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Los hermanos del adoptivo

Por Eva Giberti


Publicado en Página/12

Los hijos adoptivos suelen fantasear que tienen hermanos que existirian en alguna parte, es decir,
imaginan a otras criaturas que ellos denominan hermanos y piensan que tal vez-esos otros- desearian
comunicarse con ellos. Como si esos hipotéticos hermanos tuviesen conocimiento de la existencia del
adoptivo al que querrian conectar.

No es difícil suponer que el proceso es el opuesto: hijos adoptivos imaginando que tienen “hermanos” a
los que desearian conocer. Fantasia que se incrementa durante la adolescencia cuando por ejemplo una
adolescente en consulta me preguntó, afirmando:”Vos conoces mejor que yo la historia de mi adopción.
Vos sabes si yo tengo hermanos, a mi no me lo quieren decir… “

¿Podriamos hablar de “hermanos” cuando el niño adoptivo fue cedido por su madre de origen poco
tiempo despues de nacer y, adopción plena mediante, no mantuvo ningún contacto con la familia
adoptante?

¿Alcanzaria con la filiación consanguínea para decretar la fraternidad entre los hijos habidos
anteriormente al nacimiento de la criatura que fue cedida en adopción? ¿Es suficiente la consanguinidad
para hablar de “hermanos”? Para la fantasia y los deseos de los adoptivos parece ser suficiente porque se
refiren a esas inexistentes personas-para ellos- como si realmente fuesen hermanos.

Los que estuvieron antes…

Comencemos entonces por algunas experiencias: ese otro niño, nacido de la misma madre, años antes de
aquel que fuera cedido en adopción, quizás presenció el ambarazo de esa mujer y se enteró que le habia
nacido un hermano.Quizás tambien acompañó a su madre al hospital. Pero poco tiempo despues , ese
bebe de pocos dias o con seis o siete mese de edad dejó de formar parte de su cotidianidad: habia sido
cedido en adopción.No obstante él sabe que tuvo un hermano. Poco y nada se ha ocupado la Psicologia de
estos primeros niños que advienen a la categoria de desaparecidos para el hermano mayor quien un dia
cualquiera dejó de tener contacto con ese bebe.Para esos hermanos mayores existió un hermano que se
perdió. Y asi lo cuentan :”Un dia mi mamá nos dijo que el más chiquito no volveria a vernos porque
estaba con una familia que lo iba a criar…” Pareceria que allí finalizasen estas historia.Dudo que asi sea
para esos hermanos mayores que ,ellos si, tuvieron contacto con ese niño que fue su semejante y su
prójimo.

El semejante(simile) remite a quien se nos parece en tanto persona física inserta en lo social.Prójimo,cuya
etimologia se asocia con vecindad,cercania, se asienta en una concepción topográfica: aquel que se
encuentra cercano.Más tarde adquirió una significación relativa a la solidaridad que le debemos a ese
prójimo. Si bien no están cercanos, es probable que exista semejanza física entre aquellos que existieron
antes que el adoptivo que hoy los reclama o requiere,aunque provengan de padres diferentes:el sello de la
madre de origen persiste en ambos.Además se trata de la semejanza entre seres humanos.

De pronto, ese otro hijo de aquella mujer adviene a la categoria de “hermano” que le otorga el hijo del
que ella se desprendió.

¿Se podrá nominar como “hermanos” a aquellos que no se sabe si existen? Así lo nombra el adoptivo
pensando que comparten consanguinidad (en realidad dice que “tuvieron la misma mamá”) Para el hijo
adoptivo cuenta el deseo, el apetito y la necesidad de conocer aquel capitulo que está escondido en la
maraña del origen.Entonces nomina como “hermano” al soporte humano de un misterio con quien quizá
compartió cercania ,y aún contacto pero sin saber que estaba enlazándose con un hermano,porque en ese
entonces su estatuto era el de un bebe que no sabía de filiaciones.En algún momento la fratria inicialpudo
haber compartido la consanguinidad y algun contacto corporal.

Extraña coyuntura que adquiere realce en su calidad de enigma doblemente apuntalado por la curiosidad
actualizada del adoptivo y resignada ausencia por parte de los mayores que solo recuerdan,algnos de
ellos.”Tuve un hermanito pero nunca supe de él…”

La pulsión de saber y el otro

El hijo adoptivo no sólo fantasea con hipotéticos hermanos, suele mencionarlo y su saber depende de lo
que sus padres hayan obtenido como datos ciertos,y de su voluntad de informar. Lo verbalice o no, la
pulsión de saber, de investigar y descubrir persiste latente,a veces de manera muy inquietante para la
familia adoptiva. Cuando conocen la historia dudan si contarlo o no,y si no han sido informados-lo cual
seria grave- la pulsión del hijo se torna reclamo doméstico en su afán de saber. Lo cual aparece de una
manera desordenante en una familia que adoptó a una criatura sin hermanos,por lo menos en lo que al
adoptar se refiere.No imaginan que ese misterio que el hijo incorpora puede significar una traumatismo
para él.No necesariamente pero si el adoptivo lo convierte en enigma- algo que no se puede comprender-
la imaginada fratria se atraganta porque se instala como lo pendiente que genera una resignación
hostil.”Nunca podré saber si por el mundo anda caminando alguien que se me parece…” me decia una
adoptiva adulta,más allá de las embestidas verbales de los adolescentes que en consulta imaginan a la
terapeuta como aliada del secreto parental guardado.A veces disponemos de información pero son los
padres quienes deben hacerse cargo de aquello que conocen.

Porque el hijo precisa corroborar la existencia de ese otro para que por fin sea otro.Sin que interese
conocerlo personalmente.No es preciso que se emprenda ese viaje en busca del desconocido, alcanza, casi
siempre, con saber que más allá de lo consanguíneo hay otro.Un otro diferente que transforma en alguien
“distinto” al adoptivo,porque aceptar la existencia de ese otro si bien no genera una fratria, una
hermandad, podria hacerlo si se realizara un encuentro.Es decir, ese otro hijo de la misma madre de
origen se convertiria en otro trascendente para el hijo adoptivo . De allí que la fantasia de:”Yo quiero
saber si tengo hermanos…” abre un sendero que transforma a ese sujeto misterioso, que no existe en la
cotidianidad familiar, en otra persona que incluye una rudimentaria forma de trascendencia en los
monólogos del adoptivo cuando se cuenta a sí mismo las historias que habrian vivido-o podrian vivir- él o
ella y sus hermanos. Que siempre se imaginan idealizados como simpáticos y fuertes,ya sean varones o
mujeres.Fuertes en el sentido de “haber vivido experiencias distintas de las que pudo transitar el
adoptivo”.Asi describen a esos hipotéticos “hermanos” a los que suponen con historias de vida
“interesantes”. No obstante,en algunas oportunidades, los adoptivos adolescentes fantasean con hermanos
que podrian padecer necesidades y pobrezas.Asi me lo comentaba un adolescente al referirse a la
provincia donde habia nacido,inundada en grandes zonas:”Si tengo hermanos seguramente estarán
evacuados, deben precisar ayuda porque son pobres …” ya que la información acerca de su adopción se
atribuyó a la pobreza de su madre de origen .

O sea, el caudal imaginativo que se acumula alrededor de estos hermanos –que suelen existir- configura
una significativa riqueza en la construcción de la subjetividad de los adoptivos, varones y mujeres.
Transcurrir cada dia fantaseando,imaginando que en alguna parte existe otro que podria abrazarse
fraternalmente,con el soporte que la genética autorizaria, no es una dimensión menor en la subjetividad de
los adoptivos. Merece la atención de quien convive con ellos,por lo menos para suponer que ése podria
ser uno de los secretos que los adoptivos transportan sin necesidad de conversarlo diariamente.O
presionando fuertemente en busca de una información concreta.Que abre otro capítulo.

Adopción: lo que hay que saber siendo niño/niña

Por Eva Giberti, publicado en Revista Actualidad Psicológica, setiembre 2014

Advertencia metodológica
La metodologia de este trabajo es descriptiva, con validación testimonial.

La emisión de sugerencias, directivas,recomendaciones e interpretaciones a los padres adoptantes -cada


una en sus diferentes niveles- no necesariamente se erigen en causa de cumplimiento u obediencia. El
texto que continua ,testimonial en diversos acápites , está signada por un determinismo moderado debido
a la práctica continua durante cincuenta años interviniendo mediante consultas y seguimientos
psicoterapeuticos y psicoanalíticos de familias y atenciones individuales .Dicha experiencia es la que me
autoriza a reconocer el dispositivo saber-poder(Foucault dixit) en el que se concentra este artículo debido
a las recomendaciones y comentarios provenientes de psicoterapeutas,psicoanalistas y orientadores
descriptas y narradas por padres y por hijos e hijas adoptivos/as.
Las series complementarias(Freud,S. 1) suficientemente efectivas para introducir modificaciones en la
historia de las familias adoptivas e ingresarlas en una temporalidad en la cual se modifican-o no- las
indicaciones recibidas en el primer momento de la adopción, pueden coadyuvar en los cambios que
permitan zafar del dispositivo“Espere que el n iño pregunte …”
Este artículo describe los efectos encontrados despues que los adoptantes asumieron el dispositivo que
pretende regular desde un imaginado saber aquello que los niños y niñas adoptivos deben recibir como
información y cuándo.Asimismo se ocupa de la imagen de un adoptivo como sujeto cartesiano o
trascedental kantiano que es la que conduce a afirmar que en un tratamiento “la adopción no importa”
frase ajena la constitución del sujeto como lo conceptualizamos actualmente,ceñido, no solo al tiempo-
aquel de su cesión como niño que la madre de origen cede –tambien a su temporalidad. Son producciones
propias de un determinismo que se enarbola como respuesta rutinaria confiando en que aquello que se
afirme o recomiende, asi será escuchado,aceptado y obedecido,al margen de cualquier aleación incierta o
azarosa.Desprovistas del pensamiento complejo que los diálogos con adoptantes y adoptivos parecerian
esperar.

