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LA EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA EDUCACIÓN ROMANA.

LA EDUCACIÓN EN EL TIEMPO DE LA MONARQUÍA.

La monarquía.

Los datos que conocemos sobre el origen de Roma están envueltos en la leyenda. Se acepta en

general que la ciudad de Roma se fundó hacia el 753 a.c y sus primeros habitantes fueron

pastores y agricultores que habitaban las colinas de la orilla izquierda del río Tíber y se

confederaron en la liga de las Siete Colinas. Eran una tribu de italos, los latinos, a los que pronto

se sumarán los sabinos, estableciendo poco después una monarquía alternativa (el mito de

Rómulo y Remo), hasta que son conquistados por los etruscos en el siglo siguiente. Los reyes

etruscos marcaron con su influencia el urbanismo, el arte, la sociedad y las instituciones

romanas. Reyes vitalicios pero no hereditarios, controlaban el ejército, administraban la justicia y

eran la máxima autoridad religiosa, ampliaron el territorio, construyeron una sólida muralla (los

llamados muros servianos), los primeros edificios de piedra, el primer alcantarillado (Cloaca

Máxima)...

La educación en los primeros tiempos de la Monarquía.

Los padres fueron los que educaron a los hijos en la Roma de los primeros tiempos de la

Monarquía. Su objetivo era perpetuar las costumbres, creencias y leyendas, que iban pasando así

familiarmente de unas generaciones a otras. Probablemente la mayoría de la población era

analfabeta, salvo una minoría aristocrática que se reservaba así los cargos políticos, militares y

sacerdotales con los que controlaban las instituciones. “Generalmente era la madre, en caso de

que supiera, la que primero enseñaba a leer, escribir y hacer cuentas, a menudo con la ayuda de

otros familiares, como los abuelos y tíos del niño.” (Bonner, 1984, págs. 31-33) El padre suplía
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las carencias de la madre y sobre todo enseñaba las leyes y costumbres propias de todo buen

ciudadano romano, los praecepta paterna.

Si la civilización etrusca integró la griega en su arte, religión y costumbres, es probable que

también lo hiciera en la educación. “Cicerón se hizo eco de una temprana influencia griega ya en

el siglo VII, en la época de los reyes Tarquinios, cuando un conocido sabio, Demarato de

Corinto, se convirtió en ciudadano de Tarquinia e instruyó a sus dos hijos al modo griego:

(…) omnibus eos artibus ad Greecorum disciplinam erudit” (Bowen, 1976, pág. 242)..

LA EDUCACIÓN EN EL TIEMPO DE LA REPÚBLICA.

La República y sus instituciones.

Los abusos de la dominación extranjera de los reyes etruscos provocaron la sublevación del

pueblo romano y la proclamación de la República en el 509 a.C, concediendo la suprema

autoridad al Senado, encarnación de la aristocracia.

En los siglos siguientes las instituciones se fueron adaptando flexiblemente, a medida que

el territorio y la población aumentaban y la sociedad se hacía más compleja. Al principio de

la República informa:

El autor Bowen (1976) Las instituciones del mos maiorum, el paterfamilias, la patria

potestas y de las doce tablas fueron el aglutinante de la cultura romana; y fueron esas

instituciones y esas condiciones de vida las que orientaron la formación de los hijos de los

antiguos romanos. Las necesidades de desarrollo intelectual eran mínimas: bastaba, para

poder llevar una cierta contabilidad, con saber escribir y contar. (pág. 238)

El Senado era la institución básica del gobierno romano y fue variando en su composición,

generalmente con 300 patricios elegidos por cooptación, y en las funciones que al inicio se

extendían a casi todos los asuntos del Estado. El Senado elegía los magistrados principales:
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los dos cónsules con poderes ejecutivos, los dos pretores con poder judicial, los dos cuestores

con poder administrativo sobre la economía, y los dos censores con poder sobre el censo de

ciudadanos y sobre las costumbres. Una figura excepcional, el dictador, asumía todos los

poderes por tiempo de un año cuando las circunstancias políticas eran muy peligrosas por

invasiones o guerras. La administración, cada vez más compleja, exigía a los senadores un

alto nivel educativo, así como la contratación de una creciente multitud de funcionarios

expertos. El ideal de educación de los senadores lo resume Marco Catón (234-149), en su

colección de máximas dirigidas a su hijo, Praecepta ad filium: “hombre bueno, experto en el

hablar (vir bonus, dicendi peritus)” (Bonner, 1984, págs. 18-19,26)

Los plebeyos consiguieron entre los siglos IV y III aC plenos derechos políticos y civiles,

entre ellos la elección de los tribunos de la plebe (magistrados que defendían sus intereses con el

derecho de veto), una ley común para todos (la ley de las Doce Tablas), el acceso a las

magistraturas y al consulado, la abolición de la esclavitud por deudas, y la legalización del

matrimonio de los patricios y plebeyos. Estas nuevas instituciones fueron un acicate para la

formación en este grupo social, sobre todo la jurídica.

La expansión republicana.

El periodo republicano dio inicio a la gran expansión territorial romana. Gracias a la fuerza

del ejército popular integrado por legiones de soldados reclutados entre los pequeños propietarios

con derechos políticos, una hábil diplomacia y la energía del núcleo dirigente, se conquistó

gradualmente Italia y después se dio el salto a Macedonia y Grecia, que se convirtió en provincia

tras la destrucción de Corinto en 146, mientras que Atenas fue tomada en 86 a.C. Estas victorias

tuvieron inmediatas consecuencias en la educación romana, porque los conquistadores romanos

esclavizaron o contrataron a una multitud de maestros griegos, tanto al principio en la Magna


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Grecia al sur de la península italiana, en el siglo III aC, como en la misma Grecia en los siglos

siguientes.

Los griegos establecidos en Roma cambiaron notablemente la pedagogía y los programas de

estudios imperantes, algo que ya se vislumbraba en la primera mitad del siglo II aC, como

destaca Bowen, con el ejemplo del tradicionalista Catón, que se reservaba la función de enseñar

a su hijo como habían hecho sus antepasados: “Todas las actividades de Catón constituían una

reacción frente a esta tendencia cada vez más fuerte: Catón había intuido los peligros que para el

estilo romano de vida entrañaba la adopción del más característico de todos los adelantos

griegos, a saber, su estilo de educación”. (Bowen, 1976, pág. 241)

Prosiguió la conquista por la costa del Mediterráneo Occidental con las victorias en las tres

guerras púnicas contra Cartago, la primera en 264-241, la segunda (marcada por el gran

enemigo, Aníbal) en 218-201, y la tercera en 146; la ciudad de Siracusa en 212, junto al resto de

Sicilia, de donde llegaron muchos maestros griegos a Roma; la larga conquista de Hispania entre

el 212 y el 25 aC; la rápida toma de la Galia por Julio César hacia el 50 aC; la conquista gradual

del Asia Menor en los dos siglos siguientes al tratado de Apamea con Antioco III en 188 y tras la

victoria contra Mitrídates de Ponto, más las conquistas de Siria en el 64 y de Egipto en el 31 a C.

