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Tema: avaricia, codicia o ambición.

Introducción:

Las palabras avaricia, codicia y ambición han sido utilizadas como


sinónimos, puesto que están relacionadas al deseo de conseguir algo,
como riquezas, fama, poder.
Estas poseen un lado positivo, pero muchas veces, se convierte
en algo negativo, dado que los sujetos llegan a realizar acciones malas
para obtener sus deseos o anhelos.
Relacionándola con la economía, todos los países poseen estos
sentimientos, pues todos quieren que su país mejore. Pero es muy fácil
pasar de una sana ambición de progreso al vicio, por ejemplo, a la
explotación de las personas para recaudar más riquezas. Por este
motivo, avaricia, ambición y codicia, son consideradas pecados. En
efecto, al sobrepasar el límite, pueden llevar a la deslealtad, traición, el
robo, la estafa, la manipulación, el engaño, entre otros.
Estos temas han sido plasmados en diferentes obras de distintas
épocas y sociedades. En este ensayo veremos cómo se han dado en los
diversos personajes y cuáles son las discrepancias entre ellas en las
obras: El cantar del Mío Cid, La celestina, El Lazarillo de Tormes y
Madame Bovary, como así también qué es lo que lo lleva a tales cosas.
Desarrollo:
Como hemos planteado en el inicio, avaricia, codicia y ambición
han sido utilizadas como sinónimos, veamos qué definición nos da la
Real Academia Española de ellas.
Codicia: deseo ardiente o afán por conseguir algunas cosas o
riquezas.
Ambición: deseo ardiente de conseguir algo, especialmente
riquezas, poder, dignidades o fama.
Avaricia: afán desmedido de poseer y adquirir riquezas para
atesorarlas.
Desde tiempos antiguos hasta hoy y en diferentes sociedades, ha
habido una inclinación por estos deseos que se convierten en pecado.
En las obras: El cantar del Mío Cid, La celestina, El Lazarillo de Tormes
y Madame Bovary, analizaremos los personajes y cuáles deseos
aparecen en ellos.
El Mío Cid es la más antigua canción de gesta de origen
castellano que trata de los años finales de la vida de Rodrigo Díaz de
Vivar, llamado El Cid campeador 1043-1099). El manuscrito data del
siglo XIV, el cual fue escrito en España en el periodo comprendido entre
finales del siglo XI y comienzos del siglo XII dentro de la época histórica
conocida como baja edad media (siglo XI al XVI).
Este movimiento se caracterizaba por el trabajo del juglar. Este
recitaba y cantaban (oralmente) en versos las hazañas de héroes, en
plazas o castillos, para divertir al rey o al pueblo.
Esta obra refleja una sociedad que da testimonio de la vigencia
del “espíritu de frontera”, puesto que en esta época se buscaba que la
sociedad en general igualara las condiciones de acenso social e
independencia con que contaban sólo los hidalgos. Esta sociedad
estaba compuesta por la nobleza y el clero pero la mayoría de la
sociedad pertenecía a las clases no privilegiadas que eran sometidas a
la legislación y debían pagar impuestos que las clases privilegiadas no
recibían el mismo trato. En este contexto es donde el Cid campeador
lleva a cabo sus luchas, con el anhelo de conseguir, primeramente, el
perdón del rey, fama, gloria, riquezas. Puesto que había sido desterrado
de su pueblo.
"Mis buenos Raquel y Vidas, vengan, vengan esas manos,
guardadme bien el secreto, sea a moro o a cristiano,
que os tengo que hacer ricos y nada habrá de faltaros.
De cobrar parias a moros el rey al Cid le ha encargado,
grandes riquezas cogió, y caudales muy preciados,
pero luego se quedó con lo que valía algo,
y por eso se ve ahora de tanto mal acusado.
En dos arcas muy repletas tiene oro fino guardado.
Ya sabéis que don Alfonso de nuestra tierra le ha echado,
aquí se deja heredades, y sus casas y palacios,
no puede llevar las arcas, que le costaría caro,
el Campeador querría dejarlas en vuestras manos empeñadas,
y que, en cambio, les deis dinero prestado.
Coged las arcas del Cid, ponedlas a buen recaudo,
pero eso tiene que ser con juramento prestado
que no las habéis de abrir en lo que queda de año."

