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CLÍNICA DE LOS FRACASOS DEL FANTASMA – SILVIA AMIGO

Freud señaló como algo humano esa característica de la sexualidad de presentarse en su emergencia como dividida en dos
momentos separados por el periodo de latencia.
Como toda ocasión de contacto brusco, el sujeto se verá obligado a escandir con significantes esa masa que irrumpe así como
también a vestirla y velarla con imágenes. Si logra ese anudamiento con lo simbólico y lo imaginario habrá podido apartar a lo Real
de su tendencia inicial hacia la muerte. Lo real puro lleva a la muerte.
De anudarse con lo simbólico y lo imaginario, lo real habrá logrado darse la posibilidad de tocar la vertiente de la sexualidad. No
es que así evite la muerte, pero se habrá cumplido la sabia premisa freudiana que afirma que cada cual debe “morir a su modo”
(es decir, después de haber dado unas cuantas vueltas por el juego de la vida).
La vida tiene incontables ocasiones de enfrentamiento con lo Real. Pero hay al menos dos situaciones en que necesariamente
habrá que enfrentar una situación que impone esfuerzo de cifrado y velamiento, o bien muerte:
1- Una es el primer despertar sexual, en el que el cachorro humano se encuentra indefenso a su primer pasaje al acto normativo:
dejarse caer en el campo del Otro. Es la primera alienación fundante.
La caída en el campo del Otro exigirá al sujeto infantil, si es que quiere emerger sujeto allí donde ingresó como objeto, las
sucesivas escrituras de aquello que exige ser escrito: que el niño no cabe sin resto en el campo significante del Otro. La
maquinación simbólica no puede trazar todo del niño. Y el residuo que el otro no atrapa en su red será “a”, objeto irreductible al
campo del significante.
El cuento edípico novelizará estas operaciones. Solo en y por esta novela edípica quedará normativamente articulado que sea en
Nombre-del-Padre que del niño quede un real del que el Otro no se apropia. Función paterna y prohibición del incesto son los
nombres míticos necesarios de esta operación.
Cuando culmina este arduo tramo de la primera vuelta edípica el sujeto contara con algunos “títulos en el bolsillo”. Esos títulos
¿Por qué no utilizarlos de inmediato? Porque ningún niño tiene posibilidades, en lo real, de tener que “pagar” con esas letras. Esas
letras serán exigidas para responder a las demandas del otro sexo cuando llegue el momento de la posibilidad del acto sexual. Y
esto sucederá recién cuando otro empuje formidable de lo Real golpee como un “catástrofe” al sujeto en el segundo despertar
sexual. Mientras tanto, sobreviene la latencia.
2- El segundo despertar sexual, por las peculiares paradojas en que pone al Otro, puede concluir en un desenlace trágico. En ese
despertar, se añade una novedad: se trata de lo genital, que exigirá, para poder ser asumido según la ley del falo, a toda la
estructura del sujeto en formación.

LOS TÍTULOS Y SU VALIDEZ. Ante ese brutal retorno de la demanda de goce, el analista comprobará tres escrituras de la falta
que se buscan para enfrentar las exigencias de este despertar de no encontrar el púber al significante unario adecuadamente
inscripto cómo marca de la pérdida de objeto en la significatización:
1) El adolescente puede verse impedido a elaborar al estilo neurótico ese real y habrá brote psicótico. Antes de ese segundo
despertar podría afirmarse que el niño “habrá sido” psicótico; que no había desencadenamiento de esa psicosis antes de la
adolescencia.
2) Como otra alternativa, si los títulos tenían solidez y buenos fondos, habrá entrada en la pubertad con crisis, pero el púber saldrá
adelante por poco que reciba algún mínimo acompañamiento familiar y educativo.
3) Consideremos una tercera posibilidad: lo que suele acarrear habitualmente crisis graves no psicóticas en adolescentes es la
dificultad del sujeto para rearmar una nueva vestidura imaginaria, una nueva asunción de su cuerpo que pueda operar la cobertura
del nuevo real que irrumpe. Dificultada esta nueva investidura, se hará concomitante una seria dificultad de cambiar el modo de
goce en relación al abandono imprescindible de la fijación de los objetos edípicos, para pasar a los exogámicos.
Lo real del goce reclama a lo real y a lo imaginario a que hagan aparecer, para que sea posible la articulación de sexualidad y
muerte, sus agujeros específicos; y el adolescente podrá aún tener que enfrentar graves dificultades para refrendar los títulos,
escrituras que ciñen esos agujeros.
La tan comentada dificultad del adolescente para rearmar y reasumir su imagen en el espejo suele depender de la posición que el
Otro (del que todavía el sujeto depende en lo real) no legitima las nuevas imágenes que éste se da en tanto grande y sexuado.
Porque acepta devolver tal imagen de hombre o mujer llevaría a ese Otro a volver a perder al niño como objeto de su goce.
Así, por ej., para la madre de Wendla, su hija es su “único amor” y desearía conservarla sin cambiar la imagen angélica de niña
pequeña que ella guarda. El nuevo vestido largo aparece en función de tapar sus piernas. Esa madre posterga la explicación
acerca que cómo es que llegan a las familias los niños. Wendla suplica que su madre le abra algún canal hacia la sexualidad;
necesita un saber que sólo puede ser eficaz viniendo de cierto Otro y no de cualquiera. Y ese mismo otro de quien depende se
rehúsa. Entonces, buscando salida al empuje de esa novedad de la sexualidad que es específicamente lo genital, pero sin aval ni
saber que el Otro aporte, ella llega bien cerca de bordear la rivera de la muerte. Cuando Melchor finalmente encuentre el camino
del coito, la dejará embarazada. Su madre ordenará que le practiquen un aborto. Como se lee en este desenlace, Wendla termina
por ofrendar trágicamente su cadáver de niña a una madre que no podía quererla como mujer viviente.
Mauricio se esfuerza por llegar a las alturas de rendimiento escolar donde lo imaginan. Todo su tiempo está absorbido en esas
tareas; cuando en verdad él necesita tiempo para investigar sobre ese misterio de lo que sucede en su cuerpo. No le queda
tiempo para estos afanes investigadores. Lo quieren “hombre” sólo para estudiar, no para ejercer una sexualidad que lo separaría
de ellos. A tal punto que da su palabra de honor de suicidarse en caso de desaprobar sus exámenes. Distraído por esa sexualidad
a la que no encontró como dar curso, dado que el Otro no daba allí la menor señal de asentimiento, no puedo estudiar, desaprobó
y se voló los sesos en la ribera del mismo río que debiera de haber sido telón de fondo de sus momentos de ocio y alegría.
Estas muertes trágicas de Wendla y Mauricio señalan bien hasta qué punto estos adolescentes, que de ningún modo eran
psicóticos, no podían encontrar para su nuevo real ni un aval simbólico ni una cubierta imaginaria(una ficción) que el Otro le
proporcionara.
Mauricio y Wendla no fueron significados fálicamente por sus madres. Un niño significado fálicamente se hace, debido justamente
a la eficacia de esta significación, representante de la falta materna y no presencia asegurada de un instrumento de dominación de
la angustia o consuelo de la insatisfacción de la madre.
Sin que medie perversión, estos jóvenes fueron gozados fálicamente. El problema es que el goce fálico de Otro le llega al niño
sobrevolando el horizonte aplastante del goce del Otro. Entonces, al goce fálico del otro, el niño lo vive como goce el Otro,
inductor de fijaciones del objeto fuera de la palabra.
En estos casos, no prevaleció la preparación del hijo para la futura sexualidad, el juego posterior de la seducción fálica, sino el
propósito de hacer un niño que no cree problemas y se adapte bien. Situación típica de adolescentes que habían pasado una
infancia aproximadamente “normal”. Solo se revelará en el segundo despertar sexual que el modo de configuración yoica que el
Otro le reflejó al niño era inepta para hacerlo un hombrecito o una mujercita.
Por el contrario, en los casos en que el niño fue significado fálicamente, los inevitables accidentes residuales de fijación del objeto
se darán fuera del cuerpo, en campo del saber icc, generando la puesta en marcha del laboratorio retórico metáforo metonímico
que le es propio, con producción clásica de síntomas.

INTERVENCIÓN EN LO REAL Y MANIOBRA IMAGINARIA LITERANTE: No creo que deba haber analistas “especialistas” en
adolescentes. Si debiera haber en cambio, deseo del analista. Durante el segundo despertar sexual, el sujeto está volviendo a
pasar por el Edipo. Está reescribiendo la falta en cada registro:
- Si es que la traza que agujerea lo simbólico (S1, actualización singular de la potencia marcadora del N-d P) no figura como título
válido en los bolsillos, el sujeto tendrá probablemente el desencadenamiento de una psicosis.
- Si los títulos eran de valor, sólidos, el adolescente hará un pasaje puberal “normal”; es decir, tormentoso, pero son esos trazos
podrá reescribir la falta en las diferentes cuerdas y arreglárselas mejor o peor.
- Ahora bien, la situación que suele proporcionar crisis serias no psicóticas en la adolescencia proviene de las dificultades en que
se halla un chico que venía con una cobertura imaginaria configurada a los fines de servir al goce fálico del Otro. Niños ángeles,
buenos alumnos asexuados, ayudantes de mamá.
En la adolescencia estas coberturas narcisistas (angélicas, de buen alumno, etc.) se revelarán profundamente inviables para dar
curso a la sexualidad especificada con la novedad de la genitalidad. El problema es que cuando lo real está impedido de hacer
nudo con la sexualidad, se está en peligro de la única ribera de lo real que le reste al sujeto sea la de la muerte. De la mu erte
trágica.

Melchor acabará encerrado en un reformatorio con consentimiento de la madre, al acusárselo culpable de las muertes de Mauricio
y Wendla. Planea y ejecuta un plan para escapar del encierro. Huyendo del instituto correccional, pasa corriendo a medianoche a
través del cementerio. Allí se encuentra con el fantasma de Mauricio. Este muerto-vivo despliega ante su antiguo camarada un
cínico discurso sobre la superioridad de los muertos. Cuando se torna desesperante el hecho de vivir es frecuente que el joven
afirme que vivir no le interesa, escudándose en una displicente relación de coqueteo con la muerte.
Mauricio-cadáver tiende una mano putrefacta y le pide a Melchor que la estreche. Cuando este adolescente está a punto de
estrechar esa mano cadavérica se hace presente el Enmascarado. Este opera de 2 modos:
1- En principio, denunciando la mentira del cadáver de Melchor. Esto equivale a poner en acto, utilizando la disparidad subjetiva,
que le da, frente a dos muchachos, el hecho de ser un adulto que aparece para aportar una solución, a poner en funciones a la ley
del falo.
Este es un ejemplo luminoso de intervención en lo Real. Esta maniobra opera la apertura al infinito de la cuerda de lo real,
haciendo aparecer, de lo real, el agujero específico.
2- Luego, frente a los múltiples reparos morales y autoincriminaciones con que Melchor se rehusaba a aceptar del Enmascarado la
invitación a salir del cementerio y dedicarse a vivir, el Enmascarado instará a Melchor a dejar de sentirse culpable por sus padres
por los disgustos que les habría causado. Le asegurará que mientras él se atormenta pensando en ellos, ellos encuentran
consuelo en el abrazo conyugal. Esta puntuación libera al chico de ocuparse de garantizar el goce de los padres, ya que deja claro
que ellos pueden procurárselo más allá de este hijo.
Ambas maniobras del Enmascarado son intervenciones en la cuerda de lo real, abriéndola al infinito.
Finalmente, se desarrolla un dialogo sobre la moral. Cuando el Enmascarado sea interrogado por Melchor sobre este tópico,
afirmará que la moral es el producto real de dos cantidades imaginarias: el querer y el deber. No sólo es moral el deber, sino que
allí debe necesariamente entrar el querer, el deseo. El Enmascarado dejará sentado que deber y querer han de estar casados en
la moral.
Mauricio se suicida por obediencia a la exigencia de satisfacción personal, disfrazada de hipermoral exigencia estudiantil de los
padres. Wendla es conducida a la muerte por el aborto que por las mismas razones le impone su madre. Ambas muertes son
creídas como deberes morales.
Este personaje tan central será quien denuncia que nada moral obligaba a estos chicos a la muerte; por el contrario, el subrayará
con fuerza el imperativo ético de vivir.
En último término, el Enmascarado, en silencio, toma al adolescente Melchor del brazo y lo aparta del cementerio, saliendo hacia
la vida. Si los padres deseaban muertos en tanto sexuados a estos hijos, salir del cementerio es hacer agujero sobre esta imagen
del niño deseado muerto. En la imagen muerta a la significación del falo que es ese cementerio a donde el rechazo de los padres
convocó a este joven, el Enmascarado, restando al hijo de ese lugar, hace huego, hace agujero.
Melchor logró salir de la encerrona trágica en que se hallaba y pudo conducir su vida en el sentido de la comedia dramática,
género que no impone perder la vida antes de haberla vivido y disfrutado. EL nudo de sexualidad y muerte pudo llevarse a cabo,
pero no sin la ayuda del enmascarado.
Wendla y Mauricio demuestran penosamente cuando podría haber cambiado el destino trágico que les deparó el clivaje salvaje al
que se vieron obligados de muerte y sexualidad, de haber contado con alguien que se prestase a la tarea de semblante por
excelencia cuya eficacia demuestra el Enmascarado.
Figura por excelencia del semblante, el analista, tal como el Enmascarado, deberá ponerse en la situación de abrir aquella cuerda
sobre la cual se manifieste electivamente pegoteado el objeto a.
En el análisis de niños y adolescentes, al trabajar sobre estructura aun no definitivamente cerradas, se añadirá otra clase de
eficacia: la de interferir con un desenlace nefasto. El término adolescencia, desde su misma raíz etimológica, evoca tanto el crecer
como el estar ardiendo. Impedir el “estar ardiendo” de la investigación sobre su sexo y sobre su propio cuerpo equivale a impedirle
el mero hecho de crecer.
Semblante de Otro que permite dar curso a ese “ardor”…y a sus responsabilidades añadidas, semblante de ese objeto ardiente y
separador electivo en el campo del Otro, el Enmascarado relanza, por la eficacia de ese objeto, el elemental hecho de poder
seguir creciendo.
DUELO Y MELANCOLÍA – FREUD

El duelo es la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la
libertad, un ideal, etc. A raíz de idénticas influencias, en muchas personas se observa, en lugar de duelo, melancolía. Nunca se
nos ocurre considerar al duelo un estado patológico ni remitirlo al médico para su tratamiento. Confiamos en que pasado cierto
tiempo se lo superará.
La melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo
exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se
exterioriza en autorreproches y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo. El duelo muestra los mismos rasgos,
excepto la falta de perturbación del sentimiento de sí.
¿En qué consiste el trabajo que el duelo opera? El examen de realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más, y de él
emana ahora la exhortación de quitar toda libido de sus enlaces con ese objeto. Universalmente se observa que el hombre no
abandona de buen grado una posición libidinal. Puede que produzca un extrañamiento de la realidad y una retención del objeto
por vía de una psicosis alucinatoria de deseo. Lo normal es que prevalezca el acatamiento a la realidad. Cada uno de los
recuerdos y cada una de las expectativas en que la libido se anudaba al objeto son clausurados, sobreinvestidos y en ellos se
consuma el desasimiento de la libido. Una vez cumplido el trabajo del duelo el yo se vuelve otra vez libre y desinhibido.
La melancolía también puede ser reacción frente a la pérdida de un objeto amado. El objeto tal vez no está realmente muerto,
pero se perdió como objeto de amor (ej., una novia abandonada). En otras circunstancias no atinamos a discernir con precisión lo
que se perdió; el enfermo sabe a quién perdió pero no lo que perdió con él. Esto nos llevaría a referir de algún modo la melancolía
a una pérdida de objeto sustraída de la conciencia, a diferencia del duelo, en el cual no hay nada inconciente en lo que atañe a la
pérdida.
El melancólico nos muestra todavía algo que falta en el duelo: una extraordinaria rebaja en su sentimiento yoico, un gran
empobrecimiento del yo. En el duelo, el mundo se ha hecho pobre y vacío; en la melancolía, eso le ocurre al yo.
El enfermo se hace reproches, se denigra y espera repulsión y castigo. Deberíamos inferir que él ha sufrido una pérdida en el
objeto; pero de sus declaraciones surge una pérdida en su yo.
La instancia crítica escindida del yo en este caso podría probar su autonomía también en otras situaciones. Lo que aquí se nos da
a conocer es la instancia que usualmente se llama conciencia moral. EL cuadro nosológico de la melancolía destaca el desagrado
moral con el propio yo: quebranto físico, fealdad, debilidad, inferioridad social.
Las más fuertes de las quejas del paciente, se adecuan muy poco a su propia persona y muchas veces se ajustan a otra persona
a quien el enfermo ama. Todo eso rebajante que dicen de sí mismos en el fondo lo dicen de otro.
Hubo una elección de objeto, una ligadura de la libido a una persona; por obra de una afrenta real o un desengaño de parte de la
persona amada sobrevino un sacudimiento de ese vínculo con el objeto. EL resultado no fue el normal, que habría sido un quite de
la libido de ese objeto y su desplazamiento a uno nuevo, sino otro distinto. La investidura de objeto resultó poco resistente, fue
cancelada, pero la libido libre no se desplazó a otro objeto sino que se retiró sobre el yo. Ahí sirvió para establecer una
identificación del yo con el objeto resignado. La sombra del objeto cayó sobre el yo. De esa manera, la pérdida del objeto hubo de
mudarse en la pérdida del yo.
Tiene que haber existido, por un lado, una fuerte fijación en el objeto de amor y, por el otro y en contradicción a ello. Esta
contradicción parece exigir que la elección de objeto se haya cumplido sobre una base narcisista. La identificación narcisista con
el objeto se convierte entonces en el sustituto de la investidura de amor, lo cual trae por resultado que el vínculo de amor no deba
resignarse a pesar del conflicto con la persona amada. Desde luego, corresponde a la regresión desde un tipo de elección de
objeto al narcisismo originario. La disposición a contraer melancolía se remite al predominio del tipo narcisista de elección de
objeto.
Si el amor por el objeto se refugia en la identificación narcisista, el odio se ensaña con ese objeto sustitutivo insultándol o,
haciéndolo sufrir y ganando una satisfacción sádica. Ese automartirio de la melancolía, la satisfacción de tendencias sádicas y de
tendencias al odio han experimentado una vuelta hacia la persona propia.
La peculiaridad más notable de la melancolía es su tendencia a volverse del revés en la manía, un estado que presenta los
síntomas opuestos. Aquí se nos ofrecen dos puntos de apoyo:
1. Una impresión psicoanalítica: la manía no tiene un contenido diverso de la melancolía y ambas afecciones pugnan con el mismo
complejo al que el yo probablemente sucumbe en la melancolía, mientras que en la manía lo ha dominado o lo ha hecho a un
lado.
2. Una expectativa económica general: nos lo brinda la experiencia según la cual en todos los estados de alegría, júbilo o triunfo,
que no ofrecen el paradigma normal de la manía, puede reconocerse idéntica conjunción de condiciones económicas. Un gasto
psíquico grande se vuelve por fin superfluo, de suerte que queda disponible para múltiples aplicaciones y posibilidades de
descarga.

