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El mar situado al occidente de Grecia es llamado el mar Jónico. Esto no obedece a conexión alguna con los griegos de habla jónica, sino a su relación con el mito griego concerniente a la ninfa lo. Las islas de este mar, que están exactamente frente a la tierra firme griega occidental del golfo de Corinto, son las islas Jónicas.
Las del grupo principal de estas islas, que forman aproximadam
El mar situado al occidente de Grecia es llamado el mar Jónico. Esto no obedece a conexión alguna con los griegos de habla jónica, sino a su relación con el mito griego concerniente a la ninfa lo. Las islas de este mar, que están exactamente frente a la tierra firme griega occidental del golfo de Corinto, son las islas Jónicas.
Las del grupo principal de estas islas, que forman aproximadam
El mar situado al occidente de Grecia es llamado el mar Jónico. Esto no obedece a conexión alguna con los griegos de habla jónica, sino a su relación con el mito griego concerniente a la ninfa lo. Las islas de este mar, que están exactamente frente a la tierra firme griega occidental del golfo de Corinto, son las islas Jónicas.
Las del grupo principal de estas islas, que forman aproximadam
Los griegos tuvieron tanto éxito en la colonización del Oeste como
en la del Este. El mar situado al occidente de Grecia es llamado el mar Jónico. Esto no obedece a conexión alguna con los griegos de habla jónica, sino a su relación con el mito griego concerniente a la ninfa lo. Las islas de este mar, que están exactamente frente a la tierra firme griega occidental del golfo de Corinto, son las islas Jónicas. Las del grupo principal de estas islas, que forman aproximadamente un semicírculo al oeste del golfo, ya eran griegas en época micénica. Una de las más pequeñas, Itaca, era el hogar legendario de Ulises, el héroe de La Odisea. La que está más al norte de las islas Jónicas, a unos 100 kilómetros de Itaca, es Corcira. No fue griega hasta alrededores de 734 a. C., cuando, según la tradición, un grupo de colonizadores de Corinto desembarcó en ella. Del otro lado del mar Jónico está la punta de la península en forma de bota de Italia. Justo delante de la punta de la bota, con la apariencia (en el mapa) de una pelota de fútbol a punto de ser pateada, hay una isla triangular que es tan grande como el Estado de Vermont. En verdad, es la isla más grande del mar Mediterráneo. Los griegos a veces la llamaban Trinacria, que significa «tres puntas», pero estaba habitada por tribus cuyos miembros se llamaban a sí mismos «sicanos» y «sículos», de quienes deriva el nombre de «Sicilia». En la época de la colonización, los griegos llegaron en gran número a Sicilia y al sur de Italia, y convirtieron esas tierras en otra Grecia. En verdad, algunas de esas ciudades con el tiempo llegaron a ser más prósperas que cualquiera de las ciudades de la misma Grecia. Por esta causa, la parte meridional de Italia era llamada la Magna Grecia. Los corintios parecen haber sido de los primeros en llegar a Sicilia. En 735 a. C., colonizadores corintios fundaron la ciudad de Siracusa, sobre la costa oriental de Sicilia. En Italia, la primera ciudad griega que se fundó fue Kyme, mucho más conocida por la forma latina de su nombre, Cumae (Cumas). Está a un tercio del camino ascendente de la costa occidental de Italia y fue en ésta el asentamiento más septentrional de los griegos. Según la tradición, fue fundada aún antes del 1000 a. C., pero esto es totalmente imposible y tal afirmación no era más que la pretensión de poseer una especial antigüedad. Probablemente fue fundada por colonizadores de Calcis alrededor del 760 a. C. En el empeine de la bota italiana, colonizadores de Acaya fundaron la ciudad de Síbaris en 721 a. C. El territorio de Síbaris se extendía a través de los 480 kilómetros de ancho que tiene la bota italiana en este punto, hasta la costa septentrional. Llegó a ser rica y próspera, y su lujo fue famoso entre los griegos. Hay una conocida historia acerca de un hombre de Síbaris que tenía su lecho cubierto de pétalos de rosas, pero insistía en que era incómodo porque uno de los pétalos estaba arrugado. Por ello, la palabra «sibarita» se usa hoy para referirse a una persona amante del lujo extremado. Otro grupo de colonizadores aqueos fundó Crotona en 710 a. C. Estaba en la punta del pie de la bota italiana, a unos 80 kilómetros al sur de Síbaris, a lo largo de la costa. Pese a la hermandad de origen de ambas ciudades, entre Crotona y Síbarís existía ese género de enemistad tradicional que era frecuente entre las ciudades-Estado griegas vecinas. Fue uno de los poco casos en que una ciudad-Estado logró una total y devastadora victoria sobre otra. La vencedora fue Crotona, y su victoria, según reza la historia, se logró a expensas del lujo de los sibaritas. Al parecer, los sibaritas enseñaban a bailar a sus caballos al son de la música, por lo que sus desfiles eran muy impresionantes. En el 510 a. C., libraron una batalla contra los habitantes de Crotona, quienes, sabedores de ese hecho, fueron a la batalla con músicos. Los caballos sibaritas empezaron a danzar y las tropas sibaritas cayeron en confusión. Los crotoniatas ganaron y destruyeron Síbaris tan totalmente que en siglos posteriores se discutió dónde exactamente había estado el emplazamiento de la ciudad. En