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Freud señaló como algo humano esa característica de la sexualidad de presentarse en su emergencia como dividida en dos
momentos separados por el periodo de latencia.
Como toda ocasión de contacto brusco, el sujeto se verá obligado a escandir con significantes esa masa que irrumpe así como
también a vestirla y velarla con imágenes. Si logra ese anudamiento con lo simbólico y lo imaginario habrá podido apartar a lo Real
de su tendencia inicial hacia la muerte. Lo real puro lleva a la muerte.
De anudarse con lo simbólico y lo imaginario, lo real habrá logrado darse la posibilidad de tocar la vertiente de la sexualidad. No
es que así evite la muerte, pero se habrá cumplido la sabia premisa freudiana que afirma que cada cual debe “morir a su modo”
(es decir, después de haber dado unas cuantas vueltas por el juego de la vida).
La vida tiene incontables ocasiones de enfrentamiento con lo Real. Pero hay al menos dos situaciones en que necesariamente
habrá que enfrentar una situación que impone esfuerzo de cifrado y velamiento, o bien muerte:
1- Una es el primer despertar sexual, en el que el cachorro humano se encuentra indefenso a su primer pasaje al acto normativo:
dejarse caer en el campo del Otro. Es la primera alienación fundante.
La caída en el campo del Otro exigirá al sujeto infantil, si es que quiere emerger sujeto allí donde ingresó como objeto, las
sucesivas escrituras de aquello que exige ser escrito: que el niño no cabe sin resto en el campo significante del Otro. La
maquinación simbólica no puede trazar todo del niño. Y el residuo que el otro no atrapa en su red será “a”, objeto irreductible al
campo del significante.
El cuento edípico novelizará estas operaciones. Solo en y por esta novela edípica quedará normativamente articulado que sea en
Nombre-del-Padre que del niño quede un real del que el Otro no se apropia. Función paterna y prohibición del incesto son los
nombres míticos necesarios de esta operación.
Cuando culmina este arduo tramo de la primera vuelta edípica el sujeto contara con algunos “títulos en el bolsillo”. Esos títulos
¿Por qué no utilizarlos de inmediato? Porque ningún niño tiene posibilidades, en lo real, de tener que “pagar” con esas letras. Esas
letras serán exigidas para responder a las demandas del otro sexo cuando llegue el momento de la posibilidad del acto sexual. Y
esto sucederá recién cuando otro empuje formidable de lo Real golpee como un “catástrofe” al sujeto en el segundo despertar
sexual. Mientras tanto, sobreviene la latencia.
2- El segundo despertar sexual, por las peculiares paradojas en que pone al Otro, puede concluir en un desenlace trágico. En ese
despertar, se añade una novedad: se trata de lo genital, que exigirá, para poder ser asumido según la ley del falo, a toda la
estructura del sujeto en formación.
LOS TÍTULOS Y SU VALIDEZ. Ante ese brutal retorno de la demanda de goce, el analista comprobará tres escrituras de la falta
que se buscan para enfrentar las exigencias de este despertar de no encontrar el púber al significante unario adecuadamente
inscripto cómo marca de la pérdida de objeto en la significatización:
1) El adolescente puede verse impedido a elaborar al estilo neurótico ese real y habrá brote psicótico. Antes de ese segundo
despertar podría afirmarse que el niño “habrá sido” psicótico; que no había desencadenamiento de esa psicosis antes de la
adolescencia.
2) Como otra alternativa, si los títulos tenían solidez y buenos fondos, habrá entrada en la pubertad con crisis, pero el púber saldrá
adelante por poco que reciba algún mínimo acompañamiento familiar y educativo.
3) Consideremos una tercera posibilidad: lo que suele acarrear habitualmente crisis graves no psicóticas en adolescentes es la
dificultad del sujeto para rearmar una nueva vestidura imaginaria, una nueva asunción de su cuerpo que pueda operar la cobertura
del nuevo real que irrumpe. Dificultada esta nueva investidura, se hará concomitante una seria dificultad de cambiar el modo de
goce en relación al abandono imprescindible de la fijación de los objetos edípicos, para pasar a los exogámicos.
Lo real del goce reclama a lo real y a lo imaginario a que hagan aparecer, para que sea posible la articulación de sexualidad y
muerte, sus agujeros específicos; y el adolescente podrá aún tener que enfrentar graves dificultades para refrendar los títulos,
escrituras que ciñen esos agujeros.
La tan comentada dificultad del adolescente para rearmar y reasumir su imagen en el espejo suele depender de la posición que el
Otro (del que todavía el sujeto depende en lo real) no legitima las nuevas imágenes que éste se da en tanto grande y sexuado.
Porque acepta devolver tal imagen de hombre o mujer llevaría a ese Otro a volver a perder al niño como objeto de su goce.
Así, por ej., para la madre de Wendla, su hija es su “único amor” y desearía conservarla sin cambiar la imagen angélica de niña
pequeña que ella guarda. El nuevo vestido largo aparece en función de tapar sus piernas. Esa madre posterga la explicación
acerca que cómo es que llegan a las familias los niños. Wendla suplica que su madre le abra algún canal hacia la sexualidad;
necesita un saber que sólo puede ser eficaz viniendo de cierto Otro y no de cualquiera. Y ese mismo otro de quien depende se
rehúsa. Entonces, buscando salida al empuje de esa novedad de la sexualidad que es específicamente lo genital, pero sin aval ni
saber que el Otro aporte, ella llega bien cerca de bordear la rivera de la muerte. Cuando Melchor finalmente encuentre el camino
del coito, la dejará embarazada. Su madre ordenará que le practiquen un aborto. Como se lee en este desenlace, Wendla termina
por ofrendar trágicamente su cadáver de niña a una madre que no podía quererla como mujer viviente.
Mauricio se esfuerza por llegar a las alturas de rendimiento escolar donde lo imaginan. Todo su tiempo está absorbido en esas
tareas; cuando en verdad él necesita tiempo para investigar sobre ese misterio de lo que sucede en su cuerpo. No le queda
tiempo para estos afanes investigadores. Lo quieren “hombre” sólo para estudiar, no para ejercer una sexualidad que lo separaría
de ellos. A tal punto que da su palabra de honor de suicidarse en caso de desaprobar sus exámenes. Distraído por esa sexualidad
a la que no encontró como dar curso, dado que el Otro no daba allí la menor señal de asentimiento, no puedo estudiar, desaprobó
y se voló los sesos en la ribera del mismo río que debiera de haber sido telón de fondo de sus momentos de ocio y alegría.
Estas muertes trágicas de Wendla y Mauricio señalan bien hasta qué punto estos adolescentes, que de ningún modo eran
psicóticos, no podían encontrar para su nuevo real ni un aval simbólico ni una cubierta imaginaria(una ficción) que el Otro le
proporcionara.
Mauricio y Wendla no fueron significados fálicamente por sus madres. Un niño significado fálicamente se hace, debido justamente
a la eficacia de esta significación, representante de la falta materna y no presencia asegurada de un instrumento de dominación de
la angustia o consuelo de la insatisfacción de la madre.
Sin que medie perversión, estos jóvenes fueron gozados fálicamente. El problema es que el goce fálico de Otro le llega al niño
sobrevolando el horizonte aplastante del goce del Otro. Entonces, al goce fálico del otro, el niño lo vive como goce el Otro,
inductor de fijaciones del objeto fuera de la palabra.
En estos casos, no prevaleció la preparación del hijo para la futura sexualidad, el juego posterior de la seducción fálica, sino el
propósito de hacer un niño que no cree problemas y se adapte bien. Situación típica de adolescentes que habían pasado una
infancia aproximadamente “normal”. Solo se revelará en el segundo despertar sexual que el modo de configuración yoica que el
Otro le reflejó al niño era inepta para hacerlo un hombrecito o una mujercita.
Por el contrario, en los casos en que el niño fue significado fálicamente, los inevitables accidentes residuales de fijación del objeto
se darán fuera del cuerpo, en campo del saber icc, generando la puesta en marcha del laboratorio retórico metáforo metonímico
que le es propio, con producción clásica de síntomas.
INTERVENCIÓN EN LO REAL Y MANIOBRA IMAGINARIA LITERANTE: No creo que deba haber analistas “especialistas” en
adolescentes. Si debiera haber en cambio, deseo del analista. Durante el segundo despertar sexual, el sujeto está volviendo a
pasar por el Edipo. Está reescribiendo la falta en cada registro:
- Si es que la traza que agujerea lo simbólico (S1, actualización singular de la potencia marcadora del N-d P) no figura como título
válido en los bolsillos, el sujeto tendrá probablemente el desencadenamiento de una psicosis.
- Si los títulos eran de valor, sólidos, el adolescente hará un pasaje puberal “normal”; es decir, tormentoso, pero son esos trazos
podrá reescribir la falta en las diferentes cuerdas y arreglárselas mejor o peor.
- Ahora bien, la situación que suele proporcionar crisis serias no psicóticas en la adolescencia proviene de las dificultades en que
se halla un chico que venía con una cobertura imaginaria configurada a los fines de servir al goce fálico del Otro. Niños ángeles,
buenos alumnos asexuados, ayudantes de mamá.
En la adolescencia estas coberturas narcisistas (angélicas, de buen alumno, etc.) se revelarán profundamente inviables para dar
curso a la sexualidad especificada con la novedad de la genitalidad. El problema es que cuando lo real está impedido de hacer
nudo con la sexualidad, se está en peligro de la única ribera de lo real que le reste al sujeto sea la de la muerte. De la mu erte
trágica.
Melchor acabará encerrado en un reformatorio con consentimiento de la madre, al acusárselo culpable de las muertes de Mauricio
y Wendla. Planea y ejecuta un plan para escapar del encierro. Huyendo del instituto correccional, pasa corriendo a medianoche a
través del cementerio. Allí se encuentra con el fantasma de Mauricio. Este muerto-vivo despliega ante su antiguo camarada un
cínico discurso sobre la superioridad de los muertos. Cuando se torna desesperante el hecho de vivir es frecuente que el joven
afirme que vivir no le interesa, escudándose en una displicente relación de coqueteo con la muerte.
