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DE LA IMAGINACIÓN LITERARIA A LA EMPATÍA NARRATIVA.- Este punto de


reflexión plantea el valor de la imaginación literaria y la empatía narrativa en la vida social. Su
propósito es un breve recorrido acerca del poder de la Literatura y algunas razones básicas del
porqué es necesaria e imprescindible para la formación humana.

La concepción de la Literatura como un saber ocioso cuya única finalidad es la recreación,


cuando no una pérdida de tiempo, proviene de la ideología Utilitarista (Nussbaum, 1997). Según
esta corriente, la fantasía es un esfuerzo improductivo, pues no genera una ganancia ni produce un
bienestar cuantificable en el individuo ni en la sociedad.
Las concepciones cientificistas han tenido culpa en el demérito que la Literatura y otras
formas de cultura han sufrido. A partir del siglo XIX establecieron los cánones de la objetividad del
saber humano en base a lo cuantitativo: sólo es susceptible de conocerse aquello que puede medirse,
sólo es verdadero conocimiento lo medible. De acuerdo a estas teorías, el hombre ha de abocarse al
estudio del conocimiento científico, útil y único capaz de generar la superación de la humanidad.
Idea que permanece en la época actual, sólo obsérvese la marginación de las “actividades
culturales” en el programa de educación pública, y la fe ciega en la ciencia y la técnica para el
progreso social.
En la antigüedad, ningún estudioso dudaba del valor que los textos literarios tenían en su
formación: tan importantes eran la matemática, la política y la filosofía, como la poesía, el drama y
otras formas de arte. Aristóteles, por ejemplo, llamaba al arte literario el “más filosófico” porque
sus obras nos muestran “las cosas tal como podrían suceder”(Nussbaum, 1997). Es precisamente en
esa mirada aristotélica en dónde se encuentra la primera función de la Literatura: su poder de
convocar a la imaginación. La imaginación es la parte creativa del pensamiento, sin ella no puede
surgir nada nuevo; por consiguiente, la Literatura contribuye al desarrollo creativo de toda
disciplina. El proceso imaginativo de la lectura nos permite proyectar una “realidad” inexistente,
contemplarla, apreciarla en sus profundidades; representarla y aprehenderla conceptualmente, y, en
su momento, realizarla.
La imaginación es el reino de lo posible, de lo que no existiendo aún, se construye como un
ente utópico, una posibilidad concebida en la mente que espera nacer al mundo tangible. Las
utopías son un medio con el cual la mente estudia un mundo diferente, uno que aún no existe y
probablemente nunca exista –de acuerdo a la etimología de la palabra–; pero que al poderlo
imaginar y representar se aprecian sus posibilidades y sirve de guía para el mejoramiento constante
de un mundo perfectible. En principio, todas las teorías son utópicas, en el sentido de que son
hipótesis que no tienen realidad empírica, son modelos conceptuales construidos en la imaginación
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que representan las ideas de un científico o grupo de ellos, compartidas intersubjetivamente. En


política, la democracia, los derechos humanos, el sistema capitalista; fueron concebidos en la
imaginación, sea antes de intentarse en la realidad, o descubiertos después de que su existencia
empírica fue representada en un modelo. De cualquier manera, su presencia en el conocimiento
científico, no sería posible sin la imaginación creativa y representativa.
La imaginación literaria es, precisamente, un ejercicio creativo y representativo: ora crea
una ficción, ora recrea la realidad, ora es un proceso co-creativo de la realidad. Es a través de la
organización imaginativa en nuestro pensamiento que la realidad adquiere sentido, toma forma y, en
esencia, existe como una representación compartida intersubjetivamente. “Todos somos proyectores
fantasiosos, en la medida en que interactuamos moral y políticamente, todos creamos ficciones y
metáforas y todos creemos en ellas” (Nussbaum, 1997). El que se diga que la Literatura es
meramente “recreativa” adquiere otro sentido, pues, efectivamente, es un producto cultural que re-
crea al individuo y a la sociedad.