Reiteración del deslizamiento ideológico


Transcurren los años y el circuito se mantiene reproduciendo el mismo argumento que se habia aprendido
en la década de los 80 .Aquello ya era discutible desde el origen: “No informar a los niños sino esperar
que pregunten”, por temor a desbordarlos con datos que ellos no pudiesen capturar.O quizá abrir espacios
“no aptos” para elllos.Como si fuere posible presentir y anticipar qué y hasta dónde capta ese sujeto Lo
que no ignoramos es que le asisten los derechos que la Convención de los Derechos del Niño ha previsto
en materia identidad.Pero habitualmente la Convención no forma parte de los intereses profesionales de la
psicologia.Distracción curiosa porque es la Ley que garantiza el estatuto de los adoptivos en tanto niños y
niñas
Ante la pregunta de los padres que solicitan cómo informar acerca de la adopción cuando consultan en los
cursos preparatorios organizados por diferentes instituciones, oficiales y privadas,cabe, como respuesta
orientadrora una repregunta: interesarse por lo que ellos querrian decir, cómo y cuando, de modo tal que
los padres pudiesen evidenciar sus pensamientos, sus fantasias, sus proyecciones y su propia relación con
la apertura a la información donde probablemente surgiera el conflicto en relación con su esterilidad,
habitualmente enmascarado, eludido u omitido entre las miembros de la pareja (Giberti, E. 2)
La información acerca del origen, aquello que compuse como un relato en décadas anteriores, como
orientación para hablar con los hijos incluye,justamente el reconocimiento que esclarece que el padre y la
madre no podian “ hacer hijos ” y por eso motivo necesitaron buscar un niño para adoptar legitimando de
ese modo el conflicto entre los miembros de la pareja.(GIberti, E,3 ).
El consultorio me nutrió durante décadas de madres que me contaban : “Cuando le pregunté a la
psicóloga del tribunal cómo tenia que decirle que era adoptivo-el bebe que acababa de lograr en guarda-
la psicóloga me dijo que no le dijera nada hasta que el nene preguntara…” Deslizamiento ideológico
desde una ideologia de la prudencia hacia la puesta en acto de del poder por no-saber. Esta es una frase
estereotipada que finalmente se transforma en frase-señal para reiterarse compaginando la serie de los
silencios y encubremientos inevitables durante los primeros años de vida de niños y niñas que viven con
adultos cuidando herméticamente su lenguaje y los posibles “descuidos” de los familiares cercanos
La respuesta “técnica” recomendando “esperar que el niño pregunte” constituye una relación de poder
sobre los padre adoptantes dirigiéndolos sin escuchar primero qué podrian y desearian hacer;es un intento
de incluir un orden social regulado por “aquello que los niños deben saber y lo que deben
ignorar”(Gi8berti, E.4) Pero en las décadas que tratan un orden social globalizado que ha incluido
paulatinamente una capacidad de reflexión social ésta puede esperarse en los ámbitos Psi revisando lo que
en otras épocas se enseñara sin garantias de su eficacia.
Criterios que en años anteriores se reproducia con los hijos adoptivos, sin discriminar cualés son las
diferencias sustantivas entre el mundo fantástico de un adoptivo y el mundo fantástico de otros niños.Por
suponer que “saber “acerca del fantasear de niños y niñas en general incluye a los adoptivos.Es una
mirada que no es capaz de ver al mundo del otro más que como una prolongación de lo ya estudiado(del
propio mundo) y que se supone fuente de saber y conocer.Es un criterio universalista(5) patriarcal y
tradicionalista que ignora las diferencias suficientemente discutidas por la filosofia y desconoce los
avances de la genética , de las neurociencias y la posibilidad de “redefinir la humanidad en el contexto de
las interacciones con el mundo-ambiente (…)”(Marramao, G. 6)
Tambien desconoce los fenómenos propios de la alteridad ya que con frecuencia estos niños provienen de
etnias indígenas portando netas diferencias biológicas con sus padres adoptantes, detalle que “está a la
vista” y que estos niños y niñas mencionan y registran como un alerta que,inadvertido durante la infancia,
en la niñez es comentado por sus compañeros de escuela o por otras personas; es decir ,se abre el circuito
que desde décadas anteriores mencionan los estudiosos del postcolonialismo como encrucijada
insalvable(CHAKRAVORTY SPIVAK,G. 7)
El supuesto mundo fantastico(fantasmático) descripto como las fantasias de los niños no describe-
exceptuando los textos en los que los menciono :Giberti,E. 8)) a los niños adoptivos (como uno más entre
todos ,en la serie niños,los niños, esos niños…) entre otras alternancias porque es preciso tener en cuenta
que en el deseo de los padres estuvo inserta la imagen,la fantasia o el contacto con la madre de origen.Lo
mismo encontramos –o suponemos encontrar-en el mundo intrapsiquico del niño que no necesita ser
informado enrtealación con su adopción para dudar acerca de su lugar en esa familia Lo ilustra el
comentario de un niño de ocho años que acababa de ser tardiamente informado “ A mi siempre me
parecia que conmigo pasaba algo raro en mi casa,con mi mamá…algo siempre me ( e hizo el ruido de un
crujido, crac, crac)”.Es decir, algo le crujia en su relación parental.Es posible pensar que los adoptivos
siempre registran ese trato “raro” proveniente de padres y familiares que ocultan un saber acerca del niño.
Si bien esta afirmación constituye el ABC de los estudios en psicoanálisis reconociendo la existencia de
un saber inconciente pareceria no alcanzar en el momento de acudir al trato con los padres y con el mismo
niño.Se lo incluye como un niño más, siendo un niño/otro en la construcción de su subjetividad.
Por ejemplo, durante algunos meses, mientras duró su guarda, aparecia en su casa una señora que
preguntaba por él o por ella y la madre la atendia preferentemente y le mostraba su camita o su
dormitorio, sus juguetes y los cuadernos del ciclo primario.Era la asistente social¿Por que esa señora los
visitaba y habia que contarle cómo vivia él o ella? Si no era de la familia ni tampoco amiga de mamá que
despues de la partida de esa visita se comunicaba inmediatamente por teléfono con papá para avisarle que
“·Estuvo la asistente social…Todo bien…” Cuando dicha situación aparece en una sesion de alguien que
espera utilizar los conocimientos adquiridos acerca de los niños en general se convierte en un tropiezo si
quien conduce la sesión desconoce las funciones de la asistente social que el niño registra como
enrarecimiento en su cotidianidad.Máxime si tenemos en cuenta que del informe de esa profesional
dependerá la estabilidad de la guarda obtenida.En una oportunidad el interés de la niña giraba alrededor
de una posible visita que yo podria hacerle en su casa para conocer sus juguetes. Es algo reiterado en los
análisis con niños .Pero en esta oportunidad el modelo era el de una persona que concurria a su casa para
vigilar como lo/la educaban¿tenia que ver con la terapeuta?¿sabia el niño que ésa era la tarea de la
asistente social? Por lo menos habia resgistrado que habia que avisarle a su papá acerca de la visita y que
“Todo bien”.¿Es posible suponer que no existirian registros por parte de la niña cuando lo estaba
contando? La madre/ambiente que abarca a la madre de origen, explica que es una señora que viene a
visitarla para ver si esta contenta, si se siente bien, cuantos juguetes tiene…La ansiedad persecutoria de
Klein estaria satisfecha.A otros niños no los van a visitar con ese motivo.
Hechos
Adolescente varón de diecisiete años fugada de su casa, repetidamente durante sus últimos ocho años,
despues de haberse enterado casualmente de su adopción Encara permanentemente a su madre adoptiva
acusándola de haberla robado de los brazos de su madre de origen.Lo cual en la realidade tribunalicia no
responde a los hechos de esa adopción.No obstante esta fantasia es la que acogen, guardan y preservan
inumerables adoptivos que no han sido informados inicialmente acerca de su adopcíon. Hijos secreteados
por consejo de los profesionales y atendidos con psicoterapias y psicoanálisis ajenos a los conocimientos
que el entrenamiento en adopción exige.
“Mire-me comenta esta madre repitiendo las historias tantas veces escuchada-la llevo al psicologo desde
los diez años cuando tuvo el ataque por de rabia porque se enteró que es adoptiva…pero los psicologos
me dicen que el tema de la adopción no importa…”
Negar la trascendencia de una adopción en la subjetividad resulta, cuanto menos, sorprendente. Durante
una entrevista, un adulto,profesional de las Ciencias Biológicas me decia: “Debido a mi adopción me
pudieron en tratamiento psicoterapeutico desde los diez años. Yo no andaba bien en la escuela, Cada vez
que yo le hablaba a la psicóloga de la adopcón ella mi decia que yo queria ocuparme de eso para no
referirme a lo que me pasaba. Siendo adolescente , la misma respuesta con un terapeuta:la adopción
siempre era resistencia, hasta que no quise ir más a terapias. Y no fui,porque yo queria alguien con quien
mencionar el tema y me lo daban vuelta Parecia que hablar de adopción era resistirse a hablar de mi…Me
parecia que no entendian nada”.
La posibilidad de dialogar con adultos adoptados que recuerdan sus terapias an teriores permite registrar
la reiteración del modelo que ,al oponerse al tema adopción sugiere que es el efecto de la escasa
experiencia con niños y adultos adoptivos tramitada durante años. No es infrecuente que un niño o
adolescente se nieguen a mencionar el tema en su tratamiento, y sin embargo los indicios surgen
activamente a medida que se interviene aun despues de algun tiempo de silencio conciente alrededor del
hecho.No mencionan la adopción pero juegan con su preocupación por su identidad :por ejemplo quien va
a llegar a ser, o bien “yo soy de ese modo y no me van a cambiar por otro”, “no quieren que salga con un
chico porque dicen que es pobre, pero entre los pobres hay gente que no tiene la culpa de hacer lo que
hace(adolescente hija de otra adoloescente que la cedió en situación de pobreza extrema, dato que la
paciente desconocia-pero probablemente fantaseaba-)”.
Es el fenómeno de universalización patriarcal mencionado anteriormente : no alcanza con escuchar lo que
dice el niño, interpretarlo según la canónica aprendida,si bien aquello que cuenta un adoptivo puede
coincidir con lo que cualquier niño podria asociar, exceptuando cuando sabe que no provino de la panza
de su mamá como sus amigos.La socialización que implica reconocerse como adoptivo, ajeno al clan
familiar crea su propia politica psicológica adecuada a la vulnerabilidad que la situación plantea
Un adolescente adulto en análisis aportó una original palanca en las entrevistas:”Mi hermana- no es
adoptiva-que estudia psicologia un dia me dijo que yo soy un objeto a….¿que me quiso decir?” Silencio
por mi parte.Acostumbrado a no tener respuestas inmediatas continuó:”Por empezar un objeto y no una
persona…Pero si soy a soy el primero del alfabeto…En realidad yo soy en primero porque ella nació
despues que a mi me adoptaron…Ella seria un objeto b…Porque a mi me adoptaron porque pensaron que
era imposible tener hijos ´de ellos y pensaron que nunca iban a tener hijos.Mi mamá me lo contó. Y
despues vino mi hermana…Pero a mi me adoptaron cuando pensaron que era imposible” Le faltó
completar la frase diciendo que existia un “objeto de deseo inalcanzable”. Le contesté: ”Vos resolviste lo
imposible ,sos como la a que empieza una serie,la del abecedario y despues con tinua con otra
letra…Primero un hijo, despues b, una hija…”En este caso la vulnerable era la hermana y sus ideas acerca
del objeto a que utilizó como código secreto para excluir a su hermano, mayor y varón.
Interesante es la conciencia por parte del adolescente habiendo resuelto un imposible para esa pareja y
podemos pensar que es una asociación gratificantemente narcisista, fenómeno de aparición en algunos
adoptivos que a posteriori de su adopción reciben a un hermano oriundo del engendramiento en la pareja
parental.
Lo que no debe saberse “ahora”
Aun hoy, la consulta que realizan familias adoptantes incorpora el comentario e introduce la misma
reflexión :no decirle que es adoptivo hasta que pregunte.
¿Qué pregunta una niña a los siete años?:”Vos me decis que sos mi mamá del corazón pero los bebes
están en la panza. ¿Cómo yo estuve en tu corazón? ¿No seré adoptiva, n o?” La madre respondió: ”Y cual
es la diferencia? Los dos son hijos del amor….” A partir de ese momento y durante años se perforó la
relación madre hija, impregnada por ataques de furia y golpes contra la madre que se continuaron hasta la
adolescencia, al grito de “Mentirosa, me mentista, me mentiste”
La madre dolorida reclamaba “No reconoce que se la trató y se la trata con amor…Ella no me trata como
a una madre que le ha dado todo,siempre fui cariñosa…”Seguramente asi sucedió pero la madre, al decir
de Hegel,precisa que quien lo reconozca(el esclavo) lo haga desde una alteridad dotada de valor,
exactamente lo contrario de lo que ella hizo, desposeer a la niña de su derechos a la identidad o su
derecho a ser informada desde el comienzo de su inserción en esa familia.No puede esperar
reconocimiento desde esa alteridad que ella transformó en una víctima de engaño y como tal la trató,la
educó y la crió.Este es un punto incandescente en el trabajo con estos padres porque esperan que surja una
hija como ellos desean despues de haberla posicionado según el amo de Hegel que ahora espera
reconocimiento desde una alteridad que le sea reconocible como válida.No fue de ese modo como se
introdujeron en la subjetividad de esos hijos sino mediante la violencia del ocultamiento.
En oportunidades no sucede de ese modo, en lo externo, pero el mundo intrapsiquico de un adoptivo se
enfrenta con implicancias que no puede soportar en tanto acaba de asumir una pérdida significativa ;
permanece implicado en la mentira,las falsesedades y las trampas que involucran a toda la familia.
Se preguntan por los motivos por los cuales se miente y se oculta conjuntamente con la disociación
padre/madre: ¿Quien impulsó la mentira, él o ella? ¿Por qué le ocultaron que siendo beba la trajeron de
alguna parte, de una parte que no era de la familia, de dónde es ella, dónde está la madre de la panza? y
asi sucesivamente, plegando la preguntas en silencios y mutismos o en ataques furiosos y
sufrientes…Comprenden y sienten que que no saben nada a partir de ese momento y el efecto traumático
altera sus posibilidades representacionales: comienza por no entender qué debe representarse.
En estos estados los factores genéticos quedan sacudidos como parte de un organismo en shock.
No saben quiénes son dado que han vivido como siendo otros ahora diferentes de los hijos que ellos se
creian de esa familia.
Asi surgen las historia de odio, de ira y de furia que he recogido durante estos años, con niños y
adolescentes fugados de sus casas, muchachitas agresivas y empecinadas, trastornos crónicos en la
escolaridad y un resentimiento filial contra la madre embargado por el dolor de ambas.Es evidente la
imposibilidad intrapsiquica del niño para enfrentarse con una situación estresante que la posiciona en
desamparo ante una madre y el ambiente que acompaña (madre como extensión del ambiente)
El niño o la niña preguntan cuando dudan acerca de su origen o sospechan que son adoptivos, o sea, el
tiempo cronologico ha quedado retrasado en relación con los tiempos de comprender de ese niño o niña ;
el significante del preguntar es lo ya sabido –temido- por el niño.
Los conocimientos acerca de la adopción constituyen un fenómeno de forclusión en nuestro medio
profesional : la reacción llega desde afuera en la voz y desde las acciones de niños y niñas La Ley queda
suspendida, la Ley que marca la norma de reconocerse como hijo adoptivo de esa famiia; caen todos los
ritos del “ser familia”:las fiestas,los cumpleaños,los actos escolares y pierden su significación y su fuerza.
El postular la espera “hasta que pregunte” se coloca al servicio de la resistencia parental imposibilitada de
engendrar que encuentra en esa espera la postergación del reconocimiento de su infertilidad o esterilidad.
Entonces no inviste el cuerpo del niño como otro vivenciado como sujeto sino como objeto para su
satisfacción narcisista al mismo tiempo que los adultos permanecen deficitarios de las representaciones de
ese niño como tal ya que pulsionalmente lo necesitan como objeto.
A posteriori resultan no-creible para el niño todos los juramentos de amor con que los padres intentan
serenarlo y conformarlo. Los niños y niñas que reaccionan de otro modo, “pacíficamente” silencian
defensivamente la vivencia de “objeto malo” en el que se ha transformado los padres y desestiman el
afecto que la revelación produjo, huyendo del dolor que podria producirles reconocer que han sido
engañados. La diada vincular en la que crece y se desarrolla queda jaqueada y el niño ingresa en una
vivencia de vulnerabilidad máxima que no necesariamente logra exponerse mediante el ataque pero si
según una particular configuración de afectos.
Comentario ad libitum
El mismo fenómeno acerca de la información y las mismas preguntas, que son otras, provienen de los
padres que han recurrido a las nuevas técnicas reproductivas. ¿Contarle como fue su engendramiento?
¿Explicarles las técnicas’ ¿A que edad? ¿No decirles cómo fue su origen?
La experiencia nos muestra una colección de respuetas que los hijos traducen contándoles a sus
compañeritos de nivel inicial :” A mi me hicieron en un tubito”(Giberti,E.&Andra,l.9)
Las respuestas parentales constituyen un vademecum de originalidades, deseos expuestos, relatos entre
magias e historias trasnochadas, con un tercero incluído representado por la empresa y/o el médico
interviniente
No obstante la semejanza en el preguntar la diferencia es sustantiva con la adopción y ambas se
sintonizan entre si merced a la afirmación : “No contar hasta que el niño pregunte”…

BIBLIOGRAFIA
FREUD, S.(1905)(1916):obras completas, Tomo VII y Tomo XV/XVI, Tabien en 1915 TOMO VI
2GIBERTI, E (2014): Silencio entre adoptantes, en PAGINA 12, 8 de mayo
3GIBERTI,E (1998 Tercera edición)LA ADOPCIÓN, Ed. Sudamericana,BsAs
4GIBERTI, E( 2013);Adopción y verdades, en PAGINA 12,jueves 3 octubre
5no se trata de un rechazo cerrado y total del universalismo sino su descripción como “simultáneamente
indispensable e inadecuando” como lo califica los postcolonialistas
6MARRAMAO,G.(2011):LA PASION DEL PRESENTE, Gedisa,Barcelona
7CHAKRAVORTY SPIVAK,G.(2010):CRITICA DE LA RAZON POSCOLONIAL,
Ed.Akal,Madrid
8)GIBERTI, E.(2012):ADOPCION SIGLO XXI,Ed Sudamericana Bs.As.
9GIBERTI, E.&ANDRA,L,(1993); SEXUALIDADES DE PADRES A HIJOS, Ed.Paidos, Bs.As.
Adopción y elecciones presidenciales

Por Eva Giberti, publicado en Página/12 el 3 de septiembre de 2015.