Mauricio-cadáver tiende una mano putrefacta y le pide a Melchor que la estreche. Cuando este adolescente está a punto de
estrechar esa mano cadavérica se hace presente el Enmascarado. Este opera de 2 modos:
1- En principio, denunciando la mentira del cadáver de Melchor. Esto equivale a poner en acto, utilizando la disparidad subjetiva,
que le da, frente a dos muchachos, el hecho de ser un adulto que aparece para aportar una solución, a poner en funciones a la ley
del falo.
Este es un ejemplo luminoso de intervención en lo Real. Esta maniobra opera la apertura al infinito de la cuerda de lo real,
haciendo aparecer, de lo real, el agujero específico.
2- Luego, frente a los múltiples reparos morales y autoincriminaciones con que Melchor se rehusaba a aceptar del Enmascarado la
invitación a salir del cementerio y dedicarse a vivir, el Enmascarado instará a Melchor a dejar de sentirse culpable por sus padres
por los disgustos que les habría causado. Le asegurará que mientras él se atormenta pensando en ellos, ellos encuentran
consuelo en el abrazo conyugal. Esta puntuación libera al chico de ocuparse de garantizar el goce de los padres, ya que deja claro
que ellos pueden procurárselo más allá de este hijo.
Ambas maniobras del Enmascarado son intervenciones en la cuerda de lo real, abriéndola al infinito.
Finalmente, se desarrolla un dialogo sobre la moral. Cuando el Enmascarado sea interrogado por Melchor sobre este tópico,
afirmará que la moral es el producto real de dos cantidades imaginarias: el querer y el deber. No sólo es moral el deber, sino que
allí debe necesariamente entrar el querer, el deseo. El Enmascarado dejará sentado que deber y querer han de estar casados en
la moral.
Mauricio se suicida por obediencia a la exigencia de satisfacción personal, disfrazada de hipermoral exigencia estudiantil de los
padres. Wendla es conducida a la muerte por el aborto que por las mismas razones le impone su madre. Ambas muertes son
creídas como deberes morales.
Este personaje tan central será quien denuncia que nada moral obligaba a estos chicos a la muerte; por el contrario, el subrayará
con fuerza el imperativo ético de vivir.
En último término, el Enmascarado, en silencio, toma al adolescente Melchor del brazo y lo aparta del cementerio, saliendo hacia
la vida. Si los padres deseaban muertos en tanto sexuados a estos hijos, salir del cementerio es hacer agujero sobre esta imagen
del niño deseado muerto. En la imagen muerta a la significación del falo que es ese cementerio a donde el rechazo de los padres
convocó a este joven, el Enmascarado, restando al hijo de ese lugar, hace huego, hace agujero.
Melchor logró salir de la encerrona trágica en que se hallaba y pudo conducir su vida en el sentido de la comedia dramática,
género que no impone perder la vida antes de haberla vivido y disfrutado. EL nudo de sexualidad y muerte pudo llevarse a cabo,
pero no sin la ayuda del enmascarado.
Wendla y Mauricio demuestran penosamente cuando podría haber cambiado el destino trágico que les deparó el clivaje salvaje al
que se vieron obligados de muerte y sexualidad, de haber contado con alguien que se prestase a la tarea de semblante por
excelencia cuya eficacia demuestra el Enmascarado.
Figura por excelencia del semblante, el analista, tal como el Enmascarado, deberá ponerse en la situación de abrir aquella cuerda
sobre la cual se manifieste electivamente pegoteado el objeto a.
En el análisis de niños y adolescentes, al trabajar sobre estructura aun no definitivamente cerradas, se añadirá otra clase de
eficacia: la de interferir con un desenlace nefasto. El término adolescencia, desde su misma raíz etimológica, evoca tanto el crecer
como el estar ardiendo. Impedir el “estar ardiendo” de la investigación sobre su sexo y sobre su propio cuerpo equivale a impedirle
el mero hecho de crecer.
Semblante de Otro que permite dar curso a ese “ardor”…y a sus responsabilidades añadidas, semblante de ese objeto ardiente y
separador electivo en el campo del Otro, el Enmascarado relanza, por la eficacia de ese objeto, el elemental hecho de poder
seguir creciendo.
DUELO Y MELANCOLÍA – FREUD
El duelo es la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la
libertad, un ideal, etc. A raíz de idénticas influencias, en muchas personas se observa, en lugar de duelo, melancolía. Nunca se
nos ocurre considerar al duelo un estado patológico ni remitirlo al médico para su tratamiento. Confiamos en que pasado cierto
tiempo se lo superará.
La melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo
exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se
exterioriza en autorreproches y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo. El duelo muestra los mismos rasgos,
excepto la falta de perturbación del sentimiento de sí.
¿En qué consiste el trabajo que el duelo opera? El examen de realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más, y de él
emana ahora la exhortación de quitar toda libido de sus enlaces con ese objeto. Universalmente se observa que el hombre no
abandona de buen grado una posición libidinal. Puede que produzca un extrañamiento de la realidad y una retención del objeto
por vía de una psicosis alucinatoria de deseo. Lo normal es que prevalezca el acatamiento a la realidad. Cada uno de los
recuerdos y cada una de las expectativas en que la libido se anudaba al objeto son clausurados, sobreinvestidos y en ellos se
consuma el desasimiento de la libido. Una vez cumplido el trabajo del duelo el yo se vuelve otra vez libre y desinhibido.
La melancolía también puede ser reacción frente a la pérdida de un objeto amado. El objeto tal vez no está realmente muerto,
pero se perdió como objeto de amor (ej., una novia abandonada). En otras circunstancias no atinamos a discernir con precisión lo
que se perdió; el enfermo sabe a quién perdió pero no lo que perdió con él. Esto nos llevaría a referir de algún modo la melancolía
a una pérdida de objeto sustraída de la conciencia, a diferencia del duelo, en el cual no hay nada inconciente en lo que atañe a la
pérdida.
El melancólico nos muestra todavía algo que falta en el duelo: una extraordinaria rebaja en su sentimiento yoico, un gran
empobrecimiento del yo. En el duelo, el mundo se ha hecho pobre y vacío; en la melancolía, eso le ocurre al yo.
El enfermo se hace reproches, se denigra y espera repulsión y castigo. Deberíamos inferir que él ha sufrido una pérdida en el
objeto; pero de sus declaraciones surge una pérdida en su yo.
La instancia crítica escindida del yo en este caso podría probar su autonomía también en otras situaciones. Lo que aquí se nos da
a conocer es la instancia que usualmente se llama conciencia moral. EL cuadro nosológico de la melancolía destaca el desagrado
moral con el propio yo: quebranto físico, fealdad, debilidad, inferioridad social.
Las más fuertes de las quejas del paciente, se adecuan muy poco a su propia persona y muchas veces se ajustan a otra persona
a quien el enfermo ama. Todo eso rebajante que dicen de sí mismos en el fondo lo dicen de otro.
Hubo una elección de objeto, una ligadura de la libido a una persona; por obra de una afrenta real o un desengaño de parte de la
persona amada sobrevino un sacudimiento de ese vínculo con el objeto. EL resultado no fue el normal, que habría sido un quite de
la libido de ese objeto y su desplazamiento a uno nuevo, sino otro distinto. La investidura de objeto resultó poco resistente, fue
cancelada, pero la libido libre no se desplazó a otro objeto sino que se retiró sobre el yo. Ahí sirvió para establecer una
identificación del yo con el objeto resignado. La sombra del objeto cayó sobre el yo. De esa manera, la pérdida del objeto hubo de
mudarse en la pérdida del yo.
Tiene que haber existido, por un lado, una fuerte fijación en el objeto de amor y, por el otro y en contradicción a ello. Esta
contradicción parece exigir que la elección de objeto se haya cumplido sobre una base narcisista. La identificación narcisista con
el objeto se convierte entonces en el sustituto de la investidura de amor, lo cual trae por resultado que el vínculo de amor no deba
resignarse a pesar del conflicto con la persona amada. Desde luego, corresponde a la regresión desde un tipo de elección de
objeto al narcisismo originario. La disposición a contraer melancolía se remite al predominio del tipo narcisista de elección de
objeto.
Si el amor por el objeto se refugia en la identificación narcisista, el odio se ensaña con ese objeto sustitutivo insultándol o,
haciéndolo sufrir y ganando una satisfacción sádica. Ese automartirio de la melancolía, la satisfacción de tendencias sádicas y de
tendencias al odio han experimentado una vuelta hacia la persona propia.
La peculiaridad más notable de la melancolía es su tendencia a volverse del revés en la manía, un estado que presenta los
síntomas opuestos. Aquí se nos ofrecen dos puntos de apoyo:
1. Una impresión psicoanalítica: la manía no tiene un contenido diverso de la melancolía y ambas afecciones pugnan con el mismo
complejo al que el yo probablemente sucumbe en la melancolía, mientras que en la manía lo ha dominado o lo ha hecho a un
lado.
2. Una expectativa económica general: nos lo brinda la experiencia según la cual en todos los estados de alegría, júbilo o triunfo,
que no ofrecen el paradigma normal de la manía, puede reconocerse idéntica conjunción de condiciones económicas. Un gasto
psíquico grande se vuelve por fin superfluo, de suerte que queda disponible para múltiples aplicaciones y posibilidades de
descarga.
En la manía el yo tiene que haber vencido a la pérdida del objeto y entonces queda disponible todo el monto de contrainvestidura
que el sufrimiento dolido de la melancolía había atraído sobre sí desde el yo y había ligado.
El duelo normal vence sin duda la pérdida del objeto. Para cada uno de los recuerdos y de las situaciones de expectativa que
muestran a la libido anudada con el objeto perdido, la realidad pronuncia su veredicto: “el objeto ya no existe más”; y el yo,
preguntado si quiere compartir ese destino, se deja llevar por la suma de satisfacciones narcisistas que le da el estar con vida y
desata su ligazón con el objeto aniquilado.
El desenlace característico de la melancolía consiste en que la investidura libidinal amenazada abandona finalmente al objeto,
pero sólo para retirarse al lugar del yo del cual había partido. De este modo el amor se sustrae de la cancelación por su huida al
interior del yo. Tras esta regresión de la libido, el proceso puede devenir consiente y se representa ante la conciencia como un
conflicto entre una parte del yo y la instancia crítica.
De las tres premisas de la melancolía: perdida del objeto, ambivalencia y represión de la libido al yo, a las dos primeras las
reencontramos en los reproches obsesivos tras acontecimientos de muerte.