En la manía el yo tiene que haber vencido a la pérdida del objeto y entonces queda disponible todo el monto de contrainvestidura
que el sufrimiento dolido de la melancolía había atraído sobre sí desde el yo y había ligado.
El duelo normal vence sin duda la pérdida del objeto. Para cada uno de los recuerdos y de las situaciones de expectativa que
muestran a la libido anudada con el objeto perdido, la realidad pronuncia su veredicto: “el objeto ya no existe más”; y el yo,
preguntado si quiere compartir ese destino, se deja llevar por la suma de satisfacciones narcisistas que le da el estar con vida y
desata su ligazón con el objeto aniquilado.
El desenlace característico de la melancolía consiste en que la investidura libidinal amenazada abandona finalmente al objeto,
pero sólo para retirarse al lugar del yo del cual había partido. De este modo el amor se sustrae de la cancelación por su huida al
interior del yo. Tras esta regresión de la libido, el proceso puede devenir consiente y se representa ante la conciencia como un
conflicto entre una parte del yo y la instancia crítica.
De las tres premisas de la melancolía: perdida del objeto, ambivalencia y represión de la libido al yo, a las dos primeras las
reencontramos en los reproches obsesivos tras acontecimientos de muerte.
Nos vemos remitidos al 3° factor como el único eficaz (represión de la libido al yo). Aquella acumulación de investidura antes
ligada que se libera al término del trabajo melancólico y posibilita la manía tiene que estar en trabazón estrecha con la regresión
de la libido al narcisismo. El conflicto en el interior del Yo tiene que operar a modo de una herida que exige una contrainvestidura
grande en extremo.

CLINICA DEL PASAJE AL ACTO EN LA NEUROSIS – VICTOR IUNGER

Hay que diferenciar pasar al acto del pasaje al acto. En ambos se trata de la conclusión de una escena que alcanza su punto final.
Sólo que en el pasar al acto hay un efecto de sujeto. Hay un cambio de posición subjetiva. En el pasaje al acto hay, por el
contrario, un efecto de aniquilación del $ en el intento fracasado de hacer surgir su subjetividad.
Debemos diferenciar también pasaje al acto y actingout. En el actingout se trata de una escena que se sostiene. Lacan calificará el
acting como una transferencia salvaje, transferencia sin análisis. Un sujeto le muestra al Otro el objeto de su deseo. Este no es el
objeto causa, sino el objeto señuelo del deseo, el objeto hacia el cual el deseo puede dirigirse. Se dirige al Otro que desfallece en
su función de lectura e interpretación. El $ está diferenciado del objeto y se lo muestra al Otro. Hay una falla en la cadena sgte y
en vez de la articulación metonímica del deseo, hay una mera función de señal. El deseo le es señalado al Otro a través de esta
mostración del objeto señuelo.
En el pasaje al acto no se trata de una escena que se sostiene, sino de una escena que concluye. Se distinguen dos momentos: el
primero se da cuando la escena se va gestando. Y un segundo tiempo en el que la escena se corta.
El sujeto se encuentra cada vez más identificado al objeto a; no con cualquier dimensión del objeto a, sino con su dimensión de
resto, de desecho. El sujeto va presentándose en posición de desecho, hasta llegar al momento en el cual el sujeto es el objeto en
tanto desecho. El Otro va quedando configurado como absoluto, en una progresiva desaparición de su barra, identificado con el
Ideal del yo. El Otro se totaliza en una dimensión de goce, y el sujeto, en tanto objeto-resto, es objeto de ese goce.
En el análisis, esto se ve venir. No constituye, por lo general, una sorpresa para el analista. Entonces, ¿Cómo se dirige la cura
frente al pasaje al acto? No hay oposición entre la necesidad humana, de proteger al analizante frente al peligro inminente en el
que se encuentra, que surge espontáneamente en el analista, y el deseo del analista y su compromiso ético en la dirección de la
cura. El analista hace, en este punto, semblante del Otro barrado a través de su preocupación. No hay que esperar a la
configuración completa de la escena del pasaje al acto para operar. Ofrecer el semblante del Otro barrado es una primera
operación básica. Hay una relación estrecha entre el sujeto identificado totalmente al objeto-resto y el goce del otro que es
necesario cortar. Lo que hacemos es propio a la cura misma, y la ética del psicoanálisis pasa por allí. Hay casos donde una
conducción de la cura inapropiada engendra el pasaje al acto; por ej., a través de un analista que se coloca en una posición de
Otro absoluta, a veces precisamente a través de una modalidad de ejercicio de la regla de abstinencia lamentablemente
extendida.
Es el acto del analista el que tiene que cortar la escena, y no dejar que sea la propia escena la que conduzca al analizante a
cortarla en la culminación del pasaje al acto. Entonces, ¿Cuáles serían las operaciones que hacen a una estrategia de la dirección
de la cura frente al pasaje al acto?
1- Operación Semblante del Otro barrado: allí donde el Otro está totalizado, el analista debe sostener su presencia barrada, dando
un lugar para el analizante como sujeto.
2- Operación Mantenimiento de la transferencia: Poner en continuidad la escena del análisis con la escena de la vida del
analizante, intentando de esta manera sostener al límite la dimensión transferencial. No se puede dejar librado el sostén de la
transferencia solamente al analizante; es el analista quien debe hacerse cargo, al menos provisoriamente, de sostener y activar la
transferencia.
3- El analista debe hacerse cargo de poner en juego el objeto a desde su costado. Por ej., ubicar al analizante frente a frente o
pedir al analizante que llame por teléfono o hacerlo el analista llegado al caso; el analista ofrece allí su mirada o su voz en tanto
objeto a para clivar al sujeto del objeto a en tanto desecho al cual está identificado. Cuando se lo invita a situarse frente a frente,
se le está ofreciendo la unificación corporal del propio cuerpo del analista como soporte frente a la fragmentación.
Y, si las cosas van bien, en el sentido de la eficacia de la cura, el deseo del sujeto comienza a tener una presencia en el texto de
la cura. Esta presencia del deseo es una barrera esencial frente al goce y por lo tanto un acotamiento estructural del pasaje al
acto.

DROGADICCIONES GRAVES EN ADOLESCENTES. UNA APROXIMACIÓN PSICOANALÍTICA – SANTIAGO KORIN

El autor se propone una descripción de la dicción severa o grave, definida como:


a. Una incorporación (ingesta) impulsiva y reiterada
b. De un objeto (droga) no humano, no animado y artificial, para
c. Generar representaciones en el polo perceptual del aparato psíquico,
d. Sea para modificar estados de animo (componentes depresivos)
e. Sea para evitar una desintegración psicótica (componentes esquizoides);
f. Se observan elementos autoagresivos con un significado potencial suicida, además de
g. Una pobre discriminación en general, y en especial perturbaciones de la identidad sexual.
La impulsividad
La incorporación o ingesta impulsiva de un toxico es una conducta defensiva frente a elementos depresivos o esquizoides de
base. Se recurre a ella para escapar de una amenaza de vivencia de fin del mundo o para sustraerse a un sentimiento
insoportable que es preciso eliminar.
Estos impulsos son claramente patológicos, en cuanto que se caracterizan por una cualidad irresistible e irrefrenable dentro de un
marco de etrema tensión, donde la expresión de lo que en el fondo acontece al sujeto llega a ser inadecuada. La mayoría de la s
veces hay una marcada negación de los otros, y en mucha ocasiones una desconsideración notoria del sujeto hacia sí mismo.
En Laplanche y Pontalis “el impulso designa la súbita aparición, sentida como urgente, de una tendencia a realizar un determinado
acto, el cual se efectúa sin control y generalmente bajo el dominio de la emoción; no se encuentra aquí la lucha ni la complejidad
de la compulsión obsesiva, ni el carácter que ofrece la compulsión de repetición de disponerse según un escenario fantaseado.

Droga y dolor psíquico


En “El malestar en la cultura” Freud examina las fuentes del sufrimiento y las alusiones intentadas por el hombre. El más crudo,
pero el más efectivo de los métodos para evitar el dolor físico es el químico: la intoxicación. Nos proporciona directamente
sensaciones placenteras, modifican además las condiciones de nuestra sensibilidad, de manera que nos impiden percibir
estímulos desagradables.
Pero en nuestro propio quimismo deben existir también sustancias que cumplen un fin análogo, pues al menos en la manía se
produce un estado similar a la embriaguez, sin incorporación de droga alguna.
Ingesta y sentimiento oceánico
En la mayoría de los casos el sentimiento oceánico normal y necesario de las primeras etapas del desarrollo psicobiológico, se ha
perdido brusca y traumáticamente. A veces se trata de pérdidas precoces de gran significación afectiva; a veces, de una presencia
solo nominal de los padres. Estos sujetos parecen querer impregnarse metafórica o concretamente, por todos los orificios, como si
estuvieran privados de todo elemento liquido fusionante.
Vías de incorporación
La elección del toxico y su modalidad de incorporación están múltiplemente determinadas, pero conviene destacar que el objeto
buscado para producir modificaciones tiene características poliformes específicas para la drogadicción.
El torrente sanguíneo es el líquido conector de todo el cuerpo y el destio obvio de cualquier droga, inhalada, tragada o inyectada.
En los que prefieren la via endovenosa se destaca la urgencia por suprimir al máximo las mediaciones.
Deseo y hostilidad
En estos cuadros, esencialmente narcisistas, el cuadro pasa a ser un medio, en lugar de un fin en sí mismo, lo cual implica un
regreso de la libido del objeto al Yo, o de la representación de un objeto a la representación del Yo. Entonces el lugar del objeto
queda subordinado.
El tóxico (sustituto del objeto), es en estos casos un ayudante, aquel que tiene que subhacer. La droga se toma como un objeto
sometido, un esclavo destinado a ser según los designios del sujeto y a conseguir que el sujeto se gratifique. La droga es un
ayudante por excelencia, ya que no se le confiere la posibilidad de decir “no”.
En la práctica clínica se encuentra con frecuencia una verdadera furia al momento de la ingesta, como si el sujeto quisiera acabar
con toda la droga del mundo. Se identifica así con la impaciencia de los propios padres, que estalló y estalla cada vez que él
experimentó y experimenta un deseo inaceptable para aquellos. Padres que lo rechazan cada vez que se niega a cumplir con sus
deseos narcisistas parentales.
Durante períodos cruciales de su desarrollo, estos sujetos comieron en soledad, sin que los padres pudieran gozar de la comida
con sus hijos, aislándose psíquicamente de éstos, aunque estuvieran presentes.
Esto nos lleva a reflexionar sobre el acto de drogarse en compañía de otros, fusionándose en un todo, como en un frustrado
banquete totémico.
Hostilidad
El toxico se configura como un objeto que puede servir para trasformar la hostilidad. También es notorio que el vínculo establecido
con los fármacos es tal que permite a estos pacientes tener fantasías de autoabastecimiento. A demás la droga sirve para hacer
menos intensa la amenaza de castración. Se trata de recuperar la verdad y el conocimiento, o el amor y el perdón.
Hasta ahora se ha recalcado la ingesta por falta de amor. Correlativamente la impaciencia de estos pacientes es impaciencia
solitaria y sucia. El intento de borrar las figuras parentales de su acervo representacional suele terminar en la autodestrucción.
Porque esta hostilidad es tan restitutiva e inoperante, como la ingesta misma es inoperante para lograr el amor que no se tuvo.
La hostilidad trasformada en indiferencia con la ayuda de un mediador químico externo es específica de las adicciones más
severas.
Lenguaje compartido
El lenguaje que emplean los drogadictos entre ellos es otro modo de generar representaciones completamente diferentes a las
ligadas a una realidad material. Se sustituyen, ya no ciertas palabras por otras, sino ciertas representaciones ligadas a una
realidad material por otras representaciones. Creen que este otro lenguaje es tan consensual y perdurable como el lenguaje
corriente, pero a diferencia de este, se renueva constantemente. Como la droga, dura un tiempo y después desaparece. Para el
terapeuta, el estudio de la jerga es una via regia para entender qué representaciones se generan a través de la droga.

El polo perceptual
Si el objeto del adicto es la droga, lo es porque su ingestión le permite generar representaciones (predominantemente visuales) en
el polo perceptual del aparato psíquico.
Durante la intoxicación abundan fantasías siniestras, fusionales, que corresponden a una fase anobjetal del desarrollo, previa a la
aparición del fenómeno proyectivo. Hay un predominio de la indiferenciación y la sensación de retomar el contacto con un paraíso
que, al mismo tiempo, propone la muerte.
La motricidad del adicto es primitiva y carece de acción modificadora persistente sobre el mundo real. Al estimular el polo
perceptual, la droga lo convierte en un soñante artificial.
Representaciones
En algunos pacientes es difícil hablar de represión. Se diría que carecen de ciertas representaciones, a manera de lo que ocu rre
en las esquizofrenias. Tales vacios se deben a que algunas representaciones no se constituyeron en su momento, o que se
desmoronaron después de constituirse.
En el caso de las que no llegaron a constituirse fue porque hubo una contradicción entre lo que al niño se le dijo y lo que e l niño
vio, entre una imagen verbal y una visual. Frente a esta contradicción el sujeto opta por la palabra y no por la imagen (repudio).
Cuando estos pacientes alucinan, generan una nueva imagen, pero a partir de la palabra, como en los sueños.
Hay una significativa pobreza en el sistema representacional que los vuelve vulnerables. El desvalimiento del drogadicto nos
remite a una situación temprana y nos encontramos con cierta imposibilidad de llevar adelante las acciones específicas. La ingesta
de estupefacientes se vuelve entonces el sucedáneo autodestructivo de aquellas conductas adecuadas pero inaccesibles.
El deseo
En una primera aproximación, el tóxico se constituye como defensa contra el deseo heterosexual. El sujeto se asusta de su des eo
o este le resulta insoportable. En el caso del varón, se puede dar una secuencia como la siguiente:

“No deseo a esta mujer (me da miedo).


“Por lo mismo, me drogo…
“Soy entonces, como mi mamá. Soy mi mamá. Soy parte de ella…”

De este modo aniquila su deseo heterosexual y se descualifica a sí mismo como sujeto.


Respecto a lo deseos homosexuales: cada sujeto vuelve a una ligadura de tipo indiferenciado; todos son iguales más acá de la
diferencia de sexos, y desde ese punto de vista el deseo es homosexual, por lo indiferenciado, aun cuando haya relaciones
heterosexuales.
Cada uno reconoce al otro sólo como uno más dentro de una masa, borrando las diferencias. Todos se sienten unificados al
poseer ilusoriamente, entre todos, el amor a un líder (la droga) que se reparte entre todos por igual.
Cuando el deseo se percibe como intolerable, la droga es el viaje a la indiferencia: “ya que todo aquel que desea, pierde, no amor
ni odio, soy indiferente”. La libido se retrae hacia el Yo. La indiferencia no basta. El otro tiene que ser abolido como otro. La
autodestrucción reemplaza (transaccionalmente) la destrucción, el odio. El sujeto se fusiona; llega a perder la discriminación más
elemental (Yo/No Yo), lo cual lo pone a merced de cualquier elemento, externo o interno.
La retracción libidinal lo vuelve a un Yo muy anterior al de la personalidad total: el Yo del autoerotismo, donde cada pulsión se
gratifica en la misma zona, en su propia fuente y gracias a la intervención del propio sujeto.

Culto a San la muerte.


