Sei sulla pagina 1di 8

Universidad Nacional del Nordeste

Facultad de Humanidades
Lengua y Cultura Latinas 2019

Clásicos, niños y jóvenes – Ana María Machado


En: Clásicos, niños y jóvenes. Buenos Aires, Norma, 2005. Traducción de Santiago Ochoa

Capítulo 2
Eternos y siempre nuevos
Imaginemos algo que sucedió hace muchos años. Alguien llega a una tierra extraña e inexplorada. Trata
de situarse, de ver en dónde hay agua, de dónde viene el viento, qué animales y plantas existen en los
alrededores. Luego de algunos intentos fallidos, concluye que cierto punto es el lugar más adecuado para
proveerle de abrigo. Trata de adecuar este lugar y de hacerlo lo más confortable posible. Después encuentra
algunos vecinos lejanos, con vivencias diferentes. Intercambian experiencias, entablan amistad, incorporan
mutuamente lo que han descubierto. Al cabo de un tiempo, se constituye un nuevo núcleo familiar. La casa crece,
pronto hay una plantación y una cerca para los animales. Ese individuo construye un camino y un puente para
facilitar la convivencia con sus nuevos amigos. Hay nuevas y crecientes conquistas y adquisiciones. Y, por
consiguiente, durante varias generaciones.
Algunos descendientes pueden decidirse a explorar otros lugares y, sin embargo, llevan la memoria de
su casa, de la plantación, de las comidas, del puente. Llevan sus herramientas inventadas, los utensilios
desarrollados, los recuerdos acumulados. Y todo se torna mucho más simple para ellos gracias a eso, pues no
parten de cero, sino de los hallazgos y logros anteriores.
Si uno de esos descendientes sufriera una amnesia total, no conseguiría aprovechar nada de lo que
hicieron sus antepasados. No tendría los recuerdos de sus experiencias; tendría que comenzar de la nada. Si
llegara a una tierra extraña e inexplorada, al menos podría tratar de situarse, de ver en dónde hay agua, de
dónde viene el viento, qué animales y plantas hay en los alrededores. Tal vez cometa el error de establecerse en
una orilla que más tarde será inundada por el río, o allí donde las fieras van a beber agua. No habría aprendido
nada de aquellos con quienes vivió. No tendría una experiencia anterior que le informara nada. No sabría pescar
ni cocinar, no manejaría una herramienta, desconocería el uso de armas y utensilios. Peor aún, podría estar frente
a la casa que heredó y no saber para qué sirve. Podría oír el llamado de sus vecinos y no entender lo que le
dicen.
Reducido al instinto, el pobre desmemoriado vería su propia supervivencia amenazada. Sería un castigo
trágico de desperdicio.
Podemos imaginar también a alguien que desea mejorar su vida a toda costa y que tiene en una sala un
baúl lleno de tesoros que sus abuelos y padres le dejaron. Se mata trabajando, pero nunca imaginó que aquel
baúl fuera más que una caja vacía. Jamás tuvo el impulso de romperlo, ni la curiosidad de buscar la llave para
abrirlo. Todo ese patrimonio, ahí, a su lado y a su alcance, no le sirve de nada. Es un monumento a la inutilidad.
De algún modo, toda la humanidad corre riesgos semejantes. Tenemos como herencia el enorme
patrimonio de lecturas de obras valiosísimas que han venido acumulándose a través de los siglos. Pero muchas
veces no reparamos en ellas, ni nos interesamos en abrirlas para ver, al menos, qué es lo que hay adentro. Es
una lástima y un desperdicio.
Tal vez sea esta la primera razón por la que siempre quise explorar a fondo ese baúl y, más tarde, acercar
a mis hijos los clásicos. Porque yo sé que es un legado riquísimo, que se trata de un tesoro inestimable que
heredamos y al cual tenemos derecho. Sería una estupidez y un absurdo no exigir lo que es nuestro, o
simplemente abandonar lo que nos pertenece y dejar que los otros se apoderen de todo sin compartirlo con
nosotros.
Ese riesgo siempre estuvo presente en la historia de la humanidad. Tradicionalmente, la lectura debía ser
para pocos, pues siempre ha sido y es un elemento de poder y podía amenazar a las minorías que controlaban
los libros (y el conocimiento, el saber, la información). Esos ideales de alfabetización para todos y el libre acceso
a los libros son muy recientes en la historia. Pero como están ahí, y no hay otra forma de mantener a las masas
en la ignorancia total, parece ser que ha aparecido una táctica deliberada: aquella de distraer a la mayoría de la
población con otras cosas, para que no perciba que tiene a su disposición un baúl lleno, con un tesoro muy rico,
en el rincón de la sala. Es mucho mejor hacer que todo el mundo ansíe más y más cosas que comprar, siempre
más, en un consumo incesante que se estimula para que siga vigente, en lugar de darnos tiempo para leer, para
reflexionar y para pensar en otras posibilidades de vida diferentes, por medio de la experiencia de vivir
simbólicamente una infinidad de vidas alternativas junto con los personajes de la ficción y, de ese modo, tener
elementos de comparación más variados.
Tal es mi reivindicación para leer literatura (que, evidentemente, incluye a los clásicos), porque es nuestro
derecho y, además, la determinación de leer es una forma de resistencia. Ese patrimonio viene acumulándose
desde hace miles de años, está a mi disposición, una parte de él es mía y nadie me la va a usurpar. Y tampoco
Universidad Nacional del Nordeste
Facultad de Humanidades
Lengua y Cultura Latinas 2019

