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DUBET: ¿Puede prescindirse de las instituciones?

(Conclusión)
Dubet arranca planteando el término de “Institución”. El segundo término es el de “Programa
Institucional” como un tipo peculiar de trabajo sobre los otros que presupone una fuerte
integración de los principios que rigen la acción, un trabajo concebido como una vocación y
una subjetivación fusionada en la socialización misma por la vertiente de las disciplinas
aplicadas a los individuos. De esta forma, “la institución no es identificable con las
organizaciones que la lleva adelante ni con los sistemas de representaciones y de decisiones
políticas; tampoco con las costumbres o los modos de pensar”.
Se impuso el discurso de la decadencia: crisis de valores, de sentido, de autoridad, de la
escuela, de la familia, de la moral, etc. La decadencia de las instituciones forma parte de la
modernidad en sí, y no solo de una mutación o una crisis del capitalismo. El programa
institucional de las sociedades modernas fue el intento de combinar la socialización de los
individuos y la formación de un sujeto en torno a valores universales, de articular tan cerca
como se pueda la integración social de los individuos y la integración sistémica de la sociedad.
Sin embargo, esto no se logró, debido a la pluralidad de valores, la promoción del espíritu
crítico y el derecho de los individuos a determinarse. Esta crisis se viene acelerando desde
hace 30 años. A modo ilustrativo plantea también la crisis de la familia y de la iglesia. En la
primera, la crisis se da por el cambio en la manera en la que la familia contemporánea cumple
la función de definición de los roles sexuales, de fijación de los lazos de filiación y de
socialización primaria de los niños, en contraposición a los términos clásicos de la familia
concebida como la institución fundamental de la sociedad. Con respecto a las
transformaciones de la esfera religiosa, Dubet plantea que el desencantamiento se manifiesta
como una transformación del modo de producción de la creencia y de la fe.
Los problemas
Legitimidad y autoridad: Con el pasaje de una autoridad tradicional y/o sagrada a una
autoridad racional legal, se debe justificar, legitimar y conquistar una autoridad que muchas
veces un rol no proporciona de manera automática y trascendente. De hecho, la mayor parte
de los profesionales tienen poder y no autoridad; la disociación de la autoridad y del poder
puede engendrar un rechazo radical a someterse. A falta de una autoridad percibida como
consolidada, es preciso que la relación contribuya inmediatamente a definir el poder de cada
cual.
Relaciones sin mediación: Relación en tres dimensiones: el control social, la relación de
servicio y lo que los actores denominan “relación”. El mayor riesgo es el de una disociación
radical de esas dimensiones. Pues las instituciones se deshacen de su propia magia, participan
plenamente en una racionalización y un desencantamiento que consiste en articular
racionalidades de la acción tan puras como autómatas.
Los principios y las prácticas: Los equipos y profesionales son obligados a hacer arreglos
locales entre normas contradictorias. Eso los lleva a construir equilibrios inestables. También
deben arbitrar entre una norma de conformidad social y reglamentaria, y un derecho a la
expresión personal considerada inalienable. Llevada por la diversidad de contextos de acción,
por las pociones locales y por los arreglos establecidos entre profesionales, la unidad de las
instituciones se rompe. Sin una articulación estable de los principios de justicia y de las
opciones prácticas que surgen de ellos, diríase que el trabajo sobre los otros está trabado
entre un apego a normas universales y la cantidad enorme de modalidades de su puesta en
práctica.
Débil protección de los más débiles: Las instituciones engendran formas de desigualdad
percibidas como más o menos justas: objetivamente intensificó la igualdad de los individuos y
el respeto que se le debe, sin dejar de brindar las desigualdades más insoportables. En la
medida en que se afirma con mayor energía el principio de igualdad, las desigualdades reales
se han vuelto más intolerables La protección de los más débiles también aparece menos
asegurada porque los individuos están obligados a comprometerse en contratos y proyectos.
Los más desposeídos de ellos están obligados a participar en un juego donde sus
oportunidades de ganar son muy reducidas. En nombre de la libertad de los individuos y de su
capacidad de ser sujetos, estos últimos se vuelven los autores de su propia desdicha.