Nos vemos remitidos al 3° factor como el único eficaz (represión de la libido al yo). Aquella acumulación de investidura antes
ligada que se libera al término del trabajo melancólico y posibilita la manía tiene que estar en trabazón estrecha con la regresión
de la libido al narcisismo. El conflicto en el interior del Yo tiene que operar a modo de una herida que exige una contrainvestidura
grande en extremo.
Hay que diferenciar pasar al acto del pasaje al acto. En ambos se trata de la conclusión de una escena que alcanza su punto final.
Sólo que en el pasar al acto hay un efecto de sujeto. Hay un cambio de posición subjetiva. En el pasaje al acto hay, por el
contrario, un efecto de aniquilación del $ en el intento fracasado de hacer surgir su subjetividad.
Debemos diferenciar también pasaje al acto y actingout. En el actingout se trata de una escena que se sostiene. Lacan calificará el
acting como una transferencia salvaje, transferencia sin análisis. Un sujeto le muestra al Otro el objeto de su deseo. Este no es el
objeto causa, sino el objeto señuelo del deseo, el objeto hacia el cual el deseo puede dirigirse. Se dirige al Otro que desfallece en
su función de lectura e interpretación. El $ está diferenciado del objeto y se lo muestra al Otro. Hay una falla en la cadena sgte y
en vez de la articulación metonímica del deseo, hay una mera función de señal. El deseo le es señalado al Otro a través de esta
mostración del objeto señuelo.
En el pasaje al acto no se trata de una escena que se sostiene, sino de una escena que concluye. Se distinguen dos momentos: el
primero se da cuando la escena se va gestando. Y un segundo tiempo en el que la escena se corta.
El sujeto se encuentra cada vez más identificado al objeto a; no con cualquier dimensión del objeto a, sino con su dimensión de
resto, de desecho. El sujeto va presentándose en posición de desecho, hasta llegar al momento en el cual el sujeto es el objeto en
tanto desecho. El Otro va quedando configurado como absoluto, en una progresiva desaparición de su barra, identificado con el
Ideal del yo. El Otro se totaliza en una dimensión de goce, y el sujeto, en tanto objeto-resto, es objeto de ese goce.
En el análisis, esto se ve venir. No constituye, por lo general, una sorpresa para el analista. Entonces, ¿Cómo se dirige la cura
frente al pasaje al acto? No hay oposición entre la necesidad humana, de proteger al analizante frente al peligro inminente en el
que se encuentra, que surge espontáneamente en el analista, y el deseo del analista y su compromiso ético en la dirección de la
cura. El analista hace, en este punto, semblante del Otro barrado a través de su preocupación. No hay que esperar a la
configuración completa de la escena del pasaje al acto para operar. Ofrecer el semblante del Otro barrado es una primera
operación básica. Hay una relación estrecha entre el sujeto identificado totalmente al objeto-resto y el goce del otro que es
necesario cortar. Lo que hacemos es propio a la cura misma, y la ética del psicoanálisis pasa por allí. Hay casos donde una
conducción de la cura inapropiada engendra el pasaje al acto; por ej., a través de un analista que se coloca en una posición de
Otro absoluta, a veces precisamente a través de una modalidad de ejercicio de la regla de abstinencia lamentablemente
extendida.
Es el acto del analista el que tiene que cortar la escena, y no dejar que sea la propia escena la que conduzca al analizante a
cortarla en la culminación del pasaje al acto. Entonces, ¿Cuáles serían las operaciones que hacen a una estrategia de la dirección
de la cura frente al pasaje al acto?
1- Operación Semblante del Otro barrado: allí donde el Otro está totalizado, el analista debe sostener su presencia barrada, dando
un lugar para el analizante como sujeto.
2- Operación Mantenimiento de la transferencia: Poner en continuidad la escena del análisis con la escena de la vida del
analizante, intentando de esta manera sostener al límite la dimensión transferencial. No se puede dejar librado el sostén de la
transferencia solamente al analizante; es el analista quien debe hacerse cargo, al menos provisoriamente, de sostener y activar la
transferencia.
3- El analista debe hacerse cargo de poner en juego el objeto a desde su costado. Por ej., ubicar al analizante frente a frente o
pedir al analizante que llame por teléfono o hacerlo el analista llegado al caso; el analista ofrece allí su mirada o su voz en tanto
objeto a para clivar al sujeto del objeto a en tanto desecho al cual está identificado. Cuando se lo invita a situarse frente a frente,
se le está ofreciendo la unificación corporal del propio cuerpo del analista como soporte frente a la fragmentación.
Y, si las cosas van bien, en el sentido de la eficacia de la cura, el deseo del sujeto comienza a tener una presencia en el texto de
la cura. Esta presencia del deseo es una barrera esencial frente al goce y por lo tanto un acotamiento estructural del pasaje al
acto.
El polo perceptual
Si el objeto del adicto es la droga, lo es porque su ingestión le permite generar representaciones (predominantemente visuales) en
el polo perceptual del aparato psíquico.
Durante la intoxicación abundan fantasías siniestras, fusionales, que corresponden a una fase anobjetal del desarrollo, previa a la
aparición del fenómeno proyectivo. Hay un predominio de la indiferenciación y la sensación de retomar el contacto con un paraíso
que, al mismo tiempo, propone la muerte.
La motricidad del adicto es primitiva y carece de acción modificadora persistente sobre el mundo real. Al estimular el polo
perceptual, la droga lo convierte en un soñante artificial.
Representaciones
En algunos pacientes es difícil hablar de represión. Se diría que carecen de ciertas representaciones, a manera de lo que ocu rre
en las esquizofrenias. Tales vacios se deben a que algunas representaciones no se constituyeron en su momento, o que se
desmoronaron después de constituirse.
En el caso de las que no llegaron a constituirse fue porque hubo una contradicción entre lo que al niño se le dijo y lo que e l niño
vio, entre una imagen verbal y una visual. Frente a esta contradicción el sujeto opta por la palabra y no por la imagen (repudio).
Cuando estos pacientes alucinan, generan una nueva imagen, pero a partir de la palabra, como en los sueños.
Hay una significativa pobreza en el sistema representacional que los vuelve vulnerables. El desvalimiento del drogadicto nos
remite a una situación temprana y nos encontramos con cierta imposibilidad de llevar adelante las acciones específicas. La ingesta
de estupefacientes se vuelve entonces el sucedáneo autodestructivo de aquellas conductas adecuadas pero inaccesibles.
El deseo
En una primera aproximación, el tóxico se constituye como defensa contra el deseo heterosexual. El sujeto se asusta de su des eo
o este le resulta insoportable. En el caso del varón, se puede dar una secuencia como la siguiente:
La práctica de tajearse es un fenómeno en los jóvenes y de tribus o sea, jóvenes que se agrupan y concentran en espacios
predeterminados para excluirse de su contexto y a la vez alcanzar presencia en ellos.
No hay una regla general para explicar el motivo de los cortes, sino que depende de cada caso singular.
Cap. 2: Discernimiento de los cortes. Síntoma , pasaje al acto y actingout.
Síntoma:
Contrariamente al síntoma . El hecho de tajearse la piel no sucede mas allá de la voluntad de los sujetos, quienes , en todos los
casos , se admiten como agentes de la acción.
Si bien el cortarse se presenta en la conciencia, no se comporta como si fuera icc. Tampoco las autoinscisiones aparecen como un
latente disfrazado en la cc , no se halla el carácter de desfiguración del síntoma, propio del efecto de la sustitución , del
mecanismo de la represión.
Una paciente dice: ‘’ Con los cortes tomaba la decisión, no era automático, quiero decir, no es un impulso, era cuando tenia bronca
y angustia. Necesitaba sacármela.
Se trata de una acción cc sobre el cuerpo y no de un proceso psíquico a través del cuerpo.
La enunciación de los sujetos se puede leer que el corte se constituye como la ejecución de una acción sobre la superficie del
cuerpo, como una incisión en la piel, más que como la operación de un significante en él.
‘’Cuando lo hago, solo hay un lugar en mi piel al que estoy mirando. No hay palabras, no hay pensamientos. Empiezo a cortarme’’.
El corte no viene en lugar de, sino como respuesta cc para obtener alivio.
El corte no se funda en el sentido, sino en el ‘’alivio’’, no hay un sustrato ignorado por los sujetos, sino un objetivo econ ómico
preciso. Sus discursos no dan cuenta de una significación latente, a producir; solo se halla un conocimiento cc de su función. ‘’Es
una forma de descarga’’ es incisión que calma.
Cortarse se constituye como una acción que se caracteriza por tener un ‘’efecto económico’’ en el aparato psíquico que los sujetos
viven y refieren como ‘’alivio’’.
El alivio a los que aluden estos sujetos respondería al efecto apaciguador del principio del placer, al efecto de una descarga de
algo que irrumpe en el aparato psíquico al modo de exceso que no se puede tramitar simbólicamente.
El corte es una acción limitada en el tiempo – una acción con principio y fin – destinada a disminuir el exceso de afecto que se
vuelve insoportable. No se padece. El corte aparece como un recurso para restituir la homeostasis trastocada por una
circunstancia actual que se experimenta como alivio o como descarga y que devuelve al sujeto al imperio del ppcio de placer.
Estos jóvenes parece que llevan a cabo esta acción solo como vehículo catarico y como restitución subjetiva cada vez que se
enfrentan con el afecto sucitado por el lugar relegado que le depara el rechazo del Otro. Los cortes se instalan como recurso
subjetivo, mas que como repetición de goce.
No se ubica nada del goce pulsional en tanto resto de goce auto erótico, se considera que en las autoinsiciones no se trata de la
insistencia de un goce, en tanto modo de satisfacción sintomático.
En estos casos de cortes encontramos que la angustia no desencadena la represión, más bien la angustia avanza y es, frente a su
avance, que los sujetos utilizan esta intervención en el cuerpo para detenerla. El corte no deja el desarrollo de la angustia sino que
logra con su operación en el cuerpo frenar su avance, limitar su efecto.
En cuanto a la transferencia en la medida que los cortes intentaron ser abordados mediante la construcción de la transferencia,
basados en la suposición del icc , generando las condiciones y la intervenciones que apunten al sujeto respecto de los cortes y
hasta avanzando con interpretaciones.
EL ACTING OUT:
Si bien cortarse consiste en una acción, no siempre todo actuar se reduce a la posibilidad de una patología del acto: acting out o
pasaje al acto.