voy a dejarme engañar por nadie, ni a dejar que alguien me venga con un discurso engañoso para eliminar la
posibilidad de que yo dedique cierto tiempo y atención a los libros, de buena calidad, claro está, porque hay
tantas cosas atractivas en la vida y tan poco tiempo para todo, que no vale la pena desperdiciar la vida en
nimiedades.
Muchas personas hablan del placer de la lectura, pero, a veces, esa noción es un poco confusa. Claro:
leer una historia amena, emocionante o llena de peripecias supone cierta diversión y entretenimiento. Esa es una
de las alegrías que puede proporcionar un libro, pero esa es sólo la satisfacción más simple, evidente y superficial.
Hay mucho más que eso, y el lector lo sabe.
Está, por ejemplo, el gusto por los viajes, un placer muy especial que no debe ser confundido con el de
la fuga, la evasión y el escapismo. Es el gusto de sumergirse en lo desconocido, el placer del conocimiento de lo
diferente, de la exploración de la diversidad. La satisfacción de dejarse transportar a otro tiempo y a otro espacio,
de vivir otra vida, con experiencias diferentes a las cotidianas. Pero leer buenos libros de literatura le muestra al
lector la otra cara de la moneda: la felicidad de descubrir en algún personaje algunos elementos en los que él se
reconoce plenamente. Al leer una historia, descubrimos unos personajes que nos parecen una suerte de espejo.
Sin embargo, como están en otro contexto y son ficticios, nos permiten un cierto distanciamiento y terminan por
ayudarnos a entender mejor el sentido de nuestras propias experiencias. Esa doble capacidad de transportarnos
a otros mundos y, paralelamente, de propiciarnos una vivencia intensa y enriquecedora es el sello de garantía de
uno de los dos grandes placeres que ofrece una buena lectura.
Además, la idea de que los clásicos nos hacen viajar no debe ser sorprendente, ya que uno de los posibles
orígenes etimológicos de la palabra clásico es una derivación de classos, un tipo de embarcación, una nave para
hacer largos viajes. La otra, la más probable, es que venga de classe, sinónimo de aula escolar, confirmando la
idea de que se trata de libros notables, que se estudian en la escuela.
Por otro lado, la simple idea de la diversión proporcionada por la lectura también tiene su fundamento y
puede ir más allá del mero entretenimiento o de la diversión superficial y desechable. Cuando juega, el niño “hace
de cuenta”. Cuando crece, sueña; es decir, fantasea, imagina, finge, crea una ficción. Y eso juega otro papel
fundamental en la paz interior de cada individuo, además del placer que brinda. Como dice Umberto Eco:

Pasear por un mundo narrativo tiene la misma función que desempeña el juego para un niño.
Los niños juegan con muñecas, caballitos de madera o cometas para familiarizarse con las leyes
físicas y con las acciones que algún día llevarán a cabo de verdad. Igualmente, leer relatos
significa hacer un juego a través del cual se aprende a dar sentido a la inmensidad de las cosas
que han sucedido, suceden y sucederán en el mundo real: al leer novelas, eludimos la angustia
que nos atenaza cuando intentamos decir algo verdadero sobre el mundo real 1.

Otro aspecto agradable que encontramos en un buen libro es el placer del desciframiento, de la
exploración de aquello que es tan nuevo que parece difícil y que, por esto mismo, nos ofrece obstáculos y nos
atrae con intensidad, como si estuviéramos apasionados. Es una delicia irresistible: dejarse fascinar y seducir por
esas palabras e ideas, intentando al mismo tiempo conquistar y vencer las dificultades de la lectura. Es lo que el
crítico Harold Bloom, autor del libro Cómo leer y por qué2 define como “la búsqueda del placer difícil” y que
clasifica como un acto sublime. Es un experiencia tan fuerte que cada vez se habla más de la lectura como una
actividad, y no como una recepción o un consumo pasivo.
Esa actividad está compuesta por la búsqueda de un placer siempre en aumento, situado en un nivel
cada vez más alto, construido con lentitud, delicadeza, sensibilidad y empeño, dando paso a un trueque interactivo
y a un juego seductor entre el lector y el texto. Freud demostró que la curiosidad y el deseo de saber son vecinos
del instinto sexual; de ahí su capacidad tentadora, su fuerza irresistible. Italo Calvino mostró que un buen libro
enciende en su lector un deseo permanente de seguir siempre adelante, en busca de la construcción de sentido
que se experimenta al final como un gran momento de gozo y distensión, y cómo ese camino es realmente
placentero. Retoma sí la idea de Roland Barthes, quien insistía en referirse a la “pasión por el sentido” y defendía
la existencia de una “erótica del texto”.
Todas estas consideraciones afirman que se trata de un juego entre dos. Cuando leemos un clásico, este
también nos lee, nos va revelando nuestro propio sentido, el significado de lo que vivimos. O, como dice George
Steiner, en Errata, el examen de una vida3:

1
ECO, Humberto. Seis paseos por los bosques narrativos. Editorial Lumen, Barcelona, 1997.
2
BLOOM, Harold. Cómo leer y por qué. Editorial Anagrama, Barcelona, 2003.
3
STEINER, George. Errata, el examen de una vida. Ediciones Siruela, Barcelona, 1998.
Universidad Nacional del Nordeste
Facultad de Humanidades
Lengua y Cultura Latinas 2019

Un clásico de la literatura, de la música, de las artes, de la filosofía, es para mí una forma


significante que nos “lee” (...) más de lo que nosotros la leemos. No existe nada de paradójico
y mucho menos de místico en esa definición. El clásico nos interroga cada vez que lo
abordamos... El clásico nos preguntará: “¿Has comprendido? ¿Has vuelto a imaginar con
seriedad? ¿Estás preparado para abordar las cuestiones, las potencialidades de el ser
transformado y enriquecido que he planteado?”.

Es bueno leer a esos autores clásicos porque ellos amplían nuestros horizontes, tal como lo manifiesta
Harold Bloom. Y eso no es poca cosa.
Además, podemos decir que un clásico no tiene fecha de expiración, ni pérdida de garantía. O, como dice
el poeta Pedro Salinas, con buen humor y con palabras proféticamente adecuadas a los tiempos actuales de esta
sociedad de consumo: “Un clásico es un libro que siempre presta al espíritu del hombre un servicio de la más
alta calidad”4.
De cualquier modo, es imposible tratar de enunciar algunas razones de peso para leer esos libros sin citar
con frecuencia a Italo Calvino. En un maravilloso libro que celebra esas lecturas y que se llama justamente Por
qué leer los clásicos5, Calvino sintetiza de modo brillante algunas de las consideraciones que estamos intentando
dilucidar, y observa:

Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por
inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria, mimetizándose así como
inconsciente colectivo o individual.

Más adelante agrega:

Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han
precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que
han atravesado (o más sencillamente) en el lenguaje o en las costumbres.

Estas reflexiones lo llevan a concluir que: “Un clásico es un libro que nunca termina de decir aquello que
tiene que decir”. Y más aún: “Los clásicos son libros que, cuánto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más
nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad”.
En el transcurso de su obra, Calvino menciona varias veces el hecho de que los clásicos son libros que
las personas releen, pero que cualquier lectura y/o relectura de los mismos siempre será un descubrimiento:

Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los haya leído y amado;
pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por
primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.

En suma, son libros que logran ser eternos y siempre nuevos; y que, al ser leídos en una edad temprana,
son degustados de un modo muy especial porque “la juventud comunica al acto de leer, como a cualquier otra
experiencia, un sabor y una importancia particulares”.
Es decir, que no hay razón para dejar de leer los clásicos desde temprano. Están a nuestra disposición,
con toda la opulencia de su acervo y la generosidad de su oferta. Abstenerse de ellos por ignorancia sería una
pérdida muy grande.

Capítulo 3
Entre griegos y troyanos
Es común decir que “a las palabras se las lleva el viento". Sin embargo, la humanidad ha tenido una
experiencia muy diferente: las palabras permanecen. Basta con pensar en los templos de los griegos, en la
maravillosa Acrópolis de Atenas, en los teatros y en los bellos edificios construidos con mármol sólido: hoy todos
están en ruinas. Aunque algunas partes de las edificaciones aún están en pie, se trata de predios muertos, que
ya no desempeñan las funciones para las cuales fueron construidos y que sobreviven apenas para ser testigos de
un esplendor desaparecido.
Sin embargo, hay otras obras de los griegos que sobreviven en toda su integridad: justamente aquellas
que están hechas de palabras. El viento no se las llevó. El tiempo no pudo hacer nada en su contra.

