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2. Los riesgos de las pruebas y analíticas. Hoy en día, cualquiera que vaya al médico
acaba perforado como un libro escrito en braille. Sacar sangre, hacer biopsias,
colonoscopias, mamografías, radiografías, TACs con sus peligrosos contrastes,
meter material radiactivo en el cuerpo para hacer imbecilidades, punciones
lumbares, y otras decenas de sandeces de todos conocidas, os garantizo que no
son buenas para la salud. Si además son innecesarias, el ratio riesgo/beneficio se
dispara a niveles intolerables.
Muchas de esas pruebas, repetidas a lo largo del tiempo, acaban produciendo
enfermedades graves que nunca se hubieran tenido quedándose en casa leyendo
novelas del oeste.
3. En todas esas pruebas, se busca que la persona se encuadre dentro de los niveles
estándar designados por las “autoridades sanitarias”. Los gordos, delgados,
jóvenes, jubilados, jugadores de baloncesto o enanos de circo, todos tienen que
cuadrar a martillazos para que entren dentro de los niveles propuestos en las tablas
que indican la “normalidad”. El problema es que lo que dicen normalidad no es la
salud, sino el promedio de gente enferma. Si a mi edad todos tienen la presión
arterial al 14, si yo la tengo al 11 me dicen que la tengo baja. Cuando la realidad es
que yo la tengo bien, son todos los otros los que la tienen alta.
Me parto de risa cuando le oigo recetar a un médico algo para “mejorar la analítica”.
O sea, la salud del enfermo es un factor secundario, lo realmente importante es
cuadrar los niveles a martillazos para que entren dentro de los cánones
establecidos. Ese proceder es lógico si se piensa que es una cadena de montaje de
una fábrica de enfermos, de la que todos deben salir homologados o muertos. El
término medio no se admite.
5. Para terminar, la estadística dice que el 40% de la gente que entra a un hospital sale
con algo que no tenía. Lo peor son las más de 2.000 personas al año que mueren
debido a infecciones hospitalarias resistentes a los antibióticos. Con plata coloidal
se hubieran salvado, pero en los hospitales no se rebajan a esas tonterías. Mejor
que mueran dos mil que admitir que hay cosas gratuitas mejores que los antivida y
sin los graves efectos secundarios.
Después de todo esto me reafirmo en la novedosa idea, nunca puesta en práctica por
ninguna escuela de medicina en toda la historia, que no hace falta diagnosticar. Es un paso
innecesario y que no aporta nada cuando lo que se trata es de recuperar la salud.
Me apoyo en otra famosa frase que dice: sólo cura la naturaleza. Y es radicalmente cierta.
Ni los médicos, ni las medicinas, ni las plantas medicinales, ni los chamanes, ni los brebajes
y encantamientos para el mal de ojo curan a nadie. Es el mismo cuerpo el que restaura la
salud cuando se le da la ocasión y no se le molesta.
El cuerpo de todos los animales, incluidos los más brutos con dos patas, ha restablecido la
salud durante millones de años a todos los seres vivos. Esto viene ocurriendo unos millones
de años antes de que hubiera médicos, libros, se conocieran las plantas medicinales o
existiera algún artista capaz de diagnosticar con fiabilidad. La sabiduría atemporal de todos
los organismos es capaz de restablecer la salud en las circunstancias más desfavorables,
sin ayuda de nadie.
Ver actuar al cuerpo desde la barrera sin intervenir y, mucho menos, molestarlo, es un
espectáculo grandioso. Hace las cosas con una precisión que se basa en las circunstancias,
empleando una exquisita sencillez y economía de recursos.
Cuando el cuerpo está dedicado a restablecer la salud, no hay que hacer absolutamente
nada salvo lo que el mismo cuerpo pida a través de los instintos, que debe estar limitado a
cosas muy sencillas y naturales. Pongamos ejemplos:
Si se tiene frío, hay que abrigarse. Si se tiene calor, hay que refrescarse con compresas
húmedas y ropa ligera. Si se tiene sed, se bebe. Se come sólo cuando se tiene hambre.
Como hay gente que no distingue la verdadera sensación de hambre, hay algo que no falla
nunca: si un enfermo quiere comer, para saber si tiene hambre, hay que darle algo sano
que normalmente no le gusta. Si se lo come, es que tenía hambre de verdad. Si no tiene
hambre, no pasa nada, es que su cuerpo está limpiando y no quiere distraerse con cosas
menos importantes. Cuando necesite comer ya vendrá el hambre. Si se ha estado varios
días sin comer, para reiniciar la alimentación sólida hay que hacerlo progresivamente,
cuantos más días sin comer, más progresiva.
Para todos los enfermos va bien el mismo tipo de alimentación con pocas variaciones.
Cereales integrales. Aceite de oliva y de girasol prensado en frío. Semillas oleaginosas
variadas, todas en crudo, obligatorio las pipas de girasol, el lino, el sésamo, almendras y
nueces. Medio kilo al día como mínimo de verduras variadas en crudo. Un par de kilos de
frutas maduras de estación al día, comidas o en zumos, lógicamente en crudo. Si se tiene
que endulzar algo, se usa un poco de miel o stevia. Todo ello sin cometer
incompatibilidades. Para beber y guisar, agua destilada. Muy recomendable col fermentada
hecha en casa y agua de mar.
Los que tengan enfermedades autoinmunes tienen que prescindir del gluten.
Los que estén intoxicados con algún veneno o metal pesado, tendrán que hacer lo
necesario para sacar los tóxicos del cuerpo.
En algunos casos habrá que hacer ayuno.
Obviamente, no se puede comer nada que no esté escrito, por muy sano, medicinal y
milagroso que parezca. Quiero recalcar que los medicamentos no están escritos, porque
hay personas que por inercia creen que hay que tomarlos junto con cualquier dieta.
Para ayudar al cuerpo, además de hacer una vida sana, con algo de ejercicio adecuado a
cada persona, hay que dejar de hacer tonterías infantiles como enfadarse, estresarse,
querer tener razón, discutir con cualquiera, albergar conflictos emocionales, guardar rencor,
y todas esas cosas absurdas que pavimentan el alma humana.
Acabo de liberar a la especie humana de las cadenas del diagnóstico. Cuantas menos
cosas se hagan, menos posibilidades de equivocarse o hacerlas mal. Lógicamente, este
invento no le interesa a nadie, porque si no se necesita al “experto en algo” se acaba el
negocio. Y la salud no es rentable, sólo lo es la enfermedad.