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SOBRE CÓMO LA EDUCACIÓN TRANSFORMA Y SE TRANSFORMA.

Sobre cómo la educación (aprender y enseñar) transforma y se transforma.

Joaquín David Grajales Hernández.1

La educación, con todos sus procesos y perspectivas, es una parte fundamental del
quehacer humano, por lo cual se haría necesario describir mi interés y acercamiento a la
educación como opción de vida (si tal cosa se pueda decir) desde diferentes direcciones y, por
qué no, desde diferentes vistas.

El gusto por aprender, sería entonces, la primera dirección desde la cual arribar al interés
por la educación. Desde muy niño siempre hubo un interés por aprender un poco o mucho
más de lo que cada profesor o profesora enseñaba en el aula en cada una de las diferentes
áreas del saber. Así fue como el leer se convirtió en una temprana pasión que, poco a poco,
fue desplazando otras pasiones juveniles y también se convirtió en la principal forma de
adquirir conocimientos. Como toda herramienta solo es verdaderamente útil en la medida que
es, por sus funciones y calidad, la más adecuada, la lectura en mis primeros años de
formación escolar mejoró notablemente, además de inspirar un placer por la apertura a cosas
nuevas, es decir, la lectura como proceso en sí, encarnaba la posibilidad de todo saber o al
menos así lo empecé a ver. El solo hecho de saber lo que comunica un anuncio mientras
descuidados transeúntes apenas si se percatan de él, llegar a las clases con algo más de
conocimiento de lo que mis maestros enseñaban, estar en casa aprendiendo cosas que ni mis
padres sabían… leer se convirtió en la llave maestra di una multitud de conocimientos sobre
tantas cosas… leer era aprehender el universo de saberes que me bombardeaba desde cada
libro, anuncio publicitario, menú de restaurante, cartas infantiles de amor, ¡hasta las mismas
imágenes hablaban a mi alrededor¡ o, lo que podría ser lo mismo, se podía leer en ellas, leer
lo era todo… era el Universo mismo.

Otra dirección desde la cual podría arribar al interés personal por la educación tiene que
ver con la primera, considerando a ésta como su génesis. Al leer con mucha fluidez y, sobre
todo, por placer (raro placer) y aprender más de lo que se me enseñaban en las aulas, mi
rendimiento académico era sobresaliente, al punto que menciones de honor, reconocimientos

1
Especialista en Aplicación de las TIC para la Enseñanza. Profesor de matemática en la Institución
Educativa Cardenal Aníbal Muñoz Duque del municipio de Santa Rosa de Osos (Ant.).
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públicos, entre otras de estas manifestaciones comunes que utilizan las instituciones y la
comunidad en general para congratular a sus "buenos chicos", no se hicieron esperar. Sin
embargo, esa no era la parte de mayor significación para mí, sino una consecuencia que se
fue madurando a medida que iba creciendo en mi formación escolar: enseñar a mis
compañeros lo que del profesor y del área correspondiente no entendían. Desde matemáticas,
pasando por historia y geografía, hasta llegar al inglés ya en la secundaria era el tutor
personal de varios de mis compañeros en el salón, de otros compañeros en otros grupos de mi
mismo grado y hasta compañeros de otros grados. Así entonces me convertí en un pequeño
profesor, no porque haya considerado en ese entonces la profesión como algo pequeño, sino
porque era consciente que, en este rol que sin premeditación estaba asumiendo, a mí me había
tocado la mejor parte: que estudiante me buscara con muchas ganas (y urgente necesidad) de
aprender, hacerlo de manera particularizada, ver la satisfacción de un estudiante que entiende
a la primera, y todo esto sin lidiar con problemas de indisciplina o la frustración de un padre
o una madre que no piensa dos veces en afirmar "es que el estudio no es lo de mi hijo".
Aunque, es importante reconocer que yo en ningún momento cobraba por mis "servicios"
educativos y la única recompensa que recibía era el reconocimiento de mis compañeros en el
colegio, su respeto y un apretón de manos, en el caso de mis compañeros, o un beso en la
mejilla, en el caso de mis compañeras, acompañados ambos gestos por una amplia y honesta
sonrisa y las que nunca dejarán de ser bellas palabras "muchas gracias".