4
SALINAS, Pedro. Ensayos de Literatura Hispanoamericana. Ediciones Aguilar, Madrid, 1958.
5
CALVINO, Italo. Por qué leer los clásicos. Tusquest Editor, Barcelona, 1992.
Universidad Nacional del Nordeste
Facultad de Humanidades
Lengua y Cultura Latinas 2019

Eso sucede incluso con las obras que inicialmente no fueron escritas, como es el caso de La Ilíada y La
Odisea, de Homero, que aparecieron antes de que Grecia tuviera un alfabeto, y que durante siglos sólo existieron
gracias a la repetición oral que las fijaba en la memoria colectiva de los oyentes. Conservan hasta hoy su fuerza
intacta, y desde hace casi tres mil años se mantienen vivas, con la capacidad de emocionar plenamente a los
lectores contemporáneos, de presentarles una serie de desafíos y preguntas, de sugerirles respuestas y caminos
renovados. Lo mismo se puede decir de la obra de los grandes autores teatrales de la antigua Grecia, como
Sófocles, Esquilo, Eurípides, y de filósofos como Sócrates, Platón y Aristóteles, que siguen diciéndonos tantas
cosas en general, así como de las historias y mitos que no sabemos quién inventó.
Preservada por tanto tiempo y reconocida como un tesoro de la humanidad, la civilización griega
siempre ha despertado el entusiasmo de los lectores apasionados, en diferentes épocas históricas. Es una fuente
inagotable, de donde siempre podremos beber. Muchas personas consideran que los griegos son los más
fascinantes de todos los clásicos, y probablemente los que más influyeron en la cultura occidental.
Podemos, por tanto, iniciar con ellos nuestro viaje. En Brasil, por ejemplo, podemos darnos por bien
servidos en materia de adaptaciones de la mitología griega al alcance de los niños, comenzando por la genialidad
de Monteiro Lobato, que instituyó una doble vía de contacto entre “El Sitio del pájaro carpintero amarillo” y la
antigua Grecia, creando así una excelente forma para los niños de iniciarse en ese universo. Pocos países tuvieron
tanta suerte de contar con semejante privilegio.
Ya en el primer volumen de su obra, Las aventuras de Naricita, los personajes del Sitio van al País de la
Fábula, en donde se encuentran con Esopo y viven algunas de las historias que fueron contadas por ese esclavo
griego, cuyo recuerdo se volvió inmortal como un maestro de las fábulas, es decir, relatos con enseñanzas
morales. En realidad, Naricita, Pedrinho, Emilia, Doña Benta y el Vizconde de Sabugosa hacen más que una simple
visita. Acaban trayendo al personaje de una fábula para que haga parte del grupo del Sitio, quien aparece en
todas las obras posteriores: se trata de un burro al que salvan de ser devorado por un león y que ce convierte
en el Burro Hablante, también conocido como "Consejero".
En otro libro, El pájaro carpintero amarillo, sucede justamente lo contrario: son los seres mitológicos de
Grecia y de Roma quienes vienen a visitar el Sitio, invitados por sus habitantes. Pegaso, la Quimera, Belerofonte
y otros hacen parte de la lista de los escogidos; pero los monstruos rechazados no se resignan y deciden invadir
la fiesta. Y como terminan llevándose a la Tía Nastasia con ellos, el libro siguiente, El Minotauro, se ocupa
exclusivamente de narrar la operación de rescate de la secuestrada, quien fue llevada al laberinto subterráneo
del palacio de Cnosos, en la isla de Creta. Esa aventura de salvación sirve de pretexto para que Monteiro Lobato
se explaye en su entusiasmo por la cultura clásica, creando encuentros entre Doña Benta y Pericles,
conversaciones con los constructores de la Acrópolis y muchas otras historias apasionantes. Como si esto fuera
poco, en otro viaje a los tiempos de los héroes griegos, los pájaros carpinteros participan de las aventuras de un
héroe y le ayudan en Los doce trabajos de Hércules.
La lectura de esos libros es divertidísima y, al mismo tiempo, funciona como un verdadero curso de
mitología clásica. Sin duda alguna, es una excelente introducción a ese mundo que marcó a toda la cultura
occidental. Todo está muy bien explicado, tal y como Doña Benta les enseñaba a sus nietos. Los niños brasileños
han sido afortunados. Es imposible imaginar una mejor forma de aproximarse a los griegos (y a los troyanos, que
trabaron con ellos la larga y famosa guerra) y a los romanos.
Otra forma muy interesante de tener un primer contacto con esos clásicos es tratar de conocer algunos
de los mitos griegos. Algunos libros hacen una verdadera antología, mezclándolos a veces con las historias de
otros personajes, tal como lo hizo Monteiro Lobato. Es el caso de Peripecias de Pilar en Grecia de Flávia Lins e
Silva, y de Entre dioses y monstruos, de Lia Neiva, para citar sólo dos de los más divertidos y mejor escritos.
Otros consisten en una antología de mitos y leyendas. Pero, actualmente, también existen diversos libros
publicados por varias editoriales que narran sólo un mito, muchas veces traducido de ediciones originales
extranjeras, y casi siempre acompañado por ilustraciones muy bonitas. De esa forma, podemos saber quién fue
Ícaro, conocer a los Argonautas, intentar descifrar la Esfinge, encantarnos con las sirenas.
Los antiguos mitos greco-romanos marcaron una profunda influencia en nosotros y nuestro lenguaje está
lleno de referencias a ellos. Cuando decimos comúnmente que una cosa es "bacana" estamos haciendo una
alusión a Baco, el nombre romano del dios del vino. También, cuando hablamos de la manzana de la discordia,
nos referimos al problema que se ocasionó cuando París tuvo que elegir cuál era la diosa más bella entre Atenea,
Hera y Afrodita. Cada una de estas referencias nos remonta a toda una historia.
Hablamos del canto de las sirenas, del narcisismo, del complejo de Edipo, de la caja de Pandora, del talón
de Aquiles, y cada una de estas expresiones se refiere a una historia griega diferente. Decimos que una cosa es
una verdadera odisea, que alguien realiza un esfuerzo hercúleo, que el eco repite los sonidos, y con ello
recordamos a personajes como Odiseo, Hércules o la ninfa Eco. El océano Atlántico recuerda a la Atlántida y al
gigante Atlas; un volcán era el fogón de la fragua del dios Vulcano; un laberinto era el lugar donde vivía el
Universidad Nacional del Nordeste
Facultad de Humanidades
Lengua y Cultura Latinas 2019

