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“AÑO DEL DIALOGO Y LA RECONCILIACION NACIONAL”


UNIVERSIDAD PRIVADA ANTENOR ORREGO

FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS POLÍTICAS


ESCUELA PROFESIONAL DE DERECHO

“LA SIMULACIÓN EN LOS ACTOS JURÍDICOS”

INTEGRANTES:

 Celi Córdova, Rosa


 Galan Periche, Anthony
 Gomez Peralta, José Carlos
 Jaime Tantalean, Clara
 Mejía Salazar, Leonardo
 Periche Torres, Lina
 Rijalba Arraiza, Genesis
 Saavedra Tijero, Giordano
 Sandoval Pongo, Luciana

DOCENTE:

Gomez Guevara, Amalia

ASIGNATURA:

Derecho Civil: Acto Jurídico

Piura, 10 de octubre 2018


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INTRODUCCIÓN

Cuando la voluntad no coincida con su declaración, esto es cuando lo


manifestado no corresponde a lo deseado, se produce una divergencia entre la
voluntad y su declaración. Esta divergencia puede reconocer una gran variedad
de causas. Puede, suceder que intencionalmente se haya dado a la declaración
de voluntad cometido diferente de la propia voluntad, o que; por causas extrañas
al sujeto del acto jurídico, se haya provocado una manifestación diferente de la
Voluntad como en el caso del error, dolo o, violencia.
Ángel Gustavo Cornejo; sigue en términos generales el esquema de Coviello y
distingue entre divergencia voluntaria y divergencia involuntaria entre la voluntad
y su declaración. Entre las divergencias voluntarias estudia las declaraciones
informales, las reservas mentales, los negocios fiduciarios y la simulación. Entre
las divergencias involuntarias, estudia el error, el dolo y la violencia. Del fraude
se ocupa en forma independiente.
León Barandiaran trata como vicios de voluntad el error, el dolo y la violencia y
trata como institutos separados la simulación y el fraude.
Rotondi, considera también que la discordancia entre la voluntad tal cual ha sido
concebida y la voluntad declarada, puede ser intencional o no intencional,
estudia la simulación entre las formas voluntarias de disconformidad entre la
voluntad y su declaración.
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INDICE

INTRODUCCIÓN………………………………………………. 2

INDICE………………………………………………………….. 3

I. CONCEPTOS GENERALES
1.1. Antecedentes............................................... 5
1.1.1. Código 1852………………………..… 5
1.1.2. Código 1936……………………….... 11
1.1.3. Código 1984………………………… 12
1.2. La Simulación en el Derecho Romano..….....15
1.3. Definición………………………………...…... 16
1.3.1. Acto jurídico…………………………. 17
1.3.2. Simulación de los actos jurídicos ..…17
1.4. Objetivo…………………………………………18
II. DIFERENCIAS DE LAS DEMAS FORMAS DE DIVIRGENCIA
VOLUNTARIA……………………………………………… 19
III. REQUISITOS DE LA SIMULACIÓN
3.1. Acuerdo simulatorio……….......……………... 20
3.2. Fin de engañar a un tercero…………………..21
IV. CLASES DE SIMULACIÓN
4.1. Absoluta………………………………............. 22
4.2. Relativa…………………………………........... 23
4.3. Parcial………………………………................ 24
V. CARACTERÍSTICAS DE LA SIMULACIÓN
5.1. Acuerdo entre las partes……………...……… 25
5.2. Fin de engañar a terceros………..………...… 27
5.3. Disconformidad intencional entre partes……. 28

VI. INTERPOSICIÓN DE PERSONA


6.1. Primera categoría.......................................... 31
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6.2. Segunda categoría........................................ 32


VII. ACCION DE SIMULACIÓN……………………....………. 32
VIII. EFECTOS DE SIMULACIÓN…………………………….. 36
IX. CONTRADOCUMENTO……………………………………39
X. PRESCRIPCION DE LA SIMULACIÓN…………………..40
XI. INOPONIBILIDAD DE LA SIMULACION…………………41

CONCLUSIONES……………………………………………………41

BIBLIOGRAFÍA……………………………………………………… 41
5

I. CONCEPTOS GENERALES

1.1. ANTECEDENTES
La Simulación en los Códigos Civiles Peruanos:

1.1.1. El Código Civil de 1852

Este Código no incorporó en su contenido la teoría del Acto o


Negocio Jurídico, esto se habría producido debido a que el
Código Francés de 1804 (que influyó en los legisladores de la
época) tampoco la regulaba en sus orígenes. En ese sentido
comenta el Dr. Fernando Vidal Ramírez: “Como ya lo hemos
advertido, la formulación teórica del acto jurídico fue posterior al
Code Napoleón pues éste no lo conceptuó ni lo reguló. Sus
redactores estuvieron fuertemente influidos por la idea de que
todo derecho u obligación tenía su fuente inmediata en la ley.
Además como ya lo hemos señalado, El Code Civil adoptó como
concepto genérico el de la convención.” 5 La afirmación descrita
en líneas precedentes también es reconocida por el Dr. Francisco
García Sayán, quien al respecto señala: “Siguiendo con el modelo
del Code, nuestro primer cuerpo de leyes privadas no legisló
acerca del acto jurídico.” 6 En virtud a lo antes referido y en
relación al tema específico de investigación, se puede colegir que
no puede hablarse de una regulación sistemática de la figura civil
de la “Simulación” de los Negocios Jurídicos en el Código Civil
Peruano de 1852. Sin embargo, dicho Código reguló un supuesto
de simulación, ello en el artículo 1329° del referido Código en la
que se estableció que “la venta simulada era nula”. En esa misma
línea, en el artículo 1253° del mismo cuerpo normativo, se reguló
que “era nulo el contrato sin tener una causa o con causa falsa o
ilícita. Asimismo, en el artículo 1744° se reguló que “las
obligaciones que nacen de una pérdida de juego disfrazadas bajo
una forma legal, son nulas”. Como se puede colegir, existía un
tratamiento legislativo, en virtud al cual se consideraba “nulo” los
negocios jurídicos celebrados con simulación; no haciéndose
distinción alguna sobre la simulación absoluta o relativa. Esta
forma de tratamiento a la figura de la simulación, tenía como base
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lo establecido en el artículo 1325 del Código bajo comentario


(norma contenida en el título III), en la cual se estableció que los
requisitos de validez de los contratos eran los siguientes:
a) El consentimiento de las partes.
b) La capacidad para contratar.
c) Cosa cierta que sea materia de contrato.
d) Causa justa para obligarse Bajo ese contexto, interpretamos
que el remedio negocial de la nulidad era aplicado a los negocios
jurídicos simulados, en la medida que no había “consentimiento
válido entre las partes” ni una “causa justa para obligarse”, ello
acorde con los requisitos de validez regulados en la época.
El antecedente legislativo siguiente a esta Código lo es el
proyecto del Código Civil para la República del Perú de 1847. En
este proyecto se estableció en el Tercer Libro una regulación
sobre los contratos civiles y las obligaciones, pero tampoco existió
regulación alguna respecto de la figura del Acto Jurídico.
Sobre la vigencia de este Código señala el Dr. Carlos Ramos
Núñez: “(…) Fenecido el gobierno de Castilla e instaurado el de
Echenique, como por encanto de esa fe en la Corte Suprema se
desvaneció. Así, el Código Civil Promulgado por el régimen de
Echenique borró de un plumazo la figura del referélegislatif. Las
reglas no serían otras que las estipuladas en el Código Civil y,
específicamente, en el Título Preliminar.”
Por su parte, el Dr. Jorge Basadre, al comentar sobre el Código
Civil Peruano de 1852, refiere el contexto y la conducta que
tuvieron los operadores jurídicos de la época, siendo resaltante
citar lo siguiente: “(…) cabe llegar a la conclusión de que,
inmediatamente antes de entrar en vigencia el Código Civil de
1852 y en el momento en que el Código convivió con el Derecho
que inmediatamente le precediera, los tribunales trataron de
armonizar según las conveniencias y características del país, La
constitución republicana la tradición colonial, las doctrinas del
Derecho Romano y las ideas nuevas llegadas de España o
Francia. Procuraron el predominio de la razón y paz social. No
cortaron, ni desviaron, ni precipitaron, ni detuvieron el progreso
nacional.” De otro lado, debemos precisar que aún durante la
vigencia del Código Civil de 1852, en el año de 1912 entró en
vigencia el Código de Procedimientos Civiles del año 1912, el
mismo que en su artículo 411° reguló textualmente lo siguiente:
“Los contra documentos privados que destruyan o enerven el
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valor de una escritura pública no producen efecto contra los


sucesores de los otorgantes a título particular”. Si bien es cierto
que la norma antes indicada en el párrafo anterior, se trató de una
norma de contenido netamente procesal, también es cierto que
en el campo sustantivo tuvo una importancia significativa en
relación a la protección de los intereses de “los terceros de buena
fe”, regulación que ciertamente se mantiene hasta nuestros días.
En tal sentido, comenta el Dr. Leysser León: No obstante la
mención de los “sucesores de los otorgantes” y no de los terceros
en general, esta norma cubrió en la práctica, el vacío generado
por la ya remarcada ausencia en el Código Civil de 1852 de una
disposición equivalente a aquella que el Código napoleónico priva
de eficacia a las contre-lettres, y que ha constituido la base del
desarrollo teórico y jurisprudencial de la simulación en el
ordenamiento francés. En el siglo XX, en efecto, nuestros
magistrados dan aquella innovadora norma del Código de
Procedimientos Civiles un valor equivalente al de la regla
afrancesada omitida en el Código Civil de 1852. Por lo tanto, a
menos que se perjudicaran derechos de terceros, las
contraescrituras se consideraban válidas, eficaces y oponibles.
En virtud de lo antes señalado, podemos concluir en los inicios de
vigencia del Código Civil de 1852, la simulación tenía una
incompleta regulación en el tema de la simulación, sin embargo,
diversos dispositivos del mismo, permiten afirmar que su
tratamiento era de aplicación del remedio negocial de la nulidad.
Años después dicho código fue complementado con la regulación
contenida en el Código de Procedimientos Civiles de 1912, en
cuyo artículo 411° se estableció que las contraescrituras sobre
negocios jurídicos celebrados con simulación se consideraban
válidas, protegiéndose además los derechos e intereses de los
terceros. Nos lleva a reflexión lo antes indicado, toda vez que si
las contraescrituras de negocios jurídicos se consideraban válidas
-cuando no afectaban a terceros-, entonces podríamos afirmar
que los negocios jurídicos simulados que no afectaban a terceros
podrían ser considerados válidos, máxime si con el Código de
Procedimientos Civiles importó a nuestro país la regla de Francia,
en la cual la simulación es “neutra”.
Este Código incorporó por primera vez en nuestra legislación civil
una regulación sobre los negocios jurídicos. En ese sentido, la
Sección Primera del Libro Quinto se denominó “De los actos
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jurídicos” (El indicado Libro se tituló “Del derecho de


