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El RETO DE SEGUIR A CRISTO

“Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y
aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no
puede ser mi discípulo”……. “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no
puede ser mi discípulo.” (Lucas 14:26, 27,33).

Cuando se habla del reto de seguir a Cristo nos referimos a las implicaciones que esto tiene, las
exigencias que conlleva, las actitudes adecuadas que debemos tener y la obediencia que el Señor nos
pide. Este tema no nos debe desalentar, si en verdad queremos ir tras el Maestro, pues su yugo es fácil,
y ligera su carga.

También nos dicen las escrituras, que es Dios el que produce en nosotros así el querer como el hacer por
su buena voluntad. Lo que es imposible por nosotros, es posible para Dios cuando lo dejamos obrar. La
Biblia nos dice que es del hombre la disposición del corazón. La única manera en que podemos cumplir
las demandas de la vida cristiana es uniendo nuestra voluntad a la de Dios, y consintiendo que el obre
por su Espíritu en nosotros.

Idea 1: Jesús es el único que tiene derecho y autoridad de establecer las condiciones para aquellos que
lo quieren seguir.

Idea 2: Hay un costo que pagar si queremos ser seguidores de Cristo: La vida cristiana autentica nos
costará nuestra propia vida, esto es algo que no todos están dispuestos a desembolsar. Si nuestra
experiencia cristiana no nos está costando nada, entonces no tiene ningún valor. Si en nuestra manera
de seguir a Jesús no estamos pagando un alto precio, entonces no le estamos siguiendo en verdad a él.

Idea 3: Las demandas causan la impresión de que son realmente duras y difíciles de cumplir. Veamos en
Juan una curiosa experiencia: “Al oírlas, muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta palabra; ¿quién
la puede oír? Sabiendo Jesús en sí mismo que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os
ofende?”............. “Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él.
Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor,
¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” (Juan 6:60, 61,66-68). 1. Ellos tachan a Dios de duro
por lo que estaba anunciando: “Dura es esta palabra”. 2. Entran en murmuración y queja contra Dios. Se
cuestiona la verdad de Dios. 3. Se sienten ofendidos por los dichos de Jesus, vieron un choque entre lo
que sabían y lo que Jesus planteaba. Implicaciones:

I. Al seguirlo, Jesus debe estar por encima de cualquier afecto humano.

”El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no
es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la
perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará.” (Mateo 10:37-39)
Es una cuestión de prioridad y orden espiritual. En estos versos sobresale la expresión más que a mí. El
primer mandamiento es, amarás a Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas y con toda tu mente.
Nuestro amor a Cristo debe ser superior al de cualquier criatura si es que queremos ser sus discípulos.

Aborrecer, dentro del contexto de la enseñanza de Jesús en este pasaje significa no amar por nosotros
mismos, sino amarle a Él para luego amar a los demás a través de Él. No hay otra forma de entenderlo
puesto que toda la escritura nos muestra que debemos amar a nuestro prójimo y hermanos, y la palabra
de Dios no puede contradecirse. De manera que lo que Jesús nos está diciendo es que rehusemos a todo
afecto que no esté orientado por medio de Él. Cuando esto no es así nuestras relaciones afectivas suelen
ser bastantes egoístas e imperfectas. Sin embargo, cuando amamos primero a Dios, el derrama su amor
puro y sano en nuestros corazones, para que así amemos a los que nos rodean e incluso a nuestros
enemigos.

II. Al seguirlo, hay que llevar nuestra cruz.

Esto es el precio de la cruz, y todos los seguidores de Jesús sabían lo que significaba morir en la cruz,
ellos habían visto miles de personas morir en la cruz a lo largo del camino de Galilea; esta forma de
matanza era una advertencia contra todo aquel que pretendiera alterar el orden social existente, para
lograr este propósito los romanos se encargaban de realizarla, con ello garantizaban la paz social.

Cristo murió en la cruz por salvarnos y liberarnos del pecado. Esa misma cruz es la que Cristo ofrece a
sus seguidores hoy en día, ahí, en la cruz, debemos sacrificar nuestras ambiciones personales, la
comodidad, el lujo, el triunfo personal, los proyectos personales, los sueños. Jesucristo nos ofrece un
camino diferente para vivir una vida plena, pero ésta tiene un precio: la cruz. Esto significa que debemos
tener una cierta disposición al sufrimiento.

La cruz será lo que pruebe nuestra entrega y obediencia a Dios. Sin ella no puede existir el discipulado.
La cruz expresa la perfecta voluntad de Dios para nuestras vidas y en ella será sacrificada nuestra propia
voluntad, muchos de nuestros deseos y de nuestras aspiraciones. Tomar la cruz significará una muerte
diaria a nosotros mismos, para que así la vida de Jesús se manifieste.

III. Al seguirlo, el Señor exige un sentido de renuncia a nuestras posesiones.

Esto quiere decir que nuestras manos deben estar abiertas, no agarrarnos a nada excepto a Cristo. No
nos hagamos tesoros en la tierra sino en los cielos, porque ahora nuestra vida está con Cristo en los
lugares celestiales. Otra vez en todo este asunto la prioridad es muy importante. Si bien es cierto que
tenemos diferentes necesidades, como son el alimento, el vestido, la vivienda y de una economía digna.
La palabra de Dios una vez más establece el orden:

“No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los
gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas
cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.”
(Mateo 6:31-33)
Las posesiones hacen también referencia a nuestras propias capacidades, dignidad propia, justicia
propia, incluso a meritos académicos. El apóstol San Pablo lo tenía todo por basura con tal de conocer
profundamente a Cristo y de ser semejante a Él. ¿Cuántas veces los creyentes se aferran a todas estas
cosas y se sueltan de Cristo? Ellos aman más su posición y estatus que al Señor, prefieren conservar su
buen nombre a ser identificados como discípulos de Jesús. Son débiles en la fe aunque parezcan fuertes
y sabios en otros asuntos naturales. La palabra de Dios nos enseña que Moisés siendo príncipe de Egipto
rehusó por la fe llamarse hijo de la hija del Faraón, escogiendo antes ser vituperado con el pueblo de
Dios que gozar de los deleites temporales.

Jesús dijo que no había nadie que hubiese dejado padre, madre, mujer, hijos y posesiones que no
recibiera cien veces más y la vida eterna.

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