Minotauro; las Olimpíadas rinden tributo a los dioses del Olimpo. Un desinfectante que se llame Ajax, una revista
de una aerolínea titulada Icaro, una empresa de informática que se llame Medusa están rindiendo homenaje a
los personajes mitológicos griegos, y con mucha pertinencia, porque en cada uno de ellos hay una explicación
para haber escogido ese referente. Una foto erótica tiene que ver con el dios Eros, un fenómeno psíquico recuerda
a su amada Psique y cualquier cosa voluptuosa se refiere a su hija Volupia. La diosa del amor, Afrodita, es
recordada en los afrodisíacos, y con su nombre romano, Venus, dejó su marca en docenas de enfermedades
venéreas. Las artes marciales tienen ese nombre porque su patrono es Marte, el dios de la guerra. Una cosa
hermética es como si estuviera guardada por Hermes, mensajero de los dioses, quien no podía entregar sus
mensajes a quien no fuera su destinatario. Un cronómetro, una cronología y una enfermedad crónica aluden a
Cronos, el dios del tiempo, cuyo nombre romano, Saturno, dio origen al día sábado en algunas lenguas, como
Saturday, en inglés. Así mismo, otros dioses greco-romanos también les dieron su nombre a casi todos los días
de la semana en otros idiomas: Marte (martes en español, martedí en italiano, mardi en francés), Mercurio
(respectivamente miércoles, mercoledi, mercredi), Júpiter (jueves, giovedi, jeudi), Venus (viernes, venerdi,
vendredi). El dios Jano que tiene dos caras, una que mira hacia el frente y la otra hacia atrás, es recordado por
el mes de Janeiro (enero, en portugués), con el que un año comienza, pero sigue estando cerca de los recuerdos
del año que ha terminado.
La lista sería interminable. Hay un maravilloso catálogo del variadísimo patrimonio que nos dejó la
mitología clásica. Una madre o un padre atento pueden divertirse mucho revelándoles a los hijos las pistas de
esa riqueza, yéndose a la "caza" de aquel tesoro cultural. Un profesor creativo puede mantener activo a su grupo
durante mucho tiempo, en la búsqueda de rastros griegos y romanos en el día a día.
No saber nada de esto es una verdadera lástima. Aprenderlo después, cuando se es adulto, es una tarea
pesada y sin gracia, pues este aprendizaje no debería parecerse a un mero asunto de diccionario. Al contrario,
familiarizarse poco a poco y desde niño con todas las historias que están en el fondo de esas referencias, sin
prisa, es un placer y un enriquecimiento para el espíritu. Negarles esto a las futuras generaciones es un
desperdicio absurdo, pues equivale a arrojar a la basura un patrimonio valiosísimo que la humanidad viene
acumulando desde ha milenios.
Otra manera muy agradable de introducir a los niños a estas historias es oralmente. El adulto que quiera
tener la alegría de compartir una narración con los pequeños puede leer con anterioridad la historia en privado,
a fin de conocerla o recordarla. Más adelante podrá contársela a su hijo (o alumno, o sobrino) con sus propias
palabras, de la manera en que la recuerde. Luego, cuando se presente la ocasión, puede regalarle el libro; será
un regalo para siempre.
El profesor y escritor George Steiner da un testimonio conmovedor de cómo puede funcionar ese proceso.
Recuerda que sus padres siempre le leían algo y después comentaban la lectura, de tal modo que él pudiera
hacer su propio aporte para que ese texto perdurara, confiriéndole una nueva dimensión. Con ello, él siempre
pedía más y más historias6:

Mi infancia se transformó en un festival de exigencias. La confirmación llegó una noche de


invierno, poco antes de mi sexto cumpleaños. Mi papá me había contado, a grandes rasgos, la
historia de La Ilíada, y había puesto el libro fuera de mi alcance impaciente. Ese día lo abrió ante
nosotros (...)

