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De niñez y de Infancia:

La libertad es niña
Juan Carlos Uhía1
La tragedia del hombre moderno no es que sabe cada vez
menos sobre el sentido de su propia vida, sino que se
preocupa cada vez menos por ello.
Cartas a Olga, (1983). Vaclav Havel

Dónde está la esencia


En un diciente pasaje de las evangelios, Lucas cita a
un hombre, intérprete oficial de la Ley, que le pregunta
a Jesús por la forma de ganar la vida eterna. Jesús
responde a su vez preguntando por la manera como el
experto lee lo que está escrito (Lucas 10:26).

El núcleo de este pasaje radica en el “Cómo lees...” lo


que allí aparece, es decir, la manera como hacemos
propia la escritura misma.

El pasaje conduce a la noción del prójimo como


categoría esencial del cristianismo. Pues pareciera que
para el intérprete es obvio que amar a Dios con “todas”
las fuerzas es tan evidente, que no requiere mayor
indagación.

1 Juan Carlos Uhía es psicólogo, filósofo, comunicador social y autor e investigador de


temas éticos y morales. Es consultor y asesor de diversos proyectos e iniciativas en
estos tópicos. Contacto: jcuhia@hotmail.com
Sin embargo es en la noción de prójimo por la que le
repregunta a Jesús. Y aquí surge fuerte el recuerdo de
aquella otra cita que interroga y cuestiona sobre cómo
es posible amar a Dios a quién no vemos y no amamos
al prójimo a quién sí vemos.

Porque la pregunta por el prójimo es más central, e


incisiva si se quiere, de lo que es y significa el núcleo
mismo del cristianismo.

O mejor para decirlo fácil, el cristianismo es un asunto


de prójimo, de proximidad del Otro, pero no por lo que
él haga o sea sino por lo que yo hago y soy para ese
otro.

Una teología, cualquiera que ella sea, debe partir de


entender este fundamento. Y en particular, una
teología de la infancia, o para la infancia, o desde la
infancia, debe contemplar de manera significativa esta
verdad.

El Otro-Niño
La noción de un Otro que no soy Yo es quizás de los
aspectos más notorios de la vivencia humana del
cristianismo, de su experimentación como realidad.

Quizás empezar por entender la noción


contemporánea sobre los niños, y aún más allá, mi
propia visión sobre los niños, la niñez y su primordial
esencia, éste sea el comienzo de una teología de la
infancia.

Quizás entenderme como el niño que fui y el que sigo


siendo, abra las perspectivas de la vivencia de mi
infancia y alumbre los rincones oscurecidos de la
infancia que no fue o de la que pugna por ser.

¿Quién sabe? Lo más seguro es que encontremos que


la infancia profunda es el camino más recto para vivir
lo que nos hace falta. Aquello que se refundió, y en
donde la luz y la sal son los ingredientes para ver y
saborear el gozo por lo que nos queda de vida, y no
por la muerte como tal.

El niño, él también prójimo cómo no, posee un valor


inestimable para Dios. Desde la perspectiva celestial
ya es y, por eso mismo, es apreciable y eternamente
amado: Con amor de búsqueda, de paciencia, de
encuentro. Con amor de potencial. En realidad, un
amor que Dios siempre tiene por nosotros, pues él nos
ve con ojos de padre y creador. Él siempre nos ve y
cree en nosotros. Pero esto es teología de otro costal.

Mientras que en el nivel humano el niño es alguien en


desarrollo, en el plano divino es un definitivo deseo de
Dios puesto en nuestras manos para ser cuidado y
preservado. Para ser estimado y descubierto. Para
animar su potencial y para desatar su propia condición
de especialidad. Para aprender a verlo con la mirada
de Dios.

Ahora bien, no se es niño desde afuera. O sea, la


infancia no es algo pasajero sino que representa
fundamentos muy dicientes de lo que es la vida
humana como tal. De toda la vida y a lo largo de ella.

Cuando negamos la infancia en el Otro, negamos de


paso lo humano también. Acallamos la imagen de Dios
en la otra persona y esta es la peor pobreza a la que el
mundo se puede condenar.

Una miseria doble, tanto para el que sufre la mutilación


de lo suyo propio; como para el verdugo que cercena
los episodios vitales y para hacerlo debe negarlos en sí
mismo.

Esta agonía del ser lacera todo en la existencia


humana, porque ensimisma la expresión de la Vida,
del espíritu de Dios en el mundo.