La estructura de esta intervención sobre el cuerpo carece totalmente del carácter demostrativo que distingue al acting out. Los
sujetos evitan variables de una ‘'mostración’’ como condición para la realización de los cortes.
No se trata de una conducta que se muestra al Otro, ni tampoco se vuelve ‘’escena a traves del discurso. Los sujetos se ocupan
de mantener los cortes inaccesibles al Otro.
Los sujetos no ponen en escena un objeto- ignorado por ellos mismos- que lo representa en su valor de ‘’resto’’ para hacer(se)
‘’valer’’ en el campo del Otro.
En el Acting Out no hay queja, pasa incluso totalmente desapercibido y es relatado , muchas veces , por casualidad.
En estos casos de cortes los sujetos conocen el objeto de su acción y apuntan a ello.
El acting out evita la angustia.
El PASAJE AL ACTO:
Hay dos condiciones aquí: la primera es la identificación absoluta del sujeto con el a al que se reduce. La segunda es la
confrontación del deseo y la ley.
El corte surge a partir de que los sujetos son rechazados, deyectados, echados por el Otro, donde se trata de otro que desaloja
brutalmente al sujeto.
El sujeto queda identificado con el a en su dimensión de resto, de desecho.
El pasaje al actro resulta ligado a un suceso desgraciado inesperado , que irrumpe quebrando la continuidad y la estabilidad. Su
acción no puede evitar el carácter multivoco de lo ‘’accidental’’.
Angustia permite situar la dimensión de lo Real. Lo Real no se define sólo desde el límite de la simbolización o la
imaginarización. La angustia en tanto Real, se presentifica, se encarna, se siente como “lo q no engaña” e incide en el cuerpo.
Q lugar ocupa la angustia? En el grafo del deseo, la angustia se ubica en el recorrido del deseo más a llá del
fantasma.
La angustia aparece entonces cuando se transita más allá del fantasma, cuando el fantasma vacila, cuando su velo no cubre lo
real del objeto, cuando cae el velo imaginario.
Lacan propone en la construcción del cuadro una especie de diagonal con los términos de Freud, q vale la pena pensar como la
“diagonal del deseo”.
Dificultad y Movimiento del deseo, en tanto deseo sexual, tendiente a un recupero de goce. Goce q va quedando como fuera del
cuadro.
Los parámetros conllevan un orden creciente.
Inhibición: viene planteada en F como una restricción a una fn del yo, una limitación funcional del yo, y a pesar de q una inhibición
no implica necesariamente la motricidad, suele connotar algo de esa dimensión. Lo q interesa es vincular esta dificultad, esta
detención del movimiento, en términos del deseo.
Inhibiciones, síntomas y angustias, se hacen presentes desde un registro clínico en el movimiento de un $ en torno de su propio
deseo.
Lacan empieza el seminario dando una fórmula: la angustia como la relación esencial con el deseo del Otro. Sitúa la “caída” de
mediación simbólico-imaginaria en relación al deseo del Otro la cuestión de la angustia.
En Lacan deseo y goce no son antinomia, sino q hay q pensarlos mediados x la función de la angustia. Se desea en torno a un
recupero de goce, sólo míticamente sostenible y en ello goce imposible. Entonces el movimiento del deseo en dirección a ese
“reencuentro” de la pérdida de goce operada en tiempos de constitución subjetiva, no es sin angustia.
Impedimento: “impedicare” quiere decir tomado en la trampa, “la trampa es la captura especular”, “la imagen especular”. El deseo
propio queda entrampado en el recubrimiento, en el sostenimiento de la imagen especular. Frenaje del impulso deseante x
parapetarse en el prestigio. Parapeto yoico q recubre, repara la imagen de sí, no exponiéndola. La impotencia masculina sirve de
ejemplo paradigmático. El impedimento “resuelve” la cuestión, no exponiendo los “emblemas” narcisísticos, operando en la
anticipación imaginaria como barrera.
No todo impedimento llegar a ser síntoma. El impedimento se presenta en principio en un nivel imaginario, lo cual no excluye su
entramado potencial a una formación de síntoma.
Síntoma: queda definido en F como indicio y sustituto descentrado de una satisfacción pulsional. Destaca su carácter compulsivo,
su condición de resultado del proceso represivo, como amarre, anudamiento de la angustia.
Embarazo: “embarras” es muy exactamente el $ revestido de la barra. Acá no hay parapeto narcisístico; ya no hay un lugar de
consistencia imaginaria en q el $ se refugie. El $ queda expuesto a los efectos de un ste fundante para él; juega su escisión
subjetiva. Se acentúa el embarazo cuando más emblemas del poder estén convocados. Con el embarazo, Lacan va acercándose
a la noción de angustia. Podríamos pensarlo como ste en más. El $ se ve confrontado bruscamente con el ste del falo.
Emoción: reacción catastrófica, reacción de carácter confusional vinculada con la crisis histérica o la cólera.
Turbación: caída de potencia, llamado al desorden y hasta al motín. Agitación, desmayo, descontrol, pérdida repentina de la
relación con el ste del poder. Podríamos pensarla como ste en menos, caída del ste del falo. Poder q no se hace presente,
quedarse sin palabras.
Embarazo y Turbación quedan situados como puntos de vacilación fantasmática y como potenciales aperturas a distintas
modalidades del acto.
Acting Out: el fantasma es golpeado del lado del “a”. Busca el barramiento del $. El reingreso al anclaje en lo simbólico. Ante el
desfallecimiento del Otro –desde la clínica lo sería en su fn de lectura- el $ produce una “postración”, una escena q se sostiene.
Cumple la fn de una demanda de interpretación o intervención. Ante el AO hablamos de transferencia sin análisis; intento de
resolver la vacilación fantasmática, de q reaparezca el ste q sostiene al $.
Pasaje al Acto: frente al embarazo, frente a cierto exceso, en orden al barramiento del $, éste puede ser golpeado, expulsado de
la escena. Se puede producir un viraje melancólico-suicida. No hay más lugar en el mundo en q construir una escena, en q
sostener un ideal. Se identifica al resto. Sale del marco q como lugar de identificaciones configura el fantasma. Se “defenestra”.
Fuera del marco de la significación fálica, fuera del régimen de lo q en Lacan sería el menos phi, la falta imaginaria y su
determinación simbólica, q vela lo real-siniestro del retorno de objeto. El Otro totaliza el saber y el goce. Se intenta borrar la
barradura con una escena q concluye, q lo expulsa identificado al objeto como puro resto, sin lugar en el A.
Si en torno al PA ponemos melancolía-suicidio, en el AO, o mejor, en su resolución cabe escribir operación de duelo. En Lacan el
tema del duelo aparece como un lugar privilegiado en relación a la temática del objeto, a la posición del $ en torno a la fal ta, y al
objeto y la carencia.
La señal de angustia llama a la operación de la represión y el síntoma. Frente a la angustia, los sujetos neuróticos tienen el
“atributo” de hacer un síntoma, ahora como forma de ligar la angustia. No es así en la estructuración psicótica donde el $ responde
forclusivamente.
Es necesario desplegar las derivaciones del fantasma fundamental en las neurosis para establecer las conexiones entre síntoma y
fantasma. No todo $ dispone de la operación del fantasma como soldadura de las representaciones-deseo primeras al cuerpo
como lugar de goce. Entonces definimos al síntoma como formación sustitutiva q liga la angustia como angustia de castración.
Lacan propone en su Sem X algunas aproximaciones acerca de la angustia: “ante el deseo del Otro”, “ante la falta de la falta”, “no
es sin objeto”, “lo q no engaña”, “ante lo irreductible de lo Real”.
No cualquier enlace al deseo del Otro genera el afecto angustioso. Es el enlace sin mediación del fantasma el q produce angustia.
Deja al $ “objetalizado” para un deseo q desconoce y q se torna prontamente como instancia de goce q cae sufrientemente sobre
él. El objeto, en tanto retorno de lo siniestro puede hacerse presente. La angustia se siente, el cuerpo la declara, es en es o q no
engaña, aunque falten las palabras para designarla. Un exceso de goce, una cantidad no procesable, un Real irreductible, dejan
su impronta en lo q se siente en el cuerpo, aquí como sustancia gozante. El deseo del sujeto enlazado al deseo del O/otro implica
la puesta en juego de la dimensión de la falta. La distancia entre el Ideal del Yo y el Yo ideal configura otra forma de pensar la
falta. Cuando opera la dimensión imaginaria de la falta, el $ busca cubrir esa falta inagotable. Ahora, si esa falta llega a faltar el
efecto es la angustia. La angustia ante “la falta de la falta”.
La angustia es un afecto particular q se produce x “desamarre” de los stes q la amarran. Un afecto q emerge en el lugar de vacío
de representación.
Si la angustia de castración define el fin de los análisis en F, la pregunta de L intenta pensar desde allí: cómo situarse en el lugar
de la angustia? Cómo arrancarle a la angustia su certeza?
El análisis conduciría a confrontarse con la angustia de castración sin el sustituto descentrado de la satisfacción pulsional q
nombra el síntoma. Allí donde se respondía con el síntoma, el AO o el PA, producir un Acto. Donde caducan los impedimentos
narcisistas aclarando q sólo podemos hacernos hipótesis de caducidad temporaria, allí donde el $ “pierde” ataduras con el Otro,
allí donde el fantasma de castración muestra sus límites, allí donde la angustia sería el correlato inevitable: allí se trata de,
arrancando a la angustia su certeza, producir el o los actos en juntura con el propio deseo. Se trata de que haya un cambio en la
posición subjetiva donde se ponga al deseo como causa al q Lacan llama deseo decidido, a diferencia del deseo insatisfecho en la
histérica, deseo imposible en la n.obsesiva, y el prevenido en las fobias.
Lo infinito del deseo se articula al ste, a la lógica fálica; lo finito al objeto y a formas alternativas de deseo y goce. En ese borde, en
ese límite se juegan las alternativas de lo q nombramos como atravesamiento del fantasma, afectación de las texturas
identificatorias, vía deserotización del sufrimiento. “Donde eso estaba, el $ ha de advenir”.