La reunión familiar se habia armado inesperadamente. La solicitud del hijo adoptivo apareció sin que se
la esperase.Con motivo de la última votación, el hijo mayor, con sus dieciseis años habla planteado un
argumento imprevisto: “Si voy a usar mi documento para votar necesito conocer a mi mamá, saber quien
fue, por qué me puso en adopción. Y si tengo hermanos.Yo quiero ir a conocerla antes de votar…”
El derecho a conocer sus orígenes, anterior al actual Código Civil, es indiscutible; podia encontrarse
diferencias en cuanto a la edad de los hijos para que empezaran con ese trámite, pero les asiste ese
derecho.
El argumento de la votación era un distractor, un desplazamiento muy efectivo que el hijo habia
compaginado para reclamar por su “derechos a saber”. Reproducia de ese modo una situación en la que
fue una hija adoptiva,en otra oportunidad, quien habia elegido el mismo argumento. Como si instalarse en
la nómina de ciudadanos reconocidos como tales mediante el voto los autorizase a un derecho del cual
oficialmente gozaban.
La relación hijos adoptivos y votación de un candidato político encuentra, en estos dos historiales, una
culminación explícita mediante un discurso concreto: “quiero conocer a la mujer que me tuvo,” o bien” a
mi mamá de veras” o “ a mi mamá de antes” según haya sido la elaboración que cada adoptivo realice de
esa información inicial proveniente de los padres:”estuviste en otra panza”.
Pero los diálogos con los adoptivos adolescentes ,si tienen que votar, parecen desatar sensaciones y
curiosidades que permanecian en silencio, adormecidas o negadas, por lo menos de acuerdo con lo que
apareció en las consultas desde que los dieciseis años garantizaban una nueva identidad: ser reconcidos
como aquellos que podian elegir a quienes habrian de representarlos, también gobernarlos.
Pareceria que necesitasen incorporar un nuevo interrogante acerca de “Quien soy”, como si dijeran :” Mi
pais ahora me convoca para que haga lo mismo que todos los ciudadanos, pero resulta que yo no soy
como todos porque vengo de otra historia”.
No resulta complicado explicarles e interpretarles que el tema de fondo no reside en la votación sino en
volver a pensar en su identidad y reconocer que ser adoptivo forma parte de una constitución familiar
legalmente instituida , pero surgen dos tipos de problemas: aquellos que implementan el derecho al
secreto del voto y se vuelcan sobre el secreto de sus orígenes para poder hablar del tema, y los otros,
como en los dos historiales que cito los cuales recurren a la votación como forma de desentrañar el
secreto reclamando conocer a la madre de origen. (Debo aclarar que solicité la autorización de estos
adolescentes para poder escribir acerca de este tema).
El diálogo con ellos debió alternarse –en alguna oportunidad-con la consulta de los padres que no
esperaban esta compelejización de la adopción:”Veniamos muy bien, nunca tuvimos problemas con él,
siempre supo que era adoptivo,parecia que lo habia entendido y ahora aparece queriendo conocer a la que
llama su mamá como si nosotros no fuésemos sus padres…”
Hace cincuenta años que explico, escribo y difundo que la preparación para una adopción está muy lejos
de pensar exclusivamente en “los niños y las niñas que se adoptan” ,más aún en “los bebes que se reciben
en guarda”. Cuando los hijos adoptivos crecen pueden imponer sus derechos desde lugares impensados
que movilizan la calma lograda por la familia adoptante; así sucede en estos historiales que merecerian
dedicarles un capitulo titulado “la adopción y las elecciones para candidatos a diputados, senadores,
intendentes y presidentes.”
Este reconocimiento del hijo adoptivo en calidad de votante asociado con el secreto del “cuarto oscuro”-
alterado por la ausencia del mismo en las votaciones que no lo instalan detrás de una puerta o cortina-
parecería arrastrar el doble juego del secreto y el reconocimiento de una nueva identidad, al incluirse los
adoptivos en el universo de los votantes que serían como una nueva “familia” con características propias
no necesariamente sintónica con los adoptantes . Más aún, una adolescente me decia:”Si en mi familia
esperan que yo vote a Fulano, ¡nunca! Yo voy a votar a Zutano!”.
La cuestión reside en la desobediencia autorizada por la intimidad del voto, tambien en el argumento para
demandar :”Ahora me corresponde conocer a mi mamá de origen”, y para los padres hacerse cargo que al
adoptar se asume la responsabilidad por un futuro adulto:La convención de los Derechos del Niño es
explícita: hasta los 18 años se consideran esos derechos.
Con la votación a los dieciseis años fue preciso reformular el acompañamiento de los padres adoptantes
porque tanto la aparición de una nueva independencia por parte del adoptivo(para seleccionar candidatos
políticos),como la utilización del acto de votar como crecimiento identitario :”Quiero conocer a la mujer
que me tuvo, a mi mamá…” producen una inquietante, si que fecunda movilización moral y cívica en las
familias adoptivas.
Adopción y géneros

Por Eva Giberti.


Publicado el 24 de julio 2015 en Pagina 12

Adoptar a un niño no es lo mismo que adoptar a una niña. Si bien durante los primeros años de
vida,pareceria que se trata de “los chicos” como una universalización de los hijos , a medida que
transcurren los años los géneros aportan algunas características propias.

Como una circunstancia no necesaria,pero que atraviesa la historia de las familias adoptantes, con una
hija/niña puede instalarse ,coyunturalmente, un embarazo de la hija adolescente, no deseado por los
padres.

La idea y la fantasia de hija adoptiva embarazada en un futuro –al margen del proyecto parental-existe
desde el comienzo de la adopción y aun antes, cuando adoptar es solo necesidad y/o deseo. La relación
madre/hijo/varón adquiere características propias , subjetivas de cada vínculo sin que necesariamente se
introduzca un embarazo posible como irrupción en la vida de quien fue adoptada.

La relación hija/madre en adopción está marcada, signada (en tanto constituye un signo que la identifica)
por el avance imaginario, fantasioso,de la madre de origen que forma parte de los pensamientos,
sensaciones e imágenes de la adoptante como caudal conciente o no.
La sospecha,el temor , la fantasía, en relación con un embarazo “antes de tiempo” en tanto garante de la
fecundidad de esa hija adoptiva, forma parte del horizonte familiar cuando se adopta una niña. En
oportunidades se alcanza a comentar como temor de la madre adoptiva al incorporar una posición
sospechante o sospechadora:” Y…no se…quizás resulte que la hija siga los pasos de su madre biológica y
quede embarazada cuando no debería…Cuando veo a la nena con tantos chicos alrededor me da
miedo…”

Lo cual advierte acerca de las características posibles en la relación madre/hija adoptiva que añade un
suspenso en la que tradicionalmente y como fenómeno general fue estudiada como “devastadora”relación
entre madres e hijas que Lacan clasificó como “estrago” y que Freud anticipó en uno de sus textos. Como
si fuera muy difícil que pudiera existir paz entre ellas, más allá de las exitosas, excelentes relaciones que
las lectoras pudiesen reconocer en ese vículo.
La “devastación” y el “estrago· son conclusiones a las que se accede mediante experiencias
psicoanalíticas, pero en el campo de las adopciones, esta relación tiene características que la diferencian
de la adopción de niños varones: de alli la necesidad de distinguir, cuando se piensa en adoptar y cuando
se trabaja con las familias adoptantes las múltiples significaciones de la diferencia mujer y varón.
Esta advertencia suele rechazarse en los momentos inciales de los trámites y preparación para adoptar:
“Nosotros queremos un hijo…No nos importa si es una nena o un varón, como sea, lo vamos a querer
como un hijo…” Efectivamente, asi sucede; pero a los hijos y a las hijas se los ama sin desconocer su
género. E incorporar a una hija mujer, que introduce en la familia adoptante la posibilidad de un
ambarazo temprano, ajena a las expectativas de los padres, implica una relación que tramita la presencia
de la madre de origen compartiendo el grupo familiar como figura ausente e ineludible.
Las madres adoptantes suelen afirmar que cuidan a sus hijas/niñas, las advierten mediante una educación
sexual cuidadosa, enhorabuena.
En paralelo la hijas adoptivas son quienes elaboran su relación con esa madre adoptiva y la comparan con
la de origen, de quien provienen.Y ese diálogo imaginario es-habitualmente- ajeno a los intercambios con
la madre adoptante. Forma parte de las posesiones de la adolescente como capital segregado de la familia
adoptante , y tambien de sus derechos personalísimos.
El diálogo imaginario de esa púber o adolescente con quien la engendró posiciona a la madre adoptiva al
margen de esas escenas: ella no podria hablar de los embarazos a partir de su experiencia.
Algunas hijas adoptivas adolescentes eligen frases crueles para enfrentar el tema:
“ Ella-la adoptiva- es falsa porque no sabe lo que es ser madre, no me tuvo a mi, me crió solamente…”
Afirmación en la que se arriesga infiltrar una posible identificación, un “ser como la otra”(la de origenª),
que fue madre “de veras” porque pudo parirla a ella.
Son avatares que se deslizan silenciosamente en las intimidades de madres e hijas, sin intercambiarse
verbalmente aunque en alguna oportunidad surge la confidencia adolescente y borda la trama de los
amores maternos y filiales.

Estas observaciones, recortadas de entrevistas con familias adoptivas que puedo reconocer como
históricas conducen a la necesaria actualización de otros niveles de análisis que durante décadas se
presentaron en la consulta y hoy proponen otras realidades.
En la actualidad, las clásicas alternativas entre padres adoptantes e hijos/as se encuentran amarradas a la
comprensión y conocimiento de aquello que denominamos género. Cuando,hace algunos años, un padre
adoptivo , furioso,me dijo “Yo no adopté a mi hijo varón para que se me haga homosexual”, incorporaba
una variable semejante a la que en otra oportunidad, también a cargo de un padre, se afirmara :” Ahora
resulta que a mi hija le gusta más estar con otra mujer en lugar de tener novio…No lo vamos a tolerar…”
Ambas circunstancias-diálogos en consultorio-dejaban al descubierto el asombro indignado de estos
padres coincidente con una intolerante visión de los deseos y posibilidades de sus hijos y un
reconocimiento de su opción por una hija mujer/mujer y de un varón/varón. No habian adoptado
“anormales” sino niños y niñas sujetados a sus posiciones anatómicas y socialmente “ordenadas”.
Es decir, si adopto una niña, tendrá que comportarse como una mujer, lo mismo si adopto un varón. El
género en la relación con los hijos adoptivos, si bien se asemeja a lo que podria suceder con quienes no
son adoptivos, se diferencia porque en la adopción esa criatura no llegó por “cuenta propia” y como
resultado de un engendramiento de la pareja,sino ha sido tercerizada por la ley de adopción,por un juez , a
quienes habria que reclamarles por el desorden de sexos que el deseo de los hijos e hijas producieria al
avanzar con perspectivas de género que no coinciden con las convenciones “normalizadoras”.
Las perspectivas de género se han introducido en los ámbitos de la adopción con la potencia propia de los
derechos humanos y de las diversidades.
A la tradicional complejidad entre la madre adoptante y la hija adolescente , que más tarde será una mujer
que quizás pretenda engendrar y que siendo adolescente podria supone una incógnita para la adoptante, se
añade la imperiosa realidad de las diversidades que no necesariamente fueron previstas en los trámites e
ilusiones del adoptar.
Adopción y géneros, todavía mucho por comprender entre madres e hijas adoptivas ;mucho por aprender
en las familias adoptantes cuyos hijos e hijas declaran su autonomia de género.
La quiebra fraudulenta de los hijos adoptados

