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Oír voces desde el psicoanálisis

En uno de los ensayos que componen su libro ​Alucinaciones,​ Oliver Sacks escribe que no
vemos con los ojos, sino con el cerebro. A partir de esta conjetura intenta explicar que las
alucinaciones son una consecuencia biológica. Cada ensayo tiene esta misma vértebra teórica
que ha sostenido a los diagnósticos psiquiátricos desde mediados del siglo XVIII, centenario
gobernado por el racionalismo y el empirismo. Sin negar la existencia de ciertos problemas
neurológicos que desencadenan fenómenos como las alucinaciones visuales, auditivas y
olfativas, me gustaría argumentar que su explicación no es exclusiva desde la actividad
cerebral. Mi espina dorsal es el psicoanálisis y con ella sostengo algunos argumentos para
explicar las alucinaciones.

II

En 1973 ​—escribe Oliver Sacks— la revista ​Science publicó un artículo titulado “Acerca de
estar sano en un medio enfermo”. Se trató de un experimento en el cual ocho pacientes
hipotéticos ingresaron a hospitales psiquiátricos en Estados Unidos, e hicieron creer a las
enfermeras y a los verdaderos pacientes que oían voces. El propósito fue problematizar el
diagnóstico médico, y como suele sucederle a quien manifiesta que oye voces, el diagnóstico
de cada supuesto paciente fue esquizofrenia. Sólo uno fue diagnosticado con psicosis
maniaco-depresiva. No hizo falta cualquier otro síntoma para establecer con premura el
categórico diagnóstico de psicosis. Este ejercicio experimental cuestiona la creencia popular
y de cierta psiquiatría, que sostiene que escuchar voces significa estar loco. Sin embargo, el
concepto de locura no es sinónimo de psicosis. Hay una línea que los separa. Una línea
trazada por las manos de la ciencia y la sociedad para proponer separaciones como lo normal
y lo anormal; el orden y el desorden; la salud y la enfermedad. Cada dupla interpreta las
expresiones humanas para organizarlas en un sistema que explique sus causas. La locura es
resultado de esta organización. Quizá la forma más fácil de explicarla sea desde la mirada de
la Organización Mundial de la Salud que propone definir a la salud como “un estado de
completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o

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enfermedades". Esta definición propone entre sus líneas que la enfermedad aparece en el
cuerpo, en la mente y en la sociedad. Parece fácil reconocer cuando el cuerpo está sano o
enfermo a partir de su patología, es decir, desde una falla orgánica. No sorprende que la
psiquiatría y la psicología utilicen esta lógica para comprender los fenómenos humanos. El
cerebro, desde los racionalistas, ha sido concebido como una máquina gris con conexiones
neuronales. El problema es justificar que las emociones, conductas y pensamientos sean
producidos sólo por el artefacto, cuyo mecanismo sea posible analizar cuantitativamente. La
problematización del concepto de enfermedad para referirse a la mente radica en la noción de
normalidad. Los estándares acostumbrados y permitidos por una sociedad determinada
deciden si hay enfermedad en un individuo. Dentro de este sistema, estar sano supone estar
adaptado. La locura sucede cuando alguien no se comporta ni siente, mucho menos cuando
no piensa como la mayoría. De este modo, la enfermedad se vuelve otro sinónimo de la
locura. Esta manera de comprender a la locura ha transformado su concepción, reemplazando
la consideración de la vida y el relato que hace el paciente de ella, por categorizarla en los
criterios del​ Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales.

En su ensayo ​La locura y el psicoanálisis en los tiempos modernos​, Leticia Flores explora la
definición de salud que propone la OMS. Para ella, esta definición es un enlace para recordar
una propuesta freudiana. El bienestar se refiere a la disminución de tensión en el organismo.
Freud nombró a este estado el principio de placer. Se vuelve importante recordar otro
concepto que se vincula con el bienestar freudiano: el apuntalamiento. El principio de placer
es tanto físico como psíquico. El psiquismo se apoya en el cuerpo para equilibrar las
tensiones que el propio organismo tiene y el exterior provoca. Lo que hay afuera es lo que
Freud nombró como el principio de realidad. Es una relación recíproca en donde las
funciones vitales del cuerpo apoyan la satisfacción psíquica. En un principio, las mismas
fuentes y los mismos objetos: la satisfacción de la pulsión oral se apuntala en la satisfacción
alimentaria ligada a las necesidades de la nutrición. Tener la creencia de que el cerebro es el
artefacto que produce las expresiones humanas, es tropezar con las peculiaridades que ofrece
una historia individualidad en relación con la salud y la enfermedad. En toda persona, el
bienestar y la patología médica se trataría de una relación entre cuerpo-psique.