La restitución del hijo, en la parábola del pródigo, es


una restauración del vínculo hecha realidad por el
padre, pues él no lo había roto nunca mientras que el
hijo lo creía fracturado.
Es un hijo desvinculado por su propio extrañamiento. Y
aquí es que cabe la lejanía más radical del prójimo: El
permitirle que se sienta y actúe como un extraño. El
que sea un extranjero de mi propio ser. El que se vaya
de mí.

Esta restitución maravillosamente expresada en la


parábola por la sucesiva inclusión que va de lo material
a lo espiritual (la ropa, las sandalias, el anillo, la
comida y la celebración) habla del deseo del Padre de
tener a sus hijos consigo y en la plenitud de su Reino.
Nuestro protagonista, es cierto, vuelve a ser mimado,
pero nunca dejó de ser hijo. Y valga anunciarlo,
tampoco dejó de ser hermano.

Queda por decir que no sólo en la negación de la


infancia hay negación de lo humano. La hay también
en la negación de la juventud, de la vida adulta, de la
vejez y de la muerte misma. Estas otras negaciones
son crueles distorsiones de lo humano, una dimensión
propuesta por Dios para vivir no etapas, sino
profundidades de sentido y, por eso mismo, de
potencial en cada momento. Hay un tiempo para cada
cosa...

Las distorsiones de las etapas son, en realidad,


distorsiones de las diversas profundidades que
podemos alcanzar en cada momento de la vida. Estas
profundidades dependen de nuestro riesgo y de
nuestro afán aventurero. Pero, cuando el mundo niega
y trastoca las etapas, no permite profundidad, le roba
reto a la vida. Nos la vuelve burguesa, afincada en lo
previsible y sin noción de nada más allá. Es el primer
peldaño a la negación del espíritu.

Un libro como excusa


Harold Segura ha rastreado la posibilidad de una
teología infantil que él llama Teología con rostro de
niñez. Un perspectiva teológica de la infancia (Editorial
Clie. Barcelona, 2015).

Esta perspectiva, y este es el nombre propositivo que


hay que recordar del libro, arranca por mostrar que la
sola contemplación académica y pastoral de la infancia
ya determina un sentido novedoso para esta condición
humana común de ser niño.

Desde lo teológico implica pensar, y más allá añado:


reconocer la visión infantil. Es decir, aquí sí está la
verdadera perspectiva desde la niñez, de entender y
relacionarse con lo espiritual y con Dios. Pero dejemos
a los teólogos con su afán de hacer teología y
vayamos a lo que convoca este encuentro. A lo niño, al
desparpajo de su andar. A su curiosidad intensa y
hasta fatigante.
Quizás, si logro entender lo que veo más allá del libro
de Segura, es que el niño nos regala una primera
plenitud del espíritu que es justamente su vivencia libre
y espontánea. Es decir, para el niño y para la mirada
infantil, la libertad no es un problema existencial ni,
mucho menos, ideológico. El niño no lucha por la
libertad porque todo él es libertad. Él es libre.
Rotundamente libre.

A lo mejor es en la niñez en donde podemos tener una


respuesta muy vital a eso de que la libertad nos lleva a
la verdad (y así, juguetonamente, reversamos la
propuesta de Jesús: la verdad los hará libres) y es
cuando al agregarle fantasía, imaginación y todo ese
torrente de creatividad en bruto al mundo podemos
verlo con in-genuidad, o sea de manera natural, recién
hecho, una gema preciosa para ser lucida. La realidad
no es para ser trabajada o alterada, es para ser
disfrutada.

El niño es libre aun cuando las circunstancias que lo


rodeen sean opresivas o maltratadoras. Su libertad es
vivida en el juego y a través de éste, en la manera
despreocupada de desenvolverse, en la gracia que
brota de cada niño y que le agrega al mundo
posibilidades de luz aún en medio de las más
espantosas oscuridades.
Veo los documentos gráficos de los campos de
prisioneros y de refugiados, los antiguos y los actuales,
y hay allí niños jugando, corriendo, escapando desde
el espíritu a otras latitudes, agregando gracia en esos
sitios y en esas condiciones en donde desde lo adulto
hay lejanía de Dios. Los veo también con los
inmigrantes, en las pobrezas de las calles. Los veo
viviendo y muriendo libres. Son libres.

Eso sí, no los queremos maltratados ni violentados.


