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“Antes nuestra vida acababa con la puesta de sol. A partir de ese momento
apenas podíamos hacer nada. Teníamos que utilizar velas para alumbrarnos, y
éramos conscientes del peligro que eso entrañaba. Así que íbamos a dormir
pronto y nos levantábamos un poco antes del amanecer para ordeñar a las
vacas”. Sin embargo, ahora la existencia de la familia de Zolzaya Bandgait ha
dado un vuelco. “Desde hace algo más de un año somos más felices. Podemos
cenar más tarde, disfrutar jugando a las cartas, comunicarnos con amigos y
familiares, y ver lo que pasa en el mundo”. La diferencia radica en la tecnología.
Porque los Zolzaya son nómadas, viven en el desierto del Gobi, y han decidido
invertir gran parte de sus ahorros en la instalación de varios aparatos que han
reducido notablemente la brecha que los separaba de la calidad de vida de la
población urbana.
ampliar fotoHijos y amigos de Damb Batnasan juegan con los dos teléfonos
inteligentes de la familia a la luz de la bombilla de bajo consumo que tienen
conectada a una batería. Z. A.
ampliar fotoZolzaya conecta el teléfono vía satélite que han recibido gracias a
un programa del Banco Mundial. Gracias a él pueden estar en contacto con sus
allegados, confirmar los precios de los productos que venden, y dar la voz de
alarma en caso de emergencia. Z. A.
No obstante, la mejoría va mucho más allá del ocio. Por un lado está la
reducción del riesgo de incendio que, como es lógico en una vivienda de tela,
con el uso de velas era muy elevado. Además, la llegada del teléfono por satélite
a una zona sin cobertura de móvil permite dar cuenta de emergencias y pedir
ayuda, así como conocer el precio que se paga por el ganado, la lana, o los
productos lácteos. Eso dificulta que los intermediarios que los compran les
engañen, “algo que antes sucedía a menudo”, y que puedan decidir cuál es el
mejor momento para venderlos. También gracias a la televisión, Zolzaya tiene
acceso a previsiones meteorológicas que le permiten determinar con más
exactitud la zona más adecuada para llevar el ganado. “En el desierto no es fácil
cuidar de 600 ovejas como tenemos nosotros. Elegir el lugar en el que crece
más vegetación puede marcar la diferencia entre que vivan o que mueran”.
ampliar fotoEl uso del móvil en Mongolia es difícil por los bajos índices de
cobertura. No obstante, Bahitbergen Uranbai lo utiliza en lo alto de la montaña
para comunicarse con otros ganaderos e intercambiar información sobre los
lobos que acechan al ganado. Z.A.
Pero uno de los efectos más importantes que tiene la adopción de la tecnología
por parte de los nómadas que habitan el país con menor densidad de
población —tres millones en una superficie de 1,5 millones de kilómetros
cuadrados, equivalente a tres veces la de Francia—, es la propia supervivencia
de una forma de vida que se remonta a los tiempos de Gengis Kan. “La juventud
no quiere vivir en el campo, quiere mudarse a la ciudad. En gran parte es así
porque no solo percibe que allí hay más posibilidades de crecer en el terreno
profesional, también porque en un ger las opciones de ocio y de acceso a la
información son muy limitadas. Es duro y es aburrido”, explica Damb Batnasan,
otro ganadero que instala su yurta a unos mil kilómetros de distancia, en la
estepa del centro del país. “Si queremos que el nomadismo no muera con la
gente de nuestra generación tenemos que hacerlo más atractivo para los
jóvenes. No nos podemos oponer a los avances que llegan, lo mismo que
tenemos que asegurarnos de que las nuevas generaciones vayan a la escuela”,
explica.
Delgerma tiene 16 años y está de acuerdo con Damb. Es una de los 300.000
nómadas que todavía no tienen electricidad, y, a su edad, la vida en el campo ya
no le satisface. Se siente incomunicada y aburrida. Sus padres, habitantes
también de la estepa, dan la espalda a todo lo que tenga cables, y con ellos no
tiene la confianza suficiente como para hablar de temas propios de la
adolescencia. “El único contacto que tengo con el mundo exterior es a través de
la radio de mi padre. Y casi siempre está sin pilas. No puedo comunicarme con
los pocos amigos que tengo, y sin luz no hay nada que hacer por la noche”. Así
no es de extrañar que esté pensando en hacer las maletas y labrarse un futuro
mejor en la capital, Ulán Bator, a unos 350 kilómetros de distancia. “Quiero
conocer gente y llevar una vida normal. Aquí terminarán casándome con
alguien que les interese para que siga llevando la misma vida”, se lamenta.