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Como plantea la definición clásica de salud, el bienestar no es solamente físico y mental,
también es social. Las ideas que Freud propone en ​El malestar de la cultura ​cuestionan la
solidez que se sostiene en esta definición. Si lo normal es aquello que la sociedad espera que
los individuos realicen, resulta una imposibilidad cumplir con las normas. La dimensión ética
y moral de las acciones humanas se plantea en función de un bien, de la búsqueda de un bien,
y en consecuencia, de la eliminación del mal. Esta aseveración tiene una semejanza con el
objetivo de las psicoterapias que actualmente proponen como solución la eliminación del
síntoma, o dicho de otra forma, de la enfermedad mental. Lo absurdo es que la búsqueda de la
felicidad individual se contrapone con la social porque la colectividad ha instaurado un bien
moral que ordena las pasiones humanas: "la cultura exige, para su progreso, que el sujeto
renuncie a su bienestar, a la satisfacción de sus pulsiones", concluye Freud. "No se puede
tener seguridad alguna en alcanzar un bienestar posible. Al estar sujeto a esa regla moral, el
desasosiego que resulta de la renuncia del placer organiza y define la vida misma", infiere
Leticia Flores. A grandes rasgos, el síntoma freudiano es un conflicto de intereses respecto al
placer interior.

La relación de las personas consigo mismas y entre ellas, produce continuamente infelicidad,
culpa, agresión y reacciones que, en ocasiones, se desvían de la norma. Siempre estamos a
punto de cruzar la frontera hacia la locura. En verdad lo hacemos con pequeños deslices que
Freud reconoció como sueños y actos fallidos. Hay locura en la psicopatología de la vida
cotidiana. Lo que para la mayoría son errores de la memoria, descuidos del pensamiento que
no tienen importancia, para Freud es un valioso mecanismo universal en el interior de las
personas. El descubrimiento que propone el psicoanálisis —el inconsciente— desarma la
maquinaria de la psiquiatría y de la medicina. La salida fácil siempre ha sido concebir al
sinsentido como un error de la razón que no sucede todos los días ni a nosotros. La vergüenza
impuesta por el bienestar social se ha convertido en uno de los clichés que reprimen aceptar
que la locura es intrínseca al bienestar. En cierta medida, estos resbalones del intelecto son
invenciones originales de una psique.

Los surrealistas que fueron coetáneos a Freud lo confirmaron con su simpatía por la fantasía
y cualquier método que produzca disparates en nuestra realidad acostumbrada. André Breton,
por ejemplo, remarca que "los locos son, en cierta medida, víctimas de su imaginación, en el

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sentido que ésta les induce a quebrantar ciertas reglas, reglas cuya transgresión define la
calidad de loco". Es interesante que el artista considere que la violación de un precepto social
precise la condición de la locura. La densidad de la conmoción que provoque un loco en la
sociedad será determinante para el encierro o el elogio; considerarlo un demente o un genio.
Cuando Scott Fitzgerald escribió su ensayo ​Crack Up, consideraba que grandes golpes
internos le ocurren a una mente que funciona con aparente perfección. Precisa el escritor: “la
prueba de una inteligencia de primera clase es la capacidad para retener dos ideas opuestas en
la mente al mismo tiempo, y seguir conservando la capacidad de funcionar”. Acaso esta una
aproximación al psiquismo freudiano. En la conciencia hay partes inconscientes. En la locura
hay cierta parte de razón.

