Sei sulla pagina 1di 7

Acercamiento a la idea de laicismo en el pensamiento político de Guillermo de

Ockham

Daniel Felipe Calderón Vargas

A pesar del amplio lapso de tiempo que nos separa de la Edad Media, no deja de ser llamativo
y singular la preocupación por un asunto que hasta nuestros días continúa provocando
versiones opuestas o contradictorias. Me refiero a la idea de separar radicalmente el Estado
o sociedad civil de aquello que se ha entendido en la historia de occidente como poder
espiritual, representado concretamente por la Iglesia católica. Dado que este tema no deja de
ser controversial y aún tiene una importancia capital en la forma de entender la constitución
de un Estado o de asuntos políticos, mi pretensión en este escrito es presentar, en términos
generales, los planteamientos más relevantes de Guillermo de Ockham con respecto a su
concepción política, en la que se enmarca la división de los poderes espiritual y temporal. De
igual forma, recalcar aquello que Ockham entiende por Plenitud potestatis, su relación con
el absolutismo papal y, por supuesto, la crítica a la teocracia realizada por este pensador
Ingles. Pero, además de ello, he de mostrar cómo en Guillermo de Ockham se comienza a
gestar la idea que permite hablar de un impulso hacia el laicado, es decir, cómo la separación
entre iglesia y Estado, trae como consecuencia el fortalecimiento del laicado en orden a la
constitución de un Estado o sociedad civil tal y como va a ser entendida por autores de la
modernidad como Hobbes o Locke.

1. Presupuestos fundamentales del pensamiento político de Guillermo de Ockham.

Generalmente tendemos a pensar cuando se menciona el nombre Guillermo de Ockham, en


un filósofo y teólogo de finales del medioevo cuyo interés intelectual estuvo centrado en
asuntos de lógica o del lenguaje, dados sus planteamientos relacionados con el tema de los
universales, en los que sale a relucir el nominalismo. Sin embargo, el periodo en el que
Ockham se encuentra (inicio del siglo XIV) es un tiempo en el que la hegemonía del saber y
del control mantenida por la Iglesia Católica comienza a ser puesta en cuestión, por ciertos
abusos y arbitrariedades perpetradas para mantener, obviamente la supremacía tanto material
como espiritual. Ockham es consciente de ello y, a partir de la realidad histórica, de los
acontecimientos concretos que se están efectuando, realiza unos planteamientos políticos y
éticos que tendrán su repercusión ya sea en la Reforma protestante o en la constitución del

1
Estado moderno. Sin embrago, es necesario aclararlo, Ockham no escribió obras políticas
por propia vocación, sino urgido por las circunstancias, en las que criticó la situación eclesial
y política de su tiempo, la relación entre el papa y el emperador, el gobierno y sociedad
política, y desde luego, las relaciones entre iglesia y Estado. En fin, Guillermo de Ockham
fue un hombre de su época, pero también un hombre contra su época.

De esta manera, Ockham es un filósofo que comprende que lo político no es un añadido de


la religión, ni viceversa, y que por lo tanto la vida política es toda una práctica de las virtudes
cívicas y no de las virtudes religiosas individuales1. El poder absoluto defendido por el Papa,
entonces, no puede erigirse como la autoridad suprema bajo la cual deben estar ordenadas las
otras formas de gobierno y, por supuesto, Ockham reconoce que la autoridad civil tampoco
puede estar por encima del poder eclesial. Por lo tanto, el cometido de Ockham no es tanto
poner en evidencia cuál de estos dos poderes debe ocupar un lugar privilegiado, sino señalar
que cada uno de ellos tiene un puesto en las dinámicas de la sociedad, es decir, cada uno ha
de ejercer su autoridad desde su ámbito, sin necesidad de interferencias radicales entre sí.

