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“TETA-VELETA“

(Sólo para homosexuales)

En primer lugar, para todos, mi respetuoso saludo fraterno…Que se carga


inmediatamente de un afecto especial para aquellos de ustedes que apoyan y
luchan al lado nuestro por la revolución bolivariana y a quienes, por tanto, reconozco
mis camaradas y compañeros de trinchera. En todos los casos, sin embargo,
empiezo por advertir que mi aproximación al tema no puede ser sino indirecta, toda
vez que, mis preferencias sexuales son del tipo corriente y ordinario, llamado a
suscitar, a lo que veo, cada día menos interés. Para colmo de males, mi pobre
ideario parece apartarme por igual de todas las corrientes modernas y destinarme,
más bien, a un anacronismo irremediable. Por todo ello, en realidad, invito a un
diálogo, a un provechoso diálogo entre posturas disímiles.

Me queda sí, traer a la memoria conversaciones con amigos homosexuales y, como


siempre, referencias literarias y epistolares, a veces de gran valor testimonial. Así,
esta especie de carta abierta tendrá que limitarse, en lo fundamental, a expresar
algunos interrogantes, compartidos, quizá, por una parte de los lectores.

Gays?

Mi indagación libresca empieza por mi viejo Larousse: no aparece el vocablo. Mejor


consuelo encuentro con la palabra, gayo, ya. El vetusto lexicón de la Academia
revela que el adjetivo deriva del antiguo alto-alemán gahi, y significa alegre,
vistoso…Equivalente, por otras averiguaciones, al francés gai, e. O, más
directamente, al inglés gay, alegre, festivo, ufano, llamativo, etc. Nada en el alemán
moderno se le parece. En ningún idioma he podido hallar acepción que relacione el
término con asunto sexual alguno. ¿Qué hacer, ahora? Sin remedio, observar, y
utilizar la imaginación… Y esos “alegre, vistoso, ufano”, referidos a alguien distinto
de uno mismo, sólo se tornan evidentes si alguien los exhibe, los pone delante de
mi percepción.

El llamado “movimiento gay”, que por estos días celebra el “día del orgullo gay”,
ostenta la exposición o la exhibición de su peculiar condición sexual, como rasgo
característico. Así lo denotan expresiones como “salir del closet”, “lanzarse a la
calle”, “tirarse al ruedo”, etc., todas relacionadas con un ponerse en evidencia, un
dejarse ver que no implica necesariamente, ni en todos los casos, un morbo
exhibicionista. Pero, no todos los homosexuales, bisexuales, transexuales, etc.,
están dispuestos a exponer ante el público su particular preferencia sexual, con el
resultado de que los gays más conspicuos tachen por insinceros a los discretos,
que muchas veces apelan al disimulo sólo para evitar ser discriminados,
perseguidos, marginados y aun asesinados por los paleofascistas.
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De cualquier forma, todos los voceros coinciden en afirmar, casi siempre con
orgullo, que el número de los no heterosexuales es mucho mayor del que se aprecia
en las manifestaciones públicas del movimiento gay y mayor aún del que parece
registrado en las estadísticas.

Continúa la investigación en otras fuentes

El que esto escribe, hombre de su época, a esta altura ha podido conocer a buena
cantidad de personas de condición sexual heterodoxa, entre ellas, algunos amigos
y amigas de superior talento e inteligencia…Recuerdo ahora cantantes, pintores,
poetas, artesanos, peluqueros de renombre y gente del cine; mas, como suele
suceder, el campo se dilata con el cúmulo de experiencias indirectas. Desde esta
doble perspectiva, quiero proponer a mis amables lectores, especialmente, a mis
lectores homosexuales, algunas sencillas inquietudes.

Lorca y Cernuda

Vamos a referirnos a un grupo de artistas eximios, poetas todos, si bien, los más
descollaron asimismo en terrenos como el cine, el drama, la literatura e incluso el
periodismo. Buscadores de la verdad y hombres completos, que lucharon en contra
de los poderes fácticos impuestos sobre la voluntad de sus pueblos y militaron
siempre en las filas de la denuncia, rechazo y condena del capitalismo, desde
distintos lugares y tiempos.

