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IV.

2 LA REALIDAD QUE NOS INTERPELA


El Documento de Aparecida en el capítulo II, describe el contexto
Latinoamericano con el sugerente título de “La realidad que nos interpela como
Discípulos y Misioneros”. De allí tomaré los puntos salientes para, como lo hice con la
Córdoba de Saturnina en el Capítulo II, realizar un acercamiento al “ethos” de esta
época.
Los Obispos, sostienen en dicho Documento, que el pueblo Latinoamericano
atraviesa una realidad marcada por grandes cambios que afectan la cultura, la
economía, la política, las ciencias, la educación, el deporte, las artes y también la
religión.
Al inicio, Aparecida denuncia todo aquello que el cambio de época acarrea de
perjudicial para el hombre. Esta nueva cultura se caracteriza por la autorreferencia del
individuo, una sobrevaloración de la subjetividad personal que conduce a la
indiferencia por el otro; así concebidas las relaciones humanas se consideran objetos
de consumo.
Los medios de comunicación han invadido todos los espacios y todas las
conversaciones. La información de último minuto, la distracción, el entretenimiento,
las imágenes de los exitosos, hacen que las personas busquen denodadamente una
experiencia de felicidad que se pretende alcanzar con bienestar económico y
satisfacción hedonista. Se deja de lado la preocupación por el bien común para dar
paso a la realización inmediata de los deseos de los individuos, a la creación de nuevos
y, muchas veces, arbitrarios derechos individuales.
La dignidad de muchas mujeres vive una situación precaria. Algunas, desde niñas
y adolescentes, son sometidas a múltiples formas de violencia dentro y fuera de casa:
tráfico, violación, servidumbre y acoso sexual; desigualdades en la esfera del trabajo,
de la política y de la economía; explotación publicitaria por parte de muchos medios de
comunicación social, que las tratan como objeto de lucro.
Es también alarmante el nivel de la corrupción en las economías. La población
económicamente activa de la región está afectada por el subempleo, el desempleo y el
trabajo informal. Y si bien hay un cierto progreso democrático se registra un acelerado
avance de diversas formas de regresión autoritaria por vía democrática que, en ciertas
ocasiones, derivan en regímenes de corte neopopulista.
En este cambio cultural los obispos reconocen también aspectos positivos, como
el valor fundamental de la persona, de su conciencia y experiencia, la búsqueda del
sentido de la vida y la trascendencia e independientemente de su forma, son
reconocidas la libertad y la dignidad de la persona.
La globalización se manifiesta como la profunda aspiración del género humano a
la unidad, al mismo tiempo lleva también aparejado el surgimiento de una clase media
tecnológicamente letrada. Sin perder de vista que, una globalización sin solidaridad
afecta negativamente a los sectores más pobres.
La realidad descrita debiera llevarnos, según Aparecida, a contemplar los rostros
de quienes sufren; ellos son las comunidades indígenas y afroamericanas; muchas
mujeres, que son excluidas en razón de su sexo, raza o situación socioeconómica;
jóvenes, que reciben una educación de baja calidad y no tienen oportunidades,
muchos pobres, desempleados, migrantes, desplazados, niños y niñas sometidos a la
prostitución infantil, los que dependen de las drogas, las personas con capacidades
diferentes, los portadores y víctima de enfermedades como la malaria, la tuberculosis
y VIH - SIDA, los secuestrados y a los que son víctimas de la violencia, del terrorismo,
de conflictos armados y de la inseguridad ciudadana. También los ancianos y los
presos.
Siguiendo con el diagnóstico, el Documento de Aparecida, detiene su mirada en
la Iglesia Católica, de quien dice que, a pesar de las deficiencias y ambigüedades de
algunos de sus miembros y con una cierta ausencia de ardor misionero, ha dado
testimonio de Cristo, anunciado su Evangelio y brindado su servicio de caridad
particularmente a los más pobres, dirigiendo esfuerzos por promover su dignidad, y
poniendo también empeño en la promoción humana. Con su voz, unida a la de otras
instituciones, ha ayudado a dar orientaciones prudentes y a promover la justicia, los
derechos humanos y la reconciliación de los pueblos. Esto ha permitido que la Iglesia
sea reconocida socialmente en muchas ocasiones como una instancia de confianza y
credibilidad; aunque el insuficiente número de sacerdotes y su no equitativa
distribución imposibilitan que muchas comunidades puedan participar regularmente
en la celebración de la Eucaristía. A esto se añade la relativa escasez de vocaciones al
ministerio y a la vida consagrada.
Crecen los esfuerzos de renovación pastoral en las parroquias, mediante diversos
métodos de nueva evangelización, transformándose en comunidad de comunidades
evangelizadas y misioneras. Innumerables iniciativas laicales en el ámbito social,
cultural, económico y político, hoy se dejan inspirar en los principios provenientes de
la Doctrina Social de la Iglesia.
Se manifiesta, como reacción al materialismo, una búsqueda de espiritualidad, de
oración y de mística que expresa el hambre y sed de Dios y un profundo sentimiento
de solidaridad.
La valoración de la ética es un signo de los tiempos que indica la necesidad de
superar el hedonismo, la corrupción y el vacío de valores. Se constata, así mismo, un
escaso acompañamiento dado a los laicos en sus tareas de servicio a la sociedad.
Tras la búsqueda de una mirada autocrítica e integral, Aparecida declara que,
lamentablemente, se debe reconocer que en las últimas décadas, numerosas personas
han perdido el sentido trascendente de sus vidas y abandonaron las prácticas
religiosas, y, por otro lado, un número significativo de católicos está abandonando la
Iglesia para pasarse a otros grupos religiosos. Ha faltado valentía, persistencia y
docilidad a la gracia para proseguir, fiel a la Iglesia de siempre, la renovación iniciada
por el Concilio Vaticano II, impulsada por las anteriores Conferencias Generales, y para
asegurar el rostro latinoamericano de la Iglesia1.
Ya delineado el contexto, aprecio que en conformidad con el titulo, la descripción
debiera, verdaderamente, interpelar. Y si realmente demanda, es el momento de
aportar a partir de un coloquio con la realidad, que deja entrever un trasfondo de
deshumanización, paradójicamente, de la humanidad. Es necesario dar respuestas a
las situaciones políticas endebles, al subjetivismo, a la cosificación de la mujer, al
olvido de los débiles, a la manipulación de los trabajadores; es momento de generar
cambios de actitud frente al individualismo, el hedonismo, la indiferencia ante Dios, la
tibieza misionera, las estructuras eclesiales caducas. Para que el discurso sea efectivo
se hace imperiosa la praxis que el mismo Documento de Aparecida percibe que está
presente en algunos ámbitos. Se trata de abrir camino a las buenas voluntades, a la
sed de Dios, al encuentro con el otro como semejante, a las relaciones humanas
gratuitas, al protagonismo entusiasta de los laicos, al espíritu renovador de los jóvenes,
1
Cf. Aparecida: Documento Conclusivo, Números 33 a 100.
a los nuevos planes pastorales, a los cambios de paradigmas2, a las enseñanzas de los
Documentos conclusivos de las varias Asambleas Episcopales Latinoamericanas, a las
buenas huellas de los que nos precedieron; en definitiva, a Jesucristo. Catalina y el
carisma de Amor y Reparación pueden darnos algunas pistas.
Pasaré inmediatamente, a considerar el contexto descrito por Aparecida
vinculándolo con la biografía de Madre Catalina y el carisma de amor y reparación.

