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En principio fue el caos

(La mitología en el lenguaje)

Enrique Benavent Morales, Nerea Benavent Peiró 2018

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EN PRINCIPIO FUE EL CAOS.

La palabra mito deriva del griego μῦθος, “cuento, relato”, pero un relato que trata de
responder a las preguntas que el hombre se hace en torno a sí mismo y al mundo que le
rodea. Indudablemente el mito es el primer intento de explicación del mundo tratando
de vislumbrar el orden que rige la existencia.

En todas las civilizaciones podemos encontrar relatos míticos que cumplen este
cometido, pero sin lugar a dudas, la mitología griega, en sentido estricto, o si se prefiere
desde una perspectiva más amplia, la mitología greco-romana, es la que más ha influido
en la construcción de la civilización occidental hasta el punto de que hoy en día sigue
impregnando nuestro lenguaje.

Al poeta griego Hesíodo debemos la primera gran obra en la que se trata de sistematizar
el conjunto de mitos con los que los antiguos griegos trataron de explicar el universo en
su obra la Teogonía, fechada entre finales del siglo VIII a. de C. y principios del VII a.
de C. Al comienzo de la obra escribe el poeta «en primer lugar existió el caos» (Teog. I,
116), entendiendo el caos como el vacío primordial, anterior a la creación cuando el
orden aún no existía. A comienzos de nuestra era el poeta latino Ovidio en Las
Metamorfosis escribirá «Antes del mar y de la tierra y del cielo que todo lo cubre, en
toda la extensión del orbe era uno solo el aspecto que ofrecía la naturaleza. Se le llamó
Caos: era una masa confusa y desordenada, no más que un peso inerte y un
amontonamiento de semillas mal unidas y discordantes» (Met. I, 5-sg.).

Resulta evidente que el mítico Caos ha dado lugar a un nombre común que, casi siguiendo los
versos de Ovidio, el Diccionario de la Real Academia de la lengua define en su primera
acepción como «Estado amorfo e indefinido que se supone anterior a la ordenación del
cosmos». Pero aún es más interesante consultar la tercera acepción que en el DRAE se da de
caos: Fís. y Mat.« Comportamiento aparentemente errático e impredecible de algunos sistema
dinámicos deterministas con gran sensibilidad a las condiciones iniciales». La clave está en los
adjetivos errático e impredecible. A principios del siglo XVII el científico belga Jan-Baptiste
van Helmont estudiando procesos como la combustión del carbón o la fermentación de la uva
observó que se producían unos “espíritus” que no eran aire, pero tampoco se comportaban como
los líquidos y sólidos que manejaban los alquimistas, porque tenían un carácter errático e
impredecible y carecían de forma por sí mismos, y así en su obra Ortus medicinae, escribió
«hunc spiritum incognitum hactenus nomine gas voco…in nominis egestate habitum illud gas

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vocavi non longe a chao veterum» (A este espíritu desconocido hasta hoy lo llamo gas… ante la
falta de nombre lo he llamado gas al considerarlo no muy alejado del antiguo caos)

Chaos. George Frederik Watts 1875-82. Tate Gallery, Londres


En la Tate Gallery de Londres se exhibe un óleo de George Frederik Watts quien
influenciado por Max Müller, fundador de la religión comparativa, buscaba representar
el progreso del cosmos, el camino de la evolución, realizando una síntesis de las ideas
espirituales y la ciencia moderna, especialmente la evolución darwiniana. En la parte
izquierda la confusión y el caos primigenio están representados por gigantes que tratan
de liberarse entre el fuego y el vapor, la fila de mujeres de la derecha es una alegoría del
nacimiento del tiempo y el espacio mensurables.

DEL CAOS AL COSMOS

Siguiendo el relato de Hesíodo tras el Caos surgió «Gea, la de amplio pecho», la tierra,
quien a su vez «alumbró primero al estrellado Urano» y de la unión de ambos nacerían
los titanes, los cíclopes y los gigantes. Por su parte, de Caos surgió Érebo, la oscuridad,
y Nix, la noche, de cuya unión surgió Éter, la luz del día, y Hémera, el día.

El poeta latino Ovidio, en cambio, alude a una divinidad que puso orden en el caos,
aunque sin identificarla «quisquis fuit ille deorum» (fuera el dios que fuera, Met. I, 31).
En ambos casos lo que se nos relata es cómo del desorden primigenio, el Caos, surgió
un orden, κόσμος (kósmos).

Si bien kósmos no es una figura mitológica como Caos, siendo la antítesis de este y
habiendo dado muchos derivados a las lenguas modernas, vale la pena reflexionar sobre
este término.

Su significado original es precisamente “orden” y con ese sentido aparece en el inicio de


la literatura occidental, los poemas homéricos. Así en la Ilíada cuando Polidamante se

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opone a los planes de Héctor de hacer una salida para atacar las naves de los aqueos,
temiendo que en la retirada cunda el desorden y los troyanos sean masacrados, le
advierte: Il, XII, 225 οὐ κόσμῳ παρὰ ναῦφιν ἐλευσόμεθ᾽ αὐτὰ κέλευθα (no nos
marcharemos en orden κόσμῳ de las naves). Y en la Odisea, cuando Ulises, por fin, se
dispone a partir hacia Ítaca del país de los feacios, se lee
τοὶ δὲ καθῖζον ἐπὶ κληῗσιν ἕκαστοι κόσμῳ “y cada cual se sentó en los bancos en orden”
(Od. XIII, 77), esto es, cada uno se sentó en el lugar que le correspondía.

A partir de este sentido se creó un verbo derivado, κοσμέω (kosméo) “poner orden” y no
es de extrañar que en determinados lugares los magistrados, los encargados de mantener
el orden social, recibieran el nombre de kósmos, como es el caso de Creta. Así Estrabón
en el libro X de su geografía al comparar las magistraturas de Esparta con las de la
antigua Creta y constatar que en ambos estados existían la institución de los gerontes y
de los caballeros, aunque con la salvedad «de que los caballeros de Creta poseen
realmente caballos, hecho del que se puede inferir la mayor antigüedad de la
institucion de los caballeros de Creta», añade «Los eforos, en cambio, aun admitiendo
que tienen las mismas competencias que los cosmos de Creta, llevan un nombre
diferente» (Geo. X. 4, 18). De forma análoga, siguiendo el testimonio del historiador
Polibio, en la Lócride existía un magistrado cosmópolis (de κόσμος,orden y πόλις,
ciudad), así cuenta cómo en un caso: «Los magistrados presidentes se vieron en un
apuro, alargaron el juicio y pasaron el litigio al cosmopolis quien interpretó la ley»
Hist. 12 16 6.
A partir del su significación orginal de orden, el término κόσμος adquiere también un
sentido moral, cosmos es aquello que resulta conveniente.
En la tragedia de Sófocles Áyax, Tecmesa al ver a su esposo revistiéndose con la
armadura sin haber sido convocado al combate, le pregunta por qué lo hace «él me
respondió pocas palabras —dice Tecmesa— de las siempre repetidas: “mujer, el
silencio es el decoro κόσμος de las mujeres». Más allá de la constante misoginia de la
cultura griega que considera el silencio ornato de las mujeres, lo interesante es
comprobar cómo el término κόσμος ha adquirido el sentido de ornato, decoro.
Y de este sentido de ornato moral pasará a uno más concreto de ornato físico. En Las
Suplicantes de Esquilo, el rey de Argos, Pelasgo, se extraña del atuendo de las Danaides
que han acudido ante él como suplicantes: «¿De dónde viene esta gente en traje no
helénico, ataviada con ropas y cintas bárbaras, a la que nos dirigimos?» (234-36) y el

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coro le responde: «εἴρεκας ἀμφί κόσμον ἀψευδῆ λόγον» (has dicho la verdad en cuanto a
nuestro atuendo ἀμφί κόσμον, 246). Y en este mismo sentido leemos en la Ilíada:
Como cuando tiñe el marfil de púrpura una mujer
meonia o caria para el arnés de un tiro de caballos;
está guardado en la habitación, y lo desean muchos
cocheros llevar, pero es galardón reservado al rey
por ser a la vez ornato (κόσμος) del caballo y loa del conductor.
(Ilíada IV 141-45)

De este sentido deriva nuestro adjetivo cosmético que según el DRAE se aplica a
aquello que su utiliza «para la higiene o belleza del cuerpo, especialmente del rostro».

Pero sin lugar a dudas la acepción de la que más derivados han llegado a las lenguas
modernas es la de cosmos como universo. Ya Heráclito utiliza el término en ese sentido
«este universo (κόσμον τὸνδε)... no lo creó nigún dios, ni ningún hombre, sino que
existió y existe y existirá» (frag.30) expresando la creencia griega en la eternidad del
mundo que también encontramos en Aristóteles cuando escribe: « De modo que, si la
totalidad de lo corpóreo, siendo continua, adopta unas veces tal disposición y
ordenación y otras veces tal otra, y si la composición de la totalidad es el mundo
(κόσμος) y el cielo (οὐρανός), entonces no se generará ni se destruirá el universo
(κόσμος), sino sus disposiciones». (De caelo, I, 11). Es de notar como en este texto del
estagirita el término cosmos es utilizado primero como mundo por oposición al cielo, y
luego como el conjunto total del universo.
De forma similar, Jenofonte en sus Recuerdos de Sócrates, describiendo el carácter de
su maestro dice: « Tampoco hablaba, como la mayoría de los demás oradores, sobre la
naturaleza del universo, examinando en qué consiste lo que los sofistas llaman kósmos
y por qué leyes necesarias se rige cada uno de los fenómenos celestes, sino que
presentaba como necios a quienes se preocupan de tales cuestiones» (Memorabilia, I,
11)

De esta acepción de cosmos como universo tenemos gran cantidad de derivados en las
lenguas modernas. Desde cosmogonía, explicación del origen del universo, tal y como
hicieron los citados Hesíodo en el libro I de su Teogonía y el latino Ovidio en las
Metamorfosis; cosmografía, descripción astronómica del mundo o astronomía

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descriptiva; cosmología, la parte de la astronomía que se ocupa de la leyes generales
que rigen la formación y evolución del universo.

Si fue Sócrates quién acuñó el término filosofía, o más concretamente, el de filósofo,


cuando al ser preguntado si se consideraba un sabio (σοφός, sofós), respondió con la
humildad que le caracterizaba que él era un mero φιλόσοφος, filósofos, amante de la
sabiduría, la palabra cosmopolita, ciudadano del mundo, que no deriva del nombre del
magistrado lócrido cosmopolis citado más arriba, fue creado por el filósofo cínico
Diógenes de Sinope. Es fama que este rechazaba las actitudes convencionales de los
hombres buscando la felicidad en las riquezas, el poder, etc... para Diógenes la felicidad
consistía en satisfacer las necesidades básicas, comida y abrigo, y vivir siguiendo su
libre albedrío. Su autosuficiencia y desprecio por las convenciones imperantes (en
Atenas se decía que había vivido dentro de una tinaja) le merecieron el calificativo de
“perro” en griego κύων (kyon) de donde deriva el adjetivo cínico. Rafael Sanzio en La
escuela de Atenas que se exhibe en los Museos Vaticanos lo representó en el centro del
cuadro sentado como un mendigo en las escaleras cubierto solo con un andrajoso manto
que solía llevar plegado porque de noche para dormir se cubría con él. En su Vida de los
Filósofos Diógenes Laercio cuenta que en una ocasión le preguntaron de dónde era, a lo
que Diógenes de Sinope resondió: κοσμοπολίτης, comopolítes, ciudadano del mundo.

Durante los años de la guerra fría la rivalidad ruso-americana en la carrera espacial


también nos aportó neologismos derivados de cosmos. Mientras que los americanos
llamaron a los tripulantes de sus naves astronautas ἀστήρ (aster) estrella y ναυτής
(nautés) marinero, el bloque soviético los denominó cosmonautas, marineros del
espacio, pues Ary Abramovich Sternfeld (uno de los pioneros de la ciencia
aeroespacial), introdujo a mediados de la década de los años 30 el término ‘cosmos’ en
el vocabulario del idioma ruso, dándole como significado a esta palabra la de ‘espacio’.
Y en consecuencia el equivalente al cabo Cañaveral, después cabo Kennedy, de los
americanos, fue el cosmódromo (de δρόμος, dromos, pista de carreras) de Baikonur en
el bloque soviético.

En el campo de la filosofía el siglo XX nos trajo otro neologismo derivado de cosmos


para traducir como cosmovisión el término Weltanschauung (de Welt "mundo",
y anschauen "observar"), una expresión introducida por el filósofo Wilhelm Dilthey en

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su obra Einleitung in die Geisteswissenschaften (Introducción a las ciencias humanas)
publicado en 1914. La cosmovisión sería pues una visión global del universo.

Finalmente el avance de la fotografía en la segunda mitad del siglo XIX nos brindó un
instrumento óptico que permitía agrandar los objetos mediante una cámara oscura, lo
que pemitió exhibir pinturas y fotografías de modo que los espectadores tuvieran la im-
presión de realidad virtual. Tales espectáculos, así como los locales en los que se
ofrecían fueron llamados cosmoramas de ὁράω, horao, ver y cosmos.

Ciertamente el cosmos como antítesis de caos ha sido muy productivo es nuestro


lenguaje. Y resulta muy interesante reflexionar sobre el hecho de que una palabra que
originariamente significaba orden ampliase su sentido para expresar el cojunto del
universo. Sin duda alguna está traslación de significado se debió a que en la conciencia
de los hablantes la idea del universo como algo ordenado estaba presente. Si el mundo
obedece a un orden, entonces la mente del hombre puede llegar a descubrir las reglas
que lo rigen. No es una casualidad que el paso del mito al lógos, de la explicación
irracional a la racional, se diera precisamente en la antigua Grecia, un pueblo cuya
lengua identificó el orden con el universo.

Y tampoco es baladí recordar que esa misma palabra sirvió para designar el ornamento,
tanto en lo moral como en lo estético. El orden, la mesura, el equilibrio entre las partes,
la proporción son las claves del arte clásico en todas sus manifestaciones. Bella y
graciosamente lo expresó el poeta latino Horacio al inicio de su Ars poetica, también
conocida como Epistula ad Pisones. «Si un pintor quisiera unirle a una cabeza humana la
cerviz de un caballo y ponerle plumas diversas a un amasijo de miembros de vario acarreo, de
modo que remate en horrible pez negro lo que es por arriba una hermosa mujer, invitados a ver
semejante espectáculo, ¿aguantaréis, amigos míos, la risa?» (Epistula ad Pisones 1-5).
¿Qué pensaría el bueno de Horacio ante una obra de Picasso o de Tàpies? O tempora, o mores!
EL CIELO ESTRELLADO SOBRE MÍ

«Dos cosas llenan mi alma de veneración creciente... el cielo estrellado sobre mí y la


ley moral en mí» en tales términos se expresaba el filósofo Inmanuel Kant en plena
ilustración. Pues si en el siglo de las luces, el universo estrellado suscitaba tal
admiración en un sabio como Kant, ¿podemos imaginar lo que impresionaría la llegada
de la noche y la salida de las estrellas a los primeros hombres?

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Siguiendo la teogonía de Hesíodo tras el Caos surgió Gea, la de amplio pecho, y
mientras del Caos surgieron Nyx, la noche, y Érebo, las tinieblas, de cuya unión
surgieron el Éter, la luz del cielo, y Hemera, el día, «Gea alumbró primero al estrellado
Urano con sus mismas proporciones, para que la contuviera por todas partes y poder
ser así siempre sede segura para los felices dioses»

Más antes de centrarnos en los descendientes de Gea y el estrellado Urano,


detengámonos por un momento en algunos de los seres de la estirpe de Caos. Éter
(Αἰθήρ) es la personificación del cielo superior, donde la luz es más pura. De ahí que la
primera acepción de éter en el diccionario de la Real Academia sea:
poét. «Esfera aparente que rodea a la Tierra». Y en su segunda acepción lo define fis.
«fluido sutil, invisible, imponderable y elástico que, según cierta hipótesis, llena todo el
espacio y por su movimiento vibratorio transmite la luz, el calor y otras formas de
energía». Si bien la existencia de este éter quedó definitivamente descartada con la
teoría de la relatividad de Einstein, de su carácter sutil, invisible e imponderable
tenemos el adjetivo étereo, «vago, sutil, vaporoso».

En el campo de la química orgánica se denominan éteres a determinados compuestos en


los que dos radicales, cadenas de carbono, se unen a un átomo de oxígeno R-O-R’, esto
es, como sí en una molécula de agua se sustituyeran los dos átomos de hidrógeno por
cadenas de carbono. De entre estos compuestos destaca especialmente el éter etílico,
cuyo descubrimiento algunos atribuyen a Raimon Llull en 1275. En 1842,
aprovechando sus propiedades analgésicas, el doctor Crawford Williamson lo utilizó por
primera vez como anestésico de ahí que tengamos los términos eterizar, anestesiar con
éter, y eterismo estado de pérdida de sensibilidad por la acción del éter.

En cuanto a su hermana, Hemera (Ἡμέρα), el día, nos ha dado el adjetivo efímero, que
solo dura un día, y los sustantivos efemérides, relato de los acontecimientos sucedidos
en una determinada fecha, hemeroteca, biblioteca en donde se almacenan los diarios y
otras publicaciones periódicas, y los menos conocidos hemeralopía, disminución de la
capacidad de visión durante el día o con luz muy intensa o la hemerología, el arte de
componer calendarios.

A mediados del siglo XIV Giovanni Boccaccio escribió una obra en la que se relataba
cómo diez jóvenes, siete chicas y tres chicos, para huir de la peste bubónica que asoló
Florencia en 1348 deciden huir de la ciudad y refugiarse en las afueras, en una campiña

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paradisíaca. Para distraer su ocio los jóvenes deciden nombrar cada día un rey que
impondrá un tema sobre el que cada uno de ellos deberá contar una historia. Esta
distracción se prolongará durante diez jornadas, lo que implica que se relatan cien
historias, y precisamente porque las historias se contaron durante diez días, la obra es
conocida como El Decamerón, de δέκα déka, diez, y hemera, día. El título de la obra
probablemente estaba inspirado en una muy anterior, pues mil años antes, San
Ambrosio, el obispo de Milán que convirtió a San Agustín, escribió una obra, muy
popular en la edad media, en la que recopilaba sus homilías sobre los seis días de la
creación en el libro del Génesis y que tituló Hexamerón, de ἕξ hexa, seis.

Dejemos ya a la estirpe surgida de Caos para volver a la relación entre Gea y Urano. Sin
la intervención de ningún elemento masculino Gea engendró el cielo que la cubre,
Urano, así como las montañas y el mar. Y luego tras unirse con Urano engendró a los
Titanes, de cuya estirpe surgirían los dioses del panteón olímpico, las titánides,
divinidades femeninas, los Cíclopes, y los Hecatonquiros. Los Titanes fueron seis:
Océano, Ceo, Crío, Hiperión, Jápeto y Cronos, el menor. Las seis Titánides fueron, Tía,
Rea, Temis, Mnemósine, Febe y Tetis. Arges, Estéropes y Brontes, el rayo, el relámpago
y el trueno, son los llamados Cíclopes pues eran gigantes con un solo ojo redondo en
medio de la frente, κύκλος kýklos, significa círculo y ὄψ ops, ojo, vista. Esta
denominación sin duda tenía un carácter apotropaico, pues nombrarlos por su nombre
podía acarrear desgracias. Lo mismo sucede con la tercera de las estirpes surgidas de la
unión de Gea y Urano, los Hecatonquiros, tres gigantes de cien brazos ἑκατόν, hecatón
es cien χείρ cheir, quir, es mano, al decir de Hesíodo «enormes y violentos cuyo nombre
no debe pronunciarse» a pesar de lo cual inmediatamente el poeta nos proporcionó sus
nombres: «Coto, Briareo y Giges, monstruosos engendros».

Pero el cruel Urano impedía a sus hijos ver la luz obligándoles a vivir en las más
profundas entrañas de su madre la tierra, en el Tártaro. Pero Gea, que en palabras de
Hesíodo «estaba a punto de reventar», urdió un plan para librarse de tan pesada carga y
al tiempo liberar a sus hijos. Convenció a Cronos (al que luego los romanos
identificarían con Saturno) para que colaborara con ella en su plan: le entregó una hoz
de oro y cuando una noche Urano quiso yacer con Gea, Cronos lo castró. De las gotas
de sangre que brotaron de la herida y cayeron a tierra, surgieron los Gigantes, las
Erinias y las ninfas melias; de las gotas del semen que cayeron en el mar surgió Afrodita
Ἀφροδίτη, cuyo nombre derivaría de ἀφρός aphrós, la espuma del mar.

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Llegados a este punto es obligada la mención de la famosísima obra de Sandro Botticelli
expuesta en los Uffizi de Florencia, El nacimiento de Venus.

El nacimiento de Venus. Botticelli

En esta obra se representa el momento en que Afrodita llega a las costas de Chipre.
Hesíodo relata así los momentos posteriores a la castración de Urano «a su alrededor
surgía del miembro inmortal una blanca espuma y en medio de ella nació una doncella.
Primero navegó hacia la divina Citera y desde allí se dirigió después a Chipre, rodeada
de corrientes. Salió del mar la augusta y bella diosa y bajo sus delicados pies crecía la
hierba en torno. Afrodita la llaman los dioses y los hombres porque nació en medio de
la espuma». En el lienzo de Botticelli aparece a la izquierda el Céfiro, el viento del
oeste predominante en la primavera abrazando estrechamente a su esposa Cloris, la
ninfa de la brisa, empujando con su soplo a la diosa hacia las playas. El centro de la
composición lo ocupa Afrodita, en una típica actitud de Venus púdica, cubriéndose su
sexo con una mano y tapándose los pechos, mientras que en la parte derecha
observamos a una de las Horas, hijas de Zeus y Temis, probablemente como
representación de la primavera, que espera a la diosa para cubrir su desnudez con un
manto de flores. Muy probablemente el pintor florentino se inspiró en los poemas de
Angelo Poliziano. Poliziano en sus Stanze dedicó las octavas 99-102 a describir el
nacimiento de Afrodita.