A partir de estas dos tempranas visiones, cada una ubicada en un polo que se entrelaza con
el otro; visiones desde las cuales, sin ser las únicas seguramente, me he guiado a lo que es el
principio de lo que entonces fue mi interés por la educación, primero como un estudiante,
luego como un profesor (guardando las proporciones), pero siempre como ambos, estudiante
y profesor, llego a mi etapa de formación profesional que, en sus inicios y en su núcleo (así lo
ven y lo verán muchos) no tenía nada que ver con la educación pues soy ingeniero físico de
profesión. Cuando entro a la universidad lo hice con la convicción de empezar, continuar y
terminar una carrera profesional que me permitiera formarme con suficiencia en muchos
saberes, sobre todo si tenía que ver con ciencias naturales y exactas. Yo lo que quería era
aprender mucho y sobre todo lo que se pudiera, inspirado en grandes hombres cuyas vidas la
Historia nos contó, especialmente aquellos que nacieron y vivieron durante el Renacimiento.
Los hombres y mujeres de antes sabían muchas cosas, en diferentes áreas del saber, afines o
no entre ellas pero que en ellos y en sus experiencias de vida se hacían tan afines que yo solo
podía pensar que el conocimiento era uno solo, que saberlo todo en cierta forma era una mera
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cuestión de resolver en un cronograma qué cosa nueva se iba a aprender en qué día y a qué
hora. Además, aunque no pensaba en dedicarme exclusivamente a la enseñanza, añoraba la
posibilidad de, me dedicara a lo que me dedicara, contar con la oportunidad de enseñar en
alguna institución alguno de los múltiples saberes que iba a adquirir en mi paso no fugaz por
el alma mater, y esto ya que había saboreado la miel que mana del panal del aprender
enseñando… que el saber es más dulce cuando se hace algo útil con él, cuando no se estanca
sino que se oxigena con la posibilidad de transmitirlo porque le da propósito al conocimiento
y así, indirecta, pero profundamente, da hasta un propósito a la propia existencia, tema que
sería y es un permanente cuestionamiento de vida… en mi vida. Como en una nota una
compañera me escribió en la ceremonia de entrega de símbolos en el colegio cuando yo ya
terminaba ese ciclo: "La vida no premia por lo que se sabe, sino por lo que se hace con lo que
se sabe". No sé si la cita es de algún autor que no sea mi entonces compañera, no me he
tomado la molestia de averiguarlo, porque su valor no está en quién lo pensó, sino en quién
me lo enseñó, porque le dio un nuevo significado, le dio un propósito.

Lastimosamente tendré que confesar que la vida de academia que tanto añoraba vivir en la
universidad no fue ni la mitad de lo que esperaba, aunque agradezco la oportunidad y las
vidas que se entrelazaron con la mía en esa etapa creo que el propósito con el cual llegué no
lo alcancé, al menos no a cabalidad, a pesar de haber aprendido mucho… pero es verdad que
de la vida, aquella que trasciende el campus universitario con toda su orgullosa y suficiente
imagen de sí mismo… aprendí más de lo que esperaba. Desde aquí nace una necesidad por
cuestionar muchos mitos que, como sociedad, tenemos sobre la profesionalización del saber,
del hacer y hasta del ser… el concepto de "ser alguien en la vida", si es que no es ya un
paradigma se reconstruyó en mi conciencia y todo un constructo de valores, tradiciones y
hasta hábitos se tuvieron que transformar, para poder ver el, no ya el mundo, sino el existir o
la existencia mía, del otro y lo otro desde otros puntos de vista… una resignificación del yo
desde lo interno y lo externo. Aun durante esta "crisis", esta tensión que mi relación con un
saber más complejo y específico generó, seguí siendo estudiante/profesor, de manera que mi
propia experiencia de vida y no solo mis saberes se volvieron mi tema, a la hora de aprender
y a la hora de enseñar. Ya luego el tiempo me dio la oportunidad de experimentar la docencia
y desde allí ver las entrañas de lo que significa la educación cuando es una opción oficial de
vida, y es en ese instante o esa etapa desde la que continúo escribiendo esto…
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Desde mis experiencias escolares siendo oficialmente un estudiante, he sido un