Por otro lado, Ockham comprende la función en esencia de la política como una acción
reflexiva y práctica, que recae fundamentalmente en el gobernante y no en el Papa. Así el
político no puede ser, desde Occidente, un líder religioso, sino un hombre capaz de dirigir
hacia las virtudes cívicas a los ciudadanos, debe tener la capacidad de llegar a convertir la
obediencia en adhesión, la imposición en legitimación2. Por tal motivo, cuando Ockham se
plantea problemas de orden político, no está diciendo que la Iglesia o el Papa como
representante de ésta deban estar implicada, en un primer momento, en asuntos de carácter
político, sino que es el imperio, en cabeza del emperador, quien ha de estar preocupado por
este tipo de cuestiones. Por lo tanto, la división entre la Iglesia y el Estado, supone dar a cada
parte su estatuto o función propia en la sociedad. Por tal motivo, en Ockham no sólo la
lógica, sino también la teología y la política se recrean en un ambiente donde lo político sólo
corresponde a lo civil, y en este caso la teología no debe interferir determinantemente en los
asuntos de política3.

1
2
3

2
Añadido a lo anterior y en profunda relación con la visión nominalista de Ockhma, el hombre
es sujeto que goza de un cúmulo de derechos, naturales y positivos, radicados en la voluntad
de Dios y en la historia humana que son como baluartes de su libertad, y a los que puede
renunciar, pero que nadie puede sustraérselos a no ser por razones graves y demostrables; en
caso contrario conserva la prerrogativa de reivindicación delante de quien fuere4. Así pues,
para Ockham todos los hombres nacen libres y tienen el derecho natural de elegir sus propios
gobernantes, de modo que la libertad fundamental de elegir y de nombrar la autoridad
temporal competente es un derecho natural que nadie puede quitar con plena legitimidad al
hombre libre5.

Dado este hombre libre, Ockham señala que el ejercicio de la política está íntimamente ligado
a la propiedad privada. Para Ockham, el poder poseer como el poder renunciar a la legítima
posesión son derechos naturales y fundamentales del hombre, como ser singular y
comunitario. Este derecho es un poder legítimo que está conforme a la recta razón6. Por ello,
y también tenido en cuenta la disputa entre el Papa Juan XXII y la pobreza proclamada y
vivida por las ordenes mendicantes (Franciscanos, dominicos, etc), Ockham hace una
distinción, que ya se encontraba en el ambiente académico de su tiempo, entre el uso de
derecho (usus iuris) y el uso de hecho (usus facti). En otras palabras, los franciscanos, por
ejemplo, renunciando a su usus iuris, sólo pueden disponer legalmente del usus facti, o sea
del uso simple de las cosas temporales, mientras que el Papa o la Curia Romana tiene el
dominio radical o el usus iuris7. Sin embargo, como el mismo Ockham lo recalca:

El poder de apropiarse de bienes por parte de una o más personas de un órgano colegial ha
sido concedido por Dios al género humano; y por una razón parecida ha sido dado por Dios,
sin la ayuda o la colaboración humana, el poder de darse gobernantes que tengan
jurisdicción temporal, ya que la jurisdicción temporal entra en todo aquello que es necesario
y útil para una vida tranquila y ordenada.

4
5
6
7

3
2. La plenitudo potestatis: crítica de Ockham a la teocracia

En el contexto en el que Ockham llevó a cabo su análisis en torno al tema político, ninguna
de las actividades humanas –religiosas, morales, políticas y sociales–podían comprenderse
como independientes unas de las otras, pues la sociedad era concebida como un todo
indivisible dentro del cual la vida cristiana abarcaba y concentraba el objeto y fin de la
existencia mundana8. En este ambiente, surgió lo que entonces se conocía como Plenitudo
postestais o teocracia papal según la cual el Papa “estaba por encima de príncipes y señores,
que su poder era absoluto, que todas las autoridades, tanto eclesiásticas como civiles
dependían de él, que el papa era amo y dueño del universo como representante de Dios en la
tierra y vicario de Cristo, rey de reyes, y señor de señores9. Esto suponía que el papado poseía
el poder o autoridad absoluta tanto en el orden espiritual como en el político.

