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Educar sin castigar ni premiar

Por José Luis Castrejón Malvaez

“Una crisis, individual o colectiva,


doméstica o social, es la ruptura de un
orden: el ocaso de una normalidad, la
necesidad urgente de apuntalar,
reconstruir; se interrumpe o trastorna la
habitual marcha pacífica de las cosas y
debemos idear una marcha nueva, en el
torbellino de la preocupación y
procurando al mismo tiempo que ésta no
nos arrastre. Toda crisis es, pues,
problema, un problema vivo y angustioso;
mejor dicho, es la vida misma
convirtiéndose pasajeramente en un
problema enorme. Y no se diga que los
problemas de esta índole requieren la
acción.”1

Durante los años de formación escolar de un chico, no escasean los casos de resistencia
mansa o de franca rebelión, contra las exigencias e imposiciones de la educación que recibe.
Frente a tal resistencia, sus educadores e, incluso, sus mismos padres, normalmente recurren al
castigo y al premio como medios correctivo, el uno, y estimulante, el otro. Es frecuente que estos
piensen que cuando alguien ha cometido alguna falta, siempre se debe reprender al infractor, o
bien, prometer una recompensa para lograr que alguien destaque, ya que, según ellos, es
formativo. No obstante, se olvida que las tensiones negativas, en general, son en sí comúnmente
ventajosas para el individuo, porque éstas sí que son de ordinario educadoras. Quienes las
experimentan están solicitados para elevarse a ellos mismos. Hacerles ver tal oportunidad es,
precisamente, una de las funciones esenciales de todo educador. Por lo demás, constituye
también una alternativa a la imposición de penas y castigos, por un lado, y de premios e incentivos,
por el otro.

Revelarse no es solamente oposición y negación es, en cierto modo, despertar de la


autosuficiencia, despojarse de la tranquilidad y seguridad. Así, cuando un chaval manifiesta su
descontento frente alguna situación difícil mediante el desobedecimiento, la abstención o, incluso,
la negligencia, quiere producir un cambio en lo que percibe como imposición, obligación o
disciplina. Es decir, se siente inseguro e incapaz de hacer frente a lo que demanda su atención, su
esfuerzo y creatividad. Él no se da todavía cuenta de que las condiciones de vida demasiado
1
ROMERO, Francisco, Filósofos y problemas, Ed. Losada, Buenos Aires, 1947, pp.154-155.
fáciles degradan su personalidad, la hacen indolente, le quitan toda iniciativa y toda verdadera
actividad. Para él, ser libre, es ante todo, decir no, ser capaz de oponerse, de insolidarizarse, de
desentenderse de sí mismo y de los demás. Querer corregirlo de su error empleando constantes
puniciones o recompensas, es incurrir en errores aún más graves.

En esta perspectiva, la educación de un chico que se desea formar, consistirá en hacerle


ver que existe más ventaja y felicidad afrontando, aunque no muy decididamente al principio, los
retos que en su vida encuentre mostrando, de esta manera, que tal acto está más de acuerdo con
sus exigencias. Que al no dejarse abatir por el vicio, la desidia y la pereza, encarna valores
superiores. Pero todo esto sabiendo bien que la última palabra la tiene su libertad. Esto es
importante. Nadie puede hacer por mí, lo que sólo yo estoy llamado a hacer. No hacerlo o hacerlo
mal y de mala gana, es ya traicionar mis propias facultades y potencialidades.

Puede decirse, por consiguiente, que toda crisis o dificultad constituyen una motivación
para lograr el propio desarrollo. Dicho en otras palabras, dejarse vencer ante las contrariedades
puede hacerse un vicio, mientras que, desarrollarse, un valor. Educar, sin recurrir a la reprensión o
a la compensación, se trata de inclinar la voluntad del chaval hacia donde debe orientarse en
cuanto racional, de modo que reconozca subjetivamente su bien en lo que debe al mismo tiempo
reconocer objetivamente como el bien y que pueda por ello orientarse a él ya que “no hay acción
humana sin pensamiento previo, sin previsiones sobre el futuro, sin resolverse por fines y escoger
medios.”2 Sin embargo, ¿qué es lo que dicen los manuales de educación sobre premios y
castigos? Helo aquí.

PREMIO:
Del latín proemium que significa recompensa. Psicológicamente, “premio [es]
cualquier consecuencia agradable de un acto” 3... Éticamente, “es susceptible de
premio sólo el acto meritorio, por tanto, libremente elegido, [el cual,] depende de
una volición ulterior... [Aquí el premio puede usarse] o como incentivo (si anunciado
con anterioridad como correspondiente a una determinada acción) o como
reconocimiento (si otorgado en una fase sucesiva).” 4

CASTIGO:
“Pena impuesta a quien ha cometido un delito o falta”5.