convencido de la transformación que la educación opera en una vida. Por propia experiencia,
siendo mi situación económica algo difícil si pensaba en formación profesional, fue mi buena
relación con los procesos educativos lo que me pondría en el foco de la generosidad de
personas de las cuales Dios dispuso para facilitarme el seguir aprendiendo y hacerme un
profesional, cosa que en este país muchos, aunque no los suficientes solo pueden alcanzar.
También vi, en los propios rostros de mis compañeros cuando se emocionaban por entender
un nuevo o un viejo concepto, una intrincada práctica o simplemente poder hacer una tarea
sabiendo lo que hacían, cómo la educación toca y transforma vidas incluso en detalles como
el estado anímico… Yo creo que los seres humanos estamos en este universo es, sobre todo,
para aprender y enseñar, para educarnos entre nosotros, para a través de la educación ser
parte de algo más grande que nosotros mismos. La educación en sí misma es propósito, si no,
no es educación, es en sí misma transformación… tal vez cuestionemos que muy poco se
innova en el sistema educativo… pero la educación sí se transforma, se transforma desde las
pequeñas pero fundamentales acciones que van transformando cada vida con la cual tiene
contacto y que los docentes, desde el aula tenemos el privilegio de ver en primera fila y a
veces puede ser tan imperceptible que nosotros, los docentes, insensibilizados por políticas,
gestiones, formatos, cronogramas, no lo vemos o nos hacemos como que no los vemos
porque según sea la transformación que se note, nos tendremos que cuestionar.

El cuestionar es una práctica que, como una sociedad educada, o que pretende serlo,
queremos fomentar… el ser críticos. El gran inconveniente es que no entendemos qué es ser
críticos, empezando porque en el ámbito en el cual, con mayor énfasis deberíamos serlo, no
lo somos… ¿cuál es este ámbito? Pues el de la propia vida, el quehacer propio. El
pensamiento crítico como una posibilidad del ser del estudiante no puede ser el ideal en el
aula, debe ser la práctica común en cada aspecto de la vida, sea el tiempo y el espacio que
fuere. Pero el pensar de forma crítica no es posible si primero no se pasa por el crisol de la
propia experiencia de vida y el enseñar es una opción de vida que mayor potencialidad da en
este aspecto. La educación, ante todo, debe posibilitar transformación, en otras palabras, debe
ser una educación transformadora, naturalmente lo debería ser, pero por el concepto de
educación que se construye desde la institucionalidad y que se relaciona principalmente con
formatos, políticas, leyes y demás, creo necesario hacer una distinción al introducir tan
etiqueta. Una educación transformadora, que arrebata la atención del estudiante y del profesor
hacia un desarrollo de un pensamiento crítico, de una visión integradora del mundo y que lo
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cuestiona, que argumenta a favor o en contra, que es protagonista o antagonista pero que sabe
lo que es y lo que implica, que se compromete con ello y lo asume, crece.

Debemos entonces, en el marco de lo que se propone como una educación transformadora,


definir lo que es su propósito. Una educación transformadora tiene, o debe tener, como
principio fundamental transformar la educación, de tal manera que esta se convierta en el
proceso de emancipación del conocimiento, para que este se convierta en sentido común. El
pensamiento se hace libre, y en entonces que se hace propio. Sólo en la medida en que el
conocimiento se convierte en sentido común es que se suscita el inconformismo que es el
germen del verdadero pensar crítico. (Sousa Santos, 2019).

