Sei sulla pagina 1di 28

Sobre la escritura

Prof. Carla Ornani

Universidad de Buenos Aires


Facultad de Filosofía y Letras
Departamento de Artes
Materia: Teorías y Medios de la Comunicación. Prof. Titular: Oscar Traversa
Ficha de Cátedra
Año 2006

Introducción

La palabra humana inició su existencia solamente después de la invención de


la escritura: así nos lo refieren Walter Ong (1982), Roland Barthes (1980) y Eric
Havelock (1986), al explicar que solo con la escritura los hombres comenzaron a
examinar, observar, reflexionar sobre los sonidos que emitían e intercambiaban con
los otros seres humanos. La cultura y la comunicación se convirtieron en orales a partir
de la aparición de un término de confrontación como la escritura. Esta práctica inició la
modificación de la atención que los hombres dedicaron al lenguaje, enseñándole a
descomponerlo en sonidos, sílabas, palabras, y después, a depositarlo y archivarlo en
papiros y tablillas, dejando libre (en parte, como ya se verá) la atención y la actividad
intelectual del peso de la memoria.

El pasaje de la oralidad a la escritura fue muy lento y no fue pacífico; en la


cultura occidental, la crisis tiene un testigo privilegiado en Platón que, aun poniendo su
objeción por escrito, hace decir a Sócrates, su maestro, que se le atribuye a la
escritura “un efecto contrario a su efecto verdadero. En el ánimo de los que le
conozcan sólo producirá el olvido, pues les hará descuidar la memoria; y fiándose en
ese extraño auxilio, dejarán a los caracteres materiales el cuidado de reproducir sus
recuerdos cuando en el espíritu se hayan borrado”. Y más adelante agrega: “Así, el
que piensa transmitir un arte consignándolo en un libro, y el que cree a su vez
aprenderlo en él, como si los caracteres pudieran darle una instrucción clara y sólida,
son en verdad harto inocentes (...) si piensan que un escrito puede ser otra cosa que
un medio de refrescar los recuerdos del que ya conoce el asunto que en él se trata”.
Otra crítica, en cambio, se refiere a la imposibilidad de la escritura de comportarse
como un hombre cuando ha sido atacado: “Si se ve despreciado o injustamente
insultado, siempre un escrito necesita que su autor lo defienda, pues él, por sí mismo,
es incapaz de defenderse y de rechazar ataques”.

El texto del Fedro de Platón, al cual pertenecen las citas condenatorias, es casi
un pasaje de rito obligado para referirse a la historia de los estudios y debates sobre la
escritura, la oralidad y los medios de comunicación. En él se motivó Ong (1982) para
explicar cómo la escritura reestructura la conciencia; al analizar el fragmento citado,
con un mismo golpe de estoque hace dos cosas: por un lado, señalar el prejuicio
recurrente que aflora cuando un medio de comunicación nuevo entra en colisión con
un modelo cultural que se sostenía en un medio anterior, pues señala que las mismas
impugnaciones que hacía Platón a la escritura se hicieron a la computadora (hace
perder la memoria, deshumaniza, promueve la pasividad) ; y, por otro lado, Ong afirma
su tesis: la escritura, la imprenta y la computadora son, todas ellas, formas de
tecnologizar la palabra; “una vez tecnologizada, no puede criticarse sin recurrir a la
tecnología más compleja de que se disponga” (Ong,1987:120)

En Prefacio a Platón (1963), Havelock había llegado a la conclusión que la


teoría platónica del conocimiento fue un rechazo programado de la tradición oral,
representada por los poetas, a quienes expulsó de su República. Por otro lado, en ese
mismo ensayo sostiene que el pensamiento filosóficamente analítico de Platón, incluso
su crítica a la escritura, solo habían sido posible debido a los efectos que la escritura
alfabética comenzaba a ejercer sobre los procesos mentales.

Desde una perspectiva histórica, Ong sostiene, entonces, que las


consideraciones de Platón sobre los efectos negativos de la escritura y las de los
detractores de la computadora, si se analizan, deben poner sobre aviso respecto a las
pararadojas que determinan las relaciones entre la palabra hablada original y todas
sus transformaciones tecnológicas. “La causa de las exasperantes involuciones en
este caso es, claro está, que la inteligencia resulta inexorablemente reflexiva, de
manera que incluso los instrumentos externos que utiliza para llevar a cabo sus
operaciones, llegan a “interiorizarse”, o sea, a formar parte de su propio proceso
reflexivo” (op.cit:121).

La palabra pronunciada por la voz, la escritura, la memoria, la declamación


poética, el discurso del orador, la lectura, la interpretación de los textos transmitidos, el
dictado y la transcripción manual, y después la imprenta y la industria del libro; y,
actualmente, la producción y edición informatizada, son los protagonistas de la trama
de formas y modos de creación, de transmisión, de conservación, de transformación y
uso de la escritura en las diversas épocas de nuestra y otras civilizaciones.

Para dar cuenta del panorama complejo en el que ha surgido la conciencia del
problema que supone definir la escritura, explicar qué nuevos vínculos sociales se
establecen con su uso restringido o ampliado, qué nuevas formas de comunicación
promueve y cómo refuncionaliza la oralidad primaria y está involucrada en la
secundaria; cómo modifica al individuo y su conciencia; qué géneros discursivos le son
específicos y sobre cuáles retroactúa y con cuáles está comprometida como otro
sistema semiótico, requiere entrar en perspectivas disciplinares múltiples. Como
sucede con todos los dispositivos de comunicación, la descripción de la escritura no
puede hacerse desde una sola perspectiva, por lo menos porque para delimitarla como
objeto de estudio han contribuido los trabajos en el campo de la antropología, la
lingüística, la semiótica, la historia, la sociología, y, además, en la elucidación de los
textos antiguos, las muy específicas ramas de la epigrafía y la paleografía. Tampoco la
filosofía y la psicología (tanto individual como social) pueden dejarse fuera de los
discursos que contribuyen a comprender mejor el estatuto ontológico y la función de la
escritura y sus formas discursivas en la conformación de la subjetividad y las
sociedades. Si bien cada disciplina tiene el derecho de construir su objeto “escritura”
con métodos propios, la persistencia de los debates sobre la relación entre tradiciones
de la oralidad y tradiciones de la escritura, o entre lengua escrita y textualidad (por
poner solo unos ejemplos), promueven la necesidad de estar atentos a lo que aportan
las diversas disciplinas como una forma de controlar el alcance de lo que se dice
acerca de la escritura. Prueba de esto es, por ejemplo, analizar las consecuencias de
las actuales teorías cognitivistas sobre los procesos involucrados en la escritura (y la
lectura), y su “aplicacionismo” en las prácticas de alfabetización dentro de la institución
educativa. Si se compara la expectativa de logros de esta aplicación con las
observaciones de campo realizadas por la antropología, por citar una posibilibidad, se
puede comprender mejor por qué la descripción cognitivista no alcanza a dar cuenta
de manera eficaz de qué manera la escritura se introyecta para convertirse en
herramienta de evolución intelectual. Como sostiene Goody en la entrevista que le
hiciera Dauzat, “Contrariamente a lo que creen los psicólogos, la alfabetización no
tiene efectos inmediatos. Es un lento proceso de iniciación, de aprendizaje de la
escritura, así como un descubrimiento de todo lo escrito lo que cambia nuestra visión
del mundo” (Goody (1998 [1996]: 151).
Por estas razones que podríamos llamar metafóricamente como de
“interdisciplinariedad necesaria”, la escritura aún presenta un cuadro de problemas
epistemológicos e históricos no resueltos y de concepciones contrapuestas. En los
apartados que siguen se trazan algunas entradas posibles a estos problemas,
haciendo referencia a autores que son “clásicos”; simultáneamente, advertimos que no
se trata de un “estado de la cuestión”, ya que poner al día los conocimientos sobre el
tema, en tantas dimensiones, excede el propósito de este trabajo. Queremos, además,
señalar otra cuestión: la dificultad de escribir sobre la escritura (aún en el intento de
una aproximación introductoria como la de esta ficha), es que su tratamiento en las
investigaciones de antropólogos, lingüistas, filósofos, semiólogos, etc., está
inevitablemente ligado al de la oralidad; y no solamente porque el estudio de la
escritura ha hecho visualizar claramente que la oralidad tiene características que sólo
se perciben al compararla con otro sistema de comunicación, sino porque es casi
imposible referirse a la escritura sin que la oralidad esté del todo ausente, aún en la
menos fonética de las escrituras.