Caminos sin salida para Dubet:
El regreso a la autoridad: Este camino se articula a partir del regreso a la edad de oro del
programa institucional (refundación de la religión y la familia tradicional) capaz de reconciliar
la integración del actor con la del sistema y restablecer una autoridad legítima en torno a
valores centrales indiscutibles y compartidos para que, por su parte, el mercado se expanda
libremente. Igualmente hay que señalar que el regreso a las instituciones no se produjo y que
en muchos casos no fue otra cosa que la asociación de un encanto moralista y represivo con un
liberalismo económico salvaje. Para Dubet esta senda no tiene salida, porque la historia no
llama dos veces a la misma puerta, Si no es mediante un sistema de sanciones y de castigos
inagotables, ¿cómo restaurar el orden en las distintas instituciones que cambiaron a lo largo
de los siglos?
El liberalismo: Para los liberales, el conjunto de valores, derechos y reglas sociales no puede
tener como base más que la libre elección de los individuos para promover sus intereses,
identidades y pasiones. El principio de igualdad se diluye por completo ante el de la libertad. El
estado debe quedar reducido a un rol mínimo de preservación del orden. Por lo demás, el
mercado proveerá. Dubet plantea que, para comprometerse en un intercambio de servicios,
los actores deben estar ya socializados y constituidos como actores sociales. [Obviamente, este
grado de socialización es inexistente].
El derecho: El derecho no sería más que la mediación pacífica de egoísmos. El derecho puede
ser la expresión de la norma, el medio de discutir y de extender los poderes de unos y de
ampliar el espacio de los derechos. El ingreso del derecho en las instituciones es ciertamente
un progreso. No obstante, Dubet admite que el acceso al derecho está repartido de modo muy
desigual. A menos que se piense que la totalidad de la vida social puede ser reglamentada por
el derecho, y por ende se judicialicen los intercambios sociales en su conjunto, hace falta
admitir que no todo es negociable y que hacen falta inter-direcciones más fuertes que el
derecho. El llamamiento al derecho no es un callejón sin salida, sino un camino demasiado
estrecho para dar respuesta a los problemas planteados por la decadencia del programa
institucional
¿Instituciones democráticas?
Hay que diseñar un reformismo radical. La decadencia del programa institucional lleva a
cambiar de perspectiva y a pasar a una concepción más política de las instituciones porque no
puede haber otro modo de legitimidad del trabajo sobre los otros que aquella surgida de la
democracia. Por ende, hace falta que imaginemos instituciones capaces de socializar a actores
y de garantizar la subjetivación de los individuos sin estar apuntaladas por un principio no
social, no justificable y planteado a priori. En ello radica una ruptura decisiva con el modelo
antiguo.
El oficio: Dubet defiende el oficio. El problema del oficio implica que el trabajo sea objetivable
y que el profesional pueda decir “esta es mi obra, este es el resultado de mi actividad” aunque
los trabajadores sociales y en parte los docentes nunca saben en verdad qué produjeron. Lo
que importa del oficio es que pertenezca a los individuos, que sea propiedad de ellos. Hace
falta que el individuo esté formado para poder poseer ciertas cosas de sí mismo; le hacen falta
recursos. DUBET NO HABLA DE LA PROFESION, SINO DE OFICIO CONCEBIDO COMO
CAPACIDAD DE PRODUCIR ALGO, DE CONOCERLO Y HACERLO RECONOCER.
El lugar de los usuarios: Profesionales sin condiciones de un verdadero lugar. Es importante
que la demanda de los usuarios pueda constituirse de modo claro y que la exhibición de reglas
y de procedimientos sea accesible para todos. Cosa que no pasa. Muchas veces la demanda de
los usuarios es manipulada por la oferta. Por tanto, la formación de una demanda, y por ende
de los procedimientos que la permiten, sería el único medio para definir las fronteras de la
incidencia del trabajo sobre los otros. Sin embargo, el poder del trabajo sobre los otros se
extiende o se estrecha, intensificando el sentimiento de arbitrariedad y desestabilizando a los
profesionales como a los usuarios. En verdad no hay regulación para la demanda porque esta
última nunca se estabiliza. Es importante que lo político afirme su rol de control y de
regulación central.