Estas dos definiciones son el motivo para continuar con nuestra disquisición. En primer
lugar, adviértase que la esencia del galardón es alentar, mientras que, la del escarmiento, reparar.
En segundo lugar, pueden inferirse los peligros a los que ambas precisiones conllevan. La
gratificación puede favorecer discriminaciones y la vanagloria; también puede originar el
convencimiento de que hay que hacer el bien sólo para obtener una recompensa, o bien, crear un
espíritu de competencia. La sanción puede disminuir la autoestima de quien la recibe; crea
resentimientos y agrede a la personalidad y dignidad del chico. Por último, resaltan la sensibilidad
del educador, que no siempre es la mejor, para aplicar, en caso necesario, un premio o castigo,
cuando debe, como debe, a quien debe y en la medida en que debe.

En uno de los diccionarios consultados, se hace referencia a Froidure, quien ha hecho la


distinción entre sanción y punición:

2
Ibídem p.155
3
GALEAZZI, G., Premio, en FLORES-GUTIÉRREZ, Diccionario de Ciencias de la educación, Ed.
Paulinas, Madrid, 1990, pp.1518
4
Idem
5
A.A.V.V., Diccionario manual ilustrado de la lengua española. Vox, Ed. Biblograf, Barcelona, 1993
“ ‘la sanción es una medida de alabanza y de punición aplicada a la persona
humana después de que su acto se ha conformado o no a la ley establecida’. De
aquí se deriva que es necesario distinguir la punición de la sanción: ‘La sanción
tiene un carácter esencialmente general y concierne a la satisfacción del bien y a
la inquietud del mal, tanto, pues, a la punición como a la recompensa. La punición
es, por tanto, un elemento, un aspecto de la sanción’. Además, en campo
educativo, es necesario distinguir también entre punición y castigo en el sentido de
que ‘se castiga a quien ha cometido una equivocación para impedir que la repita,
se pune a quien ha cometido un delito para hacérselo expiar’. En resumen:
‘sancionar una acción es reconocerle su valor y atribuirle la consecuencia
merecida, si es buena, la recompensa; si es mala, el castigo. Por consiguiente,
puede haber sanciones buenas; más aun, deberían ser más numerosas que las
malas’ “.6

En los manuales, también se encuentran máximas que pretenden ayudar a algún sujeto en
su función de educador. He aquí algunas de ellas:

1. “Es siempre mejor prevenir que reprimir”.


2. “Es necesario resguardarse de la excesiva severidad e indulgencia”.
3. “Es necesario inspirarse en la serenidad y en la coherencia”.
4. “Se considera necesario evitar castigos humillantes... y premios como recompensa”.
5. “La alabanza y el reproche deben ser usados por el educador para responder al deseo de
estima y al sentido de vergüenza propios del educando.”
6. “El hecho de castigar (como el de premiar) no se debe dar en línea de máxima; debe ser la
excepción a la regla”.
7. “El educador trate de hacerse amar entre los alumnos, si se quiere hacer temer”.
8. “Como norma, cuando se vaya a aplicar un castigo, ha de hacerse en privado.”
9. “El amor y el ejemplo constituyen de hecho el verdadero problema, gracias a ellos puede
encontrar una respuesta adecuada la cuestión específica de los premios y castigos.”
10. ”Son los mismos alumnos, aunque en colaboración con el enseñante, los que se administran
libremente, es decir, los que viven directamente experiencias de iniciativa y de
responsabilidad, de dignidad y de justicia, de obediencia y de respeto”.
11. “Todo el esfuerzo del educador debe tender a saber no cómo poder castigar, sino cómo poder
no castigar”.
12. “Las sanciones,... serán simples, adaptadas al carácter del niño y al afecto natural de la falta y,
sobre todo, inteligibles por él y nunca como una manifestación de revancha.”
13. Un castigo, “no debe tener carácter de represalia, jamás ha de ser corporal, que se vea como
una consecuencia de la falta cometida, en todo caso que el alumno se haga cargo de la
falta y de su significación moral.”

BIBLIOGRAFÍA:

1. ROMERO, Francisco, Filósofos y problemas, Ed. Losada, Buenos Aires, 1947.

2. GALEAZZI, G., Premio en FLORES-GUTIÉRREZ (Directores), Diccionario de Ciencias de la


Educación, Ed. Paulinas, Madrid, 1990, pp.1518-1523.

3. LARROYO, Francisco, Disciplina y autonomía. Las sanciones en A.A.V.V., Diccionario Porrúa


de Pedagogía, Ed Porrúa, México, 1982, pp.191-192.

4. A.A.V.V., Diccionario manual ilustrado de la lengua española, Ed. Biblograf, Barcelona, 1993.

6
GALEAZZI, g., Op. cit., p.1521

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