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Estamos, una vez más, ante la ley y la moral, sólo que esta vez lo haremos situados desde
la perspectiva que interroga por las normas sexo-generizadas y el modo en que éstas
determinan no sólo lo que podemos o no hacer, sino también, lo que podemos (o no) ser,
conocer, desear, esperar, celebrar, lamentar, doler, llorar o soñar. En este sentido, tanto la
pregunta foucaultiana por el modo y el por qué de nuestra preocupación moral por
nuestra sexualidad, como el interrogante butleriano por el rol productivo de las normas
(de sexo-género) en lo que refiere a nuestra inteligibilidad y existencia, nos colocan -
nuevamente- ante el problema kakfiano.
¡Sapere aude! Tener el coraje de saber, de preguntar por los límites que nos constituyen y
por las leyes que nos dominan, condicionan y posibilitan, equivale para estos autorxs a
preguntarse por el modo en que somos producidos como sujetos sanos o locos,
hetersexuales u homosexuales, como sujetos pornográficos o sujetos abortantes. Y pensar
esto, y el modo en que podemos movernos, desplazarnos, resistir o llegar a ser otrxs, tiene
mucho que ver con la libertad.
La ética, decíamos al inicio de nuestro recorrido, se sitúa para nosotrxs -más que en el
horizonte de una analítica de la verdad- en las coordenadas de la(s) ontología(s) de
nosotros mismos, ie. de aquel ethos crítico que interroga por lo límites y
condicionamientos que nos hacen ser quienes (no) somos, y hacer lo que (no) hacemos. El
valor etho-poiético, para decirlo con Foucault, de las normas morales y sexuales, así como
la problematización de las mismas, exige que nos interroguemos por sus límites y las
posibilidades de franquerlos.
J. Butler recupera esta preocupación foucaultiana por interrogar los principios y normas
que determinan la ontología de nuestro presente, configurando también las condiciones
de su (im)posible transformación. Según la norteamericana, en nuestra
contemporaneidad, uno de los aspectos fundamentales que determinan el horizonte de lo
inteligible, y por tanto de "lo 'imposible', lo eligible, lo irrealizable, irreal e ilegítimo", son
las normas respecto del género y la sexualidad. Es más, la inteligibilidad de lo humano (o el
problema de los principios de inteligibilidad des.humanizantes) está condicionada por
suposiciones normativas respecto del género y la sexualidad (real, natural, moral, legal,
deseable, permitida, celebrada).
Según la filósofa lesbiana y feminista J. Butler, los términos de nuestra legibilidad, esos
principios de inteligibilidad, histórica y culturalmente situados, no sólo producen la
legitimación y deslegitimación de determinados modos de vida y órdenes de ser, sino que
constituyen en sí mismos, en su poder prescriptivo-performativo, las coordenadas
ontológicas de lo (más o menos) humano. De allí que tengamos la responsabilidad de
formular preguntas como las siguientes: ¿Qué vuelve inteligible y humana nuestras vidas?
¿Qué hace que nuestros cuerpos ingresen a la esfera de los cuerpos percibidos, y
reconocidos como humanos? ¿En qué medida el género y la sexualidad forman parte de
estos principios de inteligibilidad? ¿Qué hace que algunxs deseos, cuerpos, pensamientos
y comportamientos sean reconocidos como "más o menos" humanos? Y esto porque, para
decirlo heideggerianamente, no todxs somxs acogidxs en la casa del ser (humano).
Determinadas encarnaciones del género y la sexualidad "darán en la talla" de las
condiciones (restrictivas) sociales y culturales de "las leyes (de la hospitalidad)" sexo-
generizadas8, mientras que otras, disidentes, resistentes, diferentes, transgrederán dicha
normatividad y suscitarán, por tanto, no una cálida acogida, sino el rechazo hacia la
vulnerabilidad de los que no son (bienvenidos)
Las normas de género, a las que Butler define en términos de "principios de inteligibilidad"
han de instituir (junto a otra pluralidad de normas de raza, clase social, etc) el campo
posible de nuestra ontología, así como nuestra ubicación dentro de sus coordenadas. Estos
principios de legibilidad socio-culturales determinan el horizonte del ser (humano) en el
cual será posible (o no) emerger como un sujeto legítimo.
