.

1
PUBLICACIONES MARANATHA
OF THE CHURCH OF JESUS CHRIST
IN THE AMERICAS
P.O. BOX 10271, SALINAS, CA 93912-7271

TERCERA EDICIÓN

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CONTENIDO

Página

Introducción ………………………………………… 5
Interpretaciones Ilusorias...………………………... 7
El Número Simbólico de los 144,000..……………10
Marcados con el Nombre del Padre……................11
Cantando un Cántico Nuevo …...……...………...…..12
Distintivos de los 144,000 ……………………..…...13
“Los que Siguen al Cordero”…………..……………..15
“En sus bocas no hay Engaño”………..……………...16
Adquiriendo Perfección Espiritual…………….….18
“Estos son sin mancha y sin Engaño”…………….....20
Justificados y Limpios Continuamente……….…..21
La Iglesia Integrada por Seres Especiales………...23
Ministerios Sobrenaturales de la Iglesia………….25
El Primer, Segundo y Tercer Círculo……………..27
Conclusión…………………………………………..28
Sobre el Autor……………………………………….30

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“Y miré, y he aquí, el Cordero estaba
sobre el monte de Sión, y con Él ciento
cuarenta y cuatro mil, que tenían el
Nombre de su Padre escrito en sus
frentes. Y oí una voz del cielo como
ruido de muchas aguas, y como
sonido de un gran trueno. Y oí una
voz de tañedores de arpas que tañían
con sus arpas, y cantaban como un
cántico nuevo delante del Trono, y
delante de los cuatro animales, y de
los ancianos; y ninguno podía
aprender el cántico sino aquellos
ciento cuarenta y cuatro mil, los
cuales fueron comprados de entre los
de la Tierra. Estos son los que con
mujeres no fueron contaminados,
porque son vírgenes. Estos son los que
siguen al Cordero por donde quiera
que Él fuere. Estos fueron comprados
de entre los hombres por primicias
para Dios y para el Cordero. Y en sus
bocas no ha sido hallado engaño,
porque ellos son sin mácula delante
del Trono de Dios”.

(Apocalipsis 14:1-5)
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Introducción

La interpretación más común que se le ha dado a es-


ta Escritura también simbólica del libro del Apocalipsis, es
que el número de los 144,000 es literal y que está integrado
exclusivamente por miembros de las tribus de Israel. Inclu-
sive, hay movimientos religiosos auto-denominados cris-
tianos quienes han adoptado este simbolismo enseñando
que es el número de los escogidos especiales entre su gru-
po.

La segunda interpretación mencionada no tiene ni


caso el elaborar sobre ella por la sencilla razón de que en sí
es absurda y aun ridícula. La primera en cambio, sus intér-
pretes la basan en la descripción del mismo número de los
144,000 en el capítulo 7 también del Apocalipsis, donde se
describe específicamente el número de sus integrantes de
parte de las doce tribus de Israel.

La verdad innegable es que estas interpretaciones al


igual que otras semejantes, no caben dentro de la esfera de
la realidad. Y las poderosas razones que me asisten para
hacer tal declaración podrá encontrarlas el lector en este li-
bro, principiando con el hecho de que estos son los que
“han lavado sus ropas, y las han blanqueado en la Sangre
del Cordero” (Apocalipsis 7:14), los mismos que “fueron
comprados de entre los hombres por primicias para Dios y
para el Cordero” (Apocalipsis 14:4).

El pueblo de Dios es UNO. Su Iglesia es UNA; no


hay dos. Ciertamente que por los últimos dos mil años y
hasta hoy, “el pueblo de los santos del Altísimo” (Daniel
7:27) ha estado integrado por dos partes: Israel y la Iglesia.
Pero la declaración del Señor Jesús es que estas dos partes
estamos llamados para ser al final solamente “UN REBA-
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ÑO” (Juan 10:16). Así que el misterioso número de los
144,000, que es el símbolo de perfección, es el conjunto total
de los seres que aquí, en medio de un mar de humanidad,
hemos sido “comprados de entre los de la Tierra”. Seres a
quienes Dios identifica como Sus hijos por razón de haber-
nos “hecho participantes de Su naturaleza Divina” (2 Pe-
dro 1:4), habiendo sido “hecha Palabra de Dios” en noso-
tros (Juan 10:35).

Este número misterioso es en realidad el conjunto


total de los hijos de Dios, escogidos por Él: Por elección
divina primeramente a Israel (Éxodo 4:22), y por gracia a
nosotros los gentiles en Su Iglesia, habiendo sido
“engendrados no de sangre, ni de voluntad de carne, ni de
voluntad de varón, mas de Dios” (Juan 1:13). Un conjunto
de seres especiales para Dios que se nos distingue del resto
de la humanidad llamándonos “linaje escogido, real sacer-
docio, gente santa, pueblo adquirido” (1 Pedro 2:9). Distin-
tivos que naturalmente aplican exclusivamente a quienes
estuviéremos dispuestos a vivirlos, y esto es lo que se nos
declara en el mensaje que aquí nos ocupa de los 144,000.

El Autor

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Interpretaciones Ilusorias

El Apocalipsis es en su totalidad un libro de simbo-


lismos. Por la guianza del Espíritu Santo con este profético
y último libro de la Biblia quedó sellado el Canon Sagrado.
La porción citada, al igual que el principio y el resto del
libro, consiste en figuras y descripciones simbólicas que
deben de ser interpretadas precisamente por lo que cada
una de ellas representa.

El tratar de interpretar literalmente esos símbolos ha


provocado siempre confusión y dado a la vez origen a
mensajes ilusorios y de ensoñación, y aun a enseñanzas tor-
cidas y heréticas. Como prueba de lo dicho cito enseguida
algunas de las hoy populares enseñanzas de la escuela de
interpretación profética conocida por los eruditos entre el
cristianismo como: “El Futurismo”.

La más popular de estas enseñanzas ilusorias es “El


Rapto Misterioso”, que según los “futuristas” acontece al
principio de una semana literal de siete años durante los
cuales “los raptados” estarán en las bodas en el cielo, y en
la Tierra estará “la grande tribulación” donde muchos serán
salvos entonces por su propia sangre. (Esto, por cierto, es
una blasfemia porque sabemos bien que solamente la
Sangre del Cordero puede salvar).

