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Cambiar, por ej. la dinámica de una Iglesia moralizante, estructurada y doctrinaria a una Iglesia
autocrítica, sencilla, acogedora, involucrada en toda la vida del hombre. Cf. SCHICKENDANTZ, Carlos:
Una Universidad de Inspiración Cristiana, Cuaderno EXTM nº 2, Ed. UCC, Córdoba, 2005,12-13.
3 Cf. RICOEUR, Paul: La Función hermenéutica, 119.
4
Cf. AZCUY, Virginia: “Teología desde las biografías” en Mujeres, 205.
necesario acudir, como ella, a una interioridad, a una mística sólida que dé unidad y
sentido a los criterios de acción de frente a este contexto. Y si se tiene en cuenta el
camino de Amor y Reparación al Corazón de Jesús y a la humanidad que la misma
Catalina nos propone, aparecen vías a través de las cuales se puede dialogar y
responder a nuestro entorno, a esta realidad que nos interpela.
Urge fortalecer las democracias, sincerar los criterios económicos, instrumentar
el servicio de los medios de comunicación, valorar a los más olvidados y socorrer a los
sufrientes, trabajar en misión compartida, convertir las estructuras y las acciones tibias
de la Iglesia, ¿qué son estas praxis sino la dignificación de la condición humana, “tener
sensibilidad por el hombre, por el solo hecho de que es ser humano?” 5, se trata
entonces de vivir el Evangelio, de seguir el mandamiento del amor y en caso de que
éste sea precario o esté ausente, reparar esa ausencia con, justamente, más amor.
De este modo, desde el coloquio con los signos de su tiempo a través de la
opción por la dignificación de la mujer, hasta la centralización de su historia en el
Corazón de Jesús; el proceder de Madre Catalina es actual, no se agota, está más allá
de los contextos. Le dio respuestas a un momento histórico, con un obrar que es
pertinente, prescindiendo de las categorías epocales.
Esta mujer dialogó, se dejó interpelar por lo que, en ese momento, era lo más
débil y herido de la sociedad. El amor, la pasión por la humanidad, la llevó a reparar
esas heridas a tal punto de abrir caminos para otros al fundar la congregación. Todo en
un clima de novedad para la época, tanto en las estructuras que traspasó como en su
respuesta al “ethos” con un discurso que legitimó con acciones; usó además para
relacionarse una actitud basada en la empatía, el buen humor, el diálogo, el
discernimiento, la contemplación.
Este modo de vida no fue una improvisación. Bien puede decirse que, frente a la
opción verdadera de amar y reparar se presenta el que sufre, a quienes Jesús les
confiere una autoridad ineludible. Esta opción es un martirio, que santifica, pero que
exige un sólido alimento que Catalina encontró en la Mayor Gloria al Sagrado Corazón
a través de la espiritualidad ignaciana. Movilizada desde el amor y la reparación al
Corazón de Jesús buscó canales para vivir esa espiritualidad y los desarrolló, como lo
he expresado, en la promoción de la mujer, en un liderazgo humanizador, el cambio de
5
Cf. JUAN PABLO II: Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, Ed. San Pablo, Buenos Aires, 1999, nº 30.
ciertos paradigmas, la búsqueda constante del querer de Dios para sí y para otros 6, con
una fe, esperanza y caridad a toda prueba7.
Con este marco me animo a afirmar que la vida de Catalina nos trae aires nuevos
para dar respuestas genuinas y proactivas a lo que hoy vivimos; merece y puede ser
contada e imitada.
Luego de haber manifestado la conveniencia de que la Biografía de Catalina de
María sea considerada y que además, no es utópica la posibilidad de vivir a su estilo;
se impone describir aquellos espacios en los que sería importante detenerse, sea
como principio o como un fin de este modo de abrazar la humanidad con amor
reparador.
6
Madre Catalina vivió en una época que la configuró, la búsqueda sincera de la voluntad de Dios le
dieron la libertad y la lucidez necesarias para no dejarse determinar por ella. Podría decirse que superó
una mirada moral basada en la práctica de las virtudes a la vivencia de una espiritualidad concreta.
7
En 1997, la Congregación la para la Causa de los Santos, declaró que Madre Catalina vivió las virtudes
de modo heroico. Cf. RODRÍGUEZ, Catalina de María: Memorias, 7-9.