Los stes vida o muerte como origen de la problemática, esta dualidad será especialmente manifiesta en la adolescencia, tiempo de
re significación de vivencias primitivas, de vacío y plenitud que transforman esta etapa evolutiva en una encrucijada con duelos a
resolver, en la que el joven ‘’ tendrá que decidir las formas de su salida al mundo social y con ellas si vive o muere. Sumamente
difícil de tramitar en ámbitos de carencia afectiva atravesada por espacios no significados en la construcción de la subjetividad que
encontrará su salida a través de la violencia, búsqueda icc de goce al volver a transitarse activamente los caminos olvidados de
dolor y placer que lo acompañamos pasivamente en los inicios de su vida.
En este tiempo de reactualización del apuntalamiento de la pulsión es que, personalmente encuentro importante el uso del arte
como herramienta que permita recrear en el sujeto primitivo espacios transitados entre lo real y lo simbólico y generar nuevas
escenificaciones activas en la elaboración de vivencias traumáticas.
Partiré del tatuaje como ste asociado al arte y al dolor convertido en acción en busca de sentido.
Tatuaje: Cumple la función de la inscripción de algo en el cuerpo, de algo incompleto que no llega a abarcar totalmente lo qu e se
quiere representar. Representa un relato desde lo consciente, el momento en que la persona decidió tatuarse. Pero icc una
representación sustitutiva de lo traumático de ayer. Es un ste asociado al arte y el dolor, convertido en una acción en busca de
sentido. A vece es un intento de embellecer el cuerpo y otras de descargarlo de discursos. Implica la actualización y
representación de una vivencia donde está presente el dolor, lo traumático de ayer. Presente que remite al pasado.}
El sujeto y los cortes en el cuerpo. La auto incisión. Josefina dartiguelongue.
Existen casos de auto incisiones, pero se puede vislumbrar en la clínica que no en todos los casos los cortes cumplen la misma
función y, por tanto, la operación psíquica que lo funda y el mecanismo puesto en juego no es el mismo. Se trata de casos clínicos
completamente diferentes. Casos que se distinguen por la función psíquica que el corte puede cumplir y por la posición del sujeto.
Esto no representa un campo homogéneo.
Encontramos casos de cortes que se pueden distinguir por:
1) Casos de cortes determinados por la estructura clinica
2) casos de cortes que se sitúan , fundamentalmente , como una forma de relación al Otro
3) Finalmente, casos de cortes como efecto de la incidencia de lo social contemporáneo.
1) Los cortes como una forma de extracción de goce en la psicosis.
El sujeto psicótico es el que encarna el problema de encontrar una solución al retorno real del goce , al no contar con el recurso
del nombre del padre.
El retorno en lo real lo que lo que lo abruma. El retorno en lo real de lo que fue forcluido en lo simbólico es lo que se impone al
sujeto.
Es la no extracción del objeto a en el campo de la psicosis lo que devuelve una experiencia plagada de la intrusión de goce no
limitado por la castración.
Son los casos del retorno del goce en el cuerpo, donde se experimenta la intrusion de un goce en exceso, los que se relacionan
con los cortes en el cuerpo.
La mutilación en el cuerpo, en la psicosis, puede constituirse como una operación para limitar el efecto del goce en el cuerpo a
falta de otra regulación.
La solución precaria del corte deja en suspenso la presencia de un goce de acecho.
La función del corte en el cuerpo en la psicosis no como suplencia de la carencia sino como un límite real, un dique a los efectos
de lo real por la ineficiencia de la castración.
2) Cortes en el cuerpo como modalidad perversa.
El sujeto perverso se hace objeto para servir como ‘’instrumento’’ al goce del Otro, destinado a devolver a ese objeto a al Otro.
Algunos casos de cortes, ya sea en el masoquismo de manera manifiesta respecto de la posición del sujeto en el lugar de objeto,
ya sea en el exhibicionismo, donde en el campo del otro ‘’el acto exhibicionista plantea para hacer surgir allí la mirada. Goce
sacrificial ofrecido al Otro. Un sujeto abolido en su ser, devuelto al lugar de objeto para colmar al Otro.
3) Cortes en la neurosis:
a) Cortes en la histeria: como expresión del ‘’rechazo del cuerpo’’ frente a la dificultad de asumir el semblante femenino. La mujer
construye el semblante femenino de la mascarada. Es el falo, a condición de no tenerlo y a condición, a su vez , de evocar su
falta.
No obstante, en la mujer existe una complicación para la identificación sexual, suplir la ausencia de representación del órgano
sexual en el inconsciente.
A la histeria en relación al ‘’rechazo del cuerpo’’. Rechazo que se basa en cierta dificultad para ‘’tomar cuerpo’’, para la asunción
de la dimensión del semblante que encarna su cuerpo.
B) Cortes en la neurosis con función de significante de la demanda.
‘’las incisiones se presentan como el significante de la demanda – para denunciar se necesitan marcas- A partir de allí podemos
hablar de una puesta en marcha de un trabajo analítico:
Esta función del corte en su articulación de mensaje-significante al Otro, también es concebida en el artículo de goldestein sobre el
fenómeno. Cortarse intenta ocupar el lugar de significante, significante que habilite una cadena dirigida indefectiblemente a algún
otro.
Estas acciones se escriben en el cuerpo; el cuerpo se convierte en una superficie donde escribir lo que el sujeto no puede elaborar
ni intelectualmente ni emocionalmente; se escribe como un texto sin lector. Las heridas en el cuerpo, que alcanzan distintos
grados de profundidad, constituyen un intento desesperado de dejar testimonio de padecimiento y de demandar que alguien lea
ese testimonio.
C) cortes como reparación real sobre lo imaginario del cuerpo.
Sitúa que el corte se instala como una operación real sobre lo imaginario, con la realización de cortes en la superficie del cuerpo
intentan suturar un sentimiento de vacio e inconsistencia. Los cortes vienen a anudar y dar consistencia a un cuerpo que si no
queda ‘'flotando’’. Es el estar flotando lo que para ella es insoportable, no los cortes.

Sujetos que se cortan como un intento de situar su lugar en el Otro.


Las operaciones de la constitución del sujeto en su dependencia significante respecto del Otro (alienación y separación). Enfatiza
que la relación del sujeto y el Otro se engendra en una hiancia.
Hay sujetos por la incisión originaria del significante sobre el cuerpo, el significante fragmenta, recorta el objeto. El significante
produce cortes que operan como marca, como inscripción.
Lacan ubica la incisión en el cuerpo – a raíz del tatuaje o escarificación- como un intento del sujeto de alojarse en el Otro, a través
de esa operación libidinal. A través de encarnar, de atrapar la libido vía la incisión en el cuerpo, el sujeto se sitúa en relación al
Otro como algo que ‘’es’’. Fija su lugar en el Otro, inscribe su puesto más que su falta.
2) Sujetos que se cortan como un intento de separación del Otro
Sostiene que los cortes y las automutilaciones se constituyen como una acción destinada a la separación del sujeto respecto al
otro .Ubica a las automutilaciones, a la mortificación en el propio cuerpo, pero , cuya función sería la de la separación del Otro ,
que fue introyectado en el cuerpo a través de una identificación de tipo melancólica.
El sujeto se mortifica en su cuerpo para mortificar al Otro, para separarse de su objeto. Es una estrategia que no termina de
cumplir con esta separación.
3) Cortes que se constituyen como acting out
El acting out es fundamentalmente aquella escena del sujeto orientada francamente al Otro para señalar el lugar en que lo ha
dejado.
El acting out es esencialmente algo, en la conducta del sujeto, que se muestra. El acting out necesita del Otro, consiste en un
llamado al otro . Es una acción velada dirigida al Otro sobre la verdad del sujeto.
La realización de los cortes puede darse en el marco de la producción de una escena velada para el sujeto y dirigida al Otro.
La paciente hace de los cortes una escena que dirige al Otro.
Así los cortes se constituyen como una particular direccionalidad al Otro, cuya función es sostener el deseo. En los cortes son los
propios cuerpos los que son cortados para que el otro los mire. Encontramos una operación real sobre el cuerpo entregado a la
mirada del Otro.
4) Sujetos que se cortan como una modalidad de satisfacción de la pulsión escópica.
La pulsión escópica se constituye como una propuesta al Otro a través de su captación por la mirada. La satisfacción pulsional en
el nivel escopico convoca a ‘'mirar’’. Esta es la función que, algunos autores, hallan en ciertos casos de cortes en el cuerpo , la
satisfacción de la pulsión en la acción del corte , la satisfacción de la pulsión en la acción del corte, la satisfacción de hacerse ver
provocando tajos en la piel. La satisfacción de la captura de la dimensión escopica del objeto alcanzando al Otro. La realización
del corte en el cuerpo no vale más que para atrapar- gozar de la ‘’mirada’’. Hacerse ver por el Otro, que se cruza con ser todo para
el Otro.
Cortes como efecto de la incidencia de lo social contemporáneo.
Los cambios sociales, es la variable determinante de algunos casos de cortes en el cuerpo.
1) Sujetos que se cortan como una modalidad de búsqueda de lo real cuando el cuerpo ha devenido pura virtualidad.
Concibe los cortes como una modalidad patológica de retorno a lo real en el cuerpo , en tanto recurso para encontrar asidero en la
realidad , en la realidad del cuerpo. Es decir, propone esta intervención en el cuerpo como una forma contemporánea de
‘’persecución de lo real’’.
Después de ver la calurosa sangre fluyendo fuera de la herida auto infligida . Se perciben vivos de nuevo, firmemente arraigados
en la realidad. Un esfuerzo patológico por recobrar algún tipo de normalidad , para evitar caer en la psicosis total.
Da cuenta de la experiencia en la que el cuerpo se transforma en una instancia evanescente para el sujeto. Y, es el corte, cuya
función en estos casos es el fluir de la sangre, es lo que devuelve el registro de la existencia.
2) La realización del corte como manifestación de la dificultad de la integración del cuerpo narcisista y pulsional.
Ciertos casos de jóvenes que se practican cortes en el cuerpo pueden estar referidos a la dificultad de los sujetos de simbolizar la
dimensión real del cuerpo pulsional al encontrarse en ausencia de un soporte identificatorio adecuado, el ideal del yo, que es lo
que orienta esta tarea.
El declive del Otro contemporáneo en su función conllevara para el sujeto una ‘’identificación simbólica débil’’ para subjetivar lo
real de la sexualidad. Y propone que el corte real en el cuerpo viene al lugar del corte y marca simbólica para la constitución del
cuerpo.
3) Sujetos que se cortan como efecto de la actual segregación social.
La realización del corte como un acto de ‘’violencia contra si mismo’’ tributario de aquellos sujetos que no quieren o no pueden
responder a las exigencias de la cultura hipermoderna, lo concibe como la práctica de un grupo constituido y a raíz de la
segregación social.

La práctica de tajearse es un fenómeno en los jóvenes y de tribus o sea, jóvenes que se agrupan y concentran en espacios
predeterminados para excluirse de su contexto y a la vez alcanzar presencia en ellos.
No hay una regla general para explicar el motivo de los cortes, sino que depende de cada caso singular.
Cap. 2: Discernimiento de los cortes. Síntoma , pasaje al acto y actingout.
Síntoma:
Contrariamente al síntoma . El hecho de tajearse la piel no sucede mas allá de la voluntad de los sujetos, quienes , en todos los
casos , se admiten como agentes de la acción.
Si bien el cortarse se presenta en la conciencia, no se comporta como si fuera icc. Tampoco las autoinscisiones aparecen como un
latente disfrazado en la cc , no se halla el carácter de desfiguración del síntoma, propio del efecto de la sustitución , del
mecanismo de la represión.
Una paciente dice: ‘’ Con los cortes tomaba la decisión, no era automático, quiero decir, no es un impulso, era cuando tenia bronca
y angustia. Necesitaba sacármela.
Se trata de una acción cc sobre el cuerpo y no de un proceso psíquico a través del cuerpo.
La enunciación de los sujetos se puede leer que el corte se constituye como la ejecución de una acción sobre la superficie del
cuerpo, como una incisión en la piel, más que como la operación de un significante en él.
‘’Cuando lo hago, solo hay un lugar en mi piel al que estoy mirando. No hay palabras, no hay pensamientos. Empiezo a cortarme’’.
El corte no viene en lugar de, sino como respuesta cc para obtener alivio.
El corte no se funda en el sentido, sino en el ‘’alivio’’, no hay un sustrato ignorado por los sujetos, sino un objetivo econ ómico
preciso. Sus discursos no dan cuenta de una significación latente, a producir; solo se halla un conocimiento cc de su función. ‘’Es
una forma de descarga’’ es incisión que calma.
Cortarse se constituye como una acción que se caracteriza por tener un ‘’efecto económico’’ en el aparato psíquico que los sujetos
viven y refieren como ‘’alivio’’.
El alivio a los que aluden estos sujetos respondería al efecto apaciguador del principio del placer, al efecto de una descarga de
algo que irrumpe en el aparato psíquico al modo de exceso que no se puede tramitar simbólicamente.
El corte es una acción limitada en el tiempo – una acción con principio y fin – destinada a disminuir el exceso de afecto que se
vuelve insoportable. No se padece. El corte aparece como un recurso para restituir la homeostasis trastocada por una
circunstancia actual que se experimenta como alivio o como descarga y que devuelve al sujeto al imperio del ppcio de placer.
Estos jóvenes parece que llevan a cabo esta acción solo como vehículo catarico y como restitución subjetiva cada vez que se
enfrentan con el afecto sucitado por el lugar relegado que le depara el rechazo del Otro. Los cortes se instalan como recurso
subjetivo, mas que como repetición de goce.
No se ubica nada del goce pulsional en tanto resto de goce auto erótico, se considera que en las autoinsiciones no se trata de la
insistencia de un goce, en tanto modo de satisfacción sintomático.
En estos casos de cortes encontramos que la angustia no desencadena la represión, más bien la angustia avanza y es, frente a su
avance, que los sujetos utilizan esta intervención en el cuerpo para detenerla. El corte no deja el desarrollo de la angustia sino que
logra con su operación en el cuerpo frenar su avance, limitar su efecto.
En cuanto a la transferencia en la medida que los cortes intentaron ser abordados mediante la construcción de la transferencia,
basados en la suposición del icc , generando las condiciones y la intervenciones que apunten al sujeto respecto de los cortes y
hasta avanzando con interpretaciones.
EL ACTING OUT:
Si bien cortarse consiste en una acción, no siempre todo actuar se reduce a la posibilidad de una patología del acto: acting out o
pasaje al acto.
La estructura de esta intervención sobre el cuerpo carece totalmente del carácter demostrativo que distingue al acting out. Los
sujetos evitan variables de una ‘'mostración’’ como condición para la realización de los cortes.
No se trata de una conducta que se muestra al Otro, ni tampoco se vuelve ‘’escena a traves del discurso. Los sujetos se ocupan
de mantener los cortes inaccesibles al Otro.
Los sujetos no ponen en escena un objeto- ignorado por ellos mismos- que lo representa en su valor de ‘’resto’’ para hacer(se)
‘’valer’’ en el campo del Otro.
En el Acting Out no hay queja, pasa incluso totalmente desapercibido y es relatado , muchas veces , por casualidad.
En estos casos de cortes los sujetos conocen el objeto de su acción y apuntan a ello.
El acting out evita la angustia.

El PASAJE AL ACTO:
Hay dos condiciones aquí: la primera es la identificación absoluta del sujeto con el a al que se reduce. La segunda es la
confrontación del deseo y la ley.
El corte surge a partir de que los sujetos son rechazados, deyectados, echados por el Otro, donde se trata de otro que desaloja
brutalmente al sujeto.
El sujeto queda identificado con el a en su dimensión de resto, de desecho.
El pasaje al actro resulta ligado a un suceso desgraciado inesperado , que irrumpe quebrando la continuidad y la estabilidad. Su
acción no puede evitar el carácter multivoco de lo ‘’accidental’’.

“Retornando sobre inhibición, síntoma y angustia”, E. Said.

Angustia permite situar la dimensión de lo Real. Lo Real no se define sólo desde el límite de la simbolización o la
imaginarización. La angustia en tanto Real, se presentifica, se encarna, se siente como “lo q no engaña” e incide en el cuerpo.
Q lugar ocupa la angustia? En el grafo del deseo, la angustia se ubica en el recorrido del deseo más a llá del
fantasma.
La angustia aparece entonces cuando se transita más allá del fantasma, cuando el fantasma vacila, cuando su velo no cubre lo
real del objeto, cuando cae el velo imaginario.
Lacan propone en la construcción del cuadro una especie de diagonal con los términos de Freud, q vale la pena pensar como la
“diagonal del deseo”.