Tienen luego un anticristo (quien en realidad es Sata-


nás, léase 2 Corintios 4:4 y 1 Juan 4:3), que se presenta como
un personaje humano y aparece después de “el rapto”, y al
principio de la semana literal de siete años engaña a los Ju-
díos y viola el Templo en Jerusalem (que en realidad no
existe).

En la mitad final de la semana se convierte en

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“bestia” y empieza a marcar con “la marca de la bestia”: el
número “666”, una marca literal sin la cual “no compran ni
venden comida”, todos los que no fueron raptados.

Ciertamente que las interpretaciones de “el futu-


rismo” antes citadas son relativamente nuevas, pues tu-
vieron sus principios durante los años de la contrarreforma
y se confirmaron a mediados del siglo XIX. Durante el siglo
XX cobraron una tremenda popularidad que prevalece
hasta hoy. Mas esto no quiere decir, en ninguna forma, que
tales interpretaciones sean verdad o estén correctas. Pues la
veracidad de la Palabra de Dios y los cumplimientos profé-
ticos contemporáneos las reprueban.

Al igual que las ya antes citadas, hay también otras


muchas interpretaciones ilusorias que no es posible enu-
merarlas todas en este breve comentario. Pero considero
conveniente el mencionar algunas de ellas que son también
populares hoy. Se enseñan “las siete dispensaciones” basa-
das en los mensajes a las siete iglesias (Apocalipsis cap. 2 y
3), que son realmente condiciones y niveles espirituales de
la Iglesia en el mundo durante todas las edades del cristia-
nismo y hasta hoy.

Están también “los dos testigos” (Apocalipsis 11),


que se interpreta que son dos individuos, Moisés y Elías,
que aparecen durante la semana de “la gran tribulación”
para evangelizar a los Judíos. La realidad es que estos dos
personajes representan a los “dos rebaños” (Juan 10:16) que
son: Moisés, representando al pueblo de la Ley (Israel), y
Elías, representando al pueblo de la Gracia (la Iglesia). Dos
testigos que, por cuatro milenios el primero y ya por dos
milenios el segundo, han sido testigos de que DIOS ES
UNO (Deuteronomio 6:4).

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De igual manera por siglos han interpretado que la
“mujer vestida del sol y la luna debajo de sus pies” .

(Apocalipsis 12) es la virgen María, cuando en verdad se


trata de Israel, del pueblo Judío, una raza integrada por
doce tribus (“doce estrellas”, que son José y sus once her-
manos—léase Génesis 37:9-11). El pueblo de quien “es la
adopción, y la gloria, y el pacto, y la data de la Ley, y el
culto, y las promesas” (Romanos 9:4). “La mujer vestida
del sol y la luna debajo de sus pies” es ese pueblo a quien
después del dolor del parto, -el horrendo Holocausto-
(1939-1944) le nació el hijo: El moderno Estado de Israel.

Otra de las populares interpretaciones ilusorias es la


de una ciudad celestial formada “con cosas corruptibles,
como oro o plata” (1 Pedro 1:18) y demás piedras preciosas.
Se ignora que el reino incorruptible no hereda lo corrupti-
ble (1 Corintios 15:50). La realidad es que “la esposa, mujer
del Cordero”, la “ciudad santa” (Apocalipsis 21:9-10),
“Jerusalem la celestial” (Hebreos 12:22), es la Iglesia com-
puesta no de piedras muertas sino de “piedras
vivas” (Efesios 2:20 y 1 Pedro 2:5).

Habiendo presentado algunas pruebas irrefutables


para confirmar lo antes dicho respecto al Apocalipsis, pase-
mos ahora a considerar nuestro texto inicial cuyos distin-
tivos simbólicos corresponden a los cristianos que real-
mente son en este mundo los verdaderos miembros de la
Iglesia del Señor Jesús.

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El Número Simbólico de los
“Ciento Cuarenta y Cuatro Mil”

Principio marcando el hecho de que “el Cordero


estaba sobre el monte de Sión” (Apocalipsis 14:1). Y “Sión”
es el término bíblico que simboliza toda la obra de reden-
ción de Dios durante el tiempo “de las cosas movibles”
como en “el reino inmóvil” (Hebreos 12:27-28). El monte
donde estaba el Templo, es Sión. La Jerusalem terrenal, es
Sión. Israel, es Sión. La Tierra Santa, es Sión. El conjunto
total de los redimidos en gloria, es Sión. Y la Iglesia mili-
tante hoy, es Sión (Hebreos 12:22-23).

En la Escritura citada el Espíritu Santo está


refiriéndose a los integrantes de la Iglesia militante. Lógica-
mente no tendría caso el referirse a los santos glorificados
ya no sujetos al tiempo. Ni se trata mucho menos de algún
conjunto misterioso de seres extraterrestres y desconocidos
para nosotros. Se trata de nosotros mismos. Aquellos que
ya casi por dos mil años y hasta hoy hemos servido a
nuestro Señor Jesucristo con todas las fuerzas de nuestro
ser.

No es un secreto para muchos, el hecho de que exis-


ten hoy organizaciones religiosas autodenominadas
cristianas que reclaman ser poseedoras del número literal
de los “ciento cuarenta y cuatro mil”. Tal interpretación es
una aberración, por la sencilla pero innegable razón de que
es lógicamente imposible que el número total de los redimi-
dos se reduzca a esta mínima cantidad de creyentes.

El número de los 144,000 es el total simbólico de los


fieles quienes durante los siglos de la era cristiana, en
nuestro respectivo tiempo hemos militado sobre la Tierra.

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Es el conjunto que hasta hoy Pedro apóstol describe
diciendo que somos durante esta vida, “linaje escogido,
real sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido” (1 Pedro
2:9). Somos los mismos de esa “gran compañía, la cual
ninguno podía contar” (Apocalipsis 7:9-17), quienes ya
triunfantes entremos a la eternidad en gloria.

El simbolismo de este número es la perfección que


ha residido siempre en el conjunto de los que adoramos a
Dios “en espíritu y en verdad” (Juan 4:24); los “perfectos”.