obligaciones”). A su vez, se reguló también por la figura civil de la
Simulación de los Actos Jurídicos, esto en el título tercero de
dicha sección. La regulación estuvo compuesta de cuatro
artículos. Dentro de los principales dispositivos que consideramos
útiles para la presente investigación, debemos indicar los
siguientes: El artículo 1094° de este Código establecía lo
siguiente “La simulación no es reprobada por la ley cuando a
nadie perjudica, ni tiene un fin ilícito”. Por su parte, el artículo
1095° reguló lo siguiente: Los que hubiesen simulado un acto con
el fin de violar la ley, o de perjudicar a un tercero, no podrán
ejercer el uno contra el otro las acciones que surgirían del acto
practicado si fuere real y permitido. En la exposición de motivos
del indicado Código se dejó establecido que la simulación era una
figura jurídica lícita, ello siempre que con ello no se incurra en un
fraude a la ley o se perjudique a un tercero, tomándose como un
punto de partida el principio que garantiza la libre actividad de los
individuos. Esta es la regulación principal sobre la simulación en
los negocios jurídicos; de la cual se puede colegir que se
reconocía legislativamente la validez de dichos negocios jurídicos
y, por tanto, el reconocimiento de sus efectos jurídicos, siempre
que no perjudiquen a nadie, ni tengan fines ilícitos; en caso
contrario, el negocio era anulable, tal como lo establecía el
artículo 1125° inciso 2 de dicho Código, la cual establecía:
Artículo 1125.- El acto jurídico es anulable: 1.- Por incapacidad
relativa del agente; 2.- Por vicio resultante de error, dolo,
violencia, intimidación, simulación o fraude. El acto anulable podía
ser objeto de confirmación, conforme lo establecía el artículo
1132° del Código Civil Peruano, el cual señalaba que: “El acto
anulable puede ser confirmado, salvo el derecho de tercero”. Bajo
el contexto legislativo en mención, podemos concluir que el
legislador peruano consideró –en forma indirecta- que aquellos
negocios jurídicos con simulación absoluta que respondan a
cierta utilidad y que no perjudiquen a nadie ni vulneren alguna
norma legal, no podían ser afectados con el remedio de la nulidad.
Así por ejemplo, si Juan era dueño de dos fincas (A y B) y para
evitar alguna extorsión o pillaje podría transferir simuladamente
una de sus fincas (Finca B) a Pedro, siendo este negocio
“ciertamente existente”, de tal manera que si luego Saulo (vecino
de Juan) quiere comprar la Finca B a Juan (sabiendo que está a
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nombre de Pedro), podría comprarlo, pues, al ser un negocio


jurídico simulado (el de Juan y Pedro) que no afectaba a nadie ni
vulneraba ninguna norma, no era sancionado con nulidad por
nuestro ordenamiento jurídico. En este punto es importante
señalar que en la práctica era muy confuso la aplicación del
remedio negocial de la anulabilidad, toda vez que en la doctrina
de la época se señalaba que en realidad correspondía sancionar
los negocios simulados en forma absoluta con la nulidad y no la
anulabilidad; por lo que se consideraba un error lo regulado en el
artículo 1125° inciso 2; de hecho esta confusión se trasladó
inclusive al fuero jurisdiccional, en la cual se emitieron
pronunciamientos opuestos, unas veces, declarándose la
anulabilidad y, otras veces, declarándose la anulabilidad, tal como
se demuestra a continuación: Ahora bien, sobre la influencia que
tuvieron nuestros legisladores peruanos para establecer una
“simulación neutra”, podemos referir a la legislación contenida en
el Código Civil Argentino, la misma que en su artículo 957°,
regula: “La simulación no es reprobada por la ley cuando a nadie
perjudica ni tiene un fin ilícito”. Como se aprecia la regulación del
Código de Velez Sarfield fue importada por los legisladores
peruanos sin hacer ninguna variación
El Dr. Leysser León afirma la influencia antes acotada, señalando
que las fuentes aparecen citadas en: “COMISIÓN
REFORMADORA DEL CODIGO CIVIL, Segundo Anteproyecto
del libro quinto del Código Civil del Perú, publicada por la Imprenta
Minerva de Lima, en 1926, p.6-7. En relación con el artículo 1094
(30° del Anteproyecto citado) se señalan como fuentes los
Códigos de Argentina y Brasil, además del francés (…)” Continúa
señalando al respecto el Dr. Leysser León: Aunque Vélez Sarfield
no indica el origen de este precepto, transcripto por los
codificadores del Perú, su fuente podría haber sido el Esboso de
Freitas, cuyo artículo 523° señala: “no habrá simulación en los
actos jurídicos, para efectos de viciarlos, a menos que en
cualquiera de los casos de los artículos precedentes, haya habido
mala fe, esto es, intención de perjudicar a terceros o de violar
disposiciones de la ley. El codificador argentino menciona en sus
notas, asimismo, haber tomado en cuenta la opinión de los
exegetas del Code Napoleón, que –como he anotado ya-
desarrollaron la simulación sobre la sola base del artículo 1321°.
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En ese sentido, podemos colegir que el legislador argentino tuvo


no sólo la influencia del Code, sino también de la legislación civil
de Brasil, en la cual tampoco se sancionaba con nulidad aquellos
negocios jurídicos simulados que no afectaran derechos de
terceros o normas legales; en consecuencia, vamos advirtiendo
que lo planteado en la presente investigación no es una posición
aislada, toda vez que ha sido recogida en importantes
legislaciones como Francia, Argentina y Brasil. De otra parte, al
comentar los alcances de la Simulación del Acto Jurídico en el
Código Civil de 1936.
El Dr. Vidal Ramírez: La distinción de la simulación lícita e ilícita
está presente en el Código de 1984, aunque no de la manera
explícita en que lo estuvo en el Código de 1936, cuyos arts. 1094
y 1095 dieron las nociones respectivas y señalaron sus efectos.
Según el art. 1094, la simulación no era reprobada por la ley
cuando a nadie perjudicaba ni tenía un fin ilícito; y, según el art.
1095°, los que hubiesen simulado un acto con el fin de violar la
ley o de perjudicar a un tercero no podían ejercer el uno contra el
otro las acciones que surgirían del acto practicado si fuera real y
verdadero.
Existe una particular interpretación que realiza el Dr. José León
Barandiarán sobre el artículo 1094° del Código Civil de 1936, a
nuestro criterio de manera muy forzada. Dicho autor nacional
considera que la permisividad de los efectos del acto simulado al
que se refiere el indicado artículo estaría referida a la simulación
relativa, pero no a la simulación absoluta.
En ese sentido, señala el profesor León Barandiarán: “En lo que
respecta al artículo 1094°, la posibilidad de que a pesar de la
simulación, se produzca efecto jurídico entre las partes, sólo
aparece en caso de una simulación relativa. Entonces cuando tras
del acto ostensible existe uno real, que no es reprochable porque
no tiene fin ilícito ni perjudica a tercero, dicho acto real debe valer.
(…) Tratándose de la simulación absoluta no se da la anterior
posibilidad, pues el acto absolutamente simulado no responde a
determinación legal alguna de voluntad y en consecuencia no
genera, no puede generar, efecto jurídico.”
Particularmente, consideramos desde nuestra humilde tribuna
que la interpretación o comentarios que hace el maestro José
León Barandiarán no es la correcta y es - ciertamente- forzada,
teniendo en cuenta que el propio sentido del artículo 1094° no
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hace diferencia alguna sobre los actos con simulación relativa y/o
absoluta; consecuentemente, cuando el acto simulado no
perjudicaba a terceros ni era reprobada por la ley, entonces debía
reconocerse determinados efectos legales esto incluso sobre los
negocios jurídicos con simulación absoluta; consideramos que no
se puede señalar diferencia o tratos diferenciados cuando la ley
no lo ha hecho.

1.1.2. El Código Civil de 1936


No hacía referencia a los tipos de simulación (entre
absoluta o relativa), consecuentemente, su regulación en
los términos planteados por el legislador debía ser
aplicados en forma general a todos los negocios jurídicos
simulados. A lo antes indicado, debemos añadir que –
como se ha explicado- el legislador peruano que elaboró
el Código Civil de 1936, se vio influenciado por las
legislaciones sudamericanas de Brasil y Argentina (de la
época) y ésta última se vio influenciada por el Code
francés, la misma que reguló la “neutralidad de la
simulación”, esto es, el reconocimiento de determinados
efectos de los negocios jurídicos simulados que no
afectaban a terceros y que no afectaban normas legales;
en consecuencia, dar una interpretación en contrario,
consideramos que sería desconocer el contexto en el que
se emitió el Código Civil de 1936.