Más adelante, Steiner narra un episodio del Canto XXI, en el que Licaón hace un emocionante llamado a
Aquiles, suplicándole para que no lo mate. Steiner cita algunos versos y continúa: “Y en ese verso, mi papá se
detuvo, con aire de estudiada desesperación. ¡Qué ocurre a continuación, por el amor de Dios! Debí estar
temblando de pura frustración, temblando de verdad”.
El papá interrumpió la lectura, dijo que faltaba algo, que no entendía lo que estaba escrito y que
necesitaban descifrarlo juntos. Le tomó el dedo, siguieron leyendo juntos, repitieron la lectura, sílaba tras sílaba,
consultando el diccionario cuando era necesario:

Palabra tras palabra, verso tras verso. Recuerdo nítidamente el asombro que en mi agitada y
difícilmente madura conciencia infantil produjo la palabra amigo en mitad de la frase mortal (...)
Y aguijoneando aún más mi curiosidad, como quien no quiere la cosa, mi padre me hizo una
nueva proposición: "¡Qué tal si aprendemos de memoria algunos versos de este episodio!". Para
que la serena crueldad del mensaje de Aquiles, para que su dulce temor no nos abandonase
jamás. ¿Quién iba a decirme, además, lo que encontraría en mi mesilla de noche al entrar a mi
habitación? Salí disparado como una flecha, y allí estaba mi primer Homero. Puede que el resto

6
STEINER, George. Errata, el examen de una vida. Ediciones Siruela, Barcelona, 1998.
Universidad Nacional del Nordeste
Facultad de Humanidades
Lengua y Cultura Latinas 2019

no haya sido más que una apostilla a aquel momento. La Ilíada y La Odisea me han acompañado
durante toda mi vida (...) Y hay para mí, en cada página, un eco de la voz de mi padre.

No hace falta enfrascarnos en esta situación. No es necesario intelectualizar, recorrer el diccionario, seguir
lo leído con el dedo antes de los seis años, ni leer el original griego como es el caso del mencionado episodio.
Eran otros tiempos (1935) y otra sociedad (la Viena del período de entreguerras). Hoy todos tenemos prisa, ya
nadie aprende griego ni latín, hay excelentes adaptaciones de Homero para niños y jóvenes en español, y vivimos
en la civilización de la imagen, cargada de tentaciones visuales y de muchos otros medios de información. No se
trata de seguir literalmente el ejemplo de Steiner, pero no cuesta nada darle quince minutos a un hijo para
compartir un tesoro humano: el niño o el adolescente merecen una atención de calidad. Basta con leer juntos y
conversar, pues será igualmente inolvidable para el oyente. Escuchar lo que le cuentan y sentir que aquella lectura
es un regalo, una iniciación a algo precioso, un acto de amor, será una experiencia que lo marcará y que el tiempo
no podrá destruir.

Capítulo 12
Navegar es impreciso
Durante el gobierno militar del Brasil, el diputado Ulises Guimaraes fue uno de los políticos más
destacados de la resistencia democrática dentro del Congreso. Hubo un momento en que iba a realizarse otra
"elección presidencial indirecta", con votos marcados de antemano, sin votación popular y sin ninguna posibilidad
de que la oposición pudiera ganar. Él tuvo la idea de lanzarse de anticandidato, lo que le dio la oportunidad de
recorrer todo el país, fingiendo que hacía campaña para la presidencia. En realidad, aprovechó su gira para criticar
al gobierno. Aunque no fue electo como presidente, sus discursos contribuyeron a que la bancada de oposición
más numerosa que se había visto en el Brasil fuera elegida en el Congreso. Cuando le preguntaron durante su
campaña cuál era el sentido de todo aquello, y por qué se esforzaba tanto, en vista de que no tenía ninguna
probabilidad de ganar, el viejo político respondió, citando un clásico: "Navegar es preciso, vivir no es preciso".
Es posible que Guimaraes hubiera aprendido esa frase en latín, mientras estudiaba a Plutarco en la
escuela. Pero, en la misma época, cuando el compositor Caetano Veloso, perteneciente a una generación
posterior, citó también esa misma frase en la letra de una de sus canciones, Os argonautas (título que recuerda
una historia clásica griega), todo indicaba que se refería a otro autor. Como se trataba de un fado, lo más probable
es que Caetano Veloso estuviera rindiéndole un homenaje al poeta portugués Fernando Pessoa, quien también
incorporó los versos latinos traducidos a un poema suyo. En esa cadena de citas que se fecundan mutuamente
al ser traídas al portugués, la frase latina gana un sentido nuevo además del que ya tenía. Navegar es preciso,
sí, en el sentido de que es "necesario", como afirmaba el original. Pero es también un acto de precisión, pues la
vida es imprecisa, desordenada e inexacta.
Así, navegar por los clásicos de la literatura es preciso, pero impreciso. Es necesario, pero es inexacto.
No tiene un rumbo definido ni establecido de antemano, sino que es algo que se realiza a la deriva, al sabor de
las olas y los vientos, con sujeción a la corriente, en una sucesión de tempestades, calmas y desvíos. Un libro
lleva a otro; se abandona una lectura por otra; un descubrimiento da paso a una relectura. No hay un orden
cronológico. La lectura que hacemos de un libro que ha sido escrito hace varios siglos puede estar influenciada
por nuestro recuerdo de un texto contemporáneo que hemos leído primero. Leemos varios libros al mismo tiempo
(y ellos se contagian inevitablemente en ese momento), o estamos obsesivamente poseídos por un texto único
que no podemos soltar, o pasamos un buen tiempo sin leer, rumiando apenas lo que hemos leído anteriormente.
Pensé en todo esto al elegir la navegación como metáfora de la lectura de los clásicos. Y también recordé
que le damos otro uso a esta palabra cuando hablamos de "navegar en Internet". Creo que es muy interesante
pensar en la literatura como algo semejante a una gran red universal que une los puntos más distantes, capaces
de conectarse por su contigüidad y que son sustituibles unos por otros. Son caminos innumerables que se van
ofreciendo de forma ilimitada; un mundo infinitamente abierto a todas las posibilidades, sin fronteras.
Al examinar un poco ese universo de los clásicos que pueden ser ofrecidos a los niños, a los jóvenes y,
en general, a los lectores principiantes, procuré mantener esa actitud. Vamos a navegar. Esta es sólo una
invitación acompañada de un mapa. No es una fórmula, ni una receta, ni un programa curricular. No se espera
que nadie lea todos los libros mencionados, uno tras otro, pues ni siquiera están en orden cronológico. Traté de
ir y venir en el tiempo, de pasar de las utopías renacentistas a la ciencia-ficción, de agruparlos más por géneros
y afinidades que por franjas de edad, entre otras cosas, porque no creo en eso.
Varios libros y autores quedaron por fuera, incluso algunos que son de mi predilección. Sin embargo,
traté de limitarme a los clásicos que pueden conseguirse y que pueden estar al alcance de los niños y los jóvenes,
bien sea porque fueron escritos originalmente para este público, o bien porque pueden ser leídos (y bien
Universidad Nacional del Nordeste
Facultad de Humanidades
Lengua y Cultura Latinas 2019

