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LOS PARTIDOS DE IZQUIERDA EN 1980

No es extraño que a finales de los setenta y principios de los ochenta se inicie un debate sobre
la izquierda, el partido y el marxismo de Mariátegui y su ubicación como pensador dentro de
esta corriente, entre otros puntos.23 Se proponen fórmulas para superar el llamado partido
leninista. Se sitúa a Mariátegui, para emplear una frase de Flores Galindo, entre el Comintern y
el APRA, rompiéndose así con el horizonte ideológico inaugurado por Jorge del Prado. Se habla
del “cholocomunismo” y de un “marxismo nacional”. A estas nuevas propuestas, de por sí
novedosas, hay que añadirles dos hechos al final de la década de los setenta: el regreso a la
democracia y la crisis no solo de los socialismos reales sino también de un conjunto de
experiencias tercermundistas de signo socialista, entre las que destaca el genocidio en Camboya
y la invasión soviética a Afganistán. El regreso a la democracia resitúa lo que había sido hasta
ese momento uno de los pilares ideológicos de la Nueva Izquierda: la identificación entre
claudicación política y camino electoral. Por eso la participación de la mayoría de partidos de
izquierda en las elecciones de 1980, además de dividida, lo será vergonzante. Algunos grupos
participan bajo la consigna de que “El poder nace del fusil”, mostrando para ello un fusil de palo
durante su campaña electoral, mientras que otros lo hacen, según sus propias palabras, “para
destruir el parlamento burgués”. Un año antes, en 1979, muchos constituyentes de izquierda se
negaron a firmar la nueva Constitución, corroborando una postura ambigua, cuando menos, por
la democracia. La derrota electoral de la izquierda en 1980, luego de sus resultados
espectaculares en la Constituyente de 1978, la obligará a formar Izquierda Unida e iniciar un
nuevo ciclo político.

La primera de ellas fue la tensión entre un discurso radical que exaltaba la lucha armada como
vía de acceso al poder y su instalación en la naciente democracia. En realidad, ello plantea varios
problemas. El primero, las relaciones entre reforma y revolución, tema hasta ahora poco
debatido al interior de la izquierda. El otro, es que toda representación política implica un
alejamiento de la misma respecto a sus representados. Ese alejamiento, me parece, se
profundizó como consecuencia de la permanencia de ese discurso radical y una práctica que
desmentía en los hechos este discurso. La segunda tensión es entre ese mismo discurso radical
y la existencia de Sendero Luminoso (SL). En realidad, el accionar de SL —en un inicio exitoso—
y su presencia pública, como también la del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA),
impidieron resolver esa tensión. El no zanjamiento con estos grupos terroristas y/o militaristas
fue de uno de los factores que agravó la crisis de la Izquierda Unida.

La tercera tensión es entre la emergencia de los sectores populares a la vida política nacional
que demandaban una nueva representación política y el mantenimiento de estos micropartidos
de izquierda. La Izquierda Unida, en ese contexto, fue una posibilidad de representación
plebeya; sin embargo, ello suponía que estos micropartidos dejaran de lado sus lógicas
corporativas (que eran al mismo tiempo sus bases de apoyo) y opten ya no por una identidad
clasista sino, más bien, por otra de claro signo popular, lo cual se debería haber reflejado en una
nueva dirección política. Como sabemos, eso no sucedió. La existencia de los micropartidos con
lógicas corporativas que se camuflaban tras un discurso ideológicamente radical tuvo como
correlato una dirección que se interesaba más por los intereses de sus partidos que por el
problema de una nueva representación para estas clases populares, y una capa dirigencial que
se mantuvo en sus cargos pese a las derrotas sufridas. La cuarta tensión estaba vinculada a los
cambios operados en la sociedad peruana. Esta pasó de ser una sociedad estamental
estratificada, rasgos del sistema oligárquico, a otra de masas. Su paso por la sociedad de clases
fue importante e intenso, pero breve. De tal suerte que la izquierda peruana se vio atrapada por
un discurso corporativo clasista que le impidió tomar en cuenta los procesos de modernización
y democratización que se vivió en esos años. El nuevo discurso de la informalidad, enunciado
por Hernando de Soto a mediados de la década de los ochenta, resolvió esta tensión creando el
discurso del capitalismo popular y redefiniendo así la nueva identidad popular. La quinta
tensión fue la incapacidad por entender la crisis del socialismo real y del llamado Estado
populista en América Latina. Cuando estalló la crisis en la región y se desplomó el Muro de
Berlín a finales de la década de los ochenta, la izquierda, prácticamente, se quedó sin discurso.
El silencio invadió sus predios. En la década de los ochenta, la persistencia de la crisis económica,
de Sendero Luminoso que destruyó gran parte de lo que podemos llamar el mundo popular, la
propia metamorfosis del movimiento popular que se expresa en la crisis del movimiento obrero
clasista y la emergencia de la informalidad, así como el fracaso rotundo del APRA, fue el
contexto que derivó a fines de esos años, en 1989, en la división de Izquierda Unida y su
posterior decadencia y derrota de la cual hoy somos testigos.

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