Por Eva Giberti


Jueves, 9 de enero de 2014 Página 12

El trabajo terapéutico con adolescentes adoptivos constituye una fuente de aprendizaje permanente: “Ella
¿no me pudo tener o no me quiso tener?” Pregunta que se viene repitiendo en los últimos años en boca de
los adolescentes, que hace veinte o treinta aparecía en la edad adulta.
El jovencito, acostumbrado a las no-respuestas por mi parte cuando las preguntas tienen ese color,
continuó: “Porque son dos cosas distintas”. Mantuvo la argumentación: “Porque yo ya sé que soy
adoptado, que me fueron a buscar a Misiones, que ella tenía 16 años, que tengo hermanos, aunque no sé
cuántos, que el tipo que estaba con ella se fue y la dejó sola con los más chicos… Pero conmigo, ¿qué le
pasó? En el expediente, ¿dice por qué me tuvo y después me dio?”.
Empezó a fastidiarse porque yo no respondía, ensayó sacar el celular sabiendo que mientras dialogamos
tiene que estar apagado. Muy seria, le dije: “Y… el celular está igual que yo, no contesta…”. Rápido me
replicó: “Sí, pero le aprieto la señal y enciende”.
Me sumé al diálogo: “Porque está cargado…”.
Entendió muy bien: “¡Y claro que estoy cargado!… Pero vos también podrías estar cargada y saber algo
para contestarme. ¿Por qué, qué le paso a ella que me dio a mí y se quedó con mis hermanos?”.
Llegábamos al punto de inflexión que innumerables adoptivos sobrevuelan con sus mejores defensas,
negando la existencia de otros chicos en la misma familia de origen, los que se quedaron con la madre:
“Yo no creo tener hermanos”. Otros, reflexionando: “Si tuvo otros hijos para mí no son mis hermanos”. Y
los más lúcidos: “Sí, pero ¿quién sería el padre de los otros? Ella –la madre de origen– es la misma, pero
¿con cuántos tipos tuvo hijos?”.
La rajadura en la imagen de la madre de origen aparece, reiteradamente, de manera distinta de lo que
sucedía hace décadas. Durante los años anteriores, la madre de origen se mencionaba, negando su interés
por ella, o bien se la conmiseraba pensando que había sido una pobre mujer víctima de abandono, o bien
se la salvaba como heroína que llevó adelante un embarazo sin apoyo y debió deshacerse de la criatura.
Ahora se atreven a pensar en “los tipos con los que se acostó” –pregunta que los hijos no-adoptivos
suelen elevar a la fase de la duda o de la certeza–, pero en años anteriores suponían que padre y madre
habían engendrado a un solo hijo y a sus hermanos, sin ningún otro atravesamiento amoroso. Por lo
general se podía comentar las travesuras del padre, pero tocar a la madre era muy raro.
En los adoptivos la figura del supuesto padre, el real engendrador, suele quedar encapsulada, ajena a la
palabra que podría crearlo.
Si en alguna instancia surge un sentimiento de vergüenza en la construcción subjetiva de haber sido
adoptado, ese sentimiento queda orientado hacia el varón que contribuyó a engendrar. El silencio a su
alrededor, hasta ahora, parecía asociarse con el abandono o la desatención hacia la madre de origen que se
descuenta es responsabilidad masculina.
Circunstancia que conduciría a la aceptación de otros hombres en la vida de esa mujer. Suposición
habitualmente certera.
Lo novedoso reside en el lenguaje con que estos hijos adoptivos abordan el tema, incluyendo la soltura de
sus palabras, la “frescura” en el decir para referirse a la madre de origen mirada como una mujer que
pudo haber asumido múltiples relaciones sexuales.
Un dato de la realidad, si bien no generalizable pero que muestra tendencia, reside en que los adoptivos
derivan su adopción de la fase capitalista de su época, si nos referimos a países de Occidente. El niño en
situación de adoptabilidad que una nutrida población latinoamericana adopta refugiándolo, no es el que
habitualmente se menciona cuando de adopciones se trata. No es la población que depende de un abogado
para llevar adelante un juicio por adopción. Avanza en la crianza del niño y cuando le resulta cívicamente
necesario “mueve los papeles”. Son los fenómenos típicos en América latina. Pero, por lo general, los
hijos e hijas adoptivos con quienes hablamos provienen de patrocinios legales jurídicamente iniciados, o
legales e iniciados bajo cuerda, con criaturas “conseguidas” en provincia y luego administrativamente
legalizadas.
Este parecería ser uno de los puntos que mantiene en un pretendido ordenamiento los avatares de la
adopción: si se sacudiera el árbol de la vida se desprenderían frutas con distinto nivel de madurez y
alguna en términos de maduración extrema o ya resecada por el paso del tiempo. Estos niveles son los que
se mantienen ajenos a los senderos de la Justicia, de los abogados, de los tribunales: por milésima vez
escribiré que de los adoptivos los profesionales del derecho sólo pueden hablar parcialmente; somos los
psicólogos que los acompañamos durante años, y muchas veces los encontramos como adultos, quienes
conocemos de qué se trata el denominado instituto de la adopción.
De la sombra estremecida que resulta de sacudir ese árbol seminal de la adopción, empieza a rescatarse el
lenguaje que algunos adoptivos y adoptivas han integrado para hablar de la madre de origen, partiendo de
la misteriosa panza para interrogarse por los hombres que con ella podrían haber cohabitado. Es la
perspectiva del hijo, que siempre existió en lo referente a la pobreza: “Ella era pobre sin duda y no pudo
criarme”. Muchos relatos hicieron pie en ese argumento, auténtico de toda autenticidad. Al margen del
cual el interés interrogado sobre sí mismo gira en redondo y algunos adoptivos se miran, subjetivizados
por la no-pobreza, todo lo contrario. Y ese “quizás era muy pobre y no podía cuidarme”, se elonga hacia
otra figura: “Como era muy pobre tenía que tener varios hombres para que alguno la acompañara”.
Realidad muy lejana a un invento o fantasía; tal cual sucede con las madres habitualmente pobrísimas que
no ceden a sus criaturas en adopción y alternan sus vidas con compañeros que asumen como propios –o
no– el capital humano que esa mujer transporta como la dote de su existencia.
Si no fuera ridículo decir que estos adoptivos ensayan una mirada “capitalista” sobre la figura de la madre
de origen autorizándola a cambiar de compañeros por ser pobre, sería malvado. Y no lo es, simplemente,
“es la economía, estúpido”, es la perspectiva de quienes no tuvieron que preocuparse por su sobrevida, ya
que fueron adoptados por quienes los amaron y dispusieron de bienes para educarlos.
Es la palabra nueva, la expresión directa que no se estruja antes de pronunciarla: “Mi mamá de origen
vaya a saber cómo vivió, y con quiénes, después de que me dio en adopción”.
En los 50 años que llevo escuchando adoptivos, adoptantes, niños y adultos, esta expresión recién la
escuchaba cuando hablaba con una o un adulto, nunca en boca de un adolescente, que quizá lo pensaba.
Pero ahora la inaugura, la crea y la organiza con el lenguaje que amontona y estructura el inconsciente
para atravesar los puentes que la posición económica como adoptivo le autoriza, cuando quiere hablar de
su origen.
¿Pero no será porque a esas edades el pensamiento, los procesos cognitivos se compaginan de otro modo,
aparecen otras lucideces que no tienen que ver con la economía, con la perspectiva capitalista? El
capitalismo no es una mala palabra como sabemos.
Y si un adolescente adoptivo muy pobre empuña la frase, la dice desde otro lugar, el que no es insignia de
una diferencia con ella. En todo caso, es un “otro semejante” de aquella madre de origen porque conoce
ese origen que el otro adoptivo nunca vivió porque no fue necesario.
Los adoptivos con los que habitualmente tratamos gestionaron sus vidas en un horizonte en que se
valorizaba el rendimiento y el éxito como continuidades del proceso de adopción, proceso razonable por
cierto. Lo que les sucede es que ahora registran su identidad en el borde de lo que cuentan los libros
técnicos: siendo un hijo que alguien debió ceder para que otros lo acompañasen, la madre de origen quedó
en situación de quien debe rehacerse después de una quiebra y claudicación por lo menos de un capital:
ese hijo ahora adoptivo. Debe encontrar otros socios para que otro árbol de la vida la cobije, ya que sólo
aprendió a parir hijos en la pobreza extrema que América latina no logra resolver. Este segundo punto no
es el que tienen in mente estos hijos adoptivos, pero sí reconocer la necesidad de sobrevida de esta mujer,
lo cual le impide al adoptado denigrarla porque “debe haber habido otros hombres después que me dio”.
Estos adoptivos, zarpados en el lenguaje de la connivencia habitual con nosotros, sintonizan con una
sorprendente misericordia administrativa y verbal el relevo de los sucesivos compañeros de sus madres de
origen porque la máquina capitalista les ofrece una alternativa para comprender sin juzgar ni sentirse
avergonzados por “los hombres en la vida de mi madre. En todo caso, cretino el que la abandonó cuando
se embarazó de mí”.
Alguna vez, hace años, me dijeron: “Si lo llegara a encontrar, le rompería el alma a patadas”. Tengo que
esperar que esa frase aparezca en alguna consulta. Pero temo que el alma no cotice como para pretender
rompérsela al sujeto que se fugó generando una quiebra fraudulenta.
Adopciones y verdades

Por Eva Giberti


Jueves 3 de octubre 2013 Página 12

Habría que estar muy distraídos para no advertir que “la igualdad de derechos” es una frase preciosa,
tiene un precio muy alto y cuando las niñas y los niños adoptivos la escuchan se preguntan cuánto tienen
que ver con ella. ¿Por qué ellos no se quedaron junto con su mamá de la panza como otros chicos? ¿Cómo
era la igualdad de derechos para esa mamá del origen? Inventamos un relato para poder explicarles por
qué están viviendo con otra mamá. Pero los niños y las niñas adoptivos no se conforman, quieren saber,
como le sucedió a Edipo de la mano de Sófocles, quien también quiso saber más. Estos niños y niñas se
preguntan: ¿Qué le pasó a esa mamá de la panza? ¿Cómo era y dónde está? La igualdad de derechos le
explica: “A los 18 años vas a poder leer el expediente donde figuran todos los datos…” Aprendimos que
jugar con la palabras para proteger a niños y niñas encierra contradicciones insalvables. La contradicción
en/sí es sólo una manera de expresar los pensamientos, pero sus efectos suscitan paradojas que generan
sufrimientos e injusticias, aunque provengan de las leyes. ¿Por qué a los 18? Si hoy votan a los 16. Y si la
Convención de los Derechos del Niño afirma que siempre hay que escucharlos en directo y/o también
mediante sus representantes.
No es un planteo nuevo, lo escribo hace años cuando cito las desigualdades sociales. “¡Pero Eva! No vas
a contarle a los cinco años que es el hijo de una violación.” No, sobre todo porque lo más probable es que
lo haya engendrado, mediante el incesto, quien debería ser su abuelo. El incesto no necesita que la ley lo
nombre. Sencillamente se llama de ese modo. Se entiende perfectamente a qué me refiero y no es preciso
extremar el ejemplo para tornarlo imposible. Los niños y niñas adoptivos no forman parte de los grupos
que encabezan las luchas sociales capaces de confrontación. Dependen de las estructuras jerárquicas que
deciden acerca de sus vidas, las leyes, los jueces y los adoptantes. Las desigualdades sociales fueron
recodificadas en nuestro país, pero en otro nivel este segmento de la niñez precisa una revisión que,
mientras se mantenga en manos de la Justicia, permanecerá demorada. Los niños adoptivos, de acuerdo
con sus capacidades progresivas, pueden conocer su origen como derecho para emparejarse con quien no
es adoptivo. Las capacidades progresivas implican el reconocimiento de un niño o de una niña de doce o
catorce años para que se le informe, expediente por medio, aquello que precisa saber. No es habitual que a
esa edad insistan en conocer los datos. Pero muchos de ellos sí. Lo que significa padres que autoricen,
evaluando lo que se denomina “madurez” de ese púber y autorización del juez. Me pregunto: la
Psicología Evolutiva que analiza el desarrollo de la niñez y los estudios acerca de la adolescencia, ¿son
temas que forman parte de la currícula universitaria para los alumnos de la Facultad de Derecho? No hace
falta porque “los jueces sentencian según su experiencia y saber”. Temo que en este punto, para decidir si
un muchacho de catorce años puede conocer la historia de origen, sea necesaria la consulta con otros
profesionales que hayan estudiado de qué se trata la adolescencia y experimentado un largo ejercicio con
ella. Personalmente, dialogo con jueces que no titubean en preguntar cuando comprenden que no alcanza
con lo aprendido.
En realidad, mi tema era otro, asociado con la edad para “saber”. Porque después de muchos años, la
práctica profesional me sugiere despejar un espacio que permanece apenas entreabierto. Una vez que el o
la adolescente tomó contacto con el expediente (tema que reclama un capítulo aparte), y los padres
acompañaron con beneplácito ese deseo del hijo o de la hija, regresa a casa. Ahora el hijo conoce el
nombre de la madre de origen, lugar donde fue engendrado, relación con el sujeto masculino/reproductor,
existencia de otros niños denominados hermanos y de otros adultos que ingresan con el nombre de
abuelos, porque son el padre y la madre de la mamá de la panza, como aprendió a nominar a aquella
mujer, que ahora ya no es “aquella”. Tiene nombre, apellido e historia familiar. A partir de este momento,
la convivencia de esa familia adoptante se transforma. Reconocer el deseo del hijo y asumir sus derechos
es distinto que mirarlo a los ojos después de haber accedido a un conocimiento que altera los tiempos
lógicos, los recuerdos, los temores de los padres adoptantes. La experiencia me enseñó que esa nueva
forma de vida, compleja inicialmente, se resuelve casi siempre con una convivencia según el modelo
cotidiano que transitaron juntos durante años. No obstante, los primeros tiempos de este nuevo tramo en
la vida de estos adoptantes los posiciona como personas ajenas, distantes y aun temerosas de este nuevo
estado del hijo. “¡A nosotros no nos pasó eso!”, me contestaron en una oportunidad. Enhorabuena porque
ese “nosotros” seguramente involucraba al hijo, cuya opinión desconozco. Yo me refiero al replanteo de
expectativas y fantasías que surgen en esos padres a partir de la convivencia con “la verdad”, por eso lo
convoqué a Edipo de la mano de Sófocles. En la trama griega se desencadena la tragedia. No es lo que
sucede con estas verdades después de conocido el expediente. Pero esos padres aprenden a ser otros.
Introducen la “otredad”, se vive en familia con la historia que anteriormente solo les pertenecía a ellos,
quienes a veces tampoco la conocían. Los hijos incorporan la existencia de “hermanos” que solo son
personas consanguíneas, carentes de vínculo fraterno, pero con los que el adoptivo puede desear alternar
más fervientemente que con la madre de origen. Encuentro que no puede improvisarse sino tramitarse
mediante un trabajo técnico interdisciplinario. Porque cuando los hijos avanzan solos, por su cuenta,
intentando ese contacto… los resultados pueden ser catastróficos.
Los padres, ¿cómo se sienten si los hijos piden su compañía para ese encuentro? Este territorio intermedio
de la vida, interfase de los afectos, ha sido silenciado por distintos motivos. Padres e hijos están
sacudidos. La aparición de “la verdad”, que no es tal sino una historia escrita en un expediente, enturbia
lo que se cuenta porque deja pendiente lo que no se dice.
Todo lo silenciado entre los miembros de esa pareja, conflictos y frustraciones “olvidadas”, superadas,
cobran voz cuando el adoptivo inaugura su discurso propio, comentando, preguntando. Con cada pregunta
desnuda a las instituciones que merecieron la gratitud de sus padres.
En años anteriores, los futuros adoptantes inquirían con preocupación: “Cuando llegue el momento,
¿cómo decirle que lo adoptamos?”. De ese modo el poder se mantenía jerárquicamente en la parentalidad,
que la ley protegía recomendando informarle al niño acerca de su “realidad biológica” (pocas veces una
ley ha escrito algo tan insultante). ¿Por qué los padres adoptantes no se preparan para ese momento?
Porque falta mucho tiempo… No solamente. El saber queda en manos del hijo y el ordenamiento
jerárquico e institucional resulta expuesto y revisado por quien repentinamente carga con un poder. Que
lo conducirá, quizás, a introducir pensamientos que, distantes de lo aprendido, empieza a reconocer como
propios y que las instituciones ya no regulan.
Asalto a la identidad