En este pasaje, Martín Antolínez cuenta a los judíos Raquel y


Vidas las razones del destierro del cid, y donde le pide que le cajee dos
arcas “llenas de oro” a cambio de un préstamo de seiscientos marcos.
Sin saber que las arcas estaban llenas de arena.
¡Que alegres que se ponían cuando los cofres cargaron!
Forzudos son, mas cargarlos les costó mucho trabajo.
Ya se alegran los judíos en los dineros pensando,
para el resto de sus días por muy ricos se juzgaron.

El Cid los engaña por razones de necesidad, para poder hacer su


retiro. Y los judíos de avaros, para obtener más riquezas aceptan, sin
saber que serán burlados.
Los judíos, «excluidos de la sociedad cristiana y feudal, son las
víctimas de engaños ingeniosos». Margaret Chaplin, en un estudio
dedicado a los motivos folclóricos en la épica medieval española, indaga
las características más difundidas en este tipo de obras y llega a la
conclusión de que tanto decepciones y engaños, como castigos y
recompensas destacan sobre el resto, “Los judíos son excluidos de la
sociedad cristiana y feudal, son las víctimas de engaños ingeniosos”.
En su estudio del Poema de mío Cid, uno de los aspectos que
más ha llamado la atención de la crítica es, precisamente, esa especie
de guiño burlón que su protagonista hace a esta pareja de prestamistas.
En este episodio se pierde la imagen de héroe generoso que se
presenta del Mío Cid en el inicio, haciendo notar que él también los
excluía y, quizás, despreciaba, menospreciaba y discriminaba a los
judíos. (Flok-Motifs in the Medieval Spanish Epic de Margaret Chaplin)
¡Que alegres que se ponían cuando los cofres cargaron!
Forzudos son, mas cargarlos les costó mucho trabajo.
Ya se alegran los judíos en los dineros pensando,
para el resto de sus días por muy ricos se juzgaron.

Hasta en la actualidad, la sociedad judía es caracterizada por


avara, en esta obra vemos como el autor con humor, toma este tema,
haciendo notar que por su pecado son castigados y burlados. El pensar
en tener una vida llena de riquezas atesoradas, los lleva a esta situación,
a este castigo.

Dijo Álvar Fáñez: "Ahora ya contento me he quedado,


a Castilla las noticias en seguida irán llegando
de que en batalla campal victoria el Cid ha ganado".

¡Gran alegría que andaba por entre aquellos cristianos!


Al ir a contar sus bajas tan sólo quince faltaron.
Tanto oro y tanta plata no saben dónde guardarlo
enriquecidos están todos aquellos cristianos
con aquel botín tan grande que se habían encontrado.

Gran gozo tiene Ruy Díaz, con él todos sus vasallos.


Repartir manda el dinero y aquellos bienes ganados,
en su quinta parte al Cid tocáronle cien caballos.
¡Dios, y qué bien que pagó Mío Cid a su vasallos,
a los que luchan a pie y a los que luchan montados!
Muy bien que lo arregla todo Mío Cid el bienhadado,
los hombres que van con él satisfechos se quedaron.

"Aquí tenéis, Álvar Fáñez, oro bueno y plata fina


esa alta bota con ello la llenaréis hasta arriba,
en Santa María de Burgos por mí pagaréis mil misas
y lo que os sobre dadlo a mi mujer y a mis hijas,
que recen mucho por mí en las noches y en los días
que si Dios vida me diere han de llegar a ser ricas".

El Cid no se conforma con poca riquezas, en cada batalla busca


más y más cosas preciosas que aumenten su riqueza, la de ejército y
sobre todo para su mujer y sus hijas.
En este personaje vemos como el poseer muchas riquezas hace
el honor y la importancia del hombre en la sociedad. Cuando más dinero
posee un hombre, más respetado es. Es la sociedad la que lo que lo
lleva al Cid Rodrigo Díaz de Vivar a esa ardiente ambición, para poder
conseguir dinero, poder, fama y sobre todo honor en su tierra.