IV.3 ABRAZAR LA HUMANIDAD CON AMOR REPARADOR


Al comienzo de este capítulo, dije que Gadamer y Ricouer proponen que al
encontrarnos conjuntamente, con una realidad significativa y el propósito de hallarle
sentido, se debe actuar del modo siguiente: tomar distancia cronológica, refrescar las
fuentes, objetivar, dar nombre a ese acontecer y, considerando estos espacios,
descubrir el sentido que ese “factum” tiene más allá de lo epocal. Se trata de articular
el suceso y el sentido3. Hasta ahora con la imposición natural de la distancia con las
fuentes, las he abordado y de igual modo, me introduje en ciertas dimensiones del
contexto actual. Adeudo, lo que en palabras de Virginia Azcuy sería, detectar “la
contribución al entorno” que podría haber hecho Madre Catalina para, de ser así,
“aprovechar y explicitar su biografía”4.
En la situación cultural en que nos encontramos y en ilación con el ambiente
referido en el punto anterior, es necesario advertir, como denominador común, por un
lado, la deshumanización y ausencia de una fe consistente, perdurable y por otro,
justamente, una gran necesidad de considerar al que sufre, situación ésta que nos lleva
a las entrañas mismas del Evangelio.
Se impone necesariamente, un estilo espiritual que desde una creencia religiosa
audaz, esperanzada y viva, llegue a las mujeres y a los hombres de hoy con una palabra
hecha carne, adecuada, reconfortante, sanadora.
Lo que hoy vivimos, recogiendo lo que expresa en Documento de Aparecida, no
dista demasiado en su esencia de lo que ocurría en la época de Catalina. Se hace