El primero, Federico García Lorca, el insigne poeta de Granada que, a pesar de su


muerte prematura, se yergue como una de las voces más sonoras de la lengua
española de todas las épocas. Hombre de poderosa inspiración, había recibido en
abundancia aquel don ilustre que hace del verdadero poeta un ser extraordinario
“que ilumina las palabras opacas por el oculto fuego originario”.

De su carácter extrovertido y jocundo dejaron testimonio cuantos le conocieron,


desde Buñuel hasta el mismo Cernuda, homosexual como Federico, que en su
hermosa elegía, clamó sin temor a la hipérbole: “La sal de nuestro mundo eras,/Vivo
estabas como un rayo de sol”. Exquisita sensibilidad y talento sin par el de Lorca,
que resonaba con profundos acentos e inaudita elocuencia, bien hablase por medio
del romance medieval español y universal, bien lo hiciese cantando en once sílabas,
como los poetas del Siglo de Oro, o recurriendo al verso libre de rima y de medida
del vanguardismo surrealista. En el horrendo crimen que convirtió al cantor en
héroe, al parecer no solo intervinieron motivos políticos, sino otros relacionados con
su homosexualidad, como que aquella muerte, victoria del “triste odio de los
hombres”, se produjo “entre tus propias gentes/ Y, por las mismas manos/ Que un
día servilmente te halagaron”. Y, a lo peor, sin la ausencia completa de aquellos
“radiantes mancebos que vivo tanto amaste… Desnudos cuerpos bellos que se
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llevan tras de sí los deseos”, pero que “sólo encierran amargo zumo”, pues “no
alberga su espíritu un destello de amor ni de alto pensamiento”.

Con estos pocos datos a la mano, podría uno preguntarse si este hombre tan festivo
que, al decir de muchos, era la fiesta misma, si este hombre que destilaba alegría,
¿era, entonces, un gay? Por supuesto que si, dirán algunos… ¿Acaso no es lo
mismo? ¿Acaso éste no es término que ha de aplicarse a todos? Que no, habría
respondido probablemente Federico, quizá en tono airado, como el que empleó en
su extraña “Oda a Walt Whitman”, al excluir a un grupo numeroso de camaradas
sexualmente afines y, sin embargo:

Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos


Gotas de sucia muerte con amargo veneno,
Contra vosotros siempre,
Faeries de Norteamérica,
Pájaros de la Habana,
Jotos de México,
Sarasas de Cádiz,
Apios de Sevilla,
Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal.
¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!
Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,
Abiertos en las playas con fiebre de abanico
O emboscados en yertos paisajes de cicuta…

Y, como para acrecentar la confusión de los ignorantes, tras la convencida y casi


delirante condena de estos “maricas”, de cuyos ojos – según sigue diciendo– mana
la muerte y “agrupa flores grises en la orilla del cieno”, alerta a sus hermanos, “los
confundidos, los puros, los clásicos, los señalados, los suplicantes”, para que, sin
demora, les “cierren las puertas de la bacanal”.

El siguiente convidado es Luís Cernuda, quizá el último gran poeta del amor erótico
en esta misma lengua de Castilla, miembro destacado, junto a Lorca, Alberti,
Aleixandre, Salinas y don Jorge Guillén, de aquella gloriosa Generación del 27,
agrupada en torno a la memoria del gran poeta cordobés don Luis de Góngora…
Hasta en el más conocido y popular de sus poemas, hay notas que evocan grandes
momentos del idioma:

Te quiero…
Te lo he dicho con el miedo,
Te lo he dicho con la alegría
Con el hastío, con las terribles palabras.

Pero así no me basta:


Más allá de la vida,
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Quiero decírtelo con la muerte;


Más allá del amor,
Quiero decírtelo con el olvido.

Más allá de toda particularidad sexual, hay aquí una declaración de amor verdadero,
de verdadero amor, de amor eterno; el mismo a que aludía en su hora un Quevedo
esperanzado:
Su cuerpo dejarán, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrán sentido.
Polvo serán, mas polvo enamorado.