F define la roca de base, la roca viva de la castración como el encuentro con el límite de la posición fálica, es desde allí q tanto x la
vía de la envidia del pene en la mujer o la revuelta contra la actitud pasiva o femenina ante otro hombre, queda definida la
castración como desautorización de la feminidad, repudiación de la feminidad. Es sólo desde el privilegio de la lógica de ser o
tener el falo y sus potencialidades de pérdida q la feminidad puede tejerse como una versión “humillada”.
Lacan intenta retomar el fin de análisis allí donde F, encuentra un límite en la desautorización de la feminidad; será allí explorando
la lógica de la posición femenina como lógica del “no-todo” y el goce femenino como alternativa a otra modalidades de goce, q L
avanza su interrogación.
El tránsito en un análisis x la prueba de la angustia de castración, confrontó al $ con las formas de la pérdida q la castración
estructuró. Pérdidas en el campo del amor, del saber, del goce. “Eso” retornó en el análisis, no sin angustia.
Lo esperable de un análisis es q ese retorno “se procese en diferencia”. El tránsito x un análisis permitiría al $ una relación distinta
con su propia angustia. Descriptivamente, dispondría de su angustia como señal, no para reprimir, sino como indicador de su
deseo. Así los efectos del movimiento deseante se anudarían en formas para las q L dispone del ste “sinthome”. La angustia,
atenuada, reconocida, se hace señal del deseo. El $ así advertido en su deseo ganó en saber, fundamentalmente en saber sobre
la insuficiencia del saber y sus garantías.
Un análisis conduce a un “saber hacer” con la angustia, no jugado en AO o PA. Por el embarazo, la turbación o la angustia de
castración , se podría transitar y volver sin nuevos síntomas o actuaciones.
El enmascarado- Zabalaza
El lugar del padre en la adolescencia.
En el despertar de la primavera el desengaño acecha entre el mundo ideal que intenta simular la institución escuela y el crudo
resentimiento que los adultos demuestran para con los jóvenes. El resultado no puede ser Otro que la tragedia, con su secuela de
muerte, exclusión y cinismo.
En la obra el enmascarado es la significación misma, ese aspecto del signo que le permite entrar en el discurso y combinarse con
otros signos. Es la perdida fecunda del referente y respuesta a distancia de la cosa. El tratamiento que solo la ficción habilita
cuando el sujeto sede la fijación que lo enquista y acepta endeudarse con el significante. El enmascarado es el vacio que habita
la múltiple versiones del padres el e semblante por excelencia.
El hombre al situarse a partir del uno-entre otros, al incluirse entre sus semejante. Pero como sea hace para satisfacer la demanda
del otro sin que se apague la luz de la singularidad. En otros términos como cumple con ese para todos que nos incluyen como
sujeto en una comunidad sin perder el semblante que abriga nuestra intimidad como hacernos comunes sin perder la diferencia.
El punto no es menor porque en la demanda del otro se articula pulsión. La pulsión es ese pequeño otro allí actualizado en carne y
hueso. Esa mujer de 35 con la que van todos que un preciso y determinado momento puede encarnar las mociones de deseo
inconciliable con la barrera éticas y estética de la personalidad
Titulo e imagen:
En su temprano enseñanza , Lacan comenta que a la salida del Edipo el varoncito tiene ‘’los títulos en el bolsillo para usarlo en un
futuro y agrega lo que mas tarde se le puede discutir en el momento de la pubertad , se deberá a algo que no haya cumplido del
todo con la identificación metafórica con la imagen del padre.
Pareciera que aquí hay un aparente discontinuidad en un caso que pone énfasis , en el aspecto simbólico de la identificación
paterna – el titulo- y en el otro en cambio aparenta cobrar fuerza la imagen ¿Por qué al llegar la adolescencia se hace mención a
través de la imagen de lo que en la infancia era referido al título.
Al respeto, quizá nos sea útil el ejemplo que frena a propósito del acto psíquico en su nota sobre lo icc.
Orientación clínica:
Sabe hacer allí con el síntoma, es saber desembrollarlo, manipularlo. Saber hacer allí con su síntoma. Ése es fin de análisis, un
símil del rescate que encarna el enmascarado, de esta forma el valor de una intervención psicoanalítica reside en poner el síntoma
a trabajar a favor del sujeto , es decir , cuestionar la coartada narcisista con que se nutre la queja o el aislamiento para así facilitar
el lazo social.
Identificación al rasgo:
La articulación entre síntoma e imagen consiste en que una persona puede ser indiferente, y sin embargo, uno de sus rasgos será
elegido como constituyendo la base de una identificación desde esta perspectiva , el enmascarado sería la metáfora encarnada
para así facilita el lazo social.
Mascara:
En esta articulación entre síntoma e imagen aparece la función de la máscara. Al velar lo que el hombre no es – el falo- como
garantía de potencia y lo que la mujer no tiene – el falo- como instrumento ‘’la función de la máscara domina las identificaciones en
que se resuelve los rechazo de la demanda.
En otros términos: cuando este mal entendido media la máscara, no se apaga la luz lo cual por supuesto no efectúa a nadie de la
decepción por lo que no se ve, o por lo que no se tiene. Esta función de mediación de la máscara converge con la intervención del
padre que interviene excepcionalmente para mantener en lo represivo.
En otros términos el goce del síntomas se transmita con la máscara es el artificio que abriga la luz del sujeto, el brillo que sostiene
el deseo sobre el fondo de la no relación sexual, ese agujero que responde a nuestra oscura condición contingente.
La máscara es una versión del padre que habita al uno-entre-otros, una Pere versión tal como Lacan formula en su último
seminario.
EL Padre:
La máscara resulta del acto psíquico por el cual un sujeto se apropia de su imagen para constituir, a partir de una identificación las
barreras éticas y estéticas de la personalidad que habita al uno-entre-otros. Así la máscara se conforma como una versión del
padre.
El padre antes que nada es un lugar entre l tramado psíquico, un intervalo un desvió, un quiebre, un no que propicia el deseo y
encausa el erotismo, un saber hacer en los bordes. El padre síntoma es ese elemento cualquiera, al eludir la economía del goce
en un sujeto.
Allí el enmascarado es el trabajo significante que el dispositivo del análisis propicie al sujeto.
El Nombre
Cae la máscara y con ella el semblante que vela la nada que somos. Se apaga la luz. El ideal amenaza a cubrirla toda la panta lla.
La identificación se hace identidad absoluta.
Bien el desconocido esta en las antípodas del enmascarado. El desconocido obtura la ficción que la joven propone cuando
introduce algo que la distingue- el nombre. La pereversion que agita, a saber provoca la angustian en el otro. El enmascarado por
el contrario es el lugar vacio que habita el velo ósea es el semblante por excelencia.
Ataque al semblante
La contingencia de un desencadenamiento jamás está aislada del entorno en que se produce. Todo desencadenamiento es un
hecho social, en tanto supone una rotura que antecede a una nueva relación con ese otro.
¿Por qué la adolescencia es la escena privilegiada?
La obvia conclusión de esta paradoja que nos deja muy mal parado a los adultos, es que semejante atropelladoro está lejos de
resolverse con los años.
En lo mejor de los casos se llega a una solución de compromiso a lo que llamamos síntomas, esa formación del inconsciente,
acosta del sufrimiento y renuncia subjetiva rescata sin embargo algo de la singularidad que se debata entre el deber ser y la
exigencia pulsionales a demás de la ineptitud del mundo adulto para abordar al sujeto adolecente, se suman los avatares que la
dimensión del absoluto imponen a esos jóvenes cuyo cuerpos se estremecen al compas de una irrupción pulsional que no respeta
reglas.
La sed de identificaciones suscitadas por la acucicantes cuestiones sobre la razones de existir, el futuro, la religión, el sentido de
la vida, el encuentro con el otro sexo, se resuelve aquí.
Lacan critica a eso que no crecen y apuntan de lleno a la contradicción que abrió nuestra reflexiones, el uno entre los otros, la
individualidad que no es sin el socio paréntesis que lo determino, los aplasta o bien según sea posición subjetiva le sirve de
oportuno. Es allí donde nuestras intervenciones apuntan a que un joven se sirva de las identificaciones.
Todo el drama neurótico se agita en este todo incompleto por ese significado perdido que es ese sujeto.
Un análisis debe conducir a un sujeto de la impotencia al la imposibilidad del todo. Allí donde se malogra, es para cada uno.
Escuchar el síntoma
“Freud (...) ha tenido el mérito de darse cuenta de que la neurosis no era estructuralmente obsesiva, que era histérica en el fondo,
es decir ligada al hecho de que no hay relación sexual, que hay personas que eso les da asco, lo que así y todo es un signo, un
signo positivo, que eso les hace vomitar”.
Resulta sorprendente considerar entonces que el alcohol, el uso del Viagra entre los jóvenes, el consumo de sustancias, la
frigidez, la obesidad, los vómitos, la eyaculación precoz, las inhibiciones o las somatizaciones, por mencionar tan sólo algunos
ejemplos, son pasibles de adquirir un valor sintomático cuando se los considera como instrumentos para un desencuentro con la
pulsión que encarna el pequeño otro.
El valor de una intervención psicoanalítica reside en eliminar el padecimiento al poner el síntoma al servicio del lazo social. Por
eso, si el inconsciente es “lo que se lee antes que nada”, para propiciar otra lectura de la carta en espera, primero hay que
respetar las huellas y los síntomas. Al respecto, Lacan no se priva de denunciar que los “saludables” rodeos significantes que
desvanecieron el síntoma de Juanito, no impidieron que el muchacho conservara para siempre una empobrecedora posición
narcisista con respecto las mujeres.
De allí que en la clínica sea menester emplear una fina escucha para despejar, entre el material clínico, aquellos elementos
significantes propicios para condensar el goce que arma el semblante de un cuerpo de deseo. Porque en virtud de las marcas que
dejó el Edipo y de los obstáculos al déjate ser que propicia la latencia, el recorrido del tren adolescente experimentará avatares
cuyas estaciones sólo emergen caso por caso. Razón de más para que el fino borde de la clínica imponga una prudencia, cuya
única brújula es la ética del psicoanálisis.
Pére-versión
Lacan en 1975 acepta hablar de péreversión para describir la función paterna. La misma corresponde a aquella versión del padre
que –por transmitir un deseo– hace lugar al goce que conviene al sujeto: el padre síntoma.