1.1.3. El Código Civil de 1984


Por su parte, el artículo 190° del Código Civil vigente
establece que “Por la simulación absoluta se aparenta
celebrar un acto jurídico cuando no existe realmente
voluntad para celebrarlo”. Por su parte, el artículo 219°
inciso 5 del mismo Código indica que El acto jurídico es
nulo, cuando adolezca de simulación absoluta. Como se
puede advertir el tratamiento legislativo vigente es
diferente al que existió en el Código Civil de 1936, toda
vez que en dicha norma sólo se sancionaba con nulidad el
negocio jurídico con simulación absoluta, siempre que
éste afecte los intereses de terceros o tenga fines ilícitos;
en cambio, la actual legislación civil sanciona con nulidad
todo negocio jurídico celebrado con simulación absoluta,
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sin importar si tiene o no fines ilícitos o si afecta o no


intereses de terceros, lo cual consideramos constituye una
regulación, por lo menos incompleta.
El Dr. Fernando Vidal Ramírez realiza algunos
comentarios respecto a los cambios que existió entre el
Código Civil de 1936 y de 1984, sobre el tema relativo a la
simulación del negocio jurídico. En ese sentido, dicho
autor refiere:
El Código de 1984 distingue claramente la simulación
absoluta de la simulación relativa, lo que no hizo el Código
de 1936. Por el art. 190, que no tiene antecedente en el
Código anterior, da una noción de la primera precisando:
(…)
El Código de 1984 tiene una referencia expresa a la
simulación parcial, de la que se colige su distinción de la
simulación total, distinción sobre la que tampoco se
pronunció el Código de 1936. El mismo art. 192 hace
referencia a la simulación interpósita persona, lo que no
hizo el Código de 1936: (…)
La distinción de la simulación en lícita e ilícita está
presente en el Código de 1984, aunque no de la manera
explícita en que lo estuvo en el Código de 1936, cuyos
arts. 1094 y 1095 dieron las nociones respectivas y
señalaron sus efectos. Según el artículo 1094, la
simulación no era reprobada por la ley cuando a nadie
perjudicaba ni tenía un fin ilícito; (…) Ninguna de las dos
normas ha sido receptada por el Código de 1984. La
distinción de la simulación en lícita e ilícita fluye de la
referencia que el art. 191° hace al posible perjuicio de un
tercero y de la referencia al “tercero perjudicado. Como se
puede advertir del comentario realizado por el autor Vidal
Ramírez, si bien es cierto que describe el notable cambio
en la regulación del Código Civil de 1984, también es
cierto que no motiva las razones o justificaciones que
habría considerado el legislador o la doctrina para ese
cambio en la regulación sobre el tema relativo a la
simulación absoluta.
Por su parte, el Dr. Rómulo Morales, comentando el
artículo 190° del Código Civil Peruano vigente, establece
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que la simulación del negocio jurídico, puede ser


considerada desde cuatro teorías doctrinarias:
 Primera teoría: Simulación es la declaración de un
contenido de voluntad no real, emitida
conscientemente y de acuerdo entre las partes,
para producir con fines de engaño la apariencia de
un negocio jurídico que no existe o es distinto de
aquel que realmente se ha llevado a cabo
(FERRARA)”. La nulidad del contrato simulado
hallaría fundamento en la falta de voluntad de
contenido: la simulación sería uno de los casos en
los cuales la declaración no produce el efecto
indicado porque la voluntad no corresponde a la
declaración (WINDSCHEID, SCIALOJA Y
STOLFI) (…)
 Segunda teoría: Simulación ofrece el espectáculo
de que las partes emiten una declaración y una
contradeclaración dentro del mismo negocio, de
suerte que ambas se neutralizan recíprocamente.
No debe creerse que existan dos negocios que se
excluyen sucesivamente.
En el elemento de la declaración está contenida
también la contradeclaración –aunque se fije
posteriormente por escrito- y la una se neutraliza
por la otra: de modo que el negocio en conjunto
conduce a un efecto nulo, puesto que lleva el
resultado dinámico que se deriva de la totalidad de
las declaraciones que comprende (KOHLER). Así,
la simulación es el resultado de dos declaraciones
que se anulan entre ellas; aquella por virtud de la
cual se contrata y aquella en la que se manifiesta
que se hace aparentemente; la primera falsa
desde un punto de vista ontológico y
potencialmente verdadera o relevante desde el
punto de vista jurídico; la segunda verdadera
antológicamente pero legalmente irrelevante. (…)
 Tercera teoría: La declaración simulatoria es
querida y no sólo para ocultar o engañar; se quiere
crear una apariencia y para un fin determinado (DE
CASTRO Y BRAVO). El dato necesario y suficiente
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que identifica la simulación es sobre todo la


apariencia intencional de un negocio que por
acuerdo de las partes no se corresponde en todo
o en parte de su relación. La simulación integra por
tanto una hipótesis de ineficacia del contrato por
voluntad de las partes (BIANCA). (…)
 Cuarta teoría: la primera posición causalista
expresa que el propósito efectivo de las partes
sería incompatible con la causa del negocio
simulado en cuanto excluiría la realidad del
propósito típico del negocio. El negocio simulado
no puede obtener tutela del ordenamiento por falta
de causa y por eso es considerado nulo. El
acuerdo simulatorio priva al contrato simulado de
su causa, en la medida en que manifiesta la
voluntad de las partes en dar vida sólo a una
apariencia. De esta manera, por faltar la causa, el
negocio o contrato ostensible estará viciado de
nulidad (PUGLIATTI), en virtud de lo mencionado
en líneas precedentes, discrepamos de la
regulación poco clara que existe sobre la
simulación absoluta, máxime si el legislador
peruano no ha podido explicar cuáles fueron las
razones que justificaron la variación en el
tratamiento de la simulación absoluta en nuestro
país.
Consideramos sin embargo, que actualmente un negocio jurídico
simulado en forma absoluta puede generar determinados efectos,
por ejemplo, frente a un tercero adquirente de buena fe, a pesar
de haber podido contratar sobre la base de dicha apariencia
negocial generada por el negocio jurídico simulado; en
consecuencia, sostener que el contrato simulado en forma
absoluta no genera efectos jurídicos, no es del todo cierto, pues
nuestra misma legislación establece determinados supuestos en
los que se otorga relevancia jurídica al negocio jurídico simulado.
Situación similar ocurre con el inciso 2 del artículo 2001° del
Código Civil de 1984, la misma que establece un plazo de siete
(07) años como plazo prescriptorio, respecto de la acción
indemnizatoria derivados para las partes de la violación de un
acto simulado.
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1.2. La Simulación en el Derecho Romano


En el Derecho Romano se reconocía la figura de la simulación.
En esa misma línea, señala el Dr. Leysser León que en el
Derecho Romano, en efecto, existía una regulación sobre la
simulación en los siguientes términos:
Un aspecto importante a considerar en este punto es lo
indicado por el Dr. Ferrara, quien comentando la regulación de
la simulación en el derecho romano, señala que no se
analizaba desde la perspectiva de la ausencia de la voluntad
(aspecto psicológico), “sino que se detenían en una
concepción material y objetiva: el negocio simulado es nulo por
no ser verdadero, por no corresponder a la realidad”
Un aspecto importante a considerar en este punto es lo
indicado por el Dr. Ferrara, quien comentando la regulación de
la simulación en el derecho romano, señala que no se
analizaba desde la perspectiva de la ausencia de la voluntad
(aspecto psicológico), “sino que se detenían en una
concepción material y objetiva: el negocio simulado es nulo por
no ser verdadero, por no corresponder a la realidad.

1.3. Definición
Puede definirse a la simulación como la experimentación con un
modelo que imita ciertos aspectos de la realidad. Esto permite
trabajar en condiciones similares a las reales, pero con variables
controladas y en un entorno que se asemeja al real pero que está
creado o acondicionado artificialmente.
Simular, o fingir, o aparentar, importa mentir, ya porque se quiere
ocultar (disimular), en todo o en parte, una verdad, ya porque se
quiere hacer aparecer como verdad una falsedad, o ya porque se
desea aparecer frente a terceros una verdad diversa de la
efectiva, esto es, con una verdad aparente se disimula (se
esconde) otra verdad real.
La idea es que la simulación permita comprobar el
comportamiento de una persona, de un objeto o de un sistema en
ciertos contextos que, si bien no son idénticos a los reales,
ofrecen el mayor parecido posible. Así, es posible corregir fallos
antes de que la experiencia, efectivamente, se concrete en el
plano de lo real.
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La simulación es una operación jurídica compleja caracterizada


por el acuerdo de las partes para fingir un negocio jurídico o
contrato, o para disimularlo, detrás de un negocio jurídico o
contrato aparente. A pesar de que la simulación ha sido objeto de
amplia atención en distintos ordenamientos jurídicos, el Código
civil peruano posee numerosas incongruencias.

1.3.1. Acto jurídico


Según el art. 140° del Código Civil
El acto jurídico es la manifestación de voluntad destinada
a crear, regular, modificar o extinguir relaciones jurídicas.
Para su validez se requiere:
1. Agente capaz.
2. Objeto física y jurídicamente posible.
3. Fin lícito.
4. Observancia de la forma prescrita bajo sanción de
nulidad.
“Llámense actos jurídicos a los hechos voluntarios, lícitos,
realizados con el propósito de establecer relaciones
jurídicas, esto es adquirir, conservar, modificar, transferir,
o aniquilar derechos u obligaciones. El acto jurídico es
definido como un hecho jurídico, voluntario y lícito con
manifestación de voluntad y efectos queridos,
consistentes en crear, regular, modificar o extinguir
relaciones jurídicas que respondan a la intención del
sujeto, de conformidad con el derecho objetivo”(León
Barandiarán).

