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Un pedido ayer de última hora en la sede del gobierno de Cataluña. Foto: Reuters / Iván
Alvarado
MADRID.- Pasan las horas y nadie desactiva la bomba. A pesar de la gigantesca presión
política, económica y social para que reconsidere su actitud, el gobierno de Carles
Puigdemont prepara el terreno para declarar esta tarde la independencia de Cataluña y
enfrentar una reacción que se anuncia fulminante por parte de las autoridades españolas.
La víspera del choque institucional más grave en 40 años de democracia en España estuvo
marcada por las graves advertencias del gobierno central sobre la respuesta que dará al
anuncio de una secesión unilateral y por la imparable fuga de grandes empresas desde
Cataluña hacia otras regiones.
Los separatistas se mantenían firmes en su desafío, pero debatían puertas adentro el formato
de la decisión que presentará Puigdemont. Hay sectores moderados que hablan de un anuncio
"simbólico" o de una declaración "en diferido", acompañados por una apelación al diálogo.
Son conscientes de la imposibilidad de asumir el control inmediato del territorio. Pero
piensan a mediano plazo. Documentos incautados por la Guardia Civil en registros a oficinas
de la Generalitat reflejan la intención de "generar un conflicto democrático, orientado a
generar inestabilidad política y económica que fuerce al Estado a aceptar una negociación"
sobre el estatus de Cataluña.
El gobierno de Mariano Rajoy ya avisó que no distinguirá entre una proclamación formal y
una simbólica. "La declaración que hagan no va a tener efectos. Habrá decisiones para
restaurar la ley y la democracia", dijo la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría. Sugirió
que la respuesta incluirá la invocación del artículo 155 de la Constitución, que permite al
gobierno central suspender parcial o totalmente la autonomía de una región.
No son horas de moderación. Después de una reunión de Rajoy con la cúpula del Partido
Popular (PP), el vicesecretario de Comunicación, Pablo Casado, dijo que se actuará con la
Constitución y el Código Penal. Advirtió que Puigdemont puede terminar como Lluís
Companys, el presidente de la Generalitat que declaró en 1934 la fundación de un Estado
catalán y acabó fusilado seis años después.
El Tribunal Superior de Justicia de Cataluña pidió ayer que la Policía Nacional asumiera el
control de su sede, en Barcelona, por temor de que intenten tomarlo y los Mossos d'Esquadra,
la fuerza autonómica, se nieguen a impedirlo.
Piquetes, marchas y presión a la Policía en el inicio de la huelga general, días atrás, en
Cataluña. Foto: Reuters / Yves Herman
Rajoy se garantizó el respaldo del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en la batalla
que se avecina. "Apoyaremos la respuesta del Estado de Derecho si se quiebran la
Constitución y la convivencia", afirmó ayer el líder opositor Pedro Sánchez, después de
varios días de silencio. Hizo un último llamado desesperado a Puigdemont para que "frene
antes del abismo".
Pero Puigdemont y sus aliados insisten en que esa consulta, celebrada en medio de represión
policial y con el sistema informático caído, resultó vinculante y es un mandato claro para
proclamar la república catalana. Votaron aquel día, según los datos oficiales, 2,3 millones de
personas (43% del padrón).
Nadie de su gobierno hizo mención a la otra mitad de catalanes que rechaza la independencia,
muchos de los cuales se hicieron oír por primera vez de manera contundente en la
manifestación masiva que recorrió Barcelona con el lema "Basta. Recuperemos la sensatez".
Los tres partidos que mantienen el desafío (ERC, PdeCAT y la CUP) anunciaron ayer que
boicotearán unas hipotéticas elecciones autonómicas en Cataluña que pudieran ser
convocadas después de una suspensión del autogobierno dispuesta desde Madrid. Al menos
en las horas previas a la ruptura, no hay plan B que valga.