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Informe de lectura

Título: La solitudine dell’Occidente


Posible traducción: La soledad de Occidente
Autor: Khaled Fouad Allam
Editor: Rizzolo
Datos de publicación: Milán, 2006

Sobre el autor
Nacido en Argelia en 1955 y actualmente ciudadano italiano, Khaled
Fouad Allam es docente de Sociología del mundo musulmán e Historia
e instituciones de los países islámicos en las universidades de Trieste y
de Urbino. Es también escritor y periodista (colabora periódicamente
en La Repubblica). Se ocupa desde hace años del Islam
contemporáneo, de cuestiones relativas a la inmigración y a los nuevos
derechos de ciudadanía. Ha sido electo recientemente diputado por la
fuerza Margherita (reformista de centroizquierda, cuyo líder hoy es
Francesco Rutelli). Es autor de los libros Culture et ecriture: essai
d'analyse semiotique de la litterature maghrebine et plus
particulierement algerienne d'expression francaise (1985), Lo spazio
europeo dell'Islam (en colaboración con Caterina Lattes, 1994),
L'Islam globale (2002) y Lettera a un kamikaze (2004).

Sobre la obra
La soledad de Occidente comienza con el recuerdo del autor de un
episodio de su adolescencia en Argelia. Estaba caminando junto a un
amigo, ambos apesadumbrados, cuando un chiquito de ocho o diez años
lo miró fijamente y le gritó: “Vení, vení, vení a rezar. Vas a ver, la
oración hace bien”. Dice Khaled Fouad Allam que “en la inmensa
soledad de algunos momentos de la vida, la edad no cuenta; incluso un
niño puede encender la luz que te despierta y te da fuerzas para
continuar”. Añade que guarda la evocación de esa anécdota como un
tesoro: “Los años que siguieron fueron terribles para el mundo: si en
ellos hemos abandonado la ingenuidad de nuestras utopías, debemos
conservar las pasiones, sin las cuales la vida misma se vaciaría de
sentido”.

Buena parte del libro tiene este tono de pedagógico candor (el
sustantivo es negociable), de aquel que quiere convencer a lectores
apesadumbrados pero también llenos de pasiones de (a) que esas
pasiones no deben ser ingenuas utopías, sino pasiones racionales, como
la democracia europea, la secularización obligatoria y la alteridad
desigual y combinada; y (b) que “rezar sus plegarias” les hará bien: las
plegarias sobre la armonía entre las culturas bajo la mirada
misericordiosa y vigilante de Occidente. Las plegarias para que Oriente
se decida a “ingresar en el tiempo” (p. 44), a realizar al fin el pasaje “de
lo sagrado a la historia” (p. 61). Las plegarias para que las distintas
sociedades que habitan en el Islam desacoplen identidad religiosa e
identidad cultural, y se permitan así la entrada en la pluralidad y la
salida del ritualismo vacío.

Podría parecer ya por el título que leeremos la perspectiva y las


experiencias de un árabe en Europa (un árabe al que le ha ido bien:
estudió en Francia, se graduó y es docente en dos universidades de
Italia, acaba de ser electo diputado) que quiere hacer comprender
ciertas claves de su mundo a un Occidente que cada vez es más hostil a
su cultura. Pero no: Fouad Allam se dio la poco lucida tarea de
simplificar los problemas derivados de la colonización y posterior
descolonización de Africa y Medio Oriente y contentarse con la
afirmación, autoevidente para cualquiera que no tenga mala fe, de que
el Islam es mucho más que un fundamentalismo irracional y asesino.

