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La operación, una de las más complejas de la historia, fue planeada y

llevada a cabo detalle a detalle como si de una operación quirúrgica se


tratase. El objetivo: extirpar el cáncer alemán que se extendía imparable
por Europa. Para ello, todo dependería de los primeros pasos, los cuales
serían fundamentales para el éxito de toda la campaña.

Así, durante las primeras horas del 6 de junio, las fuerzas aéreas aliadas
se lanzaron en paracaídas sobre varios puntos puntos clave del norte de
Francia. Poco más tarde las tropas terrestres desembarcarían en cinco
playas -Utah, Omaha, Gold, Juno y Sword- comenzando con el asalto
por mar; al final del día, los Aliados habrían establecido un punto de
apoyo a lo largo de la costa y pudieron comenzar con el avance hacia el
interior de Francia.

La importancia de un nuevo frente en el norte


La derrota de Alemania fue reconocida como el principal objetivo de
la Segunda Guerra Mundial por los aliados en diciembre de 1941. Abrir
un segundo frente aliviaría la presión sobre la Unión Soviética en el
este y la liberación de Francia debilitaría la posición de Alemania en
Europa occidental. Si la invasión tenía éxito, Alemania se vería
mermado de sus recursos y privado del acceso a enclaves estratégicos
fundamentales. Asegurar un puente de tropas y recursos
en Normandía permitió a los aliados establecer una presencia viable en
el norte de Europa por primera vez desde 1940.

Un plan para reconquistar Europa


Aunque la planificación de una invasión de Europa comenzó poco
después de la evacuación de Dunkerque en 1940, los detallados
preparativos para la Operación Overlord, no comenzarían hasta después
de la Conferencia de Teherán, celebrada a finales de 1943 y en la
que Iósif Stalin, Winston Churchill y Franklin D.
Roosevelt, establecieron los acuerdos para la cooperación entre la
Unión Soviética, Gran Bretaña y Estados Unidos, frente a los países del
Eje. Conocidos como los 3 grandes, por el poder de las naciones a las
que representaban, los 3 líderes se reunirían tan solo 2 veces durante el
transcurso de la Segunda Guerra Mundial, no obstante, las decisiones
tomadas aquellas reuniones, tendrían un resultado directo en el
transcurso de la contienda.
Fue así que, bajo el mando del general estadounidense Dwight D.
Eisenhower se formó, en diciembre de 1943, la comisión para planificar
las operaciones navales, aéreas y terrestres de Normandía. Al mismo
tiempo se desarrollarían campañas de señuelo para atraer la atención
alemana y de sus fuerzas militares lejos del norte de Francia.
Para acumular recursos para la invasión, las fábricas británicas
aumentaron la producción y en la primera mitad de 1944,
aproximadamente 9 millones de toneladas de suministros y equipos
cruzaron el Atlántico desde Norteamérica hasta Gran Bretaña. Una
también importante fuerza canadiense se habría estado formando en
Gran Bretaña desde diciembre de 1939; y más de 1,4 millones de
soldados estadounidenses llegaron a Europa entre 1943 y 1944 para
participar en los desembarcos.
El Día D fue la mayor operación naval, aérea y terrestre coordinada
de la historia y requirió de una cooperación sin precedentes entre
las fuerzas armadas internacionales. En 1944, más de 2 millones de
soldados de más de 12 países se encontraban en Gran Bretaña a la
espera para la invasión. Durante el día del desembarco, las fuerzas
aliadas consistieron principalmente en tropas estadounidenses, británicas
y canadienses, pero también incluyeron apoyo naval, aéreo o terrestre
australiano, belga, checo, holandés, francés, griego, neozelandés,
noruego, rodesiano y polaco.