El aspecto más saliente de esta orientación es la de hacer un lugar a la particularidad subjetiva merced a un desvío respecto al
Ideal social, sexual, de adaptación, de salud, etc., sin que tal maniobra consista en una transgresión. Aquí encuentra su lugar la
invención cuya raíz anida en la más rancia inspiración freudiana.
En efecto, en la Conferencia 23 24 –dedicada a la formación de síntoma– Freud hace un elogio del artista quien, al transformar el
material que le brindan sus fantasías y sus más acendradas fijaciones narcisistas, se granjea el favor de las mujeres y la
admiración de sus pares.
Si bien el saber hacer allí con el síntoma que Lacan propone, no necesita del reconocimiento social que reciben algunos artistas;
abreva, sin embargo, del mismo material que Freud señala en su conferencia: aquellas tempranas huellas que determinaron las
fantasías y fijaciones narcisistas.
El arte de la invención –hacer algo con eso que está ahí ya dado– consiste en leer de manera tal que la particularidad subjetiva
encuentre un lugar en el Otro. La adolescencia es un momento privilegiado para orientar el goce hacia el lazo social. Se trata de
que los adultos aprovechen esta carta en espera.
La tecnología: entre lazo social e ilusión de completud
Introducción
Desde un inicio el sujeto, de la mano del Otro, se encuentra en la cultura, en una estructura de lazos que lo alojan y determinan
quién es.
La necesidad de vinculación es estructural en el sujeto humano y es imposible pensar un sujeto por fuera del lazo social.
Actualmente la tecnología tiene una fuerte incidencia en el lazo social. Han aparecido nuevas formas de ligazón, vinculo entre los
sujeto, entre ellas la relación “virtual” y la comunicación “personal e instantánea”. La tecnología es utilizada para establecer y
mantener el lazo social.
Existe un punto de imposible en la comunicación, un resto que no es posible poner en palabras. Este resto se articula con la
angustia, afecto que justamente da cuenta de la imposibilidad estructural de satisfacción total y completa para el sujeto humano. El
niño aprende a valorar como situación de peligro y de la cual se siente impotente. Es ahí donde aparece la angustia. Entonces, la
angustia es “algo sentido”, displacentero para el sujeto. Algo sentido en el cuerpo.
Desencadenamiento en la adolescencia
En el desencadenamiento algo de lo establecido hasta ese momento irrumpe, se desata, emerge algo nuevo que podemos llamar
fenómenos elementales o locura, actings o pasajes al acto, algo que deja perplejo al sujeto en cuestión y sorprende generalmente
a los que lo rodean. Se rompe el equilibrio, se rompe el “ser” de ese sujeto: el sentido explota, ya no alcanza para entender eso
que irrumpe, se desnaturaliza lo obvio. El sujeto a partir del de-sencadenamiento, ya sea de una locura o de una psicosis, no
retorna a ser el que era. Lo que emerge puede dar cuenta de una estructura psicótica o de una locura en una neurosis.
Ahora bien ¿qué pasó antes de que ocurriera la eclosión? ¿No había señales que dieran cuenta de que algo ocurría en ese
sujeto? ¿Algo de la forclusión –ya sea del significante fundamental o de una forclusión parcial pero determinante en la sexuación
de ese individuo– puede estar adormecida, agazapada y hacer eclosión en determinado momento? ¿Y qué hace que esa persona
que hasta ese momento funcionaba en su circuito, en su escena, de golpe enloquezca o se psicotice? ¿Hablamos de suspensión
de la neurosis? ¿Hablamos de prepsicosis?
Lacan en “Acerca de una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” determina las condiciones necesarias para
el desencadenamiento de la misma: “es necesario que el Nombre del Padre esté forcluido, es decir sin haber llegado nunca al
lugar del Otro, sea llamado allí en oposición simbólica al sujeto”.
“Pero ¿cómo puede el Nombre del Padre ser llamado por el sujeto al único lugar donde ha podido advenirle y donde nunca ha
estado? Por ninguna otra cosa más que un padre real, no necesariamente por el padre del sujeto, por Un-Padre.
“Aún así es preciso que ese Un-Padre venga a ese lugar al cual el sujeto no ha podido llamarlo antes. Basta para ello que ese Un-
Padre se situé en posición tercera en alguna relación que tenga por base la pareja imaginaria a-a”, es decir yo-objeto o ideal-
realidad, interesando al sujeto en el campo de agresión erotizado que induce”.
Tratemos de sintetizar esta cita: se trata de una relación dual en el seno de la cual se introduce, como tercero, una encarnación
paterna. Encarnación paterna que debemos pensar como función lógica.
Ahora bien, los que trabajamos con pacientes graves nos preguntamos en el caso a caso de cada brote: ¿antes no se había
encontrado con el significante de la paternidad? ¿Y por qué hay tantas esquizofrenias que se desencadenan en la adolescencia?
¿Por qué hay tantos adolescentes que enloquecen, deliran y alucinan? ¿Tenemos que tener mucho cuidado de discernir qué
estructura está en juego?
Sigamos con los desencadenamientos: muchas veces nos es muy arduo distinguir en ellos la intervención de Un Padre.
Maleval se toma el minucioso trabajo de demostrar en el caso “Schreber” las condiciones que expone Lacan como determinante
del desencadenamiento: el encuentro en lo simbólico con un significante del Nombre del Padre que nunca se inscribió “se trataría
quizás de una condición necesaria, pero sin lugar a dudas no suficiente”. Pareciera que hubo anteriormente muchas situaciones
en la vida de Schreber que podríamos pensar propicias al desencadenamiento.
La forma que toma el desencadenamiento no siempre es el encuentro con Un-Padre.
Es muy común encontrarnos en las supervisiones de tratamientos posibles, conducidos por los residentes en los hospitales, y en
nuestra propia clínica, con que en el afán de normativizar a los pacientes, y me refiero a los que ya están internados,
generalmente habiendo hecho por lo menos un primer brote, cuando comentan que quieren conseguir una pareja (respondiendo al
ideal social y familiar de lo que es normal) se los impulse a salir y contactarse con un partenaire sexual. Error. Estimulados a salir,
a ir a bailar, a conseguir novio/a, vuelven a desencadenarse y a enloquecer.
Sabemos que uno de los objetivos de que los analistas tratemos a los pacientes de estructura psicótica es que podamos, a través
del ejercicio de la palabra (la de él y la nuestra), espaciar o evitar los siguientes desencadenamientos. Cada brote implica
deterioro.
En la práctica hospitalaria es muy importante que tengamos acceso a la historia. Es relevante conocer cuántos brotes hizo cada
sujeto, cuanto tardó en salir de cada uno, qué decía en cada internación, buscar el desencadenante. ¿Por qué? Porque a cada
sujeto psicótico hay algo particular que lo desencadena que es lo que va a intentar cifrar en su delirio o en sus
alucinaciones, si las tiene, o en su pasaje al acto.
Jaime tenía 30 años y nunca había estado con una mujer, era el mayor de dos hermanos. Su hermano era exitoso en todo,
incluyendo a las mujeres. Jaime era taciturno, solitario, callado, encerrado. Sus padres no daban mayor importancia a esto ni a las
cosas “raras” que podía decir. En esa familia Jaime no llamaba la atención. A su hermano se le ocurre –en nombre de lo que debe
hacerse en esta vida–, que Jaime tenía que estar con una mujer. Le lleva una prostituta, invita a los padres a salir y lo deja con
ella, solos en la casa. El pasaje al acto no se hizo esperar: Jaime prende fuego a la casa y es internado en el Borda.
Muchas veces se ha comprobado que el encuentro con el Otro sexo, –hecho que se estimula más en la adolescencia por
varias vertientes, la pulsional, la cultural y la imaginaria–, resulta desestabilizador para el psicótico.
En el momento en que los jóvenes de estructura psicótica que aún no desencadenaron o ya están estabilizados tienen que
responder al deseo de un partenaire –que si desea es porque algo le falta y lo supone a él o a ella teniéndolo–, el tener que
ocupar la parada masculina y viril, o la mascarada femenina, les es imposible y enloquecedor.
Me consultaron los padres de Lucía y “la trajeron” (ella no quería venir ni entendía por qué consultar si ella no tenía nada que
consultar). Su brote había acontecido en plena disco cuando se le acerca un muchacho que hasta entonces ella creía que la
amaba a través de todo tipo de señales que le hacía llegar. Aparentemente él se burla de ella o la rechaza en su certeza de ser
amada y la quiere tocar. Lucía proclama a los gritos y llena de alucinaciones, en el medio del boliche, que ella tiene los dos sexos.
Mientras me lo relata quiere desnudarse en el consultorio para mostrarme que esto es así. Luego construirá argumentos a esta
certeza proclamándose la mujer de Dios.
La adolescencia es el momento en que la llamada al goce fálico es propicia para revelar cómo se ha cumplimentado el Edipo, y si
la función paterna se ha instalado o no.
En la adolescencia comprobamos entonces que el desencadenamiento psicótico no ocurre solamente ante la presencia
de Un-Padre. También el encuentro con la sexualidad es un factor determinante, pero tampoco es el único.
Muchas veces la asunción de alguna responsabilidad social o profesional es un factor concomitante en cada caso. El
propio Lacan afirma en el Seminario 3: “es lo que se llama tomar la palabra, quiero decir la suya, justo lo contrario a decir si, si, sí,
a la del vecino. Esto no se expresa forzosamente en palabras. La clínica muestra que es justamente en ese momento, si se sabe
detectarlo en niveles muy diversos, cuando se declara la psicosis. A veces, se trata de un pequeño trabajo de toma de palabra,
mientras que hasta entonces el sujeto vivía en su capullo, como una polilla.”
Es comprensible, como señala Lacan, que la situación analítica tradicional pensada para el neurótico, implique riesgos para el
psicótico. “Sucede que tomamos prepsicóticos en análisis, y sabemos cuál es el resultado: el resultado son psicóticos”.
Los errores en la dirección del tratamiento, generalmente por un error de diagnostico previo son básicamente: la interpretación que
hace sonar la ambigüedad del significante, apelando a la polisemia significante, y las que se empeñan en destruir o atacar las
identificaciones imaginarias o suplencias logradas interpretándolas en lugar de sosteniéndolas.