Dificultad y Movimiento del deseo, en tanto deseo sexual, tendiente a un recupero de goce. Goce q va quedando como fuera del
cuadro.
Los parámetros conllevan un orden creciente.
Inhibición: viene planteada en F como una restricción a una fn del yo, una limitación funcional del yo, y a pesar de q una inhibición
no implica necesariamente la motricidad, suele connotar algo de esa dimensión. Lo q interesa es vincular esta dificultad, esta
detención del movimiento, en términos del deseo.
Inhibiciones, síntomas y angustias, se hacen presentes desde un registro clínico en el movimiento de un $ en torno de su propio
deseo.
Lacan empieza el seminario dando una fórmula: la angustia como la relación esencial con el deseo del Otro. Sitúa la “caída” de
mediación simbólico-imaginaria en relación al deseo del Otro la cuestión de la angustia.
En Lacan deseo y goce no son antinomia, sino q hay q pensarlos mediados x la función de la angustia. Se desea en torno a un
recupero de goce, sólo míticamente sostenible y en ello goce imposible. Entonces el movimiento del deseo en dirección a ese
“reencuentro” de la pérdida de goce operada en tiempos de constitución subjetiva, no es sin angustia.
Impedimento: “impedicare” quiere decir tomado en la trampa, “la trampa es la captura especular”, “la imagen especular”. El deseo
propio queda entrampado en el recubrimiento, en el sostenimiento de la imagen especular. Frenaje del impulso deseante x
parapetarse en el prestigio. Parapeto yoico q recubre, repara la imagen de sí, no exponiéndola. La impotencia masculina sirve de
ejemplo paradigmático. El impedimento “resuelve” la cuestión, no exponiendo los “emblemas” narcisísticos, operando en la
anticipación imaginaria como barrera.
No todo impedimento llegar a ser síntoma. El impedimento se presenta en principio en un nivel imaginario, lo cual no excluye su
entramado potencial a una formación de síntoma.
Síntoma: queda definido en F como indicio y sustituto descentrado de una satisfacción pulsional. Destaca su carácter compulsivo,
su condición de resultado del proceso represivo, como amarre, anudamiento de la angustia.
Embarazo: “embarras” es muy exactamente el $ revestido de la barra. Acá no hay parapeto narcisístico; ya no hay un lugar de
consistencia imaginaria en q el $ se refugie. El $ queda expuesto a los efectos de un ste fundante para él; juega su escisión
subjetiva. Se acentúa el embarazo cuando más emblemas del poder estén convocados. Con el embarazo, Lacan va acercándose
a la noción de angustia. Podríamos pensarlo como ste en más. El $ se ve confrontado bruscamente con el ste del falo.
Emoción: reacción catastrófica, reacción de carácter confusional vinculada con la crisis histérica o la cólera.
Turbación: caída de potencia, llamado al desorden y hasta al motín. Agitación, desmayo, descontrol, pérdida repentina de la
relación con el ste del poder. Podríamos pensarla como ste en menos, caída del ste del falo. Poder q no se hace presente,
quedarse sin palabras.
Embarazo y Turbación quedan situados como puntos de vacilación fantasmática y como potenciales aperturas a distintas
modalidades del acto.
Acting Out: el fantasma es golpeado del lado del “a”. Busca el barramiento del $. El reingreso al anclaje en lo simbólico. Ante el
desfallecimiento del Otro –desde la clínica lo sería en su fn de lectura- el $ produce una “postración”, una escena q se sostiene.
Cumple la fn de una demanda de interpretación o intervención. Ante el AO hablamos de transferencia sin análisis; intento de
resolver la vacilación fantasmática, de q reaparezca el ste q sostiene al $.
Pasaje al Acto: frente al embarazo, frente a cierto exceso, en orden al barramiento del $, éste puede ser golpeado, expulsado de
la escena. Se puede producir un viraje melancólico-suicida. No hay más lugar en el mundo en q construir una escena, en q
sostener un ideal. Se identifica al resto. Sale del marco q como lugar de identificaciones configura el fantasma. Se “defenestra”.
Fuera del marco de la significación fálica, fuera del régimen de lo q en Lacan sería el menos phi, la falta imaginaria y su
determinación simbólica, q vela lo real-siniestro del retorno de objeto. El Otro totaliza el saber y el goce. Se intenta borrar la
barradura con una escena q concluye, q lo expulsa identificado al objeto como puro resto, sin lugar en el A.
Si en torno al PA ponemos melancolía-suicidio, en el AO, o mejor, en su resolución cabe escribir operación de duelo. En Lacan el
tema del duelo aparece como un lugar privilegiado en relación a la temática del objeto, a la posición del $ en torno a la fal ta, y al
objeto y la carencia.
La señal de angustia llama a la operación de la represión y el síntoma. Frente a la angustia, los sujetos neuróticos tienen el
“atributo” de hacer un síntoma, ahora como forma de ligar la angustia. No es así en la estructuración psicótica donde el $ responde
forclusivamente.
Es necesario desplegar las derivaciones del fantasma fundamental en las neurosis para establecer las conexiones entre síntoma y
fantasma. No todo $ dispone de la operación del fantasma como soldadura de las representaciones-deseo primeras al cuerpo
como lugar de goce. Entonces definimos al síntoma como formación sustitutiva q liga la angustia como angustia de castración.
Lacan propone en su Sem X algunas aproximaciones acerca de la angustia: “ante el deseo del Otro”, “ante la falta de la falta”, “no
es sin objeto”, “lo q no engaña”, “ante lo irreductible de lo Real”.
No cualquier enlace al deseo del Otro genera el afecto angustioso. Es el enlace sin mediación del fantasma el q produce angustia.
Deja al $ “objetalizado” para un deseo q desconoce y q se torna prontamente como instancia de goce q cae sufrientemente sobre
él. El objeto, en tanto retorno de lo siniestro puede hacerse presente. La angustia se siente, el cuerpo la declara, es en es o q no
engaña, aunque falten las palabras para designarla. Un exceso de goce, una cantidad no procesable, un Real irreductible, dejan
su impronta en lo q se siente en el cuerpo, aquí como sustancia gozante. El deseo del sujeto enlazado al deseo del O/otro implica
la puesta en juego de la dimensión de la falta. La distancia entre el Ideal del Yo y el Yo ideal configura otra forma de pensar la
falta. Cuando opera la dimensión imaginaria de la falta, el $ busca cubrir esa falta inagotable. Ahora, si esa falta llega a faltar el
efecto es la angustia. La angustia ante “la falta de la falta”.
La angustia es un afecto particular q se produce x “desamarre” de los stes q la amarran. Un afecto q emerge en el lugar de vacío
de representación.
Si la angustia de castración define el fin de los análisis en F, la pregunta de L intenta pensar desde allí: cómo situarse en el lugar
de la angustia? Cómo arrancarle a la angustia su certeza?
El análisis conduciría a confrontarse con la angustia de castración sin el sustituto descentrado de la satisfacción pulsional q
nombra el síntoma. Allí donde se respondía con el síntoma, el AO o el PA, producir un Acto. Donde caducan los impedimentos
narcisistas aclarando q sólo podemos hacernos hipótesis de caducidad temporaria, allí donde el $ “pierde” ataduras con el Otro,
allí donde el fantasma de castración muestra sus límites, allí donde la angustia sería el correlato inevitable: allí se trata de,
arrancando a la angustia su certeza, producir el o los actos en juntura con el propio deseo. Se trata de que haya un cambio en la
posición subjetiva donde se ponga al deseo como causa al q Lacan llama deseo decidido, a diferencia del deseo insatisfecho en la
histérica, deseo imposible en la n.obsesiva, y el prevenido en las fobias.
Lo infinito del deseo se articula al ste, a la lógica fálica; lo finito al objeto y a formas alternativas de deseo y goce. En ese borde, en
ese límite se juegan las alternativas de lo q nombramos como atravesamiento del fantasma, afectación de las texturas
identificatorias, vía deserotización del sufrimiento. “Donde eso estaba, el $ ha de advenir”.
F define la roca de base, la roca viva de la castración como el encuentro con el límite de la posición fálica, es desde allí q tanto x la
vía de la envidia del pene en la mujer o la revuelta contra la actitud pasiva o femenina ante otro hombre, queda definida la
castración como desautorización de la feminidad, repudiación de la feminidad. Es sólo desde el privilegio de la lógica de ser o
tener el falo y sus potencialidades de pérdida q la feminidad puede tejerse como una versión “humillada”.
Lacan intenta retomar el fin de análisis allí donde F, encuentra un límite en la desautorización de la feminidad; será allí explorando
la lógica de la posición femenina como lógica del “no-todo” y el goce femenino como alternativa a otra modalidades de goce, q L
avanza su interrogación.
El tránsito en un análisis x la prueba de la angustia de castración, confrontó al $ con las formas de la pérdida q la castración
estructuró. Pérdidas en el campo del amor, del saber, del goce. “Eso” retornó en el análisis, no sin angustia.
Lo esperable de un análisis es q ese retorno “se procese en diferencia”. El tránsito x un análisis permitiría al $ una relación distinta
con su propia angustia. Descriptivamente, dispondría de su angustia como señal, no para reprimir, sino como indicador de su
deseo. Así los efectos del movimiento deseante se anudarían en formas para las q L dispone del ste “sinthome”. La angustia,
atenuada, reconocida, se hace señal del deseo. El $ así advertido en su deseo ganó en saber, fundamentalmente en saber sobre
la insuficiencia del saber y sus garantías.
Un análisis conduce a un “saber hacer” con la angustia, no jugado en AO o PA. Por el embarazo, la turbación o la angustia de
castración , se podría transitar y volver sin nuevos síntomas o actuaciones.

El enmascarado- Zabalaza
El lugar del padre en la adolescencia.
En el despertar de la primavera el desengaño acecha entre el mundo ideal que intenta simular la institución escuela y el crudo
resentimiento que los adultos demuestran para con los jóvenes. El resultado no puede ser Otro que la tragedia, con su secuela de
muerte, exclusión y cinismo.
En la obra el enmascarado es la significación misma, ese aspecto del signo que le permite entrar en el discurso y combinarse con
otros signos. Es la perdida fecunda del referente y respuesta a distancia de la cosa. El tratamiento que solo la ficción habilita
cuando el sujeto sede la fijación que lo enquista y acepta endeudarse con el significante. El enmascarado es el vacio que habita
la múltiple versiones del padres el e semblante por excelencia.
El hombre al situarse a partir del uno-entre otros, al incluirse entre sus semejante. Pero como sea hace para satisfacer la demanda
del otro sin que se apague la luz de la singularidad. En otros términos como cumple con ese para todos que nos incluyen como
sujeto en una comunidad sin perder el semblante que abriga nuestra intimidad como hacernos comunes sin perder la diferencia.
El punto no es menor porque en la demanda del otro se articula pulsión. La pulsión es ese pequeño otro allí actualizado en carne y
hueso. Esa mujer de 35 con la que van todos que un preciso y determinado momento puede encarnar las mociones de deseo
inconciliable con la barrera éticas y estética de la personalidad
Titulo e imagen:
En su temprano enseñanza , Lacan comenta que a la salida del Edipo el varoncito tiene ‘’los títulos en el bolsillo para usarlo en un
futuro y agrega lo que mas tarde se le puede discutir en el momento de la pubertad , se deberá a algo que no haya cumplido del
todo con la identificación metafórica con la imagen del padre.
Pareciera que aquí hay un aparente discontinuidad en un caso que pone énfasis , en el aspecto simbólico de la identificación
paterna – el titulo- y en el otro en cambio aparenta cobrar fuerza la imagen ¿Por qué al llegar la adolescencia se hace mención a
través de la imagen de lo que en la infancia era referido al título.
Al respeto, quizá nos sea útil el ejemplo que frena a propósito del acto psíquico en su nota sobre lo icc.
Orientación clínica:
Sabe hacer allí con el síntoma, es saber desembrollarlo, manipularlo. Saber hacer allí con su síntoma. Ése es fin de análisis, un
símil del rescate que encarna el enmascarado, de esta forma el valor de una intervención psicoanalítica reside en poner el síntoma
a trabajar a favor del sujeto , es decir , cuestionar la coartada narcisista con que se nutre la queja o el aislamiento para así facilitar
el lazo social.
Identificación al rasgo:
La articulación entre síntoma e imagen consiste en que una persona puede ser indiferente, y sin embargo, uno de sus rasgos será
elegido como constituyendo la base de una identificación desde esta perspectiva , el enmascarado sería la metáfora encarnada
para así facilita el lazo social.
Mascara:
En esta articulación entre síntoma e imagen aparece la función de la máscara. Al velar lo que el hombre no es – el falo- como
garantía de potencia y lo que la mujer no tiene – el falo- como instrumento ‘’la función de la máscara domina las identificaciones en
que se resuelve los rechazo de la demanda.
En otros términos: cuando este mal entendido media la máscara, no se apaga la luz lo cual por supuesto no efectúa a nadie de la
decepción por lo que no se ve, o por lo que no se tiene. Esta función de mediación de la máscara converge con la intervención del
padre que interviene excepcionalmente para mantener en lo represivo.
En otros términos el goce del síntomas se transmita con la máscara es el artificio que abriga la luz del sujeto, el brillo que sostiene
el deseo sobre el fondo de la no relación sexual, ese agujero que responde a nuestra oscura condición contingente.
La máscara es una versión del padre que habita al uno-entre-otros, una Pere versión tal como Lacan formula en su último
seminario.
EL Padre:
La máscara resulta del acto psíquico por el cual un sujeto se apropia de su imagen para constituir, a partir de una identificación las
barreras éticas y estéticas de la personalidad que habita al uno-entre-otros. Así la máscara se conforma como una versión del
padre.
El padre antes que nada es un lugar entre l tramado psíquico, un intervalo un desvió, un quiebre, un no que propicia el deseo y
encausa el erotismo, un saber hacer en los bordes. El padre síntoma es ese elemento cualquiera, al eludir la economía del goce
en un sujeto.
Allí el enmascarado es el trabajo significante que el dispositivo del análisis propicie al sujeto.

El Nombre
Cae la máscara y con ella el semblante que vela la nada que somos. Se apaga la luz. El ideal amenaza a cubrirla toda la panta lla.
La identificación se hace identidad absoluta.
Bien el desconocido esta en las antípodas del enmascarado. El desconocido obtura la ficción que la joven propone cuando
introduce algo que la distingue- el nombre. La pereversion que agita, a saber provoca la angustian en el otro. El enmascarado por
el contrario es el lugar vacio que habita el velo ósea es el semblante por excelencia.
Ataque al semblante
La contingencia de un desencadenamiento jamás está aislada del entorno en que se produce. Todo desencadenamiento es un
hecho social, en tanto supone una rotura que antecede a una nueva relación con ese otro.
¿Por qué la adolescencia es la escena privilegiada?
La obvia conclusión de esta paradoja que nos deja muy mal parado a los adultos, es que semejante atropelladoro está lejos de
resolverse con los años.
En lo mejor de los casos se llega a una solución de compromiso a lo que llamamos síntomas, esa formación del inconsciente,
acosta del sufrimiento y renuncia subjetiva rescata sin embargo algo de la singularidad que se debata entre el deber ser y la
exigencia pulsionales a demás de la ineptitud del mundo adulto para abordar al sujeto adolecente, se suman los avatares que la
dimensión del absoluto imponen a esos jóvenes cuyo cuerpos se estremecen al compas de una irrupción pulsional que no respeta
reglas.
La sed de identificaciones suscitadas por la acucicantes cuestiones sobre la razones de existir, el futuro, la religión, el sentido de
la vida, el encuentro con el otro sexo, se resuelve aquí.
Lacan critica a eso que no crecen y apuntan de lleno a la contradicción que abrió nuestra reflexiones, el uno entre los otros, la
individualidad que no es sin el socio paréntesis que lo determino, los aplasta o bien según sea posición subjetiva le sirve de
oportuno. Es allí donde nuestras intervenciones apuntan a que un joven se sirva de las identificaciones.
Todo el drama neurótico se agita en este todo incompleto por ese significado perdido que es ese sujeto.
Un análisis debe conducir a un sujeto de la impotencia al la imposibilidad del todo. Allí donde se malogra, es para cada uno.

El síntoma en la adolescencia: una carta en espera


La adolescencia es un momento privilegiado para orientar el goce hacia el lazo social. Se trata de que los adultos aprovechen esta
carta en espera.
El lenguaje preexiste al sujeto y sus efectos se van manifestando de distintas manera, a medida que el soporte material que
compone el basamento neurológico del cuerpo asimila las consecuencias del trauma que la irrupción del orden simbólico imprime
en el viviente.

Una latencia que adolece


Desde esta perspectiva, no nos pasa inadvertida “la latencia de que adolece todo significable” impone su ley. En primer lugar, por
el efecto retroactivo en virtud del que hay que esperar la respuesta del Otro para darnos la respuesta del Otro para darnos por
enterados de la significación del nuestro mensaje.
Pero, en segundo lugar, “la latencia de que adolece todo significable” también habla del dolor de una carta en espera, una marca
que aguarda ser leída. Un ejemplo podría ser Emma, de la cual Freud dijo que todavía no estaban las representaciones
necesarias para dar cuenta de aquel trauma, por eso concluye: “el retardo de la pubertad posibilita unos procesos primarios
póstumos”. En nuestros términos diríamos que, en virtud de “la latencia que adolece todo significable”, recién en la pubertad
Emma estuvo en condiciones de leer su carta en suspenso, a la espera.
Lo decisivo está en que con esa marca la joven hace un síntoma que le permite localizar la amenaza que viene del Otro y, de esa
manera, organizar su realidad y su cuerpo de deseo.
Allí donde el pequeño otro se torna amenazante- o decepcionante- el sujeto hace un síntoma con las huellas que le dejaron las
más tempranas experiencias con el Otro de los primeros cuidados.

Del título en el bolsillo a la detumescencia (acabar, eyacular, venirse (?)