¿Legitimidad democrática entre desiguales?: Formas de legitimidad que solo pueden ser
reemplazadas mediante formas de legitimidad democrática que obliguen a unos y a otros a
justificarse y a explicarse. Suele admitirse que, en la democracia, la discusión entre iguales y
tener en cuenta los intereses de cada cual permite llegar a ese tipo de acuerdo. El problema
surge porque la relación institucional es fatalmente desigualitaria. Por otra parte, en todos los
casos las relaciones se entablan sobre un trasfondo de amenaza. Eso exige que las esferas de
justicia estén fuertemente separadas y que la debilidad y la dependencia en un ámbito no
deriven implícitamente rumbo a una desigualdad general extendida a otros ámbitos. La
democracia también es una herramienta de legitimidad, pues implica un deber y
procedimientos de explicación y de justificación, que la desaparición de lo sagrado requiere y
que la guerra de los dioses convoca inexorablemente.
El reconocimiento: Es importante afirmar la prioridad de un principio de reconocimiento, si se
desea que las instituciones protejan a los individuos y autoricen la afirmación de los sujetos. La
fuerza de ese principio de reconocimiento proviene de que es común a los profesionales del
trabajo sobre los otros y a aquellos a quienes tienen bajo su responsabilidad. El
reconocimiento lleva a atenuar, y hasta a suspender las contradicciones entre mérito e
igualdad, protegiendo a los individuos de la desvalorización de sí mismos y de la culpabilidad,
que se vuelven las formas esenciales del control social. También, supone que los actores
puedan repetir su desempeño en las pruebas y se vean comprometidos en pruebas donde
puedan salir beneficiados. El reconocimiento también plantea el problema del derecho a la
identidad personal. Se torna central la opción de vida del propio individuo, no la asignación a
una identidad colectiva. El reconocimiento supone que cada individuo puede elegir su
identidad en el propio seno de reglas generales.
RESUMEN MAS EXTENSO

DUBET: ¿Puede prescindirse de las instituciones? (Conclusión)


Dubet arranca planteando de base algunos conceptos específicos para trabajar. El primero es
el término de “Institución”, el cual se él utiliza a menudo de una forma antitética de sus usos
mas familiares.
El segundo término es el de “Programa Institucional” como un tipo peculiar de trabajo sobre
los otros que presupone una fuerte integración de los principios que rigen la acción, un trabajo
concebido como una vocación y una subjetivación fusionada en la socialización misma por la
vertiente de las disciplinas aplicadas a los individuos. De esta forma, “la institución no es
identificable con las organizaciones que la llevan adelante ni con los sistemas de
representaciones y de decisiones políticas; tampoco con las costumbres o los modos de
pensar” (Pág. 419).
La decadencia del programa institucional se plantea como un proceso histórico gravoso. En
<<el mundo de las ideas>> se impuso el discurso de la decadencia: crisis de valores, de sentido,
de autoridad, de la escuela, de la familia, de la moral, etc. Actualmente en este debate se
mezclan muchas voces discordantes provenientes tanto de la derecha como de la izquierda.

Una decadencia irreversible


Hace falta resolverse a observar que existen tendencias gravosas, una prolongada historia que
lleva a pensar que hemos entrado en un período histórico dominado por la decadencia del
programa institucional. Ésta no es una mera crisis, sino que “la decadencia de las instituciones
forma parte de la modernidad en sí, y no solo de una mutación o una crisis del capitalismo”
(Pág. 420)
Los primeros sociólogos concebían la sociedad moderna como la creciente integración de un
sistema a partir de funciones complementarias y valores universales y racionales; por otra
parte, parecía compuesta por individuos cada vez mas “libres” y desligados de los
condicionamientos y las categorías que los recluían en el mundo de la tradición.