La Celestina es una obra española escrita por Fernando de Rojas,


en el siglo XV (entre 1597 y 1499), siglo entre la transición entre la edad
media y el renacimiento. Esta tragicomedia es una gran obra dramática
en la cual se mezclan elementos cómicos y trágicos. Por lo general en
estos aspectos se sintetizan las características de una clase social, por
lo que también se conoce como género psicológico.
Es una obra de tipo realista. Aunque se exponen cambios
inesperados, estos suelen ser muy lógicos. El suspenso va en constante
aumento, alcanzando en ocasiones un clímax como emociones muy
intensas.
La conclusión de la obra es la consecuencia de los actos y las
situaciones planteadas en ella, generalmente es trágico.
La historia relata una historia de amor apasionado entre Calisto y
Melibea. Calisto, ante el rechazo inicial de Melibea, acude a Celestina,
una alcahueta experta en arreglar amores. Celestina consigue que
Melibea se rinda ante Calisto y que su amor se consuma. Esta cobra un
alto precio por su trabajo y, cegada por la codicia, no quiere compartir su
pago con sus criados, quienes la asesinan. Por otra parte, Calisto
muere accidentalmente al caer de una escalera, bajando de la habitación
de Melibea, quien luego, herida gravemente de amor, se suicida.
En esta obra encontramos la codicia como el motivo de todos los
conflictos, pero a su vez, ocasionadas por diferentes circunstancias o
realidades.
En el caso de Calisto, un joven rico, codicia una mujer, Melibea.
Para conseguir que ella se enamore de él, buscará los medios
necesarios, así no sean buenos.
CALISTO.- En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.
MELIBEA.- ¿En qué, Calisto?
CALISTO.- En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotase y
hacer a mí, inmérito, tanta merced que verte alcanzase y en tan conveniente lugar que
mi secreto dolor manifestarte pudiese. Sin duda incomparablemente es mayor tal
galardón que el servicio, sacrificio, devoción y obras pías que por este lugar alcanzar
tengo yo a Dios ofrecido, ni otro poder mi voluntad humana puede cumplir. ¿Quién vio
en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre como ahora el mío? Por cierto los
gloriosos santos, que se deleitan en la visión divina, no gozan más que yo ahora en el
acatamiento tuyo. Más ¡oh triste!, que en esto diferimos: que ellos puramente se
glorifican sin temor de caer de tal bienaventuranza y yo me alegro con recelo del
esquivo tormento que tu ausencia me ha de causar.
MELIBEA.- ¿Por gran premio tienes esto, Calisto?
CALISTO.- Téngolo por tanto en verdad que, si Dios me diese en el cielo la silla
sobre sus santos, no lo tendría por tanta felicidad.
MELIBEA.- Pues aun más igual galardón te daré yo, si perseveras.
CALISTO.- ¡Oh bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran
palabra habéis oído!
MELIBEA.- Mas desaventuradas de que me acabes de oír, porque la paga será
tan fiera cual merece tu loco atrevimiento. Y el intento de tus palabras, Calisto, ha sido
de ingenio de tal hombre como tú. ¿Haber de salir para se perder en la virtud de tal
mujer como yo? ¡Vete! ¡Vete de ahí, torpe! Que no puede mi paciencia tolerar que
haya subido en corazón humano conmigo el ilícito amor comunicar su deleite.
CALISTO.- Iré como aquel contra quien solamente la adversa fortuna pone su
estudio con odio cruel.