(Filipenses 3:15) (o sea los maduros), integrantes hoy en


verdad de la Iglesia, y sólo el Señor es quien los conoce (2
Timoteo 2:19). Pero en el día de Su Venida, cuando sola-
mente “habrá UN rebaño” (Juan 10:16), esa perfección será
manifestada en la figura de “un varón perfecto” (Efesios
4:13 y Daniel 7:13).

Este mismo simbolismo de perfección está repetido


en las medidas de la Jerusalem celestial, que es el conjunto
total del “pueblo de los santos del Altísimo” (Daniel 7:27)
ya en gloria. Sus medidas cuya largura, altura y anchura
que son las mismas, declaran perfección. De igual manera
su muro mide también el mismo número simbólico de
“ciento cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, la
cual es del ángel” (Apocalipsis 21:16-17). El número 144,000
es simbólico, no literal.

Marcados con el Nombre del Padre

El primer distintivo que encontramos en estos fieles


hijos de Dios es que tienen “el Nombre de su Padre escrito
en sus frentes”. Cabe hacer claro aquí que ciertamente se
trata de aquellos quienes han aceptado al Señor Jesús como
su Salvador, y aquellos quienes habiendo sido sumergidos
en las aguas del bautismo hemos invocado el Nombre de

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nuestro Padre quien es Jesucristo el Señor mismo (Isaías 9:6
y 43:10-11, Joel 2:32, Mateo 28:18-19, Juan 5:43 y 14:8-11, y
Hechos 2:38).

Mas en el caso de los 144,000 no se trata de todos los


profesantes cristianos, sino particularmente de los que
estando marcados con el Nombre de su Padre caminan
honrando ese Nombre en todos los aspectos de su vida;
viviendo en amor y en comunión con sus hermanos (Juan
13:35), y amando y haciendo justicia (1 Juan 3:10). Esta es la
marca de Dios, la marca de vida (Ezequiel 9:4 y Apocalipsis
7:3, 9:4). Esta es lo opuesto a “la marca de la bestia”, la
marca de muerte (1 Juan 3:14).

Estos somos los que Pablo apóstol nos dice que


“tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2:16). Aquellos
quienes conociendo al Señor y la Palabra de Su gracia
caminamos tratando de continuo de moldearnos en todos
los aspectos de nuestra vida “a este sentir (“mente”, en
inglés) que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:3-5).
Porque el profesante cristiano que dice que está marcado
por Dios pero que no vive conforme este molde divino y
demás Escrituras relativas, él mismo está provocando el
que la marca que está en su frente sea más bien la de
muerte.
“Cantando un Cántico Nuevo”

El verso dos dice del “ruido como de muchas aguas y


como sonido de un gran trueno”, y de los “tañedores de
arpas que cantaban un cántico nuevo delante del Trono”, y
aquel cántico ninguno lo podía aprender sino solamente los
144,000. Este es aquí un cántico que se intitula, “AMOR Y
JUSTICIA”, que solamente “los entendidos” (Daniel 12:10)
pueden aprenderlo, cantarlo y vivirlo. Todos los demás
quienes reclamaren ser también de los 144,000 pero que no

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vivieren en verdad en amor y en justicia, no pueden apren-
der este “cántico nuevo” (Juan 13:34). El Señor mismo,
dirigiéndose a aquellos entre Su mismo pueblo que decían
ser hijos de Dios pero que no vivían en amor y justicia, les
pregunta: “¿Por qué no reconocéis Mi lenguaje? Porque no
podéis oír Mi palabra” (Juan 8:43).

El “cántico nuevo”, el cántico del amor y la justicia


está en un “lenguaje” que no se aprende ni se canta con los
sentidos naturales. Pues este nuevo cántico divino se oye y
se aprende únicamente con los sentidos del alma. Y sola-
mente “los que no andan conforme a la carne, mas confor-
me al espíritu” (Romanos 8:1) pueden en verdad entender-
lo, aprenderlo, cantarlo (enseñarlo) y vivirlo (1 Corintios
2:14).
Distintivos de los 144,000

De éstos es de quienes se habla en diferentes partes


de las Escrituras diciendo lo mismo: “Que han sido com-
prados de entre los hombres por primicias para Dios y para
el Cordero”; los “que habéis sido rescatados... con la Sangre
preciosa de Cristo” (1 Pedro 1:18-19); los que “han lavado
sus ropas y las han blanqueado en la Sangre del Cordero”.
(Apocalipsis 7:14). Es el mismo número de seres especiales
para el Señor, pues son nada menos que los fieles hijos de
Dios. Es Su Iglesia.

La otra característica especial que distingue a este


número simbólico de los 144,000 es, “que con mujeres no
fueron contaminados, porque son vírgenes”. Si esto fuere
literal todos los fieles hombres y ministros de Dios que so-
mos casados, empezando con el apóstol Pedro (1 Corintios
9:5), no podríamos tener parte con este conjunto especial
que es en verdad, como ya he insistido, la Iglesia del Señor.
Este distintivo quiere decir que los verdaderos seguidores

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del Señor en Su Iglesia (tanto hombres como mujeres), no
están “contaminados” con doctrinas falsas y desviadas de
“la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 3).
Estos son “vírgenes” por cuanto viven siendo fieles y
dependiendo directamente del Amado de sus almas, del
Esposo de la Iglesia (Efesios 5:25).

Por otra parte, no viven echados con mujeres que


son simbólicamente los sistemas religiosos, empezando con
“la madre de las fornicaciones” (Apocalipsis 17:5) y
siguiendo con el número incontable de sus hijas. Sistemas
idolátricos por cuanto en ellos, usando al Señor como un
frente, son “los jefes eclesiásticos” los que en realidad
controlan a las multitudes. Pues allí los cristianos engaña-
dos tienen sus ojos puestos ciegamente en sus dueños
humanos, más que en el Señor.