el interior del talón italiano, los espartanos fundaron en 707 a. C. Taras, que llegó a ser la ciudad griega más importante de Italia. Es mucho más conocida por su nombre latino de Tarentum (Tarento). Fue la única ciudad que fundaron los espartanos allende los mares, pues estaban preocupados por una difícil guerra doméstica (como explicaremos en el próximo capítulo). Alrededor del 600 a. C., colonizadores de Cumas fundaron una nueva ciudad a unos pocos kilómetros al Sur, a lo largo de la costa, y la llamaron sencillamente «Ciudad Nueva». Por supuesto, la llamaron así en griego, o sea Neapolis. En castellano este nombre se ha convertido en Nápoles. Los colonizadores griegos llegaron aún más lejos que Italia. Focea, la más septentrional de las ciudades jónicas de Asia Menor, envió colonizadores focenses a la costa septentrional del Mediterráneo, a unos 650 kilómetros al noroeste de Cumas, y fundaron Massalia alrededor de 600 a. C. Es la moderna Marsella. Egipto Sólo las costas septentrionales del Mediterráneo estaban abiertas a la colonización griega. Las otras costas no estaban ocupadas por tribus atrasadas que se retiraban cautelosamente ante los avanzados forasteros sino por civilizaciones más viejas que la misma Grecia. Al sur de Asia Menor, a unos 550 kilómetros por el Mediterráneo, estaba la fabulosa tierra de Egipto, ya antigua en tiempos micénícos. Durante la Epoca Mícénica, Egipto poseía un gran poder militar y había creado un imperio que abarcaba grandes regiones del Asia cercana. Los griegos tenían vagos recuerdos de esto y en siglos posteriores hablaban de un rey conquistador llamado Sesostris, que creó un imperio mundial. Esto era una exageración, desde luego. Pero después del 1200 a. C., bandas piratas de aqueos saquearon las costas egipcias (los «Pueblos del Mar»). Estas correrías también hallaron un eco en las leyendas griegas, pues se contaba que Menelao, de Esparta había desembarcado en Egipto en su camino de regreso desde Troya y había permanecido allí durante siete años. Esas incursiones debilitaron al ya declinante Imperio Egipcio, hasta el punto de que nunca volvió a ser una potencia militar. Esto fue afortunado para los griegos, pues hizo que durante los oscuros siglos que siguieron a las invasiones dorias las ciudades- Estado griegas pudieran desarrollarse libremente sin la interferencia de lo que podía haber sido un Egipto poderoso y agresivo. Entre tanto, en Asia, a unos 1.500 kilómetros al este de Egipto, surgió un pueblo guerrero de creciente poder. Armado, como los dorios, con armas de hierro, llevaron una cruel guerra contra los pueblos circundantes y comenzaron a crear un imperio alrededor del 900 a. C. Llamaban a su país «Ashur», por su dios principal, pero nos es más conocido por la versión griega de ese nombre: Asiria. A los griegos sólo llegaron débiles rumores de esa temible pero lejana nación. Por ejemplo, imaginaban en años posteriores que el primer rey asirio había sido Nino y que la capital asiria Nínive había recibido su nombre de él. También creían que había sido sucedido por su bella, inmoral e inteligente esposa, Semíramis, de quien suponían que había conquistado las tierras del Imperio Asirio. En realidad, esas leyendas carecían de valor, pero el núcleo de ellas era que Asiria había sido poderosa en un tiempo, y esto era verdad. Por el 750 a. C., cuando los colonizadores griegos comenzaron a explorar y establecerse en las costas mediterráneas del Norte, Asiria empezó a presionar hacía la costa oriental del mismo mar, y por el 700 a. C. había llegado a él. Este avance inspiró temor a los egipcios, quienes financiaron rebeliones contra Asiria que fueron siempre derrotadas. En 671 Asiria decidió descargar el golpe sobre la fuente de sus dificultades e invadió Egipto. La resistencia fue débil, y Egipto quedó anexado al Imperio Asirio. Al llegar a ese punto, la misma Grecia podía haberse hallado en peligro, pero su buena suerte la salvó nuevamente. Asiria se había extendido hasta donde pudo. Trataba a sus enemigos con horrible crueldad, y el resultado fue que era odiada por todos los pueblos que dominaba. Hubo continuas rebeliones, primero en un lugar, luego en otro. Durante algunos años, todas esas rebeliones fueron derrotadas, pero mantuvieron ocupada a Asiria y los griegos estuvieron a salvo. Egipto mismo se rebeló varías veces (y, en los tres siglos siguientes, las rebeliones egipcias contra las naciones que lo dominaban iban a envolver a menudo a los griegos, a veces desastrosamente). En el 652 a. C., los egipcios conquistaron la libertad y entraron en su último período de independencia. La capital egipcia se estableció entonces en Saís, cerca de una de las desembocaduras del río Nilo, y a este período de su historia lo podemos llamar el del Egipto Saítico. El Egipto Saítico tuvo buena disposición hacia los griegos, pues los consideraba como posibles aliados contra nuevos peligros provenientes del Este. Las grandes monarquías orientales de la época tenían ejércitos muy numerosos, pero mal organizados. Dependían del peso del número, más que de maniobras cuidadosamente planeadas, y también de la caballería: de los hombres a caballo o en carros. Las pérdidas de los infantes carecían de importancia, porque podían ser fácilmente reemplazados; por ello, los soldados de infantería estaban armados con armas ligeras.