Si la literatura promueve la actividad creativa de la mente, permite ver más allá de lo real
(o, mejor dicho, crea y recrea la realidad social), además de que es capaz de abrir nuestro
entendimiento a nuevas posibilidades; entonces es un instrumento indispensable para el crecimiento
integral de la humanidad. Aquí es donde se aprecia la segunda función de la literatura: su poder de
invitar al pensamiento crítico. La narración de hechos cotidianos, de vidas que podrían ser las
nuestras, de aspiraciones comunes al espíritu; ha inspirado grandes cambios sociales. En Inglaterra,
por ejemplo, el nacimiento de la novela moderna está asociado con el surgimiento de la democracia
(Nussbaum, 1997); en el mismo sentido, el imperialismo fue impulsado por las novelas de la época
y ha trascendido a la ideología globalizadora contemporánea (Said, 2001); y no se olvide a los
grandes relatos que están en el origen de los pueblos, como el mito fundador común a todas las
sociedades, pues la historia es en sí un artículo literario (White, 2003).
Al plantear situaciones y seres que en un sentido objetivo no existen pero que al
representarlos invitan a una toma de conciencia, la imaginación literaria no es “improductiva”:
ayuda a los lectores a formar su cosmovisión, su identidad, a reconocer su propio mundo; así como
a escoger más reflexivamente sus decisiones. Es interesante como en la Literatura se pude conocer
la esencia de los grupos étnicos, sus valores, sus aspiraciones; cómo los mitos y símbolos con los
cuales acceden a su realidad son elementos que pueden aprehenderse en los textos literarios y, no
pocas veces, son los propios textos los que los transmiten a nuevas generaciones, permiten una
relectura, una reinterpretación. En este sentido el grupo se configura alrededor de símbolos y mitos;
el imaginario colectivo con el que construyen su mundo y toman las decisiones de su vida, proviene
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en gran medida de las narraciones que han trascendido al texto, al tiempo, y forman su propia
cultura.
Sin necesidad de acudir a grandes acontecimientos, sólo obsérvese el cambio significativo
que los textos literarios logran en las personas. Si se le pregunta a alguien cuál es su libro favorito o
aquel que ha determinado una diferencia en su vida, seguramente dirá el título de una novela, una
poesía o incluso un volumen de cuentos; pocas personas citarán un libro de matemáticas o
economía. Aún si se argumenta que pocos mexicanos leen, repiten en su oralidad y en su forma de
vida los mitos, símbolos y relatos que, sin saberlo, provienen o son representados por las obras
literarias.
Al igual que el contexto social impacta el texto literario que lo representa en su contenido
intrínseco; a la inversa, el impacto de la Literatura trasciende el texto y vuelve a la sociedad, se
configura en el lenguaje, la mentalidad, la cultura. Heredar un lenguaje es recibir con él toda una
visión de mundo. Las narraciones forman a las sociedades, les dan sentido, valores, modelos, héroes
y villanos arquetípicos, metas nacionales; su propia cultura se construye en estos relatos, no pocas
veces tomados de la Literatura, sea que surjan en ésta o que sólo sea el medio por el cual se hacen
evidentes, se transmiten, se conservan. ¿Por qué la literatura tiene ese efecto sobre la gente, sobre
los grupos, sobre la sociedad?
Así llegamos a la tercera reflexión a cerca de la función social y humana de la Literatura: el
que represente, transmita y genere emociones. El conocimiento literario escapa a conceptos fríos,
definiciones y mediciones científicas; es un saber que impacta el centro del ser emocional: se
“siente”. En especial la novela, que procura describir la riqueza interior de los personajes y
representar el contexto social del relato, puede lograr que se contemple el mundo desde la mirada de
“otro”. Conforme el lector se identifique con el protagonista, ya le admira su dignidad, ya le odia
sus injusticias, ya le aprecia en sus virtudes y sus vicios, en su lucha por vivir: le comprende en su
forma de reproducir la cosmovisión sociocultural con la que se identifica.
La visión superficial utilitaristas reduce la vida a términos cuantitativos causales a fin de
que la “realidad” sea perfectamente explicable; pero, como en el apartado anterior se analizó, la
“realidad” es un juego de subjetividades. La postura utilitarista, ¿a qué “realidad” se refiere?: Las
personas no son cantidades, ni la sociedad se reduce a tablas y porcentajes, ni a una cadena de
causas y efectos deterministas. Sólo la Literatura captura la vida, la representa de manera que el
lector forma parte integrante de la misma en la lectura; se siente interpelado, toma partido a favor o
en contra y reflexiona acerca de su propio mundo.