El lenguaje, el habla y la escritura.

El lenguaje, que es la materia prima de la escritura, es una capacidad humana


que permite el universo del sentido y la comunicación. Ahora bien, según Kristeva
(1981) el lenguaje reviste un carácter material diversificado: “el lenguaje es una
cadena de sonidos articulados, pero también una red de marcas escritas (una
escritura) o bien un juego de gestos (una gestualidad)”. Una característica clave es
que esta facultad hace posible fenómenos como la reflexión y la conciencia, y por lo
tanto, posibilita al que opera en el lenguaje describirse a sí mismo y a su circunstancia.
Como lo explican lo epistemólogos Maturana y Varela (2003 [1984]), la historia de la
deriva estructural de los homínidos que llevó a la aparición del lenguaje se debe a
condiciones de conservación de la socialización por medio de la conducta lingüística;
estas condiciones caracterizan un modo de vida de continua cooperación y
coordinación conductal que es aprendido. La participación recurrente de los homínidos
en el dominio lingüístico que generan en su socialización, debe haber sido una
dimensión determinante en la eventual ampliación de dichos dominios, hasta la
reflexión que da origen al lenguaje, que sería el momento en el que las conductas
lingüísticas pasan a ser objetos de dichas coordinaciones conductales. Las
características únicas de la vida social humana y su intenso acoplamiento lingüístico
se manifiestan en que ésta es capaz de generar un fenómeno nuevo, a la vez tan
cercano y tan ajeno a nuestra propia experiencia: nuestra mente, nuestra conciencia.
Dicho en otras palabras, el lenguaje es por definición una actividad colectiva, sus
convenciones deben ser compartidas por grupos enteros antes de que cualquiera de
sus significados esté disponible para los individuos.

La base biológica y la dimensión social del fenómeno del lenguaje son


materiales en un doble sentido: porque se realiza a través de una materia concreta
(sonidos, gestos, marcas gráficas), y por las leyes objetivas de su organización: la red
de diferencias regladas que constituye una lengua (reglas fonológicas, semánticas,
sintácticas, etc) o una escritura (un código de elementos gráficos asociados
significados explicitables y sus reglas de combinación) suponen que estas reglas son
objetivas desde el momento que son usadas por una determinada comunidad de
usuarios, a los que las reglas sobredeterminan.

Para continuar en el plano de las hipótesis interpretativas sobre el origen del


lenguaje, sus formas y su dimensión material, debemos considerar también lo
siguiente: todos sabemos que la escritura, desde sus formas más antiguas, pone de
inmediato en evidencia su estrecha relación con lo que es desde siempre, también
ahora que la escritura aparece en una pantalla por la mediación de un teclado, su
principal instrumento: la mano. Si la palabra utiliza para comunicar el aparato fonatorio
y el sonido, la escritura utiliza, a su vez, la mano y el gesto. De la misma manera que
el uso articulado del aparato fonatorio y el sonido intervienen en el habla, también el
gesto puede ser entendido como un movimiento (a su manera) articulado, de la misma
mano. Los estudios del antropólogo André Leroi-Gourhan1 parecen confirmar que las
primitivas formas de comunicación visual que empleó el hombre están relacionadas
estrechamente a las primeras manifestaciones de la misma operatividad manual
humana. O sea, la misma fabricación de utensilios, entre los primeros homínidos, debe
haber ido acompañada por las más primitivas formas de comunicación y expresión
gráfica. El uso de símbolos gráficos parece estar, en efecto, estrechamente conectado
a la activación de verdaderos y propios programas operativos de acción que permiten
dar una forma espacial a una serie de pensamientos o actividad mental. Siempre
siguiendo a la hipótesis de Leroi- Gourhan, esto habría permitido, desde el comienzo,
un diverso género de memoria, una “memoria escrita” dotada de una específica
estructura de dispositivos expresivos.
1
Andre Leroi-Gourhan, Le geste et la parole, I: Technique et langage; II La mémoire et les
rythmes, Albin Michel, París, 1964-65. Traducción castellana: El gesto y la palabra, Imprenta
Universitaria de Caracas, Caracas, 1971.
En el caso de las inscripciones rupestres encontradas en Europa desde los
Pirineos a Ucrania, se habla generalmente de precursores de las formas de escritura
propiamente dichas. Los testimonios de las cavernas del Paleolítico superior (entre
40.000 y 8.500 aC) dan cuenta de grandes ciclos figurales (formas que parecen evocar
animales y objetos naturales, pero también símbolos abstractos cuya interpretación es
aún incierta). Los conjuntos de Lascaux, en Francia, (c.15.000 aC), o los de Altamira,
en los Pirineos españoles, (del 10.000 aC), son los más conocidos. Estos sistemas
gráficos, según algunas hipótesis, estaban coordinados con un contexto verbal, que al
perderse para nosotros, no nos permite reconstruir su significado sino solamente
conjeturas.
Podemos sintetizar lo expuesto hasta ahora subrayando que desde el punto de
vista filogenético, el lenguaje como capacidad de significar, organizar el pensamiento y
los sentimientos, la memoria y la comunicación, provee al hombre desde el Paleolítico
superior, sistemas lingüísticos y sistemas gráficos. Por otra parte, si el habla tiene que
ver con la coordinación y codificación de sonidos (y se estructura sobre el eje del
tiempo como una cadena lineal), la visión, que coordina gestos y ademanes se
traduce, en cambio, en signos gráficos y se estructura sobre el eje del espacio de una
forma pluridimensional.

¿Qué es la escritura?

Walter Ong (1987[1982]) define a la escritura de la siguiente manera: “La


escritura, en el sentido estricto de la palabra, la tecnología que ha moldeado e
impulsado la actividad intelectual del hombre moderno, representa un adelanto muy
tardío en la historia del hombre (...) Una grafía en el sentido de una escritura real,
como es entendida aquí, no consiste sólo en imágenes, en representaciones de cosas,
sino en la representación de un enunciado, de palabras que alguien dice o que se
supone que dice” (...) “La escritura siempre es una especie de imitación del habla”
(102). ¿Hacia dónde conduce una definición de este tipo? ¿Qué consecuencias
comporta?

En primer lugar, analizada detenidamente, tendríamos que precisar lo


siguiente: la escritura es una “tecnología”, o sea una práctica que, a diferencia de los
medios de producción cultural que dependen de recursos físicos inherentes al cuerpo
(como el canto, la danza, la recitación), la escritura depende de medios materiales
externos ajenos al cuerpo: necesita de un espacio de inscripción, muchas veces
llamado soporte (piedra, cuero, papel, pantalla, etc.) y de útiles para hacer la
inscripción (buriles, pinceles, lápiz, teclado). Pero, además, es una técnica que
requiere de un aprendizaje, tanto en producción como en recepción: la escritura, como
técnica cultural, depende por completo de formas de adiestramiento especializado.
Este entrenamiento, que suele ser largo y costoso, pone en diversa situación a la
escritura con respecto a otras tecnologías de la comunicación. Por el hecho de nacer
en una sociedad, aprendemos a hablar, y no necesitamos aprender a “ver” televisión;
en cambio, el aprendizaje de la escritura requiere de un saber que se institucionalizó
de muy diversas formas según las épocas y la cultura. En nuestras sociedades
actuales, la escuela está dedicada fundamentalmente a la enseñanza de la lectura y la
escritura.

En segundo término, la definición de Ong, pone de relieve que una escritura es


la representación de un enunciado, de “palabras que alguien dice o se supone que
dice”. Esta proposición subraya la relación de la escritura con respecto a la “voz”, al
habla, a la comunicación oral. De alguna manera, marca una toma de posición
ontológica: las escrituras son más o menos perfectas cuanto mejor puedan reproducir
las palabras habladas. A pesar de que hay muchos sistemas de escritura, (como se
verá más adelante) la que puede reproducir de manera más eficaz el habla se
considera, implícitamente, más perfecta que otras. Esta forma de considerar la
escritura revierte en lo que se conoce como el prejuicio logocentrista o fonocentrista,
que sitúa ontológicamente a la oralidad y la voz en un lugar de privilegio.