Los criados de Calisto, Sempronio y Pármeno, le presentaran a


Celestina, una vieja alcahueta, famosa bruja de su pueblo, para que ella,
por medio de artimañas, logre hacer que Melibea se enamore de Calisto.
Pero los criados lo harán movidos por una necesidad y codicia
económica.
SEMPRONIO.- Yo te lo diré. Días ha grandes que conozco en fin de esta
vecindad una vieja barbuda que se dice Celestina, hechicera, astuta, sagaz en cuantas
maldades hay. Entiendo que pasan de cinco mil virgos los que se han hecho y
deshecho por su autoridad en esta ciudad. A las duras peñas promoverá y provocará a
lujuria, si quiere.
CALISTO.- ¿Podríala yo hablar?
SEMPRONIO.- Yo te la traeré hasta acá. Por eso, aparéjate, sele gracioso, sele
franco. Estudia, mientras voy yo, de le decir tu pena tan bien como ella te dará el
remedio.
CALISTO.- ¿Y tardas?
SEMPRONIO.- Ya voy. Quede Dios contigo.
CALISTO.- Y contigo vaya. ¡Oh todopoderoso, perdurable Dios! Tú, que guías
los perdidos y los reyes orientales por la estrella precedente a Belén trajiste y en su
patria los redujiste, humilmente te ruego que guíes a mi Sempronio, en manera que
convierta mi pena y tristeza en gozo y yo indigno merezca venir en el deseado fin.
Ellos, buscan a Celestina, el mayor personaje codicioso de la
historia, su principal motor es la codicia puesto que es una persona
marginal, pobre, necesitada de dinero, al igual que los criados.
Estos tres personajes se unen para llevar a cabo su objetivo,
enamorar a Melibea.
CELESTINA.- Parta Dios, hijo, de lo suyo contigo, que no sin causa lo hará,
siquiera porque has piedad de esta pecadora de vieja. Pero di, no te detengas. Que la
amistad que entre ti y mí se afirma, no ha menester preámbulos ni corolarios ni
aparejos para ganar voluntad. Abrevia y ven al hecho, que vanamente se dice por
muchas palabras lo que por pocas se puede entender.
SEMPRONIO.- Así es. Calisto arde en amores de Melibea. De ti y de mí tiene
necesidad. Pues juntos nos ha menester, juntos nos aprovechemos. Que conocer el
tiempo y usar el hombre de la oportunidad hace los hombres prósperos.
CELESTINA.- Bien has dicho, al cabo estoy. Basta para mí mecer el ojo. Digo que
me alegro de estas nuevas como los cirujanos de los descalabrados. Y como aquellos
dañan en los principios las llagas y encarecen el prometimiento de la salud, así
entiendo yo hacer a Calisto. Alargarle he la certeza del remedio, porque, como dicen,
la esperanza luenga aflige el corazón y, cuanto él la perdiere, tanto se la promete.
¡Bien me entiendes!
SEMPRONIO.- Callemos, que a la puerta estamos y, como dicen, las paredes
han oídos.

Para ello, Celestina debe convencer a los criados. Y dado que


conoce a todos los habitantes del pueblo, y mucho más a los ya
fallecidos, como la madre de Pármeno, logra por medio de lo psicológico
que acepte.
SEMPRONIO.- Dime, madre, ¿qué pasaste con mi compañero Pármeno, cuando
subí con Calisto por el dinero?
CELESTINA.- Díjele el sueño y la soltura, y cómo ganaría más con nuestra
compañía que con las lisonjas que dice a su amo; cómo viviría siempre pobre y
baldonado, si no mudaba el consejo; que no se hiciese santo a tal perra vieja como yo;
acordele quién era su madre, porque no menospreciase mi oficio; porque queriendo
de mí decir mal, tropezase primero en ella.

Sempronio es un personaje irracional, cegado por la codicia de


tener un poco de dinero, pero lo quiere conseguir explotando a los ricos.
Éste no permitirá que Celestina se quede con todo el pago, puesto que
él es quien planeó y la buscó para este trabajo, pactando entre los dos
que él recibiría un pago por ello.
PÁRMENO.- ¿Adónde iremos, Sempronio? ¿A la cama a dormir o a la cocina a
almorzar?
SEMPRONIO.- Ve tú donde quisieres; que, antes que venga el día, quiero yo ir a
Celestina a cobrar mi parte de la cadena. Que es una puta vieja. No le quiero dar
tiempo en que fabrique alguna ruindad con que nos excluya. PÁRMENO.- Bien dices.
Olvidado lo había. Vamos entramos y, si en eso se pone, espantémosla de manera que
le pese. Que sobre dinero no hay amistad.

