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En 2010 estimé que la relación eco nómica entre Venezuela y Cuba equivalía al
10% del PIB cubano, y esa dependencia alcanzó un máximo de alrededor el 14%
en 2013. Recientes estadísticas oficiales del sector económico externo cubano
evidencian la catástrofe. En 2012 el intercambio comercial bilateral fue del 44%
del total y se desplomó al 17% en 2016, con una caída del 74% en el periodo
(47% solo en 2016). Como resultado, Venezuela, que durante 10 años fue con
creces el principal socio comercial de Cuba, se situó en el segundo lugar, por
detrás de China, que tiene el 20% del comercio cubano (España continuó en el
tercer puesto con un 10%). Un cambio similar ocurrió con la participación
venezolana en el déficit comercial cubano. Cuba exportaba muy poco a
Venezuela, a la par que importaba un 65% de sus necesidades de petróleo y
derivados; el déficit resultante subió al 45% del déficit total en 2011, pero bajó al
12% (una disminución del 73%) en 2016 por el desplome del comercio bilateral.
Según informes oficiales, los huracanes que han golpeado la is la han provocado
pérdidas por valor de 24.000 millones de dólares en los últimos 16 años. Irma ha
sido uno de los peores que se recuerdan, pero en una actitud diferente a la
habitual, el gobierno cubano aún no ha ofrecido una estimación global de las
pérdidas. Irma atravesó la costa norte de Cuba, donde se concentra la mayor
parte de la infraestructura turística, minera (petróleo, gas, níquel), termoeléctrica
y m uchas plantaciones azucareras y otros cultivos. Arrasó 430.000 hectáreas de
caña y el 40% de los molinos azucareros. Afectó a cinco de las siete plantas
hidroeléctricas, dejando a millones de cubanos sin electricidad. Destruyó un
aeropuerto que recibe 485.000 turistas anuales y varios cayos que son centros
turísticos. Devastó miles de hectáreas sembr adas de plátanos, maíz, yuca y
cítricos. Acabó con decenas de miles de aves de corral, y afectó a 158.000
viviendas. Aunque el gobierno ha anunciado que reparará los hoteles y centros
turísticos antes de que comience la temporada alta, es probable que haya una
bajada especialmente en diciembre.
La única dis yuntiva realista que tiene Cuba ante el grave deterioro económico son
las reformas estructurales que Raúl Castro inició en 2007. Estas reformas han
conseguido avances notables, como la extensión del sector no estatal
(especialmente del trabajo por cuenta propia), el aumento del usufructo de
tierras, la creación de las cooperativas de produc ción no agrícola y de servicios,
y la liberación de la compraventa de viviendas. Otras se quedan cortas: como la
zona de desarrollo del Mariel, de 400 propuestas de inversión, el economista
Jorge Pérez-López confirma que solo se han aprobado 25 en tres año s; la
inversión extranjera promedió los 673 millones de dólares anuales en 2015 -16,
una cuarta parte de los 2.500 millones que se necesitan al año. No se han
aprobado medidas clave como la unificación de las dos monedas en circulación,
la reforma global de precios, el aumento de los salarios reales, etcétera. Por otra
parte, sigue prevaleciendo el plan central sobre el mercado y la propiedad estatal
sobre la privada, así como la oposición a la concentración de la riqueza y la
propiedad. El muy discutido Pla n 2016-2030 no tuvo en consideración la crisis
venezolana y es en realidad un listado de metas sin especificar las vías para
lograrlas; no hay una estrategia coherente y efectiva para paliar la crisis. A final
de 2017, la reforma no habrá producido efectos económicos tangibles.
La estrategia de Castro, “sin prisa, pero sin pausa”, ha contribuido a los pobres
resultados. Desde 2015, además, se han registrado una larga pausa y algunos
retrocesos, como la suspensión indefinida del otorgamiento de licencias a
algunas ocupaciones cuentapropistas esenciales, el paro en la creación de
cooperativas, la reintroducción del acopio, etcétera. Todo parece haberse
pospuesto para febrero de 2018, cuando Castro se retirará de la presidencia. En
este contexto, las sanciones de Trump pueden beneficiar a los duros que se
oponen a las reformas, perjudicar a la población y al sector privado.