Como ella, muchos otros jóvenes apuestan por la vida sedentaria, y cada año
entre 30.000 y 40.000 mongoles, sobre todo jóvenes, abandonan el campo para
echar raíces sobre el asfalto.
ampliar fotoIncluso en las zonas más
montañosas del extremo occidental del país, las placas solares han cambiado el
ritmo de vida de los nómadas de la etnia kazaja. En la fotografía, Tolhinbai
Kenje (izda.) y Uranbai Samat (dcha.) posan bajo las tres placas solares de su
casa de invierno. "Es la mejor inversión que hemos hecho", asegura el abuelo. Z.
A.
Afortunadamente, cada vez son más los que apuestan por la incorporación de
placas solares y de aparatos electrónicos en sus vidas. De hecho, el Proyecto
para el Acceso a Energías Renovables y Electricidad en Zonas
Rurales, implementado por el Gobierno desde el año 2000 en colaboración con
el Banco Mundial, ha conseguido que más de 100.000 familias nómadas, en
torno a medio millón de personas en total, cuenten con esta fuente de energía
limpia que, a su vez, ha permitido incrementar sustancialmente el acceso a un
teléfono, cuya tasa el año 2005 era la más baja del mundo —un 1% en el
campo—. En 2006 solo 1,2 millones de minutos de conversación telefónica
tuvieron su origen fuera de la capital, pero en 2013 esa variable aumentó hasta
los 56,5 millones. El objetivo es que para 2020 toda la población tenga acceso a
la electricidad, y un 70% pueda comunicarse por vía telefónica.
ampliar fotoAzzaya Soyol amamanta a
su bebé mientras disfruta de una de sus series surcoreanas favoritas en la vieja
televisión en blanco y negro que han comprado. Z. A.
Mineihan Hadis, otro nómada del desierto, reclama también ayudas para
adquirir vehículos de motor. “Una moto como la que yo tengo, por ejemplo,
tiene muchas ventajas sobre los caballos y los camellos que hemos utilizado
tradicionalmente: nos permite llegar a la zona en la que tenemos el ganado
mucho más rápido, y podemos desplazarnos a la ciudad si hay una emergencia.
Porque hasta aquí no llegan las ambulancias, se pierden por el camino”, explica.
Es fácil entender por qué: el desierto y la estepa son dos infinitas alfombras en
tonos ocres y verdes, en las que no hay carreteras ni forma sencilla de
orientarse. De ahí que el GPS también esté ganando adeptos. “Nosotros
sabemos llegar a los lugares cercanos gracias a las montañas o a
particularidades del terreno, pero para el resto resulta casi imposible
localizarnos. El uso de coordenadas es una buena solución”, comenta. “En
cualquier caso, lo importante es utilizar la tecnología a nuestro favor. Para que
la vida nómada pueda seguir existiendo con dignidad”, sentencia Damb.
Qué es la inteligencia colectiva?
¿Podemos compartir un problema con
cientos, miles o millones de personas y
conocer y participar en la búsqueda de
soluciones innovadoras? ¿Podemos
utilizar capacidades o talento que estén,
en principio, fuera de nuestro círculo
cercano u organización?
Para hablar de estos temas, hoy quiero compartir con vosotros la versión electrónica en
español del libro “La inteligencia colectiva”, de Pierre Lévy , considerado en la actualidad
como uno de los filósofos más importantes que trabaja en torno a las implicaciones del
ciberespacio y de la comunicación digital.
En su libro, Pierre Lévy describe la inteligencia colectiva como una forma de inteligencia
universalmente distribuida, constantemente realzada, coordinada en tiempo real, y
resultando en la movilización efectiva de habilidades.
Actualmente, asistimos a un nuevo modo de producción del conocimiento socialmente
distribuido, donde la identificación de los problemas y la búsqueda de soluciones se
hace a través de una compleja interacción entre especialistas, usuarios y otros actores
organizados en redes de colaboración. Al mismo tiempo, el desarrollo del conocimiento
socialmente distribuido está siendo promovido por las nuevas tecnologías de información y
comunicación, particularmente la Internet.
Del original en francés: L’intelligence collective, notre plus grande richesse, trad. de Christian
Hernández, Le Monde, 24 de junio de 2007
Publicado en Innovación, Innovación Social, Metodologías, RS del Individuo y
etiquetado: Inteligencia colectiva, Pierre Levy, social innovation