De tal manera, surge otra de las funciones sociales de la Literatura: su poder ético o
valorativo. Se dice que la Literatura no tiene mayor aspiración que la belleza, aunque en ella hay
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muchos otros valores o, cuando menos, la representación de dichos valores. La Literatura adquiere
una relevancia ética porque permite la percepción intuitiva de las conductas axiológicas y su
interiorización.
Lo anterior es observable en el caso de las lecturas infantiles. A los niños se les enseña ética
en cuentos, fábulas, en las que hay implícita una enseñanza o moraleja. El niño que lee Ricitos de
oro y los tres ositos, puede comprender intuitivamente que debe respetar las cosas de los demás; y
quien escucha acerca de la manzana de Blanca Nieves, sabe lo perjudicial que puede ser aceptar
regalos de desconocidos.
En las obras literarias de los adultos también se aprecian los valores o antivalores de las
conductas y los ambientes descritos en éstas. La imaginación permite la experiencia vívida de lo
leído, se vuelve parte del lector, aprecia la dimensión axiológica de toda vida humana. Podemos
definir un concepto ético; pero no se le apreciará hasta que sea vivido. Ahí entra la literatura, medio
con el cual “vivimos muchas vidas”. La narrativa se siente, su fuerza proviene de su semejanza con
la vida; su objeto es, precisamente, las vicisitudes de las intenciones humanas (Bruner, 1998), sus
decisiones y criterios de decisión que, necesariamente, reflejan el ethos de la condición humana.
La ficción de la novela funciona para que se penetre en la individualidad de otro ser, la
circunstancias de su medio, su sentido; invita a la comprensión profunda de una vida para que el
lector, al hacerlo, reflexione sobre la suya propia. La Literatura es un medio de forjar identidad, de
construir el alter-ego, el yo frente al otro; a partir de la observación de la forma de otro y de
compararla a la propia, surge la idea del sí mismo, la aparición del que observa (Mass, 2006;
González y Galindo, 1991).
El pensamiento creativo, crítico, emocional y ético que la Literatura genera en el lector
impulsa el crecimiento de su espíritu. En tal sentido, la literatura es necesaria en un nivel semejante
al saber científico, o, quizás, mayor aún; ya que impacta en el aspecto más profundo del ser: las
profundas sutilezas simbólico-representativas, ético-emotivas, y creativas-imaginativas de la
condición humana.
Pero, ¿cómo es que la Literatura puede apelar al lector y transmitirle valores, emociones,
sutilezas simbólicas? Puede considerarse que es, en principio, mediante su poder empático. La
capacidad de ponernos en el lugar de otro ser humano y experimentar sus sentimientos, emociones,
pensamientos, es conocida como empatía. De ella provienen los valores de la convivencia humana:
tolerancia, solidaridad, respeto, responsabilidad, amor y, en general, los valores que nos impulsan
de manera positiva hacia el tratamiento del prójimo. La misma palabra “prójimo” refiere la
“proximidad” de otro ser, y esa cercanía sólo es apreciable mediante el lente de la empatía. En estos
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términos, la empatía literaria nos libera de la ceguera del egoísmo y nos vuelve más humanos hacia
quienes nos rodean.
Los valores sociales permiten la convivencia, la organización social y son parte, por tanto,
de la ética pública o política (Peces-Barba, 2000). El respeto de los gobernados hacia la autoridad,
por ejemplo, y la forma como ésta debe dirigir los esfuerzos sociales hacia la consecución del Bien
Común, son estudiados por la ética política y, de hecho, son fundamentos de la política moderna.
Por su parte, la narrativa, al ser una forma literaria que representa, crea o recrea una
realidad social vivida en el texto; permite el conocimiento de un ser, estar y hacer en el mundo.
Quien lee una novela o un cuento, experimentará emociones y pensamientos que podrían cambiar la
perspectiva de su cosmovisión; así como la transmisión oral de lo leído, su comentario y
permanencia en el lenguaje común es medio de generar cultura, de impactar en el imaginario social.
Aceptando los presupuestos anteriores, es deseable, en un mundo cada vez más
inmisericorde, intolerante, desorganizado socialmente, buscar el crecimiento empático de la
humanidad; y, sin menospreciar otros medios, la lectura de textos narrativos es una buena forma de
hacerlo (Cfr. Nussbaum, 1997). La cultura política ha venido a menos, los fines comunes se han
desdibujado, se han perdido en una concepción cada vez más individualista, más unidimensional en
el ser humano (Marcuse, 1999). La lectura y relectura de novelas con contenido político, pueden, al
parecer de quien escribe, recuperar el sentido social y humano en el mundo tecnificado de los
tiempos presentes.