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Desde la antigüedad el tema del nacimiento de Venus había sido ampliamente tratado en
las artes plásticas. Sabemos que Apeles pintó un nacimiento de Afrodita que conocemos
por la descripción que hace de él Plinio el Viejo en su Historia Natural «la Venus salida
del mar fue consagrada por el divino Augusto en el templo de su padre César. Esta
pintura, llamada Anadiomena, (del griego ἀναδυομένη, “que surge”) ha sido elogiada
en los versos griegos, vencida por el tiempo, pero glorificada. La parte inferior ha sido
dañada y no se ha podido encontrar a nadie capaz de restaurarla. En verdad, el propio
daño ha contribuido a la gloria del artista» (Historia Natural, XXXV, 91). En las ruinas
de Pompeya, se encontró un celebérrimo fresco representando una Venus Anadiomena.

Afrodita Anadiomena de Pompeya

Gea

Pero volvamos a Gea, de su nombre tenemos múltiplos derivados en nuestra lengua:


apogeo, el punto en que la luna se halla más alejada de la tierra y, a partir de ese
significado, el momento culminante de algo, y su opuesto perigeo, el momento en que
está más cerca de nuestro planeta; geocentrismo, teoría que concibe la tierra como el
centro del universo; geodesia, ciencia matemática que tiene por objeto determinar la
figura y magnitud de todo el globo terrestre o de una gran parte de él y construir los
mapas correspondientes dividiéndola para medirla (de δαίω, dividir) y de ahí geodesta,
como los personajes de la novela de Julio Verne, Aventuras de tres rusos y tres ingleses
en el África Austral, que forman parte de una expedición conjunta
entre Inglaterra y Rusia para medir el arco meridiano del desierto de Kalahari a fin de
definir internacionalmente el patrón del metro como unidad de medida; geografía, la
descripción de la tierra, de γράφω escribir; geología, estudio de la tierra, de λόγος,

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ciencia; geometría medición de la tierra de μετρόω medir, término que se corresponde
con el latino agrimensura; hipogeo, cuya traducción exacta es subterráneo de ὑπό,
debajo; geotropismo, la propiedad de ciertos organismos, como las raíces de las plantas,
de tomar determinada dirección por influencia de la gravedad de τρόπος, movimiento.
Incluso un nombre propio, Jorge, del griego Γεωργός, el que trabaja la tierra, de ἕργον
trabajo, y por supuesto Georgia on my mind, como cantaba Ray Charles, pero no solo la
americana, sino también la euroasiástica patria del padrecito Stalin.

Urano

De Urano, el cielo, además del nombre del planeta y del metal, de los que nos
ocuparemos cuando viajemos por nuestro sistema solar en otro capítulo y echemos una
mirada a la tabla periódica de los elementos en otro, tenemos uranología, el estudio del
cielo, y uranometría, estudio de la medida y posición de los astros en el cielo. En el
siglo XIX el astrónomo y jesuita italiano Pietro Secchi acuñó el término uranolito, de
λίθος piedra, para referirse a un meteorito, cuya caída el 31 de agosto de 1872 en
Orvinio, en la región del Lazio, aterrorizó a los habitantes de la zona.

Cíclopes
De aquellos Cíclopes que tenían un solo ojo en medio de la frente, tenemos el adjetivo
ciclópeo, que significa gigantesco, y más concretamente se aplica a construcciones con
enormes bloques de piedra que parecía que no podían haber sido movidos y colocados
por manos humanas y, en consecuencia, la tradición atribuía esta tarea a los gigantescos
cíclopes. Ya Estrabón en el
libro VIII de su Geografía
utiliza el adjetivo ciclópeo
«inmediatamente después de
Nauplia vienen las cuevas
llamadas ciclópeas y los
laberintos construidos en
ellas» y más adelante al
Micenas. Puerta de los Leones describir la región de Tirinto
dice: «Parece que Preto utilizó Tirinte como base de operaciones y que la hizo fortificar
por los Cíclopes; estos, según se dice, eran siete y recibian el calificativo de

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Gasterocheires porque se alimentaban con el trabajo de sus manos; se les habría hecho
venir de Licia. Y tal vez les deben su nombre las cuevas que hay junto a Nauplia y las
construcciones que se encuentran en ellas». (Geo. VII, 11) Sin duda alguna, se refiere a
las ruinas de la antigua Micenas, en época moderna redescubiertas por Heinrich
Schliemann en 1872.

En el ámbito de la literatura latina, Séneca en la tragedia Hercules Furens hace exclamar


al héroe enloquecido: «Aún me queda un combate más grande en Micenas hasta que
caigan derrumbada por mis manos todas sus piedras ciclópeas».
Como hemos señalado la denominación genérica Cíclopes, monstruos con un ojo
redondo, probablemente tenía carácter apotropaico, pues al igual que en el caso de los
hecatonquiros, pronunciar su nombre se consideraba de mal agüero, pese a lo cual
Hesíodo no tuvo reparo en transmitirnos sus nombres. Así sabemos que uno de los
cíclopes se llamaba Βρόντης, Brontes, el trueno, y de ahí deriva el nombre brontosaurio.
En 1879 el paleontólogo norteamericano Charles Marsh halló los fósiles de un
gigantesco dinosaurio al que denominó brontosaurio.
Titanes
Otra de las estirpes surgidas de la unión de Urano y Gea fue la de los Titanes, de donde
deriva el sustantivo titán, «persona de excepcional fuerza, que descuella en algún
aspecto», además de «grúa gigantesca para mover pesos gigantes». A partir de este
sustantivo se ha formado el adjetivo, titánico, con el sentido de gigantesco,
desmesurado. Además del metal titanio, el mayor de los satélites de Saturno lo
conocemos como Titán, si bien cuando fue descubierto en el siglo XVII simplemente se
le llamó Saturni Luna. Posteriormente se fueron descubriendo nuevas lunas de Saturno,
y ya en el siglo XIX el astrónomo John Herschell, para evitar referirse a ellas con
números, tuvo la idea de darles los nombres de los otros titantes hermanos de Saturno:
así la primera en ser descubierta y la más grande en el sistema solar (hoy en día
sabemos que tiene atmósfera y ríos, mares y lagos de metano, con un ciclo de lluvias
similar al del agua en la tierra) se la denominó con el genérico Titán, y las demás
recibieron los nombres de Jápeto, Hiperión, Tetis, Dione, Rea y Febe.
Como hemos visto, Urano no permitía que sus hijos vieran la luz y los tenía encerrados
en las profundidades de la tierra, en el horrible Tártaro. A menudo se relaciona con este
lugar el nombre del tártaro, el sarro que se forma en los toneles en que fermenta el
mosto, bitartrato de potasio, conocido desde la antigüedad y utilizado como fármaco.

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Sin embargo esta es una etimología incorrecta. De hecho en latín clásico el tártaro se
denominaba faex vini, hez del vino. El término tartarus solo aparecerá en la Edad
Media en latín tardío y probablemente deriva del árabe persa durdi, “hez”, latinizado en
tartarus.
También se ha relacionado con el Tártaro el nombre tártaros que se dio a los pueblos
mongoles, pues tales estragos causaron y tal horror infundieron que se les consideraba
diablos surgidos de los infiernos, pero de nuevo nos encontramos ante una etimología
popular. El gentilicio tártaro deriva del nombre tatar, con el que los denominaban los
turcos.
En cambio de Tártaro a partir del latín tardío tartarachus y este del griego ταρταροῦχος,
habitante del Tártaro, tenemos tortuga. El nombre de este reptil en griego clásico era
χελώνη, chelone, de donde quelonio, y en latín, testudo, pero al parecer los primeros
cristianos viendo a esto animales salir de entre el barro, consideraron que era una bestia
surgida de los infiernos por lo que la denominaron bestia tartarucha, y de ahí tartaruga
en italiano, tortuga en español, tortue en francés y de este al inglés turtle.

Cronos/Saturno
Fue la rebelión del menor de los titantes, Cronos, la que los liberó del Tártaro, cuando
castró a su padre Urano. Del nombre de Χρόνος, el tiempo, tenemos, anacronismo, de
ἀνά- aná-, hacia atrás, error de tiempo que se comete especialmente colocando una cosa
moderna en tiempo atrás; crónica, narración siguiendo un orden temporal; crónico, que
dura mucho tiempo; cronómetro, instrumento para medir el tiempo; isócrono, de ἴσος
igual, de igual duración; sincronismo, circunstancia de ocurrír, suceder o verificarse dos
o más cosas al mismo tiempo. El lingüista Ferdinand de Saussure, padre del
estructuralismo, concibió el estudio de la lengua en dos ejes, uno sincrónico, el estudio
del sistema en un momento dado, y otro diacrónico, de διά a través, que se corresponde
con una perspectiva histórica el estudio de la lengua a lo largo del tiempo.
Meción especial merece el término ucronía, el no-tiempo, de οὐ el adverbio de
negación, acuñado por el escritor y filosófo francés Charles Renouvier en su obra
Ucronía; utopía en la historia, con el interesante subtítulo Un ensayo histórico apócrifo
sobre el desarrollo de la civilización europea no como fue, sino como pudo haber sido.
En rigor el neologismo de Renouvier es un calco del que en el siglo XVI creó Santo
Tomás Moro en su obra De optimo reipublicae statu deque Nova insula Utopia, más
conocida simplemente como Utopía. En esta obra filosófica Tomás Moro describe una

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sociedad ideal, en la misma tradición de la República de Platón, que sitúa en un lugar
imaginario, una isla que se llama Utopía, el no-lugar, de τόπος lugar.
En esa historia de lo que pudo haber sido y no fue, Renouvier parte de la hipótesis de
que tras el reinado del emperador Marco Aurelio en lugar de sucederle su hijo Cómodo,
le sucede Avidio Casio, bajo cuyo reinado se produciría un benéfico resurgimiento de
las artes y de las ciencias y, simultáneamente, un retroceso de la expansión del
cristianismo. A partir de este supuesto, ni habría Edicto de Milán en tiempos de
Constantino, ni Cruzadas, ni enfrentamientos entre el Sacro Romano Imperio
Germánico y el papado, ni tantos otros acontecimientos que han forjado la historia de
Europa.
El título de la obra ha acabado dando nombre a un subgénero literario: las ucronías. El
hombre en el castillo de Philip K. Dick, publicado en 1962 es un ejemplo
paradigmático. La acción se sitúa en un mundo en el que las potencias del Eje han
vencido en la Segunda Guerra Mundial, la costa este de los Estados Unidos está
dominada por los nazis, mientras que la costa oeste ha caído bajo el dominio japonés. El
canciller del NSDAP, el partido nacional-socialista, Martin Bormann ha asumido el
poder en Alemania al haber quedado incapacitado Adolf Hitler por causa de la sífilis. Y,
rizando el rizo, algunos de los personajes de la novela, que forman parte de un
movimiento de resistencia, leen una novela La langosta se ha posado que es otra
ucronía dentro de la ucronía, pues relata una realidad paralela a la de los personajes de
la novela, en la que las potencias del eje han sido derrotadas.
En el ámbito de la literatura española contemporánea cabe recordar En el día de hoy de
Jesús Torbado, ganadora del Premio Planeta en 1976, una ucronía que plantea cómo
hubiera sido España si la República hubiese vencido en la guerra civil.
Decía Eugenio D’Ors que lo que no es plagio, es tradición, y para confirmarlo podemos
afirmar que si bien se debe al ingenio de Renouvier la invención del término ucronía, la
idea de plantear una historia alternativa, un qué hubiera pasado si..., es muy anterior.
Nada menos que el historiador Tito Livio, dedicó los capítulos 17, 18 y 19 del libro IX
de su monumental Ab urbe condita a especular qué hubiera sucedido si las falanges de
Alejandro Magno se hubieran enfrentado con las legiones romanas. «Desde el principio
de esta obra se puede ver que nada hay más lejos de mi intención que el desviarme más
de lo debido del orden de los acontecimientos y pretender, dando variedad a la obra,
algo así como digresiones amenas para los lectores y descanso para mi espíritu. Sin
embargo, al hacer mención de un rey y un general tan grande, me siento impulsado a

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exponerlas reflexiones que a menudo me han pasado por la mente de forma callada, de
suerte que se me permita conjeturar cuál hubiera sido la suerte de Roma si hubiera
tenido que hacer la guerra con Alejandro».(Ab urbe condita IX. 17. 1-2).
Y precisamente esa es la senda que tomó el escritor Javier Negrete en su novela
Alejandro y las águilas de Roma (2007) desarrollando la idea que hace 2000 años rondó
por la mientes de Tito Livio. En ella se parte de la hipótesis de que Alejandro no murió
en Babilonia, su esposa Roxana con la complicidad de Perdicas intenta envenenarlo,
pero un médico llamado Nestor le salva. A partir de ese momento, Alejandro que ya ha
conquistado el oriente, vuelve sus ojos hacia occidente, dirigiéndose contra la naciente
República de Roma, enfrentándose con un antepasado del mismísimo Julio César.
Y puesto que de Roma estamos hablando hora es ya de qué veamos cómo los latinos
acabaron por identificar al Cronos de los griegos con una divinidad itálica, Saturno. A él
debe su nombre el sexto planeta del sistema solar y el último día de la semana Saturni
dies, si bien sólo se ha conservado en inglés Saturday y en neerlandés zaterdag, pues en
los demás idiomas ha sido sustituido por el término hebreo sábado, por ejemplo sabato
(it) o samedi (fr) y Samstag (al.) y sâmbata (rumano) derivados estos últimos de
sambati dies, procedente de σάμβατο, adaptación al griego del sabbat hebreo.
Así mismo recibe el nombre de saturnio el más antiguo metro de la poesía épica latina,
en el que Livio Andrónico compuso su traducción de la Odisea al latín y Nevio su
poema épico Bellum Punicum. (En el siglo III a. de C. a partir sobre todo de los Annales
de Ennio fue sustituido por un metro de origen griego, el hexámetro dactílico, que desde
entonces se convirtió en uno de los rasgos formales característicos que definen el género
de la poesía épica).
También del nombre de Saturno derivan las Saturnalia, festividades vinculadas con el
fin del ciclo anual de la naturaleza y el solsticio de invierno, dedicadas a Saturno pues
se pensaba que el dios se había instalado en el Lacio en una época antiquísima trayendo
la opulencia y la felicidad a los hombres, la mítica Edad de oro. Durante las saturnales,
que comenzaban el 17 de diciembre según el calendario de Numa Pompilio, segundo
rey de Roma, se celebraban banquetes, estaba permitido el juego, los esclavos gozaban
de cierta libertad y se intercambiaban regalos (strennae, de donde nuestras estrenas
navideñas, o les étrennes en francés, regalos que se hacían a primeros de año), como se
ve en este poema de Marcial «se alegra con sus vestidos de fiesta el caballero y el
senador, señor de Roma; mientras a nuestro Júpiter sienta bien el birrete de liberto y el
esclavo nacido en casa agitando el cubilete de los dados no teme la presencia del edil...

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que cada uno dé los regalos que convenga a sus comensales» (Epigramas, XIV, 1). Eran
unos días de alegría, los mejores días del año al decir de Catulo que en un poema se
queja de que su amigo Aurelio le haya enviado un librito de malísimos poemas
«horrible y condenado librito ese que has enviado a tu Catulo para que se muriera de
una vez en las Saturnales, el mejor de los días» (XIV, 12-15) Pero también días de
desorden y cierto desenfreno. Séneca le escribe a Lucilio a propósito de estos días: «el
derecho al libertinaje ha sido otorgado oficialmente. Con los inmensos preparativos
todo se anima, como si mediara alguna diferencia entre las Saturnales y los días de
trabajo; pero hasta tal punto no existe diferencia, que me parece no haberse
equivocado quien dijo que Diciembre antes fue un mes, ahora es el año entero»
(Epístolas a Lucilio, I, XVIII) y Plinio el Joven escribiendo a su amigo Galo le habla de
los feliz que se siente aislado en su gabinete de trabajo en su villa Laurentina
«Especialmente durante las Saturnalia, cuando el resto de la casa está ruidosa por la
licencia de las fiestas y los gritos de festividad. De esta forma, no obstaculizo los
juegos de mi gente y ellos no me molestan en mis estudios”. (Cartas, II, 17).
El final de las Saturnales era motivo de tristeza como demuestra el siguiente poema de
Marcial en el que se queja de que Gala no le ha enviado ningún regalo con motivo de
estas festividades: «Ya vuelve triste el niño a la voz atronadora del maestro después de
abandonar sus juegos de las Saturnales. El jugador traicionado por el ruido aciago de
su cubilete y arrancado poco ha del garito implora sudoroso el perdón del edil. Se
acabaron las fiestas y, a pesar de ello no me has enviado, Gala, los pequeños
regalos...».
Tras la muerte del emperador Claudio y a instancias de Nerón, Séneca compuso un
poema ridiculizando al pobre Claudio, la Apocolocintosis, esto es, la metamorfosis de
Claudio en calabaza. Al describir el cortejo fúnebre de Claudio se nos dice que todo era
alegría y algarabía «el pueblo romano andaba como si hubiera recobrado la libertad»,
los únicos que se lamentan de la muerte del emperador son los abogados y picapleitos.
Uno de los ciudadanos que se alegra por la muerte de Claudio se dirige a ellos
espetándoles un dicho romano: «ya os decía yo que no siempre iban a ser Saturnalia»,
lo que demuestra que para el pueblo las Saturnalia eran los días más felices del año.
Como curiosidad y a fin de dejar patente hasta qué punto Séneca ridiculizó a Claudio,
inmediatamente después se nos dice que al ver el cortejo es cuando Claudio se enteró de
que ya estaba muerto.

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El final de las Saturnalia coincidía con la celebración del Sol Invicto el día 25 de
diciembre. A partir del solsticio de invierno, los días empiezan a ser más largos, durante
todo el otoño el sol ha ido debilitándose, pero a partir de ese momento empieza a
renacer porque no puede ser vencido.
Cuando a partir del siglo IV el Imperio Romano se cristianizó, el desenfreno y las
licencias de las Saturnalia resultaron escandalosos para los cristianos y la pagana
celebración del Sol Invicto aún más. La audaz solución que encontraron para acabar con
estas celebraciones fue cristianizarlas superponiendo sobre ellas la conmemoración del
nacimiento de Cristo la noche del 24 al 25 de diciembre, tal es el origen de la Navidad.
Una fecha absolutamente arbitraria pues ninguno de los evangelios la confirma, al
contrario, San Lucas, que es el que relata con mayor extensión el nacimiento del
Salvador, lo único que nos dice es «había en la misma comarca algunos pastores, que
dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche» (Lc, II, 8), de lo que se infiere
que Jesús no nació en invierno. Así pues la Navidad suplantó las Saturnalia, si bien el
ambiente festivo, las comidas y los regalos tan típicos de aquellas fechas no fueron
eliminados, sino todo lo contrario.
Finalmente la enfermedad que se produce como consecuencia del envenenamiento por
contacto con el plomo recibe el nombre de saturnismo. La vinculación del plomo con
Saturno tiene su origen en las prácticas de los alquimistas quienes consideraban el oro
como elemento del sol, la plata, la luna, el mercurio, por supuesto, con el planeta
Mercurio, el cobre con Venus, el hierro con Marte, el estaño con Júpiter y el plomo con
Saturno.
Si bien la enfermedad ya había sido descrita por Hipócrates, quién hablaba de dolor
cólico, falta de apetito, palidez, pérdida de peso, fatiga, irritabilidad y espasmos
nerviosos, sería el francés Louis Tanquerel des Planches quien relacionaría estos
síntomas con el envenenamiento por plomo en su tesis doctoral Ensayo sobre la
parálisis de plomo o saturnina (1834), y luego en sus obras La encefalopatía saturnina,
en 1838, y el Tratado de las enfermedades del plomo o saturninas, en 1839. Víctimas de
esta enfermedad han sido Sir Isaac Newton, como consecuencia de sus prácticas
alquímicas, muchos pintores como Caravaggio o Goya, cuya sordera algunos han
achacado a esta enfermedad, o Ludwig van Beethoven. Pero especialmente el
saturnismo se ha mencionado como una de las causas de la caída del Imperio Romano,
así lo hizo en 1965 el doctor Seabury C. Gilfillan en “Lead poisoning and the fall of
Rome” y “Roman Culture and Dysgenic Lead Poisoning”, debido a la costumbre de las

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clases altas consumir el vino en copas de plomo o guardado en recipientes de este metal
para obtener un sabor más dulce. Los romanos no consumían el vino puro (merum), ino
que solían mezclarlo con agua en proporciones y temperatura que dependían del tipo de
caldo y también le añadían defructum o sapa para endulzarlos. Estos productos se
obtenían por reducción del mosto hirviéndolo. Columela en su De re rustica recomienda
que las vasijas en que se haga la decocción sea de plomo y no de bronce: «Ipsa autem
vasa, quibus sapa aut defrutum coquitur, plumbea potius quam aenea esse debent» Las
porpias vasijas en las que se hace la decocción de sapa y defructum, deben ser de plomo
más que de bronce, (De re rustica, XII, 20, 1) porque de esta forma se obtenía un sabor
más dulce y agradable al paladar.