Foucault, antes que Butler, ya había caracterizado las normas en términos de "principios
de inteligibilidad" que no sólo operan para tipificar y clasificar a los individuos, sino que
también detentan un poder correctivo. "Generizando" esta misma línea argumentativa,
Butler dirá que la inteligibilidad socio-cultural actual está permeada por las normas del
género. Ellas, con las implicancias en términos de orientación y prácticas sexuales,
identidad y presentación de género, etc , operan tanto como principios de inteligibilidad
cultural, así como reglas o normas que poseen un poder corrector y prescriptivo. En
nuestro contexto histórico, parte de nuestra humanidad, y de nuestra in-humanidad, de
nuestra legibilidad cultural y social, se juega en esta identificación/identificabilidad
(individual y social) que nos atraviesa por la grilla de género y del sexo. Basta tener que ir a
un baño público, o llenar casi cualquier formulario administrativo, para comprender este
punto. Dichas presuposiciones normativas sobre el género y la sexualidad determinan un
ideal regulativo que distribuye a los cuerpos y a los sujetos en la escala que va de lo
(plenamente) humano a lo menos humano (o in-humano).
Así las normas no sólo determinan el ámbito y experiencias de los vivible, de aquello que
Butler llamar la "habitabilidad", sino también las zonas oscuras donde la abyección se
traduce en vulnerabilidad. Allí donde aparece una discrepancia, una diferencia o
dislocación de las normas sexo-generizadas de nuestra sociedad, surge el espesor de lo
menos habitable, lo menos vivible. La cara inhospitalaria de nuestras leyes de la
legibilidad, de nuestros conceptos y principios rectores. Es este espesor violento el que
rige, creemos, nuestra responsabilidad ético política de interrogarlos, evaluarlos, y -de ser-
posible- modificarlos, dislocarlos, traspasarlos, o franquearlo.
A juicio de Butler, tanto el género como el sexo y el deseo (lo que se reconoce como “sexo
real”, “género verdadero” o “deseo normal”) están constituidos por esas normas
culturales de inteligibilidad. Normas éstas que asumen lo que la autora, siguiendo
fundamentalmente a A. Rich y M. Wittig, denomina "la matriz heterosexual"12. La misma
produce un régimen de verdad (hetero)sexista que liga de manera causal y expresiva los
ideales del sexo, género, deseo y prácticas sexuales, a la vez que establece una ontología
binaria que se estructura los patrones ideales del ser-mujer y el ser-varón:
Esa heterosexualidad institucional exige y crea la univocidad de cada uno de los términos de género que
determinan el límite de las posibilidades de los géneros dentro de un sistema de género binario y
opuesto. Esta concepción del género no sólo presupone una relación causal entre sexo, género y deseo:
también señala que el deseo refleja o expresa al género y que el género refleja o expresa el deseo.13
Considerar que las categorías fundacionales del sexo, el género y el deseo son efectos de una formación
específica del poder requiere una forma de cuestionamiento crítico que Foucault, reformulando a
Nietzsche, denomina ‘genealogía’. La crítica genealógica investiga las implicancias políticas que posee
designar como origen y causa a esas categorías identitarias que son, de hecho, los efectos de
instituciones, prácticas y discursos con múltiples y difusos puntos de origen
2.
