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Santo Vía Crucis

Pbro. Julio Triviño


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VIA CRUCIS
“Y en su condición de hombre se humilló a sí mismo, hecho
obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (San Pablo, Filip. 2,8)

Oración preparatoria
Señor Jesús, Tú dijiste:
"El que quiera ser mi discípulo niéguese a sí mismo, tome su cruz
y sígame”.
Voy a seguirte ahora, Señor, por esa senda de dolor, que has
marcado con tu sangre, en el camino hacia el Calvario.
Quiero compenetrarme de tus sufrimientos para comprender
mejor el precio de mi redención.
Quiero sentir el infinito amor con que me amas, y que te movió a
entregarte por mí.
Quiero aprender, en esa escuela viviente de tu dolorosa Pasión, a
aceptar con amor los sacrificios y dolores de la vida, como medios
necesarios para purificarme y merecer la gracia de Dios.
Que tu pasión y tu muerte, Señor Jesús, se graben profundamente
en mi alma y me muevan a llevar una verdadera vida cristiana; una
vida marcada con el signo de la cruz, y animada en medio de la lucha
y del dolor, por la jubilosa esperanza de una gloriosa resurrección en
Dios.

1º Estación, Jesús es condenado a muerte


- Te adoramos Cristo, y te bendecimos;
- que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
1. El Sumo Sacerdote declaró a Cristo “reo de muerte".

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Ahora Pilatos pronuncia sobre El, coronado de espinas, flagelado,
burlado y cubierto de sangre, la fría sentencia de condenación:
—‘‘Irás a la cruz".
2. "Irás a la cruz". Es la sentencia que pronunciaron sobre Cristo
también mis pecados. Porque mis pecados son la verdadera causa de
su condenación.
Sólo su dolor y su sangre podían purificarme; sólo su muerte en la
cruz podía devolverme la vida de los hijos de Dios.
Por eso Cristo acepta la sentencia; porque El me ama y sabe que
su muerte me devolverá la vida, esa vida eterna que se vive en Dios
en plenitud de gozo y de amor.
3. Señor Jesús, yo también acepto desde ya la sentencia de dolor y
de muerte que pesa sobre mí.
Y acepte, en expiación de mis culpas, todos los dolores con que
quieras afligir mi vida.
Uno mi dolor a tu dolor y mi muerte a tu muerte; junto contigo
quiero vivir y morir; junto contigo quiero inmolarme todos los días
de mi vida, para que, cuando llegue a tu Presencia, me recibas en tu
Reino eterno.

2º Estación, Jesús carga con la cruz


- Te adoramos Cristo, y te bendecimos;
- que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
1. Sobre los hombros de Cristo desgarrados por el flagelo, los
verdugos apoyan el pesado madero de la cruz.

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Su carne lastimada y sangrante siente un agudo dolor; pero sus
brazos trémulos abrazan con amor ese madero que será su lecho de
muerte, pero también el signo de salvación para todos los hombres.
2. ¡Cuán grande es el amor de Cristo que da fuerzas a su cuerpo
deshecho para llevar la pesada cruz!
—y que mueve sus pasos hacia el Calvario, dejando tras de sí un
reguero de sangre.
Pero esa será también la condición para entrar en su Reino.
El que quiera ser discípulo de Cristo y gozar de su gloria, deberá
también cargar antes con su cruz y seguir sus pasos de cerca.
3. Heme aquí, Señor, dispuesto a cargar con mi cruz y seguirte por
esa senda de dolor.
Quiero caminar junto a Ti, coronado de espinas, bañado en tu
propia sangre, abrazado con amor a la cruz.
Quiero sobrellevar con amor los sacrificios de este valle de
lágrimas; y en el andar de mi vida cumplir siempre tu santa
voluntad.

3º Estación, Jesús cae por primera vez


- Te adoramos Cristo, y te bendecimos;
- que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
1. A poco de iniciar su vía dolorosa, Jesús cae en tierra bajo el peso
de la cruz.
—Es que esa cruz tiene el peso moral de toda la maldad de siglos de
pecado.

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—Esa cruz significa todas las profanaciones y blasfemias, todos los
odios y homicidios, todos los robos y vejámenes, todos los crímenes
e impurezas que ha cometido y cometerá la humanidad desde el
comienzo hasta el final de los tiempos.
2. Contempla, ¡oh hombre!, al Hijo del Hombre caído en tierra,
oprimido bajo el peso de la cruz y empapado en su propia sangre.
Contémplalo, y ve en esa postración dolorosa, el precio de tu
diabólico orgullo; ve ahí el precio de tus rebeldías y protestas, de tus
mezquindades y egoísmos.
3. Señor Jesús, yo quiero vivir en adelante, postrado en tierra,
junto contigo, expiando ese mi alocado orgullo que tantas veces me
rebeló contra Ti.
Quiero vivir en postración humilde, renunciando día a día a mis
exigencias egoístas, para realizar en mi vida lo que Tú quieras de mí.