1.1.1. Simulación de los actos jurídicos

En el ámbito de los actos jurídicos, la simulación es muy


frecuente. Se usa para engañar a terceros con los más diversos
fines; aparentar solvencia o insolvencia económica, defraudar a
los acreedores, engañar a un pariente, eludir prohibiciones
legales, protegerse contra la delincuencia, evitar herir
susceptibilidades, evitar el pago de impuestos, beneficiar a unos
hijos antes que a otros, facilitar la realización de ciertos negocios,
etc.
El acto jurídico es simulado cuando las partes, con el fin de
engañar a terceros, se han puesto de acuerdo (acuerdo
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simulatorio) para crearlo (o modificarlo o extinguirlo) con un valor


aparente, destinado a no producir efectos entre ellas, sino
solamente respecto a terceros, ya porque no quieren realizar acto
jurídico real alguno, ya porque con la apariencia quieren ocultar la
verdadera naturaleza o contenido del acto que celebran.
La intención de los simulantes consiste: o bien en celebrar un acto
jurídico meramente aparente que no tiene nada real, o bien en
celebrar un acto real dándole una apariencia distinta para
ocultarlo a la vista de los demás. De lo que se deduce que hay
simulación:
a) Cuando simplemente se crea un acto aparente que
nada tiene de real.
b) Cuando se encubre la naturaleza jurídica de un acto
bajo la apariencia de otro.
Entonces, básicamente esta figura consiste en un acuerdo que
realizan dos o más personas en un determinado negocio jurídico
o alguno de los elementos que este lo compone, con el fin de crear
en terceros una apariencia de haberse realizado cuando el
realidad contraría el fin del acto jurídico concreto. La doctrina al
respecto ha tenido una gran cantidad
El convenio o acuerdo simulatorio, verbal o escrito, es mantenido
en secreto por las partes. Hacia el exterior solamente declaran la
apariencia como si se tratara de una auténtica verdad a fin de
engañar a terceros. En otras palabras, el acuerdo simulatorio se
traduce en dos declaraciones de voluntad: una declaración
(interna) destinada a permanecer secreta, la misma que
constituye el vehículo por el cual se exterioriza la común intención
de las partes, lo que éstas verdaderamente quieren como
aparente y como real; y una declaración (externa) por la cual las
partes exteriorizan solamente el aspecto aparente de su común
intención, aspecto que pretenden que los terceros lo tengan como
si fuera cierto, porque de otro modo no podrían alcanzar el
objetivo que persiguen con la simulación. La declaración interna
es el todo, contiene lo que las partes desean como aparente y lo
que desean como real, la externa en cambio, es solamente una
parte del todo, contiene solamente el aspecto aparente de la
declaración interna.

1.4. Objetivo
18

El otro presupuesto indispensable para que exista simulación es


el fin de engañar a terceros. El engaño no siempre es en fraude
de los terceros, porque la simulación puede tener una finalidad
lícita como ilícita. Los que realizan un acto simulado no lo hacen
por simple capricho o pasatiempo, tampoco está en su mira
engañarse el uno al otro, sino que todos están de acuerdo en
provocar el engaño de terceros. Esta es la razón por la cual no
descubren lo que verdaderamente quieren en privado, porque si
ello ocurre no hay simulación. No presentan al acto aparente
como tal, sino con la plenitud de sus atributos, como si se tratara
de un acto real productor de los efectos que son propios conforme
aparece de la declaración literal. Con la declaración simulada las
partes muestran a terceras personas como real y auténtico un
acto que lo quieren como una simple apariencia o como una
apariencia que oculta la verdadera naturaleza o contenido del
acto que realizan.
Los extraños al acto jurídico toman como real lo aparente. Las
partes simulantes conocen perfectamente la realidad y la
apariencia. En el ordenamiento interno se atienen a la realidad y
en el externo, a la apariencia.
Hay simulación cuando las partes de común acuerdo, con el fin
de engañar a terceros, celebran un acto jurídico aparente que
nada tiene de real o cuando ocultan el carácter real del acto que
celebran, bajo una apariencia.

II. DIFERENCIA ENTRE LAS DEMAS FORMAS DE DIVIRGENCIA


VOLUNTARIA

Para dejar en claro el concepto de la simulación es necesario que se


compare con las otras formas de divergencia intencional como lo es
la voluntad y la declaración.
Con las declaraciones de voluntad no serias, se diferencia, en que
éstas obedecen a fines distintos del engaño que persigue la
simulación. Cuando se hace una declaración en broma, o para fines
didácticos, éstas tienen un propósito distinto del de engañar al
destinatario de la declaración. Se dirá que en la broma, se produce
necesariamente de la persona a la que va destinada la broma, pero
aun así, se diferencia de la simulación, en que no es un engaño
concertado por ambos sujetos del negocio jurídico. Y si se tratase en
19

el campo de la declaración no sería, de la broma, sino en el legítimo


campo de la simulación.
La reserva mental no constituye caso de simulación. En ella no hay
concierto para engañar. Solo una de las partes del negocio formula
una declaración que no corresponde a su intención, que guarda como
reserva mental. No existe en la reserva mental el propósito de
engaño, característico de la simulación, por mucho que la reserva
mental haya sido comunicada a la otra parte, pues de todos modos
faltaría el concierto en la ficción, que tipifica a la simulación. Puede
la parte tomar conocimiento de la reserva mental y ser el acto nulo,
pero no habrá habido en ningún caso simulación. La diferencia
radicará entonces, en que mientras la reserva mental es obra de una
de las partes, que declara algo que no quiere; la simulación es
resultado del consentimiento de todos quienes intervienen en el
negocio jurídico. Su propósito no es el engaño a la parte, sino el
engaño a terceros.
Bien puede sostenerse que la reserva mental, es también una forma
de engaño frente al co-estipulante, mientras no es comunicada. Pero
perderá ese propósito al no ser declarada la reserva mental, pues
no interesan al derecho, los sentimientos o pensamientos que
quedan en el fuero interno de las personas. Y si es manifestada a la
persona a la que va dirigida la declaración, dejará de ser reserva y
dejará de ser engaño. En cambio en la simulación las partes del
negocio jurídico se ponen de acuerdo para formular una declaración
distinta de la que corresponde a la naturaleza real del acto jurídico,
con el propósito de engañar a terceros.

III. REQUISITOS DE LA SIMULACIÓN

Los requisitos de la simulación son:

3.1. El Acuerdo Simulatorio


La simulación requiere de la concertación de las dos partes
para celebrar un acto jurídico aparente en perjuicio de
terceros” (Cas. N° 276-99- Lambayeque, El Peruano,17-09-
2000, Pág. 6310)

A raíz de lo cita es correcto decir que el acuerdo


simulatorio, denominado también declaración interna,
o contradeclaración, es el resultado del
20

consentimiento de las partes (cuando el acto es


bilateral o plurilateral) o del consentimiento del
declarante y el destinatario de la declaración. No
puede existir acto simulado sin un convenio verbal o
escrito entre las parles para producir una apariencia.
La simulación es un proceso que se inicia con el
consentimiento oculto que origina el acuerdo
simulatorio y concluye con la declaración externa
(simulada).

3.2. El Fin de Engañar a Terceros


El otro presupuesto indispensable para que exista simulación
es el fin de engañar a terceros -inocuamente o para
perjudicarles- concertado de común acuerdo entre las partes.
El engaño no siempre es en fraude de los terceros, porque la
simulación puede tener una finalidad lícita como ilícita. Los
que realizan un acto simulado no lo hacen por simple capricho
o pasatiempo, tampoco está en su mira engañarse el uno al
otro, sino que todos están de acuerdo en provocar el engaño
de terceros. Esta es la razón por la cual no descubren lo que
verdaderamente quieren en privado, porque si ello ocurre no
hay simulación. No presentan al acto aparente como tal, sino
con la plenitud de sus atributos, como si se tratara de un acto
real productor de los efectos que son propios conforme
aparece de la declaración literal. Con la declaración simulada
las partes muestran a terceras personas como real y auténtico
un acto que lo quieren como una simple apariencia o como
una apariencia que oculta la verdadera naturaleza o
contenido del acto que realizan.
Los extraños al acto jurídico toman como real lo
aparente. Las partes simulantes conocen
perfectamente la realidad y la apariencia. En el
ordenamiento interno se atienen a la realidad y en el
externo, a la apariencia.
21

IV. CLASES DE SIMULACIÓN


En el Código Civil Peruano la simulación tiene tres clases, las cuales
son

4.1. Absoluta
Se puede decir que se da una simulación absoluta cuando las
partes realizan un acto fingido que no corresponde a un acto
real.
En el art. 190 del Código Civil Peruano nos proporciona un
perfil de lo que debemos entender por simulación absoluta,
en los términos siguientes: “Por la simulación absoluta se
aparenta celebrar un acto jurídico cuando no existe realmente
voluntad para celebrarlo”.
También es factible decir que produce la primera cuando las
partes buscan el propósito fundamental
“De crear frente a terceros la apariencia de cierto acto jurídico
y los efectos propios del mismo, obran bajo el recíproco
entendimiento de que no quieren el acto que aparecen
celebrando, ni, desde luego, sus efectos, dándolo por
inexistente. La declaración oculta tiene aquí, pues, el
cometido de contradecir frontalmente y de manera total la
pública, y a eso se reducen su contenido y su función” (Corte
Suprema de Justicia, 1969).
Es decir, aquí la negociación es toda fingida, de manera que
una vez corrido el velo que cubre el contrato simulado, no
queda absoluta- mente nada.
La simulación absoluta se aparenta celebrar un acto jurídico
cuando en realidad no se constituye ninguno, esto es, existe
un concierto de voluntades para presentar un acto jurídico que
no responde a la voluntad real de las partes, de manera que
no producirá consecuencias jurídicas entre las partes porque
la causa en este supuesto significa crear una apariencia de
vinculación jurídica entre estas, apariencia que no
corresponde a la realidad y que sólo sirve de medio para
producir engaño a terceros.”
Para que la simulación se pueda dar en un acto jurídico es
menester que concurran por lo menos dos elementos: el
propósito de provocar una falsa creencia sobre la realidad de
lo declarado y el acuerdo de simulación. Al haberse burlado
22

la acreencia de la demandante perjudicándola


económicamente, debe ampararse la nulidad del acto jurídico
por simulación, pues se ha acreditado que la demandada
transfirió el inmueble, con fecha posterior a la pretensión
dineraria de la demandante a su hermana, la misma que no
ha demostrado solvencia económica para la adquisición del
inmueble.
Existen diversos pronunciamientos judiciales, en los que se
considera la nulidad de un negocio jurídico simulado (en
forma absoluta), por el sólo hecho de producirse un concierto
de voluntades, para aparentar un negocio que en el fondo no
existe con el propósito de engañar a terceros. En ese sentido,
en esta primera postura, no consideran el perjuicio a terceros
ni la afectación de alguna norma legal, seguramente, porque
estos elementos no son considerados en nuestra legislación
sustantiva; en consecuencia, es suficiente el acuerdo
simulatorio y el propósito de engaño.