Pero no fue una expansión continua, pues a menudo prevalecían tendencias aislacionistas. Así,

por ejemplo, el Senado aceptó a regañadientes la donación de Pérgamo por Atalo III en 133 e

incluso rechazó la de Egipto por Ptolomeo Alejandro I en 88, pero finalmente triunfaron los

intereses del partido expansionista compuesto por senadores y caballeros volcados en las

actividades comerciales y financieras. En 44 aC, a la muerte de Julio César, Roma controlaba el

Mediterráneo, ya directamente o a través de su influencia en los gobernantes nativos. Sólo Partia,

en el actual Irán, era un contrincante poderoso e independiente.


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Como resultado de tanta conquista fluyó a Roma un enorme botín en oro, plata, bienes y

esclavos, que enriqueció sobremanera a la aristocracia y a la burguesía. Roma se había

convertido en el gran centro comercial y financiero del Mediterráneo. Este proceso aumentó la

diferenciación social, con una clase senatorial poseedora de grandes latifundios, una clase media

de caballeros concentrada en el comercio y las finanzas, una amplia clase baja de campesinos, a

menudo arruinados por las guerras y que entonces se dirigían masivamente a la capital para vivir

del reparto gratuito de alimentos los numerosos libertos (esclavos liberados) y finalmente una

inmensa masa de de esclavos que eran la principal fuerza de trabajo en la ciudad.

La revolución social agraria de los hermanos Graco (133 y 121 aC), apoyada por los campesinos

sin tierras, terminó en un sangriento fracaso y abrió paso a las luchas civiles entre los principales

generales del ejército (el nuevo sujeto político dominante) para conseguir la primacía política.

Los itálicos se convierten en ciudadanos romanos en 89 aC, tras la guerra itálica que hicieron

para conseguir mejorar sus derechos. Por el contrario, fueron reprimidas sin piedad las rebeliones

de los esclavos, varias de las cuales estallaron en Sicilia, aunque la más peligrosa, la encabezada

por Espartaco, ocurrió en Italia.

La crisis republicana.

En el siglo I aC la forma republicana de gobierno entró en crisis, debido a que la gran extensión

del dominio romano y la diversidad de intereses sociales impedían un gobierno consensuado

como el republicano. Así aparecen los sucesivos triunviratos y las sucesivas guerras civiles entre

Mario y Sila, Pompeyo y César, Antonio y Octavio, desapareciendo en el -27, cuando César

Octavio es nombrado Augusto por el Senado, iniciándose así el Imperio.

La educación en los tiempos de la República.


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Durante la República el enriquecimiento de la clase patricia distanció su nivel educativo del resto

de la población, cuya mayoría era probablemente analfabeta, como refieren las comedias de

Plauto y Terencio, aunque las comedias del primero tienen numerosas referencias a que

abundaban las escuelas en su época.

LA EDUCACIÓN EN EL TIEMPO DEL IMPERIO.

El Imperio fue aceptado mal por la clase senatorial, pero fue muy apoyado por la clase de los

caballeros y las masas populares, cansadas de la continuas guerras civiles y del caos político, y

que aspiraban a subir en la escala social. Augusto reunió en su persona los cargos de emperador,

cónsul, tribuno de la plebe, pontífice máximo...

Su poder se asentaba sobre el apoyo de la clase senatorial, los caballeros (equites) y el ejército

(unos 300.000 soldados).

Mommsen, ha narrado magistralmente esta revolución, que cambió para siempre la

naturaleza de la civilización romana, sustituyendo su imperfecta democracia republicana por

un imperfecto despotismo, al tiempo que la sociedad se hacía cosmopolita y se fundían

inexorable e inextricablemente los rasgos romanos originales con los griegos, lo que en el

campo de la educación es especialmente visible: el nuevo ideal de ‘cultura general’ o

‘humanidades’ se basa en el modelo griego bajo una apariencia latina. (Mommsen, 1982,

págs. 586-592)

La expansión imperial.

La expansión de Roma durante el Imperio hasta el 117 (Trajano) fue rápida y enorme, hasta

configurar uno de los mayores imperios de la Historia, asimilando muchos aspectos de las

civilizaciones sometidas o vecinas, en especial de los etruscos y de los griegos. El mundo clásico
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será la fusión de las civilizaciones griega y romana, evolucionando a un modelo propio y

original: Roma será el pilar de la cultura occidental en el derecho, lengua, artes...

Las ciudades eran la institución fundamental, con una gran autonomía real, con un derecho

común que fue universal con la extensión de la ciudadanía romana con Caracalla en 212. El

poder del Senado fue declinando a medida que se afianzó la supremacía del emperador. Los

cargos públicos republicanos se mantuvieron, aunque generalmente monopolizados por el

emperador y sus partidarios, con lo que los cargos de cónsul y senador se extendieron a los

provinciales.

La agricultura fue la principal fuente de riqueza: trigo, vid, olivo, frutales. El comercio de trigo,

vino y aceite era muy importante en el abastecimiento de Roma, las ciudades y las guarniciones

militares. La minería se desarrolló en muchos lugares. La moneda de oro (áureo) y de plata

(sestercio, denario), permitió intercambios seguros. Las vías de comunicación (calzadas, puertos

marítimos) unían todo el Imperio. El comercio puede estudiarse con los restos de cerámica y

vajillas, que se han encontrado hasta en China, donde a cambio se compraba la seda. La mayor

parte de los productos pesados se transportaba por mar y sólo los productos livianos por las vías

terrestres, que se dedicaban más al transporte de personas y ganado.

El régimen económico-laboral se basaba en la esclavitud, que entró en crisis durante el siglo

II, al acabarse las guerras fáciles de conquista. Al mismo tiempo comenzaron las epidemias, los

costos de las guerras fronterizas con los germanos y persas, la desorganización interior por las

guerras civiles...

El periodo de máximo auge del Imperio se dio en los dos primeros siglos, con las dinastías de

los Julio-Claudios (-31 a 68, con Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón), los Flavios (68-
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98, con Vespasiano, Tito, Domiciano) y los Antoninos (98 a 180, con Nerva, Trajano, Adriano,

Pío Antonino, Marco Aurelio).

Estos emperadores, sobre todo Trajano, protagonizaron la expansión a todos los confines

(hasta el desierto del Sahara, el Eufrates, el Danubio y el Rin, el norte de Britania) y después de

ellos no hubo más conquistas. Los Antoninos configuran el periodo de Oro de la civilización

romana, con sus más altas cotas de expansión exterior, paz, estabilidad y prosperidad interior.

La crisis imperial.

Las causas de la crisis se resumen en: agotamiento de las posibilidades productivas del

esclavismo, insuficiencia de la moneda, crisis de la ciudad, concentración latifundista, crisis

religioso-cultural.

Después de alcanzar su apogeo durante el siglo II, el Imperio sufrió una lenta decadencia,

desde Comodo, con una sucesión de emperadores que conseguían el poder gracias a su condición

de generales del ejército, iniciada con Septimio Severo y su dinastía de los Severos (192-235) y

seguida por un periodo de anarquía militar (235-285), con algún emperador notable (Aureliano),

hasta que Diocleciano con la tetrarquía (un reparto del imperio en cuatro partes, 285-312) y

después Constantino (312-337) restablecieron cierta solidez institucional. Constantino basó su

dinastía en el apoyo del ejército y del cristianismo (313), que se convirtió después en la religión

oficial. Su otra gran novedad fue el traslado de la capital a Constantinopla. Pero los gastos

militares supusieron una terrible presión fiscal, que agotó el Imperio. En este siglo se consolida

la barbarización del ejército: numerosos germanos se alistan como mercenarios y pueblos enteros

(como los godos) pasan la frontera y reciben tierras a cambio de servicio militar.