III

Un experimento se define como una “prueba o examen práctico que se realiza para probar la
eficacia de una cosa o examinar sus propiedades”. ¿La locura podría ser el producto de un
experimento? En “Acerca de estar sano en un medio enfermo”, los participantes que se
hicieron pasar por pacientes en hospitales psiquiátricos, provocaron una situación que
terminó por interpretarse como locura. Bastó con informar al personal del hospital que eran
incapaces de distinguir lo que decían las voces, pero oían las palabras ​vacío​, ​hueco y ​choque.​
Además de esa invención, se comportaron de manera normal, relataron sus experiencias
personales para el historial clínico. Tras el diagnóstico de esquizofrenia, les dieron
antipsicóticos que no ingirieron. Además de cuestionar el diagnóstico médico, este
experimento problematiza la práctica científica y su relación con la verdad. Foucault piensa
que la praxis científica produce sus propias certezas porque la verdad “no está en el orden de
lo que es sino de lo que acontece. La verdad no es constatada sino provocada”, escribe en su
​ oucault argumenta que esta provocación es una estrategia que
ensayo ​La casa de la locura. F
determina los momentos favorables para conocerla. La provocación tiene entre sus letras a un
sujeto en acción y es quien tiene el poder de provocar. Foucault dirá que la verdad tiene una
cualidad intrínseca con el poder. La verdad es consecuencia de un ritual. En relación con la
locura, el ritual en donde se le hace aparecer es el diagnóstico y es el médico quien la provoca
en una institución que valida el ejercicio de este procedimiento: el hospital psiquiátrico. El
experimento que escribe Oliver Sacks es una investigación conducida con datos y hechos

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sugeridos artificialmente; se produjo locura con sólo enunciar los síntomas de la
esquizofrenia que fueron reconocidos y aprobados por una tradición médica. Los criterios
con los cuales construyó su nosología no son similares a los de la psiquiatría. No se trata
solamente de escribir y describir a nivel de semiología como lo haría la psiquiatría, sino
también de concebir el nivel terapéutico que supone la relación transferencial entre paciente y
analista. Para esta relación transferencial en el psicoanálisis, Lacan dirá que se trata de ​un
supuesto saber por parte del analista respecto al saber que tiene el sujeto. En este sentido, y a
diferencia del médico que produce y cree comprender la verdad, en el psicoanálisis propone
poner en duda la verdad.

IV

La locura ha recibido una diversidad de nombres para ser representada. Entre los títulos más
comunes están la lepra, epilepsia, sífilis, la melancolía y la enfermedad mental. El actual es
el apelativo de psicosis. Sin embargo, se necesitó de la psiquiatría para que el loco pasara de
ser alguien diferente entre los otros, para pasar a ser un enfermo entre otros enfermos y
encerrados en una institución. Durante el movimiento psicopatológico, según escribe Roberto
Mazzuca en su ensayo ​La invención freudiana de la psicosis, ​se propuso transformar el
método descriptivo impuesto por la psiquiatría clásica para formular no sólo el fenómeno
sino hipótesis explicativas sobre causas, origen y mecanismos de las diferentes entidades
clínicas. El propósito era cuestionar el hecho de que una enfermedad mental fuera connatural
a un hecho orgánico, sin embargo, la importancia del sistema nervioso en las enfermedades
mentales tuvo pocas reformulaciones. El cambio fue pasar de un primer momento de la
psiquiatría ​—sincrónica— en el cual dominaba el paradigma de la alienación mental, creado
en la primera mitad del siglo XIX por Pinel y continuado por Esquirol. La enfermedad mental
era un cuadro único que podía tomar distintas formas en distintos pacientes, o en distintos
momentos, pero sin dejar de constituir una sola enfermedad: la alienación mental. El segundo
momento ​—diacrónico— no bastó la descripción de un síntoma. Hacía falta profundizar en la
observación de la evolución de un síntoma, saber cuál fue su desarrollo en el decurso del
tiempo. Bleuler es una referencia de esta forma de la psiquiatría. Oliver Sacks enaltece la
concepción que tuvo Bleuler respecto a la esquizofrenia a partir de su monografía ​Demencia
precoz. El grupo de las esquizofrenias, ​publicado en 1911, porque escribe que las voces que