Por medio de varias instituciones, el programa institucional de las sociedades modernas fue el
intento de ligar la doble naturaleza de la modernidad, de combinar la socialización de los
individuos y la formación de un sujeto en torno a valores universales, de articular tan cerca
como se pueda la integración social de los individuos y la integración sistémica de la sociedad.
(Pág.423) Sin embargo esto no se logró, debido a la pluralidad de valores, la promoción del
espíritu crítico y el derecho de los individuos a determinarse; y la crisis se viene acelerando
desde hace 30 años.
Acá Dubet hace referencia a que la crisis no sólo afecta a los casos estudiados, y a modo
ilustrativo plantea también la crisis de la familia y de la iglesia. En la primera, la crisis se da por
el cambio en la manera en la que la familia contemporánea cumple la función de definición de
los roles sexuales, de fijación de los lazos de filiación y de socialización primaria de los niños;
en contraposición a los términos clásicos de la familia concebida como la institución
fundamental de la sociedad. Con la creciente autonomía (aunque no igualitaria) de la mujer, el
modelo clásico se desequilibró, y las familias contemporáneas se construyeron como modos
de arreglo entre individuos más o menos iguales que procuran intercambiar de manera
equilibrada servicios y bienes económicos y afectivos. (Pág. 423).
También, con respecto a las transformaciones de la esfera religiosa, Dubet plantea que se
centra en una historia similar; el desencantamiento se manifiesta como una transformación
del modo de producción de la creencia y de la fe.
Los problemas
Legitimidad y autoridad
Con el pasaje de una autoridad tradicional y/o sagrada a una autoridad racional legal, se debe
justificar, legitimar y conquistar una autoridad que muchas veces un rol no proporciona de
manera automática y trascendente. La autoridad debe constantemente cifrar su labor en el
oficio y construir una legitimidad que apunte a obtener el consentimiento del prójimo. De
hecho, la mayor parte de los profesionales tienen poder y no autoridad; e incluso moderado,
ese poder tiene todas las oportunidades de parecer arbitrario porque está en franca
correlación con atributos de la personalidad. La disociación de la autoridad y del poder puede
engendrar un rechazo radical a someterse, en la medida en que se percibe esa gran sumisión
como una agresión o como una amenaza contra su dignidad (Pág. 428). A falta de una
autoridad percibida como consolidada, es preciso que la relación contribuya inmediatamente a
definir el poder de cada cual.
Relaciones sin mediación
El programa institucional construye la relación con los otros a partir de un centro y de un
tercero cultural independiente y superior a los protagonistas; así se evita el mero hacer frente
a personas y personalidades, al contrario de lo que sucede en la esfera íntima. La confianza y la
connivencia suponen de por sí la presencia de ese modelo en el mundo post-institucional, el
cual desarticuló esa relación en tres dimensiones: el control social, la relación de servicio y lo
que los actores denominan “relación”. El mayor riesgo es el de una disociación radical de esas
dimensiones. [Acá Dubet muestra tres ejemplos, página 429]. Pues
Con esa técnica de fraccionamiento ininterrumpido de las distintas dimensiones de las
relaciones con los otros las instituciones se deshacen de su propia magia, participan
plenamente en una racionalización y un desencantamiento que consiste en articular
racionalidades de la acción tan puras como autómatas (Pág. 429).
Los principios y las prácticas
Cuanto menos guiadas son las instituciones por principios centrales y homogéneos, más son
intimados los actores a zanjar diferencias entre principios de justicia inconciliables. Los equipos
y profesionales son obligados a hacer arreglos locales entre normas contradictorias. Deben
arbitrar entre la objetividad del mérito y la propia de la igualdad; eso los lleva a construir
equilibrios inestables. También deben arbitrar entre una norma de conformidad social y
reglamentaria, y un derecho a la expresión personal considerada inalienable; la disciplina
misma es constantemente negociada en función de los individuos, de los grupos y de los casos
(Pág. 430). Llevada por la diversidad de contextos de acción, por las pociones locales y por los
arreglos establecidos entre profesionales, la unidad de las instituciones se rompe. De todos
modos, no está excluido que esa impresión de que se ha fragmentado únicamente sea un
efecto de los progresos del conocimiento de la evaluación y de la reflexividad, aunque esto no
cambia el asunto (Pág. 431)
Sin una articulación estable de los principios de justicia y de las opciones prácticas que surgen
de ellos, diríase que el trabajo sobre los otros está trabado entre un apego a normas
universales y la cantidad enorme de modalidades de su puesta en práctica.