Había entonces una gran diferencia en el Imperio entre la parte occidental, menos rica y

poblada, con la lengua latina, y la parte oriental, de lengua griega, que al final derivaron en la
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división del Imperio, que perduró unido hasta el 395, cuando Teodosio lo reparte entre sus hijos

Arcadio (Oriente) y Honorio (Occidente), mientras los pueblos bárbaros de Germania invaden y

asolan el Imperio de Occidente, hasta la fecha crucial de 476, cuando desaparece el Imperio de

Occidente, al ser depuesto eñl joven emperador Rómulo Augustulo.

Por el contrario, la parte oriental mantuvo su prosperidad y unidad, posibilitando el desarrollo

del posterior Imperio bizantino e incluso un breve periodo de reconstrucción del dominio

mediterráneo gracias al emperador Justiniano en el siglo VI.

A partir del siglo I dC se difundieron en la sociedad romana algunas religiones orientales,

como el mitraísmo, maniqueísmo y judaísmo, que intentaban dar una respuesta más espiritual y

menos ritual a la incertidumbre de qué hay más allá de la muerte y a la influencia del mal sobre

el hombre.

El cristianismo desde su aparición hasta su hegemonía.

El cristianismo fue la religión oriental que más arraigó en el Mediterráneo romano, sobre todo

entre las clases bajas, dado que el Nuevo Testamento (la segunda parte de la Biblia) presentaba

la pobreza como una virtud y aseguraba una vida mejor después de la muerte. Los apóstoles

extendieron la nueva religión por todos los confines del Mediterráneo ya en el siglo I, destacando

Pedro en el núcleo judío de Roma y Pablo por sus viajes por las ciudades mediterráneas en los

que tanto predicaba a los judíos como a los gentiles.

Pero esta religión fue considerada un peligro para el Imperio porque no reconocía la divinidad

del emperador ni el politeísmo que era esencial para el sistema religioso romano, y algunos

emperadores decretaron persecuciones para eliminarla, comenzando por la local de Nerón en

Roma en el 64 y más tarde esporádicas y poco intensas de Trajano, Antonino Pio…, hasta la

primera sistemática de Decio en 250, seguida por las de Valeriano en 257 y 258, y la peor, la de
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Diocleciano en 303, en una época en la que se calculaba que tal vez un 10% de la población del

Imperio era cristiana. Sin embargo, las contadas persecuciones y las continuas trabas fueron

ineficaces puesto que la Iglesia cristiana ganó más influencia social, sobre todo en las ciudades,

mientras que en las zonas rurales sólo tenía una gran presencia efectiva en Asia Menor y Egipto

porque muchos campesinos mantuvieron sus cultos paganos, enraizados en el contacto con la

naturaleza, hasta mucho más tarde.

El fin oficial del paganismo llegó a partir de la victoria del cristianismo en el siglo IV. Los

grandes eventos de este cambio fueron el Edicto de Milán (313) promulgado por Constantino,

que garantizaba la libertad de culto cristiano después de tantas persecuciones que había sufrido;

el Concilio de Nicea (325), que organizó la Iglesia y unificó el culto y la doctrina contra el

arrianismo y el Edicto de Tesalónica (380) promulgado por Teodosio I, que prohibió el culto

pagano, declarando al cristianismo religión oficial y única del imperio. Se acabaron entonces los

Juegos Olímpicos y se cerraron la Academia y el Liceo de Atenas. En menos de un siglo el

cristianismo había pasado de religión oprimida a religión opresora. Y la cultura y la educación

pasaron en gran medida a depender de él: los maestros se convirtieron en muchos casos en

sacerdotes, manteniendo su oficio inicial para sobrevivir, y se pusieron bajo el mandato de los

obispos. La Iglesia comenzaba su jerarquización, y con ella los cambios organizativos e

ideológicos que la marcaron durante la Edad Media.

La educación en los tiempos del Imperio.

Los emperadores intentaron a menudo controlar la educación y en algunos casos mostraron

una genuina preocupación por extenderla y mejorarla, a fin de contar con una burocracia bien

preparada en los saberes administrativos e ideologizada a favor del imperio, pero siempre

chocaron con la falta de medios económicos y la urgencia de las guerras exteriores, que
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impedían destinar suficientes recursos, por lo que los emperadores tendieron a regular sólo los

asuntos más generales y obligar a los municipios a afrontar los gastos. Bowen y otros autores

nos dan ejemplos de este creciente intervencionismo estatal, iniciado ya en el siglo I aC con

Julio César y proseguido por sus sucesores: Augusto financió, al igual que sus sucesores, la

Biblioteca y el Museo de Alejandría, que en realidad eran las dos ramas, literaria y científica,

de la universidad alejandrina, así como las bibliotecas de la misma Roma. “Augusto comenzó

asimismo la práctica de nombrar profesores oficiales para los niños miembros de la familia

imperial, y entre ellos destacarán Verrio Flaco, Séneca el Joven y Quintiliano” (Bonner, 1984,

pág. 54). “Vespasiano eximió de impuestos a los maestros y reguló los salarios de los dos

sofistas o profesores superiores de retórica en Roma, pagados por el fisco imperial: 100.000

sestercios al año, unos emolumentos considerables para la época. Prosiguieron su protección

los emperadores Domiciano o Trajano” (Bowen, 1976, págs. 273-276). Fue esta la época del

gran Quintiliano, el último gran retórico romano, protegido por los emperadores. Algunas

ciudades incluso superaban estos estipendios, compitiendo por tener a los más famosos

sofistas, no solo por la gloria que daban a la ciudad sino también para atraer a la multitud de

estudiantes ricos que acudían a sus clases. Después, Marco Aurelio, ante la decadencia

económica de Atenas, llegó a ordenar el pago a cargo del fisco estatal de cuatro profesores de

filosofía y uno de retórica en esta ciudad, aunque con menos salario que los de Roma, 60.000

y 40.000 sestercios/año en comparación con los 100.000 que cobraban los profesores de

Roma (probablemente sufrían un coste de la vida más alto). (Aymard & Auboyer, 1980, pág.

603)

Pero también a lo largo del siglo II d.c, durante la dinastía de los Antoninos, en pleno auge del

Imperio, se incubaron los gérmenes de la debacle posterior, que Bowen (1976) señala en el
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consumismo y la debilidad moral. (pág. 281) La educación no se libró de la decadencia política y

económica posterior, como demuestra las quejas por la reducción de la producción literaria y

filosófica respecto al gran siglo de Augusto, el creciente éxito del arcaísmo literario (muy

conveniente para los eruditos pero enemigo de la innovación) y del eclecticismo filosófico, y los

numerosos testimonios acerca de la mala situación social de los maestros que ya aparecen en los

escritores Horacio, Petronio, Persio, Tácito, muy crítico con el bajo nivel de la retórica hacia el

100-115, o Juvenal, quien poco después denuncia la degeneración del sistema

educativo. Bowen (1976) sugiere que la decadencia educativa se explica por la previa de la

sociedad, sometida al despotismo imperial. (pág. 284), Bonner (1984)que achaca el

deterioro de la educación a la competencia desatada desde finales de la República por

preparar a los alumnos sobre todo y lo más tempranamente posible en la retórica jurídica y

política, dejando de lado la formación literaria así como la más generalista (págs. 431-433).

