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Marco Conceptual
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Hay evidencia clínica y de investigación que sugiere que es posible evaluar
el estrés presente en el sistema de crianza, lo que podría proporcionar información
clínicamente útil. La literatura demuestra la posibilidad de realizar predicciones
acerca del curso del desarrollo de la relación padre-hijo y del ajuste posterior del
niño durante los primeros seis meses de vida (Lagercrantz y Lagercrantz, 1975;
Metz y Alen, 1976), y que una identificación oportuna podría funcionar como una
parte importante de programas preventivos.
Dado el impacto del estrés en la crianza y la influencia de la parentalidad en
el ajuste social del niño, la evaluación del estrés parental, es relevante en muchas
decisiones clínicas de familias. Por ejemplo, evaluaciones del estrés parental, son
recomendadas en mediaciones de divorcio o custodia del niño, en la determinación
de competencias parentales y en riesgo de abuso (Budd, 2001; IESE & Grisso, 1996
en Haskett et al 2006).
Reducir el estrés parental es considerado importante para padres de niños
con problemas de comportamiento disruptivo. (Kazdin, Siegel & Bass, 1992 en
Haskett et al 2006), niños con problemas y retrasos en el desarrollo (Smith, Oliver
& Innocenti, 2001 en Haskett et al 2006), y enfermedades crónicas (Hauenstein,
1990 en Haskett et al 2006).
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autores encontraron que las tres variables diferenciaban significativamente ambos
grupos (p < .001) y que las familias con maltrato infantil presentaban mayor nivel
de estrés vital, de sintomatología y de aislamiento social.
En dos estudios realizados en Nueva Zelandia por Rodríguez y Green (1997),
se estudió la asociación entre estrés parental evaluado con el PSI, la expresión de
agresividad con el STAXI y el potencial de maltrato infantil con el CAPI. En el primer
estudio, la muestra estuvo compuesta por 39 estudiantes universitarios y los hijos
promediaron 5,7 años de edad (DS= 3,4). Se encontró una correlación positiva
estadísticamente significativa entre el PSI Total y la escala de Maltrato del CAPI, con
r = .67, p < .001. Además, en el primer paso de la regresión múltiple, el PSI Total
mostró un R2 = .45, asociándose en términos significativos a la escala de Maltrato
del CAPI, con F(1, 36) = 30.23, p < .001. En el modelo final, con ambas variables
incorporadas, aumentó el R2 hasta .68, con F(1, 36) = 26.03, p < .001.
En el segundo estudio (Rodríguez & Green, 1997), la muestra se conformó
por 84 cuidadores, y el promedio de edad de los hijos fue de 10,1 ( DS=2,4). El PSI
Total correlacionó positiva y significativamente con la escala de Maltrato del CAPI,
con un r = .53, p < .001. Al ingresar el PSI Total en el primer paso del modelo de
regresión múltiple, se observó un R2 = .28, prediciendo significativamente la escala
de Maltrato del CAPI con F(1, 81) = 32.67, p < .001. El modelo final, con las dos
variables dependientes en conjunto (PSI y STAXI), predijo la escala de Maltrato del
CAPI con un R2 = .38, F(1,81) = 12.29, p < .001. Cabe señalar que en ambos
estudios se indagó la existencia de asociaciones entre las tres variables (PSI, STAXI
y CAPI) y variables sociodemográficas (edad del cuidador, sexo, etnia, ingreso,
presencia de una pareja, número de niños en la familia, y edad del niño
identificado), no encontrándose asociaciones significativas con un p < .01, y sólo
asociaciones marginales con un p < .05.
En México, Montiel y Vera (2000) presentaron un estudio que evaluó la
percepción de la madre sobre sus condiciones como criadora y la conducta de sus
hijos. La muestra estuvo compuesta por 392 niños asistiendo a preescolar,
seleccionados por cuotas en distintos contextos rural/urbano. Usando el inventario
de estrés parental PSI y el inventario de alianza para la paternidad, se identificó
que las madres que ejercían maltrato no se consideraban a sí mismas competentes
y que la percepción sobre la conducta de sus hijos era muy pesimista.