Afrodita/Venus
Afrodita, la diosa surgida de la espuma del mar cuando los testículos de Urano, castrado
por Cronos, cayeron al Mediterráneo recibe su nombre, según la etimología popular de
ἀφρός aphrós, espuma y de su nombre tenemos afrodisíaco, que estimula el deseo
sexual, afrodisia, exceso de apetito sexual y su contrario, anafrodisia, la falta de deseo.
Del nombre de esta diosa deriva también el del segundo mes del calendario romano de
Numa, Aprilis, abril, a través del etrusco Apru, adaptación del término griego, el latín
formó aprilis, por analogía con quintilis y sextilis (julio y agosto). Resulta curioso que
Varrón apuntara esta etimología en De Lingua Latina, (VI, 6) al recordar que el nombre
de este mes «ut Fulvius scribit et Iunius, a Venere, quod ea sit Aphrodite» (según escribe
Fulvio y también Iunio viene de Venus, que es Afrodita), para inmediatamente añadir:

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«cuius nomen ego antiquis litteris quod nusquam inveni, magis puto dictum, quod ver
omnia aperit» (como yo no he encontrado nunca nada de este nombre en los escrito
antiguos, pienso que debe ser más — de aperire abrir— porque la primavera lo abre
todo) y así la etimología popular relacionó el nombre de abril con abrir, cuando en
realidad era el mes dedicado a la diosa del amor, Venus, lo que no está nada mal
teniendo en cuenta que el mes anterior estaba dedicado a Marte, dios de la guerra.
Make love not war, como se reclamaba en el verano de las flores allá por el 67.
Y por supuesto de Afrodita, tenemos hermafrodita, que tiene los dos sexos y
hermafroditismo. Entre los múltiples amoríos de Afrodita destaca la relación que tuvo
con Hermes de la que nació un hijo, Hermafrodito, que como dice el poeta Ovidio en el
libro IV de las Metamorfosis «en su semblante se podía reconocer a su padre y a su
madre; también el nombre lo tomó de ellos». El muchacho, dotado de gran belleza, a los
quince años comenzó a recorrer el mundo y llegó a Caria en Asia Menor. Allí llegó a un
lago, cuya ninfa, Salmacis, al verlos desnudo para bañarse se enamoró perdidamente de
él «¡Entonces fue cuando gustó a Salmacis, que se encendió en el deseo de sus formas
desnudas!». La ninfa se lanzó al agua y se abrazó fuertemente a Hermafrodito que
intentaba rechazarla, entonces Salmacis gritó: «aunque luches, maldito, no por eso te
vas a escapar; hacedlo así, dioses, y que jamás llegue un día que separe a este de mí ni
a mí de este». Los dioses le concedieron el deseo y la ninfa y el joven quedaron
eternamente unidos formando un ser que tenía ambos sexos, un hermafrodita. Pero la
cosa no acabó ahí, Hermafrodito ya transformado se dirigió a sus progenitores:
«Otorgad a vuestro hijo un don, padre y madre míos... quien quiera que llegue varón a
este estanque salga de él medio varón» y desde entonces cualquiera que se acercase al
lago perdía su virilidad. «Entró hombre en el agua de Salmasis y salió de allí
hermafrodita; tiene una parte de su padre y la otra de su madre» reza un epigrama de
Marcial (Epigramas, XIV, 174)
El geógrafo Estrabón al describir la región de Halicarnaso dice: «allí está la tumba de
Mausolo, una de las siete maravillas, obra que mandó construir Artemisia para su
marido, y la fuente Salmacis, que tiene la mala fama, no sé por qué, de convertir a los
que beben de ella en afeminados». Para añadir cerrando con una conclusión moral: «Se
cree que el afeminamiento de los hombres lo provocan el tipo de aire y de agua, pero no
es esa la causa, sino la riqueza y el libertinaje en la forma de vida» (Geografía, XIV. 2.
16).

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Por lo que respecta a Venus, era una divinidad autóctona itálica, probablemente
relacionada con la fertilidad de los huertos y jardines y con la primavera, que ya en
época histórica fue asimilada a la Afrodita griega. Etimológicamente su nombre se
relaciona con una raíz indoeuropea *wen- que expresaba la idea de deseo, así en
sánscrito vanati, él desea. Se supone que venus, -eris era un sustantivo neutro similar a
opus, -eris que al convertirse en nombre propio para personificar una divinidad pasó al
género femenino. La diosa ha dado nombre al segundo planeta del sistema solar, Venus,
y al penúltimo día de la semana, viernes, vendredi, venerdi, divendres, todos ellos
derivados de Veneris dies, día de Venus, como veremos más adelante en el capítulo
dedicado al sistema solar y los días de la semana. Pero además de Venus tenemos el
verbo venerar, veneración, venerable y demás derivados. Y, por supuesto, las
enfermedades de transmisión sexual son enfermedades venéreas.
También de esta raíz deriva venia, indulgencia, y el adjetivo venial. En el 295 a. de C,
en plena guerra contra los samnitas, a instancias del consul Quinto Fabio Gurges se le
dedicó un templo cerca del Aventino bajo la advocación de Venus obsequens, Venus la
indulgente, la benévola. Por cierto, el templo fue financiado con las multas que tuvieron
que pagar las matronas romanas sorprendidas en adulterio.
Y para terminar de la misma raíz de Venus, se formó el verbo latino venari, cazar, de
donde aquello que se caza es un venado, y el arma con la que cazas es un venablo.

LA REBELIÓN DE LOS OLÍMPICOS

De tal palo tal astilla, si Urano no fue lo que hoy definiríamos como un buen padre, su
hijo Cronos no le fue a la zaga. Derrocado Urano, Cronos liberó a sus hermanos los
Titanes y se unió a su hermana, la titánida Rea. Sin embargo, mantuvo a los
Hecatónquiros y a los Cíclopes encerrados en el Tártaro. De su unión con Rea nacieron
Hestia, Démeter, Hera, Poseidón, Hades y, finalmente, Zeus. Mas sea porque cree el
ladrón que todos son de su condición, sea porque fue advertido por Gea y Urano de lo
que le podía ocurrir, Cronos para evitar un destino similar al de su padre Urano
devoraba a sus hijos «según iban viniendo a sus rodillas desde el sagrado vientre de su
madre, conduciéndose así para que ningún otro de los ilustres descendientes de Urano
tuviese dignidad real entre los inmortales» (Teogonía, 460). (En el Museo del Prado se
pueden contemplar dos lienzos sobre este mito. El primero cronológicamente, el

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Saturno de Rubens, y el segundo el celebérrimo Saturno devorando a sus hijos de
Francisco de Goya).

Y del mismo modo que Gea no pudo tolerar


la situación a la que la sevicia de Urano
sometía a sus hijos, así también Rea no
estaba dispuesta a consentir que su prole
fuera devorada por el cruel Saturno, de
manera que se dirigió a sus progenitores,
Gea y Urano, para que le aconsejaran cómo
urdir un plan. Cuando nació el menor de sus
hijos, Zeus, le entregó a Saturno una roca
envuelta en pañales que el titán devoró sin
apercibirse del engaño y al retoño lo
escondió en la isla de Creta, dejándolo al
cuidado de la cabra Amaltea, si bien otras
versiones del mito sostienen que Amaltea
en realidad era una náyade que crió al bebé
Zeus con la leche de una cabra. Sea Amaltea una
ninfa, sea el nombre del animal, lo cierto
es que la presencia de este mítico animal ha
dejado huella en nuestro lenguaje.

Según una versión del mito, el pequeño Zeus jugando rompió uno de los cuernos de la
cabra y para compensarla le prometió que el cuerno se llenaría de cuantos frutos y
riquezas ella deseara. En otra versión se cuenta que Heracles combatió con el dios-río
Aqueloo, que tenía el poder de metamorfosearse en el ser que quisiera. Siguiendo el
relato de Apolodoro «Heracles, habiendo llegado a Calidón, pretendió a Deyanira, hija
de Eneo, y por conseguirla luchó contra Aqueloo metamorfoseado en toro, y le quebró
uno de los cuernos» (Biblioteca, II, 3,5), Aqueloo entonces se dio por vencido y para
recuperar su cuerno roto le entregó el cuerno de la fortuna de Amaltea, la cornucopia,
vaso en forma de cuerno que representa la abundancia. Esta cornucopia unida a los
rayos de Zeus es la que aparece en el escudo de la Valentia romana y en muchos de los
escudos de las repúblicas sudamericanas como Venezuela, Perú, Colombia, Honduras,
Panamá. En el paseo de la Petxina a la altura del complejo polideportivo se puede

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observar en el pretil del río un monumento dedicado a la diosa Isis con dos lápidas de
época romana sobre las que se colocó con posterioridad el escudo la Valentia Romana.

Escudo de la Valentia romana

Ni flechas, ni lanzas podían atravesar la piel de la cabra Amaltea, por eso cuando esta
murió Zeus se hizo un escudo con su piel, escudo que también portará su hija Atenea,
puesto que este escudo estaba hecho de piel de cabra, αἴξ, αἰγός, aigós, en griego,
recibió el nombre de Égida, de ahí el significado de protección, defensa que tiene como
nombre común.
Cuando Zeus llegó a la edad viril se dispuso a rebelarse contra su padre Cronos. Primero
acudió a Metis, la prudencia, quién le proporcionó una droga que una vez administrada
a Cronos le hizo vomitar a sus hijos. «Cuando Zeus se hizo adulto, pidió, ayuda a
Metis, hija de Océano, la cual con un bebedizo obligó a Crono a vomitar primero la
piedra y luego los hijos que había devorado» (Teogonía, 2). Luego liberó a los Cíclopes
y a los Hecatónquiros, que habían sido encerrados en el Tártaro por Cronos. Los
Cíclopes le regalaron a Zeus el rayo, que a partir de ese momento se convertirá en el
símbolo de su poder (veremos como el jueves, día de Júpiter, en inglés Thursday, el
holandés donderdag y el alemán Donnerstag deben su nombre a este rayo). Con la
ayuda de estos dioses y de sus hermanos liberados de las entrañas de Cronos, Zeus
desde la cima del monte Olimpo, donde se estableció, dirigió una guerra contra Cronos

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y los titanes que se conoce como la Titanomaquia y que, al igual que la guerra de Troya,
también duró diez años.
La victoria de Zeus y sus hermanos trajo consigo un nuevo orden universal, el de los
dioses olímpicos. Los tres dioses varones se repartieron tres areas de influencia, Zeus,
padre de mortales e inmortales, desde el Olimpo gobierna la tierra y los cielos. Su
hermano Poseidón, lo mares y finalmente, Hades, el inframundo. El panteón de los
Olímpicos se completa con sus hermanas Hestia, Démeter y Hera, a la que hizo su
esposa y de la que engendró a Ares y Hefesto; de Latona, engendró a los gemelos Apolo
y Artemis y de la ninfa Maya a Hermes. Afrodita, de una generación anterior, fue
admitida entre los olímpicos pues no había sido beligerante en la Titanomaquia. En
cuanto a Atenea nació de Zeus. Según Hesíodo «Zeus, sin que le viera Hera de
hermosas mejillas, se acostó junto a una hija de Océano y de Tetis de hermosa
cabellera, tras engañar a Metis a pesar de ser muy sabia. La cogió el dios con sus
manos y la colocó en el interior de su estómago, temeroso de que le fuera a dar a luz
otro hijo más fuerte que el rayo. Por eso el Crónida de elevado trono, que habita en el
éter, la engulló de un trago» (Teogonía, 10) El engaño al que se refiere Hesíodo
recuerda al cuento del Gato con botas enfrentándose con el ogro al que convenció de
que demostrara su poder tomando la forma de un ratón, el vanidoso ogro le hizo caso y
el astuto gato lo devoró. Al parecer, Metis tenía también la capacidad de
metamorfosearse y Zeus la convenció para que se convirtiera en una gota de agua y se la
tragó. Apolodoro en su Biblioteca nos da este relato del nacimiento de Atenea: «Zeus se
une a Metis, quien había adoptado diversas formas para zafarse, y al dejarla encinta se
apresura a devorarla, pues Gea había predicho que después, de la hija que llevaba en
su vientre, nacería un hijo destinado a ser dueño del cielo: por miedo a esto se la tragó.
Cuando llegó el momento del parto, Prometeo, o según otros Hefesto, con un hacha le
abrió la cabeza a Zeus y de ella saltó Atenea ya armada» (Apolodoro, I, 3, 5).
El panteón de los Olímpicos se completa con un dios de procedencia oriental, Dionisos,
el Baco de los romanos, hijo de Zeus y de Sémele.
Mas derrotados los Titanes, la supremacía de Zeus todavía no estaba asegurada. El
primer envite al que los olímpicos tuvieron que enfrentarse fue la Gigantomaquia.
Como hemos visto cuando Cronos castró a Urano de la simiente de este con la espuma
del mar nació Afrodita, pero de las gotas de sangre que cayeron sobre la tierra nació una
raza de seres monstruosos: los gigantes. Estos seres, aunque sean de origen divino, son
mortales pero para darles muerte es necesaria la intervención de un dios y de un

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hombre. Por eso cuando los gigantes declararon la guerra a los olímpicos y
amontonando montañas pretendieron alcanzar el Olimpo para desalojar de allí a los
dioses, fue necesaria la colaboración de un héroe mortal: Heracles, al que los latinos
llamaron Hércules. Así por ejemplo, Porfirión, que capitaneaba a los gigantes, quiso
atacar a Zeus y a Hera. Zeus le inspiró un deseo lascivo por su esposa y mientras el
gigante trataba de violarla Zeus le alcanzó con sus rayos y Heracles le remató con una
flecha. Atenea con la ayuda de Heracles mató a Alcioneo. Este gigante no podía morir
mientras estuviese en contacto con la tierra que le vio nacer. Atenea informó de ello a
Heracles, el cual, fingiendo huir, hizo que Alcioneo le persiguiera lejos de su tierra y
cuando salió de ella, lo mató de un flechazo. No obstante en el friso del Altar de
Pérgamo es la propia Atenea quien estirándole por los pelos, lo arranca del seno de su
madre la tierra para poder darle muerte. Las hijas de Alcioneo, tras la muerte de su
padre desesperadas se arrojaron al mar y fueron transformadas en los alciones, el martín
pescador.
La lucha de los olímpicos contra los gigantes fue interpretada desde antiguo como el
enfrentamiento entre el orden representado por los olímpicos y el caos que encarnaban
los gigantes. Con posterioridad la victoria de los olímpicos se reinterpretó como la
supremacía del orden griego frente a la brutalidad de los bárbaros. En su origen
bárbaro es una onomatopeya, bar-bar (similar a nuestro blablabla), alguien al que no se
le entiende cuando habla, esto es, ajeno al mundo griego, un extranjero y, desde el punto
de vista griego, alguien no civilizado. Con posterioridad los romanos también se
refirieron con este término a quienes vivían fuera del imperio, por tanto fuera del mundo
civilizado, de ahí el sentido peyorativo de tosco, inculto y fiero y cruel que hoy tiene el
adjetivo. Y fue precisamente esta reinterpretación del mito de la gigantomaquia, la
victoria de la civilización griega frente a la barbarie, lo que llevó a Eumenes II, rey de
Pérgamo, en el siglo II antes de Cristo a escoger este tema como decoración del famoso
Altar de Pérgamo que hoy se puede contemplar en el Pergammuseum de Berlín.
Durante mucho tiempo los estudiosos consideraron que la erección de este edificio
sirvió para conmemorar la victoria de Eumenes sobre los gálatas de Ortiagón, aunque en
la actualidad se discute este extremo y los arqueólogos se inclinan por pensar que no
conmemora ninguna victoria en concreto.

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Altar de Pergamo. Berlín

Eúmenes II fue un gran impulsor de la erudición y la cultura, llegando a crear una


biblioteca que compitió en fama con la de Alejandría. En la antigüedad los libros se
escribían sobre papiro, un soporte para escritura que se obtenía de una planta acuática
del Nilo. La rivalidad entre la biblioteca de Pérgamo y la de Alejandría fue tal que
Ptolomeo VI prohibió la exportación de papiros a Pérgamo, por lo que los bibliotecarios
de allí se vieron obligados a buscar otro soporte escriturario, con pieles de animales
especialmente tratadas para tal fin y que por haber sido inventadas allí se llaman
pergaminos.
La intervención del héroe Heracles a favor de los olímpicos le valió su inmortalidad, lo
que le equipara a los dioses, pues en palabras de Hesíodo: «¡Dichoso él, que después de
relalizar una gran hazaña, entre los inmortales vive sin dolor y exento de vejez por
todos los siglos» (Teogonía, 950). Por cierto, no es baladí que Hesíodo mencione que
además de la inmortalidad al héroe se le concedió estar exento de envejecer, porque la
diosa Eos, la aurora, enamorada del mortal Titón, le pidió a Zeus que le concediera la
inmortalidad a sus amado, pero como olvidó pedir la eterna juventud también, el pobre
Titón envejecía y se debilitaba hasta que finalmente Eos lo transformó en cigarra.
Heracles era hijo de Zeus y de la mortal Alcmena, esposa de Anfitrión de la estirpe de
los perseidas. Zeus quería poseerla pero conocedor de su virtud se valió de la siguiente
estratagema: habiendo partido Anfitrión para la guerra, Zeus tomó el aspecto de
Anfitrión y yació con ella, dejándola en cinta de Heracles. Este episodio sería el tema de
la comedia de enredo Anfitrión de Tito Macio Plauto. En esta comedia la confusión se
lleva al extremo pues no solo Zeus y el verdadero Anfitrión causan equívocos, sino que
el dios Hermes, Mercurio para los romanos, toma la forma de Sosias, el fiel criado de
Anfitrión provocando una doble confusión. Por este motivo en castellano sosia,
significa persona que tiene parecido con otra hasta el punto de ser confundido con ella.

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En el siglo XVII el comediógrafo francés Molière retomó el asunto para su pieza
Anfitrión, que, dicho sea de paso, causó gran escándalo en su época al considerarse que
el personaje del lascivo Júpiter era un trasunto de Luis XIV, el Rey Sol, cuya vida
licenciosa se criticaba. En la escena V del tercer acto se celebra un banquete pero Sosia,
confundido, no sabe si quien da el banquete es su verdadero amo, o es Júpiter
metamorfoseado. Ante la duda el criado exclama «le veritable Amphitryon est
l’Amphitryon que l’on dîne» (el verdadero Anfitrión es el Anfitrión que invita a cenar).
A partir de ahí amphitryon en francés paso a significar la persona que recibe invitados
en su casa y en 1869 la Real Academia aceptó el galicismo anfitrión en ese mismo
sentido.
Aunque Heracles se ganara su inmortalidad por su intervención en ayuda de los
olímpicos durante la gigantomaquia, al parecer, desde su nacimiento su padre Zeus
deseaba que fuera admitido entre los inmortales, pero para ello, era necesario que fuera
amamantado por Hera. Puesto que la diosa no estaba dispuesta a criar a un hijo
extramatrimonial de su esposo, Zeus pidió a Hermes que cuando Hera estuviera
dormida aplicara el niño a su pecho para que mamara la divina leche. Así lo cuenta
Eratóstenes en su Catasterismos, una obra en la que describe el firmamente contando las
transformaciones de personajes mitológicos en constelaciones «Los hijos de Zeus no
tenían derecho a participar del honor del cielo a no ser que mamasen del pecho de la
diosa Hera; dicen que por eso Hermes tomó a Hércules recién nacido y lo aplicó al
pecho de Hera. Y Hércules mamó del pecho». Sin embargo el niño mamaba con mucha
fuerza lo que despertó a Hera de su sueño e inmediatamente apartó al bebé de su pecho.
Continúa Eratóstenes: «pero al darse cuenta Hera, lo apartó bruscamente, y el chorro
de leche que siguió fluyendo en abundancia formó la Vía Láctea» (Pseudo Eratóstenes,
Catasterismos, 44). Así pues el origen de la Vía Láctea, nuestro Camino de Santiago,
es la leche derramada del pecho de Hera cuando apartó al bebé Heracles. Por cierto,
leche en griego se dice γάλα, γάλακτος de dónde tenemos galaxia, que el diccionario
define como «conjunto enorme de estrellas, polvo interestelar, gases y partículas, que
constituyen un sistema autónomo dentro del universo», si bien la galaxia por
antonomasia es la Vía Láctea pues en su obra Eratóstenes la llamó a γαλαξίας κύκλος.

27
La Vía Láctea, Rubens. Museo del Prado

Finalmente del nombre latino del héroe, Hércules, tenemos los adjetivos hercúleo y
herculino, además del nombre común hércules que se aplica a un individuo de una
fuerza extraordinaria.
Más la victoria frente a los gigantes no fue la última batalla que tuvieron que librar los
dioses olímpicos para establecer su orden cósmico. No se sabe por qué motivo, Gea
engendró con el Tártaro a la más monstruosa de las divinidades, Tifón o Tifeo, que
intentó vengar a los titanes y usurpar el trono de Zeus. Es este uno de los más terribles
monstruos de la mitología. Apolodoro lo describe en estos términos: «con forma
humana hasta los muslos y descomunal tamaño que sobrepasaba todos los montes, su
cabeza, a veces, tocaba las estrellas; en cuanto a sus manos, una alcanzaba el
occidente y la otra el oriente; de ellas salían cien cabezas de dragones. De los muslos,
enormes anillos de víboras que, al proyectarse, llegaban hasta la cabeza emitiendo un
fuerte silbido; su cuerpo estaba todo cubierto de alas; desde la cabeza y el mentón
sucios cabellos ondeaban; lanzaba fuego con los ojos» (Biblioteca I, 6, 3). Tan terrible
era que aterrorizó a los olímpicos, excepto a Zeus y Atenea que le hicieron frente, que
huyeron a Egipto y tomaron forma de animales para esconderse de las iras de Tifeo.