En virtud de “la latencia de que adolece todo significable”, entiendo la adolescencia como el pathos que la cadena significante de
un sujeto atraviesa, en su afán de abrochar una significación lo suficientemente consistente como para tramitar la desmesura de
un cuerpo, cuyo crecimiento no da tregua. Se trata de la precipitación inherente a un momento de concluir.
Aunque “los títulos para usarlos en el futuro”, que el sujeto recibe a la salida del famoso Complejo, insinúan la latencia de un
tiempo para comprender; esto hace que la única respuesta sensata a la pregunta acerca de qué es un niño sea: “déjate ser”. Por
lo menos hasta que la pubertad precipite el trabajo psíquico necesario para identificarse a un síntoma.
Desde esta perspectiva, para cualquiera que se toma el tren de la adolescencia, las señales del andén marcan el último y urgente
tramo de un derrotero, que va del “título en el bolsillo” a la detumescencia, con la angustia de equipaje y el síntoma como
privilegiado partenaire. Por eso, en la clínica con adolescentes, nuestras intervenciones deben ser sumamente cuidadosas con
este incipiente compañero de viaje, cuya función ulterior consiste nada menos que en organizar la economía libidinal de un sujeto.
Es que lejos de pretender su eliminación –tal como proponen los afanes normativos del Ideal de salud– para la perspectiva
freudiana, el síntoma constituye un recurso privilegiado por surgir allí donde algo no fue: el encuentro con el objeto de la
satisfacción.
El catastrófico exilio que padece el psicótico al carecer de inscripción del registro simbólico produce que estén habitados por los
fantasmas de un desatado lenguaje que les desarma el cuerpo y los somete a una bizarra obediencia. El alienado no recupera
goce porque jamás lo ha perdido, en la psicosis el síntoma no es una formación de compromiso entre el yo y la pulsión. Razón de
más para colegir por qué en la actividad masturbatoria de la adolescencia se encuentra la razón de tantos desencadenamientos.
Por el contrario tomemos a Juanito, al cual su fobia (creación sintomática) le permitió tramitar la turgencia que asomaba con el
Edipo, sobre todo la diferencia que esa voluptuosidad denunciaba, a saber: la ausencia de pene en la madre.
El niño, cadena significante mediante, coligió que el hacepipí es un elemento fuera del cuerpo que se saca y se vuelve a poner, se
pierde y se recupera. Operó la castración simbólica, con el consecuente efecto de que la felicidad del goce valga más para el
órgano que para su portador, alternativa esta última enloquecedora y que sume al sujeto en el autoerotismo. Por eso, Lacan
expresa que a la salida del Edipo, el niño tiene “el título en el bolsillo”: hay una marca.
Ahora bien, si en la adolescencia hay que sacar “el título del bolsillo”: ¿es este un paso automático? Que estén las cartas echadas,
¿quiere decir que estén leídas?
A juzgar por las ceremonias con que las distintas culturas y religiones sancionan la entrada en la adultez, poco tiene que ver el
término de la infancia con el fluido carácter de una instancia natural. En efecto, el Bat Mitzvah entre los judíos, la confirmación
entre los católicos o la fiesta de quince entre los gentiles –para no mencionar la infinidad de hitos ceremoniales con que cada etnia
deja su marca a esa edad– hablan de una sanción simbólica como requisito para acceder a los privilegios y responsabilidades de
una posición más cercana a la adultez.
Por la misma razón, el acceso a la detumescencia supone mucho más que la mera eyaculación. En efecto, si la
complementariedad sexual está perdida desde siempre, para acceder a la diferencia que supone un otro hay que sacar el título del
bolsillo –el instrumento que papá me donó– y leer las marcas, las huellas en torno a las cuales se organizó un cuerpo erógeno,
para enfrentar lo incierto de un encuentro que no tiene pautas instintuales preestablecidas.

Escuchar el síntoma
“Freud (...) ha tenido el mérito de darse cuenta de que la neurosis no era estructuralmente obsesiva, que era histérica en el fondo,
es decir ligada al hecho de que no hay relación sexual, que hay personas que eso les da asco, lo que así y todo es un signo, un
signo positivo, que eso les hace vomitar”.
Resulta sorprendente considerar entonces que el alcohol, el uso del Viagra entre los jóvenes, el consumo de sustancias, la
frigidez, la obesidad, los vómitos, la eyaculación precoz, las inhibiciones o las somatizaciones, por mencionar tan sólo algunos
ejemplos, son pasibles de adquirir un valor sintomático cuando se los considera como instrumentos para un desencuentro con la
pulsión que encarna el pequeño otro.
El valor de una intervención psicoanalítica reside en eliminar el padecimiento al poner el síntoma al servicio del lazo social. Por
eso, si el inconsciente es “lo que se lee antes que nada”, para propiciar otra lectura de la carta en espera, primero hay que
respetar las huellas y los síntomas. Al respecto, Lacan no se priva de denunciar que los “saludables” rodeos significantes que
desvanecieron el síntoma de Juanito, no impidieron que el muchacho conservara para siempre una empobrecedora posición
narcisista con respecto las mujeres.
De allí que en la clínica sea menester emplear una fina escucha para despejar, entre el material clínico, aquellos elementos
significantes propicios para condensar el goce que arma el semblante de un cuerpo de deseo. Porque en virtud de las marcas que
dejó el Edipo y de los obstáculos al déjate ser que propicia la latencia, el recorrido del tren adolescente experimentará avatares
cuyas estaciones sólo emergen caso por caso. Razón de más para que el fino borde de la clínica imponga una prudencia, cuya
única brújula es la ética del psicoanálisis.

Una orientación para la intervención


Es notable advertir que con todo lo determinante que resulta ser el Complejo de Edipo en la vida de una persona, sin embargo,
hay cuestiones que sólo se dirimen en las cercanías de la pubertad.
Por ejemplo una elección homosexual, tal como Freud deja bien en claro a propósito de Leonardo.
Al respecto, en “La estructura de los mitos en la observación de la fobia de Juanito” Lacan efectúa algunas precisiones por demás
llamativas. Destaca el gusto que al niño le provoca ver a su madre en ropa interior, en contraposición al asco que le causa
encontrarse con las bragas sueltas por algún lugar de la casa. Y sentencia: “la elección está hecha - Juanito no será nunca un
fetichista”.
Bien podemos entrever que el tiempo futuro empleado en la frase marca la imposibilidad de asumir la condición fetichista a los
cinco años de edad: en todo caso, si están dadas las condiciones, tal inclinación se consumará sólo más adelante cuando llegue
la pubertad, aunque tampoco eso es seguro. Lo cierto es que la sentencia afirma por la negativa un determinante que rechaza una
modalidad de goce y una elección de estructura, porque cierra la puerta a una cierta y muy precisa perversión.
Si comparamos ambas afirmaciones –la de Freud con Leonardo y la de Lacan con Juanito– ¿podríamos decir que en la pubertad
se elige por la afirmativa algo de lo que a la salida del Complejo de Edipo se salvó por la negativa? En otros términos, si a los
cinco o seis años de edad se cierran las puertas a determinadas posibilidades, quedan otras latentes que al llegar a la pubertad
adolecen hasta que el sujeto encuentra el punto de capitón con que sellar el fantasma que tramita el trauma que constituye y
determina su particular modalidad de goce. Por eso, toda la cuestión relativa a la función paterna durante la adolescencia ronda en
torno a la cuestión que ilustra este ejemplo: Si Juanito hubiera disfrutado del espectáculo de las bragas sueltas por allí,
¿significaría esto que sí o sí terminaría siendo un fetichista? No.
Esta situación inacabada otorga su valor a nuestra intervención en la clínica con adolescentes, toda vez que apela al núcleo ético
que constituye el corazón de la práctica psicoanalítica: la relación entre el goce y el lazo social. Aquí es donde el padre síntoma
encuentra su lugar privilegiado para hacer un lugar al Otro –sea este la ley, las normas, los ideales familiares o el partenaire–, a
partir de lo más singular del sujeto

Pére-versión
Lacan en 1975 acepta hablar de péreversión para describir la función paterna. La misma corresponde a aquella versión del padre
que –por transmitir un deseo– hace lugar al goce que conviene al sujeto: el padre síntoma.
El aspecto más saliente de esta orientación es la de hacer un lugar a la particularidad subjetiva merced a un desvío respecto al
Ideal social, sexual, de adaptación, de salud, etc., sin que tal maniobra consista en una transgresión. Aquí encuentra su lugar la
invención cuya raíz anida en la más rancia inspiración freudiana.
En efecto, en la Conferencia 23 24 –dedicada a la formación de síntoma– Freud hace un elogio del artista quien, al transformar el
material que le brindan sus fantasías y sus más acendradas fijaciones narcisistas, se granjea el favor de las mujeres y la
admiración de sus pares.
Si bien el saber hacer allí con el síntoma que Lacan propone, no necesita del reconocimiento social que reciben algunos artistas;
abreva, sin embargo, del mismo material que Freud señala en su conferencia: aquellas tempranas huellas que determinaron las
fantasías y fijaciones narcisistas.
El arte de la invención –hacer algo con eso que está ahí ya dado– consiste en leer de manera tal que la particularidad subjetiva
encuentre un lugar en el Otro. La adolescencia es un momento privilegiado para orientar el goce hacia el lazo social. Se trata de
que los adultos aprovechen esta carta en espera.
La tecnología: entre lazo social e ilusión de completud
Introducción
Desde un inicio el sujeto, de la mano del Otro, se encuentra en la cultura, en una estructura de lazos que lo alojan y determinan
quién es.
La necesidad de vinculación es estructural en el sujeto humano y es imposible pensar un sujeto por fuera del lazo social.
Actualmente la tecnología tiene una fuerte incidencia en el lazo social. Han aparecido nuevas formas de ligazón, vinculo entre los
sujeto, entre ellas la relación “virtual” y la comunicación “personal e instantánea”. La tecnología es utilizada para establecer y
mantener el lazo social.
Existe un punto de imposible en la comunicación, un resto que no es posible poner en palabras. Este resto se articula con la
angustia, afecto que justamente da cuenta de la imposibilidad estructural de satisfacción total y completa para el sujeto humano. El
niño aprende a valorar como situación de peligro y de la cual se siente impotente. Es ahí donde aparece la angustia. Entonces, la
angustia es “algo sentido”, displacentero para el sujeto. Algo sentido en el cuerpo.

El lazo social y la tecnología


En “Malestar en la Cultura”, Freud ubica los vínculos con los otros seres humanos como una de las fuentes de sufrimiento
humano. El padecer que proviene de esta fuente (social) es sentido por el sujeto como el más doloroso. Describe nuestra actitud
hacia esta fuente de sufrimientos afirmando que:
… nos negamos a admitirla, no podemos entender la razón por la cual las normas que nosotros mismos hemos creado no habrían
más bien de protegernos y beneficiarnos a todos (…)… gran parte de la culpa por nuestra miseria la tiene lo que se llama nuestra
cultura”.
Esta última aseveración llama la atención ya que justamente el hombre crea la cultura para intentar protegerse del sufrimiento para
el sujeto. El malestar, es entonces, inherente a la cultura.
La tecnología, en tanto herramienta de la cultura, entra en esta lógica. Actualmente, tiene una importante incidencia en el lazo
social. Han aparecido nuevas formas de vinculación entre los sujetos, entre ellas la relación virtual por medio e internet y la
comunicación “personal e instantánea” a través de la telefonía móvil o celular. La tecnología establece diferentes maneras de
hacer lazo social.
Sin embargo, estas nuevas formas de comunicación, cuando son utilizadas en exceso, sin medida, conllevan la ilusión de que es
posible estar con todos en todo momento. Muchas veces los padres tiene la ilusión de que conocerán el paradero de su hijo al
instante, con sólo llamarlo a su celular; los adolescentes creen poder estar en dos lugares al mismo tiempo por medio de las
cámaras filmadoras del celular y de la ayuda de internet; las redes sociales virtuales generan la ilusión de que es posible tener mil
amigos, etc. Así, las nuevas tecnologías parecen borrar los limites, incluso aquellos marcados por el espacio y el tiempo.
La ilusión de la inexistencia del límite atenta contra el mismo lazo social, ya que este aparece precisamente a partir del límite, de la
prohibición, de que la satisfacción toda no es posible. En “Totem y Tabú”, Freud plantea que lo social se funda en dos
prohibiciones o preceptos tabú que apuntan a regular la “agresividad /violencia y la sexualidad: la prohibición del parricidio y del
incesto.
Estas dos prohibiciones, que existen en toda cultura, apuntan a acortar la libre satisfacción de cada uno de sus miembros,
haciendo posible el lazo social.
Entonces, al favorecer la tecnología la ilusión de una comunicación en la que todo es posible, en la que no rigen las prohibiciones,
en la que no hay limitaciones y es posible la satisfacción inmediata y total, provoca la fantasía de que existe una comunicación
humana sin malentendidos, sin dificultades, sin conflictos. Si aparece un conflicto, se lo evade desconectándose.
Actualmente se observa a los jóvenes que prefieren las redes sociales y dejan de lado el email. En el correo electrónico es posible
no responder inmediatamente, elegir el momento, releer lo que uno escribe, modificarlo, elaborarlo. En las redes sociales la
comunicación tiene características de inmediatez. Los adolescentes utilizan poco email y prefieren el envió inmediato.
En el dialogo, el sujeto habla desde un lugar ilusorio de completud, ya que en el yo siempre hay un lugar de desconocimiento, que
es inconsciente. Lacan sostiene:
En el dialogo común, en el mundo del lenguaje establecido, en el mundo del malentedido comúnmente aceptado, el sujeto no sabe
lo que dice: en todo momento el solo hecho de que hablamos prueba que no lo sabemos (...) Lo que decimo, no lo sabemos, pero
lo dirigimos a alguien, alguien que es espejimaginario y que está provisto de un yo (…)… tenemos la ilusión de que esta palabra
procede de allí donde situamos a nuestro propio yo…
El espejismo de comprensión mutua y total, presente en el dialogo de yo a yo, es enfatizando y profundizando con los avances
tecnológicos que permiten al sujeto mostrar palabras e imágenes, por ejemplo por medio de las redes sociales, que promueve el
engaño de estar trasmitiendo sin equívocos sus sentimientos y estados. A la vez, el otro pareciera mostrar que comprende con
exactitud con los iconos de “me gusta” y afines. La apariencia de comprensión está presente en toda comunicación humana, pero
los avances tecnológicos agregan la pregnancia de la imagen y la inmediatez reforzando la creencia de que es posible trasmitir
todo y al instante.
El psicoanálisis muestra que el malentendido es estructural, es inherente a la estructura de la comunicación en el lenguaje. Esto
es precisamente lo que distingue al lenguaje del código o sistema de señales que pueden utilizar ciertos animales. En este último
hay una correlación fija entre los signos y la realidad que están significando, hay una modificación, hay una codificación fija. En
cambio en el lenguaje, dice Lacan “… los signos toman su valor de su relación los unos y los otros (…). Y la diversidad de las
lenguas humanas toma, bajo esta luz, su pleno valor”. En el lenguaje, ningún elemento tiene una significación fija. En cambio en
el lenguaje humano los signos toman su valor de relación entre los elementos (palabras), la puntuación singular que se le dé, el
lugar que ocupe entre oraciones.
El malentendido es inevitable, todo ya que todo dialogo se construye desde un lugar de desconocimiento, todo dialogo se funda
sobre lo que no puede ser dicho. En toda comunicación humana hay un resto, algo que escapa a la significación, el objeto “a”.

La certeza de la angustia y las patologías del acto


Este punto de imposible en la comunicación, este resto que no es posible poner en palabras, produce angustia. Justamente la
angustia es el testimonio de la imposibilidad de complementariedad entre sujeto y objeto, inherente a la subjetivación.
Lacan sostiene que en el campo de los significantes es posible engañar. La angustia en cambio, “no engaña” porque su estructura
da cuenta de la relación del sujeto del inconsciente con el objeto “a”. se trata de angustia de objeto de otro orden.
En general esta relación esta oculta para el sujeto Normalmente el objeto a esta velado y el sujeto no siente angustia. Lacan llama
la escena a este lugar donde el sujeto se constituye como portador de la palabra, donde está oculto este resto imposible de ser
dicho. La angustia aparece cuando hay una caída de la significación de la escena “se le cae” al sujeto y aparece el objeto a.
En todo sujeto y por ello en la adolescencia, pueden surgir salidas extremas de la angustia, estas son conocidas como
inhibiciones, acting out y pasajes al acto.
Rabinovich postula que en la inhibición, el acting out y el pasaje al acto, se observa al sujeto en posición de objeto. No se trata de
del acto logrado, como el acto fallido, sino precisamente de las dificultades con el acto. Cuando surgen en la clínica, la autora las
plantea como patologías de acto y se encuentra clínicamente al sujeto en posición de objeto, posición que tiene una relación
especifica con la angustia.
Gerez- Ambertin esclarece los conceptos de pasaje al acto y acting out al llamarlos “movimientos límite de la subjetividad”. Afirma
que:
… estos dos movimientos se producen dentro del dispositivo analítico, pero también se producen fuera del mismo cuando la
presencia del Otro social o simbólico se desvanece o corre peligro de desvanecerse. Considera Lacan que acting out y pasaje al
acto son dos movimientos colindantes a la angustia, ambos amenazados por ella (…) se producen cuando un sujeto es asediado
por la angustia, punto extremo de la subjetivación donde se pierden las coordenadas simbólicas y el recurso de la palabra que
permiten sostener la escena del mundo.
De modo entonces que podemos sostener que tanto el acting out como el pasaje al acto se producen en momentos en que el Otro
no logra ser referente para el sujeto. En las problemáticas que estamos planteando, muchas veces es el adulto (padre, madre,
docente) el que no logra ocupar el lugar de referencia y autoridad para los sujetos adolescentes. La perdida de referencia hace
que el joven se sienta sin sostén, se dificulta así la utilización de recursos simbólicos y como una salida extrema de la ang ustia
pueden aparecer estas patologías del acto.