En un estudio de Haz y Castillo (2002) realizado en Chile, se modeló en
adultos con historia de violencia en su infancia (N=127), las variables psicosociales
que diferenciaban a aquellos que en la actualidad maltrataban a sus hijos (n=53)
versus aquellos que no lo hacían, es decir, que mostraban resiliencia al maltrato
sufrido (n=74). Mediante una regresión logística se estableció un modelo con
cuatro variables significativas: el participante fue maltratado por la madre en su
infancia, hizo abandono precoz del hogar en su infancia, sufre en la actualidad de
una enfermedad y su pareja presenta una adicción a sustancias, clasificando
correctamente al 75% de los participantes.
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Recientemente, Taylor y sus colegas (2009) examinaron la asociación entre
violencia íntima en la pareja y factores de riesgo materno (estrés parental,
depresión mayor), con el riesgo de maltrato infantil en madres estadounidenses
(N=2508). Estas madres reportaron en promedio 25 actos de agresión psicológica
y 17 actos de agresión física contra sus niños menores de 3 años de edad en el año
anterior al estudio; 11% reportaron alguna forma de negligencia y 55% habían
golpeado a sus hijos en el mes anterior, cerca de un 40% experimentaban violencia
por parte de su actual pareja. Tanto la violencia de pareja como el estrés parental
materno fueron factores de riesgo consistentes para predecir las cuatro variables
proximales de maltrato infantil.
El PSI muestra una buena consistencia interna (alfa de 0,91), así como una
adecuada fiabilidad test-retest (alfa 0,84). Lo mismo ocurre en las demás versiones
del instrumento, el cual está validado para diversos grupos culturales y diferentes
idiomas: castellano, portugués, italiano, francés, canadiense, alemán y chino,
además de estar validado en Singapur y Australia.
La traducción del PSI al castellano fue realizada por investigadores bilingües
y psicólogos catellanos-hablantes de diferentes orígenes. Gran variedad de
indicadores de validez han sido utilizados para examinar la validez del PSI y del
PSI-SF. En términos de salud emocional, investigaciones indican que los puntajes
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del PSI están relacionados con los puntajes del SCL (Sympton Check-list-90-
Revised (Abidin, 1995 en Haskett et al 2006). Con respecto al comportamiento
parental, Pinderhughes et al (2000 en Haskett et al 2006) encontraron que los
puntajes de los padres en el PSI fueron predictores de las estrategias disciplinarias
que estos mismos, usaban con sus hijos. De la misma manera Bhavnagri (1999 en
Haskett et al 2006), encontró que los puntajes del PSI-SF, estaban relacionados con
los reportes de los padres de estrategias para promover las relaciones de sus hijos
con sus pares.
Por otra parte, un estudio realizado por Aracena, Gómez et al (en prensa),
sobre una muestra de 336 diadas (media de edad de las madres 21,4 años; SD =
7,38; y media de edad de los niños 84,8 días; SD = 78,0), en riesgo social y que
acuden a la atención primaria de salud pública, reportan una alta consistencia
interna tanto para la escala total (alfa de Cronbach = 0,92), como para las tres
subescalas (0,81: Estrés Parental (PD); 0,89: Interacción Disfuncional Padres-Niños
(P-CDI) y 0,88: Niño Difícil (DC). Los autores concluyen que el PSI-SF puede
aplicarse a poblaciones chilenas vulnerables, como un instrumento para medir la
relación entre los padres y el estrés.
Edades de aplicación: puede aplicarse desde el mes hasta los 12 años de edad.
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la persona está conforme con la afirmación, y 5 que está muy disconforme, es decir,
cuanto más alta es la puntuación, más altos son los niveles de estrés
experimentados por las persona en relación a la maternidad/paternidad. Así, los
resultados obtenidos en el PSI-SF indican el riesgo de presencia de posibles
conductas disfuncionales en las habilidades de crianza de los problemas de
comportamientos de los niños (Heinze y Grisso, 1996).
Sub - escala Estrés Parental (PD): mide el nivel de estrés de los padres en su
papel, derivado de sus características personales directamente asociadas a su
función paterna/materna, a través de preguntas como “Me siento atrapada por mis
responsabilidades como madre” o “Tener un hijo (a) me ha causado más problemas
de lo que esperaba en mis relaciones de pareja”. Además, se valora la percepción de
competencia en sus funciones parentales, la sensación de pérdida de libertad en su
vida personal, el soporte social y la presencia de depresión. (Abidin, 1990; Larson
2004).