Repelemos con decisión cualquier condición o
situación que así los trate. Por supuesto, la
rechazamos para todo lo humano y aún para todo lo
creado. Nos duele como adultos y preservadores
encargados de la infancia y de lo infantil. Nos duele
porque, de sobrevivir, habrá allí un bloqueo que genera
inmadurez espiritual que tanto lesiona y tanto
contamina. Una inmadurez difícil de soportar y aún de
sobrellevar y requerida siempre de perdón y de
hondura existencial.

Sin embargo, lo que vemos en el niño es que el


espíritu de Dios flota sobre él y lo lleva por las aguas
turbulentas. Lo rescata y el niño presta sus brazos para
ello. Es como si se tratara de una dinámica interior en
donde la lógica del niño, el juego, lo preservara de las
realidades temibles. De los monstruos desconocidos
que quieren devorar su infancia. La escritura clama: No
se acostumbren a las categorías de estos tiempos,
sobre todo de los tiempos horrendos. No nos
acostumbramos y no permitas, Señor, que nuestros
niños se acostumbren al horror. Que su juego sea
espíritu que vuela y no que rehuya.

También veo niños escapando de esas otras violencias


como la vida opulenta y artificial que ahora los quiere
cosificar a través de pantallas y tiempos muertos. Los
veo, en cambio, jugando con las cosas más
elementales e improbables, dejando de lado la
sofisticación y la obligatoriedad del activismo adulto
que les queremos imponer para su bien, pero lejos de
la bondad del Creador. Y recordamos: pueden disfrutar
de todo el jardín...

Los veo como gracia silenciosa, pero nunca quieta, en


los vientres contrariados de madres desorientadas y
angustiadas. Los veo allí en su vivencia de libertad
espiritual desafiando normas y reglas de legitimidad
legal; y entiendo la palabra para cada mujer adolorida:
Llena eres de gracia...

Los veo, en fin, corriendo de un lado para otro en las


iglesias y en los tantos cursos que inventamos para
tenerlos tranquilos y quietos y para que no molesten la
enseñanza del maestro... Escenas tan parecidas a las
que los evangelios retrataron y en las que Jesús
respondió con tanta ternura, ofreciéndose él mismo
como juguete y campo de juego para esos siempre
traviesos: Dejen que vengan...dice desde atrás el hijo
del carpintero José.

Los adivino a veces en los relámpagos del arte, en la


renovación de vida de un anciano, en la picardía de los
enamorados y en la calidez de un abrazo inusitado y
sin edad hacia un padre o hacia una madre. Allí están,
por ahí merodean. Esos son...

La libertad divina siempre está ahí; la libertad


definitivamente es niña.

La profecía que ya es
Si he entendido bien, el libro de Harold Segura habla
de infancias que van más allá de la niñez y de niñeces
que van más allá de la infancia. De desarticulación de
las iglesias y de las liturgias; de hermenéutica vital en
donde quepa todo el ser humano y todo lo que es
humano, pues a fin de cuentas para él es el reposo y lo
sagrado. Qué sentido fantástico adquiere aquello:
¿Quién soy para que me tengas en cuenta?

Esto es para mí Teología con rostro de niñez. Una


perspectiva teológica de la infancia. Y aún mejor:
Muchas perspectivas de la infancia.
Y entonces, así como si esta fuera la normalidad de un
Reino desde lo eterno y hecho para lo simple, la
profecía de Isaías la veremos realizada en todas partes
y, ahora sí, comprensible y aliviadora para las
pesarosas miradas de adultos sin infancia o de
infancias seriamente adulteradas (¿no se parecen
estas raíces: adulto y adulterado?) y en las que tanta
carga ponemos y tanta carga encontramos:

6 El lobo morará con el cordero, y el leopardo se


echará con el cabrito; el becerro, el leoncillo y el animal
doméstico andarán juntos , y un niño los conducirá.

7 La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán


juntas, y el león, como el buey, comerá paja.

8 El niño de pecho jugará junto a la cueva de la cobra,


y el niño destetado extenderá su mano sobre la
guarida de la víbora.

9 No dañarán ni destruirán en todo mi santo monte,


porque la tierra estará llena del conocimiento del
Señor, como las aguas cubren el mar.

Isaías 11:6-9

¡Más niñez, menos solemnidad! Porque de los tales es


el reino de los cielos...Vuelve a machacar el nazareno.

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