aprovechados) en buenas versiones. Quedé sorprendida: ni yo misma esperaba que hubiera tantos libros en
versiones de tan buena calidad, a disposición de nuestros jóvenes lectores.
Sin embargo, ninguna lista de libros destacados serviría de nada si no estuviera acompañada de una
discusión honesta sobre el llamado canon literario, es decir, sobre la lista en sí. ¿Por qué estos títulos y no otros?
¿Por qué se considera precisamente que estos libros son los esenciales, y no se tiene en cuenta a tantos otros?
¿Por qué tantos autores masculinos? ¿Por qué tantos blancos, tantos europeos? ¿Por qué siempre los mismos?
¿Por qué no elaborar otra lista, otro canon alternativo? Por ejemplo, sería posible hacer una lista que sólo incluyera
a mujeres que no fueran blancas, y a escritores que no fueran europeos, pues, a fin de cuentas, casi nunca tienen
la oportunidad de darse a conocer.
Esto sería muy justo. Me encantaría ver una lista semejante para poder conocer otras cosas. Trato de ver
sus posibles componentes siempre que tengo la oportunidad. Pero esa no fue mi escuela, por algunas razones
que seguramente son muy simples, y tal vez algo insulsas, insatisfactorias.
La primera razón para no hacer aquí este tipo de listas es que no conozco lo suficiente para proponerla.
La segunda es un principio ético básico: no hacerle a los otros lo que no me gustaría que me hicieran. Sé que me
sentiría privada de algo fundamental si no hubiera leído a Homero, a Cervantes o a Shakespeare. No sé a quienes
podría proponer en su reemplazo; no puedo imaginarme sin Ulises, sin Don Quijote o sin Hamlet. Si no quiero
esa pobreza para mí, no es justo que experimente entonces con los jóvenes.
De cierto modo, también tuve que hacer una selección que cupiera dentro de un número razonable de
páginas. Todo el tiempo me debatí en el dilema que Cecilia Meireles, esa gran clásica de nuestra poesía brasilera,
resumió tan acertadamente en O esto o aquello:

O se tiene lluvia y no se tiene sol,


O se tiene sol y no se tiene lluvia.
O se viste el guante y no se pone el anillo,
O se pone el anillo y no se viste el guante.