De manera estrechamente vinculada con la observación anterior, se puede


interpretar la expresión siguiente: “la escritura real que ha impulsado la actividad del
hombre moderno representa un adelanto muy tardío en la historia del hombre”
(op.cit.102). El concepto de evolución y progreso que culmina en la apropiación de la
escritura alfabética (en realidad, un pre-concepto) es una postura desde la cual todo el
trabajo de Ong y otros investigadores a los que haremos referencia (Havelock, Olson,
Goody) no pueden desembarazarse aunque hayan explícitamente declarado que
cualquier sistema de escritura es apto para las necesidades de la sociedad que lo ha
creado.

Finalmente, destaquemos la otra propiedad: “la escritura moldea el


pensamiento”. O sea, una práctica que (entre otras funciones) asume la de la
comunicación, se revierte sobre el que la practica, dando forma al pensamiento. La
palabra hablada se tecnologiza con la escritura y este hecho afecta al pensamiento
que, otra vez, es superior, más evolucionado. La ecuación palabra-escritura
fonológica-pensamiento-evolución, parecen indisolublemente ligados, insistimos, a
pesar de los intentos de salir del viejo prejuicio alfabético y etnocéntrico.

¿Será posible salir de una definición de la escritura cuya función es dar forma
tangible a las efímeras secuencias de la palabra? Tal parece ser el esfuerzo de una
obra casi contemporánea a la de Ong. En su Antropología de la escritura (1999 [1981),
Giorgio Cardona propone como tarea a futuro una “etnografía de la escritura (...) cuyo
programa consiste en describir, sin barreras preconstituidas, las prácticas de la
actividad de escribir en su totalidad” (p.23). Aunque no existieran al momento
programas o modelos de indagación, el proyecto que el autor realiza en la citada obra
es, desde una perspectiva antropológica y semiológica, analizar la escritura como
producción y uso de sistemas gráficos con diversos fines (obviamente, también los
comunicativos).

La escritura como sistema de signos gráficos

En la bibliografía donde los sistemas de escritura se ordenan filogenéticamente


a lo largo de una trayectoria evolutiva de creciente perfeccionamiento cuya última
etapa es la escritura alfabética, todos los sistemas se colocan a mayor o menor
distancia en algún punto de la escala y, en algunos casos, se duda o no se considera
escritura sino más bien otro género: formas pictóricas, expresiones, ayuda memoria,
etc. Si en cambio se adopta una perspectiva antropológica y semiótica, no tiene
sentido hablar de escrituras más o menos evolucionadas, puesto que cada sociedad
crea el tipo de escritura que necesita o bien adopta elementos exteriores por efecto de
presiones e impulsos de aculturación, y en este caso, los integrará a sus propios
sistemas simbólicos.

Pero para comenzar en este sentido, o sea, describir lo que es una escritura
despejando el prejuicio evolucionista alfabético y, también, despejando como
necesaria una relación de dependencia de la lengua (pues no es el único tipo de
relación que se puede establecer entre la lengua y la escritura), es preciso recurrir a
una definición que articule el problema de la significación y su manifestación material
de alguna forma viable que eluda los mencionados prejuicios.

Cardona sienta las bases de una teoría de la escritura que puede ir en ese
sentido pues considera que “se tendrá escritura cuando se esté frente al uso de un
sistema de signos gráficos”. Para esto es necesario dar a sistema y a signo “el valor
preciso que tiene en semiología y determinar una neta vertiente en el universo de los
posibles grafismos”. (Cardona,1999 [1981]:25). Seguiremos sus argumentos con el fin
de clarificar la definición.

En primer lugar, recurre a Hjelmslev, el único lingüista que en su teoría reservó


un puesto también a la escritura: “Para Hjelmslev la expresión y el contenido contraen
una función sígnica y de esta relación nace la unidad: el signo. Pero para existir, el
contenido necesita el sostén, esto es, el pensamiento mismo, todavía no organizado,
la materia del contenido. La materia es en sí amorfa; adquiere forma por obra de la
lengua, dice Hjelmslev, pero es preferible decir: a causa de la intención semiótica. El
pensamiento humano tiene sus estructuras, sus categorías, sus concatenaciones sin
ser por eso “lengua”; la lengua es tal vez el más complejo y ciertamente el más
vigoroso de los infinitos sistemas semiológicos que puedan imaginarse; entre las
categorías delimitadas por la lengua existe una relación fundamental, en algunos
casos de completa coincidencia, y esto ha hecho afirmar que el pensamiento es la
lengua. En realidad, el pensamiento sólo puede expresarse mediante la lengua y, por
consiguiente, esa operación obligada no puede sino dejar rastros. Las categorías de
pensamiento que, según nos parece, se pueden aislar, para poder ser manipuladas,
reciben una etiqueta lingüística y de esta necesidad es fácil inferir la identidad entre
categoría y etiqueta. La lengua, a su vez, puede ser recodificada en otros sistemas
semióticos; hay pues sistemas semióticos de primer grado y sistemas semióticos de
segundo grado” (Cardona,1999:26)

Un cartel con el dibujo de un perro tachado con una cruz en la puerta de un


negocio puede leerse como “no entrar con animales”, “en este negocio no se admiten
animales”, “deje afuera su perro”, “se ruega a los clientes que no entren en el negocio
con las mascotas”, etc. Podríamos seguir reproduciendo enunciados similares, pero a
fin de cuentas, lo que comenzamos a sospechar es que en el dibujo del perro hay
bastante poco de lingüístico. La cruz, por una experiencia que interiorizamos, nos
remite a la idea de negación como operación lógica, que podría ser suplantada por
otro artificio gráfico, como por ejemplo, un círculo atravesado por una barra; en
cambio, la imagen de un objeto o de un animal indica por lo general la correspondiente
clase de objetos o de animales. Recurriendo a experiencias con carteles similares se
llega a comprender (desde el punto de vista de las operaciones del pensamiento) lo
que no debe hacerse en este caso, sin por ello llegar a una reflexión en términos
lingüísticos. Un elemento gráfico como el que se ha utilizado para la explicación
precedente sería en la teoría de la escritura una pictografía o un pictograma, aunque
no es necesario que ese elemento sea tan transparente, ya que puede pasar por un
grado de estilización mayor. Lo que sí importa señalar es que la interpretación no
debe pasar por una forma lingüística establecida sino que debe ser descifrada
inmediatamente por el cerebro.

Las relaciones entre los componentes de un sistema pueden ser


esquematizados como en el cuadro que se presenta (figura 1), de modo que “perro” es
un significado de nuestra lengua y como tal, lo hallamos en el plano del contenido,
según la terminología de Hjemslev. En el plano de la expresión tendríamos varias
posibilidades: si la materia es la voz, obtenemos [perro]; si la materia es el papel, la

tinta, etc., tendremos < perro, PERRO, perro, > etc. Pero no es posible afirmar que
en el código de la lengua castellana sea la representación gráfica de “perro”, por
más que no pueda leerlo sino [perro]. Si nos remitimos a un sistema como el japonés,
el ideograma de la figura 2 no evoca de por sí la idea de árbol, sino a través de una
atribución establecida (una convención compartida), mientras que fonéticamente está
asociado a la secuencia [ki], forma de pronunciar “árbol” en japonés.
Representaciones
conceptuales

Representaciones Lengua
pictográficas

Representaciones Representaciones
gráficas fonéticas

Escritura

Figura 1

Figura 2 (kanji que significa “árbol”)

Retomando la definición, entonces, un sistema gráfico es “todo conjunto finito y


enumerable de signos en el que a los elementos gráficos se asocian significados
distintos y explicitables lingüísticamente por la comunidad”. (Cardona,1999:27). Es
necesario recordar que el signo gráfico es, naturalmente, todavía una unidad de
carácter abstracto, que sólo se hará perceptible desde el momento que se tracen los
grafismos, de alguna manera, sobre un soporte. Los grafismos deben ser diferentes
unos de otros y estar tipificados, o sea, repetibles en formas cada vez reconocibles.

Cuando se traza la < z > del sistema alfabético que usamos (por ejemplo, en el
subsistema minúscula y cursiva), dentro del sistema, a este elemento no puede
asociarse más que el significado de “z”, última letra del alfabeto.