2ª
“[E]l poder es tolerable sólo con la condición de enmascarar una parte importante de sí
mismo. Su éxito [dirá Foucault] está en proporción directa con lo que logra esconder de
sus mecanismos”25. Como cuando “nos hace creer” que la arquitectura está al servicio de
una diferencia natural, como lo sería el dimorfismo sexual; y, en su lugar, es la misma
arquitectura la que produce esa diferencia, la que incluso performa esa naturaleza
(artificial). El "artilugio" del baño es simular "respetar" una diferencia natural, cuando en
realidad lo que hace es fijarla, producirla, a través de sus múltiples técnicas (muros,
cartelitos, usos y costumbres, etc). Si Foucault ha dejado un legado para el pensar
contemporáneo, éste es el de inquirir por las tecnologías positivas de subjetivación, de
esos dispositivos, prácticas o "prótesis" -para decirlo con Preciado- que producen,
controlan y disciplinan nuestros cuerpos, deseos, placeres y comportamientos. Las mismas
constituyen uno de los nudos fundamentales a partir de los cuales podemos comenzar a
desarrollar lo que Foucault denominó el paradigma biopolítico de la modernidad. El
mismo implicará no tanto la "falsificación" de su paradigma polémico, el paradigma
soberano, como el desplazamiento y suplemento del mismo desde la perspectiva
multiforme y productiva de las relaciones de poder
2ª1
BIOPODER
Por último, y este es el tercer elemento a tener en cuenta, la visión soberana del poder se
piensa a partir de una dinámica negativa que gira en torno a las categorías de lo legal-
ilegal, lo permitido y lo prohibido. El modelo jurídico, centrada en la ley (sobre lo que
volveremos en el próximo apartado) y la fuerza de la espada, se revela eminentemente
como un poder (negativo) que puede ser resumido en “el derecho de vida y derecho de
muerte" propio del soberano. Dicho derecho de vida y de muerte remonta sus raíces a la
vieja patria potestad que daba al padre de familia romana el derecho de ´disponer’ de la
vida de sus hijos como la de sus esclavos. Este derecho, esta potencia de vida-muerte del
poder soberano es, como lo observamos en Hobbes, un derecho adquirido por la cesión
del poder-libertad de los súbditos. Sin esta cesión, el poder soberano no sería tal, y las
leyes no podrían adquirir la legitimidad que surge del contrato social (y la consecuente
cesión de potencias). Por su parte, Foucault no olvida matizar la especificad de los teóricos
clásicos quienes consideran que este "derecho de vida y de muerte" está atenuado,
“moderado”, podríamos decir. El mismo no se ejerce incondicionadamente, sino sólo en
los casos en que el soberano encuentra expuesta su existencia misma (especie de derecho
de réplica), o cuando requiera de su asistencia en la guerra. El soberano puede hacer la
guerra legítimamente y pedir a sus súbditos que tomen parte en la defensa del Estado. Sin
“proponerse directamente su muerte”, puede exponer entonces sus vidas ejerciendo un
derecho “indirecto” de vida y de muerte (Pufendorf). Ahora bien, cuando el súbdito se
levanta contra él y desafía su poder y legitimidad, el soberano puede ejercer un poder
directo sobre su vida. A título de castigo, lo matará. Así, entendido el derecho de vida y
muerte ya no es un privilegio absoluto: está condicionado por la defensa del soberano y su
propia supervivencia. El soberano no ejerce su derecho sobre la vida sino poniendo en
acción su derecho de matar, o reteniéndolo. Es su poder de muerte el que antecede -y
vehicula- su poder sobre la vida, en tanto puede disponer de ella o suprimirla. De allí que,
concluya Foucault, el derecho que se formula como de vida y muerte es, en realidad, “el
derecho de hacer morir o de dejar vivir”. El poder que se ejerce sobre la vida no es
directo, en este punto. Es un dejar vivir. En el modelo jurídico del soberano el poder es
ante todo “derecho de captación”, “instancia de deducción”: de las cosas, del tiempo, de
los cuerpos y, en última instancia, de la vida de los súbditos. En definitiva la potencia del
soberano es la potencia del no, de la prohibición, la censura o la sustracción. Como se
aprecia, este poder se sustenta en la legitimidad de la ley y la fuerza disimétrica (y vertical)
del soberano sobre los súbditos.
El viejo “derecho de hacer morir y dejar vivir”, concluirá Foucault, fue reemplazado en
dispositivo biopolítico por el “derecho de hacer vivir y rechazar hacia la muerte”. Es en la
vida y a lo largo de su desarrollo donde el poder ejerce su fuerza; la muerte es su límite, el
momento que no puede apresar, el punto más secreto y privado de la existencia.