Esta doctrina, además de ser defendida por algunos teóricos afines a la curia romana o
curialistas, también era un punto en el que los mismos Papas ponían un empeño para nada
desdeñable. Por ejemplo, la Bula Unam Sanctam del Papa Bonifacio VIII es considerada la
mayor exponente de la doctrina de la plenitudo potestatis, la cual fue publicada el 19 de
noviembre de 1302. La plenitudo potestatis, en este contexto, suscitó conflíctos de mando y
relaciones entre los poderes civil y religioso ya que al considerarse que el papa era el
representante de Dios en la tierra se lo investía con un poder absoluto que sobrepasaba la
autoridad de príncipes, reyes y señores. A su vez, dicha potestad suprema se debía a que la
plenitudo potestatis estaba basada en el principio descendente del poder. Esto quiere decir,
en vista que el poder de Dios descendía sobre el Papa, éste se constituía en el representante
absoluto de Dios sobre la tierra y, por tanto, todas las demás autoridades quedaban
supeditadas al poder del Papa.

Ahora bien, de acuerdo con Ockham, apelando a las Escrituras, es necesario señalar que la
ley establecida por Dios y comunicada por su Hijo, no es otra más que la ley de la libertad.
El papa, dice Ockham, no tiene el poder absoluto ni en lo político ni en lo espiritual, dado
que su función no es la de la dominación, sino la del servicio. Consecuentemente, prosigue
Ockham, será claro que el oficio Papal es el de maestro, el de servir y orientar con sus

8
9

4
enseñanzas a los siervos de Dios. De aquí que no deba ser un deseo del Papa el trabajar por
el aumento de un honor banal en detrimento de los derechos de los demás10. Entonces, si el
objeto de la Cátedra de Pedro es el de servir a Dios y a sus fieles, los creyentes y no creyentes
podrán instituir, con base a este concepto de servicio, ciertos límites entre el poder del Papa
y sus poderes comunes como súbditos, para que el Papa no vaya a someterlos más de lo
apropiado.

De cara a esto, debemos hace un breve señalamiento. Ockham, aunque se esfuerce por hacer
una crítica radical a la plenitudo potestatis, no se oponía la supremacía del Papa en cuanto
tal, sino a lo que él llamaba la supremacía tiránica. Esto es, su crítica va dirigida más a la
doctrina teocrática que a la función o misión del Papa. Por ello, en su obra Del gobierno
tiránico del Papa dice que:

Comenzaré con esa plenitud de poderes (plenitudo potestatis) por la que algunos defienden
que el Papa haya recibido de Cristo tal plenitud de poderes, que tiene el derecho de disponer
de cualquier cosa tanto en el orden espiritual como en el temporal, y que no sea contrario al
derecho natural o a la ley divina.

En este sentido, Ockham critica a los partidarios de la teocracia, quienes hacen reposar en la
autoridad papal la soberanía, que resulta de Dios, tanto del estado como de la iglesia. A juicio
de Ockham, esto trae consecuencias absurdas, arbitrarias y despóticas, porque, aunque el
Papa no esté vinculado a las leyes positivas, no por ello puede saltárselas y cambiarlas a su
capricho.

Brevemente, podemos señalar las tesis que servían de soporte a la Plenitud potestatis: en
primer lugar, se apelaba a que Cristo, como hijo de Dios, tuvo la plenitud del poder y éste se
la concedió a Pedro (figura del Papado por antonomasia); en segundo lugar, la plenitud de
los poderes pontificia procede de Dios y por último el poder del pontífice o papa es efectivo,
esto quiere decir, el Papa no puede ser corregido por nadie, ni tampoco está sujeto a las leyes
positivas.

Ante esto, Ockham propone una vía media o conciliadora entre dos formas de entender la
potestad, es decir, aquella que no se lleva al extremo propuesto por lo curiuslistas romanos,

10

5
como el extremo de los juristas del imperio. Ockham señala que la potestad secular y la
potestad espiritual serían concebidas por Dios a través de caminos diferentes. Mas, ¿cuál es
el estatuto de la potestad secular? La fórmula con la que Ockham resume su postura lo dice
bien: imperium a solo Deo per homines, es decir, la potestad temporal procede de Dios en el
origen y depende de él, pero la institución corresponde a la comunidad de hombres que por
ley natural tiene derecho a escoger quién ha de gobernarlos en función del bien común.