2
Cambiar, por ej. la dinámica de una Iglesia moralizante, estructurada y doctrinaria a una Iglesia
autocrítica, sencilla, acogedora, involucrada en toda la vida del hombre. Cf. SCHICKENDANTZ, Carlos:
Una Universidad de Inspiración Cristiana, Cuaderno EXTM nº 2, Ed. UCC, Córdoba, 2005,12-13.
3 Cf. RICOEUR, Paul: La Función hermenéutica, 119.
4
Cf. AZCUY, Virginia: “Teología desde las biografías” en Mujeres, 205.
necesario acudir, como ella, a una interioridad, a una mística sólida que dé unidad y
sentido a los criterios de acción de frente a este contexto. Y si se tiene en cuenta el
camino de Amor y Reparación al Corazón de Jesús y a la humanidad que la misma
Catalina nos propone, aparecen vías a través de las cuales se puede dialogar y
responder a nuestro entorno, a esta realidad que nos interpela.
Urge fortalecer las democracias, sincerar los criterios económicos, instrumentar
el servicio de los medios de comunicación, valorar a los más olvidados y socorrer a los
sufrientes, trabajar en misión compartida, convertir las estructuras y las acciones tibias
de la Iglesia, ¿qué son estas praxis sino la dignificación de la condición humana, “tener
sensibilidad por el hombre, por el solo hecho de que es ser humano?” 5, se trata
entonces de vivir el Evangelio, de seguir el mandamiento del amor y en caso de que
éste sea precario o esté ausente, reparar esa ausencia con, justamente, más amor.
De este modo, desde el coloquio con los signos de su tiempo a través de la
opción por la dignificación de la mujer, hasta la centralización de su historia en el
Corazón de Jesús; el proceder de Madre Catalina es actual, no se agota, está más allá
de los contextos. Le dio respuestas a un momento histórico, con un obrar que es
pertinente, prescindiendo de las categorías epocales.
Esta mujer dialogó, se dejó interpelar por lo que, en ese momento, era lo más
débil y herido de la sociedad. El amor, la pasión por la humanidad, la llevó a reparar
esas heridas a tal punto de abrir caminos para otros al fundar la congregación. Todo en
un clima de novedad para la época, tanto en las estructuras que traspasó como en su
respuesta al “ethos” con un discurso que legitimó con acciones; usó además para
relacionarse una actitud basada en la empatía, el buen humor, el diálogo, el
discernimiento, la contemplación.
Este modo de vida no fue una improvisación. Bien puede decirse que, frente a la
opción verdadera de amar y reparar se presenta el que sufre, a quienes Jesús les
confiere una autoridad ineludible. Esta opción es un martirio, que santifica, pero que
exige un sólido alimento que Catalina encontró en la Mayor Gloria al Sagrado Corazón
a través de la espiritualidad ignaciana. Movilizada desde el amor y la reparación al
Corazón de Jesús buscó canales para vivir esa espiritualidad y los desarrolló, como lo
he expresado, en la promoción de la mujer, en un liderazgo humanizador, el cambio de
5
Cf. JUAN PABLO II: Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, Ed. San Pablo, Buenos Aires, 1999, nº 30.
ciertos paradigmas, la búsqueda constante del querer de Dios para sí y para otros 6, con
una fe, esperanza y caridad a toda prueba7.
Con este marco me animo a afirmar que la vida de Catalina nos trae aires nuevos
para dar respuestas genuinas y proactivas a lo que hoy vivimos; merece y puede ser
contada e imitada.
Luego de haber manifestado la conveniencia de que la Biografía de Catalina de
María sea considerada y que además, no es utópica la posibilidad de vivir a su estilo;
se impone describir aquellos espacios en los que sería importante detenerse, sea
como principio o como un fin de este modo de abrazar la humanidad con amor
reparador.

6
Madre Catalina vivió en una época que la configuró, la búsqueda sincera de la voluntad de Dios le
dieron la libertad y la lucidez necesarias para no dejarse determinar por ella. Podría decirse que superó
una mirada moral basada en la práctica de las virtudes a la vivencia de una espiritualidad concreta.
7
En 1997, la Congregación la para la Causa de los Santos, declaró que Madre Catalina vivió las virtudes
de modo heroico. Cf. RODRÍGUEZ, Catalina de María: Memorias, 7-9.

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