Una señal de la caída fue la disminución del número de personas que podían leer y escribir en

latín y griego al mismo tiempo: a partir del siglo II d.c se hizo más clara la línea divisoria entre el

Occidente latino y el Oriente griego, pero esto coincidió con la época de mayor divulgación de la

cultura literaria popular: la mayoría de los papiros literarios egipcios que se han salvado son

justamente de ese siglo, y en él alcanzaron la gloria los maestros de retórica Dión de Prusa ‘boca

de oro’ (40-120), Crisóstomo y Elio Arístides de Esmirna.

Al mismo tiempo, la estricta censura imperial contra las publicaciones críticas, que evidencian

los frecuentes castigos impuestos por Augusto, Tiberio o Domiciano, y que se relacionan por

ejemplo con las persecuciones al cristianismo y las nuevas ideas que subvertían el orden

tradicional. La innovación, la investigación y el pensamiento crítico fueron sustituidos por un

enciclopedismo academicista, estancado en la recopilación y comentario de los saberes del


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pasado, una tendencia con larga trayectoria en Roma, como vemos en los tratados y manuales de

Marco Terencio Varrón (116-27 C), Aulo Cornelio Celso (14 aC-37 dC), Plinio el Viejo (23-79),

Aelio Donato (siglo IV), Marciano Capela (410-439)…

Finalmente, en la época tardo-imperial, la decadencia se extendió a todos las ramas del

Estado: política, militar, demográfica, económica, social y cultural. La educación padeció como

todas las instituciones, pese a los vanos intentos de los emperadores, como Diocleciano y

Valente entre otros, de regular u obligar a que se mantuviera.

El triunfo del cristianismo en los siglos IV y V significó a la vez el fin de la educación romana

antigua y el inicio de la educación medieval, pero esta nunca dejó de tener sus fundamentos en

aquélla, pues no en vano los dos principales filósofos de la Patrística, Clemente de Alejandría

(150-211/216) y sus discípulo Orígenes (h. 185-254), el traductor oficial de la Biblia, Jerónimo

(348-420), o el teólogo San Agustín de Hipona (354-430), entre otros muchos intelectuales

cristianos, se habían formado en una sólida educación clásica, fundamentalmente en la filosofía

platónica y la literatura latina de Cicerón, Virgilio u Horacio. El legado de la Roma pagana

permaneció gracias a la Iglesia que aparentemente la había destruido.

SEGUNDA PARTE. LAS FASES DE LA EDUCACIÓN ROMANA.

2.1. LA EDUCACIÓN DURANTE LA INFANCIA.

La educación en la infancia.

La lactancia de los infantes y los primeros cuidados se encomendaban por lo general a la

madre.

Pero las familias patricias utilizaban una nodriza, también llamada ‘ama de crianza’ o ‘de

leche’, una parturienta reciente que amamantaba además a un lactante que no era su hijo y a

menudo era considerada por el niño como una segunda madre, por lo que era frecuente que a los
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hijos de la nodriza se los considerara ‘hermanos de leche’, como ocurrió en el caso de Alejandro

Magno y Clito. Los primeros juguetes eran los sonajeros (crepitacula), y pronto les daban

muñecas e instrumentos musicales a las niñas, y muñecos, carros y armas de madera a los niños,

para que se ejercitaran en los oficios de sus padres y en la carrera de las armas.

La madre o la nodriza enseñaban a hablar al niño, y más tarde le enseñaban a leer, a hacer

cuentas y las leyendas de dioses y héroes. Las familias ricas procuraban escoger una nodriza de

origen griego, para acostumbrar al niño desde el principio al dominio de este idioma.

El papel del padre era guiarle en sus primeros pasos, orientar su despertar a la vida, educarle

en los deberes cívicos, vigilar sus palabras y acciones, evitar que tratara demasiado íntimamente

con los esclavos, y enseñarle respeto a sus mayores: el niño llamaba a sus propios padres con el

título de ‘señor’ (domine).

La educación primaria en la escuela.

Precisemos de entrada que los términos que usaremos para referirnos a los pedagogos y

maestros no eran muy claros en sus límites, porque cambiaron a lo largo del tiempo y los autores

antiguos los intercambiaban sin demasiado rigor.

Los menos ricos y los pobres que no lo eran de solemnidad enviaban, por lo general de modo

voluntario sus hijos a la escuela cuando tenían cerca de 7 años y hasta los 12 a la escuela

(schola, ludus o ludus litterarius) acompañados por un esclavo de confianza (paedagogus) que les

llevaba el material escolar.

Para llevarlo a la escuela y cargar el material escolar se contaba con lo que se llamó

originalmente pedagogo (paedagogus, un término que se usó finalmente para referirse a los

maestros de la enseñanza inicial), un esclavo o liberto (griego a ser posible), que después

también les repasaba las lecciones en casa.


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La escuela estaba regida por un maestro (magister, magister ludi, litterator, calculator),

generalmente único, responsable de una clase con varias decenas de niños, a los que enseñaba

lectura, escritura y cálculo; en las escuelas más grandes había maestros especializados en saberes

como el griego, aritmética, geometría, música, danza... Los maestros cobraban generalmente de

las familias, pero excepcionalmente los contrataban y pagaban algunos municipios importantes e

incluso los emperadores.

El método de aprendizaje de la escritura era enseñar primero las letras del alfabeto por orden y

luego sus formas, para finalmente escribirlas en las tablillas. Y las aprendían a contar con los

dedos de las manos (lo que explica las formas de los números romanos). Luego sólo cabía insistir

en la memorización y la repetición, los pivotes de la pedagogía griega y romana. Quintiliano

(siglo I d.c) propuso innovaciones pedagógicas, como que los niños jugaran con letras de madera

o marfil para aprender a leer y a escribir. Pero ya antes de su época había maestros que seguían

una metodología lúdica, por lo que la escuela primaria se nombraba a menudo “juego” (ludus) y

su maestro era llamado el magister ludi.

Escuela romana.

El curso se impartía de acuerdo al calendario religioso, y se daban clases por las mañanas, en

lecciones mixtas para ambos sexos hasta los doce años, para una media que oscilaba en los 30

por clase, de edades heterogéneas, por lo que el maestro encomendaba deberes, basados en la

repetición y memorización, a los alumnos para que los realizaran mientras él se concentraba

durante un rato en un alumno concreto; ello tenía el defecto de que el resto de los niños podía

desconectar de su labor y fomentaba el desorden, ante el que los maestros actuaban con una

disciplina severa, de acuerdo al lema de que “la letra con sangre entra”, por lo que usaban con
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frecuencia la palmeta (ferula) para los castigos corporales, tanto por las faltas cometidas dentro

como fuera de la escuela.

Debido a la imagen de degradación de la calidad de la enseñanza en las escuelas cuando se

hizo masiva, las familias más ricas preferían una enseñanza para sus hijos en el hogar y

contrataban, cuando el niño tenía unos cinco o más años, un maestro griego

(magister, nutritor o tropheus), responsable de enseñarle a leer y de su educación hasta la

pubertad.

LA EDUCACIÓN DURANTE LA ADOLESCENCIA.

La educación secundaria.

