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TRAMO 19

Aprender de Jesús

El aspecto más importante del magisterio de Jesús fue la autoridad con la que enseñaba. Los demás
maestros de Israel enseñaban a partir de la tradición, mientras que él lo hacía en su propio nombre:
“Habéis oído que se dijo a los antiguos… Pero yo os digo…” (Mateo 5,33). Y así, mientras otros
maestros terminaban su instrucción con el “Amén”, para referirse a la autoridad de Dios, Jesús
comenzaba sus instrucciones con “Amén, yo os digo” para afirmar su propia autoridad. No es extraño
que la gente se asombrara con su enseñanza, y que los otros maestros se molestaran con su estilo de
enseñar.

Jesús comenzó su magisterio en la sinagoga de Nazaret, su pueblo natal. Algunas veces enseñaba en
las sinagogas, pero sobretodo lo hacía al aire libre. Sus clases eran los caminos, la orilla del lago, las
colinas y las calles de los pueblos.

Esta circunstancia atraía una gran variedad de oyentes: jóvenes y viejos, creyentes y no creyentes,
judíos, griegos, romanos, instruidos e ignorantes, trabajadores y maestros. Para captar la atención de
un auditorio tan variado y conseguir que recordaran su mensaje, Jesús usaba varias técnicas
pedagógicas.

Esta semana nos fijaremos en una parte de esta enseñanza de Jesús, tal y como viene relatada en el
Sermón del Monte (capítulo 5 de San Mateo).

Pide la gracia de una total apertura a las enseñanzas de Jesús, a fin de responder a ellas con un corazón
generoso.

Nosotros somos los mediocres,


nosotros somos los tacaños,
nosotros somos los que amamos a medias,
nosotros somos los insípidos.
Señor, Jesucristo, restáuranos ahora
al esplendor primero del primer amor,
a la luz pura del día que amanece.
Que sintamos hambre y sed,
que nos quememos en tu fuego.
Rompe la dura costra de nuestra complacencia.
Despierta en nosotros la intensa gracia del deseo.

Caryll Houselander
Las pequeñas bienaventuranzas

Bienaventurados los que se ríen de sí mismos,


porque nunca acabará su diversión.

Bienaventurados los que no confunden un grano de arena con una montaña,


pues se ahorrarán muchas preocupaciones.

Bienaventurados los que saben descansar sin buscar excusas,


porque están en el camino de la sabiduría.

Bienaventurados los que no se toman muy en serio,


porque serán más estimados por los demás.

Dichosos seréis si tomáis en serio las cosas pequeñas y afrontáis con calma
las grandes:
llegaréis muy lejos en la vida.

Dichosos si apreciáis una sonrisa y olvidáis un mal gesto,


pues caminaréis por la vertiente feliz de la vida.

Dichosos si sois comprensivos con los malos gestos de los demás;


os tendrán por tontos, pero ése es el precio de la caridad.

Bienaventurados los que piensan antes de obrar y oran antes de pensar,


porque evitarán muchos errores.

Dichosos si reprimís vuestra lengua y sabéis sonreír, aunque os contradigan y


os molesten;
porque el Evangelio ha prendido en vuestro corazón.

Y, sobretodo, bienaventurados si reconocéis, en todos, al Señor; porque la luz


de la verdad brilla en vuestra vida y habéis hallado la verdadera sabiduría.
Joseph Folliet

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