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DE CALCEDONIA AL FINAL DE LA PATRÍSTICA.

La visión que el concilio de Calcedonia produjo no fue importante solo para el siglo IV, sino
para toda la historia del cristianismo. El misterio de la unión hipostática en Cristo se asemeja a la
unidad de la Iglesia, pues en la vida cristiana por medio de actos humanos se manifiestan destellos
divinos, que plenifican nuestra naturaleza humana. San Cirilo es el máximo exponente de la
cristología unitaria en el periodo patrístico y en la época bizantina. De la cristología ciriliana es de la
que se apoyan los monofisistas apoyada por los emperadores y por Antioquía, y se opone a
Calcedonia.
Justiniano II define la fe a través de la fórmula teopajista, con la que decía que uno de la
Trinidad ha compartido nuestra humanidad, este es Jesús y por Él se dice que la divinidad de Dios
está en Jesús, por tanto, el Jesús que padeció, murió y resucito es Dios mismo.
El emperador convocó un concilio en 553 con la ausencia del papa, quien primero rechazó y
luego aceptó los anatematismos creados por Justiniano, en este concilio se estrecharon los lazos entre
cristología y Trinidad, afirmando la unión hipostática como fundamento trinitario, de igual manera
confirma el título de “Theotokos” dado a María, rechaza a Eutiques, el monofisismo y la división de
personas. Aparecen dos términos «Enhipostasía» «Anhipostasía», en la primera está el Verbo hecho
hombre, en la segunda se rechaza la figura humana del Verbo.
El concilio III de Constantinopla se preocupó por defender la humanidad de Cristo. En este
concilio hay dos razones primordiales: una trata del conocimiento o ignorancia de Jesús, la segunda
habla de la dualidad de las voluntades que actúan en Él. Si se habla de la ignorancia de Jesús respecto
a sucesos ya ocurridos o por venir se negaría si divinidad o se regresaría a la dualidad, esto es lo que
proponen los agnoetas, estos fueron condenados por el concilio de Letrán y por Gregorio Magno. El
monoenergismo o monotelismo reestablece la teoría de la dualidad de naturalezas, pues viene la
pregunta de si la redención nos viene de una sola naturaleza o si se contraponían entre ambas. Dionisio
habla de que en Jesús actuaba lo humano y lo divino en una sola persona y que este hecho trasciende
la mentalidad humana; Sergio de Constantinopla lo reacomodó diciendo que en una persona no podían
actuar dos voluntades, este era seguidor del monofisismo. Sofronio de Jerusalén junto con otros tres
obispos se negaron a aceptar el edicto del emperador con la propuesta de Sergio, que ya había sido
aceptada por el papa; esto originó otro cisma entre Oriente y Occidente.
El concilio de Letrán condenó a los monoenergistas y también al papa Honorio,
restableciendo lo dicho por Constantinopla sobre la unión hipostática sin mezcla ni división. Todo el
problema de las voluntades tiene como pregunta fundamental si Jesús era realmente libre o si actuaba
el Padre por medio de Él, sin embargo, la voluntad de Jesús está totalmente unida a la del Padre. La
manera de actuar de Jesús respecto a la voluntad del Padre es signo de su adhesión eterna entre Padre
e Hijo.
En el año de 787 se llevó a cabo el concilio Niceno II; en cuanto a dogmática no hubo
novedad, en esta ocasión se abordó el tema de las imágenes. El cristianismo primitivo conservó la
tradición del A.T. de no aceptar imágenes. La controversia se encontraba en los términos mal
traducidos, pies en las actas del sínodo de Frankfurt aparecía adorar en lugar de venerar, que es lo
que hacemos los cristianos con las imágenes, pues nuestra mentalidad no está en adorar una estatua,
sino que trasciende a lo que representan. Se pretendió dogmatizar el rechazo hacia las imágenes, a lo
que Nicea II respondió que es posible representar con imágenes lo que ya se dice con palabras, por el
hecho de la Kénosis de Cristo. La cristología patrística termina con el concilio III de Constantinopla.
San Juan Damasceno cierra la era patrística resumiendo lo establecido por los concilios anteriores.

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