Sub - escala Niño Difícil (DC): pregunta sobre las percepciones de los padres
acerca de las características conductuales principales de los niños que hacen que
sea más fácil o más difícil ejercer las funciones paternales/maternales. Un ejemplo
de ítem que se refiere a este factor es “Mi hijo(a) generalmente se despierta de mal
humor” o “El horario de dormir y comer de mi hijo (a) fue mucho más difícil de
establecer de lo que yo esperaba”. El factor evalúa el temperamento del niño y sus
características de comportamiento (Abidin, 1990; Spencer y cols. 2000).
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Pauta de Corrección
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3. Bajo estrés: Indica puntajes ubicados en percentiles 20 o inferior no es
adecuado, y puede relacionarse con conductas de descuido o
despreocupación en relación al cuidado de niños. Se espera que la
persona frente a situaciones de cuidado experimente un nivel mínimo
(normal) de estrés, el cual se relaciona con responder adecuadamente a las
necesidades del otro.
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La sub-escala P-CDI se enfoca en la percepción que la/el madre/padre tiene
de su hijo que no corresponde con las expectativas que tenía del hijo, y así, las
interacciones que tiene con el niño no refuerzan su parentalidad.
El cuidador proyecta el sentimiento que este niño es un elemento negativo
en su vida. Comúnmente su descripción de la relación padre/madre - hijo, sugiere
que el padre se ve a sí mismo como abusado o rechazado por el niño, o que él como
madre/padre está decepcionado y se siente separado del niño.
c) Por otro lado, si el puntaje de sub-escala Estrés Parental (PD) está bajo el
percentil 75 los resultados sugieren que la pérdida de control del padre no es
probable.
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Reacciones de cólicos o alérgicas, son típicas de problemas psicológicos.
b) Altos puntajes producidos por padres de niños de dos años de edad y más,
se relacionan con medidas del ajuste de la conducta del niño y un chequeo de
una conducta sintomática.
En estas familias los padres típicamente están experimentando
dificultades en el manejo del comportamiento del niño, en términos de
fijar límites y obtener la cooperación del niño.
En casos extremos, es decir sobre el percentil 95, es necesario realizar
otras investigaciones diagnósticas que permitan dejar de lado la
presencia de una psicopatología significativa.
Independiente de la causa del problema, si los padres que producen
altos puntajes en esta sub-escala, usualmente necesitan asistencia
profesional, independiente de cual sea la causa.
Si la sub-escala (DC) está bajo el percentil 90 y las otras dos sub-
escalas, (PD) y (P- CDI), están bajo el percentil 75, entonces se
recomiendan intervenciones breves o educación de los padres,
enfocadas en estrategias de manejo las cuales deberían ser suficientes.
Si por otro lado la sub-escala Estrés Parental (PD) está bajo el
percentil 75 pero las sub-escalas Interacción Disfuncional Padres-
Niños (P C- DI) y la Niño Difícil (DC) son ambas elevadas sobre el
percentil 90, se requerirá una intervención intensamente orientada al
niño que debería incluir asesorías y un cuidadoso diagnóstico de la
conducta del niño.
Referencias
rd
Abidin, R.R. (1995). Parenting Stress Index Professional Manual (3 ed.). Lutz, FL:
Psychological Assessment Resources, Inc.
Aracena, Gómez et al (en prensa). Validity and Reliability of the Parenting Stress Index
Short Form (PSI-SF) applied to a Chilean Sample.
Roggman, L.A., Moe, S.T., Hart, A.D. & Forthun, L.F. (1994). Family Leisure and
social support: Relations with parenting stress and psychological well-being in
Head Start parents. Early Childhood Research Quarterly, 9, 463-480.
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Tabla de percentiles PSI-SF
39 30 39 99 95
36 27 36 91 90
33 26 33 86 85
31 25 31 82 80
30 24 30 79 75
29 23 29 76 70
28 22 28 75 65
27 21 27 73 60
26 20 26 71 55
25 19 25 69 50
18 67 45
24 17 24 66 40
23 16 23 65 35
22 15 22 63 30
21 21 61 25
20 14 19 59 20
19 18 55 15
17 13 17 51 10
14 12 15 46 5
12 14 39 1
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