Los profesantes cristianos que así caminan son ense-


ñados a obedecer incondicionalmente a sus jefes humanos,
aunque éstos enseñen o les ordenen que hagan lo que es
contrario a lo ordenado por el Señor en Su Palabra. Para
éstos la salvación no depende del Señor, sino en el pertene-
cer a su sistema u organización religiosa donde se les dice a
quiénes deben aceptar y de amar, y a quiénes deben de des-
preciar, y aun aborrecer y condenar, aunque fuere contra la
voluntad del Señor.

Muchos de estos cristianos en algún otro tiempo no


fueron “vírgenes”, y vivieron “contaminados”. Mas llegó
un día en que oyendo “el cántico nuevo” sus sentidos
espirituales fueron abiertos y lo entendieron y lo apren-
dieron. Ahora cantan y viven el canto del amor y de la justi-
cia; de “la sabiduría que es de lo Alto” (Santiago 3:17-18).
Ahora son “vírgenes” porque sus almas pertenecen sola y
únicamente al Esposo Divino, y ya “con mujeres no se con-

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taminan” porque han entendido que caminando con Dios
es la única forma de ser parte del número simbólico.

“Los que Siguen al Cordero”

Otra característica muy especial y distinguida de los


integrantes del número 144,000, es el hecho de que “estos
son los que siguen al Cordero por dondequiera que fuere”.
La interpretación de que esto se cumple ya en la eternidad,
es errónea. Pues el seguir al Cordero, habitando ya los hijos
de Dios en cuerpos de gloria no implica esfuerzo ni sacrifi-
cio en ninguna forma. Es aquí en esta vida, habitando los
hijos de Dios en cuerpos humanos limitados y llenos de
flaquezas, donde los integrantes de ese número especial
aludido, tenemos de probarle al Cordero nuestra fidelidad
e incondicional obediencia. Es aquí, donde el Señor, desde
el día en que nos llamó y en adelante, ha dicho muy espe-
cíficamente a cada uno: “Si alguno quiere venir en pos de
Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día, y síga-
me” (Lucas 9:23).

Esta advertencia del Señor, al igual que otras seme-


jantes que implican también diferentes grados de sacrificio
humano para obedecerlas, es muy fácil repetirla en forma
poética y aun predicarla con fervor y énfasis. Pero el vivirla
en verdad es lo que realmente cuenta delante del Cordero.
Y solamente los integrantes del número simbólico de los
144,000 lo han vivido durante las edades pasadas, y lo están
viviendo hoy. Estos son los que siempre han estado dis-
puestos para negarse a sí mismos no importándoles qué
tanto sacrificio y aun dolor les costare su obediencia. Estos
son los que hasta el martirio han ido con gozo, y aun sus
vidas han dado por seguir al Cordero.

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El ejemplo de lo dicho lo tenemos en los principios
de la Iglesia no solamente en los apóstoles del Señor, mas
también en muchos de los fieles de aquellos días. Y en el
transcurso de los siglos el número simbólico no ha dejado
de crecer, y seguirá creciendo hasta que llegue a “la pleni-
tud de un varón perfecto”.

Ciertamente que cuando el Cordero (quien es a la


vez nuestro Pastor) nos hace “yacer en lugares de delicados
pastos” (Salmo 23:2), es un placer y un gozo el caminar con
Él. Mas cuando Él determina probar nuestra determinación
para seguirlo, llevándonos por el “valle de sombra y de
muerte” (verso 4) donde hay espinas y cardos que hieren el
cuerpo, y piedras cortantes que hacen sangrar los pies, no
está nada fácil entonces el caminar con Él. Mas aquellos que
viven reconociendo y apreciando de continuo el privilegio
de que “fueron comprados de entre los hombres por primi-
cias para Dios y para el Cordero”, nada les impide ni los
detiene para seguirlo por dondequiera que Él fuere. La fide-
lidad de este número especial lo mira no solamente Dios,
mas también los que no caminan igual; y aun el mundo
entero.

“En Sus Bocas no hay Engaño”

El último versículo de la Escritura citada dice: “Y en


sus bocas no ha sido hallado engaño, porque ellos son sin
mancha delante del Trono de Dios”. Esta última carac-
terística especial que distingue a los integrantes de este
número simbólico de los 144,000, puede sonar tan fuerte en
la razón de más de alguno de los sinceros seguidores del
Cordero que lo puede hacer pensar que se trata de algunos
seres sobrenaturales y no de sí mismo. Pues el Espíritu
Santo describe esta característica en tal grado de perfección
que para el cristiano fiel y verdadero quien movido pre-

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cisamente por su sinceridad, reconociendo su humana im-
perfección se le hace imposible el poder dar la medida.
Pues siendo verdadero en sí mismo ante Dios acepta lo
escrito: “Si dijéremos que no tenemos pecado, nos
engañamos a nosotros mismos, y no hay verdad en
nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo
para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de
toda maldad. Si dijéremos que no hemos pecado, lo
hacemos a Él mentiroso, y Su Palabra no está en
nosotros” (1 Juan 1:8-10).

Mas a Dios damos gracias por entender que en reali-


dad esos “perfectos” somos los mismos cristianos humanos
imperfectos. Pablo apóstol nos declara esta aparente contra-
dicción cuando primeramente dice: “No que ya haya alcan-
zado, ni que ya sea perfecto...”, y enseguida dice, “así que,
todos los que somos perfectos...” (Filipenses 3:12 y 15). La
contradicción no existe cuando entendemos la realidad
aquí.
Nuestro Dios sabe que ninguno de Sus hijos
(mientras vivimos en esta carne) jamás podrá alcanzar a ser
perfecto humanamente hablando. Pues sobre esta
desagradable realidad estamos advertidos a lo largo de
todo el Libro Santo (léase 1 Pedro 3:21). Así que a esta
innegable e inevitable imperfección humana es a la que el
apóstol se refiere primeramente. Mas cuando el apóstol
enseguida en su misma carta se dirige a los “perfectos”,
está haciendo alusión a la perfección de la madurez espiri-
tual. Y esta perfección es precisamente una de las carac-
terísticas especiales que distingue a los integrantes del
número simbólico de los 144,000.