El número de los signos no es pertinente para definir un sistema gráfico, ya que


no hay que poner en correspondencia biunívoca la lengua con la escritura. Si la lengua
y la escritura son dos sistemas semióticos, la lengua podrá dar cuenta de la escritura
porque es el sistema más vigoroso, el que puede “traducir” todos los demás sistemas,
aunque la afirmación inversa no es posible (la lengua nunca puede ser totalmente
codificada en otro sistema).

En relación a las unidades mínimas, si no nos atamos a la fonetización sino a


las oposiciones en el nivel gráfico, bastará con recordar que los tratadistas chinos
cuentan entre 8 y 72 trazos de pincel mediante los cuales puede trazarse cualquier
carácter.2 Si se traslada este principio del sistema más complejo a las escrituras
alfabéticas, un trazo no corresponde a un fonema sino a un elemento gráfico
componente; por ejemplo en <b> y <p> hay dos trazos (o) y (I) pero combinados de
distinta forma. En algunos tratados clásicos sobre la escritura, los elementos
individuales adoptaron nombres específicos: jeroglíficos, caracteres, ideogramas,
runas, glifos, petroglifos, etc., y no hay razón alguna para rechazar este uso si no
existe motivo de equívoco. El uso de “grafema” que emplearon algunos lingüistas para
el equivalente gráfico de los fonemas no podría generalizarse porque, como ya se
sabe, no todas las escrituras son fonéticas.

El problema de la tipología de los sistemas gráficos

La clasificación histórica de los sistemas también ha seguido el prejuicio


evolucionista y alfabético; y en función de la escritura “más perfecta” se establecieron
consuetudinariamente una serie de “fases obligadas” de la escritura, comenzando por
una etapa llamada a menudo “previa”, en la cual aparecen sistemas llamados
“nemotécnicos”, como los quipus de los incas peruanos y otros sistemas análogos, a
los que se le atribuyeron por desconocimiento solo la función de transcripción de
2
De hecho, el número de trazos es un principio de búsqueda en los diccionarios de kanjis;
otros principios son: por radicales, o, en el japonés, por caracteres hiragana, que responden a
un principio fonético silábico.
informaciones limitadas. Si se tiene en cuenta el tipo y el número de los nudos, la
longitud y el color de los cordeles y las reglas combinatorias, es decir, todos los
elementos codificados; y cuando se ha comprobado que los mensajes que transmiten
son complejos por el número y la calidad de los datos que articulan (genealogías,
relatos de acontecimientos, mensajes personales, etc.) no hay razón para tenerlos en
menos “desde el punto de vista conceptual y por qué no han de ser considerados
formas de escritura” (Cardona,199:36).

Otros sistemas mal conocidos, como los signos de adivinación y de iniciación


de comunidades sudanesas revelan características y funciones que permiten
demostrar cómo no siempre los sistemas gráficos pueden ponerse en correlación con
la lengua y sin embargo constituyen verdaderos sistemas de escritura. Como estos
sistemas se usan también para crear mensajes, pero en este sentido resultan
ambiguos, los estudiosos se preguntaron si eran o no escritura. Por ejemplo, los
signos de adivinación y de iniciación de numerosas etnias del recodo del Níger
conocen el empleo de sistemas de signos (dogon, bambara, gurmankye, minyanka),
sistemas que tienen en común el hecho de ser empleados en el seno de sociedades
de iniciación, como el Komo en el caso de los bambara o los miyanka. Los signos
minyanka, que son 86, pueden escribirse en una tablilla según un orden lineal y
pueden leerse según su valor: cada signo tiene un significado simbólico complejo y se
refiere a un saber mítico y cosmológico; la totalidad de los símbolos escritos equivale a
la expresión de las fuerzas que rigen el universo; una segunda serie de dieciséis
símbolos se emplea en procedimientos de adivinación, según un método quizá de
difusión islámica. Los signos tienen un valor comprable al de las pictografías indias por
cuanto constituyen la vertiente gráfica de la exposición mitológica y, lo mismo que
éstas, pueden emplearse con función didáctica y mnemotécnica; pero además cada
signo tiene su autonomía pues puede ser enunciado, trazado y explicado por sí
mismo; a cada uno de ellos corresponde uno de los signos de la creación, objetos de
culto que materializan los principios intermediarios entre la divinidad y los hombres,
que son garantes del orden cósmico y biológico.

El aporte importante de Cardona para considerar en su justa dimensión la


función grafica, se calibra despejando el supuesto de que debe partirse de la
codificación de la lengua, pues lo contrario impide ver que la función gráfica modela
primariamente el pensamiento. “En los sistemas gráficos sudaneses del África
occidental, lo que se precipita en los signos es directamente un universo conceptual y
no su codificación en términos lingüísticos; los signos resultantes de esta precipitación
se prestan luego a ulteriores operaciones porque ya son manejables y por lo tanto
pueden ser escritos, leídos, enseñados, comentados; aquí naturalmente puede
acentuarse la relación con el código lingüístico. La verdadera vertiente de separación
para una sociedad no está tanto en pasar de la lengua oral a la lengua escrita (que
son dos caras de la misma moneda) como en desplazar intereses (atendiendo a
contenidos codificados) desde la función gráfica a la función lingüística entendidas
como funciones modeladoras primarias (las dos parejas no son sinónimas). Valen
como ejemplos los sistemas africanos citados, en los cuales se confía a la función
gráfica la tarea de modelar contenidos de importancia ideológica que son vitales para
la comunidad, en definitiva, la totalidad de lo que se debe saber sobre el mundo (y de
ahí su valor secreto, de iniciación)” (Cardona, 1999:48-49).

Si volvemos a la caracterización de los sistemas de escritura “por fases”,


correspondería, después los sistemas “precursores”, el lugar de las pictografías,
escrituras cuyos signos icónicos evocan objetos y hechos del mundo circundante. Por
su carácter analógico es una forma de escritura eficaz y rápida aunque con ella no se
pueda escribir la Crítica de la Razón Pura, de Kant (pero las sociedades que las
usaron no tenían necesidad de escribir una obra de esta naturaleza). El pictograma,
por su carácter abierto, con lagunas, supone la transposición de contenidos que todos
los usuarios tienen presentes, con concatenaciones lógicas perfectamente conocidas
aunque no se las exprese. En el mundo que habitamos, buena parte de los carteles o
las etiquetas que figuran en el interior de las prendas de vestir con las instrucciones
para su cuidado son un ejemplo del principio que rige estos sistemas y de lo eficaz que
resultan para ciertas funciones.

Las pictografías de las etnias indias de América septentrional y Central


(okibwa, cuna, etc.) son textos extensos, representan acontecimientos históricos,
mensajes; entre los ojibwa, por ejemplo, se usan en ceremonias de iniciación o
ceremonias de cura chamanísitica. El dato teórico que hay que tener presente es que
cuando es posible estudiar la realización lingüística que está en relación con la
pictografía, se puede percibir que el vínculo no es lineal, que ningún registro es el
calco del otro, pero ambos se completan y relacionan mutuamente. El registro gráfico,
una vez analizado, manifiesta nexos internos, sintácticos, autosuficientes.

De acuerdo a la hipótesis evolucionista, el estadio siguiente de la pictografía es


la ideografía (o logografía). El principio de este tipo de sistema es una imagen
esquemática (muchas veces estilización de un pictograma precedente) que evoca no
una serie de posibilidades mentales sino una secuencia más precisa. Si un pictograma
de árbol puede significar “árbol”, “leño”, “bosque”,”madera”, entendido como
ideograma evocará solamente “árbol” en castellano, “arbre” en francés, “albero” en
italiano, etc. Este principio rige la escritura de los números y otros signo que usamos
(1,2,3, &,$), incluyendo la puntuación. Es fácil darse cuenta que los ideogramas
pueden ser utilizados por distintas lenguas. Por otra parte, parece ser que este tipo de
signos son más acordes a nuestra capacidad perceptiva. De hecho, cuando los chinos
o los japoneses aprenden a leer una lengua cuyo sistema es totalmente fonético,
acusan fatiga. También se recordará que al leer un texto escrito con caracteres
alfabéticos, no lo hacemos deletreando cada sonido, sino que, una vez pasada la
etapa de aprendizaje, leemos por bloques que se reconocen gestálticamente, como
una totalidad: perceptivamente, la mirada abarca el conjunto de la palabra y “barre” la
página deteniéndose en determinados “nodos”.

