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Las promesas que Dios nos hace son automáticamente verdades para nosotros.
¿En qué consiste la vida eterna? En conocer a Dios a el único Dios verdadero y a
Jesús a quien él ha enviado, esta vida es un don.
Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tu has
enviado. (Juan 17,3)
MUERTE.
¿Qué es la muerte?
La muerte es el final de la vida Terrena. (art. 11 n°1007)
Es la separación del cuerpo y del alma.
En un sentido, la muerte corporal es natural, pero por la fe sabemos que realmente es
“Salario del pecado” (Rom. 6,23). La muerte es consecuencia del pecado
El magisterio de la Iglesia enseña que la muerte entró en el mundo a causa del pecado
del hombre.
Aunque el hombre poseyera una naturaleza mortal, Dios lo destinaba a no morir. Por
tanto, la muerte fue contraria a los designios de Dios creador, y entró en el mundo
como consecuencia del pecado. (Sb. 2, 23-24)
El catecismo de la iglesia católica enseña que la muerte pone fin a la vida del hombre
como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en
Cristo. (n° 1021)
¿Cuándo aparece la muerte? (Gen. 2,17)
La muerte fue transformada por Cristo. Jesús, el Hijo de Dios, sufrió también la muerte,
propia de la condición humana. Pero a pesar de su angustia frente a ella, la asumió en
un acto de sometimiento total y libre a la voluntad del Padre (Mrc.14, 33-34) (Hbr.5, 7-
8)
La obediencia de Jesús transformó la maldición de la muerte en bendición (Rm. 5, 19-
21)
Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. “Para mí, la vida es
Cristo y morir una ganancia”.
4 CERTEZAS DE LA MUERTE
1. Todos nos vamos a morir.
2. La muerte llega solo una vez, por lo tanto la vida es una
3. La muerte llegará pronto
4. La muerte despoja de todo.
Lo único que nos llevamos son todos los actos de amor que hemos hecho y
curiosamente lo único que dejamos y por lo que nos recordarán.
EL JUICIO
El Juicio Particular, como su nombre lo dice, será para cada uno de nosotros en lo
personal. En éste, Dios nos preguntará: “¿Cuánto amaste?” Y cada uno de nosotros
tendrá que responder a esta pregunta. Dios espera que cada uno de nuestros actos
sea hecho por amor.
El destino del alma será diferente para cada uno de nosotros, de acuerdo a cómo
hayamos utilizado nuestro tiempo de vida en la Tierra.
Hay muchas personas que dicen: “Yo me voy a salvar, pues nunca he hecho el mal a
nadie”. Hay que tener cuidado, pues ese día no se nos juzgará sólo por el mal que no
hayamos hecho, sino también por el bien que hayamos dejado de hacer. Debemos
preocuparnos no sólo por evitar hacer el mal, sino por hacer el bien a todo el que nos
rodea. Si no hacemos el bien a los demás, llegaremos al juicio con las manos vacías y
“no aprobaremos el examen”.
JUICIO FINAL
El Juicio Final lo tendremos al final de los tiempos, cuando Jesús vuelva a venir
glorioso a la Tierra. En él, todos los hombres seremos juzgados de acuerdo a nuestra
fe y a nuestras obras.
La resurrección de todos los muertos, “de los justos y de los pecadores”, precederá al
Juicio Final. Los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan
hecho el mal, para la condenación (Juan 5, 28-29).
En la Biblia podemos leer cómo será este juicio en MATEO 25, 31.32.46: Lo que
sucederá ese día, de acuerdo con la narración de Jesucristo, será como un examen de
aquello que nos caracteriza como personas humanas: nuestra capacidad de amar.
En ese día saldrán a la luz todas nuestras acciones y se verá el amor hacia los demás
que pusimos en cada una de ellas.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice: “El Juicio Final revelará hasta sus últimas
consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su
vida terrena” (n. 1039).
El juicio final es la prueba de que Dios es infinitamente justo y ha dispuesto todo con
sabiduría para que la verdad se conozca y se aplique la justicia en cada hombre con el
destino eterno que él mismo se haya merecido.
Algunas personas piensan que no hay que preocuparse por eso de los juicios, pues
creen que Dios va a salvar a todos los hombres al final de los tiempos porque es
infinitamente bueno y nos ama.
Es verdad que Dios es muy bueno, pero también es muy justo y respeta nuestra
libertad. Cuando nosotros estamos en pecado mortal, libremente le hemos dicho a Dios
que “no nos interesa salvarnos”. Si morimos en este estado, Dios respetará nuestra
decisión. El hombre, con su libertad, alcanza la recompensa o el castigo eterno.
Reflexionar tanto en el Juicio Particular como en el Juicio Final nos recuerda que
mientras tengamos vida, tenemos oportunidad de alcanzar nuestra salvación. Cada día
nos ofrece la posibilidad de amar a Dios y a los que nos rodean, de perdonar a los que
nos ofenden, de vivir cristianamente.
