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Unidad 1: La autobiografía y la historia lectora

Elaborada por: Andrey Castiblanco – Fundación para el fomento de la lectura


FUNDALECTURA

Objetivo

Presentar una definición de Autobiografía y brindar


orientaciones para la elaboración de la misma por
parte de los bibliotecarios y mediadores.
Introducción

El ser humano, se podría decir que «por


naturaleza», tiende a pasar por alto muchos de los
detalles que lo rodean y que le afectan en el día a
día. De otra manera sería muy difícil, casi que
imposible, tan solo hablar. Imaginemos que
alguien, con ánimos de empezar una conversación,
nos preguntara ¿qué hiciste hoy? y
respondiéramos exactamente con todo lo que 1 Ilustración de Julie Vivas en el libro Guillermo
Jorge Manuel José escrito por Mem Fox
hubiéramos hecho ese día:

“Me desperté por el sonido de la alarma del celular. Lo busqué por dos
segundos hasta que lo encontré en la mesa de noche, encima de los
libros, donde siempre lo dejo. Apagué la alarma y vi que eran las 5:30
de la mañana. Durante los siguientes treinta segundos pensé en qué
hora sería. Hasta que recordé que había puesto la alarma a las 5:30 y
que, efectivamente, había visto que eran las 5:30 de la mañana…”
Probablemente, nos tardaría más de una hora, más de dos y hasta más de un día
completo responder a la pregunta: ¿qué hiciste hoy? Para entonces, muy
seguramente, nuestro interlocutor ya se hubiera asombrado y cansado del tamaño
de nuestro ego. Olvidar, generalizar y pasar por alto es una tarea más que
necesaria. Basta recordar la vida de Funes el memorioso1:
[Funes], no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas.
No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara
tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le
molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo
nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en
el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez. Refiere Swift que el
1
Es un cuento de Jorge Luis Borges en el que Funes tiene la capacidad de recordarlo todo, ver cuento aquí:
http://www.literatura.us/borges/funes.html
emperador de Lilliput discernía el movimiento del minutero; Funes discernía
continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la
fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y
lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi
intolerablemente preciso. (Borges, 1983, pp. 103-104)
Así, saludable e inevitablemente, todos los seres humanos pasamos por alto
muchos de los detalles de la vida, de lo que hacemos y, por supuesto, de cómo,
por qué y qué leemos. Han sido muchos los investigadores que se han dedicado a
entender el olvido y el recuerdo, dos procesos indisociables. Este módulo estará
dividido en dos partes: en la primera hablaremos acerca del olvido en su relación
con la lectura y, en la segunda, hablaremos de la autobiografía y la historia lectora,
que nos serán útiles para recordar lo olvidado.
¿Cómo olvidamos?: La distancia entre lo que se lee y lo que se
recuerda
«… no siempre somos espontáneamente “conscientes” de (ni estamos en
condiciones de hablar de) lo que somos, de lo que hacemos y de lo que
sabemos» (Lahire, 2006, p. 137)

Bernard Lahire, sociólogo francés, investigó muchos años los factores que incidían
en que fuera mayor la diferencia entre lo que las personas «dicen que hacen» y lo
que «efectivamente hacen». Para ello, tomó como uno de sus ejemplos la lectura.
Así, observó e identificó la manera en que las personas leían y lo contrastó con lo
que ellas mismas decían acerca de sus lecturas. De este modo, él identificó varios
factores que hacían que algunas prácticas de lectura se volvieran “invisibles”, se
pasaran por alto y, finalmente, se olvidaran. Es importante mencionar estos
factores porque, a la postre, serán vitales para identificar las diferentes
experiencias que cada uno ha tenido con la lectura desde la primera infancia. Los
factores que identificó son: la institucionalización, las actividades principales y
secundarias, las actividades representativas y, por último, el efecto de
legitimación, que toma prestado de Pierre Bourdieu, también sociólogo francés.
Antes de leer qué son cada uno de estos factores, escuchemos en el programa de
radio “Hojas de lectura” la experiencia que Sebastián Prieto y Leonardo Velásquez
tuvieron con los libros en su infancia, pues son buenos ejemplos de cómo funciona
el olvido y el recuerdo en nuestras primeras experiencias lectoras:
https://soundcloud.com/user-316027004/la-autobiografia-
y-la-historia-lectora