La escritura cuneiforme, la egipcia, la china, son mayormente ideográficas; y


cuando los estudiosos se preguntan por qué no llegaron al estadio fonético, esta
pregunta vuelve a indicar la postura evolucionista ya recordada.

En la fase fonética de la escritura, los signos gráficos se refieren al carácter


específicamente fonético de la lengua, prescindiendo de toda indicación de significado.
Los sistemas pueden ser silábicos (un signo, una sílaba) o alfabéticos (un sigo, un
fonema). Las escrituras semíticas del segundo milenio antes de Cristo eran escrituras
fonéticas: poseen signos para las consonantes pero no para las vocales.
Históricamente, como se sabe, el alfabeto fenicio consonántico, fue adoptado por los
griegos, que le agregaron las vocales. Según Cardona, en estos sistemas “la escritura
pierde su individualidad de modeladora y puede codificar la lengua convirtiéndose en
un código vicario”(op.cit:43).

Cuando se adopta el alfabeto, parece que el margen de diferencia entre lo


escrito y lo oral desaparecen pues el lector no tiene otra opción que relacionar cada
signo con un sonido, como evocando mentalmente o en voz alta la palabra hablada. Si
estamos ante un cartel con la leyenda “Prohibido pasar”, no tenemos otra opción que
leerlo como [proiβido pasár]. Sin embargo, ningún sistema histórico presenta un solo
tipo de signos, ya que hasta en nuestro sistema alfabético hay ideogramas (como los
signos de puntuación y auxiliares) y algunas palabras contienen signos que
fonéticamente no se pronuncian, pero son portadores de información histórica (en la
palabra “humo”, la “h” no se pronuncia, pero indica que proviene de la palabra latina
“fumus”).

Resumiendo los problemas teóricos que hemos subrayado, conviene retener,


entonces, dos cuestiones: la primera, relacionada con la función gráfica: un sistema
gráfico es un sistema de modelización cognoscitiva que no depende necesariamente
de la lengua. La otra cuestión, en cambio, se refiere al prejuicio que da origen a un
modelo evolutivo de los sistemas gráficos, que serían tanto más perfectos cuanto más
se acercan al sistema alfabético.

La razón gráfica

Una vez que una cultura adopta la escritura, - por los motivos que fuere-, buena
parte de lo que se considera importante pasa a registrarse en un sistema de memoria
externa que depende del uso de sistemas gráficos y que puede utilizar diferentes
dispositivos. Un texto que narra un mito es un dispositivo diferente que una lista de
nombres de los dioses ordenados por genealogías, o una tabla que registra lo que
entra en un palacio como mercadería para almacenar. Sin embargo, el texto, la lista o
la tabla, precisan tanto de un sistema gráfico que permita la inscripción como de un
soporte físico externo donde realizarla. El ordenamiento de la información en uno u
otro dispositivo es diferente, ya que mientras en el texto que narra el mito son las
acciones de los héroes las que organizan el discurso, en una lista o en la tabla, los
principios organizadores son diferentes.

De manera específica, la obra de Jack Goody, La domesticación del


pensamiento salvaje (1985[1977]) revela la función cognitiva de los sistemas de
notación que remiten al uso de listas, tablas, fórmulas, onomásiticos, como
dispositivos que permitieron la organización del saber, su transmisión y revisión y,
consecuentemente, el incremento de la capacidad intelectual y un mayor grado de
abstracción del pensamiento. La tesis que propone Goody es que la evolución del
conocimiento está vinculada a formas de comunicación que son posibles a partir del
uso de determinados dispositivos para comunicar el saber.

Con el propósito de analizar de forma particularizada la relación entre los


medios de comunicación y los modos de pensamiento (o estilos cognitivos), sostiene
que el rol de los cambios sobre los medios y el modo de comunicación (del que el
lenguaje es sólo un elemento, aunque el más importante), tiene que ser investigado en
el tiempo, en términos de desarrollo que son históricos a la vez que sociológicos y
psicobiológicos. Considera que la escritura no es mero registro fonográfico del habla,
que depende de condiciones sociales a la vez que tecnológicas y “estimula formas
especiales de actividad lingüística asociadas a desarrollos de formas particulares de
plantear problemas y de resolverlos, en las que la lista, la fórmula y la tabla jugaron
una parte fecunda. Si queríamos hablar sobre el “pensamiento salvaje”, estos fueron
algunos de los instrumentos de su domesticación” (Goody,1985:181).

Las pruebas a las que se remite el antropólogo son tanto de primera mano
como bibliográficas. Entre las primeras, cabe recordar los siguientes hechos: en los
archivos de las ciudades mesopotámicas de Uruk a Ebla (3000 aC) se encuentran
listas que están ordenadas por criterios lingüísticos, semánticos, cognostivos, o
también por orden acrofónico (por similitud de sonido). Algunas se ordenan por
campos semánticos (por ejemplo, aves, peces, profesiones, objetos de piedra, de
metal, de madera, nombres de ciudades) y el orden está asegurado por el hecho de
que palabras de significación afín deben llevar el mismo elemento determinativo (un
determinativo es un signo que se usa para señalar una clase, como podría ser
“objeto”, “acción”, etc.). Lo que se constata en estos documentos es que el principio
gráfico y el principio semántico se usaron en una misma lista para organizar los datos
de distinta manera; por ejemplo, primero por elemento determinativo, y luego, en el
interior de esa disposición, listas ordenadas sobre la base del sonido inicial (primero
todos los nombres que comienzan por naga-, luego los que comienza con dar-, etc.).
Este hecho muestra que la manipulación se realizaba no primariamente sobre
conceptos sino sobre signos lingüísticos en su forma gráfica. Incluso el número de
elementos enlistados (alrededor de un millar) hace imposible que su ordenamiento
dependiera de la memoria, por lo cual se supone que los compiladores usaban fichas,
como lo haría hoy un lexicógrafo. Cada forma se escribía en una tablilla y luego se la
ordenaba según un criterio. Esto que parece engorroso, para una escritura rápida del
pensamiento, se revela en cambio cargada de resonancias culturales y cognoscitivas
que podían evocarse o no según el nivel de escritura que se pretendía y que iba desde
la simple lista de atributos a la comunicación de un mito, un saber esotérico, un cálculo
astronómico.

La revolución intelectual iniciada por la adopción de sistemas gráficos consiste


en la posibilidad de manipular un determinado contenido en los planos del espacio
visual (con los ojos se puede llegar a cualquier punto de la secuencia de elementos
inscriptos y detenerse en él a voluntad) y del tiempo (pues se pueden comparar
“mensajes” diferentes entre sí, cualquiera que haya sido el momento de su
inscripción). El cálculo, la geometría, el discurso científico en general no son
concebibles sin un apoyo gráfico que objetive los símbolos con los que se opera y
permita combinarlos, cotejarlos y conservarlos con precisión para volver a utilizarlos en
otro momento. Es en este sentido que las listas y tablas son tan importantes para la
evolución el conocimiento. Un corolario es el que sugiere que la presencia de la
escritura, al conducir entre otras cosas a desarrollos en la actividad de confeccionar
listas, altera el mundo hacia el exterior y también la psique, pues no se trata
simplemente de una destreza más sino de un cambio en la capacidad de
conocimiento. Una lista descansa sobre el principio de discontinuidad, depende de su
emplazamiento físico, puede ser leída en distintas direcciones, y tiene comienzo y fin
definidos. La misma existencia de límites provoca una mayor visibilidad de las
categorías, y, al mismo tiempo, las hace más abstractas. Las listas escritas proveen un
instrumento de ordenación posicional espacial, usando, como se dijo, un principio de
clasificación abstracto.