El nivel siguiente era el asimilable hoy a la escuela secundaria, y comprendía desde

aproximadamente los 12 años hasta la emancipación del niño como adulto, que se hacía a edades

diversas, dependiendo de la madurez del niño y de las necesidades familiares, pero por lo general

lindaba los 15 años los niños y 14 las niñas, en escuelas que tanto podían o no ser segregadas por

géneros. Las familias pobres normalmente ya no enviaban a la escuela a sus hijos sino que los

ponían tempranamente a trabajar, pero sabemos que algunos padres, pese a su pobreza,

afrontaban los mayores sacrificios en bien de la instrucción de sus hijos.

La educación tenía lugar en el gymnasium o en la palaestra.

El grammaticus era el responsable de enseñar a los niños la lengua y literatura de los autores

clásicos, mitología, historia, geografía o física, enseñanzas que se organizaban cabalmente en

el Trivium (gramática, retórica y lógica, ésta denominada a menudo filosofía) y

el Quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y música).

Las niñas de familias ricas, consideradas adultas a los catorce años (domina, kyria), podían

tener también un preceptor que les enseñara los clásicos, aunque su formación fundamental era la
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doméstica: coser y bordar siempre (era considerado un trabajo honroso incluso para las damas

más nobles) y controlar los esclavos si los había y cuidar de todos las labores de la casa si no los

había; el mismo Augusto hizo que su hija y sus nietas aprendieran el arte doméstico.

Las clases altas podían dar una instrucción a sus hijos de un nivel más elevado, contratando

profesores especializados. En el caso de Cicerón sabemos que contó antes de cumplir los 17 años

como profesores de filosofía en Roma con los afamados Filón de Larisa y Diodoto.

LA EDUCACIÓN SUPERIOR.

La mayoría de edad se conseguía al vestir la toga viril, decisión que dependía del padre o del

tutor en su ausencia, y sucedía por lo general a los 15-16 años, cuando se bifurcaba el camino de

los varones de las clases altas, que tenían que decidirse por tres alternativas: enrolarse de

inmediato en el ejército, continuar los estudios clásicos para desarrollar después la carrera militar

o político-administrativa, esto es el cursus honorum, o lo más frecuente, dedicarse al oficio

paterno, pues era muy infrecuente escoger otra profesión y este caso los padres negociaban con

un profesional que acogiera como tutor a su hijo y le aleccionara en el trabajo.

Nunca debe infravalorarse la importancia de la opción militar. Bowen (1976) resume: “El

conjunto del proceso educativo constaba de cuatro etapas: las nociones elementales de la

escritura, los estudios gramaticales y literarios, el servicio militar, y la enseñanza superior” (pág.

254) Por ejemplo, la inmediata carrera militar fue el camino elegido por Julio César para su

sobrino Octavio, el futuro Augusto, así que le nombró oficial en el 45 a.c, cuando era un

muchacho de sólo 17 años, de una pequeña fuerza que se dirigía a la campaña contra los partos;

su asesinato detuvo aquel inicio de formación castrense. A finales del siglo I, el historiador judío

Flavio Josefo, en La guerra de los judíos (III, 70-75), puntualiza que fue justamente la excelente

formación militar lo que dio la hegemonía a Roma, porque en todo lo demás había otras
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potencias iguales o superiores. Y tres siglos después, el famoso tratadista militar Vegecio,

en Epitoma rei militaris (I, 1), reafirma que fue la instrucción militar lo que dio al ejército

romano la superioridad en los campos de batalla.

Entre tanto, los adolescentes recibían de sus padres (o tutores) un pequeño salario (peculium),

una asignación casi siempre parca porque se creía popularmente que darles demasiado dinero

favorecía una vida disoluta, y debían seguir respondiendo a la autoridad paterna, la patria

potestas, pues que el hijo formara una familia y se convirtiera en paterfamilias era sólo posible

tras la muerte de su padre, pudiendo ser condenado a muerte por el padre si incumplía esta

norma, aunque esto era sin duda excepcional. Séneca consideraba el summum de la buena

educación que un hijo pudiese decir: “Obedezco a mis padres, me someto a su autoridad, con

razón o sin ella y aunque sea difícil hacerlo, me muestro sumiso y dócil, y en una sola cosa soy

obstinado, en no permitir que me sobrepasen en bondad.” (Bonner, 1984, pág. 21)

Para los adolescentes patricios romanos que escogían seguir la tercera etapa educativa, ésta

los preparaba en la elocuencia como futuros políticos, el ideal que pregonaba Cicerón para ser un

buen ciudadano, lo que significaba descuidar la enseñanza de las ciencias, reservadas sólo a un

escaso número de especialistas. Bowen (1976) resume: “Para Cicerón, el producto final de todo

el proceso educativo lo constituye el orador, cuya gran cualidad distintiva consiste en una

erudición paralela al desarrollo de un sentido ético que él denomina humanitas, término latino

correspondiente hasta cierto punto al griego paideia” (pág. 251)

Esta enseñanza era muy cara, por lo que solo la podían pagar las clases altas que podían pagar

estancias en las ciudades universitarias del mundo helenístico (Atenas, Pérgamo, Rodas,

Alejandría…) o, si permanecían en Roma, al profesor o maestro de oratoria (rétor). El primer

maestro griego de retórica que llegó a Roma fue Crates de Mallos, un filósofo estoico de
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Pérgamo, que en su estancia romana enseñó la teoría gramatical de los estoicos, clasificada por

Hermágoras y otros tratadistas. Luego llegaron muchos más rétores, atraídos por las altas

remuneraciones que se conseguían en la capital, y entre ellos destacó Plocio Galo a principios del

siglo I a.c.

Con el tiempo se desarrollaron dos partidos respecto a la influencia griega: los favorables

pertenecían al bando de los Escipiones (partidarios de la expansión mediterránea) y un siglo más

tarde en el de Cicerón (él mismo un gran ejemplo de la predominante influencia griega, aunque

sin perder el respeto a la tradición romana), y los contrarios enrolados en el bando reaccionario

de Catón, que en el 161 a.c consiguió un triunfo efímero al lograr que el Senado promulgara una

ley para la expulsión de los maestros de retórica y filosofía. Pero poco después los sabios griegos

siguieron llegando a Roma. Uno de los más famosos fue Dionisio de Halicarnaso, que enseñó

retórica en la capital entre 30 y 8 a.c, años en los que escribió su famosa historia de la República

hasta la primera guerra púnica.

Con el tiempo, se publicaron manuales de los grandes maestros. Por ejemplo, el

hispano Quintiliano, el primer profesor de retórica nombrado por Vespasiano, escribió muchas

notas pedagógicas de cómo formar a los oradores. Entre los ejercicios más frecuentes estaba

los suasoriae o monólogos, en los que personajes famosos de la Historia o de la Mitología

sopesaban pros y contras antes de tomar una decisión, las controverisae o debates entre dos

escolares que defendían puntos de vista opuestos sobre los temas más variados (este método es

aún normal en el Reino Unido), y los juicios ficticios en los que unos alumnos acusaban y otros

defendían de acuerdo a un caso famoso, lo que hoy se llama método casuístico, todavía el más

seguido en la enseñanza del derecho en el mundo anglosajón.


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Había cuatro grandes áreas de conocimiento que exigían una educación superior

especializada, más allá de la retórica: la tecnológica, la militar, la jurídica y la filosófica. La

tecnológica se ceñía fundamentalmente a dos disciplinas, la medicina y la arquitectura.

A menudo esas tres grandes áreas se cruzaban entre sí: muchos ingenieros y arquitectos eran

civiles y militares a la vez, y ejercían estas funciones de acuerdo a si había paz o guerra.