La institucionalización indica que es más fácil


reconocer las actividades que uno hace cuando
estas están ancladas a algún espacio
institucionalizado, es decir, a unos tiempos y
lugares específicos delimitados por el mundo
social o por nosotros mismos. Así, por ejemplo,
Sebastián recuerda fácilmente un libro de su

2 Ilustración de Keiko Kasza en Los secretos de


abuelo sapo
infancia, el libro de los 1001 chistes, porque este libro se relaciona a una actividad
que fue rutinaria en su vida “la hora de la risa”, el programa de radio que hacía con
sus padres. Por el contrario, un niño olvidará más fácilmente que sus padres le
leían si las lecturas que le hacían eran ocasionales y no estaban ancladas a una
rutina o un tiempo específico. Por ejemplo, si sus padres le leían de vez en cuando
una historia, las instrucciones de un juguete, los boletines del colegio o las noticias
del periódico (Lahire, 2006, p. 138).
Las actividades principales y secundarias se refieren a que se recuerda con
mayor facilidad la actividad principal que se lleva a cabo, mientras que las
actividades secundarias, que son un medio para alcanzar la principal, se olvidan
rápidamente. Lahire ofrece el ejemplo de un encuestado que cuando se le
pregunta por cómo armó un mueble no menciona haber leído las instrucciones de
armado entre las tareas que llevó a cabo, aunque efectivamente leer el manual
haya sido una de las actividades (Lahire, 2006, p. 141). Es decir, que una lectura
se recuerda más cuando es la actividad principal, cuando es un fin en sí misma. Si
es solo un medio para un fin es mucho más fácil que esa experiencia de lectura se
diluya en la memoria. Vemos en Hojas de Lectura que la respuesta de Sebastián
hace que Leonardo evoque el recuerdo de su madre haciéndole leer recetas de
cocina. Este recuerdo no había sido tenido en cuenta por Leonardo porque leer
recetas de cocina es una actividad secundaria. Aunque la receta indique cómo
preparar los alimentos, ¡lo importante es prepararlos bien!
Las actividades más representativas se refieren a que en cada grupo de
prácticas hay siempre unas que son más representativas que otras. Por ejemplo,
aunque se lea tanto cuando leemos un manual de un juguete como cuando
leemos un libro de filosofía, en el grupo de las lecturas, leer un libro es más
representativo que leer un manual. Esa es la razón por la que para averiguar los
índices de lectura nos preguntan por libros leídos y no por manuales o recetas de
cocina leídas. Nos dice Lahire
Así, en las representaciones comunes, la escuela logró imponer su concepción
de lo que es “leer” y lo que es “escribir”. Y porque la escuela creó la equivalencia
entre los términos “escribir” y “redactar” es que hoy
algunos encuestados sólo pueden entender la
pregunta: “usted escribe?” como “¿usted redacta
textos?”, ubicando el campo de respuestas del lado
de las letras, los textos literarios o el diario íntimo
(Lahire, 2006, p. 150).
Y cuando a este factor se le añaden consideraciones
de clase aparece el efecto de legitimación, que
hace que cuando a una persona se le pregunte ¿qué
lee?, esta entienda inconscientemente ¿qué de todo
lo que leo vale la pena ser contado? o ¿cuáles de
3Ilustración de Quentin Blake en Matilda mis lecturas son realmente lecturas?
de Roald Dahl
Las conclusiones de Sebastián Prieto en Hojas de
lectura ilustran lo que el sociólogo francés llamó las actividades más
representativas. Las relaciones con la lectura no empiezan solo cuando se lee
buena literatura, ocurren de formas tan cotidianas: la oralidad, las adivinanzas, los
chistes, las recetas de cocina, el amor a los padres y los cuidadores. Desde niños
estamos creando una relación con la lectura.
La suma de estos factores incide en que cuando a una persona le preguntan por
su relación con la lectura tienda a subestimar su experiencia. Incluso puede llegar
a pensar que tal relación no existe, cuando, en realidad, todos tenemos una
relación con la lectura. Un ejemplo perfecto es el caso de los adultos mayores que
no saben leer o que aprendieron ya siendo mayores. Cuando se les realizó una
biografía lectora se encontró que han tenido desde niños experiencias profundas
con la lectura: recuerdan vívidamente cómo nació el deseo por la lectura,
recuerdan la frustración de no poder leer y, por último, recuerdan la alegría de, por
fin, aprender (Castiblanco, 2017).
De esta manera los seres humanos, desde nuestro nacimiento, tenemos
experiencias ligadas a la lectura que pueden ser positivas, neutrales o negativas.
Que pueden ir desde el deseo de la lectura, pasar por el recuerdo de nuestros
padres leyendo un cuento o hablando del periódico e, incluso, la tristeza al leer
una carta, una noticia o un boletín de notas. La relación con la lectura se da con el
solo hecho de vivir, es una experiencia tan cotidiana que puede pasarse por alto,
como perder las gafas y, súbitamente, descubrir que ya las teníamos puestas.
En esta sección, vimos algunos factores que hacen invisible nuestra relación con
la lectura: no hay un tiempo específico para la lectura, no es una rutina, no está
institucionalizada; la lectura no es un fin en sí mismo, es un medio o una actividad
secundaria; o las lecturas que hacemos no son las más reconocidas en el mundo
de las lecturas, leemos noticias deportivas, consejos de salud o recetas de cocina
(actividades más representativas y efecto de legitimación). En la siguiente sección
presentamos formas para recordar y hacer visible nuestra relación con la lectura.
Nuestra autobiografía lectora y la historia lectora de los demás
La lectura es una experiencia social que es diferente en cada ser humano, aunque
muchas personas tengan experiencias similares. Esto se debe a que leer es una
palabra que se llena de sentido dependiendo de las vivencias personales pero
también de factores que inciden en la vida de grupos de seres humanos, como la
nacionalidad: es diferente leer en Colombia que en Nepal; el tiempo histórico:
había cosas que antes no se podían leer que ahora sí, formas de leer que
existieron pero que ya no existen más; el momento de la vida, si se es niño, adulto
o adulto mayor; y así se puede seguir con un sinfín de características comunes,
que moldean una experiencia individual.
La autobiografía lectora es una herramienta que nos permite dos cosas
principalmente:
1. Nos permite descubrir las formas particulares en las que la lectura ha
moldeado nuestras vidas. Nos permite hallarle sentido a las emociones que
nos despierta la lectura, encontrar un origen al gozo de la lectura o a la
repulsión por ella.
2. Nos permite descubrir que, así como nuestra vida ha sido marcada por la
lectura, la vida de los demás también, es decir, todos tenemos una historia
lectora. Y, en el caso de las personas que promovemos la lectura, nos
permite ser conscientes de que somos y seremos una parte activa de la
autobiografía y de la historia lectora de otros seres humanos.