La vida, sostiene Foucault, escapa una y otra vez a las técnicas que intentan dominarla y
administrarla. Nunca pueden ser exhaustivamente integradas a las mismas. Aún así, lo
importante de la era biopolítica es que el ejercicio del poder se centra en la administración
y producción de determinadas formas de vida. Y para ello, tomara a su cargo al cuerpo,
tanto del individuo como de la población.30
2ª2
La Ley representa la potencia de la espada propia del soberano, y no puede, por tanto, no
estar armada. A quienes transgreden la ley, responde, al menos a título de último recurso,
con esa amenaza absoluta de la muerte. Como podemos observar nuevamente, esta
fuerza de ley articula la dinámica negativa y prohibitiva de la organización y
funcionamiento jurídico del paradigma soberano. Ella instituye un sistema de
prohibiciones que el soberano debe hacer respetar. Su penalidad se estructura de este
modo a partir de la oposición binaria entre lo permitido y lo prohibido. Además, nos
advierte Foucault, la ley se aplica a los individuos pero desde el exterior, y esencialmente
con motivo de una infracción. Por último, la ley delimita un ámbito de lo permitido como
un espacio de libertad no investido por ella. Es, en este sentido, lacunar, en tanto deja
lagunas o espacios donde no interviene ni tiene injerencia.
Si la ley implica una exterioridad y una intervención desde “el afuera” que sólo se justifica
ante una trasgresión respecto de lo permitido, la norma no aprehende al individuo con
motivo de actos precisos y puntuales, sino que pretende investir la totalidad de la
existencia. Mas que lacunar, en todo caso, es difusa, solapada, indirecta, y acaba por
imponerse luego de interminables reprimendas mezquinas, dirá Gros leyendo a Foucault.
La “micropenalidad” de los sistemas disciplinarios propios del dispositivo biopolítico
constituye la instancia de inscripción en el cuerpo de las conductas normalizadas. E. Castro
explica que Foucault establece cinco diferencias fundamentales entre la norma y la ley.
Quisiéramos recuperar aquí tres de ellas:
1) la norma refiere los actos y las conductas de los individuos a un dominio que es, a la vez, un
campo de comparación, de diferenciación y de regla a seguir (la media de las conductas y de los
comportamientos. […] 4) A partir de la valoración de las conductas, la norma impone una
conformidad que se debe alcanzar; busca homogeneizar. […] 5) Finalmente, la norma traza la
frontera de lo que es exterior (la diferencia respecto de todas las diferencias): la anormalidad.32
NORMA VS “MEDIA”
Nos interesa rescatar estos tres aspectos que señala Castro. En primer lugar, es necesario
reparar en la vinculación entre la norma y la “media” que la misma establece. La norma
representa la institución de un patrón aceptable y esperable de conducta que implica la
institución de un criterio comparativo (y correctivo) de los individuos. Gros refiere a esta
cuestión enfatizando el intento de la norma por“alcanzar la interioridad de los individuos a
fin de imponerles una línea determinada”,33 línea que marca un camino, una media o
medida que regla el comportamiento para los individuos. Por otro lado, la norma aparece
como fuente de homogeneización, y por tanto, como uno de los instrumentos
privilegiados de un poder destinado a organizar, normalizar y controlar los cuerpos. La
norma, dirá Foucault en Los anormales, no es sólo un principio de inteligibilidad y
clasificación, sino también un principio correctivo. En tercer lugar, y como consecuencia de
los anteriores, es vital señalar la vinculación -y determinación- del ámbito de lo anómalo
como reverso de la institución de normas. La “exterioridad” de la norma (un “exterior”
interno, y funcional, deberíamos decir) señala el ámbito de las anomalías que el dispositivo
biopolítico deberá identificar (a la vez que producir), para poder intervenir y controlar.
Como veíamos cuando tematizamos la norma como principio de inteligibilidad en J. Butler,
la misma no sólo determina el ámbito de lo vivible en término de "lo humano" (de lo que
es reconocible y legitimable como tal) sino también la esfera de su abyección, de su no-
humanidad, de su inhabitabilidad.
Foucault dirá, a propósito de la distinción entre norma y ley, que: “un poder semejante [ie,
un poder biopolítico] debe calificar, medir, apreciar, y jerarquizar, más que manifestarse
en su brillo asesino”34. Esto no significa que la ley se borre o que las instituciones de
justicia tiendan a desaparecer; en todo caso, señala Foucault, la ley comienza a funcionar
más en el modo de la norma, y la institución judicial se integra cada vez más en un
continuum de aparatos (médicos, administrativos, etc) cuyas funciones son sobre todo
reguladoras. “Una sociedad normalizadora fue el efecto histórico de una tecnología de
poder centrada en la vida”35, dirá Foucault para sintetizar la eficacia productiva de las
normas.