SEMPRONIO.- Por Dios, sin seso vengo, desesperado; aunque para contigo por
demás es no templar la ira y todo enojo y mostrar otro semblante que con los
hombres. Jamás me mostré poder mucho con los que poco pueden. Traigo, señora,
todas las armas despedazadas, el broquel sin aro, la espada como sierra, el casquete
abollado en la capilla. Que no tengo con que salir un paso con mi amo cuando
menester me haya. Que quedó concertado de ir esta noche que viene a verse por el
huerto. ¿Pues comprarlo de nuevo? No mando un maravedí en que caiga muerto.
CELESTINA.- Pídelo, hijo, a tu amo, pues en su servicio se gastó y quebró. Pues
sabes que es persona que luego lo cumplirá. Que no es de los que dicen: Vive conmigo
y busca quien te mantenga. Él es tan franco que te dará para eso y para más
SEMPRONIO.- ¡Ha! Trae también Pármeno perdidas las suyas. A este cuento en
armas se le irá su hacienda. ¿Cómo quieres que le sea tan importuno en pedirle más de
lo que él de su propio grado hace, pues es harto? No digan por mí que dando un palmo
pido cuatro. Dionos las cien monedas, dionos después la cadena. A tres tales aguijones
no tendrá cera en el oído. Caro le costaría este negocio. Contentémonos con lo
razonable, no lo perdamos todo por querer más de la razón, que quien mucho abarca,
poco suele apretar.
CELESTINA.- ¡Gracioso es el asno! Por mi vejez que, si sobre comer fuera, que
dijera que habíamos todos cargado demasiado. ¿Estás en tu seso, Sempronio? ¿Qué
tiene que hacer tu galardón con mi salario, tu soldada con mis mercedes? ¿Soy yo
obligada a soldar vuestras armas, a cumplir vuestras faltas? A osadas, que me maten si
no te has asido a una palabrilla que te dije el otro día, viniendo por la calle, que cuanto
yo tenía era tuyo y que, en cuanto pudiese con mis pocas fuerzas, jamás te faltaría, y
que, si Dios me diese buena mano derecha con tu amo, que tú no perderías nada. Pues
ya sabes, Sempronio, que estos ofrecimientos, estas palabras de buen amor no
obligan. No ha de ser oro cuanto reluce; si no más barato valdría. Dime, ¿estoy en tu
corazón, Sempronio? Verás si, aunque soy vieja, si acierto lo que tú puedes pensar.
Tengo, hijo, en buena fe, tanto pesar que se me quiere salir esta alma de enojo. Di a
esta loca de Elicia, cuando vine de tu casa, la cadenilla que traje para que se holgase
con ella y no se puede acordar dónde la puso. Que en toda esta noche ella ni yo no
habemos dormido sueño de pesar. No por su valor de la cadena, que no era mucho;
pero por su mal cobro de ella y de mi mala dicha. Entraron unos conocidos y familiares
míos en aquella sazón aquí: temo no la hayan levantado, diciendo: si te vi, burleme etc.
Así que, hijos, ahora que quiero hablar con entrambos, si algo vuestro amo a mí me
dio, debéis mirar que es mío; que de tu jubón de brocado no te pedí yo parte ni la
quiero. Sirvamos todos, que a todos dará, según viere que lo merecen. Que si me ha
dado algo, dos veces he puesto por él mi vida al tablero. Más herramienta se me ha
embotado en su servicio que a vosotros, más materiales he gastado. Pues habéis de
pensar, hijos, que todo me cuesta dinero y aun mi saber, que no lo he alcanzado
holgando. De lo cual fuera buen testigo su madre de Pármeno. Dios haya su alma. Esto
trabajé yo; a vosotros se os debe esotro. Esto tengo yo por oficio y trabajo; vosotros
por recreación y deleite. Pues así, no habéis vosotros de haber igual galardón de holgar
que yo de penar. Pero aun con todo lo que he dicho, no os despidáis, si mi cadena
aparece, de sendos pares de calzas de grana, que es el hábito que mejor en los
mancebos parece. Y si no, recibid la voluntad, que yo me callaré con mi pérdida. Y todo
esto, de buenamor, porque holgasteis que hubiese yo antes el provecho de estos
pasos que no otra. Y si no os contentarais, de vuestro daño haréis.
SEMPRONIO.- No es esta la primera vez que yo he dicho cuánto en los viejos
reina este vicio de codicia. Cuando pobre, franca; cuando rica, avarienta. Así que
adquiriendo crece la codicia; y la pobreza, codiciando; y ninguna cosa hace pobre al
avariento sino la riqueza. ¡Oh Dios, y cómo crece la necesidad con la abundancia!
¡Quién la oyó a esta vieja decir que me llevase yo todo el provecho, si quisiese, de este
negocio, pensando que sería poco! Ahora que lo ve crecido, no quiere dar nada, por
cumplir el refrán de los niños, que dicen: de lo poco, poco; de lo mucho, nada.
PÁRMENO.- Dete lo que prometió o tomémoselo todo. Harto te decía yo quién
era esta vieja, si tú me creyeras.