4º Estación, Jesús se encuentra con su madre


- Te adoramos Cristo, y te bendecimos;
- que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
1. Desde que Jesús comenzó su vía crucis hubo una mujer que lo
siguió paso a paso con el alma y con el cuerpo;
—esa mujer era María, su Madre.
Y en un momento dado, a la vera del camino, se ve frente a frente
con El.
Un instante nomás se miraron; pero en ese instante ¡cuántas cosas
se dijeron! A través de sus pupilas llorosas y sanguinolentas se
expresaron mutuamente un infinito amor que les exigía en ese
momento un infinito dolor.
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Luego Jesús sigue su camino con la cruz a cuestas, y María, su
madre, sigue tras El con el martirio en el alma.
2. La Madre de Cristo debía ser "la nueva Eva”, la nueva Madre de
los vivientes.
Por eso tenía que padecer también su pasión y engendrar a los
nuevos hijos de Dios con lágrimas y dolor.
Y debió contemplar con sus propios ojos y palpar con sus propias
manos, la inmolación sangrienta de su Divino Hijo, que era carne de
su carne y sangre de su sangre.
3. ¡Oh Madre mía! ¡Tú sí que eres verdadera Madre mía! ¡Tú sí que
me amas de verdad! porque al ofrecer a tu Hijo en sacrificio, lo has
dado todo por mí.
¡Comunícame tu fortaleza, oh mujer fuerte! ¡Comunícame tu
temple y tu constancia, oh Madre heroica, que me has engendrado
para Dios con tanto dolor!
Ayúdame a caminar a mí también por esa vía dolorosa, tomado de
tu mano y siguiendo de cerca los pasos de Jesús.

5º Estación, Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la


Cruz
- Te adoramos Cristo, y te bendecimos;
- que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
1. Jesús seguía su vía dolorosa, abrazado a la cruz, impulsado por
el vehemente deseo de consumar su sacrificio redentor.
Pero sus fuerzas estaban ya casi agotadas, y parecían ceder ya a
tanto sufrimiento.

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Por eso sus verdugos, viendo su extrema debilidad, obligan a un
peregrino, Simón de Cirene, a que le ayude a llevar la cruz.
2. Nosotros también debemos ayudar a Jesús a llevar la cruz.
—“Debemos completar lo que falta a su pasión".
Él ha realizado nuestra redención, dando su vida y su sangre para
salvar nuestras almas.
Ahora nos toca a nosotros sacrificar como El nuestras vidas, e
inmolarnos junto con El en el cumplimiento diario de la voluntad de
Dios.
3. Yo también quiero, Señor, cargar con tu cruz, quiero poner mi
hombro junto a tu hombro bajo su enorme peso, por esa senda de
dolor.
Yo sé que tu cruz pesa demasiado; pero llevándola junto contigo,
su peso se aliviará y tu amor me dará fuerzas para segu;r siempre
adelante.

Yo sé que el camino es largo y pesado, espinoso y de cuestas


empinadas; pero sé que yendo contigo podré avanzar siempre hasta
la consumación de mi sacrificio.

6º Estación, una mujer limpia el rostro de Jesús


- Te adoramos Cristo, y te bendecimos;
- que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
1. Jesús sigue caminando por la dolorosa senda del Calvario.
Su pálido rostro estaba desfigurado, surcado por hilos de sangre,
empapado de sudor, y manchado por el polvo del camino.

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Una valiente mujer, movida a compasión, se llega hasta El, y con
un velo le limpia su divino rostro.
Al retirarse ve con asombro que aquella Santa Faz se había
grabado en su lienzo.
2. Es el premio de los que alivian a Jesús en su tormento; los que lo
alivian con una vida pura, sacrificada y llena de amor a Dios; los que
comprenden la gran malicia del pecado y tratan de expiarlo con la
inmolación de sus vidas.
Ellos tendrán como gracia especial el que Jesús grabe su rostro en
sus almas y les comunique los secretos de su amor y de su dolor.