Manifestaciones de las patologías del acto: los excesos


Por medio de la tecnología y otras producciones del mercado, los sujetos intentan velar lo que la angustia muestra con horrorosa
certeza. Se busca cubrir un vacío estructural, este resto que nos constituye como sujetos.
El consumo sin límite de objetos tecnológicos o el tiempo de utilización llamativamente largo de internet y la computadora son
conductas que dan cuenta de un exceso.
Teniendo en cuenta la articulación entre angustia y la acción es posible preguntarse acerca de estas conductas de los
adolescentes (pero no solo de ellos), que muchas veces implican una caída subjetiva (pasaje al acto) y muchas otras una
exhibición al Otro, al adulto, una mostración, incluso a veces una búsqueda de límites, una demarcación (acting out).
También podemos pensar que, en las nuevas dificultades con el acto, que la inhibición cobra una nueva relevancia en la
actualidad. Los avances en la tecnología permiten al sujeto relacionarse a distancia, en un mundo virtual donde es posible no dar
la cara y ocultar las dificultades de la función social, relacional, del yo. Hay una inmovilización que no genera pregunta al sujeto.
Es necesaria la intervención de los padres y educadores. Son los que guían a los adolescentes y deben dar cuenta de estas
situaciones que los atrapan. El problema es que muchas veces son los padres los que se sienten aliviados al encontrarse a su hijo
siempre conectado, incluso durante el almuerzo que se llama familiar porque entonces no hay conflictos, preocupaciones, ni
malentendidos. Simplemente se está alrededor de una mesa sin establecer ningún dialogo que pueda dar cuenta del otro como
diferente. Estamos complicados e implicados en una soledad que nadie nombra.
En la clínica esta la principal diferencia con el síntoma, que es nombrado, dicho en palabras, relatado y genera cuestionamiento.
Esto abre la posibilidad de intervención y cambio.

Desencadenamiento en la adolescencia
En el desencadenamiento algo de lo establecido hasta ese momento irrumpe, se desata, emerge algo nuevo que podemos llamar
fenómenos elementales o locura, actings o pasajes al acto, algo que deja perplejo al sujeto en cuestión y sorprende generalmente
a los que lo rodean. Se rompe el equilibrio, se rompe el “ser” de ese sujeto: el sentido explota, ya no alcanza para entender eso
que irrumpe, se desnaturaliza lo obvio. El sujeto a partir del de-sencadenamiento, ya sea de una locura o de una psicosis, no
retorna a ser el que era. Lo que emerge puede dar cuenta de una estructura psicótica o de una locura en una neurosis.
Ahora bien ¿qué pasó antes de que ocurriera la eclosión? ¿No había señales que dieran cuenta de que algo ocurría en ese
sujeto? ¿Algo de la forclusión –ya sea del significante fundamental o de una forclusión parcial pero determinante en la sexuación
de ese individuo– puede estar adormecida, agazapada y hacer eclosión en determinado momento? ¿Y qué hace que esa persona
que hasta ese momento funcionaba en su circuito, en su escena, de golpe enloquezca o se psicotice? ¿Hablamos de suspensión
de la neurosis? ¿Hablamos de prepsicosis?
Lacan en “Acerca de una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” determina las condiciones necesarias para
el desencadenamiento de la misma: “es necesario que el Nombre del Padre esté forcluido, es decir sin haber llegado nunca al
lugar del Otro, sea llamado allí en oposición simbólica al sujeto”.
“Pero ¿cómo puede el Nombre del Padre ser llamado por el sujeto al único lugar donde ha podido advenirle y donde nunca ha
estado? Por ninguna otra cosa más que un padre real, no necesariamente por el padre del sujeto, por Un-Padre.
“Aún así es preciso que ese Un-Padre venga a ese lugar al cual el sujeto no ha podido llamarlo antes. Basta para ello que ese Un-
Padre se situé en posición tercera en alguna relación que tenga por base la pareja imaginaria a-a”, es decir yo-objeto o ideal-
realidad, interesando al sujeto en el campo de agresión erotizado que induce”.
Tratemos de sintetizar esta cita: se trata de una relación dual en el seno de la cual se introduce, como tercero, una encarnación
paterna. Encarnación paterna que debemos pensar como función lógica.
Ahora bien, los que trabajamos con pacientes graves nos preguntamos en el caso a caso de cada brote: ¿antes no se había
encontrado con el significante de la paternidad? ¿Y por qué hay tantas esquizofrenias que se desencadenan en la adolescencia?
¿Por qué hay tantos adolescentes que enloquecen, deliran y alucinan? ¿Tenemos que tener mucho cuidado de discernir qué
estructura está en juego?
Sigamos con los desencadenamientos: muchas veces nos es muy arduo distinguir en ellos la intervención de Un Padre.
Maleval se toma el minucioso trabajo de demostrar en el caso “Schreber” las condiciones que expone Lacan como determinante
del desencadenamiento: el encuentro en lo simbólico con un significante del Nombre del Padre que nunca se inscribió “se trataría
quizás de una condición necesaria, pero sin lugar a dudas no suficiente”. Pareciera que hubo anteriormente muchas situaciones
en la vida de Schreber que podríamos pensar propicias al desencadenamiento.
La forma que toma el desencadenamiento no siempre es el encuentro con Un-Padre.
Es muy común encontrarnos en las supervisiones de tratamientos posibles, conducidos por los residentes en los hospitales, y en
nuestra propia clínica, con que en el afán de normativizar a los pacientes, y me refiero a los que ya están internados,
generalmente habiendo hecho por lo menos un primer brote, cuando comentan que quieren conseguir una pareja (respondiendo al
ideal social y familiar de lo que es normal) se los impulse a salir y contactarse con un partenaire sexual. Error. Estimulados a salir,
a ir a bailar, a conseguir novio/a, vuelven a desencadenarse y a enloquecer.
Sabemos que uno de los objetivos de que los analistas tratemos a los pacientes de estructura psicótica es que podamos, a través
del ejercicio de la palabra (la de él y la nuestra), espaciar o evitar los siguientes desencadenamientos. Cada brote implica
deterioro.
En la práctica hospitalaria es muy importante que tengamos acceso a la historia. Es relevante conocer cuántos brotes hizo cada
sujeto, cuanto tardó en salir de cada uno, qué decía en cada internación, buscar el desencadenante. ¿Por qué? Porque a cada
sujeto psicótico hay algo particular que lo desencadena que es lo que va a intentar cifrar en su delirio o en sus
alucinaciones, si las tiene, o en su pasaje al acto.
Jaime tenía 30 años y nunca había estado con una mujer, era el mayor de dos hermanos. Su hermano era exitoso en todo,
incluyendo a las mujeres. Jaime era taciturno, solitario, callado, encerrado. Sus padres no daban mayor importancia a esto ni a las
cosas “raras” que podía decir. En esa familia Jaime no llamaba la atención. A su hermano se le ocurre –en nombre de lo que debe
hacerse en esta vida–, que Jaime tenía que estar con una mujer. Le lleva una prostituta, invita a los padres a salir y lo deja con
ella, solos en la casa. El pasaje al acto no se hizo esperar: Jaime prende fuego a la casa y es internado en el Borda.
Muchas veces se ha comprobado que el encuentro con el Otro sexo, –hecho que se estimula más en la adolescencia por
varias vertientes, la pulsional, la cultural y la imaginaria–, resulta desestabilizador para el psicótico.
En el momento en que los jóvenes de estructura psicótica que aún no desencadenaron o ya están estabilizados tienen que
responder al deseo de un partenaire –que si desea es porque algo le falta y lo supone a él o a ella teniéndolo–, el tener que
ocupar la parada masculina y viril, o la mascarada femenina, les es imposible y enloquecedor.
Me consultaron los padres de Lucía y “la trajeron” (ella no quería venir ni entendía por qué consultar si ella no tenía nada que
consultar). Su brote había acontecido en plena disco cuando se le acerca un muchacho que hasta entonces ella creía que la
amaba a través de todo tipo de señales que le hacía llegar. Aparentemente él se burla de ella o la rechaza en su certeza de ser
amada y la quiere tocar. Lucía proclama a los gritos y llena de alucinaciones, en el medio del boliche, que ella tiene los dos sexos.
Mientras me lo relata quiere desnudarse en el consultorio para mostrarme que esto es así. Luego construirá argumentos a esta
certeza proclamándose la mujer de Dios.
La adolescencia es el momento en que la llamada al goce fálico es propicia para revelar cómo se ha cumplimentado el Edipo, y si
la función paterna se ha instalado o no.
En la adolescencia comprobamos entonces que el desencadenamiento psicótico no ocurre solamente ante la presencia
de Un-Padre. También el encuentro con la sexualidad es un factor determinante, pero tampoco es el único.
Muchas veces la asunción de alguna responsabilidad social o profesional es un factor concomitante en cada caso. El
propio Lacan afirma en el Seminario 3: “es lo que se llama tomar la palabra, quiero decir la suya, justo lo contrario a decir si, si, sí,
a la del vecino. Esto no se expresa forzosamente en palabras. La clínica muestra que es justamente en ese momento, si se sabe
detectarlo en niveles muy diversos, cuando se declara la psicosis. A veces, se trata de un pequeño trabajo de toma de palabra,
mientras que hasta entonces el sujeto vivía en su capullo, como una polilla.”
Es comprensible, como señala Lacan, que la situación analítica tradicional pensada para el neurótico, implique riesgos para el
psicótico. “Sucede que tomamos prepsicóticos en análisis, y sabemos cuál es el resultado: el resultado son psicóticos”.
Los errores en la dirección del tratamiento, generalmente por un error de diagnostico previo son básicamente: la interpretación que
hace sonar la ambigüedad del significante, apelando a la polisemia significante, y las que se empeñan en destruir o atacar las
identificaciones imaginarias o suplencias logradas interpretándolas en lugar de sosteniéndolas.
En los años setenta podemos leer en la obra de Lacan un giro en cuanto a la incompletud del Otro, que a partir de ese momento
se puede escribir S(A/): es la confrontación con esa incompletud del Otro lo que hace que surja en aquellos sujetos donde no pudo
inscribirse la castración, el Otro gozador, figura omnipresente en todo el decir psicótico.
Donde tendría que articularse el fantasma se revela un vacío: cuando el sujeto se enfrenta a una hiancia enigmática que
frecuentemente se presenta frente a una demanda sexual que le es dirigida. El sujeto se desestabiliza en una situación en
la que es compelido a afirmar su posición en relación al falo, su sexuación, su deseo.
Para el desencadenamiento se requiere la conjunción de varios factores o que estos se den de determinada manera.
Por eso es importante ubicar caso a caso donde la ausencia de castración lo catapultó en un momento determinado de su historia,
al abismo de perder su anudamiento posible.
Sabemos que hay sujetos que nunca desencadenan, muchos porque han logrado producir una suplencia: una construcción
significante adecuada para producir un encuadramiento del goce mediante la restauración del nudo borromeo.
Otros, –y aquí me refiero a los adolescentes– han transcurrido hasta el segundo despertar sexual sostenidos en identificaciones
imaginarias por las que el sujeto asume el deseo de la madre: son los niños buenos o no molestos, poco originales, réplicas
adecuadas a lo que se espera de ellos.

En estos casos la adolescencia con el empuje real de la pulsión, con el cambio del cuerpo y las vestiduras imaginarias, con el no
lugar, el duelo por la niñez perdida y el Ideal de una adultez que requiere posiciones que el adolescente apenas puede imitar o
hacer como si. La brusca pérdida del Otro como referente y protector, la relación con sus pares, los Ideales que presionan desde
la marca de un jean hasta lo que hay que escuchar o cómo hay que hablar, lo confrontan con el vacío, vacío del Otro, vacío de
Ideales.

Si el adolescente ha atesorado los emblemas suficientes, los recursos necesarios, las cartas de presentación posibles,
atravesará la tempestad propia de ese momento coyuntural y armará su posición en relación al Otro, al otro, a su deseo.
Intentará llenar ese vacío con comida, con alcohol, con drogas, con sexo sin nombre. Intentará hacerse marcas, pero
construirá puentes para salir de esa marginalidad que durante un tiempo configurará su ser en el mundo.
A veces los otros, el gran Otro, marcan a fuego nuestro destino, otras podemos torcerlo, hacer con eso algo distinto, y esto lo
pienso para cualquier estructura.

Queda un gran tema que nos propone la adolescencia: el desafío de diferenciar si lo que desencadena es una locura, (suspendida
su neurosis emerge algo del decir psicótico que responde a una forclusión parcial) o una psicosis. No es fácil.
Lo que Freud llamó Amencia de Meynert responde a lo que hoy denominamos locura, y que en las distintas escuelas se llamó
psicosis onírica, psicosis transitoria, delirio tóxico, etc.
Es una “aparente psicosis”, una psicosis que remite, que hizo creer a muchos psicoanalistas que curaban psicosis.
Generalmente empiezan a partir de una pérdida que no pueden aceptar ni elaborar. El objeto o la situación que se perdió es
alucinada, fuera de esas circunstancias el sujeto conserva su posibilidad de metaforizar. Su presentación es tan florida que nos
obliga a tomarnos bastante tiempo para definirla.
Florencia venia sancionada como esquizofrénica, medicada como esquizofrénica, con ocho internaciones y una evaluación
basada fundamentalmente en sus alucinaciones, delirios y creación de neologismos. Tampoco quería hablar con ningún psi.
Le propongo que tengamos algunas entrevistas. Mi interés se suscitó en la entrevista con los padres, me hablaban de una chica
tan parecida a una histérica de libro antes de enloquecer que me picaba la curiosidad de saber cómo se había vuelto
esquizofrénica.
Desganada, rígida por los neurolépticos, mirándome con desprecio, contestándome con monosílabos, dice que escribe. Le pido
que la próxima vez traiga sus escritos. Los trae, son hermosos poemas llenos de neologismos literarios plenos de polisemia
significante. Lo de hermosos poemas fue confirmado luego, muchos años después ganando premios en concursos literarios
municipales.

Hay una apuesta a la transferencia (no sólo con el psicoanalista) que puede hacer que alguien logre un lugar, un
alojamiento. Si bien es cierto que no hay “analistas de adolescentes”, hay una técnica de abordaje diferente con ellos,
hay una responsabilidad impostergable con respecto al diagnóstico de estructura y a la dirección del tratamiento, porque
“locos” parecen todos: si los escuchamos, si los miramos, podremos diferenciarlos y como dice Winnicott, no se los
analiza, se los acompaña. Pero acompañarlos es un arte de corte y confección, de armado y desarmado, de alfarería, de
contornear ese vacío para hacerlo soportable.

Nuevos síntomas en la adolescencia


Los síntomas evolucionan más que la relación al fantasma que queda más bien fija. Lo que evoluciona es la envoltura formal del
síntoma, es decir, los semblantes, los significantes que evolucionan en el contexto cultural. Entonces, es la parte del síntoma que
tiene que ver con la relación a la cultura la que se mueve junto con ella.
Clásicamente, el síntoma psicoanalítico tal como es descripto por Freud, y retomado por Lacan desde el inicio de su enseñanza,
es una formación localizada en la vida psíquica de un sujeto. Es una fobia, una parálisis histérica, un pensamiento obsesivo, que
algunas veces puede tomar una gran importancia, incluso invadir con sus consecuencias la vida del sujeto -piensen por ejemplo
las obsesiones del Hombre de las Ratas que lo acosan sin cesar-, de todas formas desde el punto de vista de la organización
psíquica es un fenómeno que podemos decir localizado, que por otro lado, para nosotros tiene un cierto sentido o por lo menos
llama a una apertura de sentido, es decir, que participa de una formación del inconsciente, que llama a ser interpretada para poder
adquirir un sentido nuevo.
Ahora bien, algunos de los nuevos síntomas- la toxicomanía, la anorexia y la bulimia, la violencia de los adolescentes- aparecen
mucho menos como fenómenos localizados porque están menos vestidos de una estructura formal, están menos vestidos de la
envoltura significante y por el contrario parecerían extenderse a la vida entera del sujeto como una forma, un modo de goce
organizado por el sujeto. Además, desde el inicio parecen fuera de sentido.