28
Combate de Zeus y Tifón

Del nombre de este ser monstruoso tenemos el sustantivo tifón que el diccionario en su
primera acepción define como «huracán en el mar de la China» y luego como «manga,
columna de agua que se eleva desde el mar». En efecto, las primeras referencias que
tenemos de tifones son en relatos sobre las expediciones al mar de China, como la del
mercader veneciano del siglo XVI, Cesare Federici. La palabra la tomaron de un
término árabe tufan que a su vez derivaba del nombre griego del monstruo Τυφών. La
terrible lucha finalizó con Zeus lanzando su rayos contra el monstruo quien, según el
relato de Apolodoro, «cuando intentaba huir a través del mar Sículo, Zeus le echó
encima el monte Etna, en Sicilia, que es enorme; se cree que aún hoy exhala fuego a
causa de los rayos entonces arrojados». Así pues las erupciones del Etna tendrían esa
explicación. Por eso nuestro Góngora al hablar de la isla de Sicilia en donde habita el
cíclope Polifemo escribirá:
Donde espumoso el mar siciliano
el pie argenta de plata al Lilibeo
bóveda o de las fraguas de Vulcano
o tumba de los huesos de Tifeo
(Fábula de Polifemo y Galatea, IV)
UN PASEO POR EL SISTEMA SOLAR

Traspasa el aire todo


hasta llegar a la más alta esfera
y oye allí otro modo
de no perecedera

29
música, que es la fuente y la primera
(Fray Luis de León, Oda a Salinas)
¿A qué se refería Fray Luis de León en la oda que dedicó al músico ciego Francisco de
Salinas al hablar de que su música traspasaba el aire todo hasta llegar a la más alta
esfera? Esta imagen sólo se comprende si se conoce cuál era la concepción que los
antiguos tenían del universo.
La vida del hombre viene marcada por los ciclos de los astros. Sin duda la sucesión del
día y la noche, el sol y la luna, fue uno de los primeros fenómenos que llamaron la
atención de nuestros antepasados. Durante el día la luz solar eclipsa al resto de los
astros, pero al caer la noche presidida por la luna, a menos que se encuentre en la fase
de luna nueva, el universo estrellado que tanto impresionaba a Immanuel Kant se
revelaba ante el hombre. Durante la noche toda la bóveda celeste giraba y las estrellas
mantenían su posición relativa formando constelaciones como veremos al analizar la
obra de Eratóstenes, Catasterismos. Sin embargo había una serie de objetos celestes,
cinco en concreto, que presentaban un movimiento aparentemente errático por lo que
fueron denominados planetas, del griego πλανήτης, errante «las cinco estrellas que
llamamos planetas poseen movimiento propio. Se dice que pertenecen a cinco dioses: el
primero el Fenonte (el brillante) es de gran tamaño y pertenece a Zeus. El segundo de
menor tamaño se llama Faetonte, y se denomina así por ser hijo de Helios (se refiere a
Saturno). El tercero pertenece a Ares y se denomina Piroente, no es de gran tamaño y
su color es similar al del Águila. El cuarto se llama Fósforo y pertenece a Afrodita, es
de color blanco, lo llaman tanto Fósforo como Héspero (Venus es tanto el lucero
matutino como el vespertino). El quinto pertenece a Hermes, se denomina Estilbonte y
es muy brillante y de gran tamaño» escribe Eratóstenes (Catasterismos, 43). Estos cinco
objetos, junto con el sol y la luna, van a tener una importancia capital en la concepción
del universo en la antigüedad, así como en la medida del tiempo, pues cuando por
influencia del mundo hebraico se vaya introduciendo la semana en el imperio romano
cada uno de los días estará dedicado a uno de estos siete astros.
Con la excepción de Aristarco de Samos, astrónomo y matemático que en el siglo III a.
de C., adelantándose a Nicolás Copérnico, propuso que la tierra junto con los demás
errantes giraba en torno del sol, la concepción dominante en la antigüedad era la
geocéntrica. El universo se concebía como una serie de esferas concéntricas que
rodeaban la tierra que estaba en el centro.

30
En la esfera más próxima a la tierra se encontraba la Luna, por encima de ella Mercurio,
Venus, el sol, Marte, Júpiter y la más alejada, Saturno. Y por detrás una última esfera
con el firmamento estrellado. Así lo describe Plinio el Viejo en el libro II de la Historia
Natural «Así, pues, desde el centro de la tierra los ápsides más elevados son: para
Saturno en Escorpio, para Júpiter en Virgo, para Marte en Leo, para el sol en Géminis,
para Venus en Sagitario, para Mercurio en Capricornio, para la luna centauro (en las
zonas centrales de todos ellos), y, a la inversa, hacia el centro de la tierra están los más
bajos y los más próximos» (Historia Natural, II, 20). Plinio utiliza el término griego
ápsides, para referirse a las órbitas de los planetas. De esta ordenación de los cielos
surgirá la expresión “estar en el séptimo cielo”, el más cercano a la esfera superior en la
que está Dios.
Dante en su Divina Comedia también organizó su paraíso según este esquema, después
del séptimo cielo, la esfera de Saturno, se encuentra el universo estrellado y tras él, el
primer móvil, el paraíso de la Gloria de Dios.
El matemático Pitágoras imaginó que estas esferas concéntricas que forman el universo
están dispuestas según proporciones que corresponden a intervalos musicales: es la

31
armonía de las esferas a la que se aludía en los versos de Fray Luis citados al comienzo
de este capítulo.
Los días de la semana
Nada tiene de extraño que estos siete objetos celestes, el sol, la luna, y los cinco
planetas, fueran divinizados en diferentes culturas y la importancia de estos queda
manifiesta en la capital influencia que tuvieron en nuestra manera de contar el tiempo.
Se atribuye la invención de la semana a los babilonios. Fueron sus astrónomos los
primeros que identificaron y estudiaron las órbitas de los planetas. Por otra parte, en una
civilización que regía su calendario por las fases lunares, la división del ciclo lunar, 28 ó
29 días, en semanas de 7 días era una aproximación bastante coherente.
No obstante, la semana tal y como la conocemos, tiene su origen en la tradición
hebraica. El libro del Génesis relata la creación del mundo en 6 días y «dio por
concluida Dios en el séptimo día la obra que había hecho y cesó en el día séptimo de
toda la labor que hiciera. Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó; porque en él cesó
Dios de toda la obra creadora que Dios había hecho» (Gen. 2, 1), por ello el pueblo
judío organiza su tiempo en períodos de siete días, de los cuales el séptimo, sabbat,
origen de nuestro sábado, es el dedicado al descanso. Los otros seis simplemente se
numeran, pues en una religión monoteísta no tiene sentido dedicar días a falsos dioses.
Para muchos estudiosos el pueblo hebreo aprendió a utilizar la semana como forma de
contar el tiempo durante los años del exilio en Babilonia. Si bien algunos autores
argumentan que la tradición del descanso sabatino es anterior, por lo que habría que
concluir que ambas civilizaciones, babilonia y judía, habrían inventado de forma
independiente la semana.
Lo que sí es cierto es que a través del mundo helenístico esa tradición hebrea penetró en
el mundo romano y, básicamente, los nombres de los días de la semana en muchas de
las lenguas actuales derivan de los nombres latinos de los dioses a quienes los romanos
dedicaron cada uno de los días.
En cualquier caso podemos establecer para la semana en Occidente una fecha de
nacimiento: el 7 de marzo del año 321, fecha en la que se emitió un decreto de
Constantino, recogido en el Codex Iustinianus en el que se establecía:
« Descansen todos los jueces, la plebe de las ciudades, y los oficios de todas las artes el
venerable día del sol. Pero trabajen libre y lícitamente en las faenas agrícolas los
establecidos en los campos, pues acontece con frecuencia, que en ningún otro día se
echa el grano a los surcos y se plantan vides en los hoyos más convenientemente, a fin

32
de que con ocasión del momento no se pierda el beneficio concedido por la celestial
providencia.
Dado el séptimo día de marzo, siendo cónsules Crispo y Constantino cada uno de ellos
por segunda vez». (Codex Iustinianus, 3, 12, 2)
Sin embargo este decreto oficializa un uso que ya venía de mucho antes. Así en la
llamada Casa del Planetario de Itálica del siglo II de nuestra era se puede contemplar un
célebre mosaico en el que se representan las siete divinidades que dan nombre a los días
de la semana.
Por otra parte tenemos el testimonio del historiador Dión Casio (siglos II-III de nuestra
era. Cuando en el libro XXXVII de su Historia Romana se ocupa de la conquista de
Palestina por parte de Pompeyo, comenta la cultura y costumbres del pueblo judío y, a
propósito de ello, nos aporta interesantes datos sobre el uso de la semana. «La
costumbre —escribe Dión Casio— de determinar el orden de los días según los siete
astros que se llaman planetas viene de los egipcios; existe entre otros pueblos, pero,
según mis conjeturas, no se remonta a una época antigua. Los griegos, por lo que yo
sé, no la conocían, pero como hoy en día ha sido adoptada en todos los países y por los
propios romanos como una costumbre nacional, quiero explicar en pocas palabras,
cómo y según qué reglas, ha sido establecida». (Historia Romana, XXXVII, 18).

33
Mosaico del Planetario. Itálica

Independientemente de que Dión atribuya a los egipcios la invención de la semana,


aunque reconoce que esa costumbre existía en otros pueblos, es que su reflexión surge a
la hora de hablar de la cultura judía, pero sobre todo por su afirmación de que en su
tiempo esa forma de contar el tiempo ha sido adoptada en todos los países y también en
el Imperio Romano. Así pues, un siglo antes del decreto de Constantino, la semana era
ya una realidad cotidiana en la forma de contar el tiempo de los antiguos romanos.
Analicemos ahora el nombre de los días.
Con su decisión de declarar festivo lo que sería nuestro domingo Constantino mataba
dos pájaros de un tiro. Por un lado, satisfacía a la pujante comunidad cristiana que desde
hacía tiempo se reunía ese día para conmemorar la resurrección del Salvador; pero
observemos que en el decreto se refiere a ese día como Solis dies, día del sol,
denominación que se ha conservado en inglés, Sunday, en alemán, Sonntag, o el
holandés zondag. Con esta denominación satisfacía a la importante comunidad Mitraísta
que adoraba a Mitra bajo la advocación de sol invicto, culto mistérico que gozaba de
gran predicamento sobre todo entre los miembros del ejército. Además el culto a Mitra
incluía unos ritos de iniciación en siete grados que se correspondían con los siete dioses
a los que se dedicaban los días de la semana. Por el testimonio de San Jerónimo
(Epistula 107 ad Laetam) conocemos estos grados. El primero era Corax, el cuervo, que
se correspondía con Mercurio; el segundo Cryphius (oculto) o Nymphus (el desposado)
se corresponde con Venus; Miles, el soldado, Marte; Leo, Júpiter; Perses, la luna;
Heliodromus, el mensajero solar, el sol y el séptimo, Pater, que se corresponde con
Saturno en la más alejada de las esferas celestiales.
Del nombre de este dios de origen persa tenemos la palabra mitra que designa la toca
de los obispos y por metonimia el propio cargo. En rigor la palabra mitra en latín es un
préstamo del griego μίτρα que designaba una suerte de turbante para la cabeza y que a
su vez era una palabra que se había tomado del indo-iranio: en sánscrito mitra
significaba originalmente amistad y en persa miθra- contrato, amigo, que se personificó
en el dios Mitra1. En la traducción al latín de la biblia vulgata San Jerónimo utilizó mitra
para traducir el término hebreo micnepheth, el tocado de los sacerdotes judíos y de ahí
pasó a designar el de los obispos cristianos. Aunque está etimología no está
unánimemente aceptada.2

1
Chantraine. Dictionnaire étymologique de la langue grecque

34
Mitra el Sol invicto. Museos Vaticanos

De Mitra deriva también el nombre propio, Mitrídates, probablemente, regalo de Mitra.


Mitrídates VI rey del Ponto, fue uno de los mayores enemigos del pueblo romano, al
que puso en jaque en tres ocasiones. La primera de ellas supuso uno de los mayores
crímenes de la historia. En el año 88 a. de C. Mitrídates fue capaz de coordinar un
asesinato masivo de ciudadanos romanos en toda Asia Menor en el que fueron
masacrados más de 80.000 romanos según algunas fuentes.
De Mitrídates se cuenta que temiendo ser envenenado se administraba a sí mismo
venenos en cantidades inocuas para conseguir inmunizarse contra ellos, de ahí que en
español se conozca como mitridatismo «resistencia a los efectos de un veneno,
adquirida mediante la administración prolongada y progresiva del mismo, empezando
por dosis inofensivas». Así mismo se le atribuye la invención de un antídoto universal
compuesto por diversas clases de venenos que se conoció como mitridato, «electuario
compuesto por gran número de ingredientes que se usó como remedio contra la peste,
las fiebres malignas y las mordeduras de los animales venenosos». Dión Casio (Historia
Romana XXXVII, 13) cuenta que cuando fue finalmente derrotado por las trompas de
Pompeyo, después de acabar con la vida de sus esposas y a sus hijos envenenándose,
trato de suicidarse por este medio, pero el veneno no surgió efecto. Entonces recurrió a

2
Alberto Cantera. Sobre el pretendido origen indo-iranio del griego “mítra”. Minerva, Revista de
Filología, nº13, 1999. Salamanca

35
la espada, pero siendo ya anciano no tuvo fuerzas y, finalmente, murió a manos de sus
propios oficiales.
Otra de sus habilidades era el plurilingüismo, según Plinio el Viejo (Historia Natural,
VII, 24) «Mitrídates, que fue rey de veintidós naciones, administró sus leyes en todos
sus idiomas, y podía hablar cada uno de ellos sin emplear intérprete». De ahí viene que
los catálogos en que se recogían, por ejemplo, traducciones del Pater Noster a las
diversas lenguas que se iban conociendo en el Nuevo Mundo se llamaran Mitrídates,
como la obra de Conrado Gesner de 1555 Mithridates, de differentiis linguarum o la de
Christoph Adelung Mithridates, catálogo de todas las lenguas con el Padre Nuestro en
500 lenguas publicado en 1806.

Pero volviendo al Solis dies las comunidades cristianas comenzaron a referirse a este día
como Domenica dies, el día del Señor, de donde nuestro domingo, diumenge,
dimanche, domenica, etc... Como veremos más adelante al analizar los sermones de San
Césareo de Arlés, desde el cristianismo se combatió fuertemente la denominación de los
días de la semana con nombre páganos, aunque, excepto para el sábado o el domingo,
en la mayoría de idiomas se han conservado las referencias a ellos.
El Lunae dies, día de la luna, se ha conservado en nuestro lunes, dilluns, lundi, lunedi, e
incluso en las lenguas germánicas, Monday, Montag, mondag, son traducciones de día
de la luna. En el mosaico de Itálica la luna aparece identificada con la diosa Selene, hija
de los titanes Hiperión y Tea según Hesíodo: «Tea dio luz al alto Helios, la brillante
Selene y Eos que alumbra a todos los seres de la tierra y los inmortales dioses que
habitan el vasto cielo, entregada al amor de Hiperión» (Teogonía, 371 y sig.), esto es,
el sol, la luna y la aurora, las tres fuentes naturales de luz, nacieron de los titanes. Es
curioso que Hesíodo califique a Selene de λαμπράν (lamprán) radiante, brillante, de la
misma raíz que λάμπω (lámpo) brillar que da el sustantivo λάμπας (lámpas), de donde
nuestra lámpara, pero el propio nombre de la diosa deriva de σέλας (sélas) brillo. De su
nombre deriva selenita, habitante de la luna, selenografía, descripción geográfica de la
luna, selenosis, las manchas blancas que aparecen en la luna, paraselene, fenómeno
óptico que ocurre al reflejarse o refractarse la luz lunar en las nubes y que se manifiesta
como puntos luminosos en un gran halo, y el elemento químico selenio. En 1818 el
químico sueco, Jöns Jacob Berzelius, en una fábrica de ácido sulfúrico descubrió un
elemento muy parecido al telurio, que había sido descubierto por Klaproth unas décadas
antes y denominado así por tellus, la tierra. Al considerar este nuevo elemento una

36
especie de hermano gemelo del telurio, decidió llamarlo con el nombre de Selene, la
luna.
Aunque a Eos, la Aurora, hermana de Selene, no se le dedicó ningún día sin embargo de
su nombre deriva el nombre del Este, el punto cardinal. Eos, deriva de una raíz
indoeuropea *aus- también con la idea de brillar, y de ella deriva el término marinero
del inglés antiguo east que pasó en la edad media al francés, est, y al español, este.
El tercer día de la semana Martis dies, está dedicado al dios de la guerra, Marte, y de ahí
tenemos martes, dimarts, mardi, martedi y el nombre del mes de marzo, pues al llegar
la primavera los ejércitos abandonaban sus cuarteles de invierno para retomar las
acciones bélicas. En inglés Tuesday, del antiguo inglés Tiwesdaeg, es el día de Tiw en
antiguo nórdico Tyr dios de la guerra al que identificaron con el Marte latino. Siendo
Marte el dios de la guerra de él deriva nuestro adjetivo marcial, relativo a la guerra, y
marcialidad, así como el verbo marcear, que significa esquilar a los animales cuando
llega la primavera.
El cuarto día de la semana estaba dedicado a Mercurio, Mercurii dies, de donde nuestro
miércoles, dimecres, mercredi, mercoledi. En el caso del inglés Wednesday tenemos
también una asimilación del dios nórdico Woden, Odín, con Mercurio. En este caso la
identificación de ambos se produjo por su carácter de divinidades psicopompas, esto es
dioses que conducen a las almas al mundo de ultratumba. De Mercurio además tenemos
el nombre del metal que ya los alquimistas consideraban el elemento propio del planeta
de su mismo nombre.
En alemán en cambio el miércoles se llama Mittwoch, es decir, el día de en medio de la
semana, probablemente por una tradición cristiana, como veremos más, adelante, que
numeraba los días para evitar mencionar a los dioses paganos.
El quinto día, Iovis dies, es el dedicado a Júpiter, de él deriva nuestro jueves, dijous,
jeudi, giovedi. El inglés Thursday, el día de Thor, es de nuevo una adaptación del
nombre latino a la mitología germánica. Puesto que el atributo de Júpiter es el rayo que
le regalaron los Cíclopes para que pudiera derrotar a los Titanes, los pueblos germánicos
lo identificaron con Thor el dios que con su maza golpea las nubes produciendo los
rayos. Por idéntica razón el jueves en alemán es Donnerstag, el día del trueno, y en
holandés donderdag, el día del trueno. El genitivo de Iuppiter (padre del día) en latín es
Iovis, y de esa raíz tenemos el adjetivo jovial, alegre, festivo, pero la explicación de este
adjetivo la remitiremos a un capítulo posterior dedicado a la vida amorosa de ese

37
incansable seductor que fue Júpiter, cuyas mañas de casanova hemos ya vislumbrado al
analizar las palabras sosias y anfitrión.
El sexto día es el dedicado a Venus, Veneris dies, viernes, divendres,vendredi, venerdi.
En el caso de las lenguas germánicas Friday, Freitag o vrijdag de nuevo estamos ante la
identificación de una divinidad nórdica del amor, Freya, con la diosa greco-latina.
Finalmente el séptimo día de la semana se dedicó a Saturno, Saturni dies, cuyo planeta
giraba en la séptima esfera, la más alejada de la tierra. Curiosamente se ha conservado
en inglés tal cual Saturday o en holandés zaterdag. En este caso no hubo ninguna
identificación con alguna divinidad nórdica pues ninguna tenía un perfil similar al de
Saturno. Por influencia de la cultura judeo-cristiana la mayoría de lenguas recurrieron al
término hebreo sabbat, de donde sábado, dissabte, samedi, sabato. El alemán Samstag
parece provenir del griego sambaton, adaptación del sabbat judaico, aunque en el norte
de Alemania recibe el nombre de Sonnabend, víspera del domingo.
CASTELLAN VALENCIÀ FRANCÉS ITALIANO LATÍN INGLÉS ALEMÁN PORTUG. GRIEGO
O

Lunae segunda
lunes dilluns lundi lunedi Monday Montag Δευτέρα
dies feria

Martis terça
martes dimarts mardi martedi Tuesday Dienstag Τρίτη
dies feira

Mercuri quarta
miércoles dimecres mercredi mercoldi Wednesday Mittwoch Τετάρτη
dies feira

quinta
jueves dijous jeudi giovedi Iovis dies Thursday Donnerstag Πέμπτη
feira

Veneris sexta
viernes divendres vendredi venerdi Friday Freitag Παρασκευή
dies feira

Saturni
sábado dissabte samedi sabato Saturday Samstag sábado Σάββατο
dies

domingo diumenge dimanche domenica Solis dies Sunday Sonntag domingo Κυριακή

El orden de los días de la semana también fue algo que explicó Dión Casio en el
capítulo 19 del libro anteriormente citado. Según él los astrólogos asignaron las 24
horas de cada día de la semana a los siete objetos celestiales errantes en una secuencia
cíclica. La primera hora del primer día de la semana fue asignada a Saturno y las
siguientes a Júpiter, Marte, el Sol, Venus, Mercurio y la Luna respectivamente, según el
orden que ocupaban en las esferas celestiales desde el más alejado, Saturno, al más
próximo la luna. Siguiendo el ciclo durante todas las horas y días de la semana, las
primeras horas de los días siguientes serían asignadas al Sol, a la Luna, Marte,
Mercurio, Júpiter y Venus respectivamente. Según el siguiente esquema:

HORAS DEL DÍA

38
DÍAS DE Saturno Júpiter Marte Sol Venus Mercuri Luna
LA o
SEMANA
Saturno 1 2 3 4 5 6 7
8 9 10 11 12 13 14
15 16 17 18 19 20 21
22 23 24
Sol 1 2 3 4
5 6 7 8 9 10 11
12 13 14 15 16 17 18
19 20 21 22 23 24
Luna 1
2 3 4 5 6 7 8
9 10 11 12 13 14 15
16 17 18 19 20 21 22
23 24
Marte 1 2 3 4 5
6 7 8 9 10 11 12
13 14 15 16 17 18 19
20 21 22 23 24
Mercurio 1 2
3 4 5 6 7 8 9
10 11 12 13 14 15 16
17 18 19 20 21 22 23
24
Júpiter 1 2 3 4 5 6
7 8 9 10 11 12 13
14 15 16 17 18 19 20
21 22 23 24
Venus 1 2 3
4 5 6 7 8 9 10
11 12 13 14 15 16 17
18 19 20 21 22 23 24

No obstante Dión ofrece otra explicación alternativa para entender la sucesión de los
días de la semana, basada en la armonía musical de las esferas celestiales. Tomando
como base el tetrachordon mesón, intervalo entre cuatro notas. «Si se comienza por la
órbita exterior —escribe Dión— , la atribuida a Cronos, y con omisión de los dos
siguientes se nombra al dueño de la cuarta, para seguidamente, tras nuevo salto de dos
órbitas, tras nuevo salto de otras dos órbitas, alcanzar la séptima; si el recorrido por
las restantes órbitas guarda ese mismo proceder y va completando la serie de los dioses
que presiden sobre ellas para dar nombre a los días».
Pero volvamos a los padres de la iglesia a quienes escandalizaba que los días de la
semana recibieran el nombre de divinidades paganas. En el siglo VI, San Césareo de
Arles en sus sermones escribía: «Mercurius enim homo fuit miserabilis, avarus,

39
crudelis... Venus autem meretrix fuit impudicissima... Nos vero, fratres, ipsa sordissima
nomina dedignemur… et numquam dicamus diem Martis, diem Mercurii, diem Jovis,
sed primam, et secundam vel tertiam feriam, secundum quod scriptum est, nominemus.»
(Sermo, 193). Denigra a los dioses, Mercurio fue un hombre miserable, avaro y cruel ...
Venus una prostituta impúdica, pero nosotros, hermanos, despreciemos esos nombres
sórdidos y no digamos nunca Martes, Miércoles, Jueves, sino primera feria, segunda
feria. En términos similares se manifestaba su contemporáneo San Martín de Braga en
su De correctione Rusticorum un manual dirigido a los clérigos que debían evangelizar
a los suevo-galaicos «ut nomina ipsa daemoniorum in singulos dies nominent et
appellent diem Martis et Mercurii et Jovis et Veneris et Saturni, qui nullum diem
fecerunt, sed fuerunt homines pessimi et scelerati in gente Graecorum» insistiendo en la
idea de que no se denomine a los días de la semana con los nombre de “demonios” que
fueron “hombres de la peor clase y criminales entre el pueblo de los griegos”.
Como se puede verificar en la tabla anterior la iniciativa de ambos santos tuvo poco
éxito salvo en portugués, donde a excepción del sábado y el domingo, los días se
numeran. En el cristianismo oriental también hubo un rechazo similar a los nombres
paganos de los días de la semana como se confirma en el nombre que reciben en el
griego moderno, salvo el sábado y el domingo, y el viernes que recibe el nombre de
παρασκευή, parasqueué, el resto de los días se numeran.
Otro detalle significativo es determinar cuál es el primer día de la semana. Según el
relato bíblico Dios descansó el séptimo día, el sábado, por lo tanto la semana empieza el
domingo. Así se comprueba en portugués y en griego donde el lunes se llama secunda
feria y Δευτέρα, deftéra, segundo. Y también en alemán, donde frente a nuestro “estar
en medio como el jueves” el miércoles se llama Mittwoch, en medio de la semana. En
los calendarios ingleses y alemanes la semana empieza el domingo. San Mateo en el
evangelio al narra la resurreción de Cristo escribe: «Pasado el sábado, la alborea el
primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro...»
(Mt. 28, 1). Es evidente que el domingo es el primer día de la semana. No obstante,
puesto que el propio Dios descansó el séptimo día y que los cristianos descansamos el
día del señor, en nuestra tradición el domingo se considera el último día y el lunes el
primero.

Zeus/Júpiter, el casanova olímpico

40
Del nominativo latino Iuppiter tenemos el nombre del planeta Júpiter. Como este
planeta a partir de la obra del erudito del siglo VII Estéfano de Alejandría fue
identificado en la alquimia con el estaño, en química la precipitación arborescente de
este metal se conoce como el árbol de Júpiter.
Ya hemos visto al hablar de los días de la semana que del genitivo Iovis tenemos jueves
y joviano, el adjetivo que se aplicó a los satélites de Júpiter que en 1610 descubrió
Galileo con su telescopio y a los que nombró con el nombre de personajes relacionados
con el dios: Ganimedes, Europa, Io y Calisto.
Ganimedes era hijo de Tros el rey de Troya, era el más hermoso joven de la tierra.
Júpiter se encaprichó de él y bien enviando el águila, el ave que le estaba consagrada,
bien metamorfoseándose él mismo en águila, lo arrebató lo llevó al Olimpo y
concediéndole la eterna juventud y la inmortalidad, lo convirtió en copero de los dioses.
El hermoso Ganimedes desde entonces era el que escanciaba el néctar en la copa de
Zeus, sustituyendo a Hebe, la juventud, en esta función. Sigamos a Homero: «Y, a su
vez, de Tros nacieron tres intachables hijos, Ilo, Asáraco y Ganimedes, comparable a
un dios, que fue el más bello de los hombres mortales. Lo raptaron los dioses para que
fuera escanciador de Zeus, por su belleza y para que conviviera con los inmortales» (Il.
XX, 231-34)
En latín, Ganimedes fue romanizado como Catamito. Así Cicerón irónicamente se
refiere a Marco Antonio como un Catamito en las Filípicas (Fil. 2, 31).Y Quevedo, en
un poema dedicado a una dama que abatió un águila escribe:
¿Castigas en la águila el delito
De los zelos de Juno vengadora,
Porque en velocidad alta y sonora
Llevó a Jove robado el Catamito?
De su nombre en latín, Catamitus, deriva el término inglés catamite, que se aplica al
varón homosexual que en la relación asume un papel pasivo.
La bebida que escanciaba Ganimedes o Catamito era el néctar, cuya etimología nos
remite a dos raíces indoeuropeas, *nek- que expresa la idea de muerte, como se ve en
latín en el verbo necare, matar, y nex, muerte, asesinato o en el griego νεκρός (nekrós),
cadáver (de donde necrofilia, necrópolis, necrófago) y *terə- con la idea de girar,
volver del revés, con lo que el néctar sería la bebida que permite volver de la muerte. La
comida que consumen los dioses es la ambrosía, literalmente inmortalidad, con la
partícula negativa a- y βροτός [(m)brotós], por tanto tanto la comida como la bebida de

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los dioses les asegura la inmortalidad. De ahí tenemos la palabra néctar el jugo
azucarado que en las flores producen los nectarios que son las glándulas que lo
segregan para que lo liben los insectos. Y la nectarina, el fruto que se obtiene del
injerto de ciruelo y melocotonero. Y de ambrosía, además del nombre propio Ambrosio,
tenemos el sustantivo para designar cualquier manjar excelente.
Otra de las conquistas del incansable seductor dio nombre a nuestro continente:
Europa. Europa era hija de Agenor, rey de Fenicia, y Zeus se prendó de ella cuando la
vio jugando con sus compañeras en la playa. Según el relato de Ovidio en el II libro de
las Metamorfosis, Zeus ordena a Hermes «haz que aquel rebaño real que ves pacer a lo
lejos la hierba de la montaña se dirija hacia la playa».

El rapto de Europa. Rubens.Museo del Prado.(Copia de un original de Tiziano)

El rebaño de bueyes se dirige hacia la playa y entonces «el ilustre padre y soberano de
los dioses... se viste la apariencia de un toro, muge mezclado a los novillos y va de un
lado para otro, espléndido, por la blanda hierba». El espléndido animal no inspira

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terror «su semblante es de paz. Se maravilla la hija de Agenor de que sea tan hermoso,
de que no amenace con ataque alguno» escribe Ovidio. La joven Europa, venciendo sus
temores, se acerca al manso animal, lo acaricia e incluso «se atrevió también la regia
doncella, sin saber a quién montaba, a sentarse en el lomo del toro». En ese momento
Zeus comienza a moverse lentamente y de pronto se adentra en el mar, llevándose a la
joven hasta la isla de Creta donde consumará sus deseos. Este es el famoso rapto de
Europa que tantas obras pictóricas ha inspirado.
Eratóstenes en sus Catasterismos (14) señala que este es el origen de la constelación de
Tauro pues el toro «Se dice que pasó a formar parte de las constelaciones por haber
llevado a Europa desde Fenicia hasta Creta a través del mar».
En Creta de la relación entre Zeus y Europa nacieron tres hijos, Sarpedón, Radamantis y
Minos. Este último acabaría convirtiéndose en rey de Creta, de donde deriva que el
adjetivo referido a la civilización prehelénica que se desarrolló en esta isla sea minoico.
El acceso al trono de Minos sucedió tras una disputa con sus hermanos. Minos
manifestó que tenía el beneplácito de los dioses para convertirse en rey y como prueba
de ello pidió a Poseidón que hiciera surgir un toro del mar, prometiéndole que luego se
lo sacrificaría. El dios obró el prodigio y Minos sin discusión se convirtió en rey, pero
luego en lugar de sacrificar el magnífico animal a Poseidón, le ofreció otro mucho más
mediocre. La venganza de Poseidón fue insuflar en Pasifae, su esposa, una pasión
bestial por el animal. Para satisfacer sus deseos la reina tuvo que recurrir a un
estrafalario ateniense que se había exiliado en Creta, Dédalo, el cual fabricó para ella un
armatoste en forma de vaca, de manera que Pasifae introduciéndose en ese artilugio
pudiese ser montada por el toro y culminar así su pasión. De esta unión contra natura
nació el monstruoso Minotauro, un ser con cuerpo humano y cabeza de toro.
El tal Dédalo era un afamado artista ateniense, mezcla de ingeniero, escultor y
arquitecto. En su taller trabajaba un sobrino suyo que le superó en ingenio. Se dice que
este joven, de nombre Talos o Pérdix, según otras versiones, inventó el torno del
alfarero y que, inspirándose en la mandíbula de las serpientes, inventó la sierra. Movido
por los celos Dédalo lo precipitó desde lo alto de la Acrópolis de Atenas. En el momento
en que el joven se despeñó precipitado por su tío, Atenea lo transformó en un ave, y por
su nombre ese ave recibió fue llamada perdiz. Descubierto el crimen y condenado por
el tribunal del Aerópago, Dédalo huyó y se exilió a Creta donde se puso al servicio de
Minos.

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Además de la ya mencionada vaca que inventó para Pasifae, el más celebrado logro de
Dédado para Minos fue la construcción del famoso laberinto en el que el rey encerró al
monstruoso engendro que Pasifae había parido: un edificio que a causa de sus
intrincados corredores y encrucijadas confunde a los que en él se adentran
impidiéndoles la salida. De ahí que un laberinto de estas características se llame un
dédalo. Pero mal pago recibió Dédalo por su invención pues Minos lo encerró en el
edificio junto con su hijo, Ícaro. No obstante el ingenio de Dédalo le permitió fabricar
con cera y plumas unas alas y atándoselas a los hombros padre e hijo pudieron escapar.
Sin embargo el hijo, desoyendo las advertencias de su padre, se acercó volando al sol
que derritió la cera de sus alas y el joven se precipitó al mar. Se dice que a sus funerales
acudieron las perdices que asistieron alegres pues con la muerte del hijo de Dédalo en
modo semejante a la de Pérdix se cumplía una suerte de Justicia poética.
Io, hija de Ínaco el dios-río de la Argólide, también fue víctima del acoso de Júpiter.
Como la joven trató de huir del dios, este se
transformó en niebla y según el relato de Ovidio en
las Metamorfosis «cuando el dios cubrió la tierra en
densa y espesa nieblina, detuvo a la fugitiva y le
arrebató la virginidad». (Met. I, 589-600). Sin
embargo, Hera, siempre suspicaz por las continuas
infidelidades de su jovial esposo, sospechó la
triquiñuela «y dejándose caer desde lo más elevado
del cielo, se detuvo en la tierra y ordenó a las
tinieblas dispersarse». Zeus al verse sorprendido,
transformó a Io en una ternera y le aseguró a Hera
que no la había tocado. Entonces Hera exigió a Zeus
que se la regalara y puso a la vaca bajo la vigilancia
de Argos, un ser que tenía cien ojos «de entre ellos
dos por turno se entregaban al sueño, mientras los
demás vigilaban y permanecían en su puesto». Para
liberar a su amada de la vigilancia de Argos, Zeus
ordena a Hermes que dé muerte al vigilante. El
mensajero de los dioses bajo la apariencia de pastor
Io. Correggio
con la música de su flauta logra adormecer a Argos y en ese momento le corta la cabeza.

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Entonces Hera como agradecimiento al fiel sirviente al que Hermes había decapitado
trasladó sus cien ojos al plumaje del ave que le estaba consagrada: el pavo real.
Hera decidió vengarse de Io enviando contra ella un terrible tábano que no dejaba de
atormentarla con sus picotazos. Huyendo de él siguió las costas del mar que ahora lleva
su nombre, el mar Jónico, y luego, aún bajo la forma de vaca, cruzó el estrecho que
separa Asia de Europa y que por ello es llamado Bósforo, “el paso de la vaca”.

Hera descubre a Zeus con Io. Jean Marc Nattier 1710.

El cuarto de los grandes satélites de Júpiter descubiertos por Galileo recibió el nombre
de Calisto, otra de las seducidas por el dios. La ninfa Calisto era una de las compañeras
de Artemis y como la diosa de la caza era virgen. Para seducirla Zeus se acercó a ella
tomando la apariencia de Artemis o, según otras versiones, de su hermano gemelo
Apolo y la ninfa perdió su virtud y quedó embarazada. Tiempo después tras un día de
cacería Artemis y su cortejo decidieron bañarse en un arroyo, todas las ninfas se
desnudaron, pero Calisto se resistía a hacerlo. Fue entonces cuando Artemis descubrió
que Calisto estaba embarazada y la despidió de su cortejo. Según la versión de Ovidio la
rencorosa Juno aprovechó ese momento para vengarse de ella metamorfoseándola en
una osa: «No quedarás impune; porque yo te voy a quitar esa figura por la que te
gustas a ti misma, descarada, y gustas a mi marido» (Met. II, 474-75) le amenazó Juno.

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En cambio según Eratóstenes fue la propia Artemis quién la castigó: «Cuenta Hesíodo
que era hija de Licaón y que vivía en la región de Arcadia, y que se dedicaba a cazar
las fieras del monte como compañera de Artemis. Fue seducida por Zeus, aunque
consiguió que Artemis no lo advirtiera; más tarde, cuando estaba a punto de dar a luz,
un día que se bañaba, la diosa se percató de su estado. La diosa se enojó con ella por
ese motivo y la metamorfoseó en una fiera; y ella, bajo su nuevo aspecto de osa, dio a
luz» (Catasterismos, 1). Pero no acabaron ahí las desgracias de Calisto, aquel niño al
que engendró, una vez se hizo mayor, no sabiendo que su madre era una osa la mató con
una flecha. Finalmente, Zeus en recuerdo de su relación con ella se apiadó de ella y la
transformó en una constelación: la Osa Mayor. En griego osa es ἄρκτος y como los
marineros para orientarse y encontrar la estrella Polar en el cielo miraban hacia la osa
mayor el adjetivo para expresar el norte es ártico. Consecuentemente, lo opuesto al
norte, el sur es lo antártico y el continente de la Antártica o Antártida.

Frente a la Osa Mayor está la constelación de el Boyero, precisamente Arcadio, el hijo


de Calisto y Zeus convertido también en constelación. La estrella más brillante de esta
constelación recibió el nombre de “guardián de la osa” Ἀρκτοῦρος de donde el nombre
propio Arturo.

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Pero las conquistas de Zeus fueron muchas más: metamorfoseándose en cisne sedujo a
Leda, la esposa del rey espartano Tindáreo, de la que engendró a los Dióscuros, Cástor y
Pólux, y a la bella Helena de Troya. Para poseer a Dánae, a la que su padre Acrisio,
temiendo un oráculo que le vaticinaba que moriría a manos de un nieto, había encerrado
en una bóveda, Zeus se transformó en lluvia de oro, dejándola embaraza del héroe
Perseo, quien se enfrentaría a la monstruosa gorgona Medusa, cuya mirada petrificaba a
los hombres y cuyos cabellos eran serpientes. Perseo consiguió decapitarla y regaló su
cabeza a Atenea que la colocó en su escudo la égida. Como los tentáculos urticantes de
determinados seres marinos de forma acampanada recordaban la cabeza erizada de
serpientes de esta gorgona fueron llamados medusas. En francés existe el verbo
méduser, que significa dejar a alguien petrificado.
También sedujó a la oceánide Pluto de la que engendró a Tántalo. Este Tántalo ofendió
gravemente a los dioses, según unos les robó néctar y ambrosía para ofrecérselo a sus
amigos mortales, según otros, aún hizo algo peor: para poner a prueba la omniscencia de
los dioses les sirvió en un banquete a uno de sus propios hijos trozeado. Sea cual fuera
la ofensa, el castigo fue ejemplar. Una de las más antiguas descripciones del martirio de
Tántalo está en la Odisea, cuando en el canto XI, Ulises desciende a los infiernos.
Luego a Tántalo vi con sus arduos tormentos. Estaba
hasta el mismo mentón sumergido en las aguas de un lago
y penaba de sed pero en vano saciarse quería.
Cada vez que quería beber se agachaba con ansia ardorosa.
Absorbida escapábase el agua y en torno a sus piernas
descubríase la tierra negruzca que un dios desecaba.
Corpulentos frutales sus ramas tendíanle a la frente
con espléndidos frutos, perales, granados, manzanos,
vienen cuajados olivos, higueras con higos sabrosos;
mas apenas el viejo alargaba sus manos a ellos
cuando un viento veloz los alzaba a las nubes sombrías.
(Od. XI 582-93)
De este personaje el inglés derivó su verbo tantalize que significa atormentar a alguien
mostrándole algo deseable, pero fuera de su alcance.
A principios del siglo XIX el químico sueco Anders Gustaf Eckeberg descubrió un
nuevo metal con una característica muy especial: podía soportar un ácido fuerte sin
“beberlo”, es decir, sin reaccionar con él y absorverlo. En 1814 otro químico sueco

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Berzelio consideró que el comportamiento de este metal le recordaba el suplicio del hijo
de Zeus y Pluto, sumergido en el agua, pero sin poder beberla, por lo que desde
entonces se le conoció como Tántalo (Ta), el elemento número 73 de la tabla periódica.