3. Graba, Señor, también en mi alma tu Santa Faz.


Yo quiero ser de tus almas amigas que conocen los misterios de tu
intimidad yo quiero llevar impreso en mi alma tu dolorido rostro,
coronado de espinas, surcado de sangre, y transparentando en sus
ojos el inmenso amor con que me amas, y el inmenso dolor que te ha
costado mi redención.

7º Estación, Jesús cae por segunda vez


- Te adoramos Cristo, y te bendecimos;
- que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
1. La ascendente cuesta hacia el Calvario se hace cada vez más
pesada;
—de vez en cuando Jesús siente que sus fuerzas se acaban;
—y en cierto momento, debilitado por los dolores de las heridas y
por los sufrimientos de su alma, Jesús cae por segunda vez bajo el
peso de la cruz.

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2. ¡Helo ahí, oh hombres! tirado en tierra, como herido y
humillado por la mano de Dios.
¡Helo ahí, caído en el polvo, como desecho de la humanidad!
Y nadie se compadece de Él.
Dios lo ha aceptado como víctima expiatoria y descarga sobre El el
rigor de su justicia, dura, implacable, ineludible.

Los hombres lo han considerado su enemigo y gozan y dan gritos


de alegría ante su dolor y abatimiento.
3. Yo también, Señor, quiero ser víctima ofrecida como Tú en
manos de la divina justicia, para expiar junto contigo mis pecados y
los pecados de mis hermanos los hombres.
Ya no me quejaré en adelante cuando me visite el dolor, ni diré
más palabras de protesta cuando me sienta humillado o abatido.

Teniéndote a Ti presente, caído en tierra, y bajo la cruz, mi


corazón sentirá fuerzas para sufrir y valor para inmolarse.

8º Estación, piadosas mujeres lloran sobre Jesús


- Te adoramos Cristo, y te bendecimos;
- que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
1. Un grupo de piadosas mujeres seguían de cerca a Jesús, llorando
conmovidas ante sus padecimientos.
Volviéndose Jesús a ellas les dijo:
—“Hijas de Jerusalén, no lloréis sobre mí; llorad más bien sobre
vosotras y sobre vuestros hijos; porque si esto hacen en el leño
verde, en el seco ¿qué se hará?”

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2. Los hombres de todos los tiempos se han conmovido y llorado
ante los sufrimientos de Cristo.
Pero ¡cuán pocos son los que han sabido llorar sobre sí mismos!
¡Cuán pocos han sabido ver que ellos eran los culpables de tales
sufrimientos!
Se compadecen de Cristo, pero se sienten satisfechos de sí
mismos; lloran sobre el dolor de Cristo, pero se ríen y se jactan de
sus miserias morales.
¡Oh hombres! llorad sobre Cristo, pero que vuestras lágrimas
signifiquen también arrepentimiento y deseos de una vida
consagrada a Dios.
3. Señor Jesús, si Dios ha castigado en Ti mis pecados con tanto
rigor, ¿cómo no los castigará en mí, que soy el verdadero culpable?

¡Oh Señor! haz que viva siempre en el santo temor de la justicia


divina;
—que sepa expiar en el dolor cada una de mis faltas;
—que sepa arrepentirme al instante, cuando por debilidad o
descuido, haya caído en pecado;
—que mis ojos no dejen de llorar hasta verme libre de toda mancha,
y pueda gozar, purificado, de tu santa amistad.

9º Jesús cae por tercera vez


- Te adoramos Cristo, y te bendecimos;
- que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
1. En su camino hacia el Calvario Jesús cae por tercera vez.

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Ha caído como una exhalación de impotencia, como quien se
siente vencido, exhausto, agotado ..
Pero los látigos y las lanzas de los verdugos aguijonean su cuerpo
para intensificar su dolor y moverlo a levantarse.
Y después de ese breve descanso, sobre el polvo de la tierra y bajo
el peso de la cruz, Jesús se levanta y sigue adelante, trémulo,
convulso, pero con la decisión firme de consumar su martirio.
2. Jesús, el Hijo de Dios, era también hombre, verdadero hombre;
por eso debía padecer todas las consecuencias de la debilidad
humana;

—debía tropezar en su áspera senda y tambalearse y caer en tierra;


—debía sucumbir bajo el peso del dolor y de la angustia;
—las tribulaciones propias de todo hombre debían descargarse
sobre El, y derribarlo en tierra; pero no para quedarse allí como un
derrotado más, sino para levantarse y seguir caminando en medio de
su dolor.
3. ¡Oh Señor! comunícame tu fortaleza para que jamás me sienta
vencido; y para poder levantarme si en medio de la lucha llegara a
caer.
Que jamás me sienta derrotado, como los que no tienen ni tu fe ni
tu esperanza.
Que tenga el valor necesario para seguir siempre adelante, junto
contigo, hasta consumar mi inmolación total.