Según Goody, la cristalización de los problemas de clasificación pone de


relieve que se trata de descubrir ciertas relaciones entre las cosas del mundo y
organizar la experiencia sobre criterios diferentes, temáticos y gráficos, estos
últimos cada vez más frecuentes. Es importante subrayar que estos dispositivos ponen
el acento sobre un nuevo principio inherente al lenguaje, pero no presente
explícitamente en la oralidad. Por consiguiente, a partir de la escritura que posibilita la
confección de listas, onomásticos, tablas se modifica el recuerdo; porque es posible
recordar más (pues se extiende la memoria biológica en un dispositivo exterior al
cuerpo), crece la capacidad de abstracción, ya que la lista hace más visible y definible
las clases, más sencillo el troceado y permite más fácilmente la organización
jerárquica, que es crítica para el recuerdo. Esta forma diferente de almacenar y
comunicar el conocimiento, tan importante como las diferencias en el modo de
producción, conlleva desarrollos en el almacenaje, análisis y creación de
conocimientos humanos del mismo modo que las relaciones entre los individuos
implicados. En este último sentido, lleva a un cambio en la naturaleza de la
comunicación, pues permite un tipo de contacto que va más allá del cara a cara, y el
almacenamiento de la información hace posible escudriñar las comunicaciones de la
humanidad en un lapso de tiempo mayor; la crítica, al dejar el discurso delante de la
vista de una forma distinta, como un objeto separado del sujeto, inicia su largo camino.
La teoría especial de la escritura griega

Como según algunos autores el alfabeto griego es un caso tan diferente que no
tiene precedentes por las realizaciones culturales que ha posibilitado y el cambio de
mentalidad que promocionó, y puesto que la teoría sobre la escritura griega es
especialmente importante por los ensayos que la retoman –para afirmarla o para
polemizar con ella- será necesario explicarla aunque sea de forma breve.

La musa aprende a escribir (1996 [1986]) es un ensayo de Eric Havelock, fruto


de toda su vida de investigador de la cultura clásica; en él resume su teoría de la
oralidad griega, el caso especial de la escritura y pone en la perspectiva histórica el
surgimiento de la conciencia del problema de las relaciones entre oralidad y escritura.
La su campo categorial es el de lo psicológico y lo sociológico, aunque en su
argumentación los conceptos filológicos o historiográficos se utilicen para reforzar la
argumentación.

Havelock sostiene que una parte de la producción que se ha considerado como


logro del mundo de la escritura es fruto de aquel mundo oral en el que se forjaron los
poemas épicos homéricos3. Para arribar a esta hipótesis, primero explica cuáles son
los procedimientos y técnicas que en una cultura oral (y especialmente en la griega) se
utilizan para almacenar el conocimiento de la tradición La poesía acompañada por el
canto y la música, por sus cualidades rítmicas, paralelismos, repeticiones, además de
producir placer, es una técnica que permite la memorización de los saberes que son
importantes para la sociedad. Es, pues, a la vez, didáctica, lúdica y artística; los
rapsodas son los intermediarios que permiten la cohesión social a través de este
sistema de memoria colectiva. Pero antes que nada, puntualicemos las afirmaciones
de Havelock sobre las condiciones en las que el alfabeto griego (que proviene del
fenicio y le agrega las vocales) se instala en Grecia:

1. Los griegos no sufrieron presión alguna que los obligara a adoptar otros
sistemas de escritura utilizados por sus vecinos ya que estos eran inferiores al
suyo y, además, no se encuentra ningún texto griego conservado que esté
escrito con tales signos.
2. El alfabeto habría sido inventado para acompañar objetos que se ofrecían
como dones; o sea, los primeros usos de la escritura fueron para imitar un
hábito de los fenicios, “por envidia” (sic.), con fines de dedicatoria y similares.
3
Los poemas de Homero fueron parcialmente escritos en el siglo VII aC, y, siempre según Havelock, a
mitad del siglo VI a C adoptaron la forma de la versión que conocemos.
3. Se supone que los inventores fueron canteros y alfareros, los primeros que
poseían las herramientas para aplicarlo.
4. Lo aplicaron a superficies de objetos nuevos o viejos con fines de dedicatoria y
similares, lo cual no suponía ninguna amenaza inmediata para la tecnología
lingüística consagrada de almacenamiento oral, dominada por los rapsodas4
profesionales. No amenazaba la actuación organizada que era el centro social
de la cultura: el alfabeto era un intruso.
5. Es probable que la enseñanza organizada de las letras en la escuela primaria
no se introdujera hasta el último tercio del siglo V aC como está atestiguada
por primera vez en los textos de Platón, a principios del siglo IV.
6. La lectura, junto con la escritura, tratada como ejercicio humano que se puede
dar por supuesto, no se recuerda en la tragedia griega hasta el último tercio del
siglo V, en el Hipólito de Eurípides (un personaje dice: “la tablilla grita cosas
horribles”).
7. La oralidad primaria abandonó Grecia sólo lentamente, a una velocidad que se
puede determinar por el grado en que el lenguaje de almacenamiento escrito
sustituía el lenguaje de almacenamiento oral.

La Teogonía de Hesíodo (nacido en Acras, siglo VIII- VII aC), según Havelock el
primer texto compuesto en forma escrita en su totalidad, a pesar del hecho de que su
lenguaje es esencialmente homérico y mantenga el carácter formulario del verso
conservado oralmente es revelador de la forma persistente en que la tradición de la
oralidad se mantiene, pero comienza a registrar la conciencia del cambio que supone
la apropiación de la escritura como medio para componer el texto. La invocación a
Mnsemosine, la memoria, indica que el poeta reconoce la forma en que opera la
transmisión en la tradición oral. Un siglo más tarde que hubiera aparecido el alfabeto

4
Havelock no diferencia entre aedo y rapsoda. El primero (aidós, cantor) era un cantor épico que
entonaba las composiciones (poesía oral en hexámetros) al son de la cítara, y las iba componiendo en el
mismo momento de su ejecución, a petición de los oyentes. Este modo de actuar sólo es posible si el
aedo se ha adiestrado lo suficiente en su oficio desde niño, acompañando a alguien ya famoso en el
canto. Se supone, entonces, que ha aprendido a manejar un instrumento de cuerda, la cítara, que posee
un canto apropiado (agradable, florido, amable, que invita a la danza, etc., o sea, como indican los
nombres propios de las Musas) y que ha aprendido a plasmar situaciones, características y opiniones en
“fórmulas”. La “dicción formular” propia de las sociedades que no tienen escritura le permite al narrador o
cantor reproducir no sólo una información externa sino la manera de ver el hecho que la ha producido, o
sea, el ritmo de los propios sucesos y de las emociones de quienes lo viven. El aedo señala el
establecimiento de las palabras en su sitio, hace vivir los hechos que canta: eso es lo que los griegos
denominan aletheia (verdad). El aedo era, pues, un “maestro artesano de la verdad”. El mérito de
Havelock es el de haber descrito de una manera muy fidedigna todo casi todo este proceso.
Por otra parte, un rapsoda ( rhapsodós, de rhapto, coser y odé, canto), significa literalmente, “el que cose
cantos”; es el que en la Grecia antigua iba de pueblo en pueblo cantando trozos de los poemas homéricos
u otras composiciones. Havelock no nos presenta un balance sobre si hubo o no una transición entre la
actividad de los aedos y la de los rapsodas, si considera que eran lo mismo o si, en el último caso, el de
de los rapsodas, ya usaban un soporte escrito -aunque fuera para uso privado- que sirviese de
recordatorio de los cantos.
griego, Hesíodo recuerda la función de la memoria. “Uno de los dones de Prometeo a
la humanidad se describe como composiciones de grammata, (...). Los grammata son
inscripciones, es decir letras escritas. En estas se conserva ahora la memoria de
almacenamiento, cuya custodia se ha transferido del lenguaje oral a las letras, con lo
cual, dicha memoria se vuelve abiertamente reconocible como “memoria”,
precisamente porque las letras en cuanto artefactos han objetivado la memoria
haciéndola visible”(Havelock, 1996:114)

A pesar de que el alfabeto estaba destinado por su eficiencia fonética a sustituir la


oralidad por la escritura, la primera tarea histórica que se le asignó, según Havelock,
fue la de dar cuenta de la oralidad misma antes de que fuera reemplazada. Dado que
la sustitución fue lenta, se continuaba usando el invento para consignar por escrito una
oralidad que se iba modificando lentamente “hasta convertirse en un lenguaje propio
de una civilización de la escritura” (el subrayado es nuestro y es conveniente tenerlo
en cuenta para la argumentación que, modestamente, pretendemos).