4.2. Relativa
Esta clase se define “Cuando el acto declarado no responde
a la verdadera determinación de la voluntad, pero ésta última
existe, pero no se declara. Existen dos actos: uno aparente
que es ficticio y el otro oculto o secreto que es real. De manera
que este último se halla disimulado por el primero” (León
Barbadian), hay que tener en cuenta que el Código Civil
vigente se ocupa de esta clase de simulación en su art. 191.
Sostiene que “cuando las partes han querido concluir un acto
distinto del aparente, tiene efecto entre ellas el acto ocultado,
siempre que concurran los requisitos de sustancia y forma y
no perjudique el derecho de tercero” por lo que es correcto
decir que el acto simulado no da origen a la verdadera
voluntad de las partes por lo que no tiene existencia jurídica y
por tanto carece de eficacia, más allá de los efectos que se
busquen con el engaño. De manera que la validez
corresponde al acto ocultado y es de este acto que emerge la
verdadera relación jurídica entre las par, también se debe
tener en cuenta que el tercero puede impugnar el acto
ocultado, mediante la nulidad, a fin que tenga prevalencia el
acto aparente, por el cual se orientó el tercero para celebrar
el negocio o acto jurídico.
23

Hay que tener en cuenta que la corte suprema se pronunció


diciendo que
“En el segundo (refiriéndose a la simulación relativa), en
cambio, de la voluntad que declararon algo es verdad, y de
ahí que descubierto el engaño, se halla que si bien las partes
no quisieron el convenio aparente en la forma en que aparece,
sí son reales algunos de sus efectos” (Corte Suprema de
Justicia,2006)
“Según De la Morandiere, existen dos actos que deben ser
contemporáneos. Uno de ellos es aparente y obstensible pero
carece de fuerza obligatoria y sirve de capa para otro, real y
efectivo. Y para terminar según Coste, sólo es posible hablar
de verdadera simulación por interposición de persona
cuando, por efecto de un contrato simulado, alguien aparece
investido de todos los derechos de propietario y así se oculta
la realidad de un contrato; pero no cuando el mandatario
actúa propio nomine sin revelar al tercero que actúa en
ejercicio de un mandato, ni cuando hay verdadera
transferencia de derechos pero que, por defecto de una forma
de publicidad, tal negocio no se comunica a terceros.

4.3. Parcial
Al hablar de una simulación parcial es porque es posible la
simulación completa o total, en la que lo aparente o
engañosos abarca todo el negocio. En tanto que en la parcial
solo una parte.
En la simulación parcial, un aspecto del acto es aparente,
pues puede haber cláusulas verdaderas, como puede ser la
extensión del bien, objeto del contrato, sin embargo puede
existir otro aspecto que es engañoso, como puede ser el
precio del bien.
Con oposición a la figura antes expuesta, se proponen varias
formas en las que la simulación es relativa, ya que en esta sí
existe un contenido negocial, aunque ocultado o disimulado
tras una falsa declaración pública, bien sea respecto de la
naturaleza o las condiciones de dicho contenido, o bien
respecto de la identidad de los verdaderos partícipes en el
negocio.
El art. 192 del CC establece que “La norma del art. 191 es de
aplicación cuando en el acto se hace referencia a datos
24

inexactos o interviene interpósita persona”, se puede decir


que la simulación parcial puede tratarse del precio de un bien,
consignándose uno más alto o más bajo respecto del
realmente pagado. Igualmente se puede señalar fecha
distinta a la que se celebra el acto jurídico. Cuando el Código
señala datos inexactos, significa que tiene que ver con los
datos aparentes, porque los exactos se encuentran ocultos, y
sólo lo conocen los celebrantes del acto jurídico.

V. CARACTERÍSTICAS DE LA SIMULACIÓN

La Corte Suprema de Justicia (2000), sobre la base del artículo 1766


del Código Civil, ha delineado las principales características de la
simulación. Ellas coinciden, a grandes rasgos, con lo que Cámara
(1958) denominó “elementos constitutivos” de la simulación, y que se
remontan a los “requisitos del negocio simulado” expuestos por
Ferrara (1940), aunque lo cierto es que la Corte no cita al autor
argentino ni al célebre jurista italiano. Las características son las
siguientes:

5.1. Acuerdo entre las partes


La doctrina y la jurisprudencia exigen acuerdo entre las partes
para realizar el negocio aparente, para fingir ante terceros la
realidad de su convenio, de manera que todas las partes del
contrato actúen conscientemente con el fin de crear una ilusión
ante terceros. Es precisamente éste el elemento que diferencia a
la simulación del dolo y de la reserva mental, que ocurre cuando
tal fin proviene y se concreta por una sola de las partes.
Si bien el dolo es conocido de sobra en la teoría del derecho civil,
la reserva mental merece una breve alusión. En ésta, al igual que
en la simulación, se declara una cosa que no se quiere con el
propósito de engañar; pero lo que separa a un figura de la otra es
que en la reserva mental es uno de los contratantes quien oculta
su verdadera voluntad frente al otro, sin que ello reste eficacia al
contrato; mientras que en la simulación existe un acuerdo entre
las partes dirigido a ocultar de los terceros el negocio real, que
por tanto es inoponible a quienes resultaron asaltados en su
buena fe. Ahora bien, mientras que en derecho canónico la
reserva mental es causal de la nulidad del matrimonio, el principio
25

no puede trasportarse al campo del Derecho Civil, donde se trata


de negocios jurídicos y no de sacramentos (Ferrara, 1960).
El criterio generalizado sobre la necesidad del acuerdo
simulatorio se ha explicado en estos términos:
La simulación en un contrato solamente puede ofrecerse cuando
quienes participan en él se conciertan para crear una declaración
aparente que oculte ante terceros su verdadera intención que
puede consistir, en descartar inter partes todo efecto negocial
(simulación absoluta), o en que se produzcan otros efectos
distintos, en todo o en parte, de los que surgen de la declaración
aparente (simulación relativa). Cuando uno sólo de los agentes,
mediante el contrato per- sigue una finalidad u objeto jurídico que
le oculta al otro contratan- te, ya no se da el fenómeno simulatorio,
porque esta reserva mental (propósito in mente retento) no
convierte en irreal el contrato celebrado en forma tal que éste
pueda ser declarado ineficaz o dotado de efectos distintos de los
que corresponden al contrato celebrado de buena fe por la otra
parte; ésta se ha atenido a la declaración que se le ha hecho;
carece de medios para indagar si ella responde o no a la intención
interna de su autor, y esa buena fe merece protección (Corte
Suprema de Justicia, 1971).
Es cierto que algunos autores discrepan de esta postura, como lo
hace Fourcade (1887), quien sostiene que hay muchas hipótesis
en las que no participan las dos partes en la apariencia. No
obstante, rechazamos de plano esta afirmación, pues con ella
desaparecería el límite entre la simulación, por un lado, y el dolo
y la reserva mental, por el otro.

5.2. Fin de engañar a terceros


Como es evidente, el fin deliberado de dicho acuerdo debe ser
engañar a terceros. Sin embargo, contrario a la idea de Wolf sobre
el requisito de la “consumación del engaño”, la consecución del
fin perseguido no es un elemento esencial para que se configure
la simulación. Más aun, ese fin de engañar puede tener “o no
como propósito el daño o fraude, que es asunto diferente y que
antes se solía confundir.” (Corte Suprema de Justicia, 2000);
pues, como bien lo anota Cámara (1958), es importante no
mezclar el propósito de engañar a terceros –que no al otro
26

contratante– con la intención de dañar, ya que si bien el fraude es


de la naturaleza de la simulación, no es de su esencia.
Existen posiciones aisladas que determinan como único objeto de
la ficción la intención ilícita, como lo hace Vampré (1920), quien
define la simulación como la declaración engañosa de voluntad
para producir efectos diversos del ostensiblemente indicado, “con
intención de violar derechos de terceros o disposiciones de la ley”.
Y lamentablemente, en la práctica es así las más de las veces: la
simulación absoluta suele tener carácter fraudulento y tiende a
causar perjuicio a terceros, frustrando legítimas expectativas;
mientras que la simulación relativa suele servir para disfrazar una
ilegalidad. Aun así, la doctrina mayoritaria reconoce que la
simulación relativa y la absoluta “puede(n) tener objetivos lícitos y
hasta generosos” (Cámara, 1958). Entre nosotros, tanto la Corte
Suprema de Justicia (2008) como la Corte Constitucional (2004)
han reconocido que en la simulación no siempre encontramos
tintes ilícitos o de inmoralidad, sino que puede tratarse de un
contrato genuinamente concluido pero disfrazado ante terceros –
sin lesión para éstos– en cuanto a su naturaleza, sus condiciones
particulares o la identidad de sus agentes. Tal sería del caso de
un altruista que hace una cuantiosa donación y, para mantener el
anonimato, se vale de un contrato simulado ante terceros; o de
quien desea conservar ciertas apariencias sociales y por ello
enajena conservando ante los ojos de los demás la propiedad de
sus bienes; o del industrial que finge enormes ventas de un nuevo
producto para incentivar su comercialización; o de quien, para
sustraerse de las insistencias y molestas atenciones de un as-
pirante a heredarle, simula insolventarse. Por eso la
jurisprudencia ha distinguido, por un lado, al deudor moroso que
oculta los bienes por instinto de conservación, con el fin de vender
tales bienes a precio comercial y, con ello, honrar sus deudas; y
por el otro, a quien efectivamente comete fraude. En esta
categoría se enmarca quien, simulando una venta, dona bienes a
su hijo favorito con el fin de frustrar los derechos de sus
legitimarios (Corte Suprema de Justicia, 2006); quien esconde
una donación para evadir el pago de impuestos; o quien simula
un negocio para evadir las prohibiciones de orden público sobre
incapacidades. Hipótesis como éstas fueron, probablemente, las
que condujeron en su momento a Ferrara (1960) a afirmar que la
27

simulación “es incolora y se califica según los fines de los que la


emplean.”
Este segundo elemento de la simulación hace imperioso distinguir
entre el negocio simulado y el negocio in fraudem legis. Este
último no es para nada aparente, sino que es efectivamente el
negocio deseado por las partes, sólo que al celebrarlo ellas tienen
el propósito de violar indirectamente la ley, no en su contenido
sino en su espíritu, con el fin de conseguir el resultado que la ley
quería impedir. Con éste se muda el estado de hecho regulado
por la ley, pero los contratantes no fingen jurídicamente el acto
que realizan, sino que recurren realmente a ciertas formas
jurídicas para obtener ulteriores consecuencias que por otras vías
legales serían inalcanzables. Por eso, en los actos in fraudem
legis lo que hay es una simulación en sentido económico, pero no
jurídico (Ferrara, 1960).