10º Estación, Jesús es despojado de sus vestiduras


- Te adoramos Cristo, y te bendecimos;

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- que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
1. Llegados a la cumbre del Calvario, los verdugos despojan a
Cristo de sus vestimentas;
—y el cuerpo de Cristo, destrozado por los látigos, coronado de
espinas, bañado en su propia sangre, y extenuado por el cansancio, la
sed, la fatiga y los sufrimientos, queda expuesto a la mirada de los
hombres.
2. El cuerpo humano, desde el pecado de Adán, ha sido siempre
portador de pecado, y la causa principal de que los hombres se
aparten de Dios.
Jesús tuvo que purificarlo en sí mismo con un bautismo de
sangre; con el bautismo de su propia sangre, derramada, gota a gota,
por dolorosas heridas.

¡Helo ahí, oh hombres, al Hijo del Hombre ostentando ante e|


mundo el martirio de su carne!
¡Helo ahí, expiando con el dolor de su cuerpo vuestros pecados
carnales!
3. Señor Jesús, yo me postro consternado ante tu cuerpo
martirizado por mis pecados, y te adoro con toda mi alma, y te
prometo llevar en adelante una vida pura y libre de toda
sensualidad.
Que el dolor de tu cuerpo apague el ardor pecaminoso de mis
bajas pasiones;
—que tu sangre purifique mi alma de todos los pensamientos y
deseos impuros;
—que el martirio que destrozó tu cuerpo me mueva a vivir en la
tierra con la pureza de los ángeles.

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11º Estación, Jesús es clavado en la cruz
- Te adoramos Cristo, y te bendecimos;
- que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
1. Despojado de sus vestimentas, Jesús es acostado sobre la cruz;
—y abiertos sus brazos y extendidas sus piernas, es clavado en el
madero a golpe de martillo;
—luego lo levantan en alto y queda su cuerpo pendiente sostenido
por los gruesos clavos que atraviesan sus manos y sus pies.
2. Los hombres crucificaron a Cristo-, pero al crucificarlo, lo han
constituido en signo de contradicción para toda la humanidad.
Desde entonces no hay más que dos clases de hombres: los que
viven según la carne y los que crucifican su cuerpo con sus vicios y
pasiones en la cruz.
Sólo se salvarán los que imitan su martirio,
3. ¡Oh Cristo crucificado! yo quiero ser de los que viven junto a Ti,
abrazados a tu cruz, inmolando diariamente sus vidas en el
cumplimiento fiel de tus mandamientos,
Yo quiero ser de los que llevan una vida pura, sencilla, humilde; de
los que han muerto al mundo y viven para Dios.
Yo quiero vivir crucificado contigo, para ser partícipe de esa vida
eterna que Tú tienes y que comunicas tan sólo a los que se unen a tu
dolor.

12º Estación, Jesús muere en la cruz

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- Te adoramos Cristo, y te bendecimos;
- que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

1. Tres horas de dolorosa agonía;


—tres horas clavado en la cruz a la espera de la muerte;
—tres horas elevado entre el cielo y la tierra como una estatua
viviente de sangre y de dolor.
Densas tinieblas apagan el resplandor del mediodía Jesús siente
que el martirio de su cuerpo y de su alma llega a su fin;
—y cuando el frío de la muerte invade todos sus miembros, reza su
oración final:
—"Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu”. E inclinando la
cabeza expiró.
2. Es la hora suprema del amor y del perdón. Se ha cumplido la
profecía que parece resonar ahora en los oscuros ámbitos del cielo,
como un cántico fúnebre, cargado de tristeza y de esperanza:
— Él tomó sobre sí nuestras dolencias, y cargó con nuestros
sufrimientos;
—el castigo que debía devolvernos la paz ha caído sobre El, y por sus
heridas hemos sido curados;
—como ovejas errantes hemos andado nuestros caminos; pero el
Señor ha cargado sobre El el peso de nuestras maldades;
—ha sido arrancado de la tierra de los vivientes, para que los que
viven, puedan vivir para Dios

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3. ¡Cuánto dolor, oh Cristo, invade mi alma al contemplar la
palidez cadavérica de tu rostro y el frío marmóreo de tus miembros
inertes!
Pero tu muerte, Señor, es también para mí un motivo de profunda
y santa alegría;
—porque ella significa que mi redención está consumada, que están
rotas mis ataduras, pagadas mis deudas, sacudido el diabólico yugo
que pesaba sobre mí. ¡Oh Cristo crucificado! que tu muerte signifique
para mí una nueva vida; una vida libre de todo pecado y llena de la
gracia de Dios.