Una batalla no gana una guerra


La importancia del Día D a menudo eclipsa la importancia general de
toda la campaña de Normandía. El establecimiento de un puente de
tropas en el norte de Europa fue fundamental, pero fue solo el
primer paso. En los tres meses posteriores al Día D, los Aliados
lanzaron una serie de ofensivas adicionales para intentar avanzar más
hacia el interior. Estas operaciones variaron en éxito y los Aliados
enfrentaron una fuerte y decidida resistencia alemana. El bocage - una
peculiaridad del paisaje de Normandía caracterizado por senderos
hundidos bordeados por setos altos y gruesos - era difícil de penetrar y
colocaba en ventaja a los defensores alemanes. Tras el Día D, la
sangrienta y prolongada Batalla de Normandía en la que los aliados
obtuvieron finalmente la victoria, resultaría decisiva para el transcurso de
la guerra, allanando el camino para la liberación de gran parte de la
Europa noroccidental.
No obstante, el éxito del Día D fue posible, del mismo modo, gracias
a los esfuerzos de los aliados en todos los frentes, tanto antes como
después de junio de 1944. Al planificar el Día D, los comandantes aliados
sacaron importantes lecciones de los fracasos anteriores en Dieppe,
Francia y Anzio, Italia. También la campaña de bombardeo estratégico
Aliado, que comenzó en 1942, debilitaría la industria alemana y obligaría
a los nazis a comprometer mano de obra y recursos lejos de Normandía
vitales para la defensa local. Asegurar la superioridad del aire permitió a
los Aliados realizar reconocimientos aéreos, brindándoles información
vital sobre las defensas costeras alemanas.
Por otro lado, el éxito de los desembarcos dependería también del
control aliado del Atlántico, que finalmente se logró en 1943 a través de
la victoria en la Batalla del Atlántico. No menos importantes serían
las campañas en Italia, que alejaron a las tropas alemanas de los frentes
occidental y oriental y la ofensiva bielorrusa soviética, conocida
como Operación Bagration, la cual se lanzó justo después de Overlord
ganando terreno a los alemanes en el centro de Europa y manteniendo
atadas a las fuerzas alemanas en el este. Diez semanas después del Día
D, los Aliados lanzaron una segunda invasión en la costa sur de Francia
y comenzaron un avance simultáneo hacia Alemania. Con un frente
dividido, los alemanes poco más podrían resistir en una guerra en la que
varios errores de cálculo que revirtieron en un continuo desgaste, les
pasarían factura ante la potencia militar aliada.

La noche del 5 de junio de 1944 despegaron de Inglaterra tres divisiones


aerotransportadas. En total, 13.400 paracaidistas americanos y cerca de
7.000 británicos que volaron a Normandía a bordo de 1.200 aviones C-47
Dakota. Allí debían perturbar a las fuerzas de ocupación alemanas para que
no pudiesen lanzar un contraataque efectivo la mañana del desembarco.
Los soldados tenían encomendadas varias tareas, entre ellas conseguir
accesos seguros a las playas, destruir puentes y establecer pequeñas y
estratégicas cabezas de playa.

Una de las divisiones acorazadas americanas –la 101.º– había


permanecido estacionada en Londres durante cinco días. Los soldados
habían calmado los nervios de la espera montando y desmontando
las armas, dándoles aceite y afilando obsesivamente las bayonetas.
Algunos habían comprado grandes cuchillos de combate y otros se habían
hecho con navajas de afeitar. Con una navaja se podía matar a un
hombre sin hacer ruido: sólo había que acercarse sigilosamente por
detrás y rebanarle el cuello. Esto era parte de un entrenamiento brutal en
el que incluso habían tenido que arrastrarse por entre tripas y sangre de
cerdo para endurecerse. Llegado el momento, había que estar a la altura.

La víspera de la partida, muchos se afeitaron la cabeza y se dejaron una


fina cresta. Luego se dieron betún negro en la cara y se la tiznaron con
carbón hasta adquirir un aspecto realmente truculento. Entre los
alemanes se había extendido el rumor de que los paracaidistas americanos
eran criminales sacados de las cárceles y no había motivo alguno para
desengañarles.

Justo antes de embarcar, los mandos lanzaron arengas. El coronel "Jump"


Johnson, que comandaba el 501.º Regimiento de Paracaidistas, llegó al
hangar en un jeep y, cuando bajó, quedaron a la vista las cachas
incrustadas en nácar de los dos revólveres que llevaba en la
cintura. Había 2.000 soldados observándole. "Jump" se sacó un inmenso
cuchillo de combate de una bota, lo blandió por encima de la cabeza y,
entre gritos y aplausos, dijo: "Antes de que salga el sol, voy a haber clavado
este acero en el corazón de los nazis más sucios, rastreros y perversos de
toda Europa".

En el desembarco de Normandía participaron casi 200.000 soldados. De ellos unos


100.000 eran americanos, unos 60.000 eran británicos y otros 17.000 soldados eran
canadienses. En la fotografía se observa un batallón británico camino a las costas
francesas.

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