Débil protección de los más débiles
Las clases populares están ligadas a las instituciones, no porque estas creen igualdad sino
porque protegen y dan seguridad. Engendran formas de desigualdad percibidas como más o
menos justas a causa de la fuerza de los valores y de las formas que las fundan.
A pesar de que el programa institucional podía ofrecer consuelos, justificaciones e ideologías
que permitieran aceptar de no demasiado mal grado las desigualdades sociales más acusadas,
Dubet está en contra de esto, y plantea que este sensible retroceso no siempre mejoró la
suerte de los más débiles. Para mayor exactitud, objetivamente intensificó la igualdad de los
individuos y el respeto que se le debe, sin dejar de brindar las desigualdades más
insoportables. En la medida en que se afirma con mayor energía el principio de igualdad, las
desigualdades reales se han vuelto más intolerables (Pág. 433). La protección de los más
débiles también parece menos asegurada porque los individuos están obligados a
comprometerse en contratos y proyectos. Los más desposeídos de ellos están obligados a
participar en un juego donde sus oportunidades de ganar son muy reducidas. En nombre de la
libertad de los individuos y de su capacidad de ser sujetos, estos últimos se vuelven los autores
de su propia desdicha (Pág. 433).

Caminos sin salida: (Escenarios creados ante estas dificultades que para Dubet no son una
salida adecuada)
El regreso a la autoridad
Este se articula a partir del regreso a la edad de oro del programa institucional (refundación de
la religión y la familia tradicional) capaz de reconciliar la integración del actor con la del
sistema y restablecer una autoridad legítima en torno a valores centrales indiscutibles y
compartidos. La revolución conservadora apunta a volver, al menos teóricamente, hacia
instituciones tradicionales y represivas encargadas de mantener un orden moral para que por
su parte el mercado se expanda libremente (Pág. 435). Igualmente hay que señalar que el
regreso a las instituciones no se produjo y que en muchos casos no fue otra cosa que la
asociación de un encanto moralista y represivo con un liberalismo económico salvaje.
Para Dubet esta senda no tiene salida, no porque choca con hipotéticas leyes de la historia,
sino porque la historia no llama dos veces a la misma puerta, salvo –para retomar la fórmula
de Marx- en forma de farsa o de tragedia. La apelación al regreso de la autoridad tradicional
tiene todas las oportunidades de seguir siendo un manejo encantatorio apoyado en una
violencia institucional. Si no es mediante un sistema de sanciones y de castigos inagotables,
¿cómo restaurar el orden en las distintas instituciones que cambiaron a lo largo de los siglos?
El liberalismo
Para los liberales, el conjunto de valores, derechos y reglas sociales no puede tener como base
más que la libre elección de los individuos para promover sus intereses, identidades y
pasiones. El principio de igualdad se diluye por completo ante el de la libertad, aunque sólo sea
porque la plena libertad podría aumentar la igualdad. El estado debe quedar reducido a un rol
mínimo de preservación del orden, de garante de seguridad física y etc. Por lo demás, el
mercado proveerá. [Liberales pelotudos]
Dubet plantea que, para comprometerse en un intercambio de servicios, los actores deben
estar ya socializados y constituidos como actores sociales. Tal como afirma Walzer, una de las
aporías del pensamiento liberal proviene de que pone en escena a un sujeto ya formado, ya
socializado, ya poseedor de recursos sociales y de orientaciones culturales (Pág. 438).