13º Estación, Jesús es descendido de la cruz


- Te adoramos Cristo, y te bendecimos;
- que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
1. Al atardecer Jesús es descendido por sus discípulos de la cruz.

María, su Madre, abraza con un inmenso dolor ese cuerpo sin vida,
y lo baña en un mar de lágrimas;
—en ese momento la profecía de su sacrificio tenía pleno
cumplimiento:
“Una espada atravesará tu corazón”.
2. Es la hora de su gran dolor, de su inmolación total.
Pero Ella también, como su Hijo, para "esa hora’’ había venido al
mundo;
—esa hora de dolor era “su hora”; Ella también debía sacrificarse,
junto con El, como víctima inocente por los pecadores; Ella también
debía beber el cáliz del sufrimiento hasta la última gota.

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3. ¡Oh Madre de los dolores! ¡Cuánta amargura hay en tu pecho y
cuánto dolor en tu alma!
Tú también como tu Hijo, has sido víctima del amor a Dios y a los
hombres:
—ese amor, ese infinito amor que te pidió el sacrificio supremo: la
vida de tu propio Hijo.
¡Oh Madre, cuánto has sufrido por mí! ¡No permitas que me pierda
para siempre! ¡Acuérdate que soy hijo de tu dolor y de tus lágrimas!

14º Estación, Jesús es sepultado


- Te adoramos Cristo, y te bendecimos;
- que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
1. El cadáver de Jesús es envuelto en una gran sábana, y conducido
por sus discípulos a un sepulcro cercano abierto en la roca.
Era el final de la jornada; la obra ya estaba cumplida; la hora del
dolor había pasado;
—en el rostro inmóvil de Jesús se dibuja la serenidad y la paz; es la
hora del descanso.
Sus discípulos, a la luz medrosa de las antorchas, contemplan por
última vez el cadáver de su amado Maestro;
—y allí, oculto en las tinieblas de la tumba, quedó “Jesús muerto”, a
la espera de su gloriosa resurrección.
2. La muerte es el más terrible castigo que padece el hombre;
—Jesús quiso sujetarse a él, pero no para caer en un sepulcro como
vencido, sino para levantarse luego como vencedor;

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—Jesús ha muerto pero para resucitar; y de ahí nace la gran
esperanza cristiana: que así como resucitó Cristo, así también
resucitaremos un día nosotros para gozar eternamente con El en la
gloria de Dios.
3. Señor Jesús, bien sé que un día no lejano, padeceré yo también
el dolor de la muerte;
—pero ya no le temo; Tú has infundido en mi alma una fe y una
esperanza que me hacen superar todos los horrores de la tumba;
—viviendo en tu gracia y libre de todo pecado, mí muerte no será
más que el último doloroso paso hacia tu Reino eterno.

¡Ayúdame, Señor, a llevar la cruz en esta vida como la llevaste Tú!


Ayúdame a saber participar en esta vida de tus penas, para poder
participar en la otra de la gloria de tu Resurrección.

Oración final
Señor Jesús:
Que tu Sagrada Pasión, que acabo de revivir ahora, quede grabada
en mi alma como una expresión viviente y palpitante de tu amor;
—de ese infinito amor que te movió a entregarte al dolor y a la
muerte por mí, para redimirme del pecado y para que pueda vivir
eternamente la vida de los hijos de Dios.
Sí, yo me comprometo en adelante a vivir como verdadero
discípulo tuyo, negándome a mí mismo en mis exigencias y
pretensiones egoístas, abrazándome a la cruz de los sacrificios
cotidianos, y tratando de imitar tus virtudes para hacer de mi vida
un reflejo de tu vida.

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Y como gracia y fruto especial de la meditación de tu Sagrada
Pasión, te pido lo que te pedía tu santo discípulo, el buen Francisco
de Asís:
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz¡ donde hay odio ponga
yo amor; donde hay ofensa ofrezca perdón; donde hay discordia sea
yo un vínculo de unión; donde hay error haga conocer la verdad;
donde hay desesperación haga renacer la esperanza; donde hay
tinieblas haga resplandecer la luz; donde hay tristeza ponga alegría.
¡Oh Maestro! que no busque yo tanto ser consolado como
consolar; ser comprendido como comprender; ser amado como
amar;
—porque dando se recibe; olvidando se encuentra; perdonando se
alcanza el perdón-, y muriendo se resucita a la vida eterna.

—Amén.

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