Por Eva Giberti


Pagina 12, 25 de junio 2014

Cuando un consultante, hombre o mujer, recurre en busca de acompañamiento psicológico para intentar
abarcar un problema, puede formularlo de diferentes maneras. Pero cuando ese consultante comienza
diciendo: “Yo vengo a verla porque quiero entender si se podrá hacer algo… Yo fui un niño comprado
siendo un bebé, recién lo supe cuando ya era grande, tenía 20 años y me lo contó una tía, una hermana de
mi madre. Mi madre murió, mi padre también y ahora yo quisiera encontrar algo de mi origen… Algunos
datos tengo. Pero no puedo con el malestar que me sigue a todas partes porque no sé en realidad quién
soy…”, sabemos que nos enfrentamos con un grave y extendido problema en nuestro país.
La compra de bebés por parte de quienes pretenden adoptar no ha desaparecido de nuestro medio, si bien
estas consultas las proponen adultos que llegan desde lejos en el tiempo, desde una vida de torceduras y
engaños que se eligió para ellos cuando eran niños, tarea a cargo de adultos cuya responsabilidad fue nula
en lo que respecta no sólo a los derechos de un niño, sino a las exigencias de la ley.
“Comprar” un niño así como “venderlo”, dicho sea brutalmente y para evitar tecnicismos que no
modifican la circunstancia, es un delito grave que se repite porque persiste “el deseo de ser padres” de
innumerables adultos que se sienten “con mucho amor para dar” y no titubean en recurrir al tráfico con
niños. La estrategia continúa siendo la misma: se anota a la criatura como habiendo nacido en un
domicilio privado y se obtiene la certificación de una profesional de obstetricia que dice haber atendido el
parto. La maniobra es conocida particularmente en algunas provincias y cada tanto la policía interviene y
leemos la noticia en los diarios. En otras oportunidades, no se finge un parto, se negocia con alguien que
“consigue” una criatura hija de alguna población carente al extremo de no poder solventar la crianza de
esos hijos.
Sucedió de ese modo y de otros semejantes hace cuarenta, cincuenta años y antes de ayer. Durante años
he recibido en mi consultorio a estos hijos a quienes sus padres de crianza les negaron la descripción de
sus orígenes dentro de esa familia porque implicaba reconocer el delito. No se ignoraba que ese
comportamiento estaba al margen de la ley, pero “el deseo de hijo” era más fuerte. La confusión de dicho
deseo con el narcisismo llevado al límite de la exasperación es lo que regula este comercio, que por cierto
precisa mujeres que necesiten desprenderse de su cría. Ellas son las que atraviesan por el dolor de la
entrega regulada por los intermediarios que se contactan con quienes no titubean en elegir cualquier
camino con tal de incluir una criatura en su vida.
Proyectos destinados a intervenir en estos temas existen. No son complicados, alcanza con modificar
algunos puntos del Código Penal. Uno de esos anteproyectos se redactó en el Programa las Víctimas
contra las Violencias, del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, en el año 2008, pero no es el único.
La conjunción actual se produce porque los hijos, aquellos que hace cincuenta años fueron incluidos
ilegalmente en una familia, se cruzan, reclamando sus derechos para conocer su identidad y su vida de
origen, con los adoptantes futuros a los que se les ofrece la tentación de “obtener rápidamente” un niño.
El tema adopción aunque cuente con legislación que actualmente permite adoptar, posterga,
históricamente, la atención política y técnica que permita revisar los contenidos de sus prácticas, la
seleccción de los pretensos adoptantes y particularmente la formación e idoneidad de jueces y
profesionales que intervienen en el análisis del tema y de sus protagonistas.
Por su parte, el amargo y doloroso intermedio que plantean quienes siendo adultos reclaman, apoyados en
las leyes de derechos humanos en general, su aspiración a rescatar datos que les permitan transitar hacia
el pasado el recorrido de sus vidas, insisten en la posibilidad de que se les otorgue la alternativa de
solicitar a las autoridades pertinentes la autorización para saber cuándo y cómo fueron anotados, por
quiénes, qué documentos existen y dónde encontrarlos. Que es posible realizarlo lo vimos en la película
Nacidos vivos, donde se encuentra el testimonio, en nuestro país, de quienes se entrevistaron con
funcionarios que entendieron y facilitaron el camino, dificilísimo, a veces imposible. Ellos son los nuevos
sujetos sociales cuya existencia está regulada por sus reclamos y sus derechos para encontrar datos
filiatorios.
Así aparecen las personas que conjugan y conjuran el doble juego; los que fueron inscriptos como
adoptivos habiendo sido apropiados durante su infancia y aquellos padres que recientemente han
cometido la ilegalidad y solicitan orientación para saber cómo informar a sus hijos acerca de su
“adopción”, ya que no saben “hasta dónde contar”: dudan entre dar detalles o sólo confiar en el relato de
la adopción, si explicar que le dieron “un dinero a la señora”, cuando en realidad no fue a ella a quien
entregaron el precio solicitado por la entrega, o bien si no decir nada porque “no tiene nada de malo pagar
por el trámite de encontrar un bebé como queríamos”.
El trabajo con ellos cuenta con la capacidad de los niños que creen en aquello que los adultos narran
como “lo verdadero”, de manera que explicarles que se comprometió dinero en el contacto con él o ella,
aparece inicialmente como lo normal y esperable. Se naturaliza aquello que la familia cuenta, pero
encontramos que prefieren no aclarar porque es probable que el hijo lo repita en algún momento.
Entonces el relato de aquello que una adopción pretende ser queda atravesado por la circunstancia del
canje niño/dinero.
En décadas anteriores alguien podía argumentar: “No sabía que proceder de ese modo constituía delito”.
Más aún, las personas adultas que reclaman datos de su identidad por lo general cuentan que han sido
tratadas afectuosamente y que no tienen quejas en “ese sentido”, como si hubiesen sido acompañadas
como hijos o hijas. Pero una paternidad o una maternidad sellada por el engaño, el silencio, la trampa al
contarle a esa criatura cómo fue su infancia y su niñez deben omitir sus primeros días de vida, y no sólo el
parto y el nacimiento. Deben inventar permanentemente un origen y conectarse con ese hijo o hija
mediante el engaño y el ocultamiento. O sea, la antítesis de lo que se espera de un vínculo genuino,
dispensador de cuidado y protección integral. Cuando estas personas se nuclean, forman entidades que se
asemejan a algunas organizaciones que en Estados Unidos funcionan hace décadas, con la misma
finalidad: “Necesito saber quiénes fueron mis padres realmente y por qué me dejaron en manos de otras
personas”.
Argumento que no es posible desestimar y sin embargo se mantiene sin respuesta para tantas personas.
Constituye una forma de la castración simbólica impuesta por el narcisismo adulto que sólo logró pensar
y sentir de acuerdo con sus necesidades, desbaratando definitivamente el futuro de los niños apropiados.
Que sin duda desarrollan su vida al margen de esta circunstancia hasta que un día alcanzan un nivel de
lucidez lo suficientemente agudo como para demandar: “¿Qué me pasó? ¿De dónde vengo? ¿De dónde
provengo? ¿Por qué me lo ocultaron? Ellos murieron y ahora yo no tengo forma de saber…”.
Parecería un tema que sólo interesa a adoptantes y adoptivos, y sin embargo existe un universo, una
población de adultos que, agrupados o en soledad, piensan cada día en quiénes serían si pudieran saber
quiénes fueron y a pesar del respeto amoroso que muchos de ellos guardan hacia quienes los criaron no
pueden menos que darse cuenta de que han sido víctimas. Y que la ausencia o carencia de medios para re-
escribir sus historias no depende tan sólo del familiar sobreviviente que podría aportar algún recuerdo,
sino cabe preguntarse ¿al Estado le corresponde estar ausente del tema o podría implicarse
institucionalmente en la autorización para el rastreo de algunos documentos iniciáticos que favoreciesen
una búsqueda necesaria?

Silencio entre adoptantes

Por Eva Giberti


8 de mayo Página 12, 2014

Durante los primeros años de convivencia con el hijo adoptivo no habían surgido grandes problemas.
Alguna tensión en el aprendizaje escolar cuando el niño concurría a la escuela primaria, rápidamente
resuelta. La pareja había transcurrido los años posteriores al casamiento “buscando” un bebé,
sobrellevando con calma la estupidez de las preguntas meteretas: “Y… ¿para cuándo?”, de acuerdo con la
imprescindible necesidad de alguna gente que no puede disimular su curiosidad por lo que sucede en la
intimidad de una pareja. E interroga acerca de lo que debería callar. Si alguien supone que se trata de una
pregunta interesada por la descendencia de esa pareja, se equivoca: son personas que necesitan mortificar
a terceros.
Recurrieron a las técnicas actuales para lograr un resultado fecundante pero, al fracasar la estrategia, la
adopción ocupó su lugar de la composición familiar. Los primeros en oponerse, como sucede a menudo,
fueron los abuelos. Por aquella cuestión del linaje. Una adopción interrumpe la consanguinidad, que para
algunas personas puede resultar muy importante cuando se funda una familia.
Con frecuencia los abuelos se convierten en opositores cruciales con el argumento mayor: “No se sabe de
dónde viene… qué herencia podrá traer…”, interrogantes que a quienes esperan adoptar interesan
relativamente. Pretenden compaginar una familia con un hijo y lo demás es secundario.
En cambio no es secundario, pero con frecuencia y arriesgando una equivocación que se posterga,
dilucidar “de quién es la responsabilidad por la infertilidad, por causa del varón o de la mujer”. Ese
capítulo, una vez que los análisis hayan sido lo suficientemente claros –lo que no siempre sucede–
parecería que dejase de interesar o de importar. Todos los esfuerzos se dirigen a adoptar una criatura
postergando el diálogo acerca de la infertilidad. En realidad cancelándolo. Es lo que se supone.
Es un diálogo que se mantiene pulsante si no se trabaja con el tema mediante las conversaciones técnicas
pertinentes. Porque el pensamiento de la mujer fértil con un compañero infértil o estéril es: “Si yo me
hubiese casado con otro, seguramente tendría un hijo de la panza…”.
Por su parte, el varón, ante la mujer que no puede engendrar, deja abierta como posible la fantasía de
engendrar con otra mujer, al margen de su pareja. También piensa: “Con otra mujer hubiese tenido un
chico propio y no adoptado”.
Estos contenidos que pueden acompañar a las parejas durante los trámites de la adopción quedan
sumergidos, reprimidos, inhibidos, postergados porque la causa común ahora es “conseguir un niño para
adoptar”. Y en esa decisión se manejan todas las alternativas y todas las esperanzas.
Transcurren los años y cada pareja resuelve aquellas dudas y malestares del mejor modo para su
equilibrio familiar. No porque hayan desaparecido, sino porque no es operativo para el psiquismo, por
razones de economía psíquica, agitar temas que no conducirán a ningún cambio.
Pero, el hijo ha crecido y es un adolescente de quince años que cada vez se parece más a alguien que no
se sabe quién es. Y por adolescente hace todo aquello que un adolescente ejecuta, amontona y desmorona
mientras dure la adolescencia. Etapa vital que suma un plus, ser adoptivo, lo cual lo surte de un
argumento mayúsculo para enfrentar a sus padres enrostrándoles, en cualquier discusión: “Ustedes al fin y
al cabo no son mis padres”, frase con la que abre hondos tajos en el ánimo de los padres adoptantes si no
están entrenados en saber que eso les va a suceder en algún momento y es preciso disponer de la respuesta
rápida para ordenar al jovencito.
Entonces tenemos como parte de la familia un hijo muy parecido a sus padres por educación, crianza y
costumbres, pero con una clara ajenidad étnica –no necesariamente–, pero que cada día advierte que su
descendencia no tendrá cosa alguna que ver con su familia adoptante. Porque el ADN proviene de otro
mundo.
No habría razones para que el tema configurase un conflicto, pero es frecuente que estallen los
argumentos, las preguntas que se mantenían sumergidas, silenciadas y no obstante impregnadas por los
sentimientos de lo que no se habló en aquella oportunidad primera cuando se discutía quién de los dos era
aquel o aquella que tenía un impedimento para engendrar.
Lo decía muy claramente una mujer durante su consulta: “Ahora yo tengo un hijo que no se parece en
nada a nosotros… Cada día me resulta más extraño y no es que me falte amor. Yo lo quiero como hijo,
pero si me hubiera casado con otro hombre no me vería en esta situación, en la que no sé qué pensar
cuando me doy cuenta de que yo pude haber engendrado y me privé de ello porque mi marido es
estéril…”.
Esta madre continuaba: “Ahora mi hermana está embarazada y va a tener un bebé que será realmente de
la familia. Si yo no hubiera introducido a Jorge –su marido– en mi familia, yo también habría tenido un
embarazo y no pude. Me frustré el embarazo por amor hacia mi marido…”.
Este monólogo durante una consulta debió “trabajarse” antes de adoptar, en la inmediatez del diagnóstico
de esterilidad o infertilidad, mientras se espera obtener una guarda. En ese tiempo toda la libido y la
atención se cargan sobre la futura aparición de un hijo y aquello personal queda clausurado, pero con una
vía de escape por donde quizá filtre en algún momento.
No siempre sucede de este modo y encontramos a aquellas parejas cuyos miembros no precisan hablar del
antiguo tema. Este se puede hacer presente cuando la criatura muestra su adolescencia con respuestas,
pareceres y características físicas que, según los abuelos, se deben al otro linaje misterioso que el nieto
introdujo en esa familia.
De allí que la pubertad y la adolescencia de los adoptivos, además de sus propias realidades, divertidas,
conflictivas y siempre sorprendentes, abre un espacio, el de los “parecidos” que a su vez parecería
despertar meditaciones de sus padres adoptantes que los retrotraen a pensamientos y sentimientos que
parecían sepultados en el diálogo con la pareja.
He presenciado tales explosiones en consultas aparentemente por las conductas de los hijos adolescentes.
Sin embargo, ambos miembros de la pareja estaban hablando de aquellos primeros años cuando el
diagnóstico del médico informó la imposibilidad de gestación y “recomendó adoptar” en lugar de sugerir
una psicoterapia para ese hombre y esa mujer antes de pensar en incluir una criatura en sus vidas.
La necesidad de psicoterapias en aquellos tiempos reside en dialogar de aquello que “por amor” se calla,
para no dañar al miembro infértil o estéril de la pareja. Sin embargo, ese hombre y esa mujer cuentan con
su propia familia que no titubea en criticar y/o “responsabilizar” a quien no puede engendrar levantando
la polvareda de críticas y sumatoria de riesgos, persecutorios, negativos. Comentarios que se suman a los
ya descorazonados miembros de la pareja que no ceden en su deseo de una adopción. Triunfan y adoptan.
La atención puesta en la criatura mantiene soterrado un conflicto humano que se desata, o aun sumergido
presiona por expresarse en desavenencias de la pareja, y cuando esto sucede durante la pubertad y la
adolescencia del hijo adoptivo la consulta surge alrededor de sus comportamientos. No obstante, lo que
continúo encontrando es silencios amurallados desde antaño entre ese hombre y esa mujer que no se
atrevieron a enfrentarse cuando era preciso hacerlo.
No hubiera retomado este tema, paradigmático de las adopciones, si no escuchara consultas cuyos
protagonistas son chicos y chicas adolescentes que no imaginan que las críticas de sus padres no son las
que ellos generan, sino la antigua historia que existe entre ellos, que quince años antes no hablaron de lo
que les sucedía, renunciando a la propia fecundidad por la esterilidad del otro. Y guardándose “por amor”
el secreto de una frustración que cuando se tramita provechosamente permite convivir sin verdades
taponadas. Pero que cuando se callan por años, encuentran, mediante la presencia de ese hijo que no se
parece a ninguno de ellos, una vía de salida para desencontrarse en la convivencia.
Adopción y embriones