En los años setenta podemos leer en la obra de Lacan un giro en cuanto a la incompletud del Otro, que a partir de ese momento
se puede escribir S(A/): es la confrontación con esa incompletud del Otro lo que hace que surja en aquellos sujetos donde no pudo
inscribirse la castración, el Otro gozador, figura omnipresente en todo el decir psicótico.
Donde tendría que articularse el fantasma se revela un vacío: cuando el sujeto se enfrenta a una hiancia enigmática que
frecuentemente se presenta frente a una demanda sexual que le es dirigida. El sujeto se desestabiliza en una situación en
la que es compelido a afirmar su posición en relación al falo, su sexuación, su deseo.
Para el desencadenamiento se requiere la conjunción de varios factores o que estos se den de determinada manera.
Por eso es importante ubicar caso a caso donde la ausencia de castración lo catapultó en un momento determinado de su historia,
al abismo de perder su anudamiento posible.
Sabemos que hay sujetos que nunca desencadenan, muchos porque han logrado producir una suplencia: una construcción
significante adecuada para producir un encuadramiento del goce mediante la restauración del nudo borromeo.
Otros, –y aquí me refiero a los adolescentes– han transcurrido hasta el segundo despertar sexual sostenidos en identificaciones
imaginarias por las que el sujeto asume el deseo de la madre: son los niños buenos o no molestos, poco originales, réplicas
adecuadas a lo que se espera de ellos.
En estos casos la adolescencia con el empuje real de la pulsión, con el cambio del cuerpo y las vestiduras imaginarias, con el no
lugar, el duelo por la niñez perdida y el Ideal de una adultez que requiere posiciones que el adolescente apenas puede imitar o
hacer como si. La brusca pérdida del Otro como referente y protector, la relación con sus pares, los Ideales que presionan desde
la marca de un jean hasta lo que hay que escuchar o cómo hay que hablar, lo confrontan con el vacío, vacío del Otro, vacío de
Ideales.
Si el adolescente ha atesorado los emblemas suficientes, los recursos necesarios, las cartas de presentación posibles,
atravesará la tempestad propia de ese momento coyuntural y armará su posición en relación al Otro, al otro, a su deseo.
Intentará llenar ese vacío con comida, con alcohol, con drogas, con sexo sin nombre. Intentará hacerse marcas, pero
construirá puentes para salir de esa marginalidad que durante un tiempo configurará su ser en el mundo.
A veces los otros, el gran Otro, marcan a fuego nuestro destino, otras podemos torcerlo, hacer con eso algo distinto, y esto lo
pienso para cualquier estructura.
Queda un gran tema que nos propone la adolescencia: el desafío de diferenciar si lo que desencadena es una locura, (suspendida
su neurosis emerge algo del decir psicótico que responde a una forclusión parcial) o una psicosis. No es fácil.
Lo que Freud llamó Amencia de Meynert responde a lo que hoy denominamos locura, y que en las distintas escuelas se llamó
psicosis onírica, psicosis transitoria, delirio tóxico, etc.
Es una “aparente psicosis”, una psicosis que remite, que hizo creer a muchos psicoanalistas que curaban psicosis.
Generalmente empiezan a partir de una pérdida que no pueden aceptar ni elaborar. El objeto o la situación que se perdió es
alucinada, fuera de esas circunstancias el sujeto conserva su posibilidad de metaforizar. Su presentación es tan florida que nos
obliga a tomarnos bastante tiempo para definirla.
Florencia venia sancionada como esquizofrénica, medicada como esquizofrénica, con ocho internaciones y una evaluación
basada fundamentalmente en sus alucinaciones, delirios y creación de neologismos. Tampoco quería hablar con ningún psi.
Le propongo que tengamos algunas entrevistas. Mi interés se suscitó en la entrevista con los padres, me hablaban de una chica
tan parecida a una histérica de libro antes de enloquecer que me picaba la curiosidad de saber cómo se había vuelto
esquizofrénica.
Desganada, rígida por los neurolépticos, mirándome con desprecio, contestándome con monosílabos, dice que escribe. Le pido
que la próxima vez traiga sus escritos. Los trae, son hermosos poemas llenos de neologismos literarios plenos de polisemia
significante. Lo de hermosos poemas fue confirmado luego, muchos años después ganando premios en concursos literarios
municipales.
Hay una apuesta a la transferencia (no sólo con el psicoanalista) que puede hacer que alguien logre un lugar, un
alojamiento. Si bien es cierto que no hay “analistas de adolescentes”, hay una técnica de abordaje diferente con ellos,
hay una responsabilidad impostergable con respecto al diagnóstico de estructura y a la dirección del tratamiento, porque
“locos” parecen todos: si los escuchamos, si los miramos, podremos diferenciarlos y como dice Winnicott, no se los
analiza, se los acompaña. Pero acompañarlos es un arte de corte y confección, de armado y desarmado, de alfarería, de
contornear ese vacío para hacerlo soportable.
Me voy a ocupar hoy particularmente de las condiciones internas que posibilitan la caída o no en situaciones de riesgo.
Podemos afirmar que todo adolescente tiene un arduo trabajo por delante y que no es indiferente el modo en que arribe a este
momento, sobre todo en términos de flexibilidad psíquica.
También hay que tener en cuenta que los riesgos a los que se expone todo adolescente pueden derivar en salidas vitales,
creativas y novedosas
El silencio sintomático durante la infancia no garantiza una adolescencia en la que se puedan resolver los conflictos propios de
esa etapa. Y esto es importante. La mayor garantía está dada por las posibilidades creativas y reorganizadoras, de fantasear e
historizar (a eso me refería cuando hablé de flexibilidad psíquica) y no por una niñez obediente y sobreadaptada.
A la vez, tampoco es el silencio durante la adolescencia lo que va a garantizar un crecimiento sin riesgos. Es decir, si no hay
movimiento y crisis la situación suele ser preocupante.
En relación a las líneas a tener en cuenta, podemos pensar:
1) los avatares de la sexualidad infantil y sus transformaciones en la pubertad
2) la reorganización de las primeras inscripciones
3) los avatares del narcisismo, en tanto la adolescencia implica una puesta en juego de todo lo incorporado, todo lo metabolizado
4) los ideales
El narcisismo en jaque
El narcisismo también se pone en juego y la pregunta sobre el ser insiste. La representación de sí se pone en jaque y ya no es
suficiente la mirada de los padres como sostén. Tiene que haber otras miradas, otros sostenes.
Ser alguien, tomando aspectos de otros y a la vez suponiendo que tiene que ser único, independiente de todos, lo lleva a una
situación paradojal. Esto es muy evidente cuando dicen vestirse de un modo “original”, propio, y se los ve con vestimentas que
delatan la identificación con determinado grupo.
A la vez, el adolescente puede rechazar en sí aquello que lo identifica con sus progenitores, pero esas identificaciones son ya
parte de sí, por lo que al rechazarlas puede intentar expulsar de sí partes de sí mismo. Y esto lo conduce a un estado de vacío
interno o de confusión identificatoria.
Generalmente, la crisis adolescente lleva a separarse de los padres y a buscar nuevos objetos, sosteniendo las identificaciones
constitutivas del yo y la prohibición del incesto frente a la reedición de la conflictiva edípica.
Los ideales
Generalmente, los ideales cobran una importancia fundamental en la adolescencia. Frente al quiebre de la imagen de sí, los
ideales pueden ser un sostén narcisista, en tanto aparezcan como posibles de ser cumplidos en un futuro.
A la vez, el Ideal del yo cultural ofrece caminos alternativos que lo ayudan a desprenderse de los objetos incestuosos.
En el análisis, el único modo en que parecería poderse abordar esta crisis identificatoria (que si faltase sería aún más
preocupante) es a través del fantaseo: ser otros, y de ahí lo de la novela... asumir diferentes personajes, en un juego en el que el
adolescente va probando diferentes ropajes.
A la vez, los adolescentes pueden luchar contra sus propios deseos, en tanto sienten que el desear implica necesitar a otro que
puede no estar. Y, para peor, la presencia del otro puede hacer resurgir el dolor por la ausencia posible.
A la vez, una tarea fundamental de todo adolescente es escribir una historia. Y esto en un momento en que no quiere recordar su
infancia y le cuesta proyectarse a un futuro.
A modo de conclusión:
Será más fácil soportar los embates pulsionales y los del mundo cuando la estructuración psíquica ha sido sólida, cuando las
inscripciones tempranas no han quedado como líneas directrices sin salida, sino que han podido ser, siempre parcialmente,
traducidas a otros idiomas, a otros modos del representar.
En el adolescente la fantasía, el armado de novelas, la poesía, poseen el valor que para el niño tiene el juego dramático. Implican
la posibilidad de entramar lo que irrumpe desde las exigencias pulsionales y la crisis identificatoria.
En ese sentido, la escritura tiene un valor particular. Son modos de historizar
Considero que mientras el adolescente pueda armar proyectos (aunque sean temporarios) y sostener vínculos con el mundo, es
más fácil que los riesgos sean tramitados.
En tanto momento de reorganización, es importantísimo considerar a todo adolescente como alguien en movimiento, en
transformación, con posibilidades abiertas y no encerrarlo en diagnósticos.
Capítulo 3: Adolescencia y Psicopatía.
Duelo por el cuerpo, la identidad y los padres infantiles
Tanto las modificaciones corporales incontrolables como los imperativos del mundo externo, que exigen del adolescente nuevas
pautas e convivencia, son vividos al principio como una invasión. Como defensa, va a retener muchos de sus logros infantiles o a
refugiarse en el mundo interno. Todo esto implica una búsqueda de una nueva identidad que se va construyendo en un plano
consciente e inconsciente. Para ello, contará con el mundo interno construido por los imagos paternos, a través del cual elegirá y
recibirá los estímulos para la nueva identidad.
Como vimos, el duelo por el cuerpo supone elaborar una doble pérdida: la de su cuerpo de niño (caracteres sexuales
secundarios) y la de la bisexualidad (menstruación y semen, definiéndose en la pareja y la procreación).