Fouad Allam advierte que el “neofundamentalismo islamista” es una


respuesta (una resistencia) a la modernización que le ha impuesto un
específico vínculo con Occidente. Pero su libro está destinado, no a
comprender esos vínculos y las posibles motivaciones --incluidas las
operaciones políticas internacionales-- que han llevado a las sociedades
árabes a tomar determinadas decisiones, sino a convencer a los
europeos de lo obvio: que la visión que le transmiten a diario los mass
media acerca de que el Islam es tan arcaico como irreformable es falsa
(p. 116). El propio autor de La soledad de Occidente encarna esa
voluntad de aceptar la autonomía de las esferas (la distinción entre
religión y política) y la disposición a vivir en una sociedad laica. Añade
que los musulmanes están siendo engañados por “cattivi maestri”1, que
“ignoran que el Islam se ha afirmado cuando supo asegurar el
pluralismo religioso y cultural”

El siguiente párrafo condensa el estilo argumentativo y resume una de


las ideas centrales del texto: “Como una inmersión en el agua helada,
me vuelven a la mente las imágenes del atentado del 11 de setiembre:
para muchos ha sido la manifestación del totalitarismo fundamentalista
islámico. Pero hay también algo que ver al otro lado. Porque entrenarse
para pilotear esos aviones sofisticados presupone una rebelión del alma
y del cuerpo; una rebelión que inviste a aquella gran parte del mundo
que no posee la tecnología, aquella que ha inventado los algoritmos
pero no ha sabido transformarlos en techné, y la techné en libertad; una
rebelión que expresa la voluntad de una potencia decaída, y que el
1
Todo un guiño a un sector de los electores italianos: “cattivi maestri” es el calificativo
que ciertos grupos utilizan para descalificar a Toni Negri y a otros intelectuales que
participaron de las luchas sociales de los años 60 y 70.
nuevo totalitarismo ha prometido rescatar. Rescatar con la destrucción,
con la muerte de los objetos y de quien ha pensado y construido esos
objetos simbolizados por las Torres Gemelas. Reside aquí, en el trauma
tecnológico, toda nuestra angustia. Estamos fuera del tiempo” (p. 44).
Es decir, el gran problema mundial contemporáneo, aquello que Samuel
Huntignton llamó “el choque de civilizaciones”, se basa en la envidia
tecnológica (he ahí “el deseo y el malestar que ligan al Islam con
Occidente” que menciona la contratapa del libro) y la tensión al
interior de las culturas musulmanas todavía no secularizadas entre
ética e innovación (ver en especial p. 106 y sucesivas).

Foual Allam no aborda las responsabilidades que le caben a Occidente


en el proceso de conversión del mundo en lo que actualmente es. Y
cuando aparentemente lo anuncia, hace piruetas de sofista. El ejemplo
más claro es el final del segundo capítulo. El anteúltimo párrafo
comienza así: “Sí. El colonialismo ha sido cruel.” Pero la anécdota que
ilustra su afirmación, el recuerdo que aflora de esa etapa, es una
delegación sueca de las Naciones Unidas repartiendo abrigos entre los
alumnos de una escuela de provincia, en Argelia. Y la madre del autor,
directora de la escuela, que le aconseja no ponerse en la fila, no aceptar
la ayuda, porque hay chicos mucho más pobres que ellos. El remate de
Fouad Allam es insólito: “Aprendí así, por primera vez, mi existencia, la
separación; aquel día yo también habría querido ser como ellos, hacer
la fila con ellos y tomar el abrigo; no para llevármelo, sino para
reconocerme en ellos. Fue una experiencia terrible”.

La soledad a la que se refiere el título es también parte de este juego un


poco engañoso: no alude, como podría pensarse, a la soledad del poder,
del colonizador que tras haber conquistado buena parte del planeta ya
no reconoce a ningún otro con quien intercambiar, no es la soledad del
abandono y el aislamiento, sino la soledad como recogimiento y
“escucha necesaria”: algo que, según el autor, es –por la vía de
Rosbinson Crusoe– ¡un invento de Occidente! (p. 16).