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escuchan los esquizofrénicos encarnan sus miedos y todo su interior es transformado con el
mundo exterior. Aunque esta idea del desequilibrio mental tenga roces con las propuestas de
Freud respecto a la realidad y la psicosis, no termina por separarse de lo biológico pues en
este momento de la psiquiatría el paradigma es el método anátomo clínico. En 1822, tras las
autopsias de un patólogo francés llamado Bayle, se descubre la existencia de lesiones
específicas en las meninges, que no aparecen en otros pacientes con otras formas de
alienación mental. La consecuencia de este descubrimiento es considerar que una enfermedad
mental determinada se define por varios parámetros: una evolución típica, una etiología
conocida, un tipo de lesión histopatológica definida y un mecanismo fisiopatológico preciso.
Esto llevaría a encontrar un tratamiento específico para cada enfermedad. ​Lo que se entendía
por psicosis en ese entonces era un estado mental relacionado a cambios fisiológicos en
ciertas áreas cerebrales. Bleuler tuvo empatía por el método psicoanalítico que Freud había
desarrollado hasta ese momento, y quiso aplicarlo para el abordaje de las psicosis; pero
también es cierto que Freud sospechó de un fracaso en su aplicación. Esta desconfianza con
el uso de la asociación libre e interpretación se debe a que el síntoma psicótico “es un
pececito voraz que no conviene alimentar con sentido”1. O como lo dijo Freud en su ensayo
Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa:​ “en la paranoia, el reproche es
reprimido por un camino que se puede designar como proyección”. La proyección, según
entiendo, es la operación de atribuir al exterior los propios deseos. De modo que si el analista
confiere interpretaciones para el síntoma psicótico, como lo haría con el neurótico, ayuda a
tejer la red de representaciones del delirio. El síntoma–pez queda atrapado en la red.

En la historia de la conceptualización de la psicosis, la nosología freudiana hace una


distinción importante porque apunta a que los fenómenos y síntomas responden a
mecanismos psíquicos. En una elaboración temprana, la histeria y la neurosis obsesiva son
una misma entidad clínica de la cual también forma parte la psicosis. La semejanza de esta
agrupación está en el mecanismo de defensa que parece tener un misma forma de proceder: el
yo se impone el olvido para defenderse de una representación que no tolera pero fracasa en la
operación. El yo quisiera no saber lo que le ha acontecido. Pero una vez que la huella
mnémica y el afecto adherido a la representación están ahí, no es posible eliminarlas. Freud
nombró a la histeria, la neurosis obsesiva y a la psicosis como neuropsicosis de defensa. Y

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​Frase de Lacan recuperada por Roberto Mazzuca en su ensayo ​La invención freudiana de la psicosis.
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será una importante aportación para construir otros conceptos como el narcisismo y la libido.
Acaso la diferencia está en la expresión de síntoma: en la histeria está en el cuerpo; en la
neurosis obsesiva, en el pensamiento; en la psicosis, una alucinación. Para Mazzuca, esto
constituye una primera fase en la conceptualización de la psicosis y en la formación de los
síntomas en el psiquismo.
V

Una de las ideas de Bleuler que enaltece Oliver Sacks es que “casi todos los esquizofrénicos
que están en hospitales psiquiátricos oyen voces, pero oír voces no denota necesariamente
esquizofrenia”. Sacks quiere llevar el contenido de este pensamiento hacia las alucinaciones
que le ocurren a cualquier neurótico bajo condiciones específicas o de carácter cotidiano: una
decepción amorosa, exceso de cansancio o insomnio. Considera que escuchar el nombre
propio es un fenómeno ordinario entre la mayoría de las personas, así como también podría
ser la alucinación de ver a una sombra extraña o conocida. Es cierto. Hay quienes escuchan el
sonido que hace su celular cuando recibe un mensaje de texto y esto no los convierte en
esquizofrénicos. La declaración de Bleuler me hace pensar en Piera Aulagnier cuando escribe
acerca de la esquizofrenia en su libro ​La violencia de la interpretación​. Si el psicoanálisis
había cuestionado el saber psiquiátrico sobre las psicosis, y habían resultado provechosas sus
teorías para replantear su mecanismo, con este libro Piera problematiza desde el mismo
psicoanálisis el saber sobre las psicosis.

Uno de los puntos reflexivos de Piera es el cuestionamiento sobre el origen propio. La teoría
sexual infantil se construye con la pregunta acerca del nacimiento. Y es en este momento de
construcción psíquica, en el cual también se accede a la imagen del cuerpo, al registro de lo
simbólico. Según Piera, estos son algunos de los elementos que organizan particularmente el
espacio en que adviene el Yo, quien elaborará una construcción que recurre a un orden causal
que nos remiten a dos discursos: el del portavoz y el del padre. En relación con la psicosis
estos dos discursos presentaron fallas en su tarea, de modo que el advenimiento de un
pensamiento delirante primario. Sin embargo, esto es necesario pero no suficiente para la
creación de una paranoia o esquizofrenia. “Estas fallas (en el espacio exterior de la psique y
del discurso que en ella circula) pueden ser superadas por el sujeto sin que se vea obligado a
recurrir a un orden de causalidad que no se halle acorde con el de los demás”, puntualiza