5.3. Disconformidad intencional entre las partes


Es de la esencia de la simulación que exista discordancia entre el
contrato deseado por las partes, de haberlo, y lo que se muestra
al público, que es un contrato ilusorio que disimula su real y oculta
voluntad “bien de no celebrar contrato alguno, o de celebrar uno
diferente o con estipulaciones distintas del pregonado o, en fin,
con otra persona, de la que se hace figurar como parte” (Corte
Suprema de Justicia, 2000). Así, el acto simulado es la
consecuencia de un proceso en el que hay deliberación de los
autores, siendo éste el rasgo que distingue a la figura del error, el
cual se caracteriza porque la disconformidad entre los
contratantes es involuntaria (Cámara, 1958)

Según el Dr. Lohmann Luca de Tena:


A) El propósito de provocar, bien inocuamente, bien en perjuicio
de la ley o de terceros ajenos al negocio, una falsa creencia sobre
la realidad de lo declarado. (…) Lógicamente esta creación
artificiosa debe corresponderse con una finalidad concreta y
característica de toda simulación, que reside siempre en dar a
entender que se quieren unos resultados específicos (los del
negocio que es objetivamente celebrado), cuando en verdad no
se quiere ninguno o se desea esconder un propósito diferente (el
que subjetivamente se desea) y que queda sin expresión sensible
y conocida.
28

B) La divergencia entre lo querido y lo que se declara debe ser


consciente. Es decir, a sabiendas de la existencia de dos
realidades diferentes, ambas conocidas: la verdadera y la
falsamente querida, una de las cuales está preordenada a no
tener eficacia jurídicamente reconocida.
C) Convenio o acuerdo de simulación. La simulación no puede
realizarse sin la previa disposición de un medio que preexista o
coexista con el negocio simulado: se trata del acuerdo simulatorio.
Este acuerdo es la inteligencia de los partícipes de la simulación
(a veces con el necesario concurso de terceros) para crear la
apariencia, para crear una estructura negocial válida, pero vacía
(total o parcialmente, en más o menos de lo declarado) de
voluntad de resultado, porque la autorreglamentación de
intereses manifestados de la figura negocial no coincide con los
intereses –todos o parte de ellos- apetecidos.

Por otra parte el Dr. Juan Espinoza Espinoza que sólo considera
como elementos de la simulación
A) La intención de engañar y el acuerdo simulatorio. En la intención
de engañar, se suele ver la causa del negocio simulado,
entendida tanto como fin o como justificación (la razón de ser del
negocio) Ello hace que haya una objetiva divergencia entre lo
querido y lo declarado, que es consciente, lo cual diferencia la
simulación con el error, por cuanto en este último dicha
divergencia se produce de manera involuntaria. En el acuerdo
simulatorio se configura la manifestación de voluntad de las
partes a declarar una voluntad distinta a la verdaderamente
querida (…).

Por su parte, el Dr. Aníbal Corvetto Vargas define como


elementos de la Simulación:
A) Disconformidad intencional.
B) Acuerdo entre las partes.
Diferencias: Por ser acuerdo de voluntades la simulación se
diferencia: 1.- de la reserva mental, porque para que ésta exista
basta que haya una sola voluntad y no que exista acuerdo entre
las partes porque la parte que hace la reserva no la va a declarar.
2.- de la declaración informal, porque esta no se hace con vicios
de seriedad y las partes saben que no quedan obligados por esa
manifestación que se hace sin seriedad alguna, mientras que en
29

la simulación el acuerdo es auténtico y la manifestación seria y


formal.
C) Intención Común de engañar a terceros. Porque no tiene otra
explicación la realización de un acto simulado si no es inducir a
engaño a los que en esa maniobra confíen.
Diferencias: hace que la simulación, por este su tercer elemento,
se diferencie de las declaraciones que sin contenido real se
hacen con tres fines:
 Pedagógicas o didácticas
 De propaganda o de “réclame”
 Teatrales, cinematográficas, radiales o televisadas.
No debemos confundir la intención de engañar a terceros con el
propósito ilícito de perjudicarlos, toda vez que el engaño puede
consistir en ocultar negocios que no se deseen que estén a la vista
del público, etc., lo que no importa perjuicio alguno y de aquí que
cuando importen perjuicio la simulación deviene en nula, porque ésta
es válida y produce efectos tan sólo cuando no perjudica a terceros
(art. 1094). La simulación no es reprobada por la ley cuando a nadie
perjudique ni tiene un fin ilícito.

VI. INTERPOSICIÓN DE PERSONAS

La llamada interposición o interpósita personas, señala un acto que


en apariencia se desenvuelve como si la persona interpuesta hubiera
concluido el acto para sí, pero ésta sólo sirve de prestanombre para
otra. En el contrato, en vez de figurar dos partes, aparecen tres, pero
una de ellas es disimulada. Se trata en efecto, de una de las formas
en que se realiza la simulación.
Según Ferrara, en su monografía titulada "La simulación de los
Negocios Jurídicos", puede decirse que para que un negocio se
considere simulado, debe reunir, primero, una declaración
deliberadamente disconforme con la intención, segundo, que sea
concertada de acuerdo entre las partes, y tercero, que tienda a
engañar terceras personas. Lo más característico en el negocio
simulado, es, empero, la divergencia intencional entre la voluntad y
la declaración. La simulación puede realizarse bajo diferentes
formas: o se simula existencia del negocio, (caso de simulación
absoluta), o se simula su naturaleza (caso de simulación relativa), o
se simula la persona de los contratantes (caso de interposición).
30

Entonces, puede definirse la simulación como "la declaración de un


contenido de voluntad no real, emitida conscientemente y de acuerdo
entre las partes, para producir, con fines de engaño, la apariencia de
un negocio jurídico que no existe o es distinto de aquél que realmente
se ha llevado a cabo".
Dicho anteriormente, la interpósita personas, como su nombre mismo
lo dice, es un tipo de simulación referido a personas, las cuales se
encuentran en categorías y son las siguientes:

6.1. Primera categoría


Se encuentran aquellas personas que intervienen en los
negocios jurídicos, de manera efectiva, obrando en nombre
propio, pero siempre en interés de otras que quieren
permanecer ocultas, y en cuyo patrimonio van a recaer en
última instancia los efectos jurídicos de los actos realizados
por los intermediarios. El carácter jurídico de la persona
interpósita, en estos casos, puede ser el de un mandatario en
nombre propio, o el de un fiduciario. Los fines que determinan
la interposición de persona son variables, según los casos: o
el contratante quiere ocultarse de la otra parte o quiere
ocultarse de la ley para burlar una incapacidad o una
prohibición. En el primer caso, la interposición puede ser lícita
o ilícita, según sea la finalidad que se trate de lograr en cada
caso particular. En el segundo caso, hay siempre un fraude a
la ley en sentido técnico.

6.2. Segunda categoría: se encuentran las que intervienen en los


negocios jurídicos sólo de manera ficticia o aparente. No se
trata en este caso, como en el anterior, de intermediarios que
obran en nombre propio y adquieren de manera efectiva
derechos y obligaciones que posteriormente transmiten al
verdadero dueño del negocio, sino de personas que no hacer
más que prestar su nombre pero no tienen voluntad propia,
de manera que los efectos jurídicos de los actos en que
intervienen no quedan en su patrimonio ni por un momento,
sino que de manera directa e inmediata pasan al del
verdadero contratante. Por eso la doctrina conoce a esas
personas con los nombres muy expresivos de "hombres de
paja" o "testaferros".
31

La figura del testaferro se presenta en diversos casos, pero


fundamentalmente en aquél en que las partes queriendo realizar un
negocio jurídico serio, tratan, sin embargo, de ocultar la identidad de
alguna de ellas. El testaferro se caracteriza en esta forma, como una
persona interpósita, de carácter ficticio, cuyo fin es disfrazar al
verdadero contratante que quiere permanecer oculto. Claramente se
desprende de aquí que este procedimiento constituye una forma
especial de simulación, que puede tener por objeto el que las partes
se sustraigan al conocimiento de los terceros o de la ley.

VII. ACCIÓN DE SIMULACIÓN

La acción de simulación se ha estructurado, también, a partir de la


interpretación jurisprudencial en relación con sus manifestaciones,
clases, efectos, naturaleza, titulares, etc. A partir de allí se han erigido
las características de esa “acción dirigida a la comprobación judicial
de una realidad jurídica escondida tras el velo creado
deliberadamente por los estipulantes, que causa al actor una
amenaza a sus intereses. El fin de la acción es, pues, obtener la
revelación del acto oculto que se configuró a partir de la genuina
expresión de voluntad de las partes.

