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Un gracioso corderito muy fanático de los chismes fue el primero en enterarse de los
motivos y corrió a informar al grupo. Según sus fuentes, que eran totalmente fiables, se
estaban disputando el amor de una oveja muy linda que les había robado el corazón.
– Por lo visto está coladita por los dos, y como sabía a cuál elegir, anoche declaró que se
casaría con el más forzudo. El resto de la historia os la podéis imaginar: los carneros se
enteraron, quedaron para retarse antes del amanecer y… bueno, ahí tenéis a los amigos,
ahora rivales, enzarzados en un combate.
El jefe del rebaño, un carnero maduro e inteligente al que nadie se atrevía a cuestionar,
exclamó:
– ¡Serenaos! No es más que una de las muchas peloteras románticas que se forman todos
los años en esta granja. Sí, se pelean por una chica, pero ya sabemos que no se hacen
daño y que gane quien gane seguirán siendo colegas. ¡Nos quedaremos a ver el desenlace!
Los presentes respiraron tranquilos al saber que solo se trataba de un par de jóvenes
enamorados compitiendo por una blanquísima ovejita; una ovejita que, por cierto, lo estaba
presenciando todo con el corazón encogido y conteniendo la respiración. ¿Quién se alzaría
con la victoria? ¿Quién se convertiría en su futuro marido?… ¡La suerte estaba echada!
————–
Esta era la situación cuando un gallo de colores al que nadie había visto antes se coló entre
los asistentes y se sentó en primera fila como si fuera un invitado de honor. Jamás había
sido testigo de una riña entre carneros, pero como se creía el tipo más inteligente del
mundo y adoraba ser el centro de atención, se puso a opinar a voz en grito demostrando
muy mala educación.
– ¡Ay madre, vaya birria de batalla!… ¡Estos carneros son más torpes que una manada de
elefantes dentro de una cacharrería!
Inmediatamente se oyeron murmullos de desagrado entre el público, pero él se hizo el
sordo y continuó soltando comentarios fastidiosos e inoportunos.
– ¡Dicen por aquí que se trata de un duelo entre caballeros, pero la verdad es que yo solo
veo dos payasos haciendo bobadas!… ¡Eh, espabilad chavales, que ya sois mayorcitos
para hacer el ridículo!
Los murmullos subieron de volumen y algunos le miraron de reojo para ver si se daba por
aludido y cerraba el pico; de nuevo, hizo caso omiso y siguió con su crítica feroz.
– Aunque el carnero de la derecha es un poco más ágil, el de la izquierda tiene los cuernos
más grandes… ¡Creo que la oveja debería casarse con ese para que sus hijos nazcan
fuertes y robustos!
– Aunque para ser honesto, no entiendo ese empeño en casarse con la misma. ¡A mí me
parece que la oveja en cuestión no es para tanto!
– ¿Yo? ¿Qué si sé comportarme yo?… ¡Solo estoy diciendo la verdad! Esa oveja es
idéntica a las demás, ni más fea, ni más guapa, ni más blanca… ¡No sé por qué pierden el
tiempo luchando por ella habiendo tantas para escoger!
El jefe intentó no perder los nervios. Por nada del mundo quería que se calentaran los
ánimos y se montara una bronca descomunal.
– Sí, soy forastero, estoy de viaje. Venía por el camino de tierra que rodea el trigal y al
pasar por delante de la valla escuché jaleo y me metí a curiosear.
– Entiendo entonces que como vives en otras tierras es la primera vez que estás en
compañía de individuos de nuestra especie… ¿Me equivoco?
– Vale, eso está muy bien y por supuesto es respetable, pero antes de dar tu opinión
deberías saber cómo somos y cuál es nuestra forma de relacionarnos.
– Bueno, pues un ejemplo es lo que acabas de presenciar. En nuestra especie, al igual que
en muchas otras, las peleas entre machos de un mismo rebaño son habituales en época de
celo porque es cuando toca elegir pareja. Somos animales pacíficos y de muy buen
carácter, pero ese ritual forma parte de nuestra forma de ser, de nuestra naturaleza.
– Pero…
– ¡No hay pero que valga! Debes comprender que para nosotros estas conductas son
completamente normales. ¡No podemos luchar contra miles de años de evolución y eso hay
que respetarlo!
El gallo empezó a sentir el calor que la vergüenza producía en su rostro. Para que nadie se
diera cuenta del sonrojo, bajó la cabeza y clavó la mirada en el suelo.
– Tú sabrás mucho sobre gallos, gallinas, polluelos, nidos y huevos, pero del resto no tienes
ni idea ¡Vete con los tuyos y deja que resolvamos las cosas a nuestra manera!
