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EL MEDICO EXITOSO

Hugo A. Fiallos.

Ahhh, Ahí está otra vez, esa deliciosa sensación que da la adrenalina al fluir con
violencia en el cuerpo: el corazón desbocado, la respiración agitada, el pulso firme,
un solo movimiento y la aguja se desliza sin dificultad a través de la piel perforando
la subclavia y alojándose cómodamente en ella. Un catéter central colocado sin
complicaciones. Levantó la vista y vió el reloj: 45 segundos desde limpiar la piel
hasta poner el último punto. Un éxito más!! Se volvió para ver la cara de
admiración de sus residentes y..…se dió cuenta que estaba solo. Otra vez ese sueño
recurrente de glorias pasadas, cuando era el intensivista brillante, aquel que
causaba admiración por lo preciso de sus diagnósticos, por su serenidad ante el
caos, por su frialdad ante las crisis; el médico que había servido de inspiración para
que los médicos jóvenes se decidieran por estudiar medicina crítica. El que pasaba
horas y horas metido en la UCI tratando, corrigiendo, aumentando, reduciendo,
enseñando.
El médico al que no le importaba las horas ni el cansancio de las largas jornadas;
aquel cuya vida era la vida de los pacientes que tenían la fortuna de ser atendidos
por su persona. Ese mismo médico que ahora, en su vejez se encontraba en una
habitación de la que había sido su casa durante los últimos 40 años; ese centro
hospitalario donde todos lo trataban con admiración, respeto y cariño, pero que
llegada la noche, le dejaban solo, acompañado únicamente por el monótono ruido
del bip, bip, bip, del monitor cardíaco. Y entonces no pudo evitar pensar en todos
sus éxitos, todos aquellos pacientes politraumatizados, aquellos heridos por balas,
los diabéticos, los hipertensos, tantas y tantas vidas arrebatadas a la muerte en una
cruel, dura y agotadora batalla, cuyos frutos estaba recogiendo ahora.
La muerte había ganado, a pesar de todos sus esfuerzos; ni un solo momento logró
vencer a la muerte, y ahora sólo le quedaba esperar que viniese por él.
Pero la muerte recuerda y disfruta haciéndole sufrir, retrasando el momento de
partir, en venganza por tantas y tantas vidas que le habían arrebatado en una cruel,
dura y agotadora batalla.
Y, como la Muerte es la novia de la Vida, ésta también había tomado partido,
quitándole al médico todo lo que más amaba, engañándole, haciéndole ver
espejismos, haciéndole creer que el dinero que entraba a raudales era más
importante que las madrugadas; que salvar una vida era más importante que el
abrazo de su esposa; que los reconocimientos de las distintas sociedades eran más
importantes a que lo reconocieran sus hijos. Y así, a €costa de desvelos, duras
luchas contra las enfermedades, dedicación incansable al trabajo, fue perdiéndose
en la bruma, hasta volverse una mancha difusa a los ojos de su esposa y un
recuerdo borroso en la mente de sus hijos.
Si; era indudable que tendría un funeral impresionante; hasta las autoridades del
gobierno de turno estarían ahí; el colegio médico mandaría sus flores y decretaría
tres días de duelo sin suspensión de labores; todos hablarían de lo pionero que fue
en su campo, de su lucha incansable, de su dedicación al trabajo….y lo olvidarían al
día siguiente.
Y entonces, con un temblor súbito, el médico empezó a llorar. Y lloró, y lloró, y
lloró...... lloró amargamente por sus padres, a quienes visitó dos veces por año
(“.. ..si mamá, ya sabes, los turnos, los pacientes, la sala, el hospital…”), lloró por su
esposa, abandonada día a día, sin notar que el amor que un día fue sonrosado,
fresco y vibrante, se fue volviendo oscuro, pesado, distante…gris. Lloró por sus
hijos, por esas fiestas escolares a las que no fue por estar interpretando un
electrocardiograma, los premios que no disfrutó por estar pensando en el paciente
y sus complicaciones, los juegos que no jugó por estar contestando el teléfono,
dando indicaciones de manejo y tratamiento, porque la palabra papi se transformo
en papá, en padre, y por último en viejo, sin que hubiese dolor en esa transición.
Porque ya no se notaba su ausencia en su casa, ahora se notaba su presencia,
porque estorbaba. Todos habían aprendido a vivir sin él y ahora venía él y se
interponía en sus rutinas.
Si; sus hijos lo querían, pero no lo amaban. El era un desconocido para ellos, así
como ellos eran unos desconocidos para él; no sabía ni cuáles eran sus juguetes
favoritos, ni cuál había sido su color favorito, o la música que escuchaban, a pesar
de haberles regalado los ipods de última generación, desconocía que música
sincronizaban en ellos. A pesar del televisor de plasma de 60 pulgadas en sus
cuartos, jamás había visto una película con ellos…y por eso lloraba; porque se dió
cuenta que la vida lo había engañado vilmente, y ahora abrazado a la muerte
ambas se reían descaradamente de él, le mostraban que nadie es imprescindible,
que si él no estaba, alguien haría su trabajo, que ningún trabajo se cae por la
ausencia de un día de un empleado, pero sí se cae, el amor de un hijo al buscar
desde el escenario la cara de su padre y no verlo ahí. Que ninguna vida salvada
vale más que un abrazo de sus hijos, que ningún paciente regresa en navidad a
verlo y preguntar como está, y que la soledad es el único honorario que le quedará
al final cuando ya no sea considerado útil.
El “Doctor” se dió cuenta demasiado tarde de las cosas que valen la pena y que en
realidad importan.
Y tú? Estás llorando en este punto? o debo ser más claro en mi mensaje?
La muerte está tan segura que te ganará al final que te dá toda una vida de ventaja.
Vívela... Ojalá lo más intensamente posible.

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