Una educación transformadora crea tensiones, parte de la conflictividad de los


conocimientos y, desde allí, busca conducir el pensamiento entre los sentidos comunes
alternativos, de desafía para pensar el aula de clases como un campo de posibilidades en el
cual es posible promover nuevos debates que cuestionen la hegemonía de la ciencia como
única y legítima fuente del saber. El estudiante como el docente tienen que elegir dentro de
las posibilidades que plantea el conflicto, y no es necesario que sus posturas concuerden, pero
sí que se exploren. Desde el aula es entonces necesario combatir la uniformidad y favorecer
la participación, la puesta en práctica de un saber que se libera de una racionalidad al servicio
de la transformación de la realidad material en objetos de consumo. Ha de ponerse en práctica
en nuestros espacios de enseñanza un ejercicio de justicia cognitiva en el que todas las voces
puedan expresarse en un mismo pie de igualdad (Sousa Santos, 2019), incluyendo la siembra,
en aquel campo de posibilidades, saberes tradicionales, emociones, pasiones, todo aquel
espectro de fuentes conocimientos olvidados y menospreciados por su origen: por antiguo,
por abstracto y, sobre todo, por autóctono.

Desde las prácticas de una educación transformadora debe plantearse el cómo incluir la
voz de los antepasados, los de los muy lejos y los más cercanos, voz que condensa
aprendizajes fomentados por prácticas comprobadas y mejoradas durante siglos, voz de
tiempos que susurran a través de tradiciones, expresiones culturales y la identidad territoriales
de pueblos que también supieron aprender y enseñar; la voz, si es que ya no el grito, de los
saberes que no convierten materias primas o el entorno y, sobre todo, exigirse convertir el
conocimiento, con toda su diversidad y rigurosidad, en sentido común, el saber del común,
dar la oportunidad desde allí a pensar de manera crítica, no ya transformar el entorno para
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consumirlo sino transformar el mundo y con él a nosotros mismos, con nuestros juicios,
valores y paradigmas al escuchar todas las alternativas y elegir, elegir con conocimiento de
causa, elegir desde el propio lugar y el tiempo que se ocupan, no ya en la sociedad en la cual
se ha crecido, sino desde todas, desde la humanidad misma, desde todos los conocimientos
posibles, libres de una racionalidad tecnicista y devoradora de realidades… un yo que al
pensarse críticamente se trasciende a sí mismo y se piensa como un yo comunitario,
universal.

En relación a esas posibilidades que fomenta una educación transformadora, que


transforma el pensar crítico en sentido común, habrá que introducir, el que creo es uno de sus
principales obstáculos, que no es más que una falta de asombro o de ver lo interesante en un
entorno que se materializa más allá de una útil concreción de recurso. Esto es tan cierto como
que es palpable aún en el aula y en nuestro propio hacer. Ya no vemos lo interesante en todas
aquellas prácticas a través de las cuales guiamos a nuestros estudiantes por su aventura del
saber, porque es sobre todo eso, SU propia aventura. El hecho sorprendente en lo que nos
rodea de difumina entre las prácticas que se van estancando en la monotonía, en una
percepción del estudiante y de nosotros mismo incluso, que no se transforma que no se
renueva. El pensamiento abductivo, se erige aquí entonces como aquello que se genera como
posibilidad de repensarse, entendiendo que la abducción es la puerta de entrada al
razonamiento científico, la misma que permite establecer un vínculo con lo que pasa fuera y
dentro del ser, tiene como punto de partida los hechos y, de ellos, se infieren sus
posibilidades (Henao Ciro, 2014). La abducción hace plausible un hecho sorprendente, o
interesante, al considerarlo hipotéticamente como el resultado de aplicar una regla
determinada a un caso concreto. En este caso, se hace de lo sorprendente o lo interesante, el
centro de estudio de una serie causas o efectos comprobados convertidos en normas, pero de
forma más local. Lastimosamente, nuestra práctica pedagógica se ve asaltada por
formalismos institucionales que arrebatan la posibilidad de ver lo sorprendente en el aula, en
lo que hacemos.