¿Cómo hacer una autobiografía lectora?


Un buen ejemplo acerca de una autobiografía lectora es la charla TED de
Chimamanda Adichie. Veamos el video y fijémonos en cómo ella empieza
hablando acerca de lo que su madre le contó, luego de sus recuerdos y luego del
mundo en general. Todo a partir de su experiencia particular con la lectura.

https://www.ted.com/talks/chimamanda_adichie_the_danger_of_a_single_story?language=es

Ya que el fin de este módulo es reconocer cómo la lectura nos ha moldeado desde
que nacimos y reconocer cómo la población con la que trabajamos está siendo
impactada por la lectura, mostraremos cómo se hace una autobiografía desde el
nacimiento hasta la adolescencia.
Para empezar a realizar una autobiografía, es necesario definir un límite y darle
una dirección o un orden a la información que se recoge. Para este caso, como ya
dijimos, lo haremos desde la infancia hasta la adolescencia, se puede fijar otro
límite u otro periodo, como la juventud. Para darle una dirección uniforme, nos
centraremos en dos variables: el tiempo y el espacio. Cuando hablamos de
tiempo, nos referimos a que la autobiografía se hará en orden cronológico, es
decir, desde lo más antiguo hasta lo más reciente. Cuando hablamos de espacios,
nos referimos a que serán estos las estaciones de la autobiografía, serán los
puntos de quiebre, lo que nos permitirá revivir los detalles de la lectura en nuestras
vidas.
Si bien una autobiografía es una biografía que uno hace de sí mismo, esto no
quiere decir que uno la haga solo. Sentarnos a escribir una autobiografía que
comience con nuestra niñez a partir de nuestros recuerdos puede ser una tarea
ardua y, seguramente, infructuosa, pues la mayoría recuerda poco sobre lo que
vivió antes de los cinco años. Nuestra autobiografía debe empezar con los
recuerdos de los otros. Escribir una autobiografía requiere realizar previamente
una labor de investigación.
Para poder escribir nuestra autobiografía tenemos que apelar a diferentes tipos
de archivos, tres, por lo menos:

1. Fotografías: es importante que en


estas aparezcamos en diferentes
espacios y en diferentes edades.
Los álbumes familiares son un gran
insumo. Las fotografías son
detonadores de recuerdos, tanto
para nosotros como para aquellos
que nos criaron.