2ª3
Ese poder sobre la vida se desarrolló y ejerció, desde el s. XVII en adelante (pero
fundamentalmente a los largo de los siglos siguientes), en dos formas principales, que no
son antitéticas sino que constituyen los dos polos de desarrollo enlazados del biopoder: la
"anatomopolítica del cuerpo individual" y la "biopolítica de la población”.
Las disciplinas del cuerpo y las regulaciones de la población constituyen los dos polos
alrededor de los cuales se desarrolló la organización de un poder (de unos poderes) “cuya
máxima función no es ya matar sino invadir la vida enteramente”, tomarla a su cargo.
Aquí no se trata de suprimir la vida, sino producirla, administrarla, organizarla,
intensificarla, controlarla y regularla. La vieja potencia de muerte deja lugar a la
administración de los cuerpos y la gestión calculada de la vida. Escuelas, colegios,
cuarteles, talleres, censos, baños, controles de natalidad, propagandas, leyes, viviendas,
programas de televisión, encuestas, etc, se presentan como los medios para obtener “la
sujeción de los cuerpos y el control de las poblaciones”. Analizar las relaciones de poder
desde estas dos tecnologías positivas del poder supone, justamente, abandonar el
paradigma soberano que adopta un modelo jurídico de comprensión, para pensar en
términos de un modelo estratégico. Dedicarse al análisis de los controles disciplinares y las
regulaciones poblacionales, sus articulaciones, encadenamientos, corrimientos, e incluso
contradicciones, implica “guillotinar al rey”, o pensar “el poder sin la ley”.7
Ahora sí, una vez delineada la matriz biopolítica, es posible comprender el lugar y
especificidad que Foucault le concede al dispositivo de la sexualidad. El mismo, nos señala
el autor, ha sido central en la organización de una "sociedad normalizadora" cuyas
tecnologías básicas son los controles disciplinares y las regulaciones de la población. Pero,
¿por qué esta preocupación ética (política, pedagógica, económica, etc) por el sexo? ¿Cuál
ha sido su eficacia? La respuesta no parece ser sino ésta: en la articulación en un mismo
campo, el campo de la sexualidad, del polo disciplinar y el poblacional de las tecnologías
positivas del biopoder.
Sobre ese fondo puede comprenderse la importancia adquirida por el sexo como el ‘pozo’ del juego
político. Está en el cruce de dos ejes, a lo largo de los cuales se desarrolló toda la tecnología política de
la vida. Por un lado, depende de las disciplinas del cuerpo: adiestramiento, intensificación y distribución
de las fuerzas, ajuste y economía de las energías. Por el otro, participa de la regulación de las
poblaciones, por todos los efectos globales que induce. Se inserta simultáneamente en ambos registros;
da lugar a vigilancias infinitesimales, a controles de todos los instantes, a arreglos espaciales de una
meticulosidad extrema, a exámenes médicos o psicológicos indefinidos, a todo un micropoder sobre el
cuerpo; pero también da lugar a medidas masivas, a estimaciones estadísticas, a intervenciones que
apuntan al cuerpo social entero o a grupos tomados en conjunto. El sexo es, a un tiempo, acceso a la
vida del cuerpo y a la vida de la especie. Es utilizado como matriz de las disciplinas y principio de las
regulaciones.38
2b1
Esta mecánica del poder es limitativa y hace que el poder aparezca no sólo como
coherente y monolítico, sino como pobre en recursos: monónotono en sus tácticas y
condenado a repetirse. Por un lado, esta visión (soberana) del poder lo condena a una
única modalidad, en la medida en que sólo tendría la fuerza del no y la forma del derecho,
que solo puede reprimir o contener pero que se presenta como incapaz de producir nada.
Así el modelo jurídico rige una economía del poder en la que éste está centrado en el solo
enunciado de la ley y el funcionamiento de lo prohibido. A juicio de Foucault, esto implica
desestimar la riqueza estratégica y la eficacia productiva de un poder que toma a su cargo
la administración de la vida, y no ya la defensa de la soberanía.