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Piera. Existen condiciones previas necesarias para la posible elaboración de las formas de la
psicosis pero no son suficientes. Esto es una creación del pensamiento de Piera que denominó
como potencialidad psicótica. El Yo interpreta sobre la causa de los orígenes: de sí mismo,
del placer, del nacimiento y del displacer. Pero el Yo está a merced de lo que los discursos
puedan hacer aparecer y enunciar sobre estas cuestiones fundamentales, y si esta enunciación
transmite un escaso o ningún sentido, podría instaurarse un sistema de significaciones acorde
al enunciado y que produzcan un enquistamiento del pensar. Esta forma de pensar le
permitiría a alguien funcionar de acuerdo a una aparente y frágil normalidad. Este es el caso
del paranoico que elabora un delirio para construir una realidad. E​l delirio, sugiere Freud, es
también la creación de una nueva realidad, “en el cual vemos el producto de la enfermedad,
es en realidad la tentativa de curación”. aunque el síntoma-delirio nunca pueda reconstruir
completamente lo que intenta construir, me asombra la elección que hizo Schreber, por
mencionar a un caso de la literatura psicoanalítica. Schreber no sólo habló de su delirio con
Fleshig, además, lo escribió con forma de memorias y testimonio que no son géneros alejados
de su oficio como abogado. Si la opinión popular dice que los locos viven en una realidad que
no es la acostumbrada por quienes lo rodean, Schreber asombra por su capacidad para alegar
una apelación del mismo modo que un colega suyo podría hacerlo. Hecho que cuestiona la
supuesta realidad acostumbrada. Esto se relaciona con una de las reflexiones que elabora
Freud respecto al retiro de la libido: no es posible afirmar que el paranoico retire por
completo su interés por el mundo exterior. En cambio, sí es posible decir que lo hace
parcialmente porque “el sujeto percibe el mundo exterior y se da cuenta de sus
modificaciones que estimulan en él tentativas de explicación”. Darian Leader, en su libro
¿Qué es la locura?​, también sugiere que el delirio es una creación. Narra la anécdota de un
paciente de un hospital psiquiátrico, y quien había construido con su delirio un país del cual
decía venir. Parecía que esta construcción delirante lo protegía de una desestabilización
psicótica. Creó un país alterno para no tener la experiencia de estar en un país ​—​ese escaso o
vacío significado del mundo del que habla Piera​— cayéndose a pedazos. El Yo también
podría ignorar o descatectizar todo lo que escape a la interpretación del s​istema de
significaciones de acuerdo al enunciado que ha transmitido el discurso del portavoz y del
padre, el discurso del Otro. Esta otra forma de la psicosis se refiere a la esquizofrenia.

VI

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Algunos investigadores, escribe Oliver Sacks, han propuesto que las alucinaciones auditivas
resultan de una falla a la hora de reconocer como propia el habla generada de manera interna.
Que tal vez esta falla podría surgir de una activación cruzada entre las zonas auditivas, de
modo que lo que casi todos experimentamos como pensamientos se convierten en voz. Que
quizá existe algún tipo de inhibición fisiológica que normalmente evita que casi todas las
personas oigan las voces internas como algo exterior. En quienes oyen estas voces, quizá esta
barrera está dañada. Estas preguntas están hechas a partir de la neurología que piensa que la
barrera se compone simplemente por algún hemisferio del cerebro. Sin embargo, la propuesta
de Piera, por ejemplo, supone que si hay un mecanismo para la creación de algo interno es en
relación al Yo. Tendrá que ver con el enunciado acerca del origen porque es el que responde
a la pregunta: "¿cómo nacen los niños?" y es equivalente a "¿cómo nace el yo?". Así se
escribe el primer párrafo en la historia de una persona y sobre el que se edificarán las
posteriores identificaciones. "El primer párrafo no puede presentarse como una serie de líneas
en blanco: si así fuere, el conjunto de los otros estarían expuestos al riesgo de que en algún
momento, al inscribirse allí, alguna palabra los declare totalmente falsos". La respuesta al
interrogante sobre el origen debe entrelazar nacimiento, niño, placer y deseo. Así se produce
un enunciado que, de alguna forma u otra, remita a que en el origen de la vida se encuentra el
deseo de la pareja parental y que el nacimiento del niño les causó placer. Si las cosas fueran,
como sugiere Oliver Sacks, consecuencia de una barrera dañada, esto sería una capa
fundamental para que el pensamiento se reconociera como propio y no como algo que viene
desde afuera.