La segunda característica de la vía media señalada por Ockham consiste en que cada una de
las potestades tenga su propia esfera de acción, de manera que, como ya lo hemos dicho, el
poder laico corresponde a lo temporal y el poder eclesiástico a lo espiritual. En fin, Ockham
se muestra así como un abogado de la libertad: libertad del poder civil que no puede quedar
sujeto (en su propio ámbito) al poder eclesiástico; libertad de la Iglesia en aquello que le es
peculiar (por eso no convendrá un príncipe infiel para una mayoría de cristianos cuya fe
puede poner aquél en peligro); libertad de los súbditos ante cualquiera de las dos potestades
(súbdito sí, pero no esclavo).

La tercera característica de la vía media supone que las dos anteriores no implican que la
Iglesia se ocupe solamente de asuntos espirituales, sino que goza de cierta administración
temporal. Y, por último, Ockham apunta que es necesaria la búsqueda de la armonía y la
concordia entre las dos potestades, evitando del conflicto entre ellas procurando, por el
contrario, la mejor ordenación del bien común. En este sentido, en Ockham encontramos una
armonía entre lo religioso y lo civil que no implica un divorcio, sino una independencia
reciproca que salva mejor lo especifico de cada cual sin que ello impida un mutuo
enriquecimiento y colaboración.

3. El impulso secular en el las ideas políticas de Guillermo de Ockham

Llegados a este punto, debemos decir que el recorrido o enumeración de los presupuestos
políticos de Guillermo de Ockham nos permiten, de cierta manera, defender la tesis que fue
enunciada al principio, a saber: que en este filósofo medieval encontramos un intento de
secularizar la esfera social y política, es decir, impulsar la identidad y particulares del ámbito
laico, sin por ello abolir de forma radical a la iglesia o alguna forma de espiritualidad.

6
Ahora bien, debemos ser muy cuidadosos cuando decimos que en los escritos de este filósofo
ingles ya encontramos todo un entramado político y social tal y como sí es posible encontrarlo
en pensadores modernos como Hobbes, Locke o Rousseau, porque, de hecho, no es así; pero
tampoco se trata de acomodar el pensamiento de un medieval a la cosmovisión de un
moderno, recayendo en una suerte de anacronismo. Mas lo que sí es posible afirmar es que
en los escritos políticos de Ockham se encuentran ideas que nos permiten hablar de una fuerte
defensa de los principios de los individuos concretos, en contraposición a una autoridad
absoluta, en otras palabras, este pensador medieval habla de una communitas hominum, en la
cual los derechos, la propiedad, la libertad y la igualdad, no son un bien común sino un bien
particular de cada individuo. El Poder secular, en consecuencia, debe laicizarse sin querer
con ello negar la importancia de la religión.

¿Qué implica, pues, que el poder secular se haga laico? De entrada, debemos señalar que en
el contexto de Ockham, como ya lo hemos esbozado, la autoridad suprema estaba sobre el
papa, de modo que no existía un reconocimiento o legitimación del poder secular, en tanto
que éste estaba supeditado a las disposiciones de la Iglesia. Por este motivo, a juicio de
Ockham, teniendo en cuenta que es necesario establecer los límites de la soberanía del
papado, se hace indispensable o urgente plantearse el problema de la división entre la Iglesia
y el poder secular, de tal modo que el segundo deje de estar sometido por el primero, a fin de
alcanzar su independencia. En otras palabras, laicizar el poder secular, supone sacarlo del
dominio de la autoridad espiritual, para que comience a ejercer su función en el ámbito que
le corresponde.

Por último, aunque el esfuerzo de Ockham no maneje las mismas formulaciones socio-
políticas del contractualismo moderno, en el que son los individuos concretos los que pactan
o hacen acuerdos para su beneficio y posterior conformación del estado, sí es posible afirmar,
dada la postura nominalista de Ockham, que hay una suerte de rehabilitación de la dignidad
de los hombres como individuos concretos, capaces de ejercer su libertad.

Potrebbero piacerti anche