Una característica que no solamente se le ofrece al


cristiano para que éste quiera vivirla, sino que es impera-
tiva. Pues sin este distintivo, juntamente con los demás ya

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antes señalados, el profesante cristiano no puede estar con-
tado en el número simbólico aludido. Pues este número en
realidad incluye única y exclusivamente a los verdaderos
integrantes de la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo. Pues
en Su Iglesia no pueden tener parte los que no pudieren
cantar el “cántico nuevo”.

Adquiriendo Perfección Espiritual

Nuestro Dios nunca pide de Sus hijos lo imposible. Y


cuando nos pide que hagamos lo que para nosotros fuere
imposible, Él es quien lo hace posible. Así que en el caso
de poder alcanzar por nosotros mismos la perfección
(madurez espiritual) requerida nunca lo lograríamos, mas
el Cordero la demanda en Sus fieles seguidores porque por
Su Espíritu en nosotros, Él es quien la hace.

Esta perfección no está necesariamente ligada con un


grado superior de intelectualidad o de educación acadé-
mica, por la sencilla pero poderosa razón de que es neta-
mente espiritual. Incontable es el número de profesantes
cristianos y aun de predicadores entre el pueblo llamado de
Dios, que son poseedores de diferentes grados de intelec-
tualidad y de conocimientos como también de educación,
pero que no reside en ellos “la sabiduría que es de lo Alto”
.

(Santiago 3:17).

En cambio, han estado siempre y hasta hoy las mul-


titudes de “pequeñitos” hijos de Dios alrededor del mundo
cuya intelectualidad es mínima y en muchos casos aun
sumamente limitada; seguidores del Cordero cuya educa-
ción académica también es mínima, y en las más de las
veces inexistente. Pero en ellos reside la madurez que hace
la distinción de los integrantes del número simbólico.

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Imposible sería el citar todas las Escrituras en las que
Dios, a lo largo de todo el Libro Santo, exhorta a todos Sus
hijos a adquirir la perfección aludida, la madurez espiritual,
la sabiduría divina. Para citarlas todas sería necesario el
repetir toda la Biblia. Mas está escrito que “ninguno de los
impíos entenderá, pero entenderán los entendidos” (Daniel
12:10).

Entenderán los 144,000, los que tienen “el Nombre de


su Padre escrito en sus frentes”; los marcados por Dios
(Ezequiel 9:4); aquellos que han sido “comprados de entre
los hombres por primicias para Dios y para el Cordero”; los
que han podido aprender, y cantar, y vivir “el cántico
nuevo” (Juan 13:34); “los que siguen al Cordero por donde-
quiera que fuere”; los que no están siendo “contaminados”
con doctrinas falsas y que no son propiedad de los hombres
sino del Cordero.

Vuelvo a marcar el hecho de que este conjunto de


“perfectos”, de maduros espirituales, es en realidad el que
integra la Iglesia del Señor. Pues este conjunto es precisa-
mente la “manada pequeña” (Lucas 12:32) a que se refiere el
Señor, es Su verdadera Iglesia. No puede ser “todo el mon-
tón”. Porque también Él dice: “No todo el que me dice:
Señor, Señor, entrará al reino de los cielos” (Mateo 7:21).

Esta “manada pequeña” está integrada de miembros


y ministros; de jóvenes, de fuertes y de ancianos; de hom-
bres y de mujeres, casados y solteros, etc... Mas una cosa
tienen en común y ésta es, “la mente de Cristo” (1 Corintios
2:16).

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“Estos son sin Mancha y sin Engaño”

El texto nos dice que “en sus bocas no ha sido halla-


do engaño, porque ellos son sin mancha delante del Trono
de Dios”. Repito que esta cualidad, por causa de nuestra
falibilidad nos puede parecer imposible alcanzarla. Mas la
misma Palabra de Dios nos declara cómo podemos aquí
vivir en tal condición.

Principiamos por declarar que ningún cristiano en su


sentido común podrá negar el hecho de que Pedro apóstol,
al igual que sus condiscípulos, está contado en el número
simbólico de los 144,000. Y en la vida de Pedro encontra-
mos que varias veces falló en formas muy marcadas culmi-
nando con mentir negando al Señor, y aún ya en su función
como apóstol negó a los creyentes gentiles (Gálatas 2:12).

Por su parte, Pablo el gran apóstol de los gentiles


declara abiertamente y sin esconder absolutamente nada, la
condición de pecado que residía en su carne al grado de
que termina exclamando: “¡Miserable hombre de mí!
¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?” (Romanos
7:14-24).

Podríamos entonces preguntarnos: ¿Cómo es posible


que estos distinguidos ministros de Dios estuvieron así
rodeados de flaquezas? Y al observar sus vidas preguntar-
nos también enseguida: ¿Cómo es posible que estos hom-
bres estuvieren contados entre aquellos en cuyas “bocas no
ha sido hallado engaño, porque ellos son sin mancha
delante del Trono de Dios?”

La respuesta nos la da el mismo apóstol Pablo. Y esto


tanto para él mismo y sus compañeros y demás creyentes
integrantes del número simbólico de los 144,000, en los

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años primitivos de la Iglesia, como también para todos los
que hemos sido agregados en los siglos posteriores. Pues
enseguida de describir su imperfección Pablo lanza un grito
de victoria: “¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor
nuestro!” Y describe enseguida en donde reside la imper-
fección y la perfección.

Todos los que conocemos y servimos al Señor sabe-


mos que hemos sido justificados solamente por la fe
(Romanos 5:1); que hemos sido salvos sólo por la gracia de
Dios (Efesios 2:5); que nuestros pecados han sido perdona-
dos por la invocación de Su Nombre (Hechos 22:16); que
hemos sido limpios y vencedores solamente “por la Sangre
del Cordero y la Palabra de Su testimonio” (Apocalipsis
12:11). Y sabemos que nuestro Señor Jesucristo no solamen-
te es quien obra en todas estas y demás operaciones divi-
nas, sino que Él mismo lo es todo. Él es el amor. Él es la sal-
vación. Él es la fe. Él es la gracia. Él es la luz. Él es la Pala-
bra. Él es el Espíritu Santo. Él es la resurrección, Él es el
camino, la verdad, y la vida... Y todo ello reside en el
Nombre de nuestro Señor Jesucristo. Por eso Pablo apóstol
da gracias y reclama la victoria en ese poderoso Nombre.