El mismo Jesucristo nos aclaró que ni siquiera Él conoce el día ni la hora en que se
llevará a cabo este acontecimiento, sino sólo Dios Padre. Así que no debemos dejarnos
engañar por personas que pretenden conocer la fecha del fin del mundo. No debemos
preocuparnos por intentar conocer esa fecha, sino sólo por estar siempre bien
preparados, pues no sabemos en qué momento sucederá.
PURGATORIO
En una sociedad y en un país donde hay muchas creencias diferentes sobre religión,
es común que muchas personas católicas se sientan atacadas o cuestionados sobre su
fe y algo que comúnmente quieren saber es porqué creemos en el purgatorio y si es
algo con bases bíblicas.
Lo primero que hay que mencionar, es que hay pasajes bíblicos que hablan muy
claramente sobre la realidad del purgatorio. Uno de ellos, y tal vez el principal, es
cuando el Apóstol San Pablo nos habla sobre el día del juicio y sobre qué pasará con
aquellas personas que tuvieron fe y sirvieron a Dios, pero que su obra no fue tan
buena, él lo explica así:
"Un día se verá el trabajo de cada uno. Se hará público en el día del juicio,
cuando todo sea probado por el fuego. El fuego, pues, probará la obra de cada
uno. Si lo que has construido resiste el fuego, será premiado. Pero si la obra se
convierte en cenizas, el obrero tendrá que pagar. Se salvará pero no sin pasar
por el fuego". 1Cor 3,13-15
Al seguir estudiando la Biblia sobre este tema, encontraremos que la existencia del
purgatorio es una consecuencia lógica de la Santidad de Dios, pues si Él es el tres
veces santo(Is 6,3) o sea la plenitud de la santidad y perfección, entonces quienes
estén junto a Él también deben de serlo(Mt 5,48), por eso, quien es fiel a Dios, pero no
se encuentra en un estado de gracia plena a la hora de morir, no puede disfrutar del
cielo porque la misma Biblia dice que en la ciudad celestial:
El purgatorio como estado temporal de purificación fue creído desde el principio por los
primeros cristianos que destacaron por su fe y santidad y a los cuales se les llama
´Padres de la Iglesia´, conozcamos lo que dijeron algunos de ellos sobre este tema:
Más que un lugar físico, es un estado de vida temporal para la persona que muere en
gracia de Dios pero imperfectamente purificada, y donde, mediante el sufrimiento, se es
purificado para disfrutar plenamente de la presencia de Dios. Es una persona salvada
que vive en el amor de Dios y la salvación pero no de una manera plena.
Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma
condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos;
en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando
entres en tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».
El caso del malhechor al que Jesús le dice que estará con él en el paraíso, nos muestra
que esa purificación en el sufrimiento algunos la tendrán aquí y otros la tendrán en la
otra vida como lo menciona San Pablo (1 Cor 3,13-15) y que hemos comprobado en
este tema. No se trata de pensar en llamas, sino en un tipo de sufrimiento por no tener
plenamente a la persona que más nos ama en el mundo: Dios.
Cualquier persona que haya amado a un ser querido y que por alguna circunstancia la
deja de ver por una temporada sabe del sufrimiento de no poder disfrutar por un tiempo
del amor de esa persona. Sabe que está viva, que lo ama y que lo volverá a ver, pero
al no tenerlo plenamente cerca experimenta alegría y a la vez un dolor y deseo de
tenerlo cerca por siempre, cara a cara. Algo similar, pero de mayor intensidad y forma
será la ´purificación´.
CIELO
¿QUE ES EL CIELO?
La definición del Cielo que nos da el Catecismo de la Iglesia Católica es:
"El Cielo es la participación en la naturaleza divina, gozar de Dios por toda la eternidad,
la última meta del inagotable deseo de felicidad que cada hombre lleva en su corazón.
Es la satisfacción de los más profundos anhelos del corazón humano y consiste en la
más perfecta comunión de amor con la Trinidad, con la Virgen María y con los Santos.
Los bienaventurados serán eternamente felices, viendo a Dios tal cual es." Catecismo
de la Iglesia Católica, 1023-1029, 1721-1722.
Seguramente has de estar pensando: "¿Qué el Cielo es qué? ¡No entendí nada! Algo
tan difícil de entender no debe ser tan bueno", o tal vez: "¡Qué aburrido suena eso de
contemplar a Dios… y por toda la eternidad! A mí me gusta la actividad, eso de ángeles
querubines y cantos gregorianos… ¡como que no se me antoja!"
Realmente esta imagen del Cielo resulta muy poco atractiva para cualquiera, pero es
que el Cielo no es como lo pintan los cuadros. ¿Qué tal si te digo que el Cielo es algo
así como la suma de todos tus momentos felices, de todos tus deseos cumplidos, de
todos tus "hobbies" realizables? Empieza a sonar interesante, pero aún se queda corto.
El Cielo es felicidad que rebasa nuestros deseos, actividad sin cansancio, descanso sin
aburrimiento, conocimiento sin velos, grandeza sin exceso, amor sin afán de posesión,
perdón sin memoria, gratitud sin dependencia, amistad sin celos, compañía sin
estorbos. En el Cielo, Dios nos concederá mucho más de lo que podemos pedir o
imaginar y aún aquello que no nos atrevemos a pedir.