A lo largo del libro, y en especial en el capítulo 10: “El Islam y la


experiencia del mundo”, Fouad Allam sobrevuela varios de los tópicos
de los estudios sociales y culturales acerca de la mundialización: lo
global y lo local, la tensión entre relativismo cultural y la simetría entre
culturas, la dimensión del conflicto ético entre “la defensa de la libertad
y la búsqueda de la justicia”, la relación entre innovación y ética, la
cuestión ecológica, etcétera. Sus ideas, que no son especialmente
densas, nadan en un mar de citas eclécticas. Octavio Paz, Bruce
Chatwin, Jacques Derrida, Paul Ricoeur, Victor Segalen, Marcel
Gauchet e Ibn Arabi se alternan con afirmaciones sueltas acerca del
nuevo ciudadano-viajero-inmigrante (la afirmación “hoy el nomadismo
ha devenido una condición necesaria de una parte de la humanidad” no
está acompañada de un análisis al menos somero que profundice en los
motivos ni en las resonancias del fenómeno) y sobre la necesidad de
una nueva gramática de las relaciones internacionales (aunque está
claro que esa gramática global se pronunciará en inglés, francés,
alemán e italiano).

Otros capítulos son postales más personales: su infancia en Marruecos


y en Argelia, su descubrimiento temprano de la mal llamada "música
clásica”, en especial la de Bach y la de Ravel, a las que define como una
celebración de la sacralidad de la vida; un viaje reciente a Jerusalén;
una también reciente visita a Teherán ("Para mí, musulmán árabe,
sunita, es una extraña sensación llegar un día a Teherán, a más de 25
años de su revolución. A nosotros los sunitas nos han enseñado que el
chiísmo es el lado irracional del Islam; que ellos están en el error y
nosotros, en la verdad. El Islam no se ha librado jamás de esta división".
Luego se pregunta: "¿qué ocurre con una revolución cuando su lenguaje
es la religión?" Y se responde: "Deviene lo que cualquiera de las otras
revoluciones, como la francesa de 1789, como la bolchevique de 1917.
Han todas devenido un culto propio, todas se han apoderado de la
historia, todas han pretendido representar la historia misma. Han
distruido un orden para imponer otro: han juzgado impuro el mundo
que las ha precedido y han querido identificarse con la pureza de un
tiempo inaugural. pero todo esto cuesta, en cada revolución, tragedias,
guerras, sufrimientos, derrotas").

Los capítulos15 y 16 son quizá lo más interesantes del libro, en la


medida en que se proponen presentar ante los lectores europeos la
importancia que cobrará en poco tiempo la inmigración en us territorio:
“El Islam aparecerá cada vez menos como una religión de inmigrantes,
incluso porque los hijos de los propios inmigrantes, ciudadanos de
países europeos, se consideran europeos. Esto significa que ya no habrá
un Islam de la inmigración, sino un Islam de nuevas minorías
nacionales que contribuirían a ka nueva arquitectura del espacio
europeo. El Islam está así destinado a devenir una religión fe la
minoría, con todas las consecuencias que tal fenómeno comporta”: es
decir, que el Islam en Europa –aquello que llamamos el Islam de los
inmigrantes– se formulará fuera de las culturas de origen, y deberá
estructurarse y posicionarse en relación con una cultura dominante
europea” (pp. 186 y 187).

Sobre el final se anima, como si tuviera miedo de decirlo: “me gustaría


que alguna vez no fueses extranjera, ni musulmana, ni africana ni árabe
italiana, sino existente”. Bien, pero se olvidó al resto del planeta; y
también: bien, pero ¿ha que esperar hasta el fin del libro para decirlo?
Es decir<: uno no tiene por qué escribir acrezca de aquello que le trae
problemas, peor ¿para qué escribirlo y no escribirlo a la vez?

Es difícil evaluar el interés que puede tener el lector latinoamericano


en un libro como éste. Fouad Allam pretende en forma no muy
encubierta ser el Solzenitzyn del mundo árabe (en el libro, y en más de
una entrevista asegura queb”ni ha habido un Slozenitzyn). Para un
especialista en temas islámicos o de diversidad cultural, Fouad Allam no
dice nada novedoso (si bien el libro es ameno, no parece agregar mucho
más que una mirada en primera persona de un “árabe que triunfa en
Italia”).

Quizá pueda interesarse en él un lector de temas de interés general,


esa clase de lector culto interesado en la situación del planeta sin que
necesariamente se le hable de su realidad inmediata.

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