Pagina 12, 9 de mayo 2013


Por Eva Giberti

Durante los últimos diez años las consultas propuestas por familias adoptantes introdujeron una variable
propia de la época en la que las nuevas técnicas productivas implantaron su eficacia .
La modalidad que consiste en inscribirse pensando adoptar una criatura y al mismo tiempo iniciar
tratamientos para resolver problemas de fertilidad condujo a posicionar al adoptivo como un niño o niña
“por las dudas”. Es decir, aquel o aquella que podria ser recibido como hijo si las técnicas de fertilización
fracasaban;niño que se encontraria en posición de suplencia en relación con un hijo engendrado .Queda
momentáneamente instalado en la espera imaginaria como efecto del compromiso pulsional de los adultos
que buscan una consanguinidad obtenida mediante la terceridad que el laboratorio/empresa incorpora.
Cuando la familia se compagina mediante un hijo adoptivo,( habiendo exstido-o existiendo-la alternativa
de la fertilización asistida),seria posible preguntarse si esa varible en el origen :” quiero tener un hijo de
mi sangre pero si no lo logro, por las dudas, porque un hijo quiero tenerlo”(frase reiteradamente textual)
incluyo la opción de un adoptivo”, ¿afectará el intercambio simbólico posterior entre esos padres y la
criatura?No resultaria posible anticiparlo,solo observar el comportamiento de los padres durante el tiempo
de las consultas y escuchar a los niños y a las niñas adoptados: cualquiera de ellos puede decir –como
sucedió- “Si te hubiera salido bien la fertilización yo no estaria aquí ahora…” Comentario que en otro
nivel reproduce la frase escuchada por su madre durante años:”Si vos te hubieras casado con otro hombre,
yo no hubiera nacido.porque el qie tiene el problema es papá…”Son las particulares instancias de
subjetividad que desarrollan los hijos adoptivos insertos en las tramas de los comentarios familiares que
escucharon y que jaquean la narrativas clásicas referidas a “la identidad del adoptivo”.
Los hechos que se presentan actualmente tienen un nueva característica: la pareja que , ante la cercania de
una guarda por adopción consultan: “Tenemos dos embriones congelados que no usamos, están
guardados, preferimos esperar porque nos prometian un bebe en adopción.Es casi seguro ,
entonces,…esos embriones…Porque cuando llegue el hijo adoptivo no los vamos usar…pero, tenerlos
guardados…es un problema…”
Este dato no es el que estos adoptantes quieran aportarle al juez. En estas historias la complejidad se
potencia porque las primeras implantaciones de los embriones iniciales fracasaron y los dos remanentes
generan un suspenso en cuanto el probabe éxito de una práctica futura. Cómo serán mencionados,
imaginados pensados esos embriones por parte de quienes aportaron sus gametas no es problema para la
ciencia que solo asume la “generalización posible” de sus descubrimientos e invenciones.
Cuerpo,goce,deseo y palabra anudados en los dueños de esas gametas no repercute para estas ciencias en
la evaluación de sus prácticas.
La nostalgia por el hijo engendrado tiene particular intensidad en quien ha padecido la doble frustración,
específicamente en la mujer, cuyo cuerpo se compromte totalmente cuando recurre a la fertilización
asistida;cuando el varón afirma “quiero tener un hijo” está diciendo”quiero ser padre” y posiciona a ese
hijo en el lugar de un deseo inscripto en un bien del que se quiere gozar.De alli la distancia entre la
necesidad de hijo y deseo del hijo acerca de lo que tanto he escrito(La Adopción, Las éticas y la
Adopción, Adopción Siglo XXI).Necesidad que le permite imaginar que alcanza con recurrir a la ciencia
para dominar la genética: ese hijo derivado de la fertilización asistida será parecido a él.No obstante esa
ilusión que el imaginario fogonea,el enigma del inconciente sobrevuela hábilmente las contingencias y
acontecimientos de todos los hijos, inclusive de los agámicos,un triunfo de las ciencias.
Los hijos agámicos
Los hijos agámicos,tal como los nombré inicialmente en el libro Los Hijos de la Fertilización Asistida que
escribimos con Gloria Barros y Carlos Pachuk son “un producto que contiene los ADN de un ser humano
que no fué engendrado según el convenio coital que se establece entre dos sujetos heterosexuales. Dicho
convenio garantiza la consanguinidad y de alli la genealogia como instancia trascendente a las
organizaciones familiares” .
“Mediante la unión impersonal de las gametas,fragmentos de los sujetos, se propone otro diseño para la
fecundación entre humanos. Las gametas son diferentes sexualmente ,entonces la imbricación lograda en
laboratorio les permite generar una sustancia humana sin intervencion del coito .Las gametas se
fusionaron manteniendo sus diferencias y relacionado su “oposición” femenino-masculino. Pero en esa
escena gestante está ausente la diferencia entre el hombre y la mujer en tanto sujetos y por ende las
diferencias entre sus deseos:esa escena la protagonizan dos gametas en laboratorio y no dos sujetos. O
sea, esa concepción carece de diferencia sexual entre sujetos (en tanto sujetos de deseo),condición que
caracteriza lo agámico. Agámico es una expresión que proviene del griego gam(gamos) casamiento,
acompañado por el prefijo a (sin); de allí una segunda acepción como soltero. que implica suelto, sin
ataduras.”(del libro Los hijos de la Fertilización Asistida) .
Estas parejas inician su búsqueda de un hijo deseado según dos alternativas(no me refiero a quienes hoy
se postulan para la subrogación de vientres),1) un niño ilusionado(no nacido,embrión) ,2) el
adoptivo,nacido desde otra genética ajena a la pareja y desconocido hasta ese momento , ¿cuál será el
compromiso psiquico en relación con la libido disponible, cuando la pareja se encuentra con dos
embriones resguardados , en espera y por otra parte un bebe,nacido y tambien en espera de ser
adoptado?Cercano pero tambien ajeno al coito gestacional.El adoptivo no portará ”la misma sangre”, o
sea la trascedencia asociable con la herencia la será ajena.Los embriones, tampoco cuentan con el coito
fecundante pero han garantizado la herencia genética.Cualquiera sea la evolución del pensamiento el
coito fecundante,inexistente, administra la filiación.
Desprenderse de los embriones
Si deciden “desprenderse” de los embriones, para cuya obtención debieron invertir una importante
suma,habilitarán un duelo con características paradojales que describen afirmando :”Por una parte nos da
lástima, en realidad nos duele deshacernos de los embriones porque son casi hijos…”. El contrargumento:
“Pero tambin mantenerlos durante años mientras nuestro hijo adoptivo crezca…¿Y si nos pregunta si
podrá tener hermanitos?”
El desplazamiento del discurso colocando la duda en labios del adoptivo que aun no está con ellos–
paradigma de defensa ante un dolor intenso y al mismo tiempo incomprensible- coloca en boca del
adoptivo posible, la “inquietante extrañeza” que apenas enmascara el perfil de lo siniestro .
Estamos ante familias en las cuales los valores,tendientes a elegir “lo mejor” o “el bien” se superponen en
impulsos y reflexiones en busca de acertar racionalmente tropezando con sus criterios individuales
cuando deben decidir “en nombre” de terceros existentes y no visibles. Para quienes construyeron los
embriones su existencia es compleja:a veces dudan si los embriones son personas o tal vez no.La mujer
difícilmente se apea de su vivencia :”Son bebes o hijos”.No sabemos si por convicción religiosa,filosófica
o ética personal pero el calibre de esa afirmación resulta de estar comparándolos con el adoptivo posible:
él sí es una persona en camino de sentarse a la mesa con ellos.El malestar oscila ante “esos embriones,
que en realidad…no son personas y de los que nos desprendemos para no arrastrar esa carga cuando
llegue el adoptivo” y por otro lado una criatura que llegará de la mano de un juez.Pero en el origen de ese
adoptivo tambien hubo un embrión que siguió su camino albergado por un vientre que quizás no hubiera
deseado cobijarlo.
Los valores congelados
El hecho se repite y si los embriones se mantienen despues de la adopción de un hijo nos coloca frente a
la construcción de familias ajenas no sólamente a cualquier evaluación tradicional, como sucedia ya en
décadas anteriores cunado la fertilizaci´n sistida habia comenzado, sino en este modelo encontramos hijos
adoptivos que conviven en el espacio y en el tiempo aunque no en presencia con embriones congelados
que son consanguíneos entre ellos
En estas nuevas familias la tormenta de valores previa a la decisión promueve un refinamiento moral en
sus protagonistas.,seres racionales para quienes el interés propio está en cortocircuito tensionado tambien
por el interés económico propio del individualismo actual que soporta la idea de costos-beneficios.No me
refiero al dinero sino a la mecánica que se pone en juego y que se instituye como encrucijada ya que,
desde un pensamiento técnico,como lo plantearia Dusell, “Las ciencias humanas o sociales críticas
coexisten con las hegemónicas y pueden refutarlas con explicaciones nuevas desde paradigmas que
pueden posteriormente volverse funcionales”. Las hegemónicas que sostienen el derecho de llevar a cabo
todo aquello que la ciencia y la tecnologia permiten, y las ciencias críticas advirtiendo acerca de esta
superposición de filiaciones en suspenso que reclaman la aceptación de lo engendrado en laboratorio ,su
manutención y en paralelo la inclusión de un hijo adoptivo. Finalmente las posiciones críticas coexisten
con las decisiones parentales de inscribirse en los Registros de Adopción para contar con una criatura”por
las dudas” mientras esperan el éxito de la fecundación artificial.Porque de ese modo se están procesando
las necesidades y los deseos de quienes asumen el denominado derecho al hijo.Lo que se conoce como
“criterio de hecho”
Adoptivos y embriones
Uno de los interrogantes posibles nos translada a la posición de la criatura ya adoptada¿cuál seria su
vinculación con esos embriones? Parece una pregunta tonta.No habria viculación.Si asociamos
vinculación como una relación intersubjetiva.Repreguntemos entonces¿cómo fantasearia el adoptivo con
esos embriones.”Pero no tiene por que saber que existen!!” Tambien es cierto.No obstante, cuando en la
consulta,asesorándose acerca de la crianza del bebe adoptivo que los espera en su cuna, me hablan de su
preocupación por los embriones retenidos estoy autorizada a pensar en un tipo peculiar de familia
habitada por el fantasma criopreservado.¿está demostrado que los fantasmas no existen?No me refiero a
los fantômes del psicoanálisis, tampoco al que transitaba los helados corredores de Elsinor,sino a aquello
que el ombligo del sueño enlaza en los cordones umbilicales inexistentes.Porque esas madres cuentan sus
sueños y ellas mismas se preguntan “¿No estaré soñando con los embriones”?
Los hijos que han sido adoptados no conocen el antecedente de la fertilización asistida.Hasta que lo
conocen: en un diálogo con una adolescente me preguntó:”Cuando me adoptaron,¿Habia esta cosa de los
embriones que hay ahora…?Porque la hermana de mi prima tuvo mellizos y al principio no podian…” En
esas circunstancias ése es otro de su temas inquietantes.
Si nos mantenemos en el ámbito de los adultos los escucharemos afirmar que cuentan con amor suficiente
como para dedicarse al adoptivo sin problematizarse por los embrione ahora que disponen de un hijo “de
veras”que dejó su estatuto del ser-por-las-dudas.La criatura presente los colma de bienestares.
No obstante estos adoptivos son comentaristas involuntarios de la resignación parental ante la
imposibilidd de procrear mediante la tecnologia. Su comprometida pregunta distingue a este niño o niña
que fue adoptado, del hijo que podria haber sido. Se desdobla al rozar el borde de lo que quiere
adivinar.Se despliega entre ese sujeto que la ley incluyo en esa familia y la posición de hijo que proviene
de una necesidad parental, limitante del deseo de hijo.Comprende que es hijo porque para sus padres es
“nuestro” . Y esos padres tambien podrian afirmar que asimismo “nuestros son los -embriones -que –no-
fueron-hijos.” Para los adultos el comun denominador es aquello que ha podido saciar la necesidad de
posesión: el hijo. Y para el adoptivo -que inicialmente fueron”por las dudas” -el enigma de su inconciente
quizás quede ilustrado por esta duda acerca de la existencia o no de técnicas de fertilización asisida
previas a su llegada:”Si hubieran tenido éxito yo no estaria aquí”.
El discurso capitalista que caracteriza nuestra civilización será un componente más en la novela familiar
del adoptivo que se sabe”nuestro”hijo(porque parece que no hay otra maner de decirlo) y palpita que
hubo embriones como objeto de consumo previos a su aparición en “su”(la suya,propia) familia.Donde no
estuvo su embrión ni su placenta.
Una solución?
Acompañar a estos padres continua enseñándonos acerca de lo que significa ser padres y ser hijos.Los
embriones no necesariamente están condenados a desaparecer.Porque en conocimiento del significante
parentalidad, un año despues de la adopción puede abrirse el interrogante:”¿Y si descongelamos a uno de
los dos?…”.Es una pareja que siempre deseó tener varios hijos,como tantas otras que nos rodean.
Entonces se retoma la práctica emprendida inicialmente: implantar un embrión.O los dos. Es probable que
alguna mirada profesional se pregunte por el equilbrio psicológico de estas parejas. Esa es una pregunta
arriesgada; deberiamos preguntarnos por queabrimos ese interrogante.
Quizas porque nos avanza una lógica inapelable que ya se habia insinuado aneriormente”Y si el adoptivo
qusiera tener hermanitos? ¿ Si nos prguntara por que no los tiene? Mientras nosotros guardamos dos
embriones congelados…”
¿Cuál es la diferencia con la situación de los adoptivos a quienes repetinamente y para asombro de sus
padres, le aparece una hermno porque la infertilidad de uno de sus padres se resolvió en un embarazo
inesperado, bienvenido con alharaca? Conocemos esas historias que no son infrecuentes, asi como la
hermenéutica que las acompaña: “El adoptivo los autorizó a ser padcres…El adoptivo actuó
terapeuticamente”. Y otras alternativas.
En situaciones como las que describi ,el hijo adopivo “da a luz” a los embriones cautivos. Asi como él
modiicó su estatuto de “un-ser-por-las -dudas” para convertirse en un sujeto-en-acto (ya no en potencia),
ahora su estatuto de sujeto filiado como hijo o sea,en resguardo de la trascedecia legalizada de sus
padres,caldeó la temperatura emocional que la criocoservación precisaba para demoler su congelamiento.