Justificados y Limpios Continuamente

La clave para que en las bocas de los 144,000 no sea


hallado engaño, y para que permanezcan sin mancha
delante de Dios consiste en la maravillosa realidad de que
de sus fallas, errores, faltas y pecados no solamente fueron
justificados cuando principiaron, sino que a cada día son
justificados, limpios y purificados. Por eso está escrito que,
“es por la misericordia del Señor que no somos consumidos,
porque nunca decayeron Sus misericordias. Nuevas son
cada mañana; grande es Tu fidelidad” (Lam. 3:22-23).

21
Y precisamente para que obre esa misericordia de
Dios en nosotros, el Señor en la oración del “Padre Nues-
tro” nos instruye para que todos los días le digamos a Él: “Y
perdónanos nuestras faltas” (Mateo 6:9-13). Porque como
ya antes ampliamente lo explico, siendo sinceros tenemos
que reconocer que en una u otra forma todos los días, por
causa de nuestra imperfección, ofendemos al Santo y Per-
fecto Dios. Y cuando “confesamos nuestros pecados”, es en-
tonces cuando se cumple en nosotros la maravillosa opera-
ción de que: “Él es fiel y justo para que perdone nuestros
pecados y nos limpie de toda maldad” (1 Juan 1:9).

Pues, inclusive, en una de las muchas Escrituras rela-


tivas se nos dice: “Hijitos, estas cosas os escribo para que
no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos
para con el Padre, a Jesucristo el Justo. Él es la propicia-
ción de nuestros pecados; y no solamente por los nuestros,
sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2:1-2). Tam-
bién está escrito que, “si andamos en luz (no escondiendo
nada), como Él está en luz, tenemos comunión entre noso-
tros, y la Sangre de Jesucristo Su Hijo nos limpia de todo
pecado” (1 Juan 1:7). Pedro, Juan, Pablo y los demás apósto-
les, y todos los fieles de aquellos años entendieron esto, y
confiaron en ello para ser limpios a cada día y así no ser
hallado el engaño que pudiera haber en sus bocas.

Confiaron en la maravillosa operación divina expli-


cada para ser limpios a cada día, y ser así hallados sin man-
cha delante del Trono de Dios. Si lo dicho no fuere cierto,
Pedro nunca hubiera sido justificado. La mentira que salió
de su boca cuando negó al Señor, le hubiera quitado el
privilegio del ministerio que tuvo y no pudiera ser contado
entre el número de los 144,000.

22
En su profundo reconocimiento y humillación, Pedro
no solamente fue restituido por el Señor, mas aún fue
usado poderosamente por Él. Pero lo mismo que podemos
decir de Pedro es lo mismo que ha aplicado siempre y hasta
hoy de los integrantes de este número simbólico que son en
realidad los verdaderos integrantes de la Iglesia. Hijos de
Dios humanamente llenos de imperfecciones, pero en su
obediencia y entrega incondicional hechos perfectos “por la
Sangre del Cordero” (Apocalipsis 12:11).

La Iglesia Integrada por Seres Especiales

La Iglesia de nuestro Señor Jesucristo no puede en


realidad estar integrada por seres mediocres de conviccio-
nes superficiales o torcidas. Siendo “la esposa, mujer del
Cordero” (Apocalipsis 21:9), ocupa delante de Dios un
lugar que es primero que todos los demás seres celestiales.
Pues no está integrada de ángeles, ni arcángeles, ni de
querubines ni serafines, sino de hijos de Dios.

Pues todos los seres celestiales mencionados y más,


son creación de Dios, y “son todos espíritus administrado-
res, enviados para servicio a favor de los que serán herede-
ros de salud (salvación)” (Hebreos 1:14). Y los herederos de
esa salvación, todos los creyentes conocedores de la Biblia
sabemos que somos los hijos de Dios (Juan 10:34-35 y 2 Pe-
dro 1:4). No solamente seres creados por Dios, sino hijos
“ENGENDRADOS” por Dios (Juan 1:13); hijos de Dios que
“antes conoció, (y) también predestinó para que fuesen
hechos conforme a la imagen de Su Hijo (Su Cuerpo visible de
gloria), para que Él sea el primogénito entre muchos herma-
nos” (Romanos 8:29, Colosenses 1:15-17 y Efesios 1:4).

23
Los hijos, no otros seres celestiales, somos los que
hemos venido a este mundo en nuestros respectivos tiem-
pos a “participar de carne y sangre” (Hechos 2:14). Un con-
junto que durante los siglos ha venido siendo formado de
entre el pueblo de Israel (el pueblo Judío), y de entre los
gentiles donde están esparcidos los hijos de Dios. Un con-
junto que al final del tiempo, cuando se convierte en “UN
rebaño”, es llamado en su totalidad el “pueblo de los santos
del Altísimo” (Daniel 7:27). Este conjunto de hijos fieles a
Dios, “hechos perfectos”, es la Iglesia.

Disertando sobre las características especiales de los


integrantes del número simbólico de los 144,000, he marca-
do ya antes que estos son realmente los verdaderos miem-
bros de la Iglesia. Pues la realidad es que el ministerio que
la Iglesia tiene en este mundo es algo tan tremendo, que
solamente pueden desempeñarlo los cristianos “que no
andan conforme a la carne, mas conforme al espíri-
tu” (Romanos 8:1).

Porque ciertamente son multitudes “los que están en


Cristo”, pero es innegable el hecho que la gran mayoría
entre ese profesante cristianismo, en una u otra forma
andan “conforme a la carne”. La prueba de ello es que no
pueden cantar “el cántico nuevo” y por lo tanto no pueden
desempeñar las funciones de un ministerio sobrenatural
como lo es el de la Iglesia. No todo el cristianismo sino este
conjunto especial que por su obediencia incondicional hacia
el Cordero está “en lugares celestiales en Cristo” (Efesios
1:3), son ese “linaje escogido, real sacerdocio, gente santa,
pueblo adquirido” al que se refiere Pedro apóstol (1 Pedro
2:9). Éstos son únicos, no pueden ser “cristianos comunes”.