Sin lugar a dudas Zeus seductor de numerosas diosas y mortales merece el título de
donjuán olímpico, de ahí que del genitivo de su nombre en latín, Iovis, el castellano
haya derivado el adjetivo jovial, alegre, festivo, pues sin duda Júpiter se dio una alegre
vida en lo amoroso.
La rencorosa Hera/Juno
Hera es la hermana y esposa de Zeus y como tal goza de un status especial en el
Olimpo, en plano casi de igualdad es la única de las diosas que se sienta en un trono de
oro y como Zeus también tiene un cetro. Las continuas infidelidades de su jovial esposo
han hecho de ella una diosa rencorosa y vengativa.
Así, el poeta romano Virgilio, en el libro I de la Eneida, al invocar la inspiración de las
musas para componer su poema (la convención de la poesía épica es que el poeta es un
mero transmisor inspirado y poseído por la divinidad) exclama:
«Dime las causas, Musa; por qué resentimiento la reina de los dioses forzó a un
hombre insigne por su piedad a correr tantos trances, a afrontar tanto riesgos. ¿Cómo
pueden las almas de los dioses incubar tan tenaz resentimiento».
La reina de los dioses que alberga tanto resentimiento es Juno, en griego Hera, a la que
unos versos más adelante Virgilio se referirá como «la que guarda en lo profundo de su
pecho la herida siempre abierta». El piadoso varón al que la diosa persigue con
tenacidad es el troyano Eneas, hijo de la mismísima diosa Venus y del mortal Anquises,
superviviente de la caída de Troya y que, por especial favor de Júpiter a su madre
Venus, está destinado a ser el fundador de una raza que algún día vengará la humillación
de los troyanos frente al poder de los griegos: el pueblo Romano. Y cuáles son los
motivos de este rencor. El propio Virgilio nos lo dice: «No se habían borrado de su
mente las causas de su enojo, ni su amargo pesar. Queda en lo hondo de su alma fijo el
juicio de Paris y el injusto desprecio a su hermosura y el odio a aquella raza y el honor
dispensado a Ganimedes». Veamos pues qué desprecio fue este que está en el origen de
la legendaria guerra de Troya.
Todo empezó con las bodas de la diosa Tetis con el mortal Peleo, rey de Ptía, de cuya
unión nacerá el héroe Aquiles. Sobre los motivos que llevaron a que se produjera este
matrimonio, que Tetis nunca deseó, hay dos versiones. En la primera de ellas se nos

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presenta al incansable seductor Zeus tratando de poseerla, pero un oráculo le advirtió
que el hijo que tuviera Tetis sería más poderoso que su padre, por lo cual Zeus decidió
evitar ese peligro casándola con un mortal. Según otra versión Tetis, por fidelidad a
Hera, que la había criado, rechazó las insinuaciones de Zeus, lo que encolerizó al padre
de los dioses quién la humilló obligándola a casarse con un simple mortal. Sea cual
fuere el motivo, lo cierto es que las bodas se celebraron en la cueva del centauro Quirón
en el monte Pelión. Todos los dioses y diosas fueron invitados al banquete excepto una:
Eris, la Discordia por razones obvias. Eris sin embargo haciendo honor a su nombre se
hizo presente en la boda con un regalo envenenado: una manzana de oro del jardín de
las Hespérides con la inscripción “para la más hermosa”. De este episodio deriva la
expresión la manzana de la discordia para referirse al motivo de un enfrentamiento. El
insidioso presente suscitó inmediatamente una disputa entre Hera, Afrodita y Atenea por
ver cuál de las tres era la merecedora de la manzana de oro.
Zeus, no queriendo indisponerse con ninguna de la tres divinidades, encargó la decisión
al príncipe troyano Paris, pues, como se había criado como pastor alejado del mundo, se
esperaba de él un juicio justo. Este es el conocido Juicio de Paris. Las tres divinidades
intentaron sobornarle para ser la escogida, Atenea le ofreció la sabiduría o, según otras
versiones, la posibilidad de vencer en todas las batallas; Hera, le ofreció el poder,
convertirse en el rey de toda Asia, pero Afrodita le ofreció el amor de la mujer más
hermosa de la tierra. Paris escogió a Afrodita. Con su elección Paris, también llamado
Alejandro, se granjeó la enemistad de Atenea y, sobre todo, de Hera no sólo para con él,
sino para con toda la estirpe de los troyanos.
El problema fue que la más hermosa mujer de la tierra era Helena, que estaba casada
con Menelao, rey de Troya. Era tal su hermosura que obtuvo el privilegio inusitado para
la época de poder escoger ella a su marido entre todos los pretendientes. Hesíodo nos
facilita una lista de los pretendientes de Helena, entre ellos destaca el mismísimo Ulises
« Desde Ítaca la pretendía la sagrada fuerza del Odiseo, hijo de Alertes, conocedor de
ardides muy sonoros. Jamás envió regalos por la muchacha de finos tobillos, pues
sabía en su ánimo que vencería el rubio Menelao, pues en riquezas era el más poderoso
de los aqueos; sin embargo, mandaba a Lacedemonia continuos mensajes para Castor
domador de caballos y para Polideuces, portador de los premios del combate» (frag.
198). La lista de los pretendientes continúa con personajes tan destacados como Áyax,
Idomeneo, el rey de Creta, Protesilao... la nómina de pretendientes varía según autores y
va desde los 29 hasta el centenar. En cualquier caso casi todos los personajes nobles de

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la época, con excepción de Aquiles, pretendieron la mano de Helena. Ante tal afluencia
de pretendientes el mortal que asumió las funciones de padre, Tindareo, (Helena era hija
de Zeus y de Leda, a la que el olímpico sedujo metamorfoseándose en cisne) temiendo
que la elección de Helena provocase la rebelión de los rivales despechados, por consejo
de Ulises les hizo jurar a todos que respetarían la decisión de su hija y «Si alguno de los
hombres la raptaba personalmente por la fuerza y dejaba a un lado el temor y el
respeto, ordenó que todos juntos le persiguieran hasta hacerle pagar la pena. Ellos,
esperando todos realizar la boda, obedecieron sin chistar. Pero entonces a todos venció
el átrida Menelao» (Hes. frag. 204). En agradecimiento por este consejo Tindareo
concedió a Ulises/Odiseo la mano de otra de sus hijas, la fiel Penélope.
Cuando el príncipe troyano Paris, que había acudido a Esparta para asistir a unos
funerales, sedujo con la ayuda de Afrodita a Helena y la raptó a Helena, Menelao invocó
este juramento, con lo que se desencadenó la guerra de Troya.
Durante el conflicto que se desarrolló durante diez años, los mismos dioses
intervinieron ayudando a uno y otro bando. Afrodita tomó partido por los troyanos, pero
Atenea y, sobre todo, Hera, ofendidas por el veredicto de Paris en el célebre juicio se
pusieron del lado griego.
El rencor y la ira de Hera contra los troyanos no cesa ni ante el dolor de un padre por la
muerte de su hijo. Cuando Aquiles, para vengar a su primo Patroclo, mata a Héctor, ata
el cadáver del valeroso guerrero a su carro y lo arrastra en torno a las murallas de Troya.
Este espectáculo, que se repite cada día, disgusta a los dioses que le piden a Hermes, el
Argicida, porque había matado a Argos, que robe el cadáver para devolvérselo a su
padre a fin de que le dispense las honras fúnebres. Según Homero (Il.XXIV) «Así
ultrajaba en su furor a Héctor, de la casta de Zeus. Pero los felices dioses se
compadecían de él al contemplarlo e incitaban al benéfico Argicida a que lo raptara. A
todos los demás les placía eso, pero no a Hera, ni a Posidón ni a la ojizarca doncella 3,
que persistían como desde el principio en su odio contra la sacra Ilio, contra Príamo y
contra su hueste por culpa de Alejandro 4, que había humillado a las diosas cuando
llegaron a su aprisco y él se pronunció por la que le concedió la dolorosa lascivia».
El rencor de Hera contra los troyanos ni siquiera acaba cuando la ciudad es destruida,
sino que, como nos cuenta Virgilio en la Eneida, sigue persiguiendo al fugitivo Eneas
causándole innumerables zozobras y naufragios.
3
Atenea

4
Paris

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Otro personaje cuyo destino estará marcado por el rencor de Hera es precisamente uno
que lleva su nombre, Heracles, “las gloria de Hera”. Como vimos anteriormente,
Heracles nació de Alcmena, esposa de Anfitrión, que fue seducida por Zeus. Desde el
primer momento, Zeus quiso asegurarle la gloria a su hijo y aún antes de nacer aseguró
a los demás dioses que el próximo nacido de la estirpe de Perseo, reinaría sobre Argos.
Según nos relata Homero (Il. XIX, 15 y sig.) la propia Hera le obligó mediante
juramento a que se ratificase en esa afirmación: «Ea, Olímpico, préstame ahora
solemne juramento de que será soberano de todos sus vecinos aquel de los hombres de
la estirpe de tu sangre que en el día de hoy caiga entre las piernas de una mujer». Zeus
se ratificó en su decisión y entonces Hera pidió a su hija Ilitía, protectora de los partos,
que detuviese el alumbramiento de Alcmena y, en cambio provocó, el de Nicipe, esposa
de Esténelo, otro descendiente de Perseo, que se encontraba embarazada de siete meses.
Así esta estratagema de la vengativa Hera hizo que el sietemesino Euristeo se
convirtiera en rey en lugar de su primo Heracles: «¡Zeus, padre del blanco rayo! quiero
darte una nueva. El valeroso hombre que será soberano de los argivos ya ha nacido. Es
Euristeo, hijo del Pérsida Esténelo. Es de tu linaje y no desmerece como soberano de
los argivos”. Zeus se vio obligado a cumplir su juramento pero no cesó en su intento de
convertir en inmortal a su hijo, por eso dispuso que Hermes, cuando Hera estuviera
dormida, acercara al bebé a su pecho para que mamara de la divina reina del Olimpo.
Pero, como hemos visto, Hera se despertó y al apartar al bebé de su pecho la leche
derramada se convirtió en la Vía Láctea.
El rencor de Hera persiguió al héroe toda su vida. Heracles se casó con Mégara, hija de
Creonte, rey de Tebas. Hera hizo que Hércules enloqueciera y asesinara a los hijos que
había tenido de ella, asunto de la tragedia de Eurípides Ἠρακλής μαινόμενος que más
tarde retomó Séneca en su Hercules furens. Tras recobrar su cordura, Hércules acudió al
oráculo de Pitia para consultar cómo podía expiar su crimen. El oráculo le contestó que
poniéndose a las órdenes de su primo Euristeo y, según algunas tradiciones, adoptando
el nombre de Heracles, la gloria de Hera. Estos son los famosos trabajos de Hércules.
El primero de ellos fue matar al león de Nemea, una vez cumplido Heracles los
despellejó y se cubrió con su piel utilizando la cabeza del león como casco. Esta es la
imagen que Mitrídates rey del Ponto adoptó para sí mismo en sus representaciones
buscando identificarse con el legendario héroe. La siguiente prueba fue acabar con la
hidra de Lerna, un monstruo de 7 cabezas que renacían cada vez que se cortaban. De
este monstruo tenemos el sustantivo hidra que según el DRAE «es un pólipo de forma

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cilíndrica y de unos a dos centímetros de longitud, parecido a un tubo cerrado por una
extremidada y con varios tentáculos en la otra que se crían en el agua dulce y se
alimenta de infusorios y gusanillos». También reciben este nombre unas culebras
acuáticas venenosas propias de la zona del Pacífico. Para dificultar la misión de
Hércules su archienemiga Hera envió un cangrejo para que le mordiera la piernas. El
héroe mató al cangrejo y Hera lo transformó en la constelación de Cáncer,
colocándola junto al León, la anterior prueba que superó Hércules.

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Por orden de su primo Hércules tuvo que cumplir doce pruebas, pero Euristeo, como le
tenía miedo, cada vez que el héroe acudía a su palacio se escondía en un tonel y le
transmitía las órdenes mediante un mensajero. Así Heracles mató al jabalí de Erimanto,
la cierva de Cerinia, las aves del lago Estinfalo (en Lliria se encontró un mosaico
romano representando esta hazaña), limpiar los establos de Augías, capturar al toro de
Creta, aquel que Poseidón hizo surgir del mar y que Minos se negó a sacrificarle con las

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consecuencias que ya vimos, domar las yeguas de Diomedes, robar el cinturón de
Hipólita, reina de las amazonas, robar los bueyes de Geriones, las manzanas del jardín
de las Hespérides y raptar al Can cerbero.

Las amazonas era un mítico pueblo guerrero de Escitia formado solo por mujeres. Para
evitar la extinción de su raza una vez al año se juntaban con los gargarios, un pueblo
vecino, solo para procrear los bebés nacidos si eran de sexo masculino eran sacrificados
o bien enviados junto a sus padres. Según la etimología popular amazona, significa, con
un solo pecho, pues se decía que para facilitar el manejo del arco se amputaban un
pecho, según el testimonio de Hipócrates: «No tienen pechos derechos. .. pues cuando
aún son bebés sus madres ponen al rojo un instrumento de bronce fabricado para este
único fin y lo aplican al pecho derecho para cauterizarlo, de forma que su crecimiento
se detiene, y toda su fuerza y volumen se desvía al hombro y el brazo derechos». No
obstante esta etimología está desacreditada (al parecer estaría relacionada con un
término iranio ha-mazan, que significaría simplemente, guerreros). Amazona ahora
designa la mujer que monta a caballo o incluso la vestimenta que lleva.

En la época del descubrimiento de América los conquistadores estaban convencidos de


que en el Nuevo Mundo hallarían algunos de los pueblos mitológicos de los que
hablaban los antiguos. Ya Colón en su primer viaja relata: «Dijéronle los indios que por
aquella vía hallaría la isla de Matinino, que diz que era poblada de mujeres sin
hombres (...) y que cierto tiempo del año venían los hombres á ellas de la dicha Isla de
Carib, que diz que estaba dellas diez ó doce lueguas, y si parían niño enviábanlo a la
isla de los hombres, y si niña dejábanla consigo».

No es de extrañar pues que cuando Francisco de Orellana cuando navegaba por el río al
que los españoles llamaban Santa María de la Mar Dulce al verse atacado por unas
mujeres guerreras llamara al río Amazonas.

La reina de las amazonas, Hipólita, tenía un cinturón regaló de Ares. Cuando Hércules
se lo pidió, Hipólita estaba dispuesta a entregárselo de buen grado, pero, una vez más,
Hera intervino para dificultar la tarea de Hércules. Tomando la apariencia de una de las
amazonas suscitó una disputa entre ellas y los compañeros de Hércules que desencadenó
una batalla en la que Hércules dio muerte a Hipólita.

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El robo de los ganados del gigante Gerión llevó a Hércules al extremo occidental del
mundo, al legendario reino de Tartesos. Para llegar a la isla de Eritia, que algunos hoy
identifican con Sancti Petri, frente a Cádiz, el héroe tuvo que separar los montes Abila y
Calpe, esto es, el monte Hacho en Ceuta y el Peñón de Gibraltar. Pomponio Mela,
escribe «fue el mismo Hércules quien separó los dos montes unidos (Abila y Calpe)
como una cordillera continua y que así fue como al Océano, contenido antes por la
mole de los montes, se le dio entrada a los lugares que ahora inunda: desde aquí el mar
se difunde ya más extensamente y avanzando con gran fuerza recorta las tierras que
retroceden y quedan bastante más alejadas» (Chorographia, I, 23). Y para conmemorar
esta hazaña alzó allí dos columnas, las columnas de Hércules, que marcaron los límites
del mundo, el Non Plus Ultra, que tras el descubrimiento de América pasaron a formar
parte del escudo de España con el lema Plus Ultra. Los reales de a ocho español, que
durante siglos fue la moneda de las reservas internacionales y que fue moneda de curso
legal en Estados Unidos hasta 1847, llevaba en su reverso las columnas de Hércules con
una cinta con la leyenda Plus Ultra. De la estilización de estas dos columnas con la cinta
ha derivado el actual signo del dólar.

Otra de los trabajos a los que tuvo que hacer frente Heracles fue robar las manzanas de
oro del jardín de las Hespérides. En griego ἐσπέρα significa atardecer, de la misma ráiz
indoeuropea que el latín vespera de donde nuestra víspera, y vesprà. Las Hespérides son
hija de Nix, la noche, y según el relato de Hesíodo «más allá del ilustre océano cuidan
las bellas manzanas de oro y los árboles que producen el fruto» (Teog. 215). En efecto
la diosa Gea hizo brotar en el confín occidental del mundo un jardín con árboles que
daban manzanas de oro como presente para Hera con motivo de sus bodas con Zeus.
Las Hespérides tenían como misión guardarlas, pero como en alguna ocasión recogieron
las manzanas para ellas mismas, Hera envió un dragón de cien cabezas, Ladón, para que
guardara el jardín.

Para robar las manzanas Heracles solicitó la ayuda del gigante Atlas que podía entran en
el jardín pues tenía cierta relación con las Hespérides, de hecho algunos mitógrafos
consideran que Atlas era su padre. Atlas era uno de los titanes que se rebeló contra Zeus
y los olímpicos, por eso tras derrotarlos Zeus le castigó a sostener la bóveda del cielo
sobre sus hombros. Heracles le pidió que robara las manzanas de oro y, mientras tanto,
el sostendría los cielos. Pero tras perpetrar el robo Atlas no quería volver a ocupar su
lugar y pretendía ser él quien llevase las manzanas a Euristeo. Heracles fingió aceptar,

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pero le pidió que por un momento volviese a sujetar los cielos para que él pudiese
ajustarse su manto. El gigante accedió y Hércules se marchó con las manzanas de oro.
En el siglo XVI cuando el cartógrafo Mercator escribió Atlas Sive Cosmographicae
Meditationes De Fabrica Mvndi Et Fabricati Figura en cuya página título había una
representación del gigante que sostenía la bóveda celeste. A partir de esa obra a
cualquier obra que presente una colección de mapas o de láminas de otro tipo se le
llama atlas. De él también recibió el nombre el Océano Atlántico y la mítica
Atlántida, pues ambas se encontraban en el extremo occidental del mundo, más allá de
las columnas de Hércules.

El último de los trabajos que Euristeo encomendó al héroe fue enviarle a los infiernos,
el reino de los muertos, con la misión de traerle desde allí a Cerbero, el perro
monstruoso que guardaba las puertas del Hades. Con mucho fue el más complicado de
todos sus trabajos, al punto que para llevarlo a cabo el héroe tuvo que iniciarse en los
misterios de Eleusis que enseñaban a los creyentes la manera de cruzar con seguridad al
reino de los muertos y contar con la ayuda de Atenea y Hermes, que por mandato del
propio Zeus, auxiliaron a Heracles.

Cerbero, hijo del terrible Tifón y de la monstruosa Equidna, era un perro de tres cabezas
que guardaba las puertas del infierno. De la expresión el can Cerbero, el perro Cerbero,
deriva el sustantivo cancerbero, que el DRAE define como «portero o guarda severo
de bruscos modales» y a partir de ahí, por metáfora, también se aplica al guardameta en
diversos deportes. En el libro VI de la Eneida, cuando Virgilio relata el descenso a los
infiernos de Eneas acompañado por la Sibila, el poeta mantuano describe así al
monstruo: «El enorme Cerbero ensordece este reino con el ladrido de sus tres
gargantas, descomunal, tendido en su cubil frente a la entrada. La Sibila, advirtiendo
que se erizan las sierpes de su cuello, le arroja una torta amasada con miel y
adormideras. El con hambre voraz abriendo sus tres fauces la arrebata, estira su
monstruoso lomo y se tiende en tierra y llena corpulento todo el antro. Sumido en sueno
su guardián, gana Eneas la entrada y se aleja veloz de la orilla y las ondas de las que
nadie vuelve» (En. VI 418-24). De este pasaje de la Eneida deriva la expresión inglesa
give a sop to Cerberus, darle una sopa a Cerbero, que significa apaciguar a alguien
mediante un soborno.
Hércules obtuvo de Hades el permiso para llevarse al perro con una condición, que
fuera capaz de dominarlo sin hacer uso de las armas. De modo que se enfrentó con él a

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brazo partido y consiguió dominarlo. Luego, cuando lo llevo encadenado al palacio de
Euristeo, este se asustó tanto que le ordenó devolverlo al Hades. En el canto XI de la
Odisea en el que se relata el descenso de Ulises a los infiernos, el héroe griego se
encuentra con Heracles, que lamenta las desventuras de Ulises, comparables con las
suyas: «¡Oh Laertíada, retoño de Zeus, Ulises mañero! ¡Desgraciado! Tú sufres
también un funesto destino como aquel que yo mismo arrastré bajo el ampo del día.
Aunque hijo del Crónida Zeus, me cupo una carga de infinito pesar; sometióseme a un
hombre, con mucho inferior, que, imponiéndome duros trabajos, un día hasta aquí me
mandó por el perro de Hades. Pensaba que no había para mí más difícil empresa que
aquélla pero yo cogí al perro y lo traje a la luz, porque tuve, al volver, por guiadores a
Hermes y Atena ojizarca». (Od. XI 616-626.)

De la versión latina de Hera, al diosa Juno, tenemos probablemente el nombre del mes
de junio. El poeta Ovidio en el libro VI de los Fasti nos presenta a la diosa
reivindicando haber dado nombre a este mes: «Pero para que no lo ignores, ni te veas
arrastrado por el error del vulgo, junio ha tomado el nombre de mi nombre. De algo
vale estar casada con Júpiter, ser la hermana de Júpiter; no sé si vanagloriarme más
del hermano o del esposo» y añade más adelante la diosa «si mi rival pudo dar nombre
al mes de mayo, ¿se van a poner reparos en hacerme a mí este honor». La rival a la que
se refiere Juno, es Maya de la que Zeus tuvo como hijo a Mercurio.
No obstante a qué se refería la diosa como “error del vulgo”. Pues a que otra etimología
del nombre del mes lo identificaba con el mes dedicado a los más jóvenes iuniores, por
oposición a los más viejos maiores, a los que estaría dedicado el mes de mayo.
Por otra parte, la Juno romana era adorada como una diosa protectora de la ciudad que
la advertía de los peligros bajo la advocación de Iuno Moneta, Juno la que advierte. Así
Cicerón en De divinatione escribe: «También han escrito muchos que, una vez, se
produjo un terremoto, y que salió desde la fortaleza la orden —procedente del
santuario de Juno— de que se realizase el conjuro mediante la ofrenda de una cerda
preñada; por eso se llamo ‘Moneta’ a aquella Juno» (De Div. I, 101) Pero bajo este
aspecto de protectora, quizá el episodio más famosos sea el de las ocas sagradas del
Capitolio. Escribe Ovidio en el libro VI de los Fastos: «Cuentan que en la cima del
alcázar construyeron también un templo a Juno Moneta, en virtud de un voto que
habías hecho, Camilo. Antes había sido la casa de Manlio, quién en una ocasión
repelió el ataque de los galos contra Júpiter Capitolino». La mención a Manlio hace

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referencia al asedio de los galos capitaneados por Brenno al Capitolio allá por el año
390 a. de C. Según el relato de Plutarco, en la vida de Camilo, conquistada ya Roma por
los galos, los romanos resistían en la cima del Capitolio. Los galos planearon un ataque
nocturno a la ciudadela: « Así pues, los primeros habían alcanzado la cima y estaban
dispuestos como para de un momento a otro asaltar el muro y sorprender a los
centinelas dormidos. Pues nadie se dio cuenta, ni hombre ni perro. Sin embargo, había
unos gansos sagrados en el templo de Juno, que en otro tiempo se alimentaban muy
bien, pero entonces, cuando ya con dificultades los víveres apenas les bastaban a ellos,
estaban bastante descuidados y en una situación lamentable. Este animal tiene un oído
muy fino y es asustadizo. Y aquellos, como además estaban despiertos y nerviosos por
el hambre, sintieron enseguida el ataque de los galos y dirigiéndose hacia ellos a la
carrera y con graznidos, los despertaron a todos. Los barbaros, al ser descubiertos, no
se preocuparon ya del ruido y atacaron con suma violencia. Cogieron entonces cada
uno el arma que tenía a mano y se defendían como podían. El primero de todos Manlio,
hombre de rango consular, fornido de cuerpo y destacado por su espíritu decidido...»
Tito Livio, por su parte, en Ab urbe condita, V, 47, nos ofrece un relato similar:
«aupándose por turno y tirando unos de otros según lo exigía la naturaleza del terreno,
llegaron hasta la cima en tan profundo silencio que no solo burlaron a los centinelas,
sino que ni siquiera despertaron a los perros, animales atentos a los ruidos nocturnos.
Mas no pasaron desapercibidos a los gansos, a los que no se tocaba a pesar de la
agudísima falta de alimento, porque estaban consagrados a Juno. Esta circunstancia
significó la salvación pues sus gañidos y el sonoro batir de sus alas despertaron a
Marco Manlio, notable hombre de guerra que había sido cónsul dos años antes...» Así
pues, los graznidos de los gansos consagrados a Juno advirtieron a los romanos de la
presencia del enemigo.
El Camilo al que menciona Ovidio en su poema es Lucio Furio Camilo que en el año
345 a. de C, en el transcurso de una guerra contra los auruncos prometió construir en ese
mismo lugar un templo a Juno. Según Tito Livio, Ab urbe condita, VII, 28: «prometió
con voto un templo a Juno Moneta; regreso a Roma comprometido con este voto y dejó
la dictadura. El senado dispuso el nombramiento de duunviros para que se construyese
aquel templo en consonancia con la grandeza del pueblo romano; se destinó, para ello,
en la ciudadela un espacio que había sido el emplazamiento de la casa de Marco
Manlio Capitolino». En la actualidad en el emplazamiento de este templo se levanta la
basílica de Santa María en Ara Coeli.