2. Objetos: es importante indagar si


alguien de nuestra familia guarda
algunos elementos que alimentaron
nuestra experiencia lectora, pueden
ser cuadernos viejos, libros
infantiles, dibujos, cartillas, etc. Si 4 Ilustración de Ivar da Coll en Azúcar
tenemos biblioteca o algún lugar
donde guardan libros, visitémoslo y tratemos de recordar cuáles son los
más importantes.

3. Las personas con las que crecimos o con las que nos criamos. Estas
personas ayudarán a construir los momentos de la vida que no
recordamos. Hagamos una lista con esas personas.
Si bien no es imprescindible disponer de todos los archivos, entre más información
tengamos mejor resultará nuestra autobiografía. Una vez se tengan los archivos
debemos seguir los siguientes pasos.

 Crear dos líneas del tiempo: una pública y una íntima


Apelando a la memoria y las fotografías, se podría construir una línea del tiempo
que tenga en cuenta las fechas y los espacios que marcaron nuestra infancia. No
nos centremos solo en espacios de lectura convencionales como la escuela o las
bibliotecas, la idea es indagar por nuestra relación con la lectura en todos los
espacios que nos marcaron. Aun así, tengamos en cuenta los siguientes espacios
que son los que suelen ser comunes en nuestra experiencia con la lectura: las
casas en las que crecimos, las casas de los amigos o de familiares cercanos, los
jardines y los colegios en los que estudiamos, los espacios donde jugamos y
donde pudimos hacer lecturas o escrituras privadas, como el diario, la parte
trasera de los cuadernos, el cuarto o la biblioteca.
Es de gran ayuda hacer una línea del tiempo que podamos presentar a nuestros
conocidos y otra íntima, una que no tengamos que mostrar a nadie y que nos
ayude a entender nuestra relación con la lectura.
Al aceptar esta invitación de hacer una autobiografía lectora, los momentos
línea del tiempo podrían ser:
Evento Fecha Espacios

Nacimiento 0 años Casa en el barrio de la


Candelaria

Jardín 2 a 5 años Jardín “Mis primeras lecturas”

Clases de escritura de 3 años Casa de la abuela


la abuela

Colegio 5 años Colegio “Abecedario”

Clases de fútbol 5 a 8 años Academia Fútbol Club

Una vez hayamos hecho la línea del tiempo, ubiquemos en esta los objetos y las
fotografías que recopilamos.

3. Recorramos la línea del tiempo con nuestros conocidos


Para seguir con el proceso ilustrativo, tomemos la línea del tiempo que
construimos, los objetos y fotografías que recopilamos, y vayamos a donde esas
personas que hicieron parte de nuestra infancia: la profesora del jardín que a la
vez es la vecina, el abuelo, la nana, etc. Preguntemos, primero, por el contexto
general de cada espacio, de cada evento, de cada edad, es decir, cómo eran los
lugares, qué personas eran las más cercanas en ese entonces, qué cosas nos
gustaban, qué cosas no nos gustaban. Posteriormente, indaguemos por nuestra
relación con la lectura: ¿Cómo éramos en el jardín? ¿Cómo fue nuestro
aprendizaje de la lectura? ¿Nuestros padres nos leían? ¿Qué cosas nos leían?
(Recordemos preguntar por más cosas que por libros. Preguntemos noticias,
salud, deportes, belleza, libros religiosos, etc.) ¿Cuál fue la peor o la mejor de
lectura que recordamos?

4. Ahora sí: a iniciar la escritura de la autobiografía

Escribamos una autobiografía en la que dialoguen las fotografías y los objetos que
recopilamos, nuestros recuerdos con la lectura, que estarán apoyados con la línea
del tiempo que no le mostraremos a nadie, y los recuerdos que nuestros
conocidos tienen sobre nosotros.

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