Desde mi propia experiencia he tenido que ser confrontado a este respecto. ¿Puedo ser
siempre el mismo profesor? Cuando en mi asignación académica debí impartir matemática en
grado 6° de secundaria, lo primero que pensé fue: "¿Y ahora cómo hago con niños tan
pequeños?". No fue una cuestión de profunda insatisfacción ni mucho menos una situación
frustrante… aunque no niego cierto nivel de esto último lo que se me generó en tal momento.
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Luego, aquí sentado escribiendo, no hago sino rememorar momentos clave de esta específica
experiencia. Momentos de verdadero asombro en la dinámica de comportamiento de los
niños, sus percepciones del mundo y su entorno más cercano, sus dilemas, sus sueños, su
forma de aprender, de desaprender… cómo funciona el recuerdo y la posibilidad de olvido, a
lo que son sensibles, sus dificultades… de repente el mundo de estos pequeños se me
presentó tan vasto y complicado, más allá de mis propias expectativas (muy inocentes al
mirarlas ahora) que el asombro fue una consecuencia natural. Aprender y enseñar a
estudiantes de grado de 6° me transformó. ¿Puedo ser siempre el mismo profesor? La
respuesta tenía que ser un natural y rotundo "no, no puedo ser siempre el mismo profesor". La
experiencia desbordó todo presupuesto hecho en el expectante plan de trabajo con los que
iban a ser mis estudiantes este año. Los desbordó positivamente, arrasó con los diques de 4
años de "cómoda" experiencia docente y gracias a Dios por eso. Mi práctica al verse
cuestionada desde su cimiento, que no es más que mi propia visión de lo que es educar, se
tuvo que transformar y con ella yo mismo me tuve que transformar. En esta etapa de mi labor
ya no era suficiente con cambiar las metodologías, con replantear las lúdicas, con cambiar
ciertas posturas y revisar hasta determinados comportamientos… había que mirar hacia
dentro y cuestionar lo que, como ser pensante y de acción, yo represento. Lo que, en ese
momento de crisis, de nueva tensión, estaba muy claro es que no podía ser el mismo profesor
Joaquín del año pasado, año en el cual llegué a Santa Rosa de Osos, específicamente a crecer
en el Cardenal. Aunque es el mismo pueblo, con el mismo clima y una población más o
menos similar, mis estudiantes no eran los mismos, no eran la misma población a la que
estaba acostumbrado a guiar, algunos podrían pensar que eso siempre es cierto y es algo
natural, todos los seres humanos somos diferentes; de alguna forma una réplica de este tipo es
común y no deja de ser, a fuerza de repetirse, algo cierto. Sin embargo, es muy común dar
muchas cosas por sentado solo porque son naturales, pero son asuntos de los cuales no nos
encargamos por nuestra propia cuenta y la práctica nos muestra que, aunque ciertas, pasamos
por encima de ellas invalidándolas totalmente y esto sucede con conceptos tan comunes como
la muerte, la pasión, el amor, la familia, el respeto, el valor de la vida y su fragilidad (muy
relacionado con la muerte) y la igualdad. Si bien es cierto que es totalmente aceptado que
cada ser humano es único, especial e irrepetible, algo maravilloso, un "mundo aparte",
cuando nos relacionamos invalidamos todo eso y lo único especial es el YO por encima de
cualquier otra cosa y antes que cualquier otra cosa. Para mí esto fue particularmente cierto
cuando debí interactuar con los más pequeños de la secundaria. De repente fue algo que
resaltaba por encima de otros aspectos que como docentes debemos tener en cuenta en la
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población estudiantil a nuestro cuidado. Y la conclusión era inevitable, si mis estudiantes no


son los mismos, yo, su profesor, su guía y en muchas situaciones, su referente, no puedo ser
el mismo. La educación que vi que transformaba las vidas de muchos estudiantes, a mí
cuando también fui especialmente estudiante, ahora, que era o que soy especialmente
profesor, también me transformó. A pesar de los años y las etapas quemadas, mi necesidad
por aprender me siguió transformando y ya ahora no porque era muy bueno aprender cosas
que nadie más me estaba enseñando, sino por la posibilidad de enseñar a otros lo que de otra
forma yo no habría sido capaz de enseñarles.