El gallo tuvo que admitir que se había pasado de listillo y sobre todo, de grosero, así que si
no quería salir mal parado debía largarse cuanto antes. Echó un último vistazo a los
carneros, que ahí seguían a lo suyo, peleándose por el amor de la misma hembra, y sin ni
siquiera decir adiós se fue para nunca más volver.
Moraleja: Todos tenemos derecho a expresar nuestros pensamientos con libertad, claro que
sí, pero a la hora de dar nuestra opinión es importante hacerlo con sensatez. Uno no debe
juzgar cosas que no conoce y mucho menos si es para ofender o despreciar a los demás.
Menú
El cordero envidioso
El corderito en cuestión vivía como un marqués, o mejor dicho como un rey, por la sencilla
razón de que era el animal más mimado de la granja. Ni los cerdos, ni los caballos, ni las
gallinas, ni el resto de ovejas y carneros mayores que él, disfrutaban de tantos privilegios.
Esto se debía a que era tan blanquito, tan suave y tan lindo, que las tres hijas de los
granjeros lo trataban como a un animal de compañía al que malcriaban y concedían todos
los caprichos.
Cada mañana, en cuanto salía el sol, las hermanas acudían al establo para peinarlo con un
cepillo especial untado en aceite de almendras que mantenía sedosa y brillante su rizada
lana. Tras ese reconfortante tratamiento de belleza lo acomodaban sobre un mullido cojín
de seda y acariciaban su cabecita hasta que se quedaba profundamente dormido. Si al
despertar tenía sed le ofrecían agua del manantial perfumada con unas gotitas de limón, y si
sentía frío se daban prisa por taparlo con una amorosa manta de colores tejida por ellas
mismas. En cuanto a su comida no era ni de lejos la misma que recibían sus colegas,
cebados a base de pienso corriente y moliente. El afortunado cordero tenía su propio plato
de porcelana y se alimentaba de las sobras de la familia, por lo que su dieta diaria consistía
en exquisitos guisos de carne y postres a base de cremas de chocolate que endulzaban aún
más su empalagosa vida.
Curiosamente, a pesar de tener más derechos que ninguno, este cordero favorecido y
sobrealimentado era un animal extremadamente egoísta: en cuanto veía que los granjeros
rellenaban de pienso el comedero común, echaba a correr pisoteando a los demás para
llegar el primero y engullir la máxima cantidad posible. Obviamente, el resto del rebaño se
quedaba estupefacto pensando que no había ser más canalla que él en todo el planeta.
Un día la oveja jefa, la que más mandaba, le dijo en tono muy enfadado:
– ¡Pero qué cara más dura tienes! No entiendo cómo eres capaz de quitarle la comida a tus
amigos. ¡Tú, que vives entre algodones y lo tienes todo!… ¡Eres un sinvergüenza!
El cordero puso cara de circunstancias y, con la insolencia de quien lo tiene todo, respondió
demostrando muy poca sensibilidad.
– La verdad es que como hasta reventar y este pienso está malísimo comparado con las
delicias que me dan, pero lo siento… ¡no soporto que los demás disfruten de algo que yo no
poseo!
La oveja se quedó de piedra pómez.
– ¿Me estás diciendo que te comes nuestra humilde comida por envidia?
Sin decir nada más pegó un silbido que resonó en toda la granja. Segundos después, treinta
y tres ovejas y nueve carneros acudieron a su llamada. Entre todos rodearon al
desconsiderado cordero.
No hizo falta hacer recuento: todos sin excepción alzaron sus pezuñas. Ante un resultado
tan aplastante, la jefa del clan determinó su expulsión.
– Amigo, esto te lo has ganado tú solito por tu mal comportamiento. ¡Coge tus pertenencias
y vete!
Eran todos contra uno, así que el cordero no se atrevió a rechistar. Se llevó su cojín de seda
oriental como único recuerdo de la opulenta vida que dejaba atrás y atravesó la campiña a
toda velocidad. Hay que decir que una vez más la fortuna le acompañó, pues antes del
anochecer llegó a un enorme rancho que a partir de ese día se convirtió en su nuevo hogar.
Eso sí, en ese lugar no encontró niñas que le cepillaran el pelo, le dieran agua con limón o
le regalaran las sobras del asado. Allí fue, simplemente, uno más en el establo.
Moraleja: Sentimos envidia cuando nos da rabia que alguien tenga suerte o disfrute de
cosas que nosotros no tenemos. Si lo piensas te darás cuenta de que la envidia es un
sentimiento negativo que nos produce tristeza e insatisfacción. Alegrarse por todo lo bueno
que sucede a la gente que nos rodea no solo hace que nos sintamos felices, sino que pone
en valor nuestra generosidad y nobleza de corazón.
El cordero envidioso
(c) CRISTINA RODRÍGUEZ LOMBA
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