Realmente puedes imaginarte el Cielo como quieras: imagina el lugar más bello que
hayas visto, llénalo de todo lo que te guste y quítale todo lo que te disguste, después
pon en él todo lo bueno que te puedas imaginar, acompañado de gente
extraordinariamente buena y simpática, haciendo aquello que más te guste. Cuando
hayas terminado de visualizar así el Cielo, puedes estar seguro de que esa imagen es
nada junto a lo que realmente será.
Dios nos ha creado como hombres y nos ama como hombres, por eso, el premio que
nos ofrece es para disfrutarlo como hombres, dotados de alma y cuerpo.
En el Cielo nuestra alma disfrutará al estar en contacto con Dios y, después de la
resurrección de los cuerpos, también disfrutaremos con un cuerpo, aunque será un
cuerpo distinto, un cuerpo glorioso que ya no estará limitado por el espacio y el tiempo,
como el de Jesús resucitado, que podía aparecer y desaparecer en cualquier lugar.
San Pablo habla de esto en I Cor 15, 40 ss.: Sonará la trompeta y los muertos
resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que
ese ser corruptible sea revestido de incorruptibilidad y que ese ser mortal sea revestido
de inmortalidad.
Por supuesto esto es un misterio, pero la felicidad que recibirás en el Cielo colmará
todas tus necesidades y nada podrá limitarla.
Tendrás el conocimiento perfecto y una claridad absoluta acerca de las intenciones de
los demás, te darás cuenta de que los condenados no están recibiendo un castigo
injusto, sino que ellos mismos lo han escogido libre y voluntariamente. Su sufrimiento
no afectará tu felicidad plena.
Sí, pero esto no se debe a que el Cielo sea diferente, sino a que las personas que
llegan a él son diferentes. La felicidad será plena para todo el que llegue al Cielo. No es
que unos sean más felices que otros, todos serán totalmente felices en la intimidad con
Dios , pues todos estarán totalmente llenos de Dios. La diferencia está en que, así
como hay vasos grandes a los que les cabe más agua que a otros más pequeños, de la
misma manera, hay almas más santas y otras menos, de acuerdo con la capacidad que
cada uno desarrolló a lo largo de su vida.
Jesús nos habla en el Evangelio muchísimas veces acerca del Cielo y nos lo explica en
un lenguaje que podemos entender:
A los hambrientos les hablaba de pan, a la samaritana de un agua que sacia
definitivamente la sed (Jn 4, 1 ss). Hablaba de perlas preciosas (Mt 13, 45.), de onzas
de oro, de una oveja perdida y recuperada. Nos habla de un banquete, de una fiesta de
bodas, de redes colmadas de peces, de un tesoro escondido en el campo.
Todos estos símbolos que utiliza Jesucristo nos pueden dar una idea de la felicidad que
tendremos en el Cielo, ya que las felicidades terrenas son una imagen de la felicidad
celeste.
Han existido muchos santos a los que Dios les ha concedido la gracia de poder ver lo
que es el Cielo. He aquí algunos de sus testimonios, con los cuales han tratado de
explicarnos con palabras terrenas lo que nos espera en el Cielo:
San Pablo: Dios es capaz de hacer indeciblemente más de lo que nosotros pedimos o
imaginamos (Ef 3,20).
Nada son los sufrimientos de la vida presente, comparados con la gloria que nos
espera en el Cielo (2 Cor 4,17).
San Agustín: Es más fácil decir qué cosas no hay en el cielo, que decir qué cosas hay:
En el Cielo contemplaremos y descansaremos, descansaremos y alabaremos,
alabaremos y amaremos, amaremos y contemplaremos. (Confesiones).
San Francisco de Asís: El bien que espero es tan grande, que toda pena se me
convierte en placer.
¡Se oye muy fuerte! ¡Parece muy difícil! Sin embargo, si vuelves a leer los testimonios
de los santos que han podido verlo, te darás cuenta de que vale la pena y que ningún
sufrimiento es demasiado grande para evitar que luchemos por él.
Querer ganar el Cielo significa tratar de tenerlo desde ahora y eso, como ya vimos, se
logra viviendo las Bienaventuranzas.
EL INFIERNO
1033 Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no
podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o
contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que
aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna
permanente en él" (1 Jn3, 14-15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos
separados de Él si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los
pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar
arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados
de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión
definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con
la palabra "infierno".
1034 Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se apaga"
(cf. Mt5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida
rehúsan creer y convertirse , y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo
(cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles [...] que
recogerán a todos los autores de iniquidad, y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13,
41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de mí malditos al fuego eterno!"
(Mt 25, 41).
«Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar
continuamente en vela. Para que así, terminada la única carrera que es nuestra vida en
la tierra mereceremos entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos y no nos
manden ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores,
donde "habrá llanto y rechinar de dientes"» (LG48).
1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda
es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta
el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora
la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la
conversión" (2 P 3, 9):