24
Ministerios Sobrenaturales de la Iglesia

El libro de Los Hechos de los Apóstoles está lleno de


relatos de las manifestaciones sobrenaturales operadas por
el Señor por medio de Sus apóstoles; una réplica exacta y
aún mayor del ministerio del Señor, como Él mismo lo anti-
cipó (Juan 14:12). Un ministerio sobrenatural que ha segui-
do operando durante todos los siglos de la edad de la Igle-
sia, usando nuestro Señor Jesucristo a quienes Él ha queri-
do, y en el tiempo y lugares donde ha querido. Mas la parte
mayor de este ministerio es la anunciación misma del Evan-
gelio. Y esto no ha sido encomendado por Dios a los ánge-
les, sino a Sus hijos vestidos de humanidad imperfecta, mas
hechos perfectos solamente por Su gracia (Hechos 10:30-32).
Uno de esos vasos especiales es nuestro apóstol, Pablo, el
apóstol de los gentiles, a quien el Señor usó para declarar-
nos los misterios de Dios.

Hablando Pablo, por tanto de la parte que de Dios le


fue conferida en la revelación del “misterio que en los otros
siglos no se dio a conocer a los hijos de los hombres” .

(Efesios 3:1-10), en el verso 10 nos declara una tremenda


verdad diciendo: “Que la multiforme sabiduría de Dios (es)
ahora notificada por la Iglesia a los principados y potes-
tades en los cielos”.

Un ministerio que tiene repercusión no solamente en


la Tierra mas aún en los cielos. Por lo tanto, sigo insistiendo
que tal ministerio no puede ser desempeñado en las formas
y lugares como Dios lo requiere por hijos de Dios quienes
viven solamente un cristianismo superficial y común como
por lo regular se entiende, mayormente en estos lugares del
mundo occidental donde nosotros vivimos. Este grupo que

25
desempeña este ministerio, es el conjunto especial integra-
do por el número simbólico de los 144,000.

Este es el mismo conjunto cuyo lugar en la eterni-


dad, el Espíritu Santo lo describe por medio de Daniel pro-
feta diciendo: “Y los entendidos resplandecerán como el
resplandor del firmamento, y los que enseñan a JUSTICIA
la multitud, como las estrellas a perpetua eterni-
dad” (Daniel 12:3). Estos “entendidos” son los fieles hijos de
Dios y Sus enseñadores, quienes aquí aprendieron el
“cántico nuevo” del amor y la justicia.

Estos son los integrantes de “la ciudad del Dios vivo,


Jerusalem la celestial” (Hebreos 12:22); los integrantes de
ese cuerpo místico descrito también simbólicamente como
“la esposa, mujer del Cordero”. Este conjunto especial son
aquella “ciudad que no necesita de sol, ni de luna, para que
resplandezcan en ella, porque la claridad de Dios la ilumi-
nó, y el Cordero es Su lumbrera” (Apocalipsis 21:23). Esta
ciudad es integrada por “dioses” (Salmo 82:6 y Juan 10:34-
35); por “piedras vivas” (Efesios 2:20 y 1 Pedro 2:5), cuyo
resplandor causará en la eternidad que “las naciones que
hubieren sido salvas andarán en la lumbre de ella” .

(Apocalipsis 21:24).

26
El Primer, Segundo y Tercer Círculo

La Iglesia, por determinación del Señor mismo, está


integrada por tres categorías de creyentes: Los de un talen-
to, los de dos talentos, y los de cinco talentos (25:14-15).
Está integrada dentro de tres círculos: El círculo interior es
en el que al principio el Señor incluyó solamente a Pedro,
Juan y Santiago. Después entraron en ese círculo Esteban,
Felipe y otros más, y a su tiempo Pablo.

Para estar contados en ese círculo interior tuvieron


entonces aquellos, y tenemos nosotros hasta hoy que pagar
un precio de obediencia y de entrega incondicional hacia el
Cordero. Un precio que son pocos los que están dispuestos
a pagarlo porque implica humillación, sufrimiento, dolor, y
aun la muerte. Y éstos son precisamente “los que siguen al
Cordero por dondequiera que fuere”.

El segundo círculo es donde caminan los cristianos


que a pesar de ser fieles, su pasión hacia el Cordero no es
tan profunda como lo fue la pasión del Señor hacia nosotros
en el Calvario. Por lo tanto, su entrega hacia el Cordero y la
obediencia a Su Palabra no es completamente incondicio-
nal. Estos cristianos sirven ciertamente, pero ellos mismos
ponen medida a su servicio.

Y en el círculo tercero es donde se encuentran una


gran mayoría de los profesantes cristianos. Creyentes en el
Señor Jesús ciertamente, pero que su caminar es errático e
inconsistente. Cristianos que son fieles cuando quieren,
cuando pueden, y en donde pueden. No están contados
entre los inconversos porque el cambio divino fue hecho un
día en sus corazones, pero sus convicciones no son firmes.

27
Los cristianos integrantes del segundo y tercer círcu-
lo ciertamente que en “el tribunal de Cristo” (2 Corintios
5:10) habrán de recibir recompensa según su grado de fide-
lidad. Porque Dios en la profundidad de Su sabiduría infi-
nita tiene juicios justos que hoy a nosotros no nos los ha
declarado (Romanos 11:32-36). Pues Su Palabra se reduce a
señalarnos aquí las condiciones para poder estar contados
entre los integrantes del círculo interior: Miembros en
verdad de Su Iglesia (Mateo 16:18).

Pues para los integrantes del círculo interior “el tri-


bunal de Cristo” está aquí. Es en esta vida donde estos fie-
les hijos de Dios ponen por obra Su Palabra. Por tanto, al
final éstos no irán delante de ningún tribunal, porque para
ellos ya no hay juicio. Para ellos ya no hay “ninguna conde-
nación”, “porque ellos son sin mancha delante de Dios”.
Estos son los simbólicos 144,000.