Foucault concluirá, como ya hemos señalado, que es necesario liberarse de este modelo
jurídico de comprensión del poder si es que queremos concebir tanto el poder como el
sexo sin el privilegio teórico de la ley y la soberanía, y dar así cuenta de estos nuevos
mecanismos y procedimientos del dispositivo biopolítico.
2b2
Frente a una dinámica negativa y prohibitiva, nos encontramos nuevamente con las
técnicas positivas que constituyen una tecnología del sexo. En este momento, es
necesario formular una aclaración: Foucault no niega en ningún sentido la eficacia y la
presencia de tecnologías negativas del poder como la legislación, la censura o la
prohibición. Lo que sostiene, en ese sentido, no es tanto la falsedad de la hipótesis
represiva como su insuficiencia. Más que negar los mecanismos represivos del poder, es
necesario complementarlos con un análisis de las nuevas tecnologías positivas de
subjetivación:
No digo que la prohibición del sexo sea una engañifa, sino que lo es trocarla en el elemento
fundamental y constituyente a partir del cual se podría escribir la historia de lo que ha sido dicho, a
propósito del sexo en la época moderna. Todos esos elementos negativos- prohibiciones, rechazos,
censuras, denegaciones- que la hipótesis represiva reagrupa en un gran mecanismo central destinado a
decir no, sin duda sólo son piezas que tiene un papel local y táctico que desempeñar en unapuesta en
discurso, en una técnica de poder, en una voluntad de saber que están lejos de reducirse a dichos
elementos.43
2b3
Frente a la supuesta represión de una sexualidad que debe ser reglada y contenida,
Foucault señalará la explosión discursiva en torno al sexo que se observa desde el S XVIII.
La sexualidad, más que sometida al mutismo y a la censura, parece ser la presa de una
doble voluntad de saber: a. queremos saber qué pasa con ella (y si no, basta abrir
cualquier revista dirigida tanto al público masculino como femenino, y veremos encuestas
sobre nuestras prácticas sexuales, su frecuencia, modos, etc), y b. pensamos que el sexo
sabe qué es lo que pasa con nosotrxs. La sexualidad se ha transformado así en cifra de
inteligibilidad e identidad. La grilla de nuestra humanidad, sostiene Butler, se rige por la
matriz (hetero)sexual.
A partir del siglo XVIII, y desmintiendo la hipótesis represiva, o más bien mostrando su
insuficiencia explicativa, observamos como aparecen nuevos mecanismos que toman a su
cargo la vida y los cuerpos de los hombres. Estos mecanismos, como venimos
desarrollando, no funcionan (mayormente) en el modo del derecho, sino a través de las
técnicas (productivas) que tienden a la normalización y disciplinamiento de los cuerpos, los
placeres, los deseos y las prácticas. Estos saberes-poderes no tienen en su centro a la ley
sino a la norma y a su riqueza estratégica. Si bien la normalización hace uso de los
castigos, opera por medio de controles regulares y constantes que se "ejercen en niveles
que exceden al estado y a sus aparatos represivos". Especificar estas técnicas será la tarea
de una analítica del poder que rastree y de cuenta de las “técnicas polimorfas del poder”,
técnicas que no sólo bloquean, rechazan o descalifican, sino que también incitan,
promueven, intensifican, e incluso producen.
A este respecto vale traer a colación la tesis de Los anormales, según la cual "a través de
toda la sociedad moderna, cierto tipo de poder –ni médico, ni judicial, sino otro- logró
colonizar y reprimir el saber médico y el poder judicial;[...]. Este surgimiento del poder de
normalización, la manera en que se formó e instaló, sin buscar jamás apoyo en una sola
institución, sino gracias al juego que consiguió establecer entre diferentes instituciones,
extendió su soberanía en nuestra sociedad; esto es lo que querría estudiar.”44 La
"psicopatología" de la segunda mitad del siglo XIX representa uno de los saberes sobre la
perversión, que construyó su etiología en torno a la sexualidad, uno de los discursos más
preocupados por determinar, clasificar y controlar los placeres (perversos) de los sujetos.45
3ª