Celestina representa, junto a los criados, la clase baja de la


sociedad, con menos moral, un personaje en discordia. Desde su oficio
hasta su psiquis será polémico puesto que ella está muy orgullosa de
ello, de ser una hechicera y prostituta.
Su gran interés y codicia la llevan a ser una superviviente en la
sociedad, volviéndose con los años y las diferentes y duras vivencias,
una mujer astuta y cínica, capaz de embaucar a cualquier persona,
como en el caso de Pármeno. Pero dentro de todos estos rasgos
negativos, Celestina es un ser marginado por la sociedad que se cree
honrada, puesto que Calisto cree ser un ser integro pero recurre a la
brujería para obtener su deseo; una sociedad viciosa que intenta ocultar
y disimular todos sus pecados.
Celestina y los criados codician riquezas porque es su manera de
sobrevivir, si no fueran así, morirían de hambre en tal sociedad
mezquina y explotadora.

El Lazarillo de Tormes es una obra anónima, publicada en


Burgos, Amberes, Alcalá y Medina del campo hacia 1554, y al poco
tiempo la Inquisición la prohibió por erasmista (doctrina partidaria de una
reforma del cristianismo) y antirreligiosa. Siendo permitida su lectura en
el año 1573. Pertenece al siglo de oro en pleno auge del renacimiento,
donde este fue el fruto de la difusión de las ideas del humanismo, que
determinaron una nueva concepción del hombre y del mundo.
Esta novela, perteneciente a la novela picaresca, narra en primera
persona la historia, las aventuras e incidentes de un joven llamado
Lázaro, quien nace en Tormes. Remontando al siglo XVI, siglo en el que
España estaba en un momento de esplendor, siendo reinada por los
reyes Carlos V y Felipe II.
Este joven es regalado a un ciego por su madre, con el fin de que
Lázaro guíe al ciego. Tiempo después, Lázaro deja al ciego y pasa de
amo en amo quienes lo maltratan, con cada uno de ellos aprende cosas
nuevas de cómo sobrevivir, narrando las diferentes adversidades por la
que pasa este pícaro e ingenioso joven. Cuando crece, deja de tener
amos, trabaja honradamente y se casa.
En esta novela encontramos a un clérigo que será amo de Lázaro.
“Otro día, no pareciéndome estar allí seguro, fuime a un lugar que
llaman Maqueda, adonde me toparon mis pecados con un clérigo, que,
llegando a pedir limosna, me preguntó si sabía ayudar a misa. Yo dije
que s´, como era verdad, que, aunque maltratado, mil cosas buenas me
mostró el pecador del ciego, y una dellas que ésta. Finalmente, el clérigo
me recibió por suyo.
Escapé del trueno y di en el relámpago, porque era el ciego para
con éste un Alejandro Magno, con ser la misma avaricia, como he
contado. No digo más, sino que toda la lacería del mundo estaba