Es en esta búsqueda de identidad cuando aparecen patologías que pueden llevar a confundir habitualmente una crisis con un
cuadro psicopático (o también psicótico o neurótico, según), en especial cuando surgen determinadas defensas como ser la mala
fe, la impostura, las identificaciones proyectivas masivas, la doble personalidad y la crisis de despersonalización. Todo esto se
supera al elaborar los duelos, elaboración que incluye diversos procesos:
a) algunas técnicas defensivas como la desvalorización de los objetos para eludir el dolor de la pérdida;
b) a búsqueda de figuras sustitutivas de los padres, a fin de ir elaborando el retiro de cargas. Se fragmentan las figuras
parentales y se disocia la actitud respecto a los padres y a los sustitutos (y allí surgen fluctuaciones de personalidad).
c) La planificación y verbalización tanto de lo más genérico (ej. la ubicación del hombre en el mundo) como de lo mas
cotidiano, como método defensivo ante la acción que siente imposible desde dentro o desde fuera (sea en el plano genital como
en otras capacidades que todavía no puede poner en práctica). Es que la comunicación verbal tiene el significado de una
preparación para la acción. El hablar equivale casi a la acción misma (susceptibilidad cuando no se lo escucha). La palabra y el
pensamiento ocupan en el adolescente la misma función que el juego en el niño: permitir la elaboración de la realidad y
adaptación a ella.
El psicópata no puede elaborar sus duelos y mantiene estos síntomas inmodificados. No puede asumir la existencia de un solo
sexo en su cuerpo, ni de fusionar la imagen de los padres adquiriendo una nueva forma de relación con ellos (el adolescente
tiene que dejar de ser a través de los padres para llegar a ser él mismo).
Necesita estar solo y relegarse en el mundo interno. necesita estar con gente
No comprende mucho lo que pasa a su alrededor: está Tiene un insight defensivo sobre lo que el otro necesita y lo
más ocupado consigo mismo. utiliza para su manejo.
Piensa y habla mucho más de lo que actúa, confía en la La acción es su forma de comunicación. Tiene compulsión
comunicación verbal y sólo cuando se siente frustrado en a actuar y dificultad para pensar. La acción no le sirve para
ésta actúa compulsivamente. adquirir experiencia.
La aceptación de la vida y de la muerte lo lleva a una Niega los sentimientos de pérdida, descuida así el objeto y
mayor capacidad de amor y de goce y a una mayor a sí mismo, niega el afecto y disminuye capacidad de goce.
estabilidad en los logros.
Elabora los duelos del cuerpo y la bisexualidad, y accede a No elabora los duelos y no alcanza la verdadera identidad
la pareja y la creatividad, identidad e independencia, e ideología que le permitan un nivel de adaptación creativa.
integrándose en el mundo adulto.
Existe una construcción social del crimen y de su consecuente castigo que si bien vale para todos debe contemplar la manera en
que se aplica de acuerdo a los casos particulares.
Cada sociedad genera sus criminales y delincuentes, aquellos que caen de las normas establecidas e instrumenta distintas formas
de penalización.
La responsabilidad penal parte de la idea de la conciencia y de la comprensión de los actos y de la libertad de elección. (Edad y
conciencia de sus actos, ley de imputabilidad).
La llamada "delincuencia juvenil" convoca sin lugar a dudas múltiples discursos que convergen y se diferencian entre sí, en
particular en lo que concierne a las perspectivas jurídicas y otras disciplinas como la psicoanalítica. Tanto la justicia como el
psicoanálisis utilizan las nociones de culpabilidad y de responsabilidad pero de distintas maneras.
El sujeto según el psicoanálisis
El derecho es una práctica jurídica que pone en escena a un sujeto, pero que no es el mismo que aquel que queda involucrado en
la práctica analítica. En sentido estricto, el sujeto de derecho constituye una ficción que manifiesta que el Estado o las "personas
morales" pueden ser declarados sujetos de derecho. Estas denominaciones forman parte del discurso del derecho pero no del
inconsciente.
El sujeto del psicoanálisis es el sujeto dividido y solo puede ser aprehendido a partir de la narración del paciente dentro d el
dispositivo analítico, por fuera de la intencionalidad de lo que el sujeto quiere decir. La interpretación analítica apunta a este sujeto,
no a la persona o al individuo, a aquél que habla y es hablado a través de sus propias palabras.
Hay que distinguir también el campo psicoanalítico del psico-jurídico en el que se intenta explicar el acto criminal a través de su
historia y de los datos reunidos sobre su psiquismo. En realidad siempre hay una distancia entre la historia del sujeto y su acto, no
quedan necesariamente en continuidad. El acto no puede explicarse a través de la psicología del autor del crimen.
La noción de responsabilidad desde el psicoanálisis no es igual a la jurídica. El sujeto con el que trabaja el psicoanalista no es la
conciencia que se confiesa.
La responsabilidad en psicoanálisis no concierne al sujeto imputable y culpable que resulta de un juicio. De su posición el sujeto
siempre es responsable, está incluido en los actos que ejecuta, sin que por ello sea jurídicamente culpable. La culpa es un
elemento de la estructura subjetiva que concierne a la relación del sujeto con la falta y que es tramitada de distintas maneras sin
recurrir necesariamente a un acto criminal o delictivo.
Hay que buscar un sistema que contemple la seguridad de los niños pero que a la vez limite los usos actuales de menores con
fines delictivos.
Las legislaciones argentinas, al hablar de los derechos del niño, incluyen el concepto de “persona en desarrollo”. Esto implica un
abordaje diferente ( al de persona y al de sujeto).
A partir de los derechos del niño se produce un cambio de aprehensión del niño: de ser un objeto de protección pasa a la
restitución de su estatuto de sujeto de derecho.
A partir de este cambio se va a dar lugar al sujeto para que pueda dar sus razones restituyendo su derecho a tomar la palabra y
ser escuchada, pero no alcanza con hablar ni ser escuchados solamente, sino que también quien lo escucha y que se hace con lo
que se dice.
En cuanto a los adolescentes, ellos han cobrado notoriedad en las edades de la vida por lo tumultuoso y explosivo, abúlico y
desganado, abnegado e idealista, desafiante y desenfadado, entre otras descripciones que dan cuenta de polaridades con las que
el sujeto intenta encontrar su lugar. Mil y un rostros con los que se capta un momento del devenir que se vuelve paradigmático del
cambio: se abandona la niñez y se establece un tránsito hacia la vida adulta
Por fuera del veredicto, es necesario distinguir los motivos por los que alguien comete un crimen o delito de la relación que
establece el sujeto con el acto que cometió, y cuáles son las repercusiones subjetivas y legales de su acto.
Allí plantea los casos en los que el acto delictivo o criminal es el efecto de una conciencia de culpabilidad que lo precede.
La culpa es anterior a la falta. Los sentimientos de culpa que emergen por causa de los deseos edípicos, hacen de todo neurótico
un criminal. La necesidad de castigo se vuelve el móvil que conduce al acto delictivo o criminal. De esta manera, Freud invierte la
relación: no se es culpable después de haber cometido el acto sino que la culpa inconsciente es previa y empuja hacia ello.
Podemos añadir a esta serie cómo el empuje del superyó y las identificaciones frágiles y débiles de nuestra contemporaneidad
contribuyen en la inclusión de los jóvenes dentro de la categoría de la delincuencia.
Freud señala la siguiente paradoja: cuanto más renuncia el sujeto a lo pulsional a fin de responder a los mandatos del superyó y
hacerse amar por él como espera ser amado por el padre, más aumenta la severidad del superyó.
La paradoja freudiana de una renuncia sin fin es dilucidada por Lacan cuando indica que el superyó no prohíbe el goce, como dice
Freud, sino que empuja al goce (término lacaniano que incluye la satisfacción y la pulsión de muerte). El goce no equivale al
placer puesto que es para lo mejor y para lo peor. El verdadero imperativo superyoico es ¡Goza! Por eso Lacan llega a hablar de la
gula del superyó: todavía un poquito más… El superyó no tiene una función socializante, ni tampoco actúa como la barrera frente
a los deseos incestuosos, como pretendía el superyó paterno freudiano, sino que es un mandato de goce cuyo cumplimiento lo
vuelve tanto más poderoso.
La severidad del superyó del niño no expresa la severidad que ha experimentado en su trato. El psicoanalista Aichhorn disting ue
dos métodos patógenos de educación. El padre excesivamente indulgente ocasiona en el niño la formación de un superyó
hipersevero porque bajo la impresión del amor que recibe siente que no tiene otra salida más que volver su agresión hacia
adentro. Por otra parte, el niño educado sin amor por un padre excesivamente severo, niño desamparado, falta la tensión entre el
yo y el superyó y toda su agresión puede dirigirse hacia afuera.
En la actualidad existe una decadencia de la función del Ideal y una promoción del objeto de goce. Las figuras de la autoridad
vacilan y el significante amo se pluraliza. La crisis contemporánea de la identificación conduce tanto a una diversidad de
identificaciones imaginarias como simbólicas. La figura del padre moderno humillado, desocupado, caído, es otro modo de
expresión del declive del Ideal. Del padre edípico, correlativo a la referencia al Ideal se pasa la falta del padre, y a la pluralización
de los Nombres del Padre. De modo tal que uno puede preguntarse qué actuó como padre para ese niño.
¿Qué sucede entonces cuando la identificación vertical al líder queda opacada y desaparece su lugar de excepción? ¿Cuál es el
destino de las llamadas identificaciones horizontales cuando en su centro se sitúa no el Ideal sino un vacío?
Los sujetos se identifican cada vez menos con sus historias familiares discontinuas y llenas de agujeros. En su lugar surgen las
comunidades y los pactos sociales que se fundan sobre nuevas formas de autoridad que testimonian de una nostalgia del Nombre
del Padre. Pero cuanto mayor sometimiento al Ideal se pone en juego, mayor es el extravío que puede llegar a empujar a la
obediencia hasta la muerte.
El estado de excepción prolifera y extiende esta tensión entre el vacío del Uno y su implacable retorno superyoico. Lo patoló gico
aquí se demuestra en el exceso, en el caos correlativo a una multiplicidad inconsistente y una civilización dispersa que responde a
exigencias del goce: toxicomanías o búsquedas de riesgos trasgresores –otra vía para pensar la delincuencia juvenil.
Algunas de las comunidades virtuales se constituyen por ideales cambiantes. El deslumbramiento por lo nuevo, que nos vuelve
“todos consumidores”, es una expresión empuje superyoico. Se consumen productos, imágenes de juventud, lazos amorosos,
como así también significantes simbólicos con los que las comunidades se identifican para decir quiénes son. La velocidad que
toma el lazo con los otros hace que predomine el incansable desplazamiento metonímico de objetos, personas y significaciones.