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INTRODUCCIÓN
DESARROLLO
1
Cfr. Elías Díaz, de la maldad estatal y la soberanía popular, Debate, Madrid, 1984, p. 77.
2
Ibid., pp. 77-78.
preguntas relativas a la eficacia del Derecho, si no a su validez en el sentido de
obligatoriedad o deber moral.
Una ley, una norma de Derecho, obligan jurídicamente desde que se les dota de
juridicidad y, por lo tanto, de la coacción como garantía para asegurar su
cumplimiento, lo cual no implica ni excluye que esa ley o norma gocen o no de
obligatoriedad moral.
Ahora bien, las conductas de un gobernado puede asumir ante una ley, política o
acción gubernamental injustas pueden ser varias y, a su vez, pueden estar
sustentadas en diferentes razones ético-políticas. Por ejemplo, una actitud extrema
dentro de las posibilidades existentes en la de una franca oposición a todo el
sistema político-jurídico por considerarlo injusto, enfrentándolo incluso por vía de la
violencia, con las armas. Aquí estamos ante una acción revolucionaria que legitima
su proceder en razón de implantar la necesidad de un concepto de justicia diferente
del mantenido en el régimen jurídico.
Por supuesto, una actitud así presupone que los actores asumen que su conducta
es moralmente correcta, que actúan en conciencia y con conciencia. En este caso,
quienes optan por la vía revolucionaria piensan que no existen otros medios
efectivos para enfrentar las leyes y el régimen injustos, quedando descalificados los
medios legales y políticos que el sistema prevé para ello, si es que los prevé.
Viéndolo en otro extremo se halla la actitud de sumisión total por parte de los
gobernados o cualquier ley o acto de gobierno a pesar de su injusticia.
3
Hay en efecto, como bien advierte Jorge F. Malem Seña, diferencias sustantivas entre la acción revolucionaria
y la desobediencia civil que merecen subrayarse. Así, por más que la segunda pueda parecer una acción
“revolucionaria” en un sentido amplio, no busca un cambio extrasistemático o anticonstitucional como la
revolución si pretende. Véase Jorge F. Malem Seña, concepto y justificación de la desobediencia civil, Ariel,
Barcelona, 1988, pp.47-48. Para la distribución entre desobediencia civil, objeción de conciencia y otras figuras
desobediencia civil es el “…acto legal público, no violento, de conciencia pero
de carácter político, realizado habitualmente con el fin de provocar un cambio
en la legislación buena política gubernativa”.4Se trata, entonces, de la asunción
de una actitud de resistencia que no niega validez al régimen de derecho o el
sistema político en su totalidad, sino a ciertas leyes o actos gubernamentales5.
que aquí no hemos analizado, véase ibid., “Delimitación conceptual de la desobediencia civil”, capítulo 3, pp.
47-59.
4
John Rawls, “Teoría de la desobediencia civil”, trad. Ma. Dolores González Soler, filosofía del derecho, FCE,
México, 1978, p. 174.
5
John Rawls opina: “Mi idea es que en un régimen democrático razonablemente justo (aunque por supuesto
no perfectamente justo) la desobediencia civil, cuando está justificada, ha de entenderse normalmente como
una acción política dirigida al sentido de justicia de la mayoría al fin de instarla a reconsiderar las medidas
objeto de protestas y advertir que en la firma opinión de los disidentes no se están respetando las
condiciones de cooperación social. Véase John Rawls, “La justificación de la desobediencia civil”, justicia,
equidad, trad. Miguel ´´Ángel Rodilla, Tecnos, Madrid, 1986, p. 90.
6
Cfr. Ibid., p. 174.
La desobediencia civil es un acto público, sustentado en razones de moral social,
con el concepto de justicia comúnmente aceptado y normalmente planteado por el
propio ordenamiento jurídico en su norma máxima, la Constitución. Los actos de
desobediencia civil persiguen repercusiones políticas que redundan en un cambio
de hacer gubernamental o en la abrogación de una ley.