Los nuevos síntomas


Se puede entender esta expresión en un sentido que no es solamente histórico para la cultura, sino en el sentido histórico para un
sujeto. Un sujeto tenía un síntoma y un día surge un nuevo síntoma para este sujeto. Ahora bien, justamente para un sujeto la
adolescencia es exactamente eso, el surgimiento de una novedad, es decir, que ella misma es un nuevo síntoma al cual se
introduce el sujeto.
El autor en “La adolescencia, síntoma de la pubertad” presentaba el síntoma, siguiendo a Miller, cómo eso que para todo sujeto
viene al lugar de la no-relación sexual, y él lo escribía con el conjunto vacío para decir la falta en el saber, ya que es tal vez la
manera más simple para comprender la no-relación sexual. Lo que Lacan llamó así es la falta de saber sobre el sexo en lo real, el
defecto del instinto sexual. Ahí donde los animales tienen el instinto para el sexo, los hombres no tienen nada y entonces no saben
por la naturaleza qué es lo que un chico y una chica tienen que hacer juntos. Podríamos decir entonces que la pubertad es uno
de los nombres de la no-relación sexual, es uno de los momentos en la existencia en donde el sujeto se encuentra de una
forma viva con esta cuestión.
La adolescencia sería la forma sintomática de respuesta del surgimiento de lo real que es la pubertad. Ahora bien, ¿cuál es, o qué
es este real de la pubertad? Podríamos decir un empuje hormonal en el sentido de la investidura de un nuevo órgano fuera del
cuerpo: la libido -es Lacan quién decía que la libido es un “órgano fuera del cuerpo”-, pero el empuje hormonal en la medida en
que está marcado por el lenguaje, no es entonces el empuje biológico.
Por otro lado en el prefacio a El despertar de la primavera, Lacan dice a propósito de los adolescentes que comienzan a pensar en
las chicas, que seguramente está todo el empuje hormonal que se quiera pero ellos no pensarían sin el despertar de sus sueños,
es decir, no pensarían sin sus sueños, sus conversaciones, sus charlas en donde aparecen todas estas cuestiones que son las
que los emocionan. Pero lo real de la pubertad también es la aparición de los caracteres sexuales, incluso aquellos que se llaman
secundarios, es decir, la modificación de la imagen del cuerpo. Entonces, es en estos dos planos -el del cuerpo como objeto
pulsional y el del cuerpo como imagen- que la pubertad viene a trastocar, a conmover al sujeto.
A partir de lo enunciado se plantea entonces la cuestión de la salida posible de la adolescencia para un sujeto ¿cómo puede tratar
ese real para darse una nueva estabilidad en la existencia? En este sentido hay salidas posibles para la adolescencia pero
también es posible no salir totalmente y entonces la adolescencia se prolonga, o bien deja lugar a estos nuevos síntomas.
La a salida de la adolescencia, dice Lacan, que se trata de que el sujeto le encuentre a su yo otra forma y hace falta para
eso que se oriente hacia el Ideal del Yo.
También es posible otra elección. La otra elección es que se oriente hacia el falo como imaginario, esta es una elección que se
hace en la adolescencia. Es una elección que se hace en la adolescencia y no antes por una razón estructural, porque es en es te
momento que el sujeto se orienta en este sentido.
La salida de la adolescencia a partir de poder constituirse un nuevo Ideal del Yo, representaría hacer una nueva elección con el
significante: un nombre, una profesión, un ideal, una mujer, una misión en el mundo. Se habla de misión en el sentido de “ponerse
al servicio de”, es decir, hacerse un síntoma con su envoltura significante con el cual se pueda tener una satisfacción. Entonces la
salida de la adolescencia seria acomodarse estando decidido a hacer algo de su vida.
Función paterna
Este punto Ideal del Yo está orientado por la función paterna, está orientado por el padre y entonces hay en nuestro mundo de hoy
una dificultad suplementaria para los adolescentes desde que esa función del padre aparece más degradada que antes. No es
tanto que el padre falle más que antes, es que la función paterna en el mundo está tocada. Lacan no dice que la función paterna
debería estar intacta, incluso tiene una frase extraordinaria: “Pasarse del padre a condición de servirse de él”.
Entonces toda la cuestión es saber cómo a pesar del déficit de la función paterna alguien puede servirse del padre. Déficit de la
función paterna quiere decir que el padre aparece mucho más que antes como un semblante. Lo que dice Lacan es que aunque el
padre sea un semblante, esto no debería impedir servirse de él, sin creer en él pero sirviéndose de él. Por eso es que hay un gran
número de adolescentes que se las arreglan bastante bien. Pasarse del padre a condición de servirse de él, no quiere decir
evidentemente, desrealizar la voluntad del padre, ni tampoco no obedecerle y ni siquiera identificarse completamente a él.
Toxicomanía
Voy a tomar un caso clínico muy brevemente. Es un señor que he encontrado cuando tenía unos treinta años, un portugués que
devino alcohólico al inicio de su adolescencia. Decía que eso había sucedido para no escuchar los gritos de sus padres que se
peleaban. Con esto ha hecho un recorrido formidable porque sus padres se dieron cuenta que él tomaba en el sótano mientras
ellos discutían, entonces cerraron el sótano con llave. Luego encontró la manera de hacer algo en la puerta para pasar de todas
formas. Los padres volvieron a darse cuenta pero ya habían pasado dos o tres años más, entonces lo enviaron a Francia a la casa
de su hermana para ponerlo a distancia del sótano paterno. Entonces explicó, que se adaptó muy bien a la vida de provincia, pasó
del vino al pastis. Luego de esto tiene un recorrido de adolescente y luego de joven adulto sin domicilio fijo, errante, pero al mismo
tiempo se encuentra muy reglado. Lo conocí en una presentación de enfermos, ahí le pregunté: “Durante todo este tiempo, ¿qué
pasó con las mujeres?”.
“Las mujeres -me dijo- ningún problema. Tuve una regularmente” y tenía un aire más bien de seductor este señor. “Las he tenido
regularmente, pero no estoy seguro de haber paseado una sola vez con una de ellas teniéndola por la mano, mientras que a mi
botella siempre la tengo en la mano”.
Si bien esto parece divertido al mismo tiempo sitúa de una manera muy clara el partenaire síntoma. Es el síntoma que el sujeto no
larga, y en este caso se trata más bien de lo consumible más que del ideal o de la sexualidad.
Creo que es lo que está en juego en la toxicomanía en forma predominante, es lo consumible antes que el ideal o el sexo. Es
entonces un goce fuera del sexo y me he preguntado qué se podría escribir en el lugar del síntoma y lo que me planteo es que tal
vez lo que convendría mejor es el cálculo de la dosis, el cálculo de la dosis incluyendo el mal cálculo, el juego con la muerte, que
es en lo que podría consistir el mal cálculo. A pesar de que los pueda sorprender, encuentro que hay una cierta proximidad entre
esta modalidad y la práctica deportiva de alto nivel, porque también está marcada por el cálculo, por el cálculo de la dosis, por el
cálculo de la performance. En esto tanto el deporte como la toxicomanía son efectos del discurso de la ciencia y de la economía
liberal. Y señalemos además que en el deporte de alto nivel la dosis no está para nada ausente porque existen dificultades con el
dopping, las drogas para el rendimiento, pero aún sin tener en cuenta la cuestión del dopage, podemos pensar la dosis como el
punto al cual el deportista debe llegar para estar listo, el punto al que está dispuesto a llegar para tratar a su cuerpo incluso hasta
el dolor.
Una palabra sobre la anorexia y la bulimia
La anorexia y la bulimia también tienen una relación al consumo, pero más que con el consumo tienen que ver con la imagen. Hay
un rasgo común del goce tanto en la anorexia y la bulimia como en la toxicomanía, es lo que del goce juega sobre el vacío y lo
lleno, la falta y la dosis. En esto anorexia y bulimia también son un goce fuera del sexo y tienen en sí mismas la pulsión de muerte
y el riesgo de la muerte, pero la diferencia es que toca más a la imagen. Parecería que en la anorexia y la bulimia hay una pérdida
de la imagen, pequeña i (a) como lo escribe Lacan, es decir, la imagen que se equivale al yo, es la imagen del cuerpo que no es
satisfactoria para el sujeto, su envoltura corporal, o sea, su imagen, no es satisfactoria para envolver el cuerpo pulsional, entonces
el sujeto trata de recuperar un cuerpo por el límite.
Recalcati considera que los sujetos bulímicos y anoréxicos ponen en juego dos medios para recuperar un cuerpo: el anoréxico,
apuntando a la contemplación del hueso y el bulímico por el vómito. En el lugar de la imagen del cuerpo, tenemos en estos casos
una suerte de producción de objeto que limita el goce y encarna ese límite del goce: el hueso por un lado y el vómito por el otro. El
cuerpo encuentra así una estabilidad entre exterior e interior.
En su curso El Otro que no existe, Miller habla de anorexia y bulimia y dice: “En el anoréxico y el bulímico, el Otro se reduce a ser
el objeto”. Si acá queremos escribir la fórmula del síntoma en el S1 iría el hueso de la anoréxica, es también el significante del cual
ella habla y que trata de ubicar en el espejo, es el objeto que en la mirada hace límite a su cuerpo. Pero a la anorexia y a la
bulimia no hay que considerarlas como simétricas, no son el positivo y el negativo del mismo problema. Basta ver cómo la
anoréxica está del lado de la actividad y vivacidad del pensamiento. Son sujetos muy activos la mayoría de las veces, y también
trabajan intelectualmente muy fuerte, mientras que la bulimia está más bien del lado del estupor, hay detenimiento del
pensamiento.
El autor dice haber discutido recientemente con Eric Laurent a propósito de qué se puede hacer en estos casos y concluye que lo
se le podría proponer al sujeto que vomita y que no puede impedirlo, es venir a vomitar su historia en el consultorio del
psicoanalista produciendo un pasaje del lado de lo intelectual pero también del lado del deseo con la idea de que esto podría
permitirle a su vez domesticar progresivamente su goce.

Los adolescentes, riesgos y aperturas posibles Lic. Beatriz Janin

Los adolescentes y los riesgos:


Hay riesgos inevitables en la salida al mundo, posibilitadores de transformaciones, riesgos que implican la asunción del pasaje, de
los cambios… Pero hay otros riesgos…Adicciones, depresión, psicosis, trastornos de la alimentación… son algunos de las
afecciones que pueden desencadenarse.
Pienso que el hecho de que las idas y venidas, la reorganización adolescente devengan en una fractura interna tendrá relación
con el modo en que la organización psíquica se haya producido y cuán preparada esté para soportar los embates internos-
externos. Tanto la historia de inscripciones de ese adolescente como las posibilidades que le brinda el contexto actual para
metabolizar lo vivenciado serán cruciales para definir lo que ocurra.
Entonces, si siempre hay riesgos pero no todo adolescente se pone en situación de peligro extremo ni sucumbe a las nuevas
exigencias, ¿cuáles serán los elementos que podrán estar incidiendo en estas diferencias?
En un momento vital en el que uno se supone inmortal y en el que el peligro cobra otra dimensión, en que el ideal es ser héro e,
¿cómo evaluar los riesgos? ¿Cómo transitar una época de la vida en la que tantas sensaciones nuevas se despiertan y tantas
historias pasadas se reorganizan en nuevas configuraciones representacionales sin quedar atrapado en los infiernos de la droga,
de la psicosis, de la depresión o la anorexia?
La adolescencia exige, convoca a resoluciones y a pruebas que pueden llevar a la irrupción de aquello que en la infancia
permaneció encubierto, silencioso, en tanto el niño puede sustituir con sus defensas y con el sostén de los adultos sus carencias
internas y sus dificultades para establecer vínculos con el mundo. Pero para el adolescente esto no es posible. Las defensas
suelen ser insuficientes frente al avance pulsional y a la vez los otros se transforman en fuente de exigencias. Los primeros
objetos, que podían funcionar como protectores, pasan a ser aquellos de los que hay que separarse a riesgo de quedar apresado
en lazos incestuosos. Entonces, los recursos internos, el camino transitado, la historia representacional y un contexto social
posibilitador de proyectos e ideales parecen ser fundamentales

Me voy a ocupar hoy particularmente de las condiciones internas que posibilitan la caída o no en situaciones de riesgo.
Podemos afirmar que todo adolescente tiene un arduo trabajo por delante y que no es indiferente el modo en que arribe a este
momento, sobre todo en términos de flexibilidad psíquica.
También hay que tener en cuenta que los riesgos a los que se expone todo adolescente pueden derivar en salidas vitales,
creativas y novedosas
El silencio sintomático durante la infancia no garantiza una adolescencia en la que se puedan resolver los conflictos propios de
esa etapa. Y esto es importante. La mayor garantía está dada por las posibilidades creativas y reorganizadoras, de fantasear e
historizar (a eso me refería cuando hablé de flexibilidad psíquica) y no por una niñez obediente y sobreadaptada.
A la vez, tampoco es el silencio durante la adolescencia lo que va a garantizar un crecimiento sin riesgos. Es decir, si no hay
movimiento y crisis la situación suele ser preocupante.
En relación a las líneas a tener en cuenta, podemos pensar:
1) los avatares de la sexualidad infantil y sus transformaciones en la pubertad
2) la reorganización de las primeras inscripciones
3) los avatares del narcisismo, en tanto la adolescencia implica una puesta en juego de todo lo incorporado, todo lo metabolizado
4) los ideales

La sexualidad infantil y sus transformaciones en la pubertad:


Las primeras inscripciones, ya reorganizadas en sucesivas reescrituras durante la niñez, van a sufrir una re-escritura, casi una
nueva escritura, un cambio de idioma, durante la adolescencia. Hay marcas de la sexualidad y marcas identificatorias, marcas de
prohibiciones e ideales.
Un riesgo posible es la confusión entre sexualidad e incesto, con una sexualización de todos los lazos. Esto torna difíciles los
vínculos, en tanto todo queda teñido por una sexualidad perturbante. Y entonces hay que pelearse consigo mismo, luchar contra
los deseos. A la vez, ¿cómo luchar contra los propios deseos, cómo sostener las pasiones sin sentir que se estalla? ¿Y como
sostenerlos si toda pasión puede ser vivida como angustiante, en tanto lo remite a las primeras figuras de amor? El adolescente
tiene que desplegar sus deseos sexuales sin quedar atrapado en el vínculo con sus padres.
Y debe estar abierto a nuevas sensaciones, emociones y sentimientos, pero suele desconectarse de los sentimientos y buscar en
las sensaciones un anclaje, un sentirse existiendo, siendo alguien. Esto lo puede llevar a acciones riesgosas, a búsqueda de
estímulos fuertes, como las drogas.
"La toxicomanía es simultáneamente una historia personal, una historia familiar y una historia social." (Pascal Hachet)
Históricamente, así como en la literatura, las drogas aparecen siendo un calmante para el dolor, el modo de evitar el sufrimiento,
de olvidar, de sostener enterrados pedazos de sí mismo. A veces, otorgan la sensación de levantamiento de inhibiciones propias,
pero también son la forma en que alguien puede hacer que un otro le obedezca ciegamente.
Los adolescentes pueden regresionar a fijaciones infantiles a las zonas erógenas y a las modalidades de funcionamiento
anteriores, sobre todo al erotismo anal. Pero a veces esto no es suficiente (decir malas palabras, andar sucios y con la ropa rota).
El vínculo con el otro, a pesar de sus intentos de dominio de la situación, pasa a ser peligroso. Predomina el terror a la
dependencia, en tanto el adolescente se siente frágil y sus sostenes narcisistas tambalean. Los adolescentes fluctúan muchas
veces entre enamoramientos en los que la fusión es absoluta y el temor a quedar encerrados en una relación amorosa,
fagocitados. A veces, el terror al encierro se desplaza a otras actividades y no pueden arraigarse en ninguna (dejan todo lo que
comienzan). Y, para colmo, deben “matar” a los padres infantiles, sin matarlos. Es decir, los padres deben dejar de ser esos
padres omnipotentes de la infancia. Pero es fundamental que sigan estando y que planteen un espacio de confrontación posible

La reorganización de las primeras inscripciones


Un tema fundamental parece ser la reorganización representacional que se plantea en la adolescencia en relación a las
inscripciones primordiales.
muchas veces, frente al estallido pulsional desbordante, el púber, que no sabe qué hacer con tanto alboroto interno, con su cuerpo
cambiante, con sus identificaciones que son propias y ajenas a la vez, puede buscar caminos complejizadores, armar novelas,
crearse familias sustitutas y pieles nuevas, pero también puede intentar expulsar de sí todo dolor, toda pasión, todo empuje y toda
identificación que le recuerde a aquellos de los que se quiere diferenciar. Si las primeras inscripciones son fundamentalmente
sensoriales, corporales, ¿qué ocurre con ellas cuando lo que cobra otra dimensión es la representación del cuerpo, cuando éste
pasa a tener nuevas sensaciones? Inscripciones sensoriales, ligadas al placer o al displacer, significadas o no, traducibles o no. Y
también otro tipo de inscripciones, aquellas que remiten a un vacío, a la irrupción de lo no dicho, a la marca de lo que rompe las
tramas. Inscripciones de lo no-inscripto, aunque parezca paradójico, del agujero representacional. Por otra parte, sabemos que el
modo en que estas marcas se articulen está determinado por una transmisión que permite un marco en el que las esc enas se
arman. Así, en la adolescencia, las marcas no traducidas, las sensaciones y desarrollos de afecto tempranos insistirán tomando
nuevas formas. Marcas que en el fragor de los cambios puberales se derivan en actuaciones, adicciones, pura descarga de lo no
tramitado o, también, en inhibiciones y prohibiciones
Pero también está la posibilidad de que eso enigmático, lo no traducido, pueda ser retomado y se le otorgue un nuevo sentido, que
no se le dio en su momento, y que vivencias de la adolescencia den forma, fantasmaticen, algunas marcas de la infancia, abriendo
nuevas posibilidades. Es decir, suele haber movimientos transformadores…
Porque cuando se pueden construir recorridos deseantes, el adolescente se abre al mundo y puede ser precursor, portador de
novedades, hacedor de la historia. Y esto me parece fundamental: si las inscripciones primordiales dieron lugar a sucesivas
traducciones, ya sea en forma de fantasías o de pensamientos, y permitieron construir recorridos deseantes, ese adolescente va a
poder sostener proyectos.
Una de las principales tareas de la adolescencia es el abandono de las investiduras libidinales hacia los padres y el investimiento
de nuevas figuras. Pero hay adolescentes que se sienten bajo la égida de un progenitor rechazante, despótico al que no pueden
“digerir”, y cuya pérdida implicaría a la vez quedarse sin nada, vacío. El empuje pulsional se vuelve entonces atacante externo,
queda como algo que irrumpe desde un afuera y no puede ser metabolizado. En la pubertad normal, produce enriquecimiento
psíquico, con incremento de vida fantasmática. Pero en la pubertad patológica provoca un ataque a los cimientos mismos de la
pulsión. Es un “desapuntalamiento”. El autoerotismo le provoca terror, y en lugar de ser fuente de representaciones objetales,
arrasa con la representación del objeto. Es frecuente que la hipererotización materna, la dificultad para transformar erotismo en
ternura, impida la metabolización de las propias pulsiones. Lo interno y lo externo se confunden. Es casi inevitable que haya
regresiones a modos de funcionamiento más tempranos. Las modalidades orales y anales suelen predominar (de hecho, los
adolescentes suelen ser “anales” en su forma de vestirse y en su vocabulario), pero también puede aparecer la regresión al vacío,
a los agujeros que dejó la historia, a la desobjetalización de la pulsión, que la torna mortífera. Momento en que, nuevamente ,
como en la infancia, el papel de los adultos es fundamental. Pero ¿qué ocurre con esto en la adolescencia? Cuando el
adolescente, que sigue dependiendo del entorno, odia esa dependencia, cuando quiere arrojar de sí todo lo que se la recuerde,
puede intentar expulsar y matar aquello que se ha hecho carne en él. Por eso, es tan importante con los adolescentes que haya
un entorno que les permita creerse, por momentos, hacedores de su propio mundo. Igual que en la primera infancia, el adulto tiene
que estar y no estar, estar cerca pero no abrumar, permitir ese espacio en el que se pueda crear.