Pero, ¿es realmente posible impulsar el crecimiento de la empatía? Salvo algunas personas
sumamente sensibles, la empatía es un saber aprendido o comprendido a partir del despertar de la
conciencia del “otro”. Como valor social, la empatía se aprende en la vida común, es en sí un
producto cultural. Algunas formas ancestrales como se genera son los relatos en los que cada grupo
étnico exalta aquellas cualidades que son deseables para su convivencia, para el establecimiento y
dirección de las conciencias individuales hacia metas sociales.
Así, en la Grecia antigua los relatos de la vida de sus dioses hacen evidente la preferencia
de las virtudes de cada ciudad estado: en Atenas se buscaba la sabiduría, la solidaridad y la
reflexión propios de Atenea; en Esparta, la belicosidad, las leyes, el orgullo propio de Ares.
Asimismo, la tragedia de Edipo revela la conciencia religiosa de esta sociedad, las consecuencias de
ir en contra del designio de los dioses, el destino que llega a quienes no hacen caso de las directrices
divinas comunicadas mediante el oráculo; lo cual puede interpretarse en el sentido de generar una
sociedad obediente, sujeta a los valores e instituciones religiosas de su grupo. De igual manera, las
comedias de Aristófanes evidencian el descontento social del vulgo por sus políticos e, incluso, por
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sus sabios, como Aristóteles; lo cual se interpreta como una búsqueda de cambio social, una
reacomodo de valores y creencias.
En este sentido, recuérdese el sencillo ejemplo de los cuentos infantiles, herramienta
empleada en el sutil juego de lograr que el niño se ponga en los zapatos de otro. Curiosamente, éste
asume el papel del personaje bueno y aprende así, con la sutileza didáctica de la narrativa, valores
empáticos. En el cuento de Caperucita roja, ninguno (si acaso algún despistado) se identifica con el
lobo, mas bien con la protagonista que se preocupa por su abuelita, con la misma ancianita que
sufre la violencia del animal, o con el leñador que las defiende y extermina a la maligna criatura.
Ricitos de oro y los tres ositos invita al niño a asumir los dos puntos de vista: el de la niña que
felizmente se apropia de lo ajeno, y el de los osos que sufren la invasión y el despojo de sus
pertenencias. La ternura del bebé oso logra, más allá de la barrera entre especies, que el niño sienta
su desconcierto y su dolor al ir descubriendo que su silla está rota, alguien se comió su sopa y aún le
despoja de su cama. Los cuentos llevan implícita la pregunta: ¿cómo te sentirías tú en su lugar, en
lugar de Caperucita, de Ricitos, del osito? Por tanto, son un medio por el cual los niños aprenden
valores empáticos.
Pero, lo que es cierto en los niños, en las culturas antiguas, ¿puede aplicarse a los
ciudadanos contemporáneos? Si una persona de edad madura lee un cuento infantil, no lo impactará
igual que cuando era pequeño. Sin embargo, no es que la narrativa pierda su efecto ni que los
adultos ya no sean impresionables por ésta; sino que el tipo de historias que se cuentan tendrán que
vincularse a su mundo adulto, para que así sea capaz de “meterse” al relato y desarrollar empatía
por un personaje o varios. Por ejemplo, Nos han dado la tierra, de Rulfo, puede hacer que el lector
sienta la injusticia en la repartición de tierras que sufren los campesinos mexicanos al término de la
Revolución; así como La muerte tiene permiso, de Valadés, transmite la impotencia que soporta,
hasta no poder más, un pueblo por sus despóticas autoridades; o la persecución política de un poder
invisible y absoluto se respira en Andamos huyendo Lola, de Garro.
Los cuentos, las novelas y relatos de la literatura adulta, al igual que los cuentos infantiles y
los relatos religiosos y dramáticos de la antigüedad, apelan a la sensibilidad del lector; es más,
cuentan con ella porque si no, nadie se interesaría en leerlos. Los sentimientos y las emociones son
lo que hacen que “nada de lo humano nos sea indiferente”. La Literatura es un ejercicio de
sensibilidad. Al ejercitarse el individuo en la lectura de la narrativa, busca el llamado “placer
estético” que es, en esencia, un sentir. Tal placer no proviene de un intelecto frío o de un
apasionamiento superficial; se trata de un sentimiento profundo, de una comunión empática con los
personajes, con el contexto y la historia narrados. Además, la Literatura no se limita a dicho placer
estético, sino que en la lectura se ejercita una amplia gama de emociones y pensamientos
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(experimentados por los personajes y por el propio lector respecto de esos personajes, su medio, las
vicisitudes de su ser, estar y hacer del mundo representado dentro del texto); todos los cuales apelan
en cierta medida a la empatía.