Cernuda dio la cara, proclamó su homosexualidad afrontando con valor duradero,


la incomprensión, el rechazo, la persecución. Pero, al final, sólo encontró la soledad,
el desamor, el contraste terrible entre “la realidad y el deseo”, el no querer volver,
no querer recordar “un instante feliz entre tormentos, sino morir aún más, arrancar
una sombra, olvidar un olvido”… Y luego, como único consuelo, la mística, la mística
española de siempre:
No destruyas mi alma, oh Dios, si es obra de tus manos;
Sálvala con tu amor, donde no prevalezcan
En ella las tinieblas con su astucia profunda,
Y témplala con tu fuego, hasta que pueda un día
Embeberse en la luz por ti creada (…)
Tras esta noche oscura vendrá el alba
Y hallaremos en ti resurrección y vida.
Para que entre la luz, abrid las puertas.

Pasolini y Testori
Pier Paolo Pasolini y Giovanni Testori son nuestros contemporáneos. Sólo una
generación nos separa de ellos: padres o, simplemente, hermanos mayores del que
emborrona estos párrafos. No hay aquí prohibiciones o persecuciones políticas,
pues, la época plena de sus vidas trascurrió en la Italia de la post-guerra, en la Italia
post-fascista, que desembocaría en el hedonismo consumista y en el
neocapitalismo, aún hoy absolutamente hegemónicos. Comunista, el uno, católico
el otro, jamás transigieron con el poder mundano, y rehusaron siempre el triste papel
de bufones mercenarios de la burguesía. Entrambos, desde su diferente
perspectiva, gozaron de la pública celebridad que, ya para entonces – ¡los tiempos
cambian! – no paraba mientes en su homosexualidad, ni veía en ella óbice para
dejar de apreciar su talento.
Ello no obstante, hubo Pasolini de cargar con su particular erotismo, como con un
fardo pesado y doloroso: En primer lugar, la angustia de quien vive “una doble
existencia”, la del “hijo modelo, consuelo de sus padres, alumno ideal”, por un lado.
Por otro, la del que experimenta el deseo “hasta su más miserable cotidianidad”,
hasta “no poder resignarse –terrible palabra– a la castidad”, hasta sentir “una
desesperación irresistible por un muchacho sentado sobre un muro y dejado atrás,
desde el tranvía para siempre”… Aquel deseo vulgar que lo arrastraba, llegado el
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momento, a gastar en quienquiera que fuese su infaltable “reserva de perversión


malvada y fósil”. Su libido fue, según sus propias palabras, “una cruz”, y un peso
que, a veces, logró halarlo hasta el fondo. Y esta “ambigüedad” lo acompañó
siempre, hasta su muerte, asesinado vilmente, en un caso que, tanto pudo tener de
crimen político, como de reyerta pasional, afeado, además, por señas inequívocas
de tortura e impiedad.
“Yo nací para ser sereno, equilibrado y natural –escribió en 1.950 a Silvana Mauri.
Mi homosexualidad era algo de más, estaba afuera, nada tenía que ver conmigo,
nunca la sentí dentro de mí”. Pasolini confiesa a su amiga que “tenía tres años y
medio cuando sentí por primera vez aquella atracción dulcísima y violentísima que
luego me ha quedado siempre igual, ciega y tétrica como un fósil. Entonces no tenía
un nombre, pero era tan fuerte e irresistible, que tuve que inventarlo yo: fue teta-
veleta, y te lo escribo temblando, tanto miedo me inspira este nombre terrible,
inventado por un niño de tres años enamorado de un muchacho de trece; este
nombre de fetiche primordial, repugnante y tierno”. Pier Paolo, el magnífico cineasta,
escritor genial e iluminado poeta, vivió su homosexualidad como una neurosis
terrible que, a sus 19 años, casi lo llevó hasta el suicidio, y que, quizá, tampoco
estuvo ausente en su trance postrero, en 1.975. Tenía, entonces, 53 años.
Apenas un año menor que Pasolini, nacido en 1.923, el famoso escritor, poeta y
dramaturgo Giovanni Testori jamás ocultó su catolicismo militante, como no lo
hiciera el gran cineasta con su militancia en el Partido Comunista Italiano (P.C.I.).
Tampoco escondió su homosexualidad, frente a la cual fue incluso menos ambiguo.
Como se sabe, los comunistas nunca han considerado la “liberación sexual”, como
parte de la lucha por el socialismo; en esta materia, aun Marx y el propio Lenin han
sido tachados recientemente de conservadores. Y el gran poeta marxista Bertold
Brecht, frente a toda exposición pública de los sentimientos, asumía una actitud más
bien peregrina:
Solemos reprochar a los homosexuales sus modales afeminados y la actitud
ridícula que asumen al hablar con sus amigos. Pero, ¿acaso se comportan de otra
manera los hombres con las mujeres? Deberíamos combatir los modales
afeminados y la exhibición de sentimientos, en cualquier circunstancia en que se
presenten, o tolerarlos, allí donde se presenten.