encerrada en éste: no sé si de su cosecha era o lo había anejado con el
hábito de clerecía.
Él tenía un arcaz viejo y cerrado con su llave, la cual traía atada
con agujeta del paletoque, y, en viniendo el bodigo de la iglesia, por su
mano era luego allí lanzado y tornada a cerrar el arca. Y en toda la casa
no había ninguna cosa de comer, como suele estar en otras algún tocino
colgado al húmero, algún queso puesto en alguna tabla o, en el armario,
algún canastillo con algunos pedazos de pan que de la mesa sobran;
que me parece a mí que, aunque dello no me consolara. Solamente
había una horca de cebollas, y tras la llave, en una cámara en lo alto de
la casa. Déstas tenía yo de ración una para cada cuatro días, y, cuando
le pedía la llave para ir por ella, si alguno estaba presente, echaba mano
al folsopecto y con gran continencia la desataba y me la daba, diciendo:
- Toma, y vuélvela luego, y no hagáis sino golosinar.”
Claramente en este ejemplo, notamos la crítica al clero católico,
por medio de este clérigo mezquino y avaro con los demás, mientras que
él se daba los grandes banquetes.
Mezquinaba la comida a su criado “Lazarillo”, dándole de comer
solo 1 vez cada cuatro días. Esto hace que el pobre criado le robe
comida por las noches, burlándose del religioso al dejarlo creer que los
ratones comían sus alimentos.
Ya desde el inicio del tratado, el autor dice: “no sé si de su
cosecha era o lo había anejado con el hábito de clerecía.” Haciendo una
clara crítica que todos ellos poseen riquezas y son mezquinos, avaros.

Madame Bovary, publicada en el año 1856, es una obra


sumamente polémica para su época, creada por el autor Gustave
Flaubert. A quien le costó tiempo en prisión y un juicio por haber escrito
una novela “pornográfica”. Lo cierto es que esta novela es la
consolidación del realismo, la primera forma de novela moderna, surgida
en el momento en que el romanticismo se encontraba en declive. Su
postura recalcitrante antiromántica fue el clavo final en el cofre mortuorio
de del Romanticismo.
Esta narración cuenta la historia de Emma, una joven hermosa
quien se casa con un viudo médico de pueblo, Carlos Bovary. Su marido
la obliga a llevar una vida rural tranquila pero la cual no la satisface,
puesto que no cumplía las expectativas de su vida.
Nunca llega a enamorarse de su marido puesto que le parece un
ser simple, sin ambiciones, con poca sabiduría y sin ánimos de
adquirirla.
El aburrimiento y la monotonía centran la vida de Emma de la que
desea escapar a toda costa. Estas ansias a llevan a tener dos amantes,
una vida aventurera adultera y promiscua. Donde tratará de ser la mujer
rica, famosa e importante que siempre deseó ser.

