Sei sulla pagina 1di 2

El perro de Don Rodrigo

Cuento de Calila e Dimna (s. XII, España)

Érase una vez un conde, Don Rodrigo, que salió a pasear por sus dominios
acompañado de sus caballeros y sirvientes. Antes de salir le dijo a su perro (¡porque él
le hablaba a su perro!):
—Valiente, voy a inspeccionar mis territorios. Quédate en el castillo y haz lo que
te mando: mi hijo Arnulfo está durmiendo en su cuna; vigílalo bien, que no le suceda
nada malo. Dentro de un rato estaré de vuelta.
Le pasó la mano por el lomo blanco salpicado de marrón. El conde Don Rodrigo
quería mucho a Valiente; hacía ya muchos años que lo tenía en casa; era un mastín fiel
y obediente. Nada más que el conde salió del castillo con todo su séquito de nobles y
criados, un lobo hambriento, de pelaje plateado y garganta negra, encontró abierta una
puerta del castillo y entró en él a hurtadillas. Olió a carne tierna, le llamó la atención, y
subió escaleras arriba hasta llegar a la habitación donde dormía el pequeño Arnulfo.
Sólo asomar el morro puntiagudo por la puerta de la cámara vio a Valiente, que había
levantado las orejas y le enseñaba los colmillos afilados como diciéndole:
—Lobo, por aquí no pasarás; defenderé al hijito de mi amo y lo haré a dentelladas.
¡Más te vale huir!
El lobo se detuvo un instante, luego bajó la cabeza y calculó distancias, mostró los
dientes terribles y los ojos le relampaguearon. Se lanzó contra Valiente, que le cerraba
el paso. Y comenzó una lucha horrible entre el lobo y el perro. Iban enzarzados en la
lucha, y tan a lo suyo que la cuna del infante Arnulfo dio un vuelco y las sábanas
quedaron manchadas con la sangre de los dos animales. La pelea fue tan cruel, que
Valiente hirió de muerte al lobo, y él se tumbó malherido al lado de la cuna.
Regresó el conde Don Rodrigo, muy satisfecho del paseo y subió a ver a su hijo.
¡Qué espanto cuando vio la cuna volcada y las ropas enrojecidas de sangre!; ¡buscó a su
hijo y no estaba! A quien halló fue a Valiente con sangre en el hocico y por todo el
cuerpo, acostado al lado de la cuna. El ataque de ira que lo sacudió de pies a cabeza le
hizo desenvainar la espada, empuñarla impulsivamente con rabia y hundirla en el
cuerpo de Valiente, mientras rugía enloquecido:
—¡Has matado a mi hijo! ¡Muere tú también, miserable!
El grito despertó a Arnulfo, que dormía, medio oculto, al otro lado de la cuna; su
llanto reclamó la atención del desesperado padre; se le acercó, lo levantó del suelo, lo
llenó de besos, y lo empapó con lágrimas de alegría.
¿Qué había ocurrido? El conde de pronto lo comprendió todo: debía la vida de su
hijo al coraje de Valiente, su gran perro fiel. Las lágrimas fueron entonces de
arrepentimiento por haberse dado cuenta demasiado tarde de su impulsividad.

Fin

Cuando eres impulsivo te comportas sin control emocional.

Quien regula sus emociones no se comporta impulsivamente, porque reflexiona antes de


actuar, sabe frenar a tiempo para dejar un espacio entre pensamiento y acción,... y
cuenta hasta diez o hasta cien antes de una reacción inesperada.

El conocerte a ti mismo te permite darte cuenta de lo impulsivo que puedes ser ante
emociones fuertes, como el enfado, la ira, la rabia, la euforia...

Aunque te cueste, tienes que ser capaz de reflexionar antes de actuar impulsivamente.

No digamos "ya está hecho"; hay que pensar antes de hacer porque después ya no hay
remedio.

¡Qué lástima que el conde Don Rodrigo no hubiera tenido unos instantes de calma para
descubrir de veras lo que había ocurrido!: él y Arnulfo habrían demostrado a Valiente su
agradecimiento toda la vida; y Valiente les hubiera hecho compañía y les hubiera dado
protección durante mucho tiempo.

Esteve Pujol y Rafael Bisquerra


El gran libro de las emociones
Badalona, Parramón, 2012

Potrebbero piacerti anche