Construían puentes, campamentos, murallas, ciudades, templos y monumentos sin apenas

transición. Fue el caso de los dos más famosos arquitectos romanos, Vitruvio en la época de

Augusto y Apolodoro de Damasco en la época de Trajano y Adriano. Ambos se formaron como

ingenieros militares durante las campañas militares, Vitruvio construyó para Augusto puentes,

templos y fortificaciones, y Apolodoro hizo un famoso puente sobre el Danubio y un gran foro

en Roma para Trajano y probablemente el templo del Panteón para Adriano.

La misma relación había entre la milicia y la justicia. Los gobernantes romanos necesitaban

una sólida formación militar y jurídica para desempeñar sus cargos administrativos en la vida

civil y militar, así como para dirigir las campañas. Julio César es un caso paradigmático del líder

romano que se manejaba con igual soltura en todos los campos: escribía una de sus famosas

historias bélicas al mismo tiempo que componía una obra teatral (desafortunadamente se han

perdido sus obras más específicamente literarias), redactaba una ley y preparaba un discurso

político, y organizaba y dirigía en combate a sus legiones. Entre sus sucesores en el imperio

destacaron por su altura intelectual el vilipendiado Claudio, autor de tratados sobre la lengua

etrusca y otros temas, el viajero y filohelénico Adriano y sobre todo el estoico Marco Aurelio,

discípulo del retórico galo Frontón (100-166). En cuanto a los jóvenes patricios que comenzaban

su carrera militar se siguió con la vieja costumbre de ponerlos bajo el cuidado de los patricios

veteranos, en los estados mayores de las legiones, donde aprendían el arte militar.
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Para el resto no había centros educativos de instrucción especializada en la milicia como las

actuales academias militares, sino que los jóvenes plebeyos entraban en las unidades militares

como soldados rasos y recibían la instrucción militar de los veteranos y se curtían en las

marchas, maniobras y combates si se terciaba. Los más valerosos y talentosos ascendían a

decuriones y centuriones, y con el paso del tiempo y la descomposición de las estructuras

internas del Imperio algunos de estos oficiales de baja extracción social llegaron incluso a ser

emperadores. Un caso aparte eran las famosas escuelas de gladiadores, pero es un caso muy

particular y relativamente escaso en el mundo romano, pues la inmensa mayoría eran esclavos o

penados.

Los estudiantes de medicina se formaban del mismo modo que en la enseñanza superior,

contratando profesores particulares o asistiendo a las clases de los más famosos, para lo que

acostumbraban ir a Grecia, donde se beneficiaban de su gran herencia intelectual, pero era una

educación anclada en el estudio reverente de los escritos del pasado y se hicieron pocas

innovaciones médicas, aunque el médico y botánico Dioscórides y el gran anatomista Galeno de

Pérgamo destacan como excepciones. En Grecia y Oriente los grandes centros universitarios de

medicina, como de otros saberes científicos, eran Atenas, Pérgamo, Rodas y Alejandría, y

durante el Imperio se añadieron la misma Roma y Milán en Italia, Tréveris, Massilia, Burdeos y

Autun en la Galia, Mitilene, Esmirna y Apolonia en la Jonia asiática, Antioquía en Siria y

Cartago en África.

Mucho mayor fue el avance tecnológico: se desarrolló la ingeniería de construcción naval con

barcos más grandes y maniobrables, el hormigón mejoró la construcción y los acueductos el

suministro de agua a las ciudades, la cerámica fue fabricada en serie, la minería se benefició de

los nuevos equipos de extracción de agua, la agricultura mejoró con el drenaje e irrigación de los
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terrenos y la difusión de los tratados agrícolas. Muchas de estas novedades cayeron en desuso

con la crisis final, pero pocas se perdieron definitivamente y la mayoría sobrevivieron a través de

la Edad Media.

¿Cómo se educaban los romanos en tales avances técnicos? La mayoría parece que fue a

través de la clásica relación maestro-alumno en talleres y grupos de trabajo. Un maestro, formada

a su vez por otro anterior, reclutaba aprendices que iban ascendiendo al rango de oficiales, tal

como en los gremios medievales, aunque los términos eran diferentes y variados. Era un

conocimiento más práctico que teórico, habiendo sobrevivido pocos tratados, en especial los

agrícolas de Catón el Viejo (234-149, De Agricultura), Varrón y Columela, porque eran los más

preciados en una sociedad básicamente agraria.

La educación especializada en derecho era muy importante, pues éste era un factor funda-

mental para la unidad y la vida política y social de Roma. Las primeras leyes fueron las XII

Tablas (451-449 aC), que constituyeron la base del derecho civil entre los ciudadanos romanos

de la República y fueron durante casi dos siglos un componente esencial de la educación

secundaria y superior. La educación superior se efectuaba en la época republicana en los

despachos de los jurisconsultos, los grandes juristas, que tomaban como aprendices a los hijos de

los senadores y caballeros.

Eso hizo Cicerón, que estudió leyes con el Pontifex maximus, el famoso Quinto Mucio

Scévola (profesor también de Mario el Joven, Sulpicio y Ático, el gran amigo y corresponsal de

Cicerón), antes de servir como militar junto Pompeyo Estrabón, el padre del gran Pompeyo.

Después, a fin de prepararse en la retórica jurídica, Cicerón partió después a Grecia, donde

estudió en Rodas con Apolonio Molon, el mayor orador de tribunales de su tiempo (en 75-74 fue

también profesor de Julio César, cuando este tenía ya 25 años, lo que dice mucho de quien
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enseñó a los dos romanos más elocuentes de su tiempo y de que la enseñanza superior era

permanente, incluso para hombres experimentados), y también aprovechó para aprender filosofía

con Posidonio de Apamea. A su vuelta Cicerón se convirtió en poco tiempo en el mayor orador y

abogado de Roma, ganando cientos de millones de sestercios (mediante donativos y legados,

porque la abogacía era teóricamente gratuita). Esta carrera fue sin duda la más famosa y exitosa

de su época, pero es representativa de la variedad de recursos educativos que estaban al alcance

de las clases altas de la República.

Durante el Imperio el derecho se desarrolló hasta llegar al magistral Corpus Iuris ordenado

por el emperador bizantino Justiniano en el siglo VI, que resume y transmite a la posteridad el

gran legado jurídico de Roma. Las fuentes de la ley eran la costumbre, la jurisprudencia de los

jurisconsultos, y los edictos del Senado y del Emperador. Se distinguía el derecho público y el

privado, regulando el primero las complejas instituciones y el segundo la vida económica y

social, siendo una de las grandes conquistas de la civilización romana fue la progresiva extensión

del derecho de ciudadanía a toda la población, vigente desde edicto del emperador Caracalla en

el 212. Una sociedad que vivía tan íntimamente el derecho había necesariamente de contar con

una multitud de jurisconsultos, desde plebeyos a libertos e incluso esclavos, para ocupar las

muchas plazas de la burocracia de la administración político-ejecutiva y judicial.

Las principales escuelas jurídicas eran privadas y municipales (fueron famosas las griegas, en

especial de Atenas), aunque el Estado controló cada vez más los nombramientos de los

catedráticos. El método de enseñanza era el casuístico ya comentado, de ejercicios de retórica

según los grandes modelos clásicos.

