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ÚLTIMO EN LA TIERRA

Desde hace muchos años existe un solo árbol muy frondoso y lleno de vigor
en el pueblo de Tinco, que siempre para solitario, mientras en sus alrededores otros
árboles tienen sus compañeros y familiares.
Se trataba de un árbol solitario, tan lejos de sus familias que se han olvidado
de que existe.
Sin embargo, un día, un pájaro hambriento apareció por ahí. Volviendo de Caraz,
se había perdido del resto de su bandada. No conocía el lugar, estaba desorientado
y muy muy hambriento. Cuando vio aquel árbol frondoso en medio del callejón de
Huaylas, pensó que este podía ser su única salvación.
–El pajarito le preguntó: - Seguro que tú sabes dónde hay suculentas comidas que
llevarme a la boca.
–Querido pajarito, aquí no hay nada. Es un campo contaminado por los habitantes,
donde solo estoy yo. Tendrás que buscar otro sitio.
Pero el pajarito estaba demasiado débil para seguir volando. El árbol, al ver tan
desesperado con frío y hambre, decidió ofrecerle lo único que tenía: las ramas
como abrigo y las flores.

–Pero tus flores son tan bonitas, ¿cómo voy a dejarte sin ellas?
–No te preocupes, aquí estoy tan solo que no tengo insectos cerca que transporten
el polen de un sitio a otro. Así que no me sirven para nada.

El pajarito se acercó a verlas. Olían tan bien y el pájaro estaba tan hambriento que
metió su pico entre los pétalos de las flores. Enseguida descubrió un dulce líquido:
el néctar. Después de tantos días sin comer.
Así que empezó a comer y a comer hasta que sintió que había recuperado las
energías.
–Querido árbol, ¿Qué puedo hacer yo por ti? Me has salvado la vida y no puedo
dejarte aquí tan solo.
El árbol solitario y el pajarito perdido estuvieron un rato pensando. De repente, al
pajarito se le ocurrió una solución.
–¡Déjame que sea yo quién transporte tu polen! Así tus flores se convertirán en
frutos y yo tendré mucho que comer.
Y así lo hicieron. El árbol se llenó de frutos que el pájaro comió durante todo el
verano. Pero el invierno se acercaba, el pájaro tendría que marcharse y el árbol se
quedaría solo otra vez.
–Querido árbol, todos los huesos de tus frutos, ¿no podríamos plantarlos en algún
lugar? –Mira a tu alrededor, ¡solo hay tierras contaminas y la cordillera negra sin
agua.
! Aquí no crecería nada.
Así que al pajarito no le quedó más remedio que marcharse y el árbol volvió a
quedarse solo.
Pasaron los meses y una mañana, el árbol solitario se despertó con un sonido que
le era familiar.
–¡Has vuelto! –exclamó muy contento el árbol. Pero al momento una duda le puso
triste– ¿No habrás vuelto a perderte?
El pajarito se río.
–No me he perdido, solo he venido aquí acompañarte. Sé que no me faltará el
abrigo y la comida.
Y así daremos alegría y vistosidad a nuestros visitantes.

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