7.1. Legitimación en la causa e interés para actuar

Según el profesor argentino Cámara (1958), en esta materia el


derecho común no sufre variación alguna, pues simplemente se
aplica el antiguo apotegma pas d’interêt, pas d’action, y rigen los
principios generales para incoar cualquier acción: tiene que haber
interés para interponer la demanda ante la justicia o para
contradecirla. Nuestro Código (el argentino), conforme a la doctrina y
legislación general, no introduce ninguna limitación. Todo sujeto
poseedor de un derecho regularmente constituído (sic), cualquiera
sea –contratante, heredero o tercero–, está facultado para hacer
declarar judicialmente la simulación de cualquier acto cuyo carecer
ficticio le ocasione o pueda ocasionarle perjuicio.
Por su parte, se establece que “amén de las partes en el contrato o
sus herederos, es titular de dicha acción el tercero, cuando el acto
fingido le acarrea un perjuicio cierto y actual.”
32

7.2. Prueba de la Simulación: carga, medios de prueba y valoración


judicial

7.2.1. Carga de la prueba


Los negocios jurídicos gozan de presunción de veracidad,
puesto que se reputan auténticos y legítimos en tanto no
se demuestre lo contrario. En ese sentido, la carga de
demostrar la disparidad entre la voluntad interna, real y su
exteriorización ontológica (voluntas aparente) radica en
quien pretende desvirtuar la presunción. Así las
SIMULACIÓN DE ACTOS JURÍDICOS: TEORÍA,
ACCIÓN Y LOS EFECTOS DE SU DECLARACIÓN
revista de derecho, universidad del norte, 34: 377-409,
2010 393 cosas, cuando quien alega la simulación falla en
demostrarla, “habrá de estarse mejor a la realidad de
aquello que se hizo público, criterio que es usual expresar
con el conocido adagio latino: In dubio benigna
interpretatio adhiben da est, tu magis negotium valet quam
pereat”

7.2.2. Medios de prueba


La técnica probatoria de la acción de simulación debe
centrarse en demostrar la voluntad privada, haciéndola
prevalecer sobre la externa que se revela al público, sin
perjuicio de los terceros de buena fe. En últimas, dice este
autor, “hay que demostrar o probar aquella voluntad
privada que es la que contiene la verdadera de las partes”.
Pues bien, existe plena libertad probatoria para demostrar
el móvil o causa simulandi que dio lugar al negocio
simulado –que es especialmente importante en el caso de
la simulación absoluta–, así como la simulación misma del
contrato, bien sea demostrando que no existe nada, o que
existe un negocio distinto del que se elevó a escritura
pública o que se dio a conocer a terceros. Aun así, la
prueba indiciaria suele ser la única vía a la que puede
acudir con relativas posibilidades de éxito la parte actora
–o quien excepciona simulación– para satisfacer la carga
probatoria de demostrar los hechos en los cuales se
fundamentan sus pretensiones o excepciones; lo anterior
en virtud del sigilo que suele rodear al acto velado, que
33

difícilmente podrá demostrarse mediante pruebas directas


cuando no se haya elevado a escrito Y es que si la prueba
se dificulta cuando las partes del contrato simulado
despliegan su mayor esfuerzo por destruir todo rastro que
permita revelar la realidad, lo que resulta virtualmente
imposible es demostrar directamente el móvil psicológico
concreto, racional y económico que impulsa la simulación.
Si bien este medio probatorio es el más usual en procesos
de esta naturaleza, lo cierto es que proceden todos los que
contiene la ley. De hecho, en casos suelen ser esenciales
los testimonios de las partes, quienes por contradicciones,
o incluso a raíz de curiosas coincidencias entre las
versiones de quienes sostienen tesis opuestas, dan lugar
a que el juez descubra el fenómeno simulatorio.

7.2.3. Valoración
Así las cosas, en la acción de simulación, el juez tiene
mayor amplitud al momento de fallar, sin por ello vulnerar
el imperativo de congruencia, pues no es necesario que
desde la demanda misma el actor formule
impecablemente1 las súplicas, ni que enumere
taxativamente los hechos que probará para acreditar la
simulación, ni que éstos permanezcan inmutables durante
el proceso. Por el contrario, para que el juez declare la
simulación basta que la intención del actor se deduzca del
libelo por una interpretación lógica basada en el conjunto
de la demanda que tales hechos aparezcan probados en
el proceso como fruto de la actividad y controversia de las
partes, y que ellos doten al juez de convicción sobre la
voluntad real de las partes, diferente de la declarada.
En lo que sí debe tener cuidado el juez es en hacer una
ponderación razonada del mérito de los medios de prueba
en su conjunto para determinar si los medios allegados
bastan para encontrar probada la simulación, pues cuando
la prueba sea indiciaria, éstas y las conjeturas deben tener
el suficiente mérito para fundar en el juez la firme
convicción de la simulación del negocio. Esto sólo ocurrirá
cuando las inferencias o deducciones sean graves,
precisas y convergentes Para determinar lo anterior es
menester analizar si los contraindicios y las pruebas
34

allegadas al proceso por el demandado tienen la


virtualidad de neutralizar los alegados por la parte
demandante y, en consecuencia, para descartar la
simulación alegada. Así, verbigracia, al indicio de la
retentio posesionis alegado por el actor puede oponérsele
la prueba de la posesión efectiva del bien por quien alega
haberlo adquirido a través del negocio atacado, o la
condición de simple tenedor que tiene el vendedor por la
prueba de un contrato de arrendamiento con el comprador.
Igualmente, frente al indicio de la falta de recursos
económicos del adquiriente para la época del negocio
impugnado, cabe la prueba de la celebración
concomitante de un contrato de mutuo para pagar el precio
del bien. También convendría analizar la tardanza del
demandante en formular el reclamo, las condiciones que
pueden conducir al demandante a presentar la demanda,
o las posibles denuncias del demandante en relación con
incumplimientos del contrato por parte del demandado,
con lo cual habría que descartar la inexistencia del mismo;
todo esto para determinar si existen suficientes hechos
indicativos de la seriedad de la negociación.

VIII. EFECTOS DE SIMULACIÓN

8.1. Efectos generales


Los efectos de la simulación dependen, sin lugar a dudas, de
la especie de simulación que se declare. En efecto, mientras
que la simulación absoluta conlleva ineludiblemente a que
todo el negocio desaparezca del mundo jurídico en atención
a que “la simulación absoluta, per se, de suyo y ante sí,
envuelve la inexistencia del negocio jurídico aparente, per
differentiam, la simulación relativa, presupone la ineludible
existencia de un acto dispositivo diferente al aparente”(Corte
Suprema, 2009) de manera que en ésta sólo se disuelve lo
ficticio, quedando en pie aquello que las partes realmente
quisieron celebrar con los derechos y obligaciones inherentes
a dicho tipo negocial, a menos que concurra alguna
circunstancia de ley que obligue al juez a restarle fuerza
jurídica al negocio deseado.
35

En uno u otro caso, el juez que la declare debe ordenar las


restituciones mutuas y la glosa en ese sentido de la escritura
pública que contenga el acto simulado para revelar ante los
terceros la realidad que subyace a dicha exteriorización de la
voluntad.
Además, es lógico que una vez develada la simulación, no
existe razón jurídica que justifique que el propietario aparente
retenga bienes ajenos, por lo cual procede devolver las cosas
al estado anterior o, de ser imposible, restituirlas, por ejemplo,
restituyendo en lo posible los derechos de los acreedores
defraudados con la simulación. En este sentido se erige el
Código Civil en la norma que constituye el fundamento legal
de la teoría de simulación

8.2. Simulación y nulidad


En esencia, la voluntad por sí sola no basta para generar
efectos jurídicos, y el ordenamiento jurídico protege sólo las
determinaciones serias de voluntad manifestadas de buena fe
y con un interés lícito, con algunas excepciones que abordaré
más adelante. Por ello, la simulación absoluta, que apareja la
inexistencia del acto jurídico, es excluyente por incompatible
con una declaración de nulidad, “no pudiéndose predicar de
un mismo acto dispositivo que es simultáneamente
inexistente e inválido” sin embargo, no ocurre lo mismo en el
caso de la simulación relativa, en la que sí existe un negocio
vedado que, de no cumplir los requisitos legales de validez,
debe anularse. Lo anterior no implica aplicar las normas sobre
nulidad al fenómeno mismo de la simulación, pues de tiempo
atrás quedó superada la teoría de la simulación-nulidad, en la
que el acto aparente era nulo y carente de efectos por virtud
de la máxima quod nullum est, nullum producit effectum;
mientras que el acuerdo secreto tenía y tiene plenas
consecuencias siempre que no atente contra el orden público
y los derechos de terceros. Hoy, por el contrario, los
conceptos de simulación y nulidad se encuentran claramente
diferenciados: mientras que en la primera no existe vicio
alguno en el negocio jurídico, 'en la nulidad, en cambio, la
voluntad de las partes persigue en todo caso la efectividad del
acto, pero éste surge viciado radicalmente en su causa o en
36

su objeto, o sin la solemnidad exigida por la ley para que


nazca a la vida del derecho.
En efecto, una vez develada la realidad del negocio jurídico
celebrado por vía de la declaración judicial de simulación
relativa, compete al juez analizar los contornos del verdadero
contrato, para que cuando éste esté viciado de nulidad
absoluta así lo declare el juez. Esta declaración puede ocurrir
incluso de oficio si aparece probado en el proceso el vicio de
nulidad absoluta o si existe convicción de la existencia de la
simulación absoluta; pero sólo puede declararse
relativamente nulo el contrato si ésta fue alegada como
excepción y todas las partes del contrato han sido
convocadas al proceso.
Cuando se proponga la excepción de nulidad o la de
simulación del acto o contrato del cual se pretende derivar la
relación debatida en el proceso, el juez se pronunciará
expresamente en la sentencia sobre tales figuras, siempre
que en el proceso sean parte quienes lo fueron en dicho acto
o contrato; en caso contrario, se limitará a declarar si es
fundada o no la excepción.
Es decir que si todas las partes del contrato están presentes
en el proceso, el juez declarará la nulidad o simulación del
acto o contrato, pero si al proceso no comparecen todas las
partes que intervinieron en la formación del acto jurídico, el
juzgador sólo podrá acoger como fundada la excepción, con
lo cual se enervan las pretensiones del actor, impidiendo “que
los contratos nulos o simulados puedan producir los efectos
que los litigantes persiguen.
Entiendo que esta postura es la más acertada, puesto que de
entrada parece un contrasentido que si el juez encuentra
probado lo ficticio del negocio, aun así esté obligado a
reconocerle los efectos jurídicos pretendidos por las partes.
Veamos, para ilustrar este punto, algunos ejemplos. En el
caso de una venta simulada para ocultar una donación, una
vez declarada la simulación relativa, si el juez observa que la
donación se realizó sin las formalidades exigidas para ello –
como, por ejemplo, sin la insinuación–, debe anular el contrato
cuando así se haya solicitado o excepcionado (o incluso de
oficio cuando el vicio es de nulidad absoluta Así ocurrirá en el
caso en que, por ejemplo, al descorrer el velo constituido por
37

un fingido contrato de compraventa entre una sociedad y uno


de sus socios se encuentre que la voluntad de las partes
estaba encaminada a hacer un aporte a la sociedad para
aumentar el patrimonio social con el fin de mejorar la
capacidad de contratación de ésta ante organismos estatales.
Así, salvo que exista un motivo de ley que obligue anular el
acto, la transferencia de la propiedad debe mantenerse.