El narcisismo en jaque
El narcisismo también se pone en juego y la pregunta sobre el ser insiste. La representación de sí se pone en jaque y ya no es
suficiente la mirada de los padres como sostén. Tiene que haber otras miradas, otros sostenes.
Ser alguien, tomando aspectos de otros y a la vez suponiendo que tiene que ser único, independiente de todos, lo lleva a una
situación paradojal. Esto es muy evidente cuando dicen vestirse de un modo “original”, propio, y se los ve con vestimentas que
delatan la identificación con determinado grupo.
A la vez, el adolescente puede rechazar en sí aquello que lo identifica con sus progenitores, pero esas identificaciones son ya
parte de sí, por lo que al rechazarlas puede intentar expulsar de sí partes de sí mismo. Y esto lo conduce a un estado de vacío
interno o de confusión identificatoria.
Generalmente, la crisis adolescente lleva a separarse de los padres y a buscar nuevos objetos, sosteniendo las identificaciones
constitutivas del yo y la prohibición del incesto frente a la reedición de la conflictiva edípica.

Los ideales
Generalmente, los ideales cobran una importancia fundamental en la adolescencia. Frente al quiebre de la imagen de sí, los
ideales pueden ser un sostén narcisista, en tanto aparezcan como posibles de ser cumplidos en un futuro.
A la vez, el Ideal del yo cultural ofrece caminos alternativos que lo ayudan a desprenderse de los objetos incestuosos.
En el análisis, el único modo en que parecería poderse abordar esta crisis identificatoria (que si faltase sería aún más
preocupante) es a través del fantaseo: ser otros, y de ahí lo de la novela... asumir diferentes personajes, en un juego en el que el
adolescente va probando diferentes ropajes.
A la vez, los adolescentes pueden luchar contra sus propios deseos, en tanto sienten que el desear implica necesitar a otro que
puede no estar. Y, para peor, la presencia del otro puede hacer resurgir el dolor por la ausencia posible.
A la vez, una tarea fundamental de todo adolescente es escribir una historia. Y esto en un momento en que no quiere recordar su
infancia y le cuesta proyectarse a un futuro.

A modo de conclusión:
Será más fácil soportar los embates pulsionales y los del mundo cuando la estructuración psíquica ha sido sólida, cuando las
inscripciones tempranas no han quedado como líneas directrices sin salida, sino que han podido ser, siempre parcialmente,
traducidas a otros idiomas, a otros modos del representar.
En el adolescente la fantasía, el armado de novelas, la poesía, poseen el valor que para el niño tiene el juego dramático. Implican
la posibilidad de entramar lo que irrumpe desde las exigencias pulsionales y la crisis identificatoria.
En ese sentido, la escritura tiene un valor particular. Son modos de historizar
Considero que mientras el adolescente pueda armar proyectos (aunque sean temporarios) y sostener vínculos con el mundo, es
más fácil que los riesgos sean tramitados.
En tanto momento de reorganización, es importantísimo considerar a todo adolescente como alguien en movimiento, en
transformación, con posibilidades abiertas y no encerrarlo en diagnósticos.
Capítulo 3: Adolescencia y Psicopatía.
Duelo por el cuerpo, la identidad y los padres infantiles

Tanto las modificaciones corporales incontrolables como los imperativos del mundo externo, que exigen del adolescente nuevas
pautas e convivencia, son vividos al principio como una invasión. Como defensa, va a retener muchos de sus logros infantiles o a
refugiarse en el mundo interno. Todo esto implica una búsqueda de una nueva identidad que se va construyendo en un plano
consciente e inconsciente. Para ello, contará con el mundo interno construido por los imagos paternos, a través del cual elegirá y
recibirá los estímulos para la nueva identidad.
Como vimos, el duelo por el cuerpo supone elaborar una doble pérdida: la de su cuerpo de niño (caracteres sexuales
secundarios) y la de la bisexualidad (menstruación y semen, definiéndose en la pareja y la procreación).
Es en esta búsqueda de identidad cuando aparecen patologías que pueden llevar a confundir habitualmente una crisis con un
cuadro psicopático (o también psicótico o neurótico, según), en especial cuando surgen determinadas defensas como ser la mala
fe, la impostura, las identificaciones proyectivas masivas, la doble personalidad y la crisis de despersonalización. Todo esto se
supera al elaborar los duelos, elaboración que incluye diversos procesos:
a) algunas técnicas defensivas como la desvalorización de los objetos para eludir el dolor de la pérdida;
b) a búsqueda de figuras sustitutivas de los padres, a fin de ir elaborando el retiro de cargas. Se fragmentan las figuras
parentales y se disocia la actitud respecto a los padres y a los sustitutos (y allí surgen fluctuaciones de personalidad).
c) La planificación y verbalización tanto de lo más genérico (ej. la ubicación del hombre en el mundo) como de lo mas
cotidiano, como método defensivo ante la acción que siente imposible desde dentro o desde fuera (sea en el plano genital como
en otras capacidades que todavía no puede poner en práctica). Es que la comunicación verbal tiene el significado de una
preparación para la acción. El hablar equivale casi a la acción misma (susceptibilidad cuando no se lo escucha). La palabra y el
pensamiento ocupan en el adolescente la misma función que el juego en el niño: permitir la elaboración de la realidad y
adaptación a ella.
El psicópata no puede elaborar sus duelos y mantiene estos síntomas inmodificados. No puede asumir la existencia de un solo
sexo en su cuerpo, ni de fusionar la imagen de los padres adquiriendo una nueva forma de relación con ellos (el adolescente
tiene que dejar de ser a través de los padres para llegar a ser él mismo).

Algunos puntos de comparación entre psicopatía y adolescencia normal

Adolescencia normal Psicopatía

Necesita estar solo y relegarse en el mundo interno. necesita estar con gente
No comprende mucho lo que pasa a su alrededor: está Tiene un insight defensivo sobre lo que el otro necesita y lo
más ocupado consigo mismo. utiliza para su manejo.
Piensa y habla mucho más de lo que actúa, confía en la La acción es su forma de comunicación. Tiene compulsión
comunicación verbal y sólo cuando se siente frustrado en a actuar y dificultad para pensar. La acción no le sirve para
ésta actúa compulsivamente. adquirir experiencia.

La aceptación de la vida y de la muerte lo lleva a una Niega los sentimientos de pérdida, descuida así el objeto y
mayor capacidad de amor y de goce y a una mayor a sí mismo, niega el afecto y disminuye capacidad de goce.
estabilidad en los logros.

Elabora los duelos del cuerpo y la bisexualidad, y accede a No elabora los duelos y no alcanza la verdadera identidad
la pareja y la creatividad, identidad e independencia, e ideología que le permitan un nivel de adaptación creativa.
integrándose en el mundo adulto.

LA DELINCUENCIA JUVENIL DESDE LA PERSPECTIVA PSICOANALÍTICA


Silvia Elena Tendlarz1

Existe una construcción social del crimen y de su consecuente castigo que si bien vale para todos debe contemplar la manera en
que se aplica de acuerdo a los casos particulares.
Cada sociedad genera sus criminales y delincuentes, aquellos que caen de las normas establecidas e instrumenta distintas formas
de penalización.
La responsabilidad penal parte de la idea de la conciencia y de la comprensión de los actos y de la libertad de elección. (Edad y
conciencia de sus actos, ley de imputabilidad).
La llamada "delincuencia juvenil" convoca sin lugar a dudas múltiples discursos que convergen y se diferencian entre sí, en
particular en lo que concierne a las perspectivas jurídicas y otras disciplinas como la psicoanalítica. Tanto la justicia como el
psicoanálisis utilizan las nociones de culpabilidad y de responsabilidad pero de distintas maneras.
El sujeto según el psicoanálisis
El derecho es una práctica jurídica que pone en escena a un sujeto, pero que no es el mismo que aquel que queda involucrado en
la práctica analítica. En sentido estricto, el sujeto de derecho constituye una ficción que manifiesta que el Estado o las "personas
morales" pueden ser declarados sujetos de derecho. Estas denominaciones forman parte del discurso del derecho pero no del
inconsciente.
El sujeto del psicoanálisis es el sujeto dividido y solo puede ser aprehendido a partir de la narración del paciente dentro d el
dispositivo analítico, por fuera de la intencionalidad de lo que el sujeto quiere decir. La interpretación analítica apunta a este sujeto,
no a la persona o al individuo, a aquél que habla y es hablado a través de sus propias palabras.
Hay que distinguir también el campo psicoanalítico del psico-jurídico en el que se intenta explicar el acto criminal a través de su
historia y de los datos reunidos sobre su psiquismo. En realidad siempre hay una distancia entre la historia del sujeto y su acto, no
quedan necesariamente en continuidad. El acto no puede explicarse a través de la psicología del autor del crimen.
La noción de responsabilidad desde el psicoanálisis no es igual a la jurídica. El sujeto con el que trabaja el psicoanalista no es la
conciencia que se confiesa.
La responsabilidad en psicoanálisis no concierne al sujeto imputable y culpable que resulta de un juicio. De su posición el sujeto
siempre es responsable, está incluido en los actos que ejecuta, sin que por ello sea jurídicamente culpable. La culpa es un
elemento de la estructura subjetiva que concierne a la relación del sujeto con la falta y que es tramitada de distintas maneras sin
recurrir necesariamente a un acto criminal o delictivo.
Hay que buscar un sistema que contemple la seguridad de los niños pero que a la vez limite los usos actuales de menores con
fines delictivos.
Las legislaciones argentinas, al hablar de los derechos del niño, incluyen el concepto de “persona en desarrollo”. Esto implica un
abordaje diferente ( al de persona y al de sujeto).
A partir de los derechos del niño se produce un cambio de aprehensión del niño: de ser un objeto de protección pasa a la
restitución de su estatuto de sujeto de derecho.
A partir de este cambio se va a dar lugar al sujeto para que pueda dar sus razones restituyendo su derecho a tomar la palabra y
ser escuchada, pero no alcanza con hablar ni ser escuchados solamente, sino que también quien lo escucha y que se hace con lo
que se dice.
En cuanto a los adolescentes, ellos han cobrado notoriedad en las edades de la vida por lo tumultuoso y explosivo, abúlico y
desganado, abnegado e idealista, desafiante y desenfadado, entre otras descripciones que dan cuenta de polaridades con las que
el sujeto intenta encontrar su lugar. Mil y un rostros con los que se capta un momento del devenir que se vuelve paradigmático del
cambio: se abandona la niñez y se establece un tránsito hacia la vida adulta

2. El empuje superyoico y las salidas identificatorias

Por fuera del veredicto, es necesario distinguir los motivos por los que alguien comete un crimen o delito de la relación que
establece el sujeto con el acto que cometió, y cuáles son las repercusiones subjetivas y legales de su acto.

Allí plantea los casos en los que el acto delictivo o criminal es el efecto de una conciencia de culpabilidad que lo precede.
La culpa es anterior a la falta. Los sentimientos de culpa que emergen por causa de los deseos edípicos, hacen de todo neurótico
un criminal. La necesidad de castigo se vuelve el móvil que conduce al acto delictivo o criminal. De esta manera, Freud invierte la
relación: no se es culpable después de haber cometido el acto sino que la culpa inconsciente es previa y empuja hacia ello.
Podemos añadir a esta serie cómo el empuje del superyó y las identificaciones frágiles y débiles de nuestra contemporaneidad
contribuyen en la inclusión de los jóvenes dentro de la categoría de la delincuencia.
Freud señala la siguiente paradoja: cuanto más renuncia el sujeto a lo pulsional a fin de responder a los mandatos del superyó y
hacerse amar por él como espera ser amado por el padre, más aumenta la severidad del superyó.
La paradoja freudiana de una renuncia sin fin es dilucidada por Lacan cuando indica que el superyó no prohíbe el goce, como dice
Freud, sino que empuja al goce (término lacaniano que incluye la satisfacción y la pulsión de muerte). El goce no equivale al
placer puesto que es para lo mejor y para lo peor. El verdadero imperativo superyoico es ¡Goza! Por eso Lacan llega a hablar de la
gula del superyó: todavía un poquito más… El superyó no tiene una función socializante, ni tampoco actúa como la barrera frente
a los deseos incestuosos, como pretendía el superyó paterno freudiano, sino que es un mandato de goce cuyo cumplimiento lo
vuelve tanto más poderoso.
La severidad del superyó del niño no expresa la severidad que ha experimentado en su trato. El psicoanalista Aichhorn disting ue
dos métodos patógenos de educación. El padre excesivamente indulgente ocasiona en el niño la formación de un superyó
hipersevero porque bajo la impresión del amor que recibe siente que no tiene otra salida más que volver su agresión hacia
adentro. Por otra parte, el niño educado sin amor por un padre excesivamente severo, niño desamparado, falta la tensión entre el
yo y el superyó y toda su agresión puede dirigirse hacia afuera.

En la actualidad existe una decadencia de la función del Ideal y una promoción del objeto de goce. Las figuras de la autoridad
vacilan y el significante amo se pluraliza. La crisis contemporánea de la identificación conduce tanto a una diversidad de
identificaciones imaginarias como simbólicas. La figura del padre moderno humillado, desocupado, caído, es otro modo de
expresión del declive del Ideal. Del padre edípico, correlativo a la referencia al Ideal se pasa la falta del padre, y a la pluralización
de los Nombres del Padre. De modo tal que uno puede preguntarse qué actuó como padre para ese niño.

¿Qué sucede entonces cuando la identificación vertical al líder queda opacada y desaparece su lugar de excepción? ¿Cuál es el
destino de las llamadas identificaciones horizontales cuando en su centro se sitúa no el Ideal sino un vacío?
Los sujetos se identifican cada vez menos con sus historias familiares discontinuas y llenas de agujeros. En su lugar surgen las
comunidades y los pactos sociales que se fundan sobre nuevas formas de autoridad que testimonian de una nostalgia del Nombre
del Padre. Pero cuanto mayor sometimiento al Ideal se pone en juego, mayor es el extravío que puede llegar a empujar a la
obediencia hasta la muerte.
El estado de excepción prolifera y extiende esta tensión entre el vacío del Uno y su implacable retorno superyoico. Lo patoló gico
aquí se demuestra en el exceso, en el caos correlativo a una multiplicidad inconsistente y una civilización dispersa que responde a
exigencias del goce: toxicomanías o búsquedas de riesgos trasgresores –otra vía para pensar la delincuencia juvenil.
Algunas de las comunidades virtuales se constituyen por ideales cambiantes. El deslumbramiento por lo nuevo, que nos vuelve
“todos consumidores”, es una expresión empuje superyoico. Se consumen productos, imágenes de juventud, lazos amorosos,
como así también significantes simbólicos con los que las comunidades se identifican para decir quiénes son. La velocidad que
toma el lazo con los otros hace que predomine el incansable desplazamiento metonímico de objetos, personas y significaciones.

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