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29/1 Una gozosa experiencia

“No hace mucho –nos contaba una madre de familia-, me desperté en medio de una noche de luna y me
quedé mirando el perfil de mi único hijo, recortado sob4e la pared de la alcoba. Me sentí embargada por
un silencio amoroso, sólo interrumpido por su suave respiración. Finalmente, cerré mis ojos,
comprendiendo profundamente lo fundamental que era aquel silencio, sólo acompañado por un suave
respirar. Me había dado cuenta de lo profundo que es un silencio acunado por el amor”.

María conservaba y meditaba todo en su interior.

Lucas 2,19

Sugerencias para la oración

La fe de María no pereció al pie de la cruz. Ni quedó sepultada en la tumba de su hijo. Estaba viva en su
corazón. Había recibido una promesa: “su reino no tendrá fin” (Lucas 1,33).

Cree que su hijo va a resucitar de entre los muertos, pero ella “muere” con su hijo para experimentar, en
su corazón, su propia “Pascua”.

Al contrario que los demás discípulos, María no necesita la “prueba” de la Resurrección. “Dichosos los
que creen sin haber visto” (Juan 20,29) –había dicho Jesús-, María no necesita signos tangibles.

Contempla a María, cuando abandona la tumba. Su corazón, aunque triste, está lleno de esperanza. Mira
cómo emplea la noche en oración. Observa el brillo de su rostro, cuando la realización de la Pascua
amanece en su corazón, y Cristo vuelve otra vez a estar vivo para ella, trayéndole un gozo y un consuelo
indecibles.

Lee y medita el Cantar de los Cantares 2,8-14.

Pide a María que te consiga la gracia de creer totalmente que el Señor ha resucitado y está presente dentro
de ti, para que tú también sientas un gozo y un consuelo profundos. Después, pide lo mismo a Cristo y al
Padre.

La Bienaventurada Virgen
ha ascendido a las alturas,
por lo que, también ella,
va a concedernos dones a los seres humanos.
¿Por qué no?
Ciertamente, no le faltan
ni el poder ni la voluntad para hacerlo.
Ella es la Reina del cielo,
ella es compasiva
y ella es la Madre del Unigénito.

San Bernardo

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