No existe entre nosotros una legislación relacionada con las manipulación y criopreservación de
embriones, ni acerca de su estatus jurídico, de manera que estas situacions se reitern abriendo preguntas
que enmarcan los antiguos interrogantes propios de las adopciones.
La simplicidad de algunas respuestas, provenienesntes de las parejs podrian limitar el problema.
“Decidimos tenerlos a todos, al doptivo y a los embriones…” fue una de las respuestas posibles
Entre las paradojas que aparecen no falta quien decide “no pensar más en los embriones” y esperar la
adopción negando que la empresa a la que recurrió para mantenerlos “reservados” tiene sus propios
tiempos y sus límites de diferente índole para mantenerlos vivos.
Hasta aquí , la enunciación de historias de vida que llamamos clínicas y que nos cuentan algo más acerca
de las neoparentalidades que inauguran una relación involuntaria de los hijos adoptivos con los embriones
de sus padres .Y a los que él acoge en la fraterna convivencia de quienes ,humanizados,dejaron de ser
extrañamente inquietantes. A veces no los adoptivos no reaccionan tan fraternalmente an te el recien
llegado.
Los seres humanos crearon la fertililizacion asistida que hay que legalizar y tambien la adopción como
instituto legal que sistemáticamente se saltea mdiante la elección de “guardas puestas”(mediante la
contractualización entre adultos sin que el Estado represente los derechos del niño mediante sus
profeionales encargados de evaluar a los pretensos adoptantes). Los adoptivos siempre preguntaron por
sus origenes, los hijos de la fertilización asistida tambien(y si no preguntan y si no les cuentan, se las
arreglarán para saber o sospechar).Estos grupos humanos nos han propuesto un modelo ,cantera de
fantasmas,(ahora si propios de la vida psiquica), de angustias y secretos que se cotizan en las permanentes
declaraciones de quienes nos dicen:”Nosotros nunca tuvimos un problema psicológico.Primero
recurrimos la fertilización asistida,tambien a la adopción y ahora tenemos varios hijos y llevamos una
vida feliz”.
Un universo de filósofos, especialistas en bioética,psicólogos,psicoanalistas, abogados,legisladores
incorporamos estas realidades como evidencias que se nos aparecen porque surge la
consulta.¿Deberiamos preguntarnos si lo aprendido en las universidades alcanza para inscribir a estas
familias en las lógicas de lo esperable porque es lo actual?

Entrevista a Eva Giberti

Periodico MIRADA AL SUR, Buenos Aires, Argentina 14/07/2010

Eva Giberti es, quizá, la mayor autoridad en adopción de hijos en la Argentina. Es presidente del
Consejo Asesor del Registro Único de Aspirante a Guarda con Fines Adoptivos, un organismo
relativamente nuevo que intenta, entre otras cosas, crear una red de información para evitar que
tanto los chicos en situación de adopción emigren de sus lugares de origen como que las familias
interesadas recorran el país en busca de niños en condiciones de ser adoptados.

En este extenso diálogo con Miradas al Sur, Giberti recorre los principales problemas que presenta un
tema que interpela los valores sociales, las políticas de Estado y el funcionamiento de la Justicia.

¿Por qué opina que el Estado tiene escasa presencia en el tema de adopción?

En la década del ’90 se produjo un fenómeno de tercerización y aparecieron las agencias de adopción,
mal llamadas ONG porque cobran a los que quieren adoptar para crearles la carpeta que necesitan
presentar en los juzgados. Esa carpeta contiene entrevistas psicológicas y psicosociales. Es la que después
llevan a los juzgados de las provincias para que los jueces que tienen niños en disponibilidad de adopción
las evalúen.

Esa carpeta suele costar entre cinco mil y diez mil pesos. La cifra también incluye los cursos que les
daban a esos padres, que en realidad pasaron a ser clientes. Hace unos días, por suerte, en la Ciudad se
prohibió que estas organizaciones realizaran las carpetas, ahora sólo pueden dar cursos.

¿Cuál era la ventaja que esta carpeta la hiciera una agencia en vez de un juzgado?
Estas agencias, algunas muy ligadas a instituciones religiosas, tienen contactos muy directos con jueces
del interior que privilegian a las familias que quieren adoptar que llegan a través de estas organizaciones
por sobre el orden de antigüedad. Se basan en el decreto 1022 que confiere al juez derecho discrecional a
elegir a qué familia entrega al chico basándose en el interés superior del niño. Esto hace que una familia
que recién armó su carpeta pueda adoptar y una que la hizo hace cinco años continúe en la espera.

Después hay otras situaciones muy particulares: en Misiones, por ejemplo, se toma contacto con una
madre de origen, a través de un estudio de abogados –por lo menos hay tres que se dedican al asunto– que
tienen marcadas a las mamás que no quieren o no pueden hacerse cargo de su nuevo hijo. Estos abogados
cobran por hacer el contacto. Cuando el niño nace, se presentan las dos familias ante el juez y la madre
del chico le dice que quiere entregarle el bebé a esa otra familia que ni siquiera conoce. El juez concede la
guarda provisoria y al tiempo la adopción.

Esta relación está fuertemente regulada por las posibilidades económicas, no sólo porque hay que pagar al
estudio de abogados, sino porque hay que viajar a Misiones, quedase allí el tiempo que el juez lo
disponga… es un tipo de adopción legal pero no es legítima.

¿Qué le quita legitimidad?

Esa criatura no es cedida de acuerdo con un orden de prelación, el trámite no respeta el número de orden,
se saltean a todos los que están antes, y es uno de los motivos por los que se acumulan otras familias que
esperan durante años para poder adoptar. Además, la ley indica que lo prioritario para un chico es no salir
de su región.

En Misiones, cuando fui a trabajar hace dos años, había 120 padres inscriptos para adoptar y unos 300
chicos habían sido entregados ese año a familias de Buenos Aires.

La idea del nuevo registro es que un juez privilegie a las familias de su región, si no consigue adoptantes
allí entonces sí recurra a los de las otras provincias. Hasta ahora, la lógica del mecanismo dice que si
tengo disponibilidad económica puedo garantizarme una criatura.

¿Los que utilizan este sistema dicen que lo hacen porque de otra manera tendrían que esperar
mucho tiempo?

La demora no tiene que ver con la burocracia. El estudio de una familia lleva seis meses, ocho como
mucho. La demora es porque no aparecen las criaturas porque se van a otro camino: porque un juez se lo
entrega a organizaciones amigas, porque la gente viaja a la provincia y se viene con un chico que debería
ser entregado según el orden de la lista o por los que adoptan a través de las guardas puestas.

¿Qué son las guardas puestas?


Las guardas puestas las recomiendan, desgraciadamente, algunos estudios jurídicos. Consiguen a una
chica que no quiere tener a su criatura y está dispuesta a dársela a una familia. Es un sistema que trabaja
con reclutadoras y reclutadores, porque no es fácil andar cruzándose con mujeres embarazadas que no
quieran tener a su hijo.

Cuando el bebé nace, se lo dan a la familia que quiere adoptar. Lo cría durante un año y después se
presenta en el juzgado solicitando la guarda. El juez no se atreve a sacarle el chico, aunque sepa que la
adopción es irregular. Tiene miedo a que los psicólogos lo acusen de generarle un trauma o que caiga un
canal de televisión y arme un escándalo. Entonces otorga la adopción.

A diferencia del caso anterior, acá no interviene el juez hasta el año del chico. Los adoptantes tratan con
abogados y reclutadores que se quedan con el dinero que cobran por contactarlos con la parturienta.

¿El juez puede quitarles el chico sin ocasionarle un trauma?

Pensar que se le va a generar un trastorno que lo va a transformar en un psicótico es un grave error,


producto de la indigestión psicoanalítica de mis colegas. Se va a producir una situación traumática porque
primero pierde a su madre de origen y después lo sacás de la familia que lo crió durante un año.

Pero la situación traumática no equivale a un diagnóstico definitivo de neurosis o psicosis. A medida que
pasa el tiempo aparecen procesos que te recolocan en el mundo de una manera distinta, sino significaría
que el resto de tu vida no tiene peso.

Una situación traumática al año es mucho menos grave que ser criado por una familia que empezó su vida
trampeando a la ley y riéndose de los jueces. ¿Cómo le va a explicar su origen a los chicos cuando
crezcan? Van a empezar diciendo que arreglaron con la mamá de origen desde que estaba en la panza y es
mentira, arreglaron con los abogados.

También se suele hablar de tráfico de chicos.

El tráfico ya no sólo que no es legítimo, sino que es ilegal. Directamente el reclutador está en contacto
con una partera y le da la criatura a la familia que la anota como propia. Eso es sustracción de identidad y
salta en la adolescencia, cuando el chico quiere saber cuál es su origen y ya no hay forma de volver atrás,
no existen papeles.

Así como identificó a Misiones con el sistema de adopción directa, ¿se puede determinar algún
distrito en particular donde abunda el tráfico?

No es que sepamos, pero sospechamos de algunas provincias del norte.
Muchas de las familias que
esperan por adoptar se preguntan cómo puede ser que no haya niños en disponibilidad de adopción con la
cantidad de chicos que están institucionalizados.
Es un argumento ultraválido. Pero acá otra vez tenemos que considerar el accionar de los jueces. Hay
chicos que están en las instituciones y reciben la visita de su madre o su padre cada seis meses, que es el
plazo que establece la ley para no perder la patria potestad. Pero un juez podría considerar que hay
negligencia y quitarle la patria potestad y poner a la criatura en manos de una familia adoptante. Algunos
consideran que eso es judicializar la pobreza. Yo creo que hay que analizar caso por caso, porque de esta
manera un chico está desde los tres años hasta los ocho en un instituto pudiendo haber estado con una
familia.

Después hay otra cosa, las instituciones cobran por cada chico que reciben, no es mucho pero se sostienen
con eso. Y a veces no denuncian que a los chicos no los van a visitar para seguir cobrando. Hay que tener
en cuenta el interés superior del niño, que es que lo saquen de la institución. Diferente es el caso de los
chicos en situación de calle, porque todos ellos tienen un padre y una madre, a cuyo ámbito vuelven con
lo que consiguieron trabajando en la vía pública. Entonces no están en situación de adoptabilidad.

¿Por qué casi todas las familias adoptantes sólo quieren a recién nacidos?

Es un grave error. Pero también es comprensible cuando argumentan que les va a instalar una nueva
historia de vida en la casa. Ese chico pudo haber estado institucionalizado, pudo haber tenido un padre
preso, y hay que saber respetar cuidadosamente esas historias.

Por eso no cualquiera puede adoptar. Tiene que tener sentido del humor, tolerancia, paciencia y respeto de
esa vida previa. No hay que pretender que el hijo se nos parezca, hay que ahijarlo, ayudarlo a sobrevivir.
Y saber que puede haber tropiezos. Los chicos por ahí tienen costumbres de barrios populares, diferentes
a las de los adoptantes.

Si van a adoptar a un chico de cinco años y lo quieren poner en un colegio inglés, es probable que tenga
problemas. No es que haya que aplastarlo pero sí darle una educación que tenga que ver con sus orígenes.
Hay que generarle intereses que no tiene, pero también respetarle los propios.

Usted dijo que hay jueces de fuerte raigambre religiosa, ¿el sistema está abierto para dar en
adopción chicos a matrimonios igualitarios?

Progresivamente ya se van entregando cada vez más a familias monoparentales. En general, entregan
chicos a partir de tres años. Pero con matrimonios igualitarios veremos qué sucede. Pero si ya hay jueces
que se niegan a casar homosexuales el panorama no es muy alentador.

Lo que los chicos precisan son personas tutelares, que se comprometan a criarlos y protegerlos, no
importa el género que tengan. Nunca he visto patologías específicas en chicos criados por homosexuales,
pero sí molestias en el mundo externo.

¿Por ejemplo?
En la escuela o en el jardín de infantes, que a un hijo de heterosexuales no lo dejan ir a la fiesta de
cumpleaños de un compañero porque es criado por homosexuales.

El problema no es de la pareja ni del chico, sino de la sociedad que tendrá que irse dando cuenta de que
las familias no son lo que dicen los libros, sino que son de distinta índole y responden a distintos cánones.

Diego Rosemberg – Miradas al Sur-Bs.As.

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SOCIEDAD › EL NUEVO LIBRO DE LA PSICOANALISTA EVA GIBERTI

“Adopción siglo XXI: leyes y deseos”


La psicoanalista Eva Giberti acaba de publicar Adopción siglo XXI: leyes y deseos (Sudamericana), donde recorre los
problemas de la adopción en el país a partir de su vasta experiencia en consultorio e intervención institucional. Aquí, la
destacada especialista presenta su obra. “La adopción no es sólo un tema ‘de familia’. Está enclavado en las políticas de
un país, como un alerta encendido, capaz de caldear la vida de una familia y de los chicos adoptados”, advierte.