¿Cuál era la ventaja del alfabeto griego sobre todos los otros sistema alfabéticos?
Según Havelock, lo que inventan los griegos es la transcripción del sonido aislado; no
agregan las vocales sino que “descubren” las consonantes; los alfabetos
consonánticos, argumenta, lo que descubren es la sílaba, pues una consonante no
tiene por sí misma existencia vocálica (no pronunciamos ninguna palabra solo con
consonantes). Consignar las vocales por escrito es analizar atómicamente la sílaba y
diferenciar lo que es consonante y lo que es vocal. El argumento puede parecer un
tanto torcido, pero la explicación subsiguiente merece ser rescatada. La ventaja inicial
de la eficiencia alfabética residía en ofrecer una escritura apta para transcribir
fluidamente y sin ambigüedades toda la gama del discurso oralmente conservado.
Cualquier cosa, cualquier significado acústicamente articulado y pronunciado,
cualquier emoción o expresión, se podía consignar por escrito, una vez que se había
escuchado, sin omitir nada. Tal visibilidad completa del lenguaje no se había
desarrollado en los sistemas de escritura previos, y la dificultad de interpretación que
de ello resultaba había limitado su uso. Por este motivo la transcripción alfabética fue
un acontecimiento históricamente único: “La crisis se hizo griega y no hebrea,
babilónica o egipcia a causa de la eficiencia superior del alfabeto. La fluidez había
caracterizado siempre la comunicación formada oralmente. Conseguir un traslado
completo a un sistema de reconocimiento visual requería una fluidez visual
comparable. Eso fue lo que los sistemas pre-griegos no podían ofrecer, y por eso no
podían competir con el oralismo que en parte registraban pero que continuaba
floreciendo como costumbre de la mayoría. Todavía hoy eso parece válido para las
sociedades que no están oficialmente alfabetizadas” (Havelock, 1996:137)

La teoría especial de la escritura griega afirma también que el concepto de


individualidad y de alma (psiche), tal como lo entendemos ahora, surgió en un
momento histórico determinado, inspirado en un cambio tecnológico, cuando el
pensamiento y el lenguaje inscriptos y la persona que lo hablaba se separaron, lo cual
condujo a un nuevo enfoque de la personalidad del hablante (p. 161)
La objetivación de la palabra sobre un soporte físico favoreció el desarrollo de un
pensamiento más abstracto capaz de conceptualizar el "yo" y el mundo que le
rodeaba. Progresivamente, la cultura oral, de carácter más concreto e inmediato, que
giraba sobre el verbo "hacer", se fue centrando en el verbo "ser" (p. 154). Un mundo
preocupado por el efecto de las cosas, pasó a preocuparse por su "esencia",
elaborando conceptualizaciones que se alejaban de su materialidad. De esta forma,
favorecida por la escritura, se pudieron desarrollar lenguajes especializados que iban
de la metafísica a la ética, de las ciencias a la historia.

La hipótesis de la escritura alfabética de Havelock, resumidamente, supone


que a partir de los siglos V-IV aC, en la cultura griega se produjeron textos explícitos
con lenguajes especializados.

Conocimiento y texto. Las razones de Platón

Si se recuerda el texto de Platón al que aludimos en la introducción, el pasaje


del Fedro a través del cual se criticaba a la escritura asignándole funciones contrarias
a las que verdaderamente producía en el alma de quien la usara, esta vez diremos
que tal vez Platón no estaba tan errado.

No es nuestro propósito hacer la exégesis hermenéutica del texto aludido sino


una consideración inicial sobre los dispositivos de la escritura que permiten su
materialización, las técnicas empleadas, y lo que esta relación puede decirnos acerca
de la naturaleza de la escritura.

Se sabe que el espacio donde se realiza la inscripción (muchas veces


mencionado como “soporte”) impone (describe, explica, circunscribe) –entre otras
cosas- una cierta modalidad de uso al lector que “pone el cuerpo” ¿Cuál era el soporte
sobre el cual escribió y leyó Platón? Esta pregunta es pertinente para entender una de
las razones (no todas, como veremos más adelante) del por qué el filósofo creía que
los escritos no servían para estudiar. Además de leer las inscripciones monumentales
que había en su ciudad, sobre los muros de templos y otros monumentos, nuestro
filósofo probablemente habrá leído textos escritos en rollos - de papiro u otro material-
tanto en su Grecia natal como en los lugares por los que viajó (Egipto, Cirenaica,
Siracusa), y él mismo escribió su obra (en forma de diálogo) sobre un rollo de papiro.
Una descripción material de los textos en su forma visible y gráfica que nos restituya
su aspecto original, nos indicaría (gracias a la labor de los paleógrafos) que lo que hoy
leemos tan cómodamente en un libro, era muy fatigoso de leer en el rollo, difícil de ser
recuperado en partes específicas y exigiría también un esfuerzo interpretativo
considerable en ciertos pasajes. Además, localizar exactamente un fragmento para
citarlo o comentarlo suponía algo más que una paciencia infinita. Es decir, poder
“estudiar” la filosofía de Platón en su edición original (o las copias que circularan en su
época) nos resultaría poco menos que imposible sin la ayuda de un maestro que ya la
conociera y nos orientara. En primer lugar, la “escritura continua” (scriptio continua) no
separaba las palabras, lo cual impulsaba la lectura del texto en voz alta. Los signos
gráficos que representaban las palabras eran uniformes en el sentido que no se
usaban mayúsculas y minúsculas; y ambiguos en otro, pues la “ortografía” es un
invento posterior o derivado, si se quiere, de la imprenta (siglo XV). Las pausas y las
indicaciones gráficas que indican que se pasa de un tema a sus partes o a otro tema
(un párrafo, un capítulo, o sea, un cambio en la articulación semántica del texto)
corrían también por cuenta del lector. Como el rollo se manipula desenrollando y
enrollando para avanzar en la lectura, volver hacia atrás o saltar hacia delante era
mucho más difícil y engorroso que hacerlo en un libro que se sustenta en la
organización de la página. Los rollos, por otra parte, no tenían índice, ni numeración
de páginas, pues estas no existían. Si leyéramos una copia (manuscrita) de la obra,
tendríamos que enfrentarnos al interrogante ¿será esta realmente la palabra que usó
el autor? De paso, observemos que la traducción 5 utilizada para transcribir el
fragmento citado dice “así, el que piensa transmitir un arte consignándolo en un libro, y
el que cree a su vez aprenderlo en él” (conf. pág. 1, párrafo 2, de la Introducción de
esta ficha); el libro, lo sabemos, todavía no había sido inventado ¿Qué expresión o
palabra habrá traducido la edición impresa del siglo XX que consultamos para
transcribirla? Supongamos otra situación: el copista inserta un comentario (tanto da

5
Platón, Obras completas. Introd. de J. A. Míguez. Tr. y notas de varios. Aguilar, Madrid 1977.
que sea del amanuense como de un experto en filosofía platónica) ¿Cómo diferenciar
el comentario del texto? Lo más probable es que no pudiéramos, aún como
estudiantes avanzados de filosofía, decidirlo con certeza, pues toda la obra de un
autor estaba contenida en un espacio finito, en el que la asociación de texto y
comentario ocupan el mismo espacio (hecho habitual hasta el siglo XII).