Estamos acostumbrados a esperar, exigir y evidenciar las transformaciones que la


educación opera en otros, siendo, en la mayoría de los casos, nuestros estudiantes. Verse a
uno mismo como otro es un ejercicio de aprendizaje muy complicado, tanto que nosotros
como profesores muchas veces lo rehuimos, porque solemos vernos como aquellos que ya lo
sabemos todo, aunque humildemente lo neguemos. Desde mi práctica pedagógica actual he
contado con la bendición de coincidir con compañeros en el departamento de matemáticas de
la institución con los cuales ha sido posible el repensarse continuamente, también con colegas
de otras áreas donde incluso hemos podido construir experiencias de intercambio profesional
que han enriquecido nuestras prácticas, hasta nuestros comportamientos frente a diversas
situaciones de aula tanto en aspectos académicos como de convivencia. Esa posibilidad de
repensar y cuestionar nuestras propias prácticas a partir de la experiencia de otros profesores
es una forma de no dejar de asombrarnos y construir nuevos saberes desde la lógica que
planea y espera determinados resultados de prácticas específicas. Superando la "criticadera"
hemos podido pensar críticamente desde el otro.

En vistas de un desarrollo de un pensamiento crítico desde las aulas es muy importante


recalcar en la posibilidad de escuchar todas las voces en el proceso educativo, no como
sancionadores de la pertinencia o no de determinadas prácticas y filosofías, sino como
constructores, en común de unos saberes que se hacen tangibles en cada aspecto de la
existencia material del hombre, y que hasta la trasciende. Esto implica no solo reconocer la
diferencia o más bien la diversidad de los estudiantes que se crecen con nosotros sus
profesores, sino que también implica darles la oportunidad de transformarse en los
protagonistas de su formación, asumiendo compromisos con ellos mismos que en ningún otro
lugar alguien les va a enseñar que se hace necesario pero que, irónicamente, que todos a su
alrededor se lo exigirán o se lo están exigiendo… es la posibilidad de ser críticos respecto a
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ellos mismos y su devenir. Que el estudiante no sea un crítico negativo que se forma desde la
sombra, al margen de un proceso (educación) que se supone está diseñado para él, pero, tal
vez, ese sea el principal problema de la educación o del sistema educativo en su
institucionalidad específicamente: diseña estrategias, políticas, metodologías y orientaciones
para formar a un ser complejo, sin incluirlo en el proceso más que como un usuario. Los
profesores nos convertimos, en muchos casos, en promotores de un servicio (educación) para
usuarios (estudiantes) que el servicio no estudia ni considera pertinente conocer siempre y
cuando se adapten bien al servicio, que se vuelve una imposición cuando hubo épocas en que
era un privilegio y ahora que es derecho parece más un favor. No nos podemos dar por bien
servidos por un sistema educativo que trata de encasillar a cada uno de sus actores,
aislándolos en el cubículo de su rol, rompiendo lo más importante que aporta la educación y
es la comunicación entre seres humanos. Más allá de las metodologías, el profesor es un ser
humano al igual que el estudiante y es en ese vínculo nacido en la igualdad de naturaleza, que
genera tensiones, muchas de ellas más interesantes que preocupantes, que la educación es
posibilidad. Posibilidad para pensarse a sí mismo, posibilidad para pensar en el otro,
posibilidad para pensar en lo otro, de transformarse y transformar que es el todo del ser
humano, de aquel ser humano que vibra en cada aspecto de su existencia, que se asombra,
que piensa, que aprende, que enseña, que actúa… en otras palabras, que es.
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Bibliografía.

Henao Ciro, R. D. (2014). La razonabilidad estética como proceso interhumano y abductivo

desde "Un descenso al Maelström". Enunciación, 53-64.

Sousa Santos, B. d. (2019). Educación para otro mundo posible. Medellín : CEDALC.

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