Por Eva Giberti

De las trampas inspiradas


por el “mucho amor para dar”

Los reclamos que se escuchan permanentemente coinciden en una misma línea: “En este país no se puede adoptar
porque hay mucha burocracia y pasan años antes de que se ‘consiga’ una criatura”. Esa es la afirmación de los adultos,
inscriptos en los registros oficiales, que añaden: “Yo me inscribí hace seis años y nunca me llamaron. En cambio, a unos
amigos que sólo esperaron unos meses, la semana pasada les dieron un bebé”. Esta modalidad es responsabilidad de
algunos jueces que argumentan el interés superior del niño para elegir a determinados candidatos que solicitan la
guarda de un niño. La aplican a pesar de que en los registros existan –esperando su turno– personas que tienen las
mismas calidades que los seleccionados.

O bien: “Una gente que conocemos se contactó con una mujer que quería entregar a su bebé. Por medio de un abogado
se arreglaron con ella y después de un año de criarlo consiguieron la guarda porque el juez dijo que no se los podía
sacar aunque no habían hecho ningún trámite, porque separarlo de esa familia podía ser traumático para el chico”. Esta
modalidad se llama “guarda puesta” y es prima hermana del tráfico con niños.

No falta quien les aconseje a quienes quieren adoptar: “Yo conozco una señora que siempre viaja a la provincia XX y allí
tiene conocidos. Nosotros fuimos a buscar a nuestro hijo con ella y lo anotamos como propio, como nacido en la
provincia. Es cuestión de poner unos pesos”. Eso se llama tráfico con niños. En otras oportunidades la reclutadora
establece el contacto con la madre de origen y con algún abogado conocido y los candidatos a adoptar se presentan
ante el juzgado provincial llevando una carpeta con “sus datos”, que son estudios pagados por los consultantes,
realizados por agencias privadas (erróneamente habilitadas como si fueran ONG), en las cuales se describen las
maravillosas características de estas personas para convertirse en excelentes padres. Tanto las decisiones de algunos
jueces, las denominadas “guardas puestas” y el tráfico con niños, cada uno con sus propias variables, no sólo
corrompen la adopción como noble práctica proteccional para los niños, sino que generan dolores y frustraciones
crónicas para quienes, inscriptos en el registro correspondiente, esperan la guarda de una criatura. Son prácticas
habituales protagonizadas por aquellos pretensos adoptantes que eligen saltearse la ley acompañados por profesionales
y avalados por algunas decisiones judiciales. O sea, las postergaciones no resultan de la burocracia, sino de los propios
preadoptantes cuyas estrategias –a veces producto de la desesperación– interfieren el orden de las inscripciones en los
registros provinciales y en la Ciudad de Buenos Aires.

Si se entrevista a quienes “consiguieron” un hijo de acuerdo con estas prácticas afirmarían que tienen una familia muy
feliz. No es lo que nosotros, los profesionales, encontramos cuando asumimos sus psicoterapias o sus consultas por
dificultades crónicas en la convivencia. No es sencillo educar hijos que provienen de la transgresión de la ley y esos
padres saben que iniciaron su familia a partir de un engaño o de la ilegitimidad.

Este es un problema al que le dedico varias páginas en el libro Adopción siglo XXI, leyes y deseos, que acabo de editar
en Sudamericana.

La discriminación oficial

Este libro incluye denuncias (simbólicas y de las otras) y describe situaciones que implican rozar la carne viva de los
adoptantes. El clima que rodea la experiencia actual de la adopción no es el mismo. El mundo se globalizó, se
modificaron los estilos de vida, así como se resignificaron los sentidos de palabras tales como responsabilidad y
solidaridad. No era posible que la adopción y la demanda de hijos permaneciera coagulada en las ideas y propuestas de
la modernidad. La filiación, a caballo de “lo privado y lo público”, adquirió una visibilidad inesperada merced a las nuevas
técnicas reproductivas y asumió entidad política. Formando parte de ella, los niños para quienes el Estado debe buscar
una familia que los adopte, encarnan la figura de aquellos que deben ser incorporados en el espacio jurídico-estatal que
los legalice filialmente, porque provienen de la “parte de los sin parte”, como diría Ranciere, ajenos a los organismos y
organizaciones funcionales al ordenamiento social.

Los bebés y niños que conocí hace 50 años se convirtieron en adultos y algunos de aquellos padres adoptantes, en
abuelos. Muchos de ellos mantuvieron contacto conmigo y comentaron recuerdos referidos a la discriminación por el
hecho de ser adoptivos. Introduzco entonces la discriminación contra los adoptivos, habitualmente encubierta (más allá
de los hechos cotidianos, por ejemplo los que surgen en algunas escuelas de la mano de ciertas maestras que afirman:
“Este chico va a tener problemas de aprendizaje porque es adoptivo”). Pude rastrear las discriminaciones que hijos y
padres adoptantes han padecido en los textos de las leyes y decretos que se refieren a ellos.

El primer ejemplo lo denuncié en Página/12 en febrero de 1997, cuando se aprobó la ley de adopción. En su redacción,
los legisladores utilizaron la expresión “realidad biológica”. Cuando la ley apunta reiteradamente a la idea de padres
biológicos lo hace debido a una idealización del positivismo que la conduce a centrarse en la biología. El positivismo de
comienzos del siglo XIX es el hijo predilecto del naturalismo derivado de la idea de naturaleza o de la teología. Se afirma
que esos niños son diferentes porque no han sido engendrados del mismo modo que otros, a los que se les reconoce un
origen, un tránsito histórico y social previo a su nacimiento. Mediante esa diferencia que centra la figura del adoptivo en
“lo biológico”, es innegable el disvalor que introducen, asemejándolo a una cría animal que proviene “de otra gente “que
no es como uno”.

La segunda discriminación oficializada apareció en la creación del Registro Unico Nacional de Aspirantes a Adopción,
según un decreto-ley en el año 2005, que incorporaba criterios discriminatorios lo suficientemente ostensibles como para
que fuera necesario enfrentarlo con un amparo en favor de los niños. Amparo que obligó a rehacer el decreto original tal
como Página/12 publicó detalladamente.

De las innumerables discriminaciones que contenía, solamente cito la idea de mantener “lo biológico” en la identidad del
niño, desconociendo su origen histórico como sujeto. Y hablando además de los niños “dados” en adopción. La
utilización del verbo “dar” refiere a “dar algo”. Un sujeto de derecho no es dado ni recibido. Es un lenguaje propio del
tutelarismo estatal o de la beneficencia privada que al ser utilizado desconoce los artículos 28 y 99 inc. 2 de la
Constitución nacional y el art. 3 del Pacto de San José de Costa Rica, ya que, en tanto persona, el niño no puede ser
dado o recibido por acto jurídico como objeto de decisiones de los adultos. El decreto pretendía también que existiera
una nómina de niños dados en guarda o en adopción, y una caracterización de los niños en situación de adoptabilidad,
violentando la privacidad de los niños. Y registrando a los hijos adoptivos como diferentes de aquellos que no lo son.

Además, las autoridades de aquel antiguo Registro del año 2005 pretendieron sugerir a los profesionales que
entrevistaban a los pretensos adoptantes a hacerse cargo de las denominadas “opciones”, una nómina de preguntas
que habría que realizar a los consultantes. Una de ellas: “¿usted aceptaría un niño hijo de un enfermo/a mental?”,
pregunta violatoria de los derechos humanos que ningún profesional aportaría en una entrevista. La más grave de las
“opciones” evidenciaba la discriminación encubierta: “¿acepta amplio aspecto físico?”, que traducido se lee: “¿aceptaría
que el niño fuese un “negrito”? Se pretendía que desde el Estado se introdujese a las futuros guardadores en el
pensamiento discriminatorio contra los pueblos originarios de los cuales provienen nuestros niños y niñas.

Estas sugerencias corrieron la misma suerte que el decreto original. Aquel debió ser modificado por un amparo. Estas
opciones fueron denunciadas por mí como violatorias de los derechos humanos y también desaparecieron del mundo de
la adopción.

Merece subrayarse que tanto el lenguaje utilizado por los legisladores para redactar la ley de adopción cuanto el decreto
383/05, relativo a la creación de un Registro destinado a quienes aspiran a una guarda, cuanto las sugerencias a los
profesionales, todas las intervenciones oficiales fueron discriminatorias.

Los chicos “grandes”


también pueden adoptarse

Este libro dedica un capítulo a la adopción de los denominados “niños mayores”, que se clasifican entre los 3 y los 15
años. ¿Quiénes quieren adoptar niños que no sean bebés? Imaginar la adopción de una muchachita de quince años es
complejo, particularmente si transcurrió parte de su vida en institutos. Este es un punto clave: con seguridad esa
adolescente hubiera podido ser adoptada a los cuatro o cinco años, si hubiese existido una supervisión de las criaturas
institucionalizadas por parte de quienes los tienen a su cuidado. En cambio, quedan acumulados en instituciones aun
encontrándose en estado de adoptabilidad; algunos de ellos solamente precisarían que la Justicia declarase la pérdida
del ejercicio de la patria potestad de una madre o un padre negligentes. Esta es una parte del problema. El capítulo se
dedica a describir, mediante el análisis de los diálogos entre estos niños y sus madres, las fantasías y realidades que
viven cuando ingresan en una familia a partir de los siete u ocho años, después de haber vivido con sus padres de
origen hasta ese momento. Adoptar “niños mayores” forma parte de las adopciones que pueden recomendarse para
quienes no dependen de la ilusión de que criar a un niño desde que es bebé garantizará que en el futuro se les parezca
culturalmente.

Los adolescentes adoptivos

Capítulo complejo, producto de los años transcurridos escuchando adolescentes de ambos géneros. Algunos de ellos
retornados durante su juventud para decirme: “¿Vos me acompañarías a leer el expediente con mi historia, cuando me
adoptaron?” Cuando tienen 13, 14 años hasta la temprana juventud, no sólo el origen como duda puede tornarse
incandescente, también la propia capacidad reproductiva que ha adquirido nivel consciente y que se expresa de manera
concreta en las fisiologías de ambos género potencia los interrogantes referidos: ¿quiénes estuvieron en el origen?

Los adolescentes se presentan claramente divididos según conductas habituales en los distintos géneros. La
experiencia en el trabajo con ellos nos ha enseñado que el temor que se siente frente a los hijos adoptivos cuando
crecen y se convierten en personas decididamente extrañas dentro del hogar constituye una variable que, además de
causar sufrimiento en los padres, los desestabiliza como adultos con autoridad. La provocación constituye uno de los
andariveles preferidos por los adolescentes: por ejemplo, cuando sostienen “yo debería denunciarlos a ustedes porque
mi adopción no fue totalmente legal. Ustedes se entendieron con la mujer que era mi madre, le pagaron y por eso yo
estoy aquí. El juez lo que hizo fue aceptar lo que ustedes le dijeron. Y seguramente algo también le pagaron a él”.
Innecesario es aclarar que ésta es una de las provocaciones que resultan de las denominadas “guardas puestas”.

Las madres de origen y las


adopciones monoparentales

Los orígenes de los niños adoptivos se asocian sistemáticamente a la mujer que los engendró; muy difícilmente se
menciona al varón corresponsable. Los trabajos referidos a aquélla son numerosos y en este volumen dedico varios
capítulos a describir no sólo su situación en distintos niveles, sino su relación con el deseo de hijo y el derecho de la
mujer que no quiere aceptar a la criatura para maternarla y busca una familia que el Estado deberá proveerle. La
rigurosa crítica a la idea de abandono del bebé que pulula en el imaginario social y en los códigos del derecho
desemboca en una nueva lectura de las decisiones de estas mujeres que se convierten en “la otra” con quien la
adoptante protagonizará un rito de pasaje.

Adoptante que puede ser una mujer denominada “sola” cuando en realidad es una mujer que no muestra su pareja o no
la tiene. Sin que exista razón para demandársela. El capítulo dedicado a adopciones llamadas monoparentales analiza
estas situaciones en paralelo con el derecho de los varones para adoptar del mismo modo.

“Tengo mucho amor para dar.” ¿También desde los países proveedores a los
receptores?

Dedico un capítulo a esta frase que escuché durante décadas en boca de quienes aspiran a una guarda. Y que leí en
cartas dirigidas a jueces, de manera reiterada. Frase que como una letanía –sin mediación afectiva anulada por la
repetición– escuchamos en boca de quienes esperan lograr una adopción y que enarbolan quienes esperan una
criatura, pero que yo jamás escuché cuando el hijo, que ya no es un bebé, despunta el lenguaje y la independencia.
Cuando encuentro adoptivos maltratados me pregunto dónde quedó aquella letanía destinada a ser escuchada por
quienes la pronuncian en determinado momento de sus vidas, saturadas por angustias que las esperas
desesperanzadoras multiplican.

Ese “mucho amor para dar” analizado semánticamente en el libro constituye el soporte del tráfico y de las “guardas
puestas” y no se lo reconoce cuando estos guardadores se presentan ante el juzgado para solicitar “devolver” a quien
fuera el destinatario de aquel amor. Nos tropezamos en nuestra memoria con la frase ya olvidada por los adoptantes
cuando el chiquilín, trasladado desde una cultura a la otra, reclama por los recuerdos que le corresponden a su etnia y a
su país de origen, uno de los países proveedores. Desde allí fueron transportados hacia los países receptores cuyas
historias son interesantes porque permiten diferenciar a aquellos países que se desprenden de sus niños habitualmente,
de aquellos que han padecido una catástrofe o una guerra y solicitan auxilio para sus criaturas. Tema que nos conduce
a la adopción internacional, que ocupa un lugar destacado en este libro.

Otros temas, propios de la experiencia en consultorio y otros obtenidos durante intensos años de intervención
institucional, compaginan este libro diferente de mis anteriores producciones referidas a la adopción. Después de
observar durante los últimos treinta años la lucha por rescatar a los hijos apropiados por el terrorismo de Estado,
presenciar hoy los manejos a que son sometidos los niños exige algún nuevo intento de información.

Me preguntaron si el libro les servirá a los padres adoptantes. Probablemente sí. Ha sido escrito para exponer, después
de 50 años de práctica, estudio y convivencia con familias adoptivas y chicos y adultos adoptados, que la adopción no
es un sólo un tema “de familia”. Está enclavado en las políticas de un país, como un alerta encendido, capaz de caldear
la vida de un familia y de los chicos adoptados. También de mostrarnos cómo ellos pueden ser usados para satisfacer
ruindades mediante el ejercicio del poder.

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