[Obviamente, este grado de socialización es inexistente]
El derecho
La obsesión por el derecho y la acción de los lawyers suplantan el modelo de una acción
definida por la interiorización de las normas sociales en el nodo central del trabajo de las
instituciones. El derecho no sería más que la mediación pacífica de egoísmos. Cada cual jugaría
el juego social en función de su buen derecho y de sus capacidades para utilizarlo (Pág. 439). El
derecho no sólo es el vector de los intereses egoístas. Se opone a las libertades más radicales;
también se opone a los defensores del programa institucional que denuncian un
individualismo siempre “desquiciado”, como debe ser. El derecho es más que eso; puede ser la
expresión de la norma, el medio de discutir y de extender los poderes de unos y de ampliar el
espacio de los derechos. Igualmente, ante la decadencia de la institución, el derecho puede
mostrarse como un sustituto para la trascendencia de las reglas y de los valores. El ingreso del
derecho en las instituciones es ciertamente un progreso. No obstante, Dubet admite que el
acceso al derecho está repartido de modo muy desigual (Pág. 440).
A menos que se piense que la totalidad de la vida social puede ser reglamentada por el
derecho, y por ende se judicialicen los intercambios sociales en su conjunto, hace falta admitir
que no todo es negociable y que hacen falta Inter direcciones más fuertes que el derecho. El
llamamiento al derecho no es un callejón sin salida, sino un camino demasiado estrecho para
dar respuesta a los problemas planteados por la decadencia del programa institucional (Pág.
442).

¿Instituciones democráticas?
Considerando la decadencia del programa institucional, y con la intención de volver lo menos
mala e injusta la vida social, hay que diseñar un reformismo radical. La decadencia del
programa institucional lleva a cambiar de perspectiva y a pasar a una concepción más política
de las instituciones porque no puede haber otro modo de legitimidad del trabajo sobre los
otros que aquella surgida de la democracia. Por ende, hace falta que imaginemos instituciones
capaces de socializar a actores y de garantizar la subjetivación de los individuos sin estar
apuntaladas por un principio no social, no justificable y planteado a priori. En ello radica una
ruptura decisiva con el modelo antiguo.
El oficio
Dubet defiende el oficio, ya que cuanto más se apoyan los actores en este, más serena es su
experiencia de trabajo (el ejemplo que da es justamente el de los docentes). El problema del
oficio implica que el trabajo sea objetivable y que el profesional pueda decir “esta es mi obra,
este es el resultado de mi actividad” (Pág. 443); aunque los trabajadores sociales y en parte los
docentes nunca saben en verdad qué produjeron.
Lo que importa del oficio es que pertenezca a los individuos, que sea propiedad de ellos y no
se evapore el mínimo cambio de la organización y el entorno. Al oficio responde la defensa de
un sujeto que posee algo en procura de asentar su individualidad sobre algo distinto a un
simple reenvío de sí mismo. Hace falta que el individuo esté formado para poder poseer
ciertas cosas de sí mismo; le hacen falta recursos. DUBET NO HABLA DE LA PROFESION, SINO
DE OFICIO CONCEBIDO COMO CAPACIDAD DE PRODUCIR ALGO, DE CONOCERLO Y HACERLO
RECONOCER.
El oficio permite mediatizar la relación con los otros a partir de objetivos en común de
acuerdos, de evitar la deriva relacional dejando de creer en una suerte de ágape confraternal
en el cual los individuos no serían más que sujetos transparentes.
El lugar de los usuarios
En los casos analizados por Dubet, los profesionales se sentían invadidos por los usurarios a los
que prestan servicios sin estar en condiciones de darles un verdadero lugar, es decir, un
estatuto a la vez firme limitado. Es importante que la demanda de los usuarios pueda
constituirse de modo claro y que la exhibición de reglas y de procedimientos sea accesible para
todos. Cosa que no pasa. Muchas veces la demanda de los usuarios es manipulada por la
oferta.
Por tanto, la formación de una demanda, y por ende de los procedimientos que la permiten,
sería el único medio para definir las fronteras de la incidencia del trabajo sobre los otros. Sin
embargo, según las circunstancias, el poder del trabajo sobre los otros se extiende o se
estrecha, intensificando el sentimiento de arbitrariedad y desestabilizando a los profesionales
como a los usuarios. En verdad no hay regulación para la demanda porque esta última nunca
se estabiliza.