Pero, a Testori la situación se le presentó cada vez más difícil, en razón de la


conocida postura de la Iglesia católica frente a “las relaciones entre hombres o
mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia
personas del mismo sexo”. La Iglesia ha mantenido siempre que “los actos
homosexuales son intrínsecamente desordenados y contrarios a la ley natural,
cierran el acto sexual al don de la vida, no proceden de una verdadera
complementariedad afectiva y sexual y no pueden recibir aprobación en ningún caso
(…) La particular inclinación de la persona homosexual, aunque en sí no sea
pecado, constituye sin embargo una tendencia, más o menos fuerte, hacia un
comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral. Por este
motivo, la inclinación misma debe ser considerada como objetivamente
desordenada”.¿Qué les queda entonces a los homosexuales? ¿Qué les ofrece a
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estos hermanos, la Iglesia? Estas personas “están llamadas a la castidad. Mediante


virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante
el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental,
pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana”.
Giovanni Testori dejó testimonio frente a censuras eclesiales, como la que en 1.992
emitió la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida entonces por el cardenal
Ratzinger -hoy papa Benedicto XVI-, que considera justo discriminar a los
homosexuales en “la adopción y custodia de niños, en la contratación de profesores
e instructores, o en el reclutamiento de militares”. Entrevistado al respecto, dijo el
poeta: “No me sorprende. La condena de la homosexualidad está escrita en el sexto
mandamiento…Pero, en la Iglesia, la entereza moral está unida al perdón. La Iglesia
hace bien en proponer de nuevo la rigidez moral, a pesar de que esta condena me
caiga encima a mí y trastorne ulteriormente mi propia paz”. ¿Cómo ha vivido su
homosexualidad? “Más que vivido, la he padecido –dice Testori. No he sido capaz
de rechazar mi propia homosexualidad y he terminado por aceptarla con dolor y
desesperación. Nunca la he ocultado, pero, tampoco exhibido. Sólo a mis padres
no les dije nada, y soy feliz porque nunca lo supieron. Ante la sociedad he vivido
con desesperación, con el valor que da la desesperación. Excluyo salir de la Iglesia,
porque para mí la Iglesia es Cristo y a Cristo lo llevo dentro de mí; he excluido
asimismo el suicidio -que me tentó cuando era joven-, pues comprendí que era un
pecado más grande que el berenjenal en que he vivido”. ¿Por qué insiste tanto en
calificarse a sí mismo como un “desesperado”? “Siento angustia, agonía. La vida
para mí siempre fue agonía, como si cada día fuera el último, cada noche la última,
cada beso el último, cada blasfemia la última”. Ha conocido usted al cardenal
Ratzinger? “Sí. Es tan rígido en los temas abstractos como lleno de amor por los
individuos. Dice vade retro al pecado, no al pecador”. La condena de la
homosexualidad está en un documento dirigido a los obispos norteamericanos:
¿Qué piensa Ud. de Estados Unidos? “Lo peor que existe en Occidente llega de
allá. Allá la vida es solamente dinero y poder. El mundo debería responder, pero
eso es lo que no sabemos hacer. Pido a todos que nos empobrezcamos y que
renunciemos al dinero por amor, en vez de continuar hablando de
homosexualidad”… ¡ Conformes ! Quod scripsi, scripsi.

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