Podríamos seguir señalando hechos gráficos que nos desalentaran para


estudiar con una obra puesta en rollo. Aunque no es esa nuestra intención,
agreguemos solo dos señalamientos: el primero esta relacionado con el deseo de los
griegos de evitar deliberadamente una división funcional del texto por razones
estéticas. Austin (1938) fue quien señaló que los griegos adherían a ciertas
concepciones estéticas que los impulsaron a escribir (en el sentido gráfico) como si
fuera un arte, siguiendo principios de belleza y perfección (en contraste con patrones
de claridad o funcionalidad, le reprocharíamos). El estilo de inscripción stocheidon era
una forma extrema del intento por forzar la escritura a adecuarse a un orden lineal en
lugar de uno racional. En un texto stoichedon, la alineación de las letras está basada
en la congruencia de las hileras horizontal y vertical, lo que requiere una ubicación
simétrica de las letras de izquierda a derecha y de abajo hacia arriba en el texto. De
esta forma, lo que vemos es una inscripción donde el número de letras en cada línea
es el mismo, y cada nueva línea coincide letra por letra exactamente con la línea
superior. Es decir, aunque era estéticamente agradable, el texto así puesto tenía poca
utilidad práctica, dado que era difícil de leer y las reglas de alineación no se
acomodaban ni a la división por palabras ni a la división silábica regular. Parece que
esto fue así hasta el siglo IV aC: el sistema griego de escritura estaba dominado por
principios de novedad y gusto, por el deseo de dar una apariencia agradable antes que
formular un patrón racional para la lectura. Siempre siguiendo a Austin, los textos
stocheidon se usaban en varias ciudades en todo el mundo griego, y habían ganado
una amplia aceptación, también para el registro de los documentos de Estado; en
Atenas, era el estilo dominante en los siglos V y IV aC. La otra complicación se da por
el hecho de que en el siglo V apenas se estaba fijando una dirección uniforme de
izquierda a derecha en lugar del estilo bustrofedon, que alineaba alternando una línea
de derecha a izquierda y la siguiente de izquierda a derecha (como si fuera el surco
que traza el arado).Si esto pasaba con las obras en prosa, es posible imaginar cuán
necesario era lo aprendido oralmente para poder leer los textos poéticos, que se
apoyan en el metro y la rima para organizar los patrones del verso.
Con esta reconstrucción (no ficcional) de las condiciones materiales de
producción y lectura de un texto, ¿no es cierto, como dice el Sócrates de Platón, que
6
“el que piensa transmitir un arte consignándolo a un libro y el que cree a su vez
aprenderlo en él, como si los caracteres pudieran darle una instrucción clara y sólida,
son en verdad harto inocentes (...) si piensan que un escrito puede ser otra cosa que
un medio de refrescar los recuerdos del que ya conoce el asunto que en él se trata”?

Ciertamente, el texto de Platón es irónico; el filósofo estaba desarrollando su


polémica contra la escritura, pero en su diálogo también fingía que el que pronunciaba
el discurso era Sócrates, que nunca escribió nada. En realidad, - y este es nuestro
segundo argumento- Platón confía la sabiduría a la oralidad dialéctica: lo más
importante de la doctrina es lo que no se escribe, pues quedaba reservado para la
oralidad dialéctica, “escribiéndose” directamente en el alma de los discípulos, pues así
no hay peligro de que estos olviden esa pocas pero esenciales verdades supremas. Lo
oral, en el contexto histórico, social e intelectual de la cultura en la cual actúa Platón,
viene en auxilio de lo escrito y lo escrito, a su vez, ayuda a recordar lo aprendido
oralmente. Lo que es necesario tener presente es que toda la filosofía académica,
como la de Platón y su escuela, necesita de un auditorio que ya conoce las doctrinas
principales de su maestro ¿Para quién iba a escribir un filósofo si no tuviera ya un
grupo mínimo de discípulos que pueden entender lo escrito? Y esto sin menoscabo de
que las doctrinas escritas se realimenten y se corrijan en la discusión, en el debate
oral sobre las ideas, que es condición de posibilidad de toda filosofía académica y
sistemática, y máxime si tratamos de la primera de todas ellas, la platónica. Además,
como lo explicitará Kant siglos más adelante, no se enseña la filosofía sino a filosofar,
y enseñar a filosofar presupone la dimensión de la oralidad dialéctica y Platón sabe
muy bien qué papel juega la discusión dialéctica en el proceso de gestación y
desarrollo del filosofar. La oralidad filosófica remite a la dimensión mundana de una
filosofía, mientras que la escritura remite a la dimensión escolar o académica de la
misma.

Si hoy nadie comparte las preocupaciones de Platón es por dos razones


bastante elementales: en primer lugar, sabemos que lo escrito no hace que otra
persona piense en nuestro lugar; por el contrario, hoy leemos para aprender en los
libros, y los libros son máquinas que producen nuevos pensamientos. En segundo
lugar, si en algún momento las personas tuvieron necesidad de entrenar la memoria

6
Deberíamos decir, por lo que se explicó en los párrafos anteriores: “un escrito en un rollo”
para recordar cosas, después de la imprenta, sobre todo, tuvieron que entrenarla
también para recordar libros.

Platón, sin embargo, tenía razón: los textos escritos durante la antigüedad no
servían para estudiar en el sentido que hoy le damos a esta actividad, pues la cultura
siguió siendo predominantemente oral durante mucho tiempo; la composición escrita
fue, hasta el siglo XII, en los principales centros de la cultura occidental, auxiliar de la
memoria. Esta situación permite comprender por qué las formas de organizar el escrito
cambiaron con la demanda social de la institucionalización del conocimiento en las
universidades, que promovieron patrones más racionales de presentación de lo
escrito.

Durante el segundo y tercer siglo de esta era comienza la revolución tecnológica


e intelectual de la puesta en página del escrito, con el paso del rollo al códex, que
permite una organización más racional de la información y, en consecuencia, la
posibilidad de recuperar ya no solamente las palabras sino una organización textual de
la información, más apta para ser consultada con fines de estudio. El códex o
volumen, (pliegos doblados y cosidos, antecedente del libro impreso que conocemos)
en primer lugar, facilita la localización de la información; pero además, la exégesis
erudita de los siglos XII y XIII, impone un repertorio de cambios en la composición
escrita. La articulación de la exposición argumentativa, por ejemplo, evidencia sus
partes con una división racional en la estructura de la página con el fin de reforzar la
relación entre el pensamiento y la organización textual. Este dispositivo ayuda a la
comprensión conceptual del razonamiento que va progresando por partes
(presentación del tema, sus partes, argumentos, conclusión); pero además, se separa
en espacios diferentes de la página, el texto del comentario. La separación de las
palabras, los parágrafos y la puntuación facilitan la lectura y tienden a eliminar las
ambigüedades; por su parte, los títulos que rigen el alcance de la argumentación
cumplen importantísimas funciones explicativas, ya que por sí solos establecen la
dirección de la discusión y organizan puntos específicos de enseñanza y énfasis
didáctico. Los índices (alfabéticos y numéricos) junto con la numeración de las páginas
permiten al lector la búsqueda rápida de los pasajes o temas de interés. Estas técnicas
de composición transforman la escritura en un lenguaje que se hará más autónomo de
la lengua oral, convirtiendo a la escritura en un sistema semiótico si no independiente,
por lo menos con leyes distintas que las que rigen la lengua oral. En otras palabras: a
medida que aumenta la economía de la lengua para adecuarse mejor a los
requerimientos del argumento erudito y científico, el texto va perdiendo su conexión
directa con la lengua oral per se y, en este aspecto, exhibe regularidades por derecho
propio.

La “lección de escritura “de los paleógrafos muestra la diferencia entre un escrito


en rollo (de Platón, de Aristóteles o de Heródoto) de la Antigüedad clásica y su versión
textual medieval de los siglos XII y XIII. Podemos aludir a esa diferencia resumiendo la
explicación anterior con el concepto de la “puesta en página”, organizada de acuerdo a
otras leyes más estrictamente visuales y textuales, que responden a una demanda
socialmente diferente. La palabra “página”, que deriva de pagus, aldea, y de pangere,
clavar, hincar, afincar solidamente en tierra, plantar; significó inicialmente “cuatro
hileras de vides unidas por un rectángulo”. El espacio de la página será, entonces, un
signo triple: de la organización geométrica, de la repetición y del límite. La imprenta y
la computadora son los próximos capítulos del espacio de la escritura que modifican la
“razón gráfica”.

Bibliografía citada

• Austin, Reginal P., 1938: The Stoichedon Style of Inscription. Oxford University


Press, London
Cardona, Giorgio R., 1999 (1981): Antropología de la escritura, Gedisa,


Barcelona.
Goody, Jack, 1985 (1977) “Evolución y comunicación”, en: La domesticación del


pensamiento salvaje, Akal, Madrid.
Goody, Jack,1998 (1996) El hombre, la escritura y la muerte. Conversación con


Pierre-Emmanuel Dauzat, Península, Barcelona.
Havelock, Eric A: 1996 (1986), La musa aprende a escribir. Reflexiones sobre


oralidad y escritura desde la Antigüedad hasta el presente, Paidós, Barcelona.
Kristeva, Julia, 1987 (1981): El lenguaje, ese desconocido: Introducción a la


lingüística, Fundamentos D.L., Madrid.
Ong, Walter, 1987 (1982); Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra, FCE,


México.
Platón, “Fedro”, en: Obras completas. Introducción de J. A. Míguez. Traducción y notas
de varios. Aguilar, Madrid 1977.

Potrebbero piacerti anche