“Al día siguiente, al caer la tarde, recibió la visita de un tal Lheureux, que tenía
una tienda de novedades. Era un hombre hábil este tendero. Gascón de nacimiento,
pero normando de adopción, unía su facundia meridional a la cautela de las gentes de
Caux. Su cara gorda, blanda y sin barba, parecía teñida por un cocimiento de regaliz
claro, y su pelo blanco avivaba aún más el brillo rudo de sus ojillos negros. No se sabía
lo que había sido antes: buhonero, decían unos, banquero en Routot, afirmaban otros.
Lo cierto es que hacía, mentalmente, unos cálculos complicados, que asustaban al
propio Binet. Amable hasta la obsequiosidad, permanecía siempre con la espalda
inclinada, en la actitud de alguien que saluda o que invita. Después de haber dejado en
la puerta su sombrero adornado con un crespón, puso sobre la mesa una caja verde, y
empezó a quejarse a la señora, con mucha cortesía, de no haber merecido hasta
entonces su confianza. Una pobre tienda como la suya no estaba hecha para atraer a
una «elegante»; subrayó la palabra. Ella no tenía, sin embargo, más que pedir, y él se
encargaría de proporcionarle lo que quisiera, tanto en mercería como en ropa blanca,
sombrerería o novedades, pues iba a la ciudad cuatro veces al mes, regularmente.
Estaba en relación con las casas más fuertes. Podían dar referencias de él en los «Trois
Frères», en «La Barbe d'Or» o en el «Grand Sauvage»; ¡todos estos señores le conocían
como a sus propios bolsillos! Hoy venía a enseñar a la señora, de paso, varios artículos
de que disponía gracias a una ocasión excepcional, y sacó de la caja media docena de
cuellos bordados. Madame Bovary los examinó. -No necesito nada -le dijo. Entonces el
señor Lheureux le mostró delicadamente tres echarpes argelinos, varios paquetes de
agujas inglesas, un par de zapatillas de paja, y, finalmente, cuatro hueveros de coco,
cincelados a mano por presidiarios. Después, con las dos manos sobre la mesa, el
cuello esti- rado, la cintura inclinada, seguía con la boca abierta la mirada de Emma
que se paseaba indecisa entre aquellas mercancías. De vez en cuando, como para
limpiar el polvo, daba un golpe con la uña a la seda de los echarpes, que desplegados
en toda su longitud temblaban con un ruido ligero, haciendo centellear a la luz verdosa
del crepúsculo, como pequeñas estrellas, las lentejuelas de oro del tejido. -¿Cuánto
cuestan? -Una miseria -respondió él-, una miseria; pero ya me pagará, sin prisa;
cuando usted quiera; ¡no somos judíos! Ella reflexionó unos instantes y acabó dando
las gracias al señor Lheureux, quien replicó sin inmutarse: -Bueno, nos entenderemos
más adelante; con las señoras siempre me he entendido, siempre, menos con la mía.
Emma sonrió. -Quiero decir -continuó en tono campechano después de su broma-, que
no es el dinero lo que me preocupa. Yo le daría a usted si le hiciera falta. Ella hizo un
gesto de sorpresa. -¡Ah! -dijo él vivamente y en voz baja-, no tendría que ir lejos para
encontrarlo; puede estar segura. Y comenzó a pedirle noticias del tío Tellier, el dueño
del «Café Francés», a quién por aquel entonces cuidaba el señor Bovary.” (Madame
Bovary, segunda parte, cap. V, pág. 88)

“Entonces volvieron los malos días de Tostes. Se creía ahora mucho más
desgraciada, pues tenía la experiencia del sufrimiento, con la certeza de que no
acabaría nunca. Una mujer que se había impuesto tan grandes sacrificios, bien podía
prescindir de caprichos. Se compró un reclinatorio gótico, y se gastó en un mes catorce
francos en limones para lim- piarse las uñas; escribió a Rouen para encargar un vestido
de cachemir azul; escogió en casa de Lheureux el más bonito de sus echarpes; se lo
ataba a la cintura por encima de su bata de casa; y, con los postigos cerrados, con un
libro en la mano, permanecía tendida sobre un sofá con esta vestimenta. A menudo
variaba su peinado; se ponía a la china, en bucles flojos, en trenzas; se hizo una raya al
lado y recogió el pelo por debajo, como un hombre. Quiso aprender italiano: compró
diccionarios, una gramática, una provisión de papel blanco. Ensayó lecturas serias,
historia y filosofía. De noche, alguna vez, Carlos despertaba sobresaltado, creyendo
que venían a buscarle para un enfermo: -Ya voy -balbuceaba. Y era el ruido de una
cerilla que Emma frotaba para encender de nuevo la lámpara. Pero ocurrió con sus
lecturas lo mismo que con sus labores, que, una vez comenzadas todas, iban a parar al
armario; las tomaba, las dejaba, pasaba a otras. Tenía arrebatos que la hubiesen
llevado fácilmente a extravagancias.” (Madame Bovary, segunda parte, cap. VII, pág.
105)

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