Finalmente, la filosofía se estudiaba a menudo en la misma Roma, a donde acudieron muchos

de los mejores filósofos del mundo griego, como el Posidonio que había enseñado a Cicerón en
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su Grecia natal pero que no pudo resistir las ricas ofertas que le hicieron para acudir a la capital

romana. Sin embargo, muchos estudiantes acudían a la Grecia continental e incluso a Alejandría,

Antioquía, Rodas y otras localidades más lejanas pero con prestigiosas escuelas filosóficas. El

futuro emperador Tiberio, por ejemplo, estudió Filosofía y Retórica en Rodas, en una estancia

que recordaba particularmente feliz.

TERCERA PARTE. LOS MEDIOS DE LA EDUCACIÓN ROMANA.

LAS ESCUELAS.

La escuela a menudo se situaba en un pequeño cuarto (taberna, pergula), en una cabaña o en

el jardín, según el tiempo y las posibilidades. Las mejores escuelas eran por lo general las

públicas, organizadas por los municipios y por ello situadas en edificios públicos, como las stoas

y las bibliotecas, y sobre todo en los gimnasios y las palestras, algo lógico porque la instrucción

no solo era mental sino también física, en especial en la parte oriental del Imperio.

En el aula el maestro tenía una silla (cathedra) o un taburete (sella) y procuraba estar en un

lugar más elevado que los alumnos, para controlar el orden de la clase, y no contaba con pizarra

y tiza, aunque al parecer se usaba un tablero sobre el que escribía con letras grandes para

mostrarlas a los niños, que se sentaban en escaños (subsellia) y ponían sus libros e instrumentos

sobre largas mesas para varios alumnos, sin que se conocieran entonces los pupitres. En las

paredes se sabe que se pintaban mapas e incluso había mapas portátiles.

LOS LIBROS.

Los libros eran escasos en las casas, debido a su alto precio, por lo que solo los más ricos

gozaban de bibliotecas amplias, pero la mayoría de los miembros de la clase media pudo tener en

propiedad algunos libros para su otium litterarium. Además, Roma y muchas ciudades contaban
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con suficientes bibliotecas de acceso gratuito para que los amantes del saber no tuvieran

problemas para acceder a la alta cultura.

Los libros tenían dos formatos. El más común durante la mayor parte de la historia de Roma

fue el rollo de papiro egipcio, que fue sustituido muy lentamente por el pergamino,

confeccionado con pieles alisadas de ternera y otros animales, que tenía la desventaja de ser

mucho más caro, pero a cambio era mucho más resistente y duradero, por lo que se fue

imponiendo a partir del siglo I dC, cuando se desarrolló su forma del codex, un grupo de hojas de

pergamino cosidas con un cordel, el precedente del libro actual.

Un buen ejemplo de esta dicotomía es el fresco del ‘panadero’ Terentius Neo o Proculus, en el

que una pareja de esposos lleva ambos formatos. Ella sujeta semiabierto en su mano izquierda

un codex triptychon, formado por tres tablillas enceradas y ligadas, y en su mano derecha porta

un stylus o punzón, mientras que él sujeta un papiro enrollado con su etiqueta en rojo, aunque no

nos es posible leer el título.

LOS MEDIOS DE ESCRITURA.

Los soportes de escritura eran unas tablas de madera o marfil enceradas (tabulae, cerae), y se

juntaban varias tablas mediante un cordón pasado por orificios practicados en el borde (cerae

duplices, triplices, etc), y ese conjunto se llamaba codex, un término que se extendió finalmente

a los libros cosidos. Cuando escribían en ellas cartas (epistula, litterae), las ataban con un cordón

(linum) y les ponían un sello (signum) con el anillo (anulus). También se escribía en los niveles

más altos de enseñanza sobre papito o pergamino, pero eran más caros.

Los útiles de escritura eran el punzón, el cálamo y el tintero.


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El punzón o estilo (stilus) se hacía de madera, hueso, bronce y a veces incluso de marfil. Por

un lado era puntiagudo y por el otro acababa en una espátula (stilum verteré: corregir) con la que

se alisaba la cera y así quedaba la tablilla lista para volver a escribir.

El cálamo se hacía con bronce o con una caña cachada en la punta (el antecedente de la

pluma) y se utilizaba en la educación secundaria y superior para escribir sobre papiro o

pergamino, y la tinta se guardaba en el tintero, generalmente hecho de cerámica (al modo

egipcio, a menudo ornado con esmaltes de colores) o madera.

EL PROGRAMA DE ESTUDIOS.

LA LECTURA, LA ESCRITURA Y LAS CUENTAS.

LA GRAMÁTICA.

La segunda etapa o secundaria, se desarrollaba en los Progymnásmata y se centraba en el

estudio de la Gramática, esto es, a leer y escribir con propiedad el latín y el griego, además de

conocer la cultura general. El grammaticus enseñaba a entender y comentar los textos clásicos

literarios, porque se pensaba que así los niños aprendían también geografía, historia, física o

religión. Solo mucho más tarde, cuando el término grammatica tomó el sentido de estudio de la

lengua se perdió su primitivo concepto más general.

En Oriente las principales materias eran Griego, Homero (la Ilíada y la Odisea), Retórica,

Filosofía, Música y Deporte. En Occidente se enseñaba además Latín (la Eneida de Virgilio era

el texto más utilizado), en detrimento de la Música y el Deporte en época tardía, pues, como

cuenta el autor Bowen (1976) “en los últimos años de la república el latín fue convirtiéndose

progresivamente en el principal idioma de la educación” (pág. 253) y, en cambio, la instrucción

deportiva (que incluía equitación, caza, arco, jabalina, natación, pugilato y carreras) perdió
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importancia porque su objetivo último era la preparación para la milicia y en esa época final de

la República buena parte de la juventud ya no necesitaba luchar tanto porque se había creado un

ejército permanente profesional. Así sucedió que Virgilio recordaba con nostalgia los tiempos

antiguos en que los jóvenes recibían una intensa educación deportiva.

La Retórica de esta etapa era la introducción para la Retórica más avanzada del tercer nivel.

Los alumnos realizaban una serie reglada de ejercicios preparatorios, que comenzaban, por

ejemplo, con la prosificación de una fábula en verso.

LA RETÓRICA.

La tercera etapa se centraba en la asignatura de la Retórica, para formar en la escritura y la

oratoria o la elocuencia, tanto la literaria como la jurídica.

Las escuelas superiores en que se trabajaba sobre retórica atendían a tres materias (podríamos

decir, el trivium retórico):

· La teoría sobre la retórica, recogida en las téchnai rhetorikaí, en las que se trabajaba sobre

las cinco partes de la retórica, en latín: inuentio, dispositio, elocutio, memoria y pronuntiatio.

· El estudio de textos que servían como modelo, sobre todo los oradores áticos, los

considerados canónicos, con Demóstenes a la cabeza.

· Un ejercicio práctico que consistía en la elaboración de discursos ficticios para diversas

circunstancias, los llamados melétai o declamationes, que se tomaban de los repertorios clásicos

(Isócrates y Demóstenes notablemente) hasta la época de Alejandro Magno, siendo descartados

los más recientes a éste.

QUINTA PARTE. LAS FUENTES SOBRE LA EDUCACIÓN ROMANA.

LA LITERATURA.
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La literatura griega influyó decisivamente en los inicios de la literatura latina. Como sucedía

en Grecia (aunque sin llegar a sus extremos), los héroes de Homero se convirtieron en modelos

para los jóvenes romanos, lo que explica que Livio Andrónico (c. 284-204) tradujera la Odisea.