Reconozco todas las limitaciones que tiene un canon y reconozco que las objeciones políticas que se le
hacen son muy pertinentes. Pero, al mismo tiempo, y aunque respeto todas esas reservas, no puedo dejar de ver
en el canon una extensión de la alfabetización, y esa es otra de las razones para mi selección. De la misma forma
en que las personas tienen que saber leer para no quedarse al margen de la civilización, también tendrían que
conocer aunque sólo fuera el canon. Sé que mi posición es bastante polémica en estos tiempos políticamente
correctos, y respeto sinceramente a quienes la refuten. Una parte de mí tampoco se siente a gusto con las
escuelas tradicionales, pero no puedo cambiar lo que ya sucedió. Y no creo que la forma de cambiar lo que viene
en camino sea ignorando lo que se construyó en el pasado.
Tal vez yo sea excesivamente optimista, pero creo que la solución de ese impasse provendrá de dos
cosas.
Por un lado, creo que si hay un mayor número de personas con historias y orígenes diferentes que lean,
establecerán su propia red de preferencias e influirán en los demás. Tal vez ese canon masculino y eurocéntrico
refleje apenas el hecho de que, hasta el día de hoy, ha habido más lectores blancos, hombres y europeos. Poco
a poco y a medida que se multipliquen, los nuevos lectores seguramente incluirán nuevos títulos y autores; y no
sólo por sus diferentes opciones, sino también por su propia escritura, pues crearán obras con una visión
totalmente distinta a la predominante. Nunca hubo tanta gente alfabetizada en el mundo, tanto en términos
absolutos como porcentuales. Eso tendrá que reflejarse en el canon, como comienza a verse ya en los catálogos
editoriales, en las listas de los más vendidos y en la distribución de los premios. Autores latinoamericanos, indios,
paquistaníes, japoneses, árabes y de tantas otras nacionalidades se encuentran actualmente en nuestras librerías
en una proporción que antes era inimaginable. Y la expansión de las mujeres escritoras en el siglo XX ha sido
otro fenómeno destacable, además del surgimiento de autores provenientes de clases sociales que anteriormente
no tenían acceso a la educación. Es inevitable que un nuevo canon incluya este tipo de contribuciones.
Por otra parte, espero que esa mayor cantidad de lectores, que comiencen además a una edad temprana,
puedan a su vez complementarse con una mejor calidad de lectura: la lectura crítica. Si un mayor número de
personas lee más y mejor, y puede comparar, argumentar y refutar su lectura, es muy posible que algunos títulos
y escritores dejen de ser tan valorados, y que se abran así nuevos espacios en el canon. Las sustituciones se
darán con naturalidad, gracias a la creciente práctica lectora de nuevas generaciones de población alfabetizada.
De la misma forma en que no creo que una lista deba ser impuesta en su totalidad, no creo que alguien, a título
individual, tenga el derecho de establecer un catálogo de prohibiciones o un nuevo canon. Algunos programas
totalitarios ya lo intentaron y los resultados fueron desastrosos. Pero lo que sí puede y debe hacerse es discutir,
Universidad Nacional del Nordeste
Facultad de Humanidades
Lengua y Cultura Latinas 2019

opinar, criticar y presentar nueva opciones. A fuerza de tantas manifestaciones, algo nuevo surgirá. Puedo unir
mi voz a todas ellas, aunque la mía sea apenas una sola. Pero ese no era mi propósito.
Algunos de los títulos que escogí pueden parecer bastante difíciles para los niños. Tal vez, pero sólo para
algunos. Los niños pueden elegir otros libros. No existen dos lectores iguales y, más aún, no existen dos niños
iguales. Una de las maravillas de la lectura es que le da a cada uno su espacio individual, sin importar la edad del
lector.
Otras de las selecciones, por el contrario, pueden parecer bastante fáciles, e incluso un poco insulsas.
Dulce engaño: simpleza no es superficialidad. Si la parte visible, que es el título de algunos de los libros sugeridos,
puede parecer tan cristalina que da la impresión de que sus aguas son pandas,
preste atención: debajo puede haber refugios y cuevas, remolinos y abismos. Si incluí los típicos clásicos infantiles
y juveniles, además de las versiones condensadas de los "monstruos sagrados" para adultos es porque realmente
no veo ninguna incompatibilidad entre ellos. Además, podrán releerse más delante de manera provechosa.
Coincido bastante con la definición de C. S. Lewis, quien afirma que el clásico infantil y juvenil es aquel cuya
lectura puede realizarse durante la infancia.
Los libros de los que hemos hablado en estas páginas tendrán algo que decirles a los lectores, sin importar
su edad. Adicionalmente, algunos de estos libros (y serán necesariamente diferentes para cada lector) irán más
allá. Tendrán el efecto de un relámpago, iluminándolo todo de manera repentina. Harán que el lector termine la
última página, transformado para siempre; que sea diferente a quien era cuando comenzó la lectura. Es difícil
medir cómo y cuánto cambiará. La lectura es una navegación imprecisa, pero una experiencia inigualable. Buen
viaje.

Ana Maria Machado nació en río de Janeiro, Brasil, en 1941. Ha escrito numerosos cuentos para niños y jóvenes, como Ah
pajarita, si yo pudiera, Pimienta en la cabecita, Eso no me lo quita nadie y Del otro mundo, entre otros. En el año 2000 fue
galardonada con el premio Hans Christian Andersen, la máxima distinción en el mundo de la literatura infantil.

Potrebbero piacerti anche