8.3. Efectos de la simulación cuando hay terceros de buena fe

Ahora bien, es dejar en claro que, en ocasiones, pese a que


se observen claramente los elementos que configuran la
simulación, el juez debe denegar las pretensiones si
encuentra que de aniquilarse la venta simulada y disponerse
la consiguiente anotación en el protocolo y el registro, se
vulnerarían los derechos de los terceros que contrataron con
el sedicente comprador dicho sincopadamente, los
acreedores del comprador simulado y propietario aparente,
por ser terceros, y de buena fe exenta de culpa, no pueden
ser alcanzados por los efectos de la simulación absoluta
Estos terceros pueden, en cambio, invocar la mera apariencia
que motivó su actuar de buena fe para que obtengan la
protección que, de tiempo atrás, les ha profesado el
ordenamiento jurídico para proteger la estabilidad de las
transacciones y la seguridad jurídica. En efecto, ha dicho la
que lo aparente no está llamado a generar efecto alguno entre
las partes y, frente a terceros, in casu, dentro del marco de
circunstancias concretas se definirán las diferentes hipótesis
que pueden suscitarse entre éstos conforme deriven
derechos del titular real o del titular aparente en la cual, por
principio se privilegia el interés de quien actuó de buena fe
con base en la apariencia en preservación de ésta, la
regularidad y certidumbre del tráfico jurídico y de las
relaciones jurídicas de negocios.

IX. CONTRADOCUMENTO

En la acción de simulación la prueba privilegiada es el contra


documento, que es aquel por el cual se deja constancia de la
simulación y se describe el acto jurídico verdadero. El
38

contradocumento es pues una prueba importante, sobre todo entre


las partes.
Víctor N. Romero del Prado, comentarista de la obra de Salvat, cita
una nota de Vélez Sarsfield a su primer borrador del código civil
argentino: "los jurisconsultos llaman contradocumento a un acto que
las partes destinan a quedar secreto durante algún tiempo y por el
cual ellas dejan sin efecto, explican, extienden o restringen el acto
precedente y público. Los contradocumentos no tienen nada de
ilícitos. Ellos regularmente son relativos a los objetos de que trata el
acto público que pudiera perjudicar los derechos afectivos de una de
las partes".
El código de Napoleón establecía que los contradocumentos no
tienen valor frente a terceros de buena fe. Sin embargo la importancia
del contradocumento en el debate sobre el valor de la simulación es
sumamente importante y en muchos casos, decisoria. Por haberse
hecho constar el acto verdadero y todos sus caracteres y quizás las
razones de la simulación; esclarece la visión del juez; quien no podrá
dejar de apreciar el mérito del contradocumento.
Pero, además de los contradocumentos, podrán actuarse todas las
pruebas destinadas a acreditar los hechos discutidos, sean pruebas
directas como la confesión o los testigos, sea la prueba indirecta de
las presunciones o deducciones que pueden conducir a descubrir la
verdad partiendo de los instrumentos o de las confesiones. Se
evaluarán entonces los innumerables factores que concurren en una
simulación, tales como los vínculos de parentesco, las muestras de
confianza existentes entre las partes, la posibilidad o imposibilidad de
adquisición de los derechos por parte del simulante que pretende
hacer pasar por real el acto simulado, la inexistencia de causa para
obligarse, etc.

X. PRESCRIPCIÓN DE LA SIMULACIÓN

El código actual no se pronuncia en modo alguno sobre la


prescriptibilidad o la imprescriptibilidad de la acción de simulación.
De su silencio deducimos que admite la prescripción de la acción de
simulación, pues según el inciso 5 del Art. 219° será nulo el acto
jurídico que adolezca de simulación absoluta, y según el inciso 3 del
Art. 221°, el acto jurídico que adolezca de simulación relativa
perjudicial para tercero, será anulable.
39

La acción para que se declare nulo un acto jurídico, prescribe a los


diez años, según el inciso 1º del Art. 2001° CC, y la acción para anular
un acto jurídico que padezca de nulidad relativa, como sería el caso
de la simulación relativa prescribe a los dos años, según el inciso 4º
del mismo artículo.
Es importante establecer que la prescripción de las acciones de
nulidad o de anulabilidad son diferentes de la acción de
indemnización de los daños y perjuicios derivados de la violación de
un acto simulado que, a su vez prescribiría a los siete años, según el
inciso 2º del propio artículo 2001 CC.

XI. INOPONIBILIDAD DE LA SIMULACIÓN

En el art. 194° del CC., señala que “La simulación no puede ser
opuesta por las partes ni por los terceros perjudicados a quien de
buena fe y a título oneroso haya adquirido derechos del titular
aparente”, en este caso el Código tutela y es muy preciso al señalar
que todo el que adquiere un derecho de buena fe y a título oneroso
está protegido frente a los simulantes y demás terceros que no
ostenten la calidad de buena fe y la onerosidad del acto, también se
considera cierto que la buena fe consiste en ignorar el acuerdo
simulatorio y creer en la plena eficacia vinculante del negocio
simulado y en la legitimación de quién alega ser el poseedor del
derecho, quién es sólo un titular aparente pero esa apariencia está
por otra parte, consagrada por las formalidades establecidas por el
ordenamiento jurídico, como puede ser la escritura Pública, la
inscripción en los registros Públicos que los simulantes y terceros
adoptan todo lo cual contribuye al nacimiento de la buena fe, por lo
tanto, la simulación es inoponible al adquiriente de buena fe y a título
oneroso. En cambio, sí es oponible al adquiriente de mala fe sea a
título oneroso o gratuito. Es decir, lo que se sanciona es la mala fe.

CONCLUSIONES

 A manera de conclusión diremos que la simulación de actos


jurídicos consiste en el acuerdo de dos o más personas para fingir
jurídicamente ante los demás la existencia de un negocio, o algunos
elementos del mismo, con el fin de crear ante terceros la apariencia
de cierto acto jurídico elegido por las partes, y sus efectos de ley
en deliberada discordancia con la voluntad real de las partes. Su
campo abarca la mayoría de negocios jurídicos, salvo algunos casos
en los que la ley ha optado por dar prelación a la estabilidad del
40

negocio sobre la necesaria identidad entre la voluntad de las partes


y la declaración de la misma.
 La acción para develar la realidad que yace tras el velo del contra-
to simulado puede ser intentada bien por las partes (gracias a la
excepción del principio Nemo auditur) o bien por terceros que
hayan sufrido perjuicios ciertos y reales a raíz del contrato simulado
(como excepción a la aplicación estricta de la teoría de la
relatividad de los contratos), y quien la alegue deberá demostrar la
existencia de los hechos que acreditan la simulación. Se ha visto
que, a raíz del sigilo con el que suelen actuar las partes, la principal
prueba suele ser la indiciaria, pero lo cierto es que proceden todos
los medios de prueba estipulados en la ley. A su vez, en este
ámbito se acentúa la libertad apreciativa del acervo probatorio por
parte del juez de instancia –que en principio es intocable en
casación– y el principio de congruencia fáctica se atenúa, dotando
al juez de mayores posibilidades para auscultar la verdad detrás
del negocio aparente. Por último, en caso de prosperar las
pretensiones, el negocio desaparecerá del mundo jurídico, o
desaparecerán los elementos ficticios del mismo, salvo que tal
declaración pueda afectar los derechos de los terceros de buena
fe, o que el negocio real vulnere el ordenamiento jurídico.
 El Código Civil Peruano regula la figura civil denominada la
simulación absoluta, ello en su artículo 190°. Asimismo, el artículo
219° inciso 5 del referido Código establece que la sanción
(remedio negocial) a dicha figura lo es la nulidad; ergo -en
principio- no se reconoce su validez ni tampoco sus efectos
legales. Esto aplicaría en principio, para la simulación lícita y la
ilícita.
 Doctrinariamente se reconoce la simulación absoluta lícita e ilícita.
La primera no afecta derechos de terceros ni mucho menos alguna
ley; la segunda sí puede afectar derechos de terceros o algún
dispositivo legal. En ese sentido, la simulación absoluta lícita
debería ser recogida como un criterio para no sancionar con
nulidad per se a aquellos negocios jurídicos simulados en forma
absoluta que no afectan derechos de terceros o que no vulneren
alguna ley.
 La utilización de la simulación absoluta sin vulneración de
intereses ajenos podría generar un supuesto de eficiencia, en el
sentido, que podría mejorar la situación del agente que interviene
en la simulación, sin afectar en lo absoluto a nadie ni a nada.
41

 Se considera como elementos de la simulación el propósito de


provocar una falsa creencia sobre la realidad de lo declarado, la
divergencia entre lo querido en relación con lo que se declara de
manera consciente y el convenio de simulación; empero, debería
resaltarse que la trascendencia de no reconocer los efectos
legales a este tipo de negocios jurídicos debería ser el perjuicio
que se ocasiona a terceros o cuando se vulnera el orden público.
 Si bien es cierto que el artículo 193º establece que las partes o los
terceros perjudicados pueden ejercer la acción por simulación,
también es cierto que esta norma está referida a la parte procesal,
esto es, “al derecho de accionar”, en teoría el negocio jurídico
simulado que no afecta a nadie ni vulnera alguna ley es “nulo” y
dicho remedio negocial consideramos excesivo, teniendo en
cuenta que existen razones que podrían justificar la vigencia del
mismo.
 La simulación absoluta lícita, genera efectos legales entre las
partes y sobre terceros, por tanto, podría producirse el tracto
sucesivo de bienes y servicios, cuando antecede una simulación
absoluta lícita, sin que se considere que el primer negocio jurídico
esté viciado de nulidad.
 La simulación absoluta ilícita, aquella que afecta normas de orden
público o intereses ajenos, deberían mantener el tratamiento
actual, esto es, ser nulos per se.

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Ocho tomos. Lima: Edial Editores.

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42

Morales Hervías, Rómulo (2003) En: Código Civil Comentado. Tomo I.


Lima: Gaceta Jurídica, pp. 811 y 813

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FERRADA, Francisco (1960) La simulación de los negocios jurídicos.


Traducción de Santiago Cunchillos y Monterota. Madrid: Editorial Revista de
Derecho Privado, pp. 41 y 44

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