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EL SENTIDO DE NUESTRO PROPIO PECADO

1. Se trata en esta meditación de salirle al encuentro -mediante la gracia de Dios


suplicada- a una tentación muy sutil: a la tendencia que el pecado de cada uno
de nosotros tiene a ocultarse. Y esto lo consigue mediante variados mecanismos
de auto justificación: ignorándolo, poniéndolo en los demás:

“Al oírlo, David se enojó muchísimo con el hombre rico y dijo a Natán: Vive Yahvé! El
que hizo tal cosa merece la muerte… por haber actuado así sin ninguna compasión.
Natán le respondió: tú eres ese hombre” 2 Samuel 12,5-7

2. La humanidad, desde que decidió emanciparse de Dios, creó una situación de la


que no puede salir por su propio esfuerzo. Se desencadenó así la fuerza del mal,
creadora de pecados. Se rompió la solidaridad en el bien al que habíamos sido
destinados. Por eso, cada vez que pecamos personalmente, ratificamos ese
pecado, “puesto que todos pecamos” Romanos 5,12
NUESTRA ORACION ACERCA DEL PECADO PERSONAL

1. Tomemos el texto de los Ejercicios Espirituales: 55-61


2. Vimos antes cómo el hombre tiende, por el pecado, a desconocer que su
existencia en este mundo es un don de Dios para el bien de sus hermanos.
Entierra, así, sus talentos; se “duerme”, ignorando que el Señor está a la puerta y
llama. No hace caso de esa palabra misteriosa de Jesús con la que quiere animar
a sus discípulos a superar el miedo que tienen de subir con El a Jerusalén, a la
cruz:

“No es cierto que el día tiene doce horas? Cualquiera puede caminar durante el día sin
miedo a tropezar, porque la luz de este mundo ilumina su camino. En cambio, si uno
anda de noche, tropieza porque le falta la luz” Juan 11,9-10

3. Pero hay otra manera de hacerle frente al problema: entre la ilusión que nos
hacemos de ser los dueños de nuestra existencia y del tiempo que se nos otorga
para vivirla, y la desesperación de perderlo, está la “vigilancia” cristiana, de la
que nos habla el Evangelio. Vigilar = , es lo mismo que estar atentos y
tener cuidado; estar despiertos; permanecer alerta; ser capaces de discernir la
dirección de los acontecimientos.

Vigila la madre que espera al hijo lejano; vigila la enfermera junto al enfermo;
vigila el centinela que escruta en la profundidad de la noche; vigilan los hombres
y las mujeres que están preparados para recoger las señales de ayuda que les
hacen sus amigos en peligro.

“Luego fueron a un lugar llamado Getsemaní. Jesús dijo a sus discípulos: siéntense
aquí mientras yo voy a orar… Y comenzó a sentirse muy afligido y angustiado… Luego
volvió a donde ellos estaban, y los encontró dormidos y dice a Pedro: Simón, duermes?
Ni una hora has podido velar? Velen y oren para que no caigan en tentación; que el
espíritu está pronto, pero la carne es débil… Cuando volvió, encontró otra vez
dormidos a los discípulos porque sus ojos se les cerraban de sueño. Y no sabían qué
contestarle…” Marcos 14,32-42

4. La petición que nos invita san Ignacio a hacer: “será aquí pedir crecido e
intenso dolor y lágrimas por mis pecados” Ejercicios Espirituales 55. En otros
términos, con la ayuda de Dios debemos descubrir nuestra propia verdad para
que, así, nuestra libertad recupere todo el protagonismo que le corresponde en la
historia de la salvación.
5. Hagamos a continuación –ayudados de la luz del Espíritu- “el proceso de
nuestros pecados” : Ejercicios Espirituales 56. No se trata de un recuerdo
pormenorizado y escrupuloso de todos y cada uno de los detalles de mis
pecados, sino más bien de tomar conciencia del “desorden de mis operaciones”,
de su gravedad y malicia; de lo que es el “mundo”: Ejercicios Espirituales 63. Y
esto, “para que, aborreciendo, aparte de mí las cosas mundanas y vanas”:
Ejercicios Espirituales 63.
6. Se trata, ahora, del “processo” de mis pecados. La mejor manera de hacerlo es
preguntarnos con la Escritura: “Señor, cuándo te vimos y no te ayudamos? (Mt.
25,31 y ss.); o, por qué –como fue dicho a la Iglesia de Laodicea- me pides,
Señor, que compre “una medicina para que me la ponga en los ojos y vea?”
Apocalipsis 3,18. Nos dirá, entonces, Jesús:

a. Cuando, por imaginar que seguir al Señor era fácil, olvidaste que ser religioso
significaba “militar para Dios bajo el estandarte de la cruz”. Entonces el
cansancio, el temor o la comodidad, te llevaron a enterrar tus talentos (Lucas
19,11-27). Te volviste así incapaz de empeñarte y de comprometerte activamente
en la obra del Reino que se está construyendo. O cuando, ante las inmensas
necesidades del mundo de hoy, te preocupas más por tus propias cositas y
pequeños planes.
b. Cuando, por no estar atento, has sido incapaz de “hacerte prójimo”. Pasaste de
lado del que te necesitaba, como el Sacerdote y el Levita que iban de Jericó a ,
Jerusalén: Lucas 12,29-37, lo hicieron con el hombre que había sido asaltado por
unos bandidos; o como el rico: Lucas 16,19-21, que fue incapaz de ver a los pies
de su mesa al pobre Lázaro, cubierto de llagas y hambriento.
c. Cuando olvidaste en tu vida religiosa y apostolado que se te había dado como
misión para “evangelizar” sobretodo con tu testimonio de vida. Te volviste
entonces mediocre. Te contentaste con un trabajo fácil, inmediatista y sin riesgos
mayores; no fuiste capaz de interpelar a tu hermano, hombre de hoy.
Recordemos que lo importante no es que lo que hagamos esté bien; lo que
necesita el Reino es que hagamos lo mejor.
d. Cuando, como el necio de la parábola: Lucas 12,18-21, no fuiste capaz de dar
todo su valor al tiempo que Dios te otorgaba para tu formación, para tu trabajo.
Pensaste que lo mejor era tomar la vida a la ligera, gozar de ella
condescendiendo así con el materialismo y consumismo actuales.
e. Cuando no supiste estar alerta para defender los derechos de los inocentes, o
para ser justo con tus empleados; o cuando, sin distinguir el tronco que tienes en
tu ojo, te pusiste a mirar la astilla que tenía tu hermano en el suyo, y obrando en
forma legalista, lo juzgaste: Santiago 4,11 a 5,6; Mateo 7,1-5
f. Cuando por no vigilar y estar atento a los signos de los tiempos, dejaste de ser
“peregrino” y libre. Te volviste, entonces, inmóvil; te transformaste en una
estatua de sal como la mujer de Lot, que miró para atrás (Génesis 19,26).
Olvidaste así que la vigilancia –que es una actitud que se sitúa entre la
“indiferencia” y el “magis”-, te debía desprender de muchas cosas inútiles
favoreciendo así auténticos cambios en tu vida, en la comunidad, en tu
apostolado. Tu falta de libertad te llevó también a la falta de disponibilidad, a
olvidad que en la congregación entramos para servirle a ella, allí donde nos
necesite para la mayor gloria de Dios.
g. Finalmente, cuando en tu vida diaria te olvidaste de la persona de Jesús, de que
Él es el Señor, el Esposo que está ya entre nosotros, pero que aún debe llegar. Y
no tuviste tiempo para “perder con El”. La vigilancia cristiana se sitúa entre la
memoria de una Persona (Jesús) y la esperanza que tenemos en ella (el Señor).

7. Concluyamos con el coloquio: Ejercicios Espirituales 61. Coloquio de esperanza


inconmovible de que el mal ha sido superado por la misericordia de Dios.

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