Conclusión

Mi hermano, mi hermana, mi compañero ministro, te


confieso que he escrito lo presente con una profunda emo-
ción en mi alma por cuanto este mensaje ha hecho en mí
mismo un tremendo impacto. Puesto que después de haber
oído por muchos años las interpretaciones que señalo al
principio en la introducción, y otras más, no me había dete-
nido para observar más detalladamente esta porción simbó-
lica del Apocalipsis. Pues más bien había también espe-
rado que de Dios llegara el tiempo para entenderlo, así
como Él me ha guiado siempre para que lo haga en todo lo
demás que he entendido.

Así que cuando el tiempo llegó, inspirado por el Es-


píritu Santo, pude entrar en la profundidad de la verdad

28
aquí declarada y entender sin temor a dudas que el conjun-
to de los 144,000 no son seres místicos que han vivido en
algún otro tiempo, o que tendrán que vivir en un misterioso
futuro desconocido. No pueden ser otros, mas que nosotros
mismos, el conjunto total de los fieles de Dios entre Israel y
la Iglesia quienes han vivido durante las edades pasadas y
hasta hoy.

Si alguien aceptare otras interpretaciones y rechazare


los razonamientos descritos en este libro, está en todo su
derecho para hacerlo. Pero sé también que al tratarse de un
creyente sincero, al leer lo explicado no va a poder negar
que es cual un espejo en el cual podemos vernos cada
uno de los que reclamamos ser creyentes verdaderos en
Jesucristo el Señor, y entender si somos o no en realidad de
“los que siguen al Cordero por donde quiera que fuere”.

Si tú, estimado lector, eres uno de los que han apren-


dido el “cántico nuevo”, vas a entender y a aceptar lo escri-
to para tomarlo en serio reconociendo que es un mensaje de
vida al “cantarlo”, o de muerte al no poder o no querer
“cantarlo” (1 Juan 3:10-15). Al entender lo escrito vas a
preocuparte por estar contado en el número simbólico de
los 144,000 amando a todos tus hermanos.

De no ser así, de mi parte solo me resta pedir a Dios


que te bendiga y te lumine, porque para mí tú sí eres mi
hermano, pues como he aprendido el “cántico nuevo”, te
amo en el Señor. •

29
SOBRE EL AUTOR

El pastor Efraim Valverde, Sr.,


inspirado por el Espíritu Santo, ha sido
también el autor, a lo largo de medio
siglo ya en el ministerio, de otros mu-
chos libros escritos. En ellos diserta
sobre temas y verdades de prominencia
suprema. Y digo "suprema" porque del
conocimiento de tales verdades depen-
de la vida espiritual de los hijos de
Dios.
Con un llamamiento no común, este ministro de Jesucristo
el Señor, ha presentado al pueblo de Dios-en una forma singu-
lar-, tanto por el mensaje hablado como por el escrito, las ver-
dades y misterios que le han sido declarados por el Señor en Su
Santa Palabra, la Sagrada Biblia. Para este tiempo y a nivel
mundial, los mensajes fruto de este ministerio han causado un
impacto positivo en las vidas de muchos entre el "pueblo de
los santos del Altísimo"(Daniel 7:27).

Por otra parte, en el sentido negativo, el ministerio y los


mensajes de este hombre de Dios han provocado grande con-
troversia en el sentir de muchos. Mayormente por cuanto ha
sido llamado por el Señor para "afligir a los confortables, y
confortar a los afligidos". En este ministro ha operado aquello
dicho: "Las palabras de los sabios son como aguijones; y co-
mo clavos hincados, las de los maestros de las congregacio-
nes, dadas por un Pastor" (Eclesiastés 12:11). El propósito
principal de este ministerio ha sido el confirmar a los fieles, y
sacudir y despertar a todos los que fuere posible de entre un
mundo religioso adormecido y ciego. Un mundo donde preva-
lece un cristianismo anémico y complaciente que vive teniendo
"en poco esta salvación tan grande" (Hebreos 2:3).

Pastor Efraim Valverde, II

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OTROS LIBROS DEL PASTOR E. VALVERDE, SR.
-Adoradores de la Imagen de Dios o -La Importancia del Bautismo en Agua
Adoradores de la Imagen de la Bestia -Las Inmundicias de Nuestra Carne
-Autobiografía del Pastor Efraim -La Maravillosa Gracia de Dios
Valverde Sr. -La Muerte y los Hijos de Dios
-Conociendo a Nuestro Enemigo -La Realidad Sobre la Evolución
-Culturas y Tradiciones Latinas -La Realidad Sobre el Rapto
-Cristianos Violentos -La Unicidad de la Deidad
-El Espíritu Santo y las Lenguas -Las 70 Semanas de Daniel
-El Diezmo y la Mayordomía Cristiana -Llamados para Atacar
-El Divorcio y el Volver a Casarse -Liderato entre el Pueblo de Dios
-El Tribunal de Cristo -¿Libertad o Libertinaje?
-El Verbo de Dios -Los Ciento Cuarenta y Cuatro Mil
-¿Existe la Trinidad? -Manifestaciones de los Espíritus
-Hijos de Dios, ¿Fantasía o Realidad? -Ministros del Señor Jesucristo
-Himnario “Maranatha” -¿Quiénes son Israelitas?
-La Diferencia entre Teocracia y Democracia -Saliendo de Babilonia
-La Esposa Mujer del Cordero -Señor Jesucristo Nombre Supremo de
-La Esperanza de la Resurrección Dios
-La Historia del Moderno Estado de Israel -YHWH, El Nombre Original de Dios
-La Humanidad del Señor Jesús -666 ¿Literal o Simbólico?
-La Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo

Adoradores de la Imagen de Dios o Adoradores de la Imagen de la Bestia (En este


libro de 250 páginas, el Pastor declara la diferencia entre el gobierno de Dios, y del
hombre, en la Iglesia del Señor. Reprueba inclusive las fantasías del Futurismo.
Refiere también datos históricos que tienen que ver tanto con Israel como con los
20 siglos de existencia de la Iglesia).

Además de los libros descritos, ofrecemos también predicaciones en


audiocassetes y videocassetes, tratados, y otra literatura y publicaciones del pastor
E. Valverde, Sr. Ofrecemos también un amplio surtido de Biblias y de libros para
el estudio de la Palabra de Dios, himnarios, música cristiana, y mucho más.
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