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Máxima tensión en España: Cataluña va al

choque con el anuncio de su independencia


El gobierno de Puigdemont se prepara para declarar hoy la secesión; hay dudas sobre qué
tipo de declaración será; no obstante, Rajoy advirtió que le hará caer todo el peso de la ley

Martes 10 de octubre de 2017


Martín Rodríguez Yebra
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LA NACION
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Un pedido ayer de última hora en la sede del gobierno de Cataluña. Foto: Reuters / Iván
Alvarado

MADRID.- Pasan las horas y nadie desactiva la bomba. A pesar de la gigantesca presión
política, económica y social para que reconsidere su actitud, el gobierno de Carles
Puigdemont prepara el terreno para declarar esta tarde la independencia de Cataluña y
enfrentar una reacción que se anuncia fulminante por parte de las autoridades españolas.

Las esperanzas de un frenazo de último momento se diluían anoche cuando la Asamblea


Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural, brazos ejecutores de la movilización
separatista, convocaron a la población a congregarse frente al Parlamento para seguir desde
pantallas gigantes la sesión de ruptura. "Hola República" es el lema de la manifestación.

La víspera del choque institucional más grave en 40 años de democracia en España estuvo
marcada por las graves advertencias del gobierno central sobre la respuesta que dará al
anuncio de una secesión unilateral y por la imparable fuga de grandes empresas desde
Cataluña hacia otras regiones.

Los separatistas se mantenían firmes en su desafío, pero debatían puertas adentro el formato
de la decisión que presentará Puigdemont. Hay sectores moderados que hablan de un anuncio
"simbólico" o de una declaración "en diferido", acompañados por una apelación al diálogo.
Son conscientes de la imposibilidad de asumir el control inmediato del territorio. Pero
piensan a mediano plazo. Documentos incautados por la Guardia Civil en registros a oficinas
de la Generalitat reflejan la intención de "generar un conflicto democrático, orientado a
generar inestabilidad política y económica que fuerce al Estado a aceptar una negociación"
sobre el estatus de Cataluña.

El gobierno de Mariano Rajoy ya avisó que no distinguirá entre una proclamación formal y
una simbólica. "La declaración que hagan no va a tener efectos. Habrá decisiones para
restaurar la ley y la democracia", dijo la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría. Sugirió
que la respuesta incluirá la invocación del artículo 155 de la Constitución, que permite al
gobierno central suspender parcial o totalmente la autonomía de una región.

No son horas de moderación. Después de una reunión de Rajoy con la cúpula del Partido
Popular (PP), el vicesecretario de Comunicación, Pablo Casado, dijo que se actuará con la
Constitución y el Código Penal. Advirtió que Puigdemont puede terminar como Lluís
Companys, el presidente de la Generalitat que declaró en 1934 la fundación de un Estado
catalán y acabó fusilado seis años después.

Exabruptos aparte, la posibilidad de que Puigdemont y su gente terminen en prisión no es


algo impensable. Declarar la independencia de una parte del país está tipificado en el Código
Penal como rebelión, un delito con penas de entre 15 y 25 años de cárcel. El problema para
Rajoy es cómo haría para ejecutar medidas extremas en una Cataluña muy movilizada y con
agrupaciones cívicas que llaman a la gente a la resistencia pacífica. El gobierno central
mantiene en Cataluña 10.000 policías antidisturbios desplazados especialmente por la crisis.

El Tribunal Superior de Justicia de Cataluña pidió ayer que la Policía Nacional asumiera el
control de su sede, en Barcelona, por temor de que intenten tomarlo y los Mossos d'Esquadra,
la fuerza autonómica, se nieguen a impedirlo.
Piquetes, marchas y presión a la Policía en el inicio de la huelga general, días atrás, en
Cataluña. Foto: Reuters / Yves Herman

Rajoy se garantizó el respaldo del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en la batalla
que se avecina. "Apoyaremos la respuesta del Estado de Derecho si se quiebran la
Constitución y la convivencia", afirmó ayer el líder opositor Pedro Sánchez, después de
varios días de silencio. Hizo un último llamado desesperado a Puigdemont para que "frene
antes del abismo".

El mundo empresarial aumentaba la presión. La lista de compañías que mudarán su sede


social para ponerse a resguardo del conflicto se hacía imparable: Planeta, Codorníu, Abertis,
Cellnex, MRW, Freixenet, Aguas de Barcelona.

El último llamado a la cordura partió de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, simpatizante


a distancia de las tesis independentistas. Compareció anoche para pedirle al gobierno de la
Generalitat que "no tome ninguna decisión que pueda dinamitar la posibilidad de un espacio
de diálogo". En su visión, el referéndum del 1º de octubre no puede ser un aval para la
independencia.

Pero Puigdemont y sus aliados insisten en que esa consulta, celebrada en medio de represión
policial y con el sistema informático caído, resultó vinculante y es un mandato claro para
proclamar la república catalana. Votaron aquel día, según los datos oficiales, 2,3 millones de
personas (43% del padrón).

Nadie de su gobierno hizo mención a la otra mitad de catalanes que rechaza la independencia,
muchos de los cuales se hicieron oír por primera vez de manera contundente en la
manifestación masiva que recorrió Barcelona con el lema "Basta. Recuperemos la sensatez".
Los tres partidos que mantienen el desafío (ERC, PdeCAT y la CUP) anunciaron ayer que
boicotearán unas hipotéticas elecciones autonómicas en Cataluña que pudieran ser
convocadas después de una suspensión del autogobierno dispuesta desde Madrid. Al menos
en las horas previas a la ruptura, no hay plan B que valga.

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