La lectura de cuentos, novelas y relatos literarios, permiten ver con la mirada del personaje,
explorar el mundo interno de sus emociones y pensamientos, observar las circunstancias únicas de
su existencia. La imaginación literaria transporta al mundo de la narración: se caminan sus calles, se
siente el frío, el calor, la justicia, injusticia, la forma de sus instituciones políticas, de las estructuras
sociales, de la convivencia humana, la tensión del ambiente; se perciben los peligros o las posibles
alegrías en las esquinas del relato. Sólo la imaginación literaria puede introducir con tanta claridad
la vida de otro, puede hacer sentir esa intimidad de conocer la mente, el corazón y las circunstancias
únicas de un prójimo, de su sociedad, de su visión de mundo. El lector se alegra, se enoja, sufre,
disfruta; ejercita emociones y pensamientos ante la situación de un ser ficticio e, igual que con los
cuentos infantiles o relatos religiosos, lo sensibilizan ante el prójimo de la vida real. De ahí que
puedan desarrollarse valores empáticos mediante la narrativa literaria.
La ética pública o valores políticos pueden, en tal sentido, apreciarse en novelas y cuentos.
Por ejemplo, en la novela Pedro Páramo, de Rulfo, apreciamos cómo el poder ejercido de manera
despótica del cacique, seca la vida de un pueblo y la suya propia hasta que “se fue desmoronando
como si fuera un montón de piedras” (Rulfo, 2004); y en el cuento de Mario Benedetti, Escuchar a
Mozart, se retrata la desintegración moral de un militar que participa en un régimen donde
sistemáticamente se violentan los derechos fundamentales, y cómo esa desintegración finalmente lo
deja vacío de todo sentimiento al grado de ni siquiera valorar la vida de su propio hijo.
Ahora bien, el crecimiento empático, como cualquier cuestión humana, escapa de las
matemáticas y de la ley de causa-efecto aplicable a ciertos fenómenos naturales que pueden
comprobarse experimentalmente. Un lector asiduo de novelas, no necesariamente, tendrá más
empatía que una persona que no lee. Tampoco es posible medir en forma cuantitativa el crecimiento
que proporciona determinada lectura; puede, incluso, que ni siquiera haya tal, sino que sea lo
contrario: una lectura que a cierto individuo sensibilizó, puede ocasionar en otro una rotunda
indiferencia. Sin embargo, como cualquier arte, la Literatura busca el alma del ser y, por fortuna,
muchas veces la encuentra y la impacta de manera positiva.
Si el lector es crítico, informado y, sobre todo, reflexivo, sacará el mayor provecho a la obra
y captará sus valores intrínsecos. Leer forma criterios, informa sobre cuál es el mejor texto o lo
mejor de cada texto, genera la reflexión y empatía. La lectura es, por tanto, siempre una actividad
deseable para cualquier persona que quiera adentrarse en los valores de un ser y un mundo que,
aunque sean ficticios, representan, revelan y transmiten los valores de los seres y el mundo que lo
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rodean; serán, por tanto, un medio de toma de consciencia e, incluso, le ayudará a generar nuevos
entornos, a tomar nuevas decisiones.
La empatía es un valor esencial en la Literatura, en el caso específico de la novela, sin ella
la narrativa no generaría el consabido “placer estético” de apreciar una historia desde el punto de
vista de los personajes; por ello, quienes disfrutan su lectura, se ejercitan en empatía. La lectura de
la narrativa literaria es, en conclusión, una excelente forma de desarrollar la empatía de los seres
humanos, de transmitir valores sociales, de generar una toma de conciencia de la ética pública
compartida en el grupo e, inclusive, de guía reflexiva hacia una evolución positiva de la cultura
política.

Tomado del capítulo introductorio de la tesis: LITERATURA Y PODER. Un


análisis etnoliterario de las representaciones simbólico-míticas del poder
político en novela mexicana de la segunda mitad del siglo XX.

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