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Lo relevante para nuestra historia sobre la mitología y el lenguaje es que en el año 269
a. de C. en ese lugar se estableció una ceca para la acuñación que por estar junto al
templo se le conocía como ad Monetam, o simplemente Moneta, por eso lo que se
acuñaba allí recibió el nombre de monetae, de donde nuestra moneda o el inglés
money.
Apolo y Artemis, los gemelos olímpicos
Otra de las innumerables conquistas de Zeus fue Leto, en latín, Latona, hija de los
titanes Ceo y Febe, a la que dejó embarazada de gemelos. Como en otras ocasiones la
celosa y rencorosa Hera descargó su ira contra ella encargándose de que ninguna tierra
la acogiera para que pudiera dar a luz. Finalmente sólo una pequeña isla, Ortigia, la isla
de las codornices, que, por no estar anclada a tierra, vagaba errante como la perseguida
Leto, aceptó acogerla, y en agradecimiento por esta acción quedó anclada a la tierra y a
partir de ese día sería conocida como Delos, la famosa. Pero la pertinaz Hera convenció
a Ilitia, la diosa de los partos, la que retrasó el nacimiento de Heracles y provocó el
parto prematuro de Euristeo, para que no asistiera a Leto impidiéndola parir. Finalmente
los demás dioses se apiadaron de la pobre Leto y, después de nueve días de dolores de
parto, pudo alumbrar a los gemelos, Apolo y Artemis. Estos gemelos divinos respetaron
y protegieron siempre a su madre. Así, tras el parto, Hera para vengarse de Leto
infundió en el ánimo del gigante Ticio el deseo de violar a Leto y los dos gemelos
divinos defendieron a su madre abatiendo al gigante con sus flechas. En el canto XI de
la Odisea, cuando se relata el descenso de Ulises a los infiernos, se lee: «Y vi a Ticio
después, el nacido de Gea, la gloriosa; nueve pletros5 su cuerpo ocupaba, tendido en un
llano, sin poder defenderse; dos buitres de un lado y del otro le roían el higado allí
penetrando en sus carnes por su ultraje a Latona» (Od. XI, 576-80). Cuando Niobe,
hija de Tántalo, se vanaglorió de tener siete hijos y sietes hijas y se consideró superior a
Leto que solo había tenido dos, esta ofendida pidió a sus hijos que vengaran la afrenta y
aquellos, obedientes, abatieron a flechas a todos los hijos de Niobe, Artemis a las
muchachas y Apolo a los hijos: «A estos los mató Apolo con los disparos del argénteo
arco, irritado contra Niobe, y la sagitaria Artemis a aquellas, por haber pretendido
igualarse a Leto, la de bellas mejillas» (Il, XXIV, 605-607). Tras esta desgracia Niobe
no pudo soportar el dolor y fue transformada en roca, a pesar de lo cual no dejaba de
llorar por lo que de la roca brotó un manantial: «llora sin embargo, y rodeada por un
torbellino de poderoso viento fue trasladada a su patria; sujeta allí en la cumbre de la
5
Un pletro equivale a cien pies, unos 32 metros.

59
montaña, se licúa, y todavía ahora siguen los mármoles manando lágrimas» (Met. VI,
311-14). Aún hoy en día en el monto Sípilo, en Turquía, se puede contemplar la roca de
Niobe.
Como Niobe era hija de Tántalo, el que sufría en los infiernos sumergido hasta la
barbilla en agua pero sin poder beber, y por ellos dio nombre al tántalo, un elemento
químico que no absorbía los ácidos, cuando el químico alemán Heinrich Rose determinó
en 1846 que los minerales de tántalo contenían un segundo elemento, lo denominó con
el nombre de la hija de Tántalo: el niobio.
La predilección que Zeus sentía por Apolo queda de manifiesto en el hecho de que es al
único de los dioses al que le concedió el don de la profecía. Por ello Apolo se dirigió a
Delfos para convertirse en el señor del oráculo, para los cual tuvo que dar muerte a un
terrible dragón que lo custodiaba. Así lo refiere Apolodoro: «Ártemis permanecía virgen
dedicada a la caza; en cambio Apolo, que había aprendido de Pan, hijo de Zeus y de
Hibris el arte adivinatoria, llegó a Delfos (entonces era Temis quien profetizaba), y
como la serpiente Pitón que guardaba el lugar le impedía acercarse a la sima, la mató
y se adueñó del oráculo» (Biblioteca, I, 4). En conmemoración de esta victoria Apolo
estableció la celebración cada cuatro años de los juegos Píticos (además de los juegos
Olímpicos que se celebraban cada cuatro años en Olimpia y que el barón de Coubertin
recuperó en 1896, había otros juegos panhelénicos, los Píticos, los Ístmicos, que se
celebraban en Corinto cada dos años, y los de Nemeos, también bianuales, instituidos en
recuerdo de la hazaña de Hércules). Así mismo por haber vencido a la terrible serpiente
Pitón, Apolo recibió el sobrenombre de Apolo Pitón, y las sacerdotisas de su oráculo
recibían el nombre de pitonisas, por lo que pitonisa ha pasado a significar adivina. Así
mismo una serpiente de dimensiones gigantescas recibió el nombre de pitón.
Al mismo tiempo Apolo es el dios de la música y de las artes y está estrechamente
relacionado con las Musas, las nueve hijas de Zeus protectoras de las ciencias y de las
artes, de cuyo nombre derivan música y también museo, pues la institución para el
desarrollo de las artes y la ciencias que en el 290 a. de C. fundó Ptolomeo I Soter en
Alejandría, se llamó, en honor a ellas, Museo.
Un personaje estrechamente relacionado con Apolo y las Musas es Orfeo. Según la
mayoría de autores era hijo de Calíope, una de las musas, y Eagro. Así Apolonio de
Rodas en sus Argonáuticas escribe: «Primero mencionemos a Orfeo, al que en otro
tiempo es fama que la misma Calíope, tras compartir su lecho con el tracio Eagro,
alumbrara cerca de la atalaya de Pimplea» (Argon., I, 25). Y en el mismo sentido se

60
expresa Apolodoro en su Biblioteca: «De Calíope y Eagro, o supuestamente de Apolo,
nacen Lino, a quien mató Heracles, y Orfeo, el citaredo, que con su canto conmovía a
las piedras y los árboles» (Bibl., I, 3, 2). Sin embargo, el poeta latino Ovidio en las
Metamorfosis nos ofrece otra versión. En efecto, Orfeo está dirigiéndose a Jacinto. Este
Jacinto, hijo de Amiclas, era un hermoso joven del que se prendó Apolo. En una
competición atlética con el propio Apolo el viento Céfiro, quizá por celos, desvió el
disco que el dios había lanzado para que golpeara a Jacinto dejándolo muerto. De la
sangre del joven Apolo hizo brotar la flor hoy llamada jacinto. En el poema de Ovidio
Orfeo trata de consolar al joven asegurándole «en la medida en que ello es posible eres
eterno, con todo, y cuantas veces la primavera desplaza al invierno y al lluvioso Pez
sucede el Carnero, otras tantas surges tú y tus flores en medio del verde césped» y
añade Orfeo «a ti te amó más que nadie mi padre», es decir, Apolo es padre de Orfeo.
Las habilidades musicales de Orfeo le permitieron bajar a los infiernos, amansar a
Cerbero y ablandar el corazón del mismísimo Hades que le permitió rescatar de los
infiernos a su esposa Eurídice, con la condición de que no se volviera a mirarla hasta
que salieran de allí, pero Orfeo, no resistió la tentación de volverse a mirar a su amada y
la perdió para siempre. De este mito surgió una religión mistérica, el orfismo, un culto
que aseguraba a los adeptos una vida feliz en el más allá. Y finalmente de Orfeo,
tenemos orfeón, agrupación de cantantes sin instrumentos musicales que les
acompañen.
En cuanto protector de las artes de Apolo hemos derivado el adjetivo apolíneo que se
aplica a aquello que posee las cualidades de serenidad y elegante equilibrio atribuidas a
Apolo en contraposición a lo dionisíaco.
Por su parte su hermana gemela Artemis se nos representa como una diosa virginal
protectora de la naturaleza y de las bestias que con sus ninfas recorre las montañas
cazando con su arco y flechas. Recordemos como al descubrir que una de sus
compañeras, la pobre Calisto, estaba embarazada, pues Zeus la había seducido, la
castigó por la pérdida de su virginidad, convirtiéndola en osa. También castigó
severamente al cazador Acteón que la había sorprendido bañándose desnuda. Ovidio
(Met. III, 151 y sig.) describe así el momento: «El color del rostro de Diana al ser vista sin
ropa era semejante al que acostumbran a tener las nubes cuando las alcanza de lleno el reflejo
del sol, o al color de 185la purpúrea aurora. Aunque estaba rodeada por la turba de sus
compañeras, sin embargo se puso de costado y volvió el rostro, y, aunque querría haber tenido
a su alcance las flechas, cogió lo que tenía a mano, agua, y salpicó el rostro viril; y, rociando

61
su cabellera con las vengadoras aguas, pronunció estas palabras, que anunciaban la desgracia
por venir: «Ahora puedes contar, si es que puedes contarlo, que me has visto sin vestidos». Y
sin más amenazas, le pone sobre la húmeda cabeza los cuernos de un ciervo de larga vida,
aumenta el tamaño de su cuello y aguza la punta de sus orejas, le transforma las manos en
pezuñas y los brazos en largas patas, y cubre su cuerpo con una piel manchada». Y luego,
convertido ya en ciervo, el pobre Acteón fue devorado por sus propios perros de caza. De su
nombre griego tenemos el nombre de una planta herbácea arbustiva la artemisia o artemisa.
Artemis fue identificada con la luna y cuando se Roma se produjo el sincretismo entre la
divinidad griega y la itálica Diana, esta también se identificó con nuestro satélite. Así Cicerón
en De Natura deorum, 2, 68, escribe: «Dianam autem Lunam eandem esse putant» (piensan que
Diana y la Luna son la misma). Como diosa de la caza, de su nombre latino deriva el sustantivo
diana, en su acepción de blanco de tiro. Así mismo en la Comunidad Valenciana tenemos un
topónimo derivado de su nombre Dianium, que a través del árabe andalusí Daniya dio nuestra
Denia, a la que ya mencionaba Cicerón en las Verrinas, II, 87, al referirse a unos cómplices de
Verres: «Manda que los soldados y los remeros vuelvan a pie de Mindos a Mileto, y el vende el
bellísimo bergantín, elegido entre los diez navíos de los milesios, a Lucio Magio y a Lucio
Fanio, que habitaban en Mindos. Son estos unos individuos sobre los que recientemente el
Senado decidió que debían incluirse en la categoría de enemigos. Con este navío viajaron
desde Dianium que está en Hispania, hasta Sinope, en el Ponto, visitando a todos los enemigos
del pueblo romano». Un siglo después Plinio el Viejo en Historia Natural,III, 21 describiendo la
geografía de Hispania escribió «Lo que sigue en la costa es el rio Tader, la colonia exenta de
tributo de ilici, de donde el nombre del golfo Ilicitano.: de ella dependen los icositanos.
Seguidamente, Lucento, de los latinos, Denia tributaria, el rio Júcar, antes también ciudad, y el
límite de la Contestania. La región de Edetania, con un amable lago que se extiende ante ella,
llega hasta Celtiberia. Valencia, una colonia separada tres mil pasos del mar; el rio Turia; a la
misma distancia del mar, Sagunto, una población de ciudadanos romanos, famosa por su
lealtad, y el rio Udiva (Mijares)»
Poseidón-Neptuno
Tras haber derrotado a Cronos y al resto de los Titanes, los olímpicos vencedores se
repartieron el cosmos. Homero pone en boca del propio Poseidón cómo se estableció
este reparto. En el libro XIV de la Ilíada se produce el episodio del engaño de Zeus,
Hera con la ayuda de Afrodita se ha embellecido para seducir a Zeus. Mientras el dios
hace el amor con ella, Poseidón ayuda a los griegos, frente a los troyanos,
contraviniendo los deseos de Zeus. En el canto XV, cuando Zeus descubre la artimaña,
envía a la diosa Iris para que le transmita a Poseidón la orden de dejar de ayudar a los
aqueos, Poseidón, enfurecido, responde:

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«¡Ay! Por valeroso que sea, es arrogante esa amenaza 185

de reducirme a mi pesar por la fuerza, siendo par suyo en honra.


Tres somos los hermanos nacidos de Crono a quienes Rea alumbró.
Zeus yo y, el tercero, Hades, soberano de los de bajo tierra.
En tres lotes está todo repartido, y cada uno obtuvo un honor:
a mí me correspondió habitar para siempre el canoso mar, 190

agitadas las suertes; el tenebroso poniente tocó a Hades,


y a Zeus le tocó el ancho cielo en el éter y en las nubes.
La tierra es aún común de los tres, así como el vasto Olimpo.
Por eso no pienso vivir al arbitrio de Zeus; que tranquilo,
por muy esforzado que sea, se quede en su tercera parte 195

y no intente amedrentarme con sus brazos como a un cobarde»


Poseidón no solo es el señor de los mares, también es el “agitador de la tierra” pues con
su tridente provoca los maremotos y terremotos. De su nombre griego tenemos la
palabra posidonia, planta acuática propia del Mediterráneo de largas hojas que forma
extensas praderas submarinas.
De su unión con Anfítrite nació Tritón, un ser con torso humano y cola de pez, que dio
nombre a toda una serie de personajes medio humanos, medio peces que acompañaban
al cortejo de Poseidón. Se le representa a menudo soplando una caracola que tocaba
para calmar o agitar las olas del mar. De su nombre deriva el del tritón, nombre que se
da a una especie de salamandras.
Tras el descubrimiento de Urano los astrónomos detectaron que las órbitas de Júpiter,
Saturno y el propio Urano no se adaptaban a lo previsto por las leyes de Kepler. Dos
astrónomos, el inglés John Adams, y el francés Urbain Leverrier, independientemente
llegaron a la conclusión de que otro objeto celeste interfería en sus órbitas y dedujeron
las características que debía tener ese hipotético octavo planeta. En el verano de 1846 el
astrónomo alemán Johan Galle encontró ese planeta justo donde los cálculos de
Leverrier habían indicado y le dio el nombre de Neptuno. Solo unas semanas después el
británico William Lassell, un fabricante de cerveza astrónomo aficionado, descubrió una
luna similar a las de Júpiter y Saturno orbitando en torno al nuevo planeta Neptuno y la
nombró Tritón por ser este su hijo.

63
La imagen de los tritones seres medio humanos medio peces evoca la de las sirenas,
pero las sirenas de la mitología griega son muy diferentes a las del mundo medieval que
luego Hans Christian Andersen edulcoraría en su cuento La Sirenita. Las sirenas son
seres marinos medio mujeres, medio aves (aunque en algunos relatos también hay
sirenas masculinas), se las representa como entidades con cabeza humana y alas y patas
de pájaro. Son seres peligrosos para los marinos, con su canto los atraen hacía su isla,
donde sus naves zozobran y los imprudentes navegantes son devorados por ellas. De ahí
viene la expresión escuchar cantos de sirena, esto es, ceder a una irresistible atracción
que nos conducirá a un final irremediable. En el canto XII de la Odisea la adivina Circe
le describe a Ulises este peligro en estos términos:
«Así, pues, todo eso ha quedado cumplido; tú escucha
lo que voy a decir y consérvete un dios su recuerdo.
Lo primero que encuentres en ruta será a las Sirenas,
que a los hombres hechizan venidos allá. Quien incauto 40
se les llega y escucha su voz, nunca más de regreso
el país de sus padres verá ni a la esposa querida
ni a los tiernos hijuelos que en torno le alegren el alma.
Con su aguda canción las Sirenas lo atraen y le dejan
para siempre en sus prados; la playa está llena de huesos 45
y de cuerpos marchitos con piel agostada».
Ulises, no obstante quiere escuchar el canto de las sirenas y por consejo de Circe
concibe una estratagema, tapará con cera los oídos de los marineros y les pedirá a sus
compañeros que le aten al mástil de la nave para evitar que atraído por el canto de las
sirenas se lance al mar. Así Ulises se convertirá en el único mortal que habiendo
escuchado su canto no ha sucumbido a su encanto. También escaparon a las sirenas los
tripulantes de la nave Argos, pues Orfeo con su melodioso canto evitó que los
argonautas atendiesen al canto de las sirenas.
A partir de esta leyenda se llamó sirenas a aquellos aparatos destinados a producir un
sonido fuerte que se pudiera percibir desde lejos, inicialmente utilizado en los barcos y
posteriormente en fábricas, ambulancias, coches de policía, etc...
Del nombre latino del dios del mar, Neptuno, tenemos el nombre del octavo planeta. En
los años 40 los físicos descubrieron dos nuevos elementos que en la tabla periódica
ocupaban los puestos 93 y 94, detrás del Uranio, del que ya hablamos en su momento.

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Así pues se decidió nombrarlos con el nombre de los planetas que seguían a Urano, y
fueron denominados Neptunio y Plutonio.

Hades-Plutón
Al tercero de los hermanos, Hades, en el reparto del cosmos le correspondió el mundo
de los muertos. Su nombre Hades significa “el invisible”. Es una divinidad despiadada
pues no deja salir de su reino a nadie que haya penetrado en él. En realidad, el nombre
que le dieron los latinos, Plutón, es de origen griego, Πλοῦτος, el rico, en alusión a que
toda clase de riqueza proviene de la tierra, en cuyas entrañas está su reino.
Del nombre de Plutón, además del planeta y el mencionado elemento químico, tenemos
el de plutonismo, teoría que supone la formación de las rocas a altísima presión y
temperatura en las entrañas de la tierra, por oposición al neptunismo, que suponía la
formación de las rocas por sedimentación en el fondo del mar.
Está casado con Perséfone, la latina Proserpina, y su unión con ella es uno de los mitos
que servían para explicar el ritmo de las estaciones. Perséfone era hija de Démeter y de
Zeus. Hades se enamoró perdidamente de ella y la raptó mientras ella cogía flores en un
prado de Enna, en Sicilia. Su madre Démeter se quejó ante Zeus y pidió que su hija le
fuera restituida, por lo que Zeus ordenó a su hermano devolverla. Sin embargo
Perséfone cometió el error de haber comido un grano de granada en el reino de los
muertos, por lo que ya no podría salir de allí. La decisión de Zeus fue que Perséfone
permaneciese en los infiernos una parte del año, y la otra volviese a la tierra con su
madre. Démeter aceptó con una condición, la tierra sólo daría sus frutos cuando
Perséfone estuviera con su madre y mientras permaneciese en el inframundo con su
esposo no habría cosechas.
Existe otro mito similar relacionado con Perséfone y el ciclo de las estaciones.
Siguiendo el relato de Ovidio en el libro X de las Metamorfosis. El rey de Siria, tías,
tenía una hija Mirra o Smirna, a la que Afrodita infundió una pasión incestuosa por su
padre. Al parecer la madre de Mirra, Cencreis, había ofendido a la diosa manifestando
que su hija era más hermosa que ella, y Afrodita se vengó. Ayudada por su nodriza
Hipólita Mirra logró consumar mediante un engaño la unión con su padre, pero cuando
este se dio cuenta, la persiguió con un cuchillo para darle muerte. Entonces ella pidió la
protección de los dioses y la transformaron en un árbol de cuya resina se obtiene la
mirra. Cuando se cumplió el embarazo la corteza del árbol se abrió y de ella nació un
niño Adonis. Afrodita quedó prendada de este hermoso joven, lo recogió y, en secreto se

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lo confió a Perséfone para que lo cuidara. Perséfone también se enamoró de él y de
nuevo Zeus tuvo que intervenir para saldar la disputa entre las dos diosas. El padre de
los dioses y de los hombre dictaminó que un tercio del año Adonis permaneciese junto a
Perséfone, otro tercio con Afrodita y el otro con quien él quisiera. Adonis prefirió pasar
dos tercios del año con Afrodita, el tiempo en que la tierra es fértil y brotan las flores.
Pero durante una cacería un jabalí arremetió contra Adonis y le dio muerte (según
algunos mitógrafos era una venganza de Artemis por la intervención de Afrodita en la
desgracia de Hipólito, el hijo de Teseo). Afrodita rocío el cadáver de Adonis con néctar
y de sus gotas de sangre surgieron las anémonas. Se cuenta también que al acudir
corriendo Afrodita se hirió en el pie y de la sangre de la diosa, las rosas, que hasta
entonces eran blancas, se tiñeron de rojo. A partir de este mito el sustantivo adonis ha
pasado a significar joven de gran belleza.
En cuanto a la madre de Perséfone, Démeter, fue asimilada por los latinos como Ceres y
de su nombre derivan los cereales. San Isidoro, en sus etimologías hace derivar de
Ceres el nombre de la cervisia o cerevisia que ha dado nuestra cerveza: «Cervisia a
Cerere, id est fruge vocata; est enim potio ex seminibus frumenti vario modo
confecta»(XX, 3, 19) (la cerveza llamada por Ceres, esto es por el fruto de la tierra,
pues es una bebida elaborada de diferentes maneras a partir de semillas de grano). No
obstante, esta etimología es falsa, pues cerevisia o cervisia era un préstamo del celta.