Por último, para que el lugar concedido a los usuarios no abra un mercado generalizado de
servicios y de trabajo sobre los otros, es importante que lo político afirme su rol de control y
de regulación central.
¿Legitimidad democrática entre desiguales?
No puede reemplazarse el decaer de las teologías institucionales sagradas más que con formas
de legitimidad más inciertas, más negociadas, más convencionales. Que Solo pueden ser
reemplazadas mediante formas de legitimidad democrática que obliguen a unos y a otros a
justificarse y a explicarse. En la medida en que todo trabajo sobre los otros implica una cuota
de poder, la capacidad de imponer a otros lo que no querrían hacer espontáneamente, no
puede dejarse inerme al profesional, y a los otros en el resentimiento ante un poder que no
encontrarían legítimo. Suele admitirse que la democracia, la discusión entre iguales y tener en
cuenta los intereses de cada cual permiten llegar a ese tipo de acuerdo (Pág. 446-447). El
problema surge porque la relación institucional es fatalmente desigualitaria (por ejemplo, los
alumnos no pueden ser los pares de maestros en tanto son alumnos). Por otra parte, en todos
los casos las relaciones se entablan sobre un trasfondo de amenaza.
También hace falta señalar que pocos son los que piden verdadera igualdad en ese ámbito, por
el solo motivo de que puede parecer absurda y sobre todo porque terminaría disolviendo del
todo la capacidad de protección de las instituciones.
Entonces, la legitimidad democrática capaz de fundar las instituciones sólo puede extenderse
en un sentido, limitado. Esa limitación obedece a la libertad negativa, a la libertad otorgada
por un poder que se autolimita. Eso exige que las esferas de justicia estén fuertemente
separadas y que la debilidad y la dependencia en un ámbito no deriven implícitamente rumbo
a una desigualdad general extendida a otros ámbitos. La separación entre registros de
desigualdades produce igualdad.
La democracia también es una herramienta de legitimidad, pues implica un deber y
procedimientos de explicación y de justificación que la desaparición de lo sagrado requiere y
que la guerra de los dioses convoca inexorablemente. Ese deber de dar explicaciones supera
muy ampliamente la mera relación entre profesional y su objeto y, además, depende de la
exhibición de finalidades de las instituciones.
El reconocimiento
El “encanto” del programa institucional surgía de que éste anulaba las contradicciones de
valores o de que podía jerarquizarlas de modo estable, en cualquiera de los casos, dentro de
su propio imaginario. El desencantamiento de la modernidad tardía reside en la conciencia del
estallido de las contradicciones entre los principios de justicia. ¿Cómo definir simplemente las
contradicciones entre los principios de justicia? Nos vemos ante contradicciones de las que es
vano pensar que podemos salir por encima, por la afirmación de un principio central único.
[Vivir en sociedades democráticas y capitalistas; individualistas y sociales, etc. Son ejemplos
que plantea el forro este aka Dubet]. Uno no puede dirimir entre igualdad y mérito, tampoco
puede oponer el universalismo abstracto de los sujetos libres a la nebulosa de las comunidades
y de las raíces.
Es importante afirmar la prioridad de un principio de reconocimiento, si se desea que las
instituciones protejan a los individuos y autoricen la afirmación de los sujetos. La fuerza de ese
principio de reconocimiento proviene de que es común a los profesionales del trabajo sobre
los otros y a aquellos a quienes tienen bajo su responsabilidad. Ese principio puede enunciarse
de dos maneras, según las contradicciones que apuntan a reducir. El reconocimiento lleva a
atenuar, y hasta a suspender las contradicciones entre mérito e igualdad, protegiendo a los
individuos de la desvalorización de sí mismos y de la culpabilidad, que se vuelven las formas
esenciales del control social. También, supone que los actores puedan repetir su desempeño
en las pruebas y se vean comprometidos en pruebas donde puedan salir beneficiados.
El reconocimiento también plantea el problema del derecho a la identidad personal. En ese
ámbito, se torna central la opción de vida del propio individuo, no la asignación a una
identidad colectiva. El reconocimiento supone que cada individuo puede elegir su identidad en
el propio seno de reglas generales.

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