Se imitaron los géneros griegos en poesía y teatro, lo que explica el gran interés despertado en

Roma por estudiar el griego y su literatura.

Finalmente, el latín se convirtió durante el Imperio en la lengua culta de Occidente, unificado

mediante la educación, la administración y el comercio; mientras, el griego mantenía su prestigio

en Oriente.

La educación en la poesía y la prosa.

Destacaron inicialmente los autores teatrales Plauto, Ennio y Terencio, dentro de lo que

podría llamarse el ‘siglo de oro’ del teatro romano, que se inicia con Livio Andrónico (c. 284-

204, teatro, traducción de Odisea), Cayo Nevio (270-c. 201, teatro de comedia, poesía), Tito

Marcio Plauto (254-184, teatro de comedia), Quinto Ennio (239-169, teatro, poesía, sátira) y

Publio Terencio (204-169, teatro de comedia). Menos conocidos son los poetas (a menudo

satíricos) Cayo Nevio (270-c. 201), Accio (c. 170-c. 80) y Cayo Lucilio (c. 148-c 102).

Ya en el siglo final de la República surgió una generación extraordinaria: el prosista Marco

Terencio Varrón (116-27 aC), el filósofo y prosista Cicerón (106-43) cuya correspondencia fue

canónica, el filósofo y poeta Lucrecio (99-55) y el poeta Cátulo (c. 84-54), que abrió paso a la

época clásica del imperio de Augusto, con grandes poetas como Virgilio (70-19), Horacio (65-

8) y Ovidio (43-17 dC). De esta época son escritores menores como Sexto Propercio (50-15), el

poeta Alibio Tibulo (c. 48-19 aC), Lucio Vario (fl. 19 aC).

Ya después del imperio augusteo aparecen escritores latinos notables, entre los que destacan

los hispanos Séneca, Marcial y Quintiliano. Se inicia con Séneca (4 aC-65), que brilla en teatro y
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filosofía, Fedro (s. I dC) como traductor de las fábulas de Esopo, el tratadista Columela (s. I dC),

el novelista Petronio (20-66), el erudito Plinio el Viejo (23-79) que escribió una inmensa Historia

Natural, el poeta satírico Aulo Persio (34-62), Frontino (35-103/104), Lucano (39-65) y los

retóricos Quintiliano (39-95) y Marcial (40-104) que también fue poeta), junto a Publio Estacio

(c. 45-96), el satírico Juvenal (60-129), Plinio el Joven (62-113), el cronista Suetonio (c. 70-c.

140), el gran Lucio Apuleyo (c. 124-c. 180), famoso autor de Las metamorfosis, Aulo Gelio (c.

125-c. 180) y el prosista de las Saturnalia, Macrobio (s. IV).

La educación en la filosofía.

La filosofía romana sigue las pautas de la filosofía helenística. La lectura de los libros

comprados en Grecia y copiados en Roma, los viajes de los jóvenes estudiantes a las ciudades

griegas más famosas por sus escuelas filosóficas, la llegada a la misma Roma de afamados

filósofos griegos, abrirá una corriente con varios preclaros filósofos romanos, que forjarán la

base conceptual para la futura filosofía medieval.

Destacan el socrático Cicerón (106-43), el epicúreo Lucrecio (99-c. 55), los estoicos

Seneca (4 aC-65 dC), Epicteto (55-135) y el emperador Marco Aurelio (121-180), y el

neoplatónico Plotino (205-270), cuyas Enneadas se redactaron en griego y en alcanzó un

decisivo influjo como profesor durante su larga estancia en Roma.

LA HISTORIA.

La educación en la historia: los textos de los historiadores.

En la Roma Antigua hay una pléyade de grandes historiadores, la mayoría de los cuales se

forman en la gran tradición griega, leen sus fuentes y a menudo incluso escriben una parte de su

obra o toda ella en este idioma, pero aun así no dejan de pertenecer a la civilización romana.
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Los tres grandes son sin duda Cayo Julio César (100-44 aC), Tito Livio (59 aC-17

dC) y Publio Cornelio Tácito (c. 55-117), que son también maestros del mejor latín literario, y en

sus textos encontramos referencias a la educación, tanto la suya como de los grandes prohombres

de la historia romana.

Hay otros historiadores muy interesantes, como Polibio (c. 203-c. 120 aC, en griego), Salustio

(86 aC-35 aC), Diodoro de Halicarnaso (fallecido 7 aC, en griego), Estrabón (c. 63 aC-c. 24 dC,

en griego), Quinto Curcio Rufo (fl. 35 dC), Veleyo Patérculo (c. 19 aC-31 dC), Plinio el Viejo

(23/24-79), Flavio Josefo (37-c. 101), Plutarco (c. 46-125), Nicolás (fl. finales s. I, en griego),

Cayo Suetonio Tranquilo (c. 69-140), Favorino (h. 80-150, biografías en griego), Apiano (fl.

160, en griego), Pausanias (fl. s. II dC), Dión Casio (c. 150-235), Eusebio de Cesarea (260?-

340?), Paulo Orosio (s. IV), Amiano Marcelino (h. 330-d. 392) y Vegecio (s. IV).

Hay una coincidencia general en estos autores en la importancia, para explicar el auge de

Roma, de la educación romana en valores como fuerza, energía, ambición, amor por el Estado,

austeridad, sacrificio.

EL ARTE.

Las representaciones artísticas de la educación romana.

El arte romano sigue el modelo griego muy pronto, ya antes incluso de la conquista de la

Magna Grecia en el sur de Italia y de la misma Grecia, y se fija ante todo en el estilo helenístico

tardío, aunque sin su extraordinaria creatividad estética.

Es un arte funcional, que busca ante todo la utilidad, lo que explica que haya muchas

referencias en sus motivos a temas prácticos, entre ellos la educación.


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La escultura es realista, destacando en el retrato y el relieve. Tenemos retratos de famosos

filósofos, pero no por su condición de maestros. En cambio, en el relieve hay varias

representaciones de escuelas.

La pintura, de la que apenas nos quedan unos restos en Pompeya, es fundamentalmente

decorativa. A veces encontramos pinturas en las que aparece un pedagogo o un maestro, con sus

alumnos.

El mosaico nos ofrece obras de extraordinaria calidad, pero como su función era decorativa de

las grandes mansiones esto explica que no haya rastro de representaciones de la vida educativa.

El gran arte romano, tras una época clásica de auge en los siglos I y II, entrará en una grave

decadencia en el periodo tardo-romano hasta devenir en arte paleocristiano cuando el

cristianismo se apodera de las instituciones. Entonces desaparecen casi del todo las obras que

hacen referencia a la educación, pero porque el arte se convierte él mismo en vehículo de

educación en el cristianismo de las masas incultas, que aprenden las nociones religiosas a través

de las imágenes porque ya no pueden conocer aquellas con la lectura.

Bibliografía
Aymard, A., & Auboyer, j. (1980). Roma y su Imperio. Barcelona: Destinolibro n° 76.

Bonner, S. F. (1984). La educación en la Roma Antigua. Desde Catón el Viejo a Plinio el Joven.

España: Barcelona:Herder.

Bowen, J. (1976). Historia de la educación occidental. Herder.

Mommsen, T. (1982). El Mundo de los Cesares. Mexico: Fondo de Cultura Economica.


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