Hefesto-Vulcano
Hefesto, hijo de Zeus y de Hera, es el dios herrero y dominador del fuego. Desde la
antigüeda su fragua se situaba en los volcanes, sea el Etna, como en la Fábula de
Polifemo y Galatea de Góngora, sea en Líparis. De hecho de su nombre en latín,
Vulcanus, deriva el sustantivo volcán, vulcanismo o vulcanizar, el proceso de
combinar azufre con goma al que se somete, por ejemplo, a los neumáticos para
garantizar su elasticidad en cualquier condición de temperatura.
Hefesto era un dios cojo y su cojera es a menudo motivo de mofa entre los otros dioses.
Además Zeus agradecido por haberle ayudado en el nacimiento de Atenea lo casó con
Afrodita, la más hermosa de las diosas. Pero esta a menudo le fue infiel, especialmente
con Ares, el dios de la guerra. En el canto VIII de la Odisea se nos narra como Hefesto
prepara una trampa para atrapar a los amantes cuando estén en el lecho y una vez
apresados llama a todos los dioses para que contemplen el espectáculo provocando su
risa:

66
«legó allí Posidón, el que abraza las tierras, y Hermes
saludable, y el rey que dispara de lejos, Apolo,
porque sólo a las diosas retuvo el pudor en sus casas.
Y de pie en el umbral los eternos dadores de bienes, 325
una risa sin fin levantóse en sus almas felices
observando las trazas del hábil Hefesto;»
Esta risa sin fin de los dioses es el origen de la denominada risa homérica.
Hestia-Vesta
Hestia, hermana de Zeus, es la diosa del fuego del hogar y como Atenea o Artemis es
virgen. Su nombre en latín es Vesta, de la misma raíz que Hestia (compárese hespera y
vespera). Si bien en la antigua Grecia son escasos los templos dedicados a esta diosa, en
el mundo Romano su culto fue mucho más importante por ser de carácter estatal. De
hecho en el foro romano existía un importante templo de planta circular, junto al que se
encontraba la residencia de sus sacerdotisas, las vestales. Estas eran seis sacerdotisas
que eran escogidas por el pontífice máximo siendo aún unas niñas y estaban al servicio
de la diosa manteniendo el fuego sagrado durante 30 años. Gozaban de prestigio y
privilegios al punto de que si un condenado a muerte en su camino al cadalso se
encontraba con una vestal esta podía indultarle, pero se les exigía mantener la castidad.
La pérdida de la virginidad era duramente castigada, las emparedaban y enterraban
vivas, pues se consideraba un mal augurio para la ciudad. Tito Livio en Ab urbe condita
nos relata un caso sucedido en tiempos de la Segunda Guerra Púnica cuando Aníbal
estaba invadiendo Italia: «dos vestales, Opimia y Floronia, fueron convictas de estupro;
una de ellas fue enterrada viva, como era costumbre, junto a la puerta Colina, y la otra
se quitó ella misma la vida; Lucio Cantilio, escriba pontificio, de los que ahora llaman
pontífices menores, que había cometido estupro con Floronia, fue azotado con varas en
el comicios por el pontífice máximo hasta que murió bajo los golpes. Como este delito
fue considerado un hecho de mal agüero, cosa que suele ocurrir en una sucesión
semejante de desastres, los decenviros recibieron orden de ir a consultar los libros
sibilinos y Quinto Fabio Pictor fue enviado a Delfos a consultar al oráculo con que
preces y sacrificios podían aplacar a los dioses y cuál iba a ser el final de tales
catástrofes» (Ab urbe condita, XXII, 57, 2).
Además de vestal, que significa virgen, del nombre de esta diosa deriva vesta, que es
como se llamaron los primeros fósforos de seguridad, nuestras cerillas.

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Dionisos-Baco

Dionisos es hijo de Zeus y de Sémele, hija de Cadmo, rey de Tebas. Hera, celosa por la
infidelidad de su marido, convenció a Sémele para que le pidiera a Zeus que se mostrase
ante ella en su verdadera imagen. Cuando esta se lo pidió, Zeus no pudo negarse pues
Zeus le había prometido a Sémele que le concedería un deseo, así que se manifestó ante
ella en todo su esplendor entre truenos y rayos de tal manera que la mortal Sémele cayó
abrasada ante esta visión. Entonces Zeus recogió de entre las cenizas de Sémele a su
hijo aún no nacido y lo tuvo en su muslo hasta el momento de su nacimiento. Los
propios griego interpretaban el nombre de este dios como hijo de Zeus Διός νύσος pues
nýsos significaba en frigio hijo.

A pesar de que el desciframiento de las tablillas micénicas en el siglo XX ha


evidenciado que el culto a este dios ya existía en época micénica, para los griegos de la
edad clásica Dionisos había sido junto con Heracles y Pan uno de los últimos dioses en
incorporarse al pabellón de los Olímpicos. Heródoto en el segundo libro de sus
Historias escribe: « así es, la historia griega cuenta que tan pronto nació Dioniso, Zeus
lo llevó a Nisa, en Etiopía, allende Egipto, y como con Pan, los griegos no saben qué
fue de él tras su nacimiento. Resulta por tanto claro para mí que los griegos
aprendieron los nombres de estos dos dioses más tarde que los nombres de todos los
otros, y sitúan el nacimiento de ambos en el momento en que los conocieron» (Historias,
II, 146).

Dioniso introdujo el cultivo de la vid, es el dios del vino y del delirio orgiástico. De su
nombre deriva el adjetivo dionisíaco que significa impulsivo, instintivo, orgiástico en
oposición a lo apolíneo, según la dicotomía que estableciera Nietzsche en El nacimiento
de la tragedia.

Precisamente el nacimiento del teatro está íntimamente relacionado con el culto a


Dionisos en el contexto de la Dionisias rurales que se celebraban en invierno, y la
Grandes Dionisias o Dionisias urbanas que tenían lugar a comienzos de primavera. En
estos festejos se celebraban procesiones en las que se conmemoraba la llegada del dios a
Atenas. Durante las celebraciones tenía lugar un certamen poético en el que coros
bailaban y cantaban ditirambos canto coral de argumento mítico si bien el contenido de
la narración no tenía por qué estar vinculado con las leyendas en torno a Dioniso.
Aristóteles en su Poética (II, 3) considera que el drama surgió a partir de las

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improvisaciones de quienes entonan el ditirambo en el momento en que un actor se
separó del coro estableciendo diálogo con él. Según Horacio en la Epístola a los Pisones
fue Tespis el creador de esta innovación. De modo similar sitúa el origen de la comedia
en las comparsas que acompañaban a los phalloi en procesión intercambiando chirigotas
con los miembros del cortejo y con los espectadores. De hecho el término comedia
κωμῳδία significa canto del κῶμος que era el nombre de estas procesiones. Por su parte
el término τραγῳδία es el canto del τράγος, macho cabrío. El motivo de esta
denominación no está claro: puede referirse a que los coros iban ataviados con pieles de
macho cabrío en un principio, o que hubiese una ceremonia religiosa que incluyese el
sacrificio de este animal o, incluso, se ha apuntado a que el premio para los vencedores
de los certámenes fuera un macho cabrío.

Dentro del cortejo de acompañantes de Dioniso destacan los sátiros, seres de apariencia
humana que caminaban erguidos pero tenían patas de macho cabrío o de caballo en
algunas representaciones, cola y orejas puntiagudas. Estos seres se caracterizaban por su
voluptuosidad y lascivia y se les representaba siempre con el falo erguido, priapismo.
De ellos deriva el sustantivo sátiro.

En el mundo romano Dionisos fue identificado con una divinidad itálica Liber y se le
dio el nombre griego de Βάκχος Bacchus, de donde deriva bacanal, que significa orgía
con mucho desorden y tumulto. En efecto las ceremonias en honor a este dios
degeneraron en una orgía desenfrenada que servía también para dar cobertura a delitos.
Tito Livio en el libro XXXIX de Ab urbe condita las describe en estos términos: «Se
trataba de un culto en el que en un principio fueron iniciados unos pocos y después
comenzó a difundirse entre hombres y mujeres. Al rito religioso se añadieron los
placeres del vino y los banquetes para atraer a mayor número de adeptos. Cuando el
vino y la nocturnidad y la promiscuidad de sexos y edades tierna y adulta eliminaron
todo limite del pudor, comenzaron a cometerse toda clase de depravaciones, pues cada
uno tenía a su alcance la satisfacción del deseo al que era más proclive por
naturaleza. Y no se trataba de un solo tipo de maldad, como la violación
indiscriminada de hombres libres y de mujeres, sino que de la misma fragua salían
falsos testigos, falsos sellos de testamentos y delaciones, así como filtros mágicos y
muertes tan ocultas que a veces ni siquiera se encontraban los cadáveres para darles
sepultura. A mucho se atrevían por la insidia, y a mucho más por la violencia. Esta
violencia quedaba tapada por el hecho de que, debido a los chillidos y el estrepito de

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los tímpanos y címbalos, no se podía oír ni una sola voz de los que pedían auxilio en
medio de las violaciones y las muertes». (Ab urbe condita, XXXIX, 8)
Ante esta situación el senado romano en el año 186 a. de C. tomó la decisión de prohibir
estos ritos en toda Italia, salvo en circunstancias especiales y con la explícita
autorización de las autoridades, en el famoso Senado-consulto de las bacanales, una
copia del cual, descubierta en el siglo XVII en el sur de Italia, se expone hoy en el
museo de Historia del arte de Viena.
Príapo
Al describir a los sátiros hemos mencionado que se les representaba con el falo erecto,
fenómeno conocido como priapismo, que deriva del nombre de Príapo, divinida
dprotectora de la fertilidad tanto de los animales, como de los campos, al que se
representaba siempre con un gran falo y que se consideraba hijo de Dionisos y la diosa
Afrodita. Era costumbre erigir en los jardines y huertos estatuillas de Príapo para
asegurar la fertilidad. Pero además tenía una función apotropaica, esto es para alejar el
mal de ojo. Por eso era habitual portar amuletos fálicos con esta finalidad, amuletos que
recibían el nombre de fascinum, palabra de la que derivan fascinar, fascinación y
fascinante.
Pan
Estrechamente relacionado con Dionisos está Pan, dios de los pastores y de los rebaños,
hijo de Hermes y de una ninfa. Tal y como se lee al comienzo del Himno homérico
dedicado a este dios, su aspecto era muy feo: « Háblame, Musa, del amado vástago de
Hermes, el caprípedo, bicorne, amante del ruido, que va y viene por las arboradas
praderas junto con las Ninfas, habituadas a las danzas», hasta tal punto era
desagradable su apariencia, con sus patas de cabra y sus cuernos, que al nacer su madre
horrorizada se apartó de él, en cambio su padre Hermes lo presentó a los dioses del
Olimpo, tal y como se lee en el mencionado himno: «Se sentó (Hermes) junto a Zeus y
a los demás Inmortales y les presentó a su hijo. Los inmortales todos alegraron
naturalmente su corazón, y en especial el báquico Dioniso. Solían llamarlo Pan porque
a todos les alegró el ánimo». Pan, en griego significa todo, aunque la etimología del
himno es una invención.
Y efectivamente a partir de entonces Pan se incorporó junto con los sátiros al séquito de
Dionisos.
Cuando se aparecía de improviso tanto a rebaños como a pastores, por su estrafalario
aspecto los llenaba de pavor y les hacía huir, de donde deriva el sustantivo pánico.

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Morfeo
Es uno de los mil hijos de Hipnos, el sueño, y Nix, la noche. Su nombre deriva de
μορφή forma porque su misión era adoptar la forma de los seres humanos que aparecen
en las ensoñaciones. Se le representaba con unas alas que le permitían acudir volando a
cualquier durmiente donde fuera que estuviese. De su nombre deriva la expresión caer
en brazos de morfeo. Cuando el químico alemán Friedrich Sertürner a principios del
siglo XIX a partir de las semillas de la amapola sintetizó un alcaloide que permitía
aliviar el dolor lo llamó en honor a esta divinidad morfina.
Eolo
Es una divinidad menor. Zeus le concedió el dominio de los vientos. Vivía en la mítica
isla de Eolia, una isla flotante y en ella acogió hospitalariamente a Odiseo. Al parecer le
regaló un cofre en el que se contenían todos los vientos para que le ayudaran en sus
viajes. No obstante los compañeros de Odiseo creyendo que en el cofre se escondían
tesorosos, cuando este estaba durmiendo, lo abrieron, los vientos escaparon y se
desencadenó un temporal que les hizo naufragar y tener que refugiarse de nuevo en
eolia. De su nombre deriva el adjetivo, eólico.
Narciso y Eco
En el libro tercero de las Metamorfosis el poeta Ovidio nos relata la historia de la ninfa
Eco. Eco era capaz de hechizar con su voz a mortales e inmortales. Zeus en sus
aventuras amorosas se aprovechaba de este don de la ninfa y, cuando Hera, siempre
celosa, acudía con la intención de sorprender a su marido en adulterio, hacía que Eco
con su verborrea la mantuviese entretenida. Cuando Hera descubrió este ardid castigó a
la ninfa condenándola a no poder hablar más, sino simplemente repetir las últimas
palabras que hubiera escuchado. «Cuando la Saturnia se dio cuenta dijo: «Tendrás
poco control sobre esa lengua por la que he sido engañada, y un limitadísimo uso de la
voz». Y confirma sus amenazas con hechos; Eco solamente repite los últimos sonidos de
las frases y reproduce las palabras que ha oído» (Met. III, 365). De ahí que a la
reproducción de un sonido producido al ser reflejadas sus ondas por un obstáculo se le
denomine eco.
Posteriormente la ninfa Eco se enamoró del joven Narciso al que seguía por los
bosques, pero por la maldición de Hera no podía ponerse en contacto con él, condenada
a repetir solo las últimas palabras que oía, fue languideciendo hasta verse reducida a una
roca que repite los sonidos.

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Por su parte el hermoso Narciso rechazaba a todos los que se prendaban de él, por lo
que Némesis le castigó haciendo que se enamorara de su propia imagen. Así, cuando
tras un día de caza acudió a una fuente a refrescarse, se enamoró de su propio rostro
reflejado en las aguas. Desesperado por su amor imposible se quitó la vida y de sus
gotas de sangre surgió la flor llamada narciso. De este mito deriva el término
narcisismo “excesiva complacencia en la consideración de las propias facultades u
obras”.
La Ilíada y la Odisea
Para finalizar este repaso a la presencia de los mitos griegos en nuestro vocabulario,
cabría señalar también que algunos de los personajes y situaciones de los poemas
homéricos también nos han proporcionado sustantivos y adjetivos.
Quizá el más conocido sea el término tendón de Aquiles, que corriendo por detrás del
tobillo conecta el tríceps sural con el talón, siendo el tendón más largo y fuerte del
cuerpo humano. Realiza la flexión plantar del pie y participa en la flexión de la rodilla.
Se encarga de despegar el pie del suelo facilitando los desplazamientos al andar, correr
o saltar.
Por otro lado la expresión “talón de Aquiles” hace referencia al punto débil de una
persona o de una argumentación. La expresión se justifica por la tradición transmitida
por Estacio, poeta del siglo I de nuestra era que en la Aquileida, una epopeya inconclusa
en la que cantaba la vida de Aquiles, en la que nos narra cómo su madre, la diosa Tetis,
a fin de hacerlo invulnerable sumerge al niño en las aguas de la Estigia (Aquileida I,
133sg.; 264-71), pero al sujetarlo por uno de los talones, éste no puede ser recubierto
por las milagrosas aguas y en consecuencia en ese punto pierde su invulnerabilidad. (Un
mito similar será el de Sigfrido en la islandesa Völsunga Saga, del siglo XIII, quién tras
matar al temible dragón Fafnir, se baña en su sangre para volverse invulnerable, pero
una hoja de tilo que arrastra el viento se pega en un punto de su espalda que no podrá
ser cubierto por la sangre del dragón lo que, con el tiempo, resultará fatal pues en ese
punto débil el héroe será herido de muerte). Así también la vulnerabilidad de su talón
será la causa de la muerte de Aquiles causada por una flecha.
Respecto al autor del disparo las fuentes varían, para Eurípides, fue Paris. Así en su
tragedia Andrómaca, Menelao se dirige a Peleo en estos términos: «Pues Paris, que
mató a tu hijo Aquiles, era hermano de Héctor, y ésta, la mujer de Héctor». Sin
embargo para Sofócles el autor del disparo mortal fue el propio dios Apolo. En
Filoctetes Neoptólemo le relata al personaje que da título a la tragedia la muerte de

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Aquiles en estos términos: «Ha muerto, no a mano de hombre alguno, sino de la
divinidad, batido por una flecha de Febo, según dicen» (Filoctetes, 364). A esa versión
se adhiere el poeta latino Horacio en Odas, IV, 6, sin embargo el gran Virgilio adopta
una postura intermedia, es Paris quien ha disparado la flecha pero Apolo quien la ha
dirigido. En el libro VI de la Eneida, antes de su descenso a los Infiernos, Eneas y sus
compañeros visitan la gruta de la sibila de Cumas, y se dirige a Apolo con estas
palabras: «Febo, que siempre te has compadecido de los duros sufrimientos de Troya,
que has dirigido la mano y las flechas dardanias de Paris contra el cuerpo del
Eácida...» (En. VI, 56-58). Sea quien fuere el autor del disparo, lo irrefutable es que el
punto débil del héroe Aquiles fue su talón.

También al poema homérico debemos el adjetivo estentóreo.Así en el canto V de la


Ilíada, se lee:
Allí se detuvo Hera, la diosa de blancos brazos, y chillo
tomando la figura del magnánimo Esténtor, de broncínea voz, 785
que gritaba tan fuerte como entre cincuenta
Del nombre de este guerrero deriva el adjetivo estentóreo “dicho de la voz o del acento:
muy fuerte, ruidoso o retumbante.
Automedonte, el fiel auriga de Aquiles, también pasó a designar al “hombre que
gobierna las caballerías de un carruaje” (DRAE), y de ahí a designar cualquier
cochero, incluso, un taxista, como en el siguiente fragmento de Tiempo de silencio de
Luis Martín Santos: «él, el indigno, el desheredado Muecas a peso de oro había conseguido
retener al automedonte en retirada que con su ronroneante motor consumiendo la valiosa
esencia llegada del otro lado del océano esperaba a la puerta de la regia mansión junto con el
vigilante nocturno».
En efecto, el fiel y valeroso Automedonte no sólo sirvió a Aquiles, sino que tras la
muerte de éste también fue el auriga de su hijo Neoptólemo e, incluso, cuando Patroclo
revistiéndose con la armadura de Aquiles se dirigió al combate, también le acompañó
como conductor de su carro. Así en el Canto XVI de la Ilíada leemos como Patroclo:
«Mandó uncir rápidamente los caballos a Automedonte,
a quien más apreciaba tras Aquiles, rompedor de batallones,
y que era el más leal para resistir las amenazas en la lucha»
(Il. XVI 145-47)

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La segunda de las epopeyas atribuidas a Homero versa sobre las aventuras de Ulises en
su regreso a su patria Ítaca. Como el nombre del héroe en griego es Odiseo, el poema se
conoce como La Odisea y de ahí que el sustantivo odisea “viaje largo y en el cual las
aventuras adversas y favorables al viajero” y por extensión “sucesión de peripecias
por lo general desagradables que le ocurren a una persona”.
Uno de los personajes destacados de este poema es el anciano Mentor a quien Ulises en
su ausencia había encomendado el cuidado de su casa y la educación de su hijo
Telémaco. En el canto II leemos:
un amigo de Ulises, el héroe intachable 225
a quien éste al partir encargado dejó de su casa
por que al viejo asistiese y guardase sus cosas a salvo
(Od. II, 225-27)
La propia Atenea en determinado momento del poema toma la forma de Méntor para
aconsejar a Telémaco : «...Atenea llegóse a su lado//semejante en la voz a
Mentor y en su cuerpo y figura» (Od. II, 268-69).

De ahí el sustantivo mentor, “consejero o guía de otro” y también “el que sirve de ayo”.
Finalmente y como botón de muestra de que el mundo mitológico greco-romano sigue
productivo en nuestros días, recientemente la Real Academia de la Lengua ha añadido al
adjetivo troyano la siguiente acepción: “Inform. dicho de un virus: capaz de alojarse en
una computadora para captar información y transmitirla a usuarios ajenos”. Y, aunque
en mi modesta opinión, mejor sería llamar aqueos o ulises a estos virus, pues fueron los
griegos los que se infiltraron escondidos en el fatal caballo de madera para desgracia de
Troya, lo verdaderamente significativo de esta nueva acepción del adjetivo troyano es
que el mundo mítico que crearon los griegos sigue estando presente en el imaginario del
hombre del siglo XXI y continúa siendo útil en el eterno empeño del hombre de
mediante el lógos, la palabra, poner orden en el caos para poder entender y controlar el
universo.

Finis coronat opus

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