Otra capa fundamental se construye con el discurso materno que se refiere al niño. La
tendencia productora de la potencialidad para oír voces la constituye la ausencia de un deseo
de hijo que habría sido recibido por parte de su propia madre y que sería transmitido, a su
vez, al hijo. En la psicosis, no existe el deseo de producir un ser nuevo, diferente de lo ya
repetido, siendo borrados todos los elementos singulares de ese niño. En ocasiones el
nacimiento es vivenciado, por parte de la madre, como una repetición invertida de su relación
madre-hija con su propia madre. Tampoco existe una intimidad de pensamiento, un espacio
de creación de pensamiento en el hijo, y que sería fundamental para que el niño tuviera una
apropiación de su capacidad para pensar. Al hablar y preguntar sobre el origen, el niño rompe

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la ilusión materna —siempre necesaria en un comienzo— ​de conocer sus pensamientos. Si la
madre le pide al niño que piense lo que ella piensa, es para no responder y demostrar que el
pasado no puede retornar, que el deseo de lo mismo es irrealizable e impensable. Es posible
advertir en el discurso de un paciente con psicosis la construcción de un Yo que no considera
propios a sus pensamientos, como sucede en la esquizofrenia. Oliver Sacks transcribe en su
ensayo la anécdota de una paciente suya:

Regularmente sufro alucinaciones de conversaciones, a menudo cuando


me quedo dormida por la noche. Tengo la impresión de que estas
conversaciones son reales y tienen lugar entre la gente real, al mismo
tiempo que las oigo, pero que ocurren en otra parte. Oigo parejas que
discuten, todo tipo de cosas. No se trata de voces que pueda identificar, no
son de gente que conozca. Tengo la impresión de que soy una radio,
sintonizada en el mundo de otra persona. (Aunque siempre es un mundo
que habla inglés americano). No se me ocurre ninguna otra manera de
definir estas experiencias que clasificándolas de alucinaciones. Yo nunca
participo; nunca se dirigen a mí. Yo simplemente escucho.

Me recuerda que para que la potencialidad psicótica continúe como tal y no se torne en
psicosis manifiesta, según Piera, es necesaria la presencia de una voz y una escucha que, en
toda ocasión en que la teoría infantil acerca del origen corra el riesgo de ser cuestionada, le
proporcione la seguridad de que la misma constituye una verdad comunicable para esa voz y
esa escucha. Otro factor necesario para que la teorización delirante sobre el origen
permanezca enquistada consiste en la no repetición reiterada de momentos de frustración,
sufrimiento o duelo, que son tolerables para cualquier persona excepto para ellos. Esos
momentos harían retornar el afecto experimentado en esas primeras experiencias. ​Lo que me
asombra es lo difícil que resulta señalar como causa concreta de las alucinaciones o
manifestaciones psicóticas, la exclusividad de un factor vivenciado. En otro de sus ensayos,
Freud escribió que es comprensible que un sujeto pueda comenzar con síntomas paranoicos y
evolucionar hasta la demencia. Me hace preguntarme por lo que puede tener de definitivo una

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estructura. O tal vez tenga que ver con lo que escribió Darian Leader: hay una diferencia
entre ser psicótico y volverse psicótico.

Bibliografía

Oliver Sacks. (2016). Alucinaciones. Barcelona: Anagrama.


Roberto Mazzuca. (2001). Las Psicosis. Argentina: Eudeba.
Piera A. (2007). La violencia de la interpretación. España: Amorrortu.
Darian Leader. (2013). ¿Qué es la locura?. Ciudad de México y Madrid: Sexto Piso.
Michel Foucault. (2001). La historia de la locura I. México: Fondo de Cultura Económica.
Leticia Flores. (1992). Locura y psicoanálisis en tiempos modernos. Tramas, 127.
Freud, S. Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa. España: Amorrortu
Freud, S. La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis. España: Amorrortu
G. Lanteri